miércoles, 23 de septiembre de 2015

La Masonería y el Arte del Bordado; por María Ángeles Díaz


I

La Masonería es una vía iniciática cuya realidad emana del Gran Arquitecto del Universo, principio a cuya Gloria los masones realizan todos sus trabajos. Y es apoyándose en la simbólica del oficio de constructor como el masón cumple su labor interna de autoconocimiento. Tomándose a sí mismo como un pequeño todo, llega a descubrir en sí mismo las leyes que rigen el cosmos.

Siendo simbólicos todos los oficios tradicionales, estos permiten la apertura a espacios internos de uno mismo, lo que sucede de forma simultánea al propio desarrollo de la función del oficio, por constituir su estructura un código ordenado que imita el modelo cósmico, siendo esta cualidad la que les confiere a dichos oficios su papel de soportes para la transmutación de la conciencia.

Es así que, en el origen de la Masonería, el trabajo operativo de construcción se hallaba perfectamente unido al propio proceso interno del masón, por lo que el rito y el símbolo se cumplían al mismo tiempo que el edificio externo se iba levantando. El aprendiz masón, asesorado por su maestro de obras, aprendía a descubrir las aristas de la piedra bruta, de la que él mismo era símbolo vivo. Ayudándose con las herramientas propias del oficio, es decir con la escarpa, o cincel, y el mazo, desbastaba y pulía la piedra al mismo tiempo que pulía sus propias imperfecciones y condicionamientos psicológicos, que son el impedimento principal para que la piedra llegue a ser cúbica y tallada a escuadra, convirtiéndose en la parte sólida y estable que requiere todo edificio bien construido. El desarrollo de las facultades intelectuales del masón operativo se producía al aplicar a la propia construcción efectiva del edificio, la transposición simbólica de la idea trascendente. Pues la regeneración psíquica, el ordenamiento de lo mental, nace de la comprensión del Orden Superior a que el símbolo permanentemente alude, por medio de la sugerencia y la evocación que afloran al meditar sobre él. De este modo el masón descubría facultades en sí mismo, antes incluso insospechadas, y que de no ser por la propia purificación psicológica y la aplicación al rito de la memoria, nunca tendrían la oportunidad de desarrollarse.

Hemos de destacar el hecho de que este oficio de constructor era desempeñado exclusivamente por hombres. Esto es debido a que la mujer tenía sus propios ritos iniciáticos, adaptados a oficios más particularmente femeninos, y a través de los cuales llevaba a cabo su trabajo de realización interna. Estos oficios están relacionados sobre todo con el tejido, como fue el caso de las "hiladoras de seda". Desafortunadamente ningún ritual que se refiera a este tipo de iniciaciones femeninas parece haberse conservado hasta hoy, al menos en cuanto a Occidente se refiere, aunque se sabe, eso sí, que dichos oficios estaban vinculados al Compañerazgo, organización iniciática artesanal muy cercana a la Masonería. Se da la circunstancia de que aunque los oficios relacionados con el tejido están más vinculados a la mujer, algunos de entre ellos eran desempeñados por hombres y por mujeres conjuntamente. Esto sucedió, por ejemplo, en el arte de la tapicería durante la Edad Media occidental. Con frecuencia esos tapices, de una sugestiva y gran belleza, además de una laboriosa composición artesanal, se confeccionaban para adornar las catedrales construidas precisamente por los masones y los compañeros. Lo que hace suponer que existían talleres durante la construcción de estos edificios dedicados exclusivamente a estos trabajos y por consiguiente en estrecha relación con la propia tarea de los constructores y arquitectos. Sin embargo, los tapiceros y tapiceras, eran dirigidos en su labor por maestras tejedoras y bordadoras, que al mismo tiempo que enseñaban la técnica del oficio, también transmitían su código simbólico. Que una mujer, en este caso concreto, fuera la que dirigiera también a los hombres, nos indica claramente la preeminencia del elemento femenino en el arte del tejido. Actualmente, entre los indios guatemaltecos, todavía se sigue conservando el arte de la tejeduría, como patrimonio de su cultura, y cuyos brocados [1] repiten los modelos geométricos, florales, de animales o pájaros, que desde siempre han constituido los motivos de sus ornamentos. Constituyendo dichos brocados el reflejo de una simbólica mediante la que este pueblo, descendiente de los antiguos mayas, expresa y transmite su mensaje. Precisamente son los brocados realizados por "mano de mujer" los de mayor prestigio por la belleza de su composición, confirmándose con ello lo que anteriormente decíamos acerca de la preeminencia femenina en un arte que le es propio. De todos modos hay que señalar que todo oficio desempeñado conjuntamente por hombres y por mujeres, es siempre algo excepcional, ya que en una sociedad tradicional siempre existió una clara distinción entre oficios masculinos y femeninos, los cuales están adaptados a las condiciones particulares de las naturalezas del hombre y de la mujer, que aunque una en esencia, es doble y se manifiesta como dual, y en aparente oposición, en el plano de las formas.

Los ritmos de las estaciones, los ciclos y los períodos de la luna y de las cosechas..., están tan unidos al propio organismo de la mujer, que ésta los vive de forma espontánea y natural. Ese es un rito del que participa por imperativo divino, y al cual no es menester añadirse porque ya es en ella. Esta realidad señala el modo distinto que la mujer tiene de desvelar los secretos de las cosas y de reflejar el orden del universo. De esa visión particular del mundo nacen sus oficios, caracterizados por el empleo de materiales sensibles y acordes con su naturaleza receptiva (yin). Dicha receptividad está simbólicamente en correlación con la de la Tierra; ésta, en su quietud activa, acoge en sus entrañas la semilla, a la que fertiliza por la acción captadora de las energías del cielo, y de cuya unión nace el fruto de la cosecha. Naturalmente esta relación cielo-tierra se mantiene entre el hombre y la mujer. Esto es como decir que es a través de la unión de los complementarios como se llega a la visión sintética del Orden Universal, siendo que de esta unión, surge la vida en todos sus órdenes de realidad.

Ahora bien, dejando de lado los caminos religiosos, ya que es la Masonería una vía iniciática que en Occidente mantiene vivos sus ritos y su código simbólico, es a ella a la que la mujer hoy en día puede incorporarse en el camino del Conocimiento, sin que los símbolos masónicos que se refieren al oficio de la construcción suponga un condicionante a su realización, sino un modo nuevo de adaptación a la realidad de los tiempos. Pero sin dejar al margen el estudio y la investigación de los símbolos y ritos propios de los oficios femeninos, sabiendo de antemano que estos se reúnen en la unidad de un mismo mensaje. El interés por hallar la analogía entre la simbólica del oficio de constructor y la simbólica de los oficios de mujer, constituiría, pues, el trabajo colectivo de una Logia femenina, rescatando así una herencia que es conforme a su naturaleza. Decimos logias femeninas, no logias mixtas, pues éstas, como advierte René Guénon, suponen una desviación de todo proceso iniciático auténtico. [2]

Teniendo, pues, la Masonería un origen artesanal, su simbólica está de una u otra manera vinculada a cualquier oficio tradicional, y particularmente, como hemos visto, a los relacionados con el tejido. Así lo demuestran, además, algunas leyendas masónicas relativas a los orígenes míticos de esta Orden iniciática, como más adelante veremos.

Todo ello nos lleva a pensar que es en el arte de tejer, y más particularmente en el de bordar, donde mejor puedan hacerse estas correspondencias simbólicas entre distintos oficios, basándonos en el "don de lenguas" a que se refiere la Tradición. Pues la palabra se ilumina cuando expresa la armonía del mundo, que es también su Verdad. El bordado es una representación de ello, y su locución se expresa por medio del color, de la textura del tejido y del brillo de las sedas, que son los elementos con los que el bordado configura su código y su mensaje tradicional.


II

Señalaremos que en antiguos manuscritos masónicos se habla de Noemá [3] como la primera tejedora. Concretamente se dice que ésta inventó el arte de tejer que hasta entonces no se conocía. Por ello –dicen los manuscritos– es que a este oficio se le llama "arte de mujer". Por otro lado, René Guénon se refiere al arte del bordado como un ejemplo de oficio exclusivamente femenino, resaltando el hecho de que estos oficios son perfectamente susceptibles de servir de soporte a una iniciación [4]. Todo ello nos lleva a la conclusión de que es a través del bordado, tomado como una parcela en el orden de los oficios femeninos, como pueda lograrse la síntesis que haga posible la transposición simbólica con el propio simbolismo de la Masonería.

Diremos que la Logia es un lugar protegido y "encuadrado" simbólica y ritualmente, donde se fijan los signos que hacen reconocible ese espacio sagrado. Asimismo, una tela dispuesta para su ornamentación, es el enmarque inicial y protector al abrigo del cual se despliegan todas las formas manifestadas de la creación del bordado. Esto es, un espacio yin (receptivo o femenino), dispuesto para atraer la energía yang (activa, masculina).

Este encuadre que circunscribe el tejido es ya un espacio cualificado por la medición y la elección de la textura de la tela, en donde la bordadora traza el orden que antes ha sido diseñado en el plano de las ideas. Esta acción que lleva a cabo la bordadora es idéntica a la del maestro arquitecto, cuyos planos y diseños geométricos son la traducción simbólica de las ideas y principios universales que se plasmarán en la construcción del edificio. La tela, que en el simbolismo geométrico se corresponde con la horizontal, representa el plano donde se describen y multiplican todas las formas indefinidas de la creación. La vertical vendría dada por la aguja, símbolo del eje que comunica entre sí los distintos planos de la manifestación. De la acción de la aguja sobre la tela (yang sobre yin, la vertical sobre la horizontal) surge el relieve del bordado, es decir el resultado final de esa unión entre complementarios.

A su vez, este encuadre que circunscribe el tejido dispuesto para el bordado, guarda una perfecta analogía con el cuadro de Logia masónico, donde se trazan los signos más significativos del grado a que este cuadro corresponda. Dicho cuadro, medido a escuadra, es decir con justa proporción, simboliza el plano en donde se hará manifiesta la inteligencia creadora. El representa una síntesis de la Logia, que es asimismo una imagen del cosmos. Los cuatro lados del rectángulo del cuadro, o análogamente del tejido, están orientados según las cuatro direcciones del espacio: Este-Oeste y Norte-Sur. Es, por consiguiente, un espacio ordenado y delimitado, y este orden es además consagrado por el rito de su trazado y de su diseño, tal y como los antiguos masones operativos lo realizaban. Aquí podemos ver una correspondencia entre el trazado del cuadro de la Logia, efectuado con una tiza sobre el pavimento, y la propia aplicación de la aguja y la hebra sobre el tejido, igualmente enmarcado como hemos dicho. En ambos casos el gesto ritual es el mismo. El masón y la bordadora cumpliendo su oficio se hacen copartícipes del "gesto" del Gran Arquitecto. Esto es, las leyes del macrocosmos adaptadas al microcosmos, que no es sino la misma cosa

De igual modo, la parte de un bordado en nada difiere del conjunto íntegro de la obra, sino que cada una de sus divisiones la contiene por entero. "La parte contiene al Todo", nos dice la Tradición. Así, en el camino hacia el conocimiento de uno mismo y del mundo, también es menester parcelar el terreno’ o campo’ de la conciencia, es decir "limitarlo" y "medirlo", plasmando en él una estructura geométrica análoga a la estructura del cosmos, lo cual se lleva a cabo a través de diferentes etapas para concluir en lo que está más allá de esos mismos límites, esto es lo supra-cósmico y lo metafísico.

La fragmentación del tejido a la que está sujeta la técnica del bordado en el bastidor, define la situación concreta en el plano o dibujo, es decir, y por analogía, la propia realidad espacio- temporal de uno mismo, evitando así la dispersión de las ideas. Es por la acción reiterada de las herramientas del oficio, el hilo y la aguja sobre la tela, como el bordado va tomando relieve. O sea, que la reiteración de aquello comprendido por el símbolo, su ritualización, conduce la mente al reconocimiento de la Idea, que configura al símbolo y al rito.

Este reconocimiento inicial que efectúa la aguja y el hilo dentro del tejido enmarcado, representa el recorrido por el laberinto de la psique, al cual el iniciado intenta poner orden. Este orden, que es también armonía, comienza a definirse a medida que la bordadora rellena los espacios de la tela. De esto se desprende que sólo aquello que uno puede nombrar (definir) es en definitiva lo que comprende, y eso es porque en el nombre de las cosas está su propia esencia, lo que en verdad ellas son. De esta manera el bordado es bello porque en él se recrea la Belleza, el Orden y la Armonía que comprendió la bordadora, siendo por eso mismo que la obra es simbólica, pues con ella transmite esa comprensión.

Hemos anotado ya que los útiles principales del oficio de la bordadora son la aguja y el hilo. La primera tiene su manejo ascendiendo desde la tela, por el eje invisible que conecta los mundos, conexión que confirma en su descenso donde traba en un punto del relieve la unión entre el plano superior y el inferior, el cielo y la tierra. Esto es, la Idea fijada en el plano concreto de las formas. Lo que equivale a decir que la comprensión de lo supra-individual, repercute inmediatamente en lo individual. La aguja, símbolo axial, cuya función es semejante también a la de la plomada, ubica la hebra conductora en la horizontal (equivalente al nivel) configurando la cruz. De arriba (del plano de las ideas arquetípicas), descienden las energías superiores que fecundan la materia, convirtiendo en acto lo que estaba en potencia, que no habrá sino de reflejar una energía en esencia inmutable.

Nos estamos refiriendo aquí al simbolismo propio del bordado efectuado sobre bastidor, en el cual, como decimos, la aguja asciende verticalmente y desciende de igual modo. Este doble recorrido que hace la aguja, tiene su inicio en la parte inferior e interior de la tela, donde fija la hebra por medio de un nudo. Esto significa que todo proceso iniciático parte del lugar más oculto del ser. De su propio corazón. De no ser así el intelecto creador no podría renacer a la luz de su realidad. El nudo representa el enganche con la tradición y la fe intrépida, sin la cual el camino se convierte en un viaje hacia otra parte de las tinieblas, quizá mucho más oscuras y lúgubres del ser humano; son las tinieblas sin retorno a que conduce la mente desposeída del sentido sagrado de la existencia. Este primer nudo con que da inicio toda labor de bordado, equivaldría a la "piedra de fundamento" en el simbolismo constructivo. Es decir la primera piedra con que se da inicio a la obra.

La hebra queda así sujeta desde lo invisible, o sea por debajo de la tela, hasta lo visible, por encima de ella. Al descender, la aguja atraviesa el tejido, quedando nuevamente oculta, pero no así el relieve creado. En verdad, los útiles o los símbolos de toda vía iniciática son únicamente mediadores, pero nunca un fin en sí mismos, y estos dejan de ser necesarios cuando se llega a encarnar la idea que están representando, dando nacimiento a la verdadera libertad del ser, integrado conscientemente en la trama del universo. Esto sucede al ritualizar todas las acciones, es decir al participar del orden del mundo, análogo al de la Gran Obra, lo que en la simbólica del bordado está representado por el ritmo (rito) de ascenso y descenso de la aguja, recreando, por la sucesión cíclica de los puntos, la manifestación del bordado.

En la ornamentación, trabajada sin bastidor, la acción de las herramientas del oficio permiten la descripción de otros símbolos geométricos, tales como el círculo [5], la espiral [6], la cruz [7], el triángulo [8], y tantas otras como sugiera el tipo de punto con que se efectúe la labor. Esto puede ser así debido a la ductilidad de la tela no tensada por el aro o marco del bastidor. Como vemos cada tipo de punto o técnica aplicado a este oficio tiene una sugerencia particular. El arte de la bordadora consiste en tornarse hebra, revestir su alma de brillo y de color, y penetrando con la aguja la trama y la urdimbre del tejido universal ir reconociendo su propio ensamblaje con el resto de la creación. Siendo que todos los seres conforman el rico y majestuoso bordado de la existencia.

Lo que decimos no necesita mayor exposición para comprobar que este oficio es un soporte totalmente válido para la meditación. O lo que es lo mismo, una auténtica vía simbólica de acceso al Conocimiento, ya que su estructura es un perfecto diseño de la realidad del Orden Universal al que por analogía está representando.

Hemos dicho que el hilo es el conductor de la obra, lo que la encadena y al mismo tiempo la une. Significa que para que se produzca una auténtica regeneración de la mente, uno debe comprometerse firmemente con la Tradición, aplicando su capacidad intelectual en descifrar los códigos simbólicos que la representan. Estando firmemente convencido que existe un mensaje revelador de la Verdad, de la Unidad que da la vida y la ordena. Una vez admitido que este mensaje está contenido en cada símbolo, inmediatamente uno debe sentir la imperiosa necesidad de descifrarlo. Lo que exige un estado permanente de vigilia.

Este primer nivel de reconocimiento de uno mismo, se corresponde con el primer trazado de la hebra sobre la tela, ya que el bordado sin bastidor no se trabaja por partes conclusas, sino que su desarrollo se efectúa a través de diferentes etapas [9] es decir, que por el plano del dibujo deben hacerse varios recorridos, tantos como colores y tipos de punto vaya a contener la obra, pasando así de la multiplicidad de todas sus formas a la unidad del conjunto del bordado. Decimos que este primer trazado encuentra su correspondencia simbólica con la iniciación masónica, durante la cual el recipiendario entra por primera vez en la Logia, y antes de recibir la Luz solicitada, efectúa un primer recorrido por el plano del Templo, tomando noción de sus proporciones y medidas que son análogas a las del cosmos. Por ello, al cruzar la "puerta estrecha" que separa el mundo profano del sagrado, el recipiendario penetra en el orden de su propio universo, el que recorre como neófito, es decir como nuevo nacido. 

La segunda etapa del bordado consiste en el relleno de otros espacios del tejido, ya cualificados por el primer recorrido del hilo sobre él. La semilla que ya fue plantada ha brotado y comienza su crecimiento. El viaje hacia el centro de uno mismo aparece ya definido en su estado individual y humano, y es tiempo de ver resultados. Estos no se logran sino hay una realización efectiva, esto es, entregándose abiertamente y sin reservas a la obra. La multicolor belleza con que se expresa la manifestación, nacida de su realidad invisible, muestra su exuberancia sólo cuando se la recrea. No es sino la libre elección que uno hace a través de su inteligencia, la que permitirá que la venda caiga de sus ojos, y goce con ella.

Asimismo, este segundo viaje que realiza la aguja, reafirmada en la hebra, guarda estrecha relación con el segundo grado masónico, el de compañero. Este, que ya ha sido instruido en su etapa de aprendiz, descubierta y desbastada su piedra bruta, se encuentra ahora capacitado para efectuar su tallaje, para lo cual tiene el apoyo de las herramientas propias del oficio, diseñadas especialmente para hacer más fácil su trabajo. Este segundo nivel en el bordado se hace al amparo del primero, es decir que es gracias a una primera toma de conciencia, a un compromiso adquirido con uno mismo y con la Tradición, como se hace posible que la conciencia ascienda a otros niveles de comprensión. Simbólicamente, esto podría describirse mediante una espiral de movimiento centrípeto que encuentra su centro en el corazón mismo del ser humano, donde reside la verdadera intuición intelectual.

La plancha de trazar, la tela, que aparecía "blanca" al principio, es decir virgen, toma las formas que la artesana borda sobre ella, formas que han sido realizadas siguiendo los planos del Gran Arquitecto del Universo. La bordadora no hace sino imitar esos planos, siendo ese trabajo un viaje por la trama y la urdimbre del tejido universal. Contando y midiendo (numerando y geometrizando) en un pequeño espacio (el del bordado, en este caso), las medidas y proporciones del cosmos, el resultado habrá de ser una obra hecha conforme al Plan Divino, en la que la bordadora también está incluida.

La culminación de la obra artesanal se produce tras el último recorrido que la aguja y el hilo efectúa por la tela. Esta fase corresponde al relleno de los espacios más pequeños, aquellos más internos del "mandala" del bordado y de la existencia. Son los puntos que concluyen la obra, dándole su verdadera unidad por la complementariedad de todas sus partes, a las que el hilo, conducido por la aguja encadena y conecta con su principio; es decir, la idea de donde surgieron, la no forma. Dicho de otra manera: que todas las partes del ser individual coexisten y quedan resueltas en el Ser Universal, Principio y Fin de todas las cosas.

Es así, como ocurre en la elaboración del propio bordado, que toda vía iniciática consta de diversas etapas de realización, las cuales van señalando la paulatina integración de todos los estados del ser, ligándolos a su unidad. Esa Unidad es como el ornamento del bordado al que nada se le puede restar o añadir, y que no guarda diferencia con ninguno de sus puntos, de los cuales no es posible prescindir una vez terminada la obra, compuesta por todos los colores y matices, todas las formas y sus relieves. Por tanto, el acabado del bordado es la expresión máxima dentro de este arte, por tratarse de la recreación de la Gran Obra, la del Supremo Hacedor, en la que todos los seres están insertados como lo están los hilos del bordado.

Pero el trabajo de la bordadora no concluye al término de su obra, como tampoco la creación está acabada, sino que ésta continúa haciéndose a cada instante. El hilo, conductor de su viaje por los diferentes planos de la existencia, es el símbolo de su propia alma, y esta no puede quedar sujeta a ninguna forma o imagen determinada. Significa que la bordadora no debe identificarse con su obra, ya que de ser así coartaría su libertad y en consecuencia su propia realización, pues lo que hace a la obra "perfecta" es aquello que no está incluido en ella, ni forma parte de ningún elemento de los que la componen, pero que sin embargo es lo que le da toda su realidad. "El principio de una cosa no es ni una de sus partes entre las otras ni la totalidad de sus partes, sino aquello en que todas las partes se reducen a una unidad sin composición" [10]. La belleza del bordado es solamente una envoltura de la verdadera Belleza y ésta no está encadenada a la existencia relativa, sino que es la Existencia misma que trasciende toda dualidad, que es también toda ilusión y toda forma. El bordado representa uno de los velos de Maya la diosa hindú, hacedora de las formas, que es también el Arte con el que el Gran Arquitecto realiza la obra de la creación. Detrás de esos velos se halla el misterio de la vida. Por ello el verdadero trabajo de la bordadora no debe tener otra finalidad que la de ir descorriendo esos velos, con la esperanza de hallar el Conocimiento, e identificarse con la realidad que emana de él.

Notas:

[1] El brocado es la técnica de aplicar hilos de colores durante la propia elaboración del tejido, de modo que estos hilos formen diseños sobre él.
[2] Oswald Wirth a propósito de la iniciación femenina dice: Hace falta mujeres con coraje capaces de rescatar el simbolismo de la aguja.
[3] Noemá, hermana de Tubalcaín, ambos hijos de Sela y de Lamec, de la descendencia de Caín (Génesis IV). Es de destacar, en este sentido, la imagen de Eva con una rueca, tal y como se ve en uno de los capiteles del claustro del monasterio de San Juan de la Peña.
[4] Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage (tomo II, cap. "Initiatión fémenine et initiations de métier").
[5] En el punto llamado de "cadeneta" "vainica" "creta" y otros.
[6] En el punto de "nudos" en el que la hebra se enrosca a la aguja como una serpiente, que es también la imagen del Arbol de la Vida, eje del mundo con la serpiente enroscándose a su alrededor. Esta geometría nos lleva de nuevo a la correspondencia con el trazado del cuadro de la Logia.
[7] En el punto llamado "de marcar" o "de cruz".
[8] En el punto "rumanía".
[9] Conviene aclarar, que cuando el bordado es unicolor y trabajado a un sólo punto, las fragmentaciones de la tela ya sean en bastidor o fuera de él, son acabadas en cuanto a su porción se refiere. Esto no es así cuando la tonalidad del bordado es variada. En este caso cada color implicado en el diseño de la labor, se hace por separado.
[10] Ananda Coomaraswamy, citado por René Guénon en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. XLIII: "La piedra angular".



viernes, 28 de agosto de 2015

El Templo de Salomón y el Nombre; por Raimon Arola

Capítulo V de Simbolismo del Templo. Una alegoría de la creación. Ed. Obelisco, Barcelona, 2001.


El sabio rey Salomón le dijo a Hiram, rey de Tiro:

«Tú sabes que mi padre David no pudo edificar una Casa al Nombre de IHVH su Dios, a causa de las guerras en que sus enemigos le cercaron, hasta que IHVH los puso bajo las plantas de sus pies. Ahora IHVH mi Dios me ha concedido paz por todos los lados; no hay adversario ni maldad. Ahora me he propuesto edificar una Casa al Nombre de IHVH mi Dios según lo que IHVH dijo a David mi padre: “El hijo tuyo que yo colocaré en tu lugar sobre el trono edificará una Casa en mi Nombre» (I Reyes, V, 17-19).

El templo de Salomón está en Jerusalén, palabra que, etimológicamente, significa «fundación de paz», cuando el pueblo de Israel consigue la paz en su alrededor, el Señor (IHVH) se instala en el centro de su tierra, en Jerusalén; como está dicho: «pues de Sión saldrá la Torah y la palabra de IHVH de Jerusalén» (Is. XI, 3), y también: «En Jerusalén pondré mi Nombre» (II Reyes, XXI, 5). Toda la exégesis hebraica está basada en el Nombre del Señor; esta misma idea la encontramos en un comentario de E. H.:

«Los Antiguos enseñaron que, por la transgresión de nuestros primeros padres, el Nombre Divino fue partido en dos. Las dos primeras letras se separaron de las dos últimas. Desde entonces, estas dos partes que están vivas se buscan eternamente, errando por los mundos. La obra de la cábala es reunirlas, también se la denomina marial o mesiánica. Las dos primeras letras IH forman la palabra Ia. Está en el cielo donde sueña eternamente, siempre insatisfecha. En hebreo son la iod y la he. Las dos últimas letras son V y H. Se pronuncian Hu, lo que significa en hebreo “Él”. Están en este mundo de exilio con el hombre que posee el sentido y la palabra, pero extraviados y reducidos a la dimensión de exilio. Las dos primeras son un ser afeado por la concupiscencia de lo sensible en exilio. Tales son el cielo y la tierra que debemos reunir para formar el reino, los cristianos dicen en sus plegarias: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo…” para no hacer de ellos más que una única cosa. Por esta razón encontramos en Deuteronomio (VI, 4): “Escucha, Israel, IHVH nuestro Dios, IHVH es uno”. Esto no significa que esté solo, sino que viene a ser como si dijera: deja a los demás pueblos venerar a un Dios inaccesible en el cielo o posternarse ante un ídolo terrestre impotente. Tu Dios, el tuyo, Israel, es la unión del cielo y la tierra, por ello es uno, porque está reunificado». [1]

Explican los sabios antiguos que la separación en dos partes del Nombre de Dios, se produjo al destuirse el Templo de Jerusalén; cuando el templo existía, el Nombre de Dios, IHVH, era pronunciado una vez al año por el Sumo Sacerdote en el sanctasantorum del templo; al destruirse el templo, el Nombre no se puede pronunciar, ya que para ello necesita el lugar apropiado donde se unen el cielo y la tierra. En el exilio, el Nombre se puede describir, pero no decir, pero no decir, por esto los hebreos leen el Tetragrama, IHVH, como Adonai (que significa «Mi Señor») o como Hashem (que significa «el Nombre»). Así pues, para poder reunificar las dos partes del Nombre necesitamos encontrar el templo, el lugar donde unir el cielo y la tierra.

El templo es la envoltura del Nombre, como se puede ver claramente en las mezquitas, donde sólo hay, en dirección a la Meca, el Corán y las cuatro letras del nombre de Allah; aquello que contiene el templo, su simbolismo, es estrictamente, la presencia del Nombre. Por el conocimiento del Nombre no s ligamos con la perpetua creación de Dios, y esto quiere decir que el Nombre puede reconstruir el templo primero y arquetípico, que su sonido engendra el orden perfecto y sincrónico. Volveremos en más de una ocasión sobre este Nombre. Veamos a este respecto un resumen que hace J. Peradejordi en el prólogo de la edición española de Las enseñanzas de Jesucristo a sus discípulos, dice así:

«En el esoterismo musulmán aparecen infinidad de alusiones al Nombre de Dios. Uno de los más famosos dichos o tradiciones del Profeta dice que “Dios tiene 99 nombres, 100 menos 1; aquel que los conozca entrará en el Paraíso. Estos 99 nombres están escritos, diseminados a lo largo del Corán, pero existe un centeavo nombre, el Nombre de Dios, que otorga a aquel que lo conoce la omnipontencia, y éste no está escrito…” Recordemos también aquí la parábola evangélica de las 99 ovejas que el pastor deja para ir a buscar la centeava (Mt. XVIII, 11 y ss.). Este nombre, esta palabra, este verbo, parece ser el gran secreto que se transmitían los iniciados de boca a oreja, se trataría también de una “cosa” (en hebreo la palabra dabar significa tanto palabra como cosa) que se transmitían los kabalistas de mano a mano y que no aparece en los libros, aunque éstos, se sobreentiende, no hablan más que de ella. Como nos demuestran los ejemplos que siguen: “De todo lo que hay escrito en mis libros, anda hay como esta palabra” y “No descubráis esta cosa a aquellos que no podrían soportarla o guardarla”.» [2]


Notas:
[1] «Introducción al Riquete del Copete según el sentido cabalístico» en La Puerta, num. 13, 1983, pp. 28-29.
[2] Ed. 7 ½, Barcelona 1980, p. 13

sábado, 15 de agosto de 2015

Templum y Tempus; por Raimon Arola

Capítulo IV de Simbolismo del Templo. Una alegoría de la creación. Ed. Obelisco, Barcelona, 2001.


Con el árbol de la ciencia del bien y del mal,
en el que pecó el primer hombre,
creó Dios el tiempo.[1]

Pico de la Mirandola

La etimología de la palabra templum se fue ampliando, en un proceso natural, de la significación de un espacio dividido de una determinada manera, a la de tempus, tiempo, al relacionarse una determinada zona del cielo (por ejemplo: oriente) con una determinada hora del día (por ejemplo: la mañana); de esta identificación se pasó a la concepción general del tiempo. El tiempo y el templo tienen una misma raíz epistemológica. No nos puede extrañar después de haber comprendido la dualidad como la consecuencia del concepto fundamental del templo; esta dualidad se alarga a los ciclos temporales: día-noche, invierno-verano, etc.

Cualquier cosa divisible en partes, que es graduable, medible, o regulable, convive con el sentido etimológico de la palabra templum como lo que es demarcable, lo cortado. A la vez que con esta palabra entendemos un edificio espléndido y ornamentado, hemos de entender también un tiempo, una temperatura, una templanza, etc. A propósito de la templanza, R. Llull escribe: «Templanza es frenar queriendo estar entre dos extremidades contrarias a la cantidad, o si tu hijo, quieres templanza, te conviene multiplicar lo menor y minvar (reducir) lo mayor». [2]

No podemos dejar de mencionar aquí la carta del Tarot número catorce que se llama, justamente, la Templanza; representa a una mujer alada que está vertiendo agua de un ánfora o jarra azul a otra roja; J. Peradejordi explica brevemente su simbolismo:

«Dado el color de las ánforas, parece como si el ángel de la Templanza estuviera vertiendo la quintaesencia celeste en el recipiente terrestre. Que se trata de una quitaesencia, nos lo indica la flor de cinco pétalos que la mujer lleva sobre la cabeza. La jarra azul se encuentra más arriba que la roja, quizá para indicarnos que la gracia o misericordia ha de superar el rigor o la ira para que exista el equilibrio. En este caso la dulzura de la gracia está templando y dulcificando el rigor. Espiritualmente, éste parece ser el resultado de la contemplación que, en su etimología –que es la misma que la palabra templanza— indica, se realiza en el interior, en el secreto del templo» [3].

En una reflexión del Timeo de Platón, vemos cómo el Templo de Dios se organiza tanto en el espacio como en el tiempo:

«Lo que en realidad era eterno era la sustancia del Viviente modelo, y era imposible adaptar enteramente esta eternidad a un mundo generado. Por esta razón su autor (Zeus) se propuso hacer una imitación móvil de la eternidad y, mientras organizaba el cielo (el universo), hizo, a semejanza de la eternidad inmóvil y una, esta imagen semieterna que progresa según la ley de los números: eso mismo que nosotros llamamos tiempo.» [4]

Platón explica a continuación cómo a partir del movimiento de los astros se condensa el orden del cielo en la tierra, de manera que la realidad es como una armonía (templanza) entre las tensiones opuestas: esta armonía es el logos, la sofía, el orden perfecto y sincrónico hecho según los movimientos del cielo. Es lo que podemos entender por la «Ciencia de Dios».

Numerosas pinturas medievales representan a Dios con un compás dibujando un mundo; es el Gran Arquitecto que da forma a su creación, la forma de su Sabiduría, haciéndola a su imagen y semejanza. Es el Dios creador que dibuja el Adán, el Jardín del Edén, las palabras que están escritas en su Ley, la Torah, que dibuja el Templo de Salomón; ya lo hemos visto anteriormente, no hay una diferencia de contenido en estas imágenes simbólicas de la creación; el logos divino se coagula en ellas, de manera que éstas forman su creación perfecta y espléndida. Pero un día el hombre peca, el Jardín se pierde, las palabras de la Ley no se entienden y el Templo de Salomón es destruido por los extranjeros. El orden perfecto y sincrónico del Gran Arquitecto del Universo se vuelve diacrónico, la perfección pierde el punto templado de equilibrio y se pierde la armonía en la mezcla de los contrarios.

Al reflexionar sobre el templo interior, no podemos sino partir del templo destruido, de la vida en el exilio; sin duda, sería interesante hablar y recopilar datos del sentido y la forma que debía tener el santo Templo de Salomón, buscarlo arqueológicamente, pero sería una tentativa inútil. Si queremos conocer el Templo de Salomón, lo hemos de reconstruir; tenemos que entender que esto es posible, que aquello está destruido y caído coexiste con aquello que es perfecto y sincrónico; el Templo de Salomón, el Adán glorioso, están, desde la caída, dormidos y escondidos, pero no han desaparecido, no han dejado de ser. El problema consiste en reencontrar la realidad escondida por la mala formación y no buscarla en el pasado como una cosa que ya no es. Como escribe R. Guénon:

«Dios, por el hecho mismo de que no está en el tiempo crea el mundo “ahora” igual que lo ha creado y lo creará; el acto creador es realmente intemporal, y somos nosotros, únicamente, los que lo situamos enuna época referida al pasado, o los que nos representamos, ilusoriamente, con el aspecto de una sucesión de hechos, lo que es esencialmente simultáneo en la realidad principal. En el tiempo, todas las cosas se desplazan incesantemente, aparecen, cambian y desaparecen; en la eternidad, por el contrario, todas las cosas permanecen en un estado de inmutabilidad; la diferencia que hay entre uno y otra es propiamente la del “devenir” y el “ser”». [5]

O dicho de otro modo con las palabras del Maestro Eckhart:

«Dios crea el mundo entero ahora, en este instante. Todo cuanto Dios creo hace seis mil años y más, cuando creó el mundo, lo crea instantáneamente ahora… donde el tiempo no entró nunca y donde nunca se vio forma alguna… Hablar del mundo como si fuera creado por Dios ayer o mañana sería para nosotros una locura; Él crea el mundo y todas las cosas en este Ahora presente». [6]

Pensar que el Templo de Salomón, el Paraíso, o el Adán fueron creados en una época y que ahora no son, que podemos hablar de los arquetipos como si fueran pasado, simbólicamente es una locura o una estupidez; buscar el Templo de Salomón entre los residuos de piedra significa no entender de qué templo se está hablando. El templo de Salomón es el templo perfecto y sincrónico que dibuja Dios al crear el mundo, es su acto puro para configurar su morada. Este acto no está en la historia, en la cronología; este acto, esta división-temporalización de su Unidad escondida, se da ahora, en este instante, pero no lo sabemos ver, ya que percibimos sólo con los ojos externos y, de esta manera, es imposible «ver» el Templo de Salomón, y una ridícula pretensión querer hablar de los contenidos simbólicos del templo.

También es cierto que esta visión no depende de nosotros, por lo que sólo podemos citar a aquellos que han visto el templo en vida; hemos apuntado, no obstante, esta reflexión, la hemos hecho en voz alta, porque a partir de ella podemos hablar del templo de Salomón como de una cosa viva, no buscándolo arqueológicamente sino entendiéndolo, fundamentalmente, como el templo interior. El templo de Salomón es el único objeto de nuestro deseo, algo que está por venir y que esperamos ansiosos, la posibilidad de acercarnos al reino de los arquetipos eternos y salir, de una vez por todas, de este mundo perdido. Evidentemente, nos encontramos, más cerca de la magia que de la ciencia; intentamos invocar algo, lo intentaremos con todas nuestras fuerzas, para que la gracia que está arriba baje, y se desvele ante nuestros ojos.

Quizás el primer aspecto del templo del que deberíamos hablar es el templo-fortaleza o muralla que nos protege de las fuerzas del mal que continuamente nos tientan para poder fijar su espíritu errante en nosotros. Este templo-fortaleza, que nos resguarda de las cosas de este mundo y nos dirige hacia las cosas del mundo por venir es como el círculo que los magos trazaban a su alrededor que impedía la entrada a los seres de la muerte, esto es, seres que buscaban el desorden y la disolución. Dentro de este círculo que tiene escrito el sincronismo universal, está el lugar esperado, en que el cielo se puede unir con la tierra, y la tierra con el cielo. Dentro de este círculo está situado el Templo de Salomón.

Notas:
[1] Conclusiones mágicas y cabalísticas, (XLVII, 5), Ed. Obelisco, Barcelona, 1982, p. 51.
[2] Doctrina Pueril, Ed. Barcino, Barcelona, 1972, p. 139.
[3] El libro de Toth, Ed. Obelisco, Barcelona, 1981, p. 59.
[4] Timeo, 37-d, Ed. Aguilar, Buenos Aires, 1981, p. 106.
[5] Citado por A. K. Coomaraswamy en El tiempo y la eternidad, Ed. Taurus, Madrid, 1980, pp. 8-9.

[6] Ibid. p. 115.

sábado, 25 de julio de 2015

Templo y Cosmos; por Jean Hani

Cap. III de El Simbolismo del Templo Cristiano, José J. de Olañeta, Editor; 2000; Palma de Mallorca.

Todo edificio sagrado es cósmico, es decir que está hecho a imitación del mundo: «La iglesia, dice San Pedro Damián, es la imagen del mundo.» Porque nuestro cuerpo está vinculado al mundo y debemos rogar a Dios en nuestra propia condición corporal [1]. Esta imagen es, en primer lugar, una imagen «realista», en el sentido de que, en los muros y pilares de la iglesia están representados la tierra y el sol, los animales y las plantas, los trabajos del hombre y las distintas condiciones sociales, la historia natural y la historia sagrada, de forma que ha podido decirse de las catedrales que eran enciclopedias visuales. Pero éste no es más que un aspecto exterior –y propio, sobre todo, de los grandes edificios— de lo que San Pedro Damián quiere decir. El templo no sólo es una imagen «estructural», es decir que reproduce la estructura íntima y matemática del universo. Y en ello reside el origen de su sublime belleza. Pues la belleza de las formas, dice Platón en el Filebo (51 C), «no es lo que entiende el vulgo generalmente por este nombre, como por ejemplo la de los cuerpos vivos o su reproducción, sino que es lo rectilíneo y circular, hecho por medio del compás, el cordel y la escuadra… Y estas formas no son, como las demás, bellas en determinadas condiciones, sino que son siempre bellas en sí mismas».

La forma cuadra de la Jerusalén celeste (Apoc. 21, 12 ss.), de la que hablamos antes, está directamente relacionada con el propio principio de la arquitectura de los templos. Toda arquitectura sagrada se reduce, en realidad, a la operación de la «cuadratura del círculo» o transformación del círculo en cuadrado. La función del edificio comienza por la orientación, que es ya en cierto modo un rito, pues establece una relación entre el orden cósmico y el orden terrestre o, aun, entre el orden divino y el orden humano. El método tradicional y, podemos decir, universal, pues se le encuentra dondequiera que haya una arquitectura sagrada, fue descrito por Vitrubio y fue practicado en Occidente hasta el fin de la Edad Media: los cimientos del edificio se orientan hacia un gnomon que permite localizar los dos ejes (cardo, norte-sur, y decumanus, este-oeste). En el centro del emplazamiento escogido se levanta un palo, alrededor del cual se traza un gran círculo y se observa la sombra que se proyecta sobre este círculo; la separación máxima entre la sombra de la mañana y la de la tarde, inclina el eje este-oeste, y dos círculos centrados sobre los puntos cardinales del primero indican, por su intersección, los ángulos del cuadrado. Este último es la cuadratura del círculo solar [2]. Es importante recordar de forma precisa las tres operaciones de la fundación, a saber: el trazado del círculo, el trazado de los ejes cardinales y la orientación y el trazado del cuadrado de base, pues ellas son las que determinan el simbolismo fundamental del templo, con sus tres elementos correspondientes a las tres operaciones: el círculo, el cuadrado y la cruz, por mediación de la cual se pasa del primero al segundo.

El círculo y el cuadrado son símbolos primordiales. Al nivel más elevado, en el orden metafísico, representan la Perfección divina bajo sus dos aspectos: el círculo o la esfera, en la que todos los puntos están a la misma distancia del centro, que no tiene principio ni fin, representa la Unidad ilimitada de Dios, Su Infinidad, Su Perfección; y el cuadrado o el cubo, forma de todo cimiento estable, es la imagen de Su inmutabilidad, de Su Eternidad [3]. A un nivel inferior, en el orden cosmológico, estos dos símbolos resumen toda la Naturaleza creada, en su ser mismo y su dinamismo: el círculo es la forma del cielo, más en particular de la actividad del cielo, instrumento de la Actividad divina, que rige la vida en la tierra, la representación de la cual es un cuadrado porque, respecto al hombre, la tierra es, en cierta forma, «inmóvil» y pasiva, y «se ofrece» a la actividad del Cielo. Hay aquí un doble simbolismo, cosmológico y ontológico a la vez: el Cielo y la Tierra –orden cosmológico— son las formas exteriores, el último grado si se quiere, de la Manifestación o Creación, los dos polos de la cual los constituyen la Esencia universal y la Substancia universal, representadas en el orden corporal por el Cielo y la Tierra, respectivamente. El hombre es el centro de esta creación, él la sintetiza y establece un vínculo entre lo Alto (Esencia-Cielo) y lo Bajo (Substancia-Tierra); y esta relación viene simbolizada, precisamente, por el signo de la cruz. Veremos en seguida las consecuencias que se pueden sacar de esta comprobación. Si trasponemos este simbolismo «estático» a su forma «dinámica», vemos que el círculo celeste engendra, en su movimiento, el ciclo temporal [4], el cual se extiende a partir de su polo superior (correspondiente al cielo) en dirección a su polo inferior (correspondiente a la tierra), o, si se quiere, de la esfera, la forma menos especificada y la más perfecta, al cubo, la forma más especificada y la más «pesada»; el eje vertical que los une mide la extensión misma del cosmos y del tiempo. A esta función del círculo en el origen de la creación es a la que alude la Escritura cuando hace decir a la Sabiduría: «Yo estaba presente cuando Dios dispuso los cielos y trazó un círculo sobre la faz del abismo» (Prov. 8, 27; cf. Job 26, 10). Esta relación entre el orden cósmico y el orden arquitectural está magníficamente resumida en esta fórmula lapidaria grabada en una de las paredes del templo de Ramsés II: «Este templo es como el cielo en todas sus disposiciones.»

Este punto de vista hace resaltar la superioridad del círculo –el cielo- sobre el cuadrado –la tierra—. Pero desde otro punto de vista, el cuadrado, que metafísicamente simboliza la Inmutabilidad divina, es superior al círculo en cuanto es imagen del movimiento indefinido. Este punto de vista es qle que domina en la arquitectura, cuya cualidad dominante es la «estabilidad», sin excluir, claro está, el otro aspecto del simbolismo, como tendremos ocasión de demostrar. Desde el último punto de vista, que valoriza el «cuadrado», puede decirse que la construcción del templo fija o «cristaliza» en el cuadrado los ciclos temporales, movimiento circulares.

Ambos puntos de vista se aplican perfectamente a la «Jerusalén celeste» del Apocalipsis, prototipo del templo cristiano. El ángel «me mostró, dice San Juan, la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, del lado de Dios» (Apoc. 21, 10), y algo más adelante: «la ciudad es cuadrada» (21, 16). Así, el movimiento de descenso de la ciudad corresponde al primer punto de vista, el cual gobierna el rito de fundación: Jerusalén «desciende del cielo» (circular), «del lado de Dios», a la tierra, en la que ella aparece como un cuadrado que es el reflejo de la actividad del Cielo, del mundo divino. Pero, desde el segundo punto de vista, este cuadrado representa la cristalización de los ciclos, del desarrollo temporal, cosa que prueban ampliamente las doce puertas dispuestas tres a tres a los lados del cuadrado, y que corresponden a los signos del Zodíaco; volveremos a hablar de ello, por otra parte, cuando tratemos de la puerta de la iglesia: se trata de una transformación del círculo zodiacal consecutiva a la detención de la rotación del mundo y a su fijación en un estado final que es la restauración del estado primordial [5]. Por otra parte, podemos notar, a este respecto, la correspondencia que existe, a ambos extremos del ciclo temporal, entre el Paraíso terrenal y la Jerusalén celeste; el Paraíso es circular, en cuanto reflejo directo del cielo, pero está divido por la cruz de los cuatro ríos, con el Árbol de la Vida marcando el centro. Este árbol también está en el centro de la Jerusalén celeste, y también se encuentran en ella los cuatro ríos, pues se dice que fluyen de la montaña que en el Cordero señorea sobre el Libro sellado. El paso del círculo al cuadrado representa la rotación temporal del mundo y su detención, que es al mismo tiempo la transmutación de este «siglo» en «siglo futuro».

Esta relación del círculo con el cuadrado, o de la esfera con el cubo, es realmente el fundamento de la arquitectura sagrada, aquel a partir del cual se concibe y se realiza todo el edificio. En efecto, si pasamos del plano horizontal, que nos ha ocupado hasta este momento, al plano vertical, y, al mismo tiempo, de la geometría plana a la geometría del espacio, comprobamos que todo el edificio se reduce al esquema de la cópula y el cubo. La cúpula, o bóveda, remata el «cubo» de la nave, como el cielo físico «se asienta» sobre la tierra; y ésta es la razón por la cual, antiguamente, la mayoría de las bóveda eran pintadas de azul y consteladas de estrellas. Siguiendo la vertical que asciende del pavimento a la bóveda, en un movimiento inverso a aquel que regía el rito de fundación, se pasa del «cubo» a la «esfera», es decir, del estado terreno al celeste. La mirada del fiel, siguiendo esta dirección, encuentra ahí el símbolo de su ascensión espiritual. Así, el dinamismo interno del templo sirve de sostén y de guía de oración y a la meditación. La línea vertical es la dirección del cielo. Hacia lo alto es hacia donde uno alza los ojos para orar, hacia donde la hostia es elevada en ofrenda; y de lo alto es de donde desciende cual lluvia, la bendición divina. Esta dimensión es aquella según la cual Dios desciende en el hombre, y según la cual éste se eleva hacia Dios. En algunos edificios, un detalle ornamental hace resaltar la alusión a esa ascensión espiritual: la cúpula del crucero está a menudo rematada por una cruz o una aguja esbelta que materializa el eje de la bóveda, lo cual significa la salida del cosmos, a imitación de Cristo, quien, en el momento de la Ascensión, subió «por encima de todos los cielos» [6]. El esquema cúpula-cubo se repite en los campanarios, esté la torre rematada por un luquete, lo cual es raro en Occidente, o lo que esté por una «pirámide» octogonal o hexagonal, cuya forma constituye una fase intermedia del paso de la esfera al cubo.

El elemento esférico y celeste de la cúpula y de la bóveda se refleja, en el plano horizontal, en el semicírculo del ábside, el cual es, en la tierra, el lugar más «celeste», el que corresponde al Santo de los Santos del templo de Jerusalén, al Paraíso y a la Iglesia triunfante. Para acentuar mejor el carácter celeste del ábside, en Issoire, el presbiterio circular tiene esculpidos exteriormente los doce signos del Zodíaco. Al prolongar este semicírculo el rectángulo de la nave, vemos cómo la traza de base de tipo basilical es una proyección plana del volumen vertical del edificio. El eje de la nave, que va de la puerta al santuario, es, pues, la proyección plana del eje vertical, que va del suelo a la bóveda, de la tierra al cielo; por este motivo representa la «Vía de la salvación».

Lo mismo ocurre con el pórtico, que es un rectángulo rematado por una cimbra; y con el ciborio, que corona el altar, y que está constituido por una cúpula que descansa sobre cuatro columnas. En este último caso, se ha percibido realmente que la cúpula representa el cielo, puesto que, a veces, se le ha pintado de azul y constelado de estrellas al igual que la bóveda de la nave; así, por ejemplo, el ciborio levantado sobre la cuba del Baptisterio de Dura Europos (siglo III).

El edificio sagrado aparece, pues, como una variación sinfónica del mismo tema arquitectural, repitiéndose, sumándose indefinidamente a sí mismo, para recordar el simbolismo fundamental del templo: la unión del cielo y la tierra, el «tabernáculo de Dios entre los hombres», como lo ha cantado magníficamente San Máximo el Confesor en su Poema sobre Santa Sofía de Edesa:

«Es algo realmente admirable el que, en su pequeñez, (este templo) sea semejante al ancho mundo…»
»He aquí que su techado se extiende como los cielos: sin columnas, abovedado y cerrado; y, además, (está) adornado con mosaicos de oro, como lo está el firmamento con estrellas brillantes.
»Y su cúpula elevada es comprable a los cielos de los cielos. Y, semejante a un casco, su parte superior descansa sólidamente sobre su parte inferior.
»Sus arcos, amplios y espléndidos, representan los cuatro costados del mundo; y se asemejan, además, por la variedad de sus colores, al arco glorioso, el de las nubes.»

La alusión que hemos hecho al eje vertical de la bóveda nos lleva a volver sobre un aspecto, que hemos descuidado hasta ahora, del rito de fundación. Hemos dicho, en efecto, que la primera operación consistía en trazar sobre el terreno un gran círculo rector, a partir de un centro señalado por un palo. Este último es él mismo un eje y representa el futuro eje vertical del edificio; veremos toda la importancia de esta observación al hablar del altar. Contentémonos, por el momento, con considerar la operación misma. Ella constituye la fijación de un centro, y, en el simbolismo arquitectural, ese centro es considerado el centro del mundo: es un omphalos. Cualquier punto de la superficie terrestre puede, en realidad, ser tomado como el centro del mundo, pues todas las líneas verticales irradian desde todos los puntos dela tierra hacia el cielo, y la distancia a los astros es «infinita». Cuando se ha escogido el centro y se lo ha puesto en relación, por la orientación, con el ritmo celeste, queda realmente asimilado al Centro del mundo, a ese eje inmóvil alrededor del cual gira la «rueda cósmica». Este centro, este eje, simboliza el Principio divino que se actúa en el mundo, Dios «motor inmóvil». Es un punto sagrado, el lugar en el que el hombre entra en contacto con la Divinidad, y ésta es la razón por la cual todas las ciudades santas, así como todos los templos, están situados simbólicamente en el «centro del mundo»: éste es el caso de Jerusalén, que era, también, un reflejo de la Jerusalén celeste. [7]

La determinación de un centro y la orientación dan al edificio todo su sentido. Y esto es lo que nos permite justificar el simbolismo cósmico de la arquitectura, el interés del cual no parece evidente hoy, quizás, a muchos espíritus. La Iglesia, al ser una cruz cardinal orientada y centrada, sacraliza realmente el espacio. Ella es el omphalos de la ciudad sobre la que irradia, como la catedral es el omphalos de la diócesis, la primada, el de la nación, y la basílica papal, el del universo.


Notas:
[1] Precisemos: el templo es una imagen del mundo, pero porque el mundo es sagrado en cuanto obra de Dios. El templo hace explícita, pues, la imagen del mundo transcendente, en Dios, el cual es la esencia constructiva del cosmos.
[2] En la mayoría de las iglesias de Occidente, la traza de base no es un cuadrado, sino un rectángulo flanqueado por dos cuadrados, que forman la base del crucero, y por un tercer cuadrado prolongado por una parte redondeada, que forma el coro y el ábside, materializando el todo la cruz de los ejes cardinales. Pero esto no cambia nada del significado profundo del rito de fundación que describimos, porque el rectángulo, en geometría, no es sino una variedad de cuadrado, y se inscribe casi siempre, como veremos más adelante, en un círculo rector. Precisemos igualmente que si los métodos empleados en la época moderna para la fundación y la orientación de las iglesias ya no son exactamente los mismos de antaño, este cambio tampoco modifica esencialmente el simbolismo vinculado con la figura y la posición del edificio, dado que ese simbolismo está en la misma naturaleza de las cosas y no puede escapar a ella por completo, en la medida, por lo menos, en que no se aparta demasiado de las formas tradicionales de arquitectura para adoptar las formas «aberrantes» o aun «subversivas». En la iglesia copta, las cuatro entradas son expresamente identificadas a los cuatro puntos cardinales. Igualmente lo son en la iglesia griega las cuatro partes del edificio.
[3] El círculo es también el símbolo del Amor divino. Véase San Dionisio Areopagita (Nombres divinos, 4, 14; Jerarquía celeste, 1, 1) y Dante (Paraíso, 33).
[4] De ahí la importancia del Zodíaco, del que tendremos que volver a hablar a menudo.
[5] Los 12 signos del Zodíaco son denominados a veces los «doce soles», es decir, estaciones del sol. En la Jerusalén celeste, esos doce soles se convierten en los doce frutos del Árbol de vida (Apoc. 22, 1-2). Esta forma de la Jerusalén celeste es también la del palacio de los emperadores de China, el Ming-Tang. Construido a imagen del Imperio, dividido en 9 provincias dispuestas en cuadrado con una en el centro, el Ming-Tang tenía 9 salas dispuestas paralelamente y 12 aberturas al exterior correspondientes a los 12 meses. Las 4 fachas estaban orientadas siguiendo los puntos cardinales y las estaciones. Era, pues, una proyección terrestre del Zodíaco.
[6] Por esta cúpula, reemplazada a veces por un cimborrio, el conjunto «cobra altura» y se identifica a la Montaña cósmica, que es el prototipo del templo divino. Este aspecto se manifiesta claramente en la iglesia griega, la iglesia románica de Auvernia y, sobre todo, la iglesia rusa.

[7] Todas estas consideraciones serán desarrolladas más ampliamente cuando tratemos del altar. Parece que en la Ecclesia Major de los Santos Lugares, exactamente en el ábside, había habido un omphalos esférico parecido al de Delfos. Véase M. Piganiol, Cahiers archéologiques, 1955. Además, el lugar en que Cristo murió y resucitó es el omphalos del mundo redimido, según san Cirilo de Jerusalén (P. G., 33, 805).

jueves, 16 de julio de 2015

Origen Celeste del Templo; por Jean Hani.

Capítulo II de El Simbolismo del Templo Cristiano, José J. de Olañeta, Editor; 2000; Palma de Mallorca.


Estas observaciones sobre el doble simbolismo de los edificios religiosos nos van a permitir aclarar la cuestión que hay que examinar, creemos, en primer lugar porque condiciona a las demás: se trata del origen celeste del templo. En el pensamiento tradicional, de hecho, la concepción del templo no se abandona a la inspiración personal del arquitecto, sino que viene dada por Dios mismo. Dicho de otro modo, el templo terreno se realiza según arquetipo celeste comunicado a los hombres por mediación de un profeta, lo cual fundamenta la tradición arquitectural legítima [1].

Así, los diferentes santuarios del Antiguo Testamento fueron edificados siguiendo las indicaciones de Dios. Se dice, a propósito de Besalel y Oliab, eligidos como arquitectos del Arca de la Alianza, que Dios «los había llenado de un espíritu de sabiduría, de inteligencia y de ciencia para toda suerte de obas, para proyectar todo lo que puede hacerse» (Éx. 35, 34). Todo lo que atañe al templo mosaico da lugar a prescripciones detalladas por parte del Señor: «Me harán un santuario y Yo habitaré en medio de ellos. Lo harán conforme a todo lo que voy a mostrar como modelo del tabernáculo y de todos sus utensilios…» (Éx. 25, 8-9).

David da a su hijo Salomón las reglas recibidas de Dios que han de regir la construcción del templo:

«David dio a Salomón, su hijo, el modelo del pórtico, de sus dependencias y oficinas, de las salas, de las cámaras y de la casa del propiciatorio, y también del modelo de todas las cosas que le habían sido inspiradas por el Espíritu que estaba con él…» (I Par. 28, 11-12).

«Tú me ordenaste, dijo a Dios Salomón, edificar el Templo en Tu santo monte, y un altar en la ciudad en la que moras, según el modelo del santo tabernáculo que Tú había preparado desde el comienzo…» (Sab. 9, 8).

Por su parte, Ezequiel recibe en una visión la descripción del templo que se ha edificar; percibe un ser sobrenatural que sostiene una caña de medir, el cual le da al profeta, al propio tiempo que su descripción, todas las medidas del templo. Y, finalmente, dice Dios a Ezequiel: «Y tú, hijo de hombre, describe a la casa de Israel este templo… Que midan su traza… Hazles ver la forma de este templo, su disposición, sus salidas y sus entradas, todas sus figuras y todas sus ordenaciones, todas sus formas y todas sus leyes; y ponlo por escrito ante sus ojos para que guarden todas sus disposiciones y todas sus ordenaciones y las pongan por obra» (Ez. 43, 10-11).

Podría citarse todavía el caso del Arca de Noé, cuyas medidas, así como los detalles de su construcción, fueron dadas por Dios (Gén. 6), porque el Arca es considerada una imagen de la Iglesia y, por consiguiente, del templo visible. La forma y las dimensiones del Arca fueron interpretadas por los primeros Padres con un sentimiento claramente eclesial [2].

Pero conocemos la objeción que se nos pondrá. Se nos dirá que está concepción era cierta, quizá, por lo que respecta al templo de Jerusalén pero no por lo que respecta a la iglesia cristiana. Existe en nuestros días una tendencia, entre algunos liturgistas, a negarse a admitir cualquier vínculo entre el templo de Jerusalén, y a fortiori todo templo no cristiano, y a la iglesia cristiana. Esta no tendría otra razón de ser desempeñaría en absoluto la función del templo hebreo, en cuanto morada de la divinidad y, por ello, objeto sagrado en sí mismo y conforme a un modelo celeste. Para los que sostiene esta teoría, el único templo verdadero es el templo espiritual constituido por la comunidad de los fieles [3].

Es éste un punto de vista totalmente inexacto, que hace poco caso de la tradición y, como veremos más adelante, de la naturaleza misma de las cosas [4]. ¿Se les objeta a los defensores de esta tesis el ritual mismo de la consagración de las iglesias, que establece continuamente un paralelismo entre el templo cristiano y el de Salomón? Bien, ello no les causa ningún apuro: ese ritual, dicen, está «recargado», «atestado» de elementos y de «adornos» que no representan la «pura concepción cristiana primitiva». No vamos a entablar aquí la polémica con esos señores, pues creemos que la exposición que vamos a hacer de las realidades propias del simbolismo del templo los confundirá por sí misma, y hará ver que la ciencia tradicional de los hombres de Iglesia y, en particular, de los santos fundadores de la liturgia y de los rituales, tiene otro valor que no la ciencia «historicista» de algunos modernos, que infunde respeto a veces al vulgo pero que, afortunadamente, no hace vacilar lo más mínimo a los que poseen verdaderamente el sentido espiritual.

Piensen lo que piensen, pues, esos «puristas», el templo cristiano es perfectamente una continuación, con algunas diferencias por supuesto, del templo de los judíos, y esto es lo que afirma la tradición desde antiguo. Un documento capital a este respecto es de San Clemente de Roma, quien, tratando de los oficios divinos, dice esto: «Dios mismo ha indicado, en virtud de Su suprema Voluntad, el lugar en que estos oficios han de celebrarse, y aquellos que deben celebrarlos» (Ad Cor. 1, 40). Comentando este pasaje, Mede dice muy atinadamente que si el Señor ha dicho esto, es en el Antiguo Testamento, y que allí se encuentra lo que San Clemente quiso decir.

Este parece haber sido también el pensamiento de San Paulino, obispo de Tiro y constructor de la iglesia de esa ciudad. En su Historia de la Iglesia, Eusebio nos ha conservado el panegírico de este santo, en el que se nos dice que alzó el templo según los principios de una inspiración divina: con el ojo del espíritu clavado en el maestro supremo y tomando como arquetipo todo lo que le vio hacer, reprodujo la imagen con la mayor exactitud posible, como Besalel, quien, llenó del espíritu de Dios, del espíritu de sabiduría y de luz, fue escogido por Él para reproducir en el símbolo del templo la expresión material del tipo celeste. Igual Paulino, quien forjándose en su espíritu una imagen exacta de Cristo, el Verbo, la Sabiduría, la Luz, construyó un templo magnífico al Altísimo, sobre el modelo de un templo más perfecto, como emblema invisible del templo invisible (X, 4, 21). El edificio fue levantado «siguiendo las descripciones facilitadas por los santos oráculos» (X, 43); y también: «Más allá de todas las maravillas están los arquetipos, los prototipos y modelos significativos y divinos (de la arquitectura de los templos), quiero decir la renovación del edificio razonable y divino en el alma» (X, 54). Toda la disposición de la iglesia es presentada con gran ordenador de todas las cosas, se ha hecho Él mismo en la tierra una copia del tipo celeste que es la Iglesia de los «primogénitos inscritos en el cielo», la Jerusalén celeste, Sión, la Montaña de Dios y la Ciudad del Dios vivo (X, 65).

Este documento es interesante, pues nos muestra que, entre los primeros Padres, la concepción cristiana del templo, con su originalidad propia, se sitúa no obstante en la misma perspectiva que la del Antiguo Testamento: el templo cristiano es el reflejo en la tierra de un arquetipo celeste, la Jerusalén del Apocalipsis, que San Juan nos presenta de forma análoga a la de Ezequiel. Como el profeta, San Juan nos ha transmitido las dimensiones-prototipo de esta nueva Jerusalén, dimensiones calculadas por un ángel arquitecto gracias a una caña de oro (Apoc. 21). Esta Jerusalén celeste es el símbolo capital para el estudio que emprendemos. Él es el que está en el centro de la liturgia de la Dedicación, y de él extrae el templo todo su significado fundamental. Ahora bien –y esto es lo que querríamos decir aquí para terminar con el problema del arquetipo constructivo y de sus referencias la judaísmo—, la Jerusalén celeste sintetiza la idea cristiana de «comunidad de los elegidos» y «cuerpo místico» y la idea judía del templo como residencia del Altísimo, y asegura la continuidad de un Testamento a otro y, por consiguiente, de un templo a otro.

Pero ello aparece con mayor claridad aún con el estudio del simbolismo cosmológico de esta Jerusalén celeste.


Notas:
[1] Comprobamos la existencia de este arquetipo celeste de otros campos. Así, por ejemplo, el Libro del Apocalipsis fue redactado siguiendo el dictado de un ángel, y el plano del Castillo interior fue el presentado a Santa Teresa de Ávila en forma de una visión resplandeciente; los santos iconos de Cristo y la Virgen han sido pintados tradicionalmente a partir de imágenes «aquiropoetas» («no hechas por mano de hombre»), en particular el famoso Mandilion, desaparecido, pero del que se conserva una copia en la catedral de Laon.
[2] Véase a este respecto J. Daniélou, Sacramentum Futuri, pp. 86 ss. En este estudio, nosotros nos limitaremos a estudiar el simbolismo arquitectural del templo, no su simbolismo náutico, menos esencial y que sólo ha dejado algunas huellas, en particular la palabra nave aplicada al cuerpo del edificio.
[3] Para clarificar esta cuestión, habría que estudiar las sucesivas denominaciones oficiales del templo (naos): basilica, kyriakon (de donde procede Kerk, Kirche) y ecclesia. Cf. Ch. Mohrmann, en Rev. Des sciences relig., 1962, pp. 155-174. A propósito de la denominación medieval de Casa de Dios, es de notar que es exactamente la del templo egipcio: hat-neter o per-neter.

[4] En un plano muy general, quien no ve más que a fuerza de «interiorizar» así la religión, acaba necesariamente por descuidar lo que es «exterior» y abandonarlo completamente al punto de vista profano. Nunca se exagerará el riesgo que esta actitud comporta. El mundo exterior se desacraliza (¡hoy hay quienes afirman que esto es un «progreso»!), con lo que por toda la sociedad se practica una brecha a través de la cual se precipita el espíritu laico. Este espíritu, aplicado primero a lo exterior, acaba por refluir hacia el interior, o sea el alma, donde trastorna todas las nociones espirituales. Así, el deseo siempre insatisfecho de una «pureza» exagerada desemboca en el resultado diametralmente opuesto, dando la razón una vez más a Pascal: «Quien quiere hacer de ángel, hace de bestia». En cualquier caso, es esta forma de ver la responsable en gran parte de la decadencia de nuestro arte llamado «sagrado», y que ya no es sagrado en absoluto, a menudo apenas «religioso», por ser fruto de la pura inspiración individual. 

martes, 2 de junio de 2015

Ritual de Masonería Operativa

    Texto publicado en el nº 42, 16 de octubre de 1913, de La France Antimaçonnique. Traducción no firmada. Retomado en Bruno Hapel, René Guénon et le Roi du Monde, Trédaniel, París, 2001, según el cual la traducción es de René Guénon.


     “Damos a continuación la traducción de un interesante documento relacionado con la antigua Masonería Operativa: es el ritual de apertura de la Logia en el primer grado, tal como existía ya en 1620, 1663 y 1686, según manuscritos de fechas diferentes y de los que algunos se encuentran en el British Museum y también como están todavía en uso en las Logias Operativas de Inglaterra. Debemos destacar que hay tres maestros Masones, y que nada puede hacerse sin el consentimiento de los tres. Sólo el tercero es reemplazado cada año; los Maestros y antiguos Maestros constituyen el séptimo y último grado de la Orden. Además, hay un Diputado Maestro Masón, que gobierna la Logia en ausencia de los Maestros. Hay tres Diáconos, en lugar de solamente dos como en las Logias Especulativas anglosajonas. El capellán es designado por el nombre de Jachin. Los lugares ocupados por los Maestros y los Vigilantes son opuestos a los que ocupan en las Logias especulativas: así pueden dar la cara al sol y verlo en los diferentes puntos principales de su carrera. En el Templo, el Rey Salomón, se dice, se sentaba al Occidente, de cara al Oriente; los maestros Operativos hacen aún lo mismo (Bruno Hapel).


Apertura de la Logia en el primer grado

1er Maestro Masón. –Hermano Segundo Maestro Masón, ¿os place que abramos la Logia en el primer grado?

2º Maestro Masón. -Sí

1er Maestro Masón. –Hermano Tercer Maestro Masón, ¿os place que abramos la Logia en el primer grado?

3 er Maestro Masón. -Sí

1er Maestro Masón. –Hermanos, asistidnos para abrir la Logia en el primer grado, -Hermano Guardia Interior [1], ¿cuál es el primer cuidado de todo Francmasón?

Guardia Interior.- Es vigilar que la Logia esté convenientemente a cubierto.

1er Maestro Masón. – Hermano Guardia Interior, ¿la Logia está convenientemente a cubierto?

Guardia Interior.- Lo está, Venerable Maestro

1er Maestro Masón. –Hermano Guardia Interior, ¿cuál es a continuación nuestro cuidado?

Guardia Interior.- Es vigilar que nadie más que Francmasones y Aprendices Comprometidos (Indentured Apprentices) esté presente.

1er Maestro Masón. –Hermano Guardia Interior, ¿queréis hacer entrar al Guardia Exterior [2]? –Hermano Guardia Exterior ¿cuál es vuestro lugar?

Guardia Exterior. –A la puerta de la Logia, en el exterior

1er Maestro Masón. -¿Cuál es vuestro deber?

Guardia Exterior. –Es, armado de una espada, descartar a los profanos (cowans) e intrusos en la Francmasonería, y vigilar que los candidatos estén convenientemente preparados

1er Maestro Masón. –Hermano Guardia Interior ¿cuál es vuestro lugar?

Guardia Interior.- A la puerta de la Logia, en el interior

1er Maestro Masón. -¿Cuál es vuestro deber?

Guardia Interior. –Es admitir a los Francmasones y a los Aprendices tras haberlos probado, recibir los candidatos según la forma antigua, y ejecutar las órdenes.

1er Maestro Masón. –Hermano Diácono del Segundo Vigilante ¿cuál es vuestro lugar?

Diácono del 2º Vigilante. –A la derecha del Segundo Vigilante

1er Maestro Masón. -¿Cuál es vuestro deber?

Diácono del Segundo Vigilante. –Es llevar todos los mensajes y comunicaciones del Segundo Vigilante al Primer Vigilante, y esperar el regreso del Diácono del Primer Vigilante.

1er Maestro Masón. –Hermano Diácono del Primer Vigilante ¿cuál es vuestro lugar?

Diácono del Primer Vigilante. –A la Derecha del Primer Vigilante

1er Maestro Masón. -¿Cuál es vuestro deber?

Diácono del Primer Vigilante. –Es llevar todos los mensajes y comunicaciones del Primer Vigilante al Diputado Maestro Masón, y esperar las órdenes de los Maestros Masones.

1er Maestro Masón. –Hermano Diácono de los maestros Masones ¿cuál es vuestro deber?

Diácono de los Maestros Masones. –A la derecha o cerca del Diputado Maestro Masón

1er Maestro Masón. -¿Cuál es vuestro deber?

Diácono de los Maestros masones. –Es llevar todas las órdenes de los Maestros Masones del Diputado Maestro Masón al Primer Vigilante, y vigilar que estas órdenes sean puntualmente ejecutadas.

1er Maestro Masón. –Hermano Segundo Vigilante ¿cuál es vuestro lugar?

2º Vigilante. –Al Norte

1er Maestro Masón. -¿Por qué estáis así emplazado?

2º Vigilante. –Para ver el sol en su meridiano, para llamar a los Hermanos del trabajo a la recreación y de la recreación al trabajo a las horas convenientes.

1er Maestro Masón. –Hermano Primer Vigilante ¿cuál es vuestro lugar?

1er Vigilante. –Al Oriente

1er Maestro Masón. -¿Por qué estáis así emplazado?

1er Vigilante.- Para ver el sol poniente, para pagar a los Masones sus salarios, y para vigilar que los planes de trabajo se hagan con garantía.

1er Maestro Masón. –Hermano Diputado Maestro masón ¿cuál es vuestro lugar?

Diputado Maestro Masón. –A vuestros pies

1er Maestro Masón. -¿Cuál es vuestro deber?

Diputado Maestro Masón. –Es establecer proyectos, trazar planos, y vigilar que el trabajo de los Maestros Masones sea convenientemente ejecutado; es también abrir, gobernar y cerrar la Logia cuando es dada la orden por los Venerables Maestros Masones.

1er Maestro Masón. –Hermano Diputado Maestro Masón, ¿cuál es el lugar de los Maestros Masones?

Diputado Maestro Masón. –Sobre el trono al Occidente

1er Maestro Masón. -¿Por qué están así emplazados?

Diputado Maestro Masón. –Para ver el sol levante, para abrir la Logia, y para vigilar que los Hermanos estén ocupados e instruidos en la Francmasonería.

1er Maestro Masón.- Estando la Logia convenientemente formada, antes que la declaremos abierta, Hermano Jachin…

Jachin. –Santísimo y glorioso El Shaddaï (Dios Todopoderoso), Gran Arquitecto del Cielo y de la Tierra, Tú que eres el dispensador de todos los dones y de todas las gracias, y que has prometido que, allá donde dos o tres estén reunidos en Tu Nombre, Tú estarás en medio de ellos; en Tu Nombre juntamos y nos reunimos, SuplicandoTe muy humildemente bendecirnos en todas nuestras empresas, darnos Tu Espíritu Santo, iluminar nuestros espíritus por la sabiduría y el entendimiento de este venerable y digno Arte de los Francmasones que es el nuestro, a fin de que podamos conocerTe y servirTe justamente, que todas nuestras acciones puedan tender a Tu Gloria y a la salvación de nuestras almas. Es lo que humildemente pedimos en Tu Nombre, ¡oh El Shaddaï!

Todos. –¡Así sea (so mote it be), El Shaddaï! –En el Señor está toda nuestra confianza

1er Maestro Masón. – En el nombre del Rey Salomón, declaramos la Logia abierta para el trabajo en el primer grado.”


Notas:
[1] Guardatemplo Interno en la terminología actual.
[2] Guardatemplo Externo