miércoles, 15 de abril de 2020

Sobre Masonería e Iglesia católica; por Frithjof Schuon


Carta del 21 de enero de 1947: cristiandad, masonería y esoterismo, Al-Hallâj

A Marcel Clavell (Jean Reyor)

No creo que la condena de la masonería por parte de las Iglesias ortodoxas sea un peligro muy inminente, y en cuanto a la unión de las Iglesias, no me parece realizable; los esfuerzos que se hacen en ese terreno no tienen ninguna posibilidad de triunfar.

No estoy tan seguro como usted de que la Iglesia romana, al excomulgar a los masones, se haya extralimitado en sus poderes, pues precisamente la cuestión de saber si la masonería es un esoterismo o no, no se plantea aquí en absoluto. Según los más grandes sufíes, incluido ibn ‘Arabî, la condena de Al-Hallâj era legítima, y absolutamente independiente de la cualidad intrínseca del santo, asimismo, cuando un movimiento es perjudicial para los intereses de la Iglesia –y estos intereses son legítimos como el esoterismo mismo—, la Iglesia tendría siempre derecho a actuar con rigor; ahora bien, es indiscutible que no podía considerar legítima una organización que, poniendo en pie de igualdad a todas las religiones, y con ellas la irreligión, se presentaba prácticamente, o como una superreligión, o como una no religión –o una pseudorreligión laica a base de moralismo humanitario y liberal—, y que con ello amenazaba engendrar un igualitarismo religioso y por tanto una indiferencia religiosa inadmisibles desde el punto de vista exotérico. Guénon dijo en algún sitio que, para los exoteristas, el esoterismo es como si no existiera; ¿cómo se les puede reprochar entonces que lo condenen como tal? El Islam proporciona a este respecto un ejemplo instructivo: para las autoridades religiosas, las cofradías iniciáticas son sólo organizaciones de hombres piadosos o letrados, que a veces exageran en las manifestaciones de su celo; en cambio, cada vez que los iniciados han manifestado abiertamente su independencia, dichas autoridades han actuado con rigor; pero sólo lo han hecho con respecto a individuos y no con respecto a las cofradías, que tenían precisamente su lugar casi orgánico en el sistema exotérico. Lo mismo diría de los masones: la Iglesia no tenía que actuar con rigor contra ellos mientras construyesen catedrales y no se hiciesen notar por nada más, de no ser por su piedad cristiana; por lo demás eran indispensables para la cristiandad, y su número era proporcional a su utilidad; no constituían un movimiento y sólo aceptaban en sus filas a cristianos; estamos hablando del mundo de la Iglesia latina, desde luego. En cuanto a los masones modernos, no desempeñan ningún papel inteligible en el mundo cristiano, y su existencia no corresponde a nada; a parte de esto, son muy numerosos y constituyen un verdadero movimiento, basado en una moral filosófica, independiente de la doctrina cristiana. En estas condiciones, ¿puede verdaderamente decirse que lo que ha condenado Roma es un «esoterismo»?

La rápida difusión de la francmasonería no aportó ninguna luz al mundo en el que se produjo, y el hecho de que coincida con una de las fases de la decadencia occidental permite incluso pensar que no tenía en modo alguno causas espirituales; ¿quién querrá entonces sostener que aquella rápida difusión se explica por un rebrote de las aptitudes iniciáticas en la época de los Voltaire y los Rousseau? ¿No eran masones algunos de los más nefastos causantes de la obscuración moderna? En todo caso, aquella difusión inesperada de una organización iniciática en un mundo esencialmente profano, y ello en un momento en que aquella organización, la masonería, había dejado de ser «operativa» y que, hablando con rigor, había perdido su razón de ser, no me parece que corresponda a nada muy regular. Por lo demás, Guénon dijo en algún sitio que la masonería fue victima de tendencias modernas y, en parte, de la contrainiciación, que se infiltró en algunas logias y que consiguió apartar a la masonería de sus metas espirituales; si es así –repito mi pregunta de hace un momento—, ¿puede acusarse a la Iglesia de haber condenado un esoterismo?

Formas de expresarse como esta: «… los masones… no pueden recibir los sacramentos por el mero hecho de su calidad de iniciados», este tipo de formas de expresarse, digo, me parecen inadecuadas, pues usted tampoco diría: «Al Hallâj fue ejecutado por el mero hecho de su calidad de iniciado»; ni a Al-Yunaid ni a Ibn ‘Arabi se les pasó por la cabeza hablar de «abuso de autoridad», pese a que la cosa fuese mucho más grave que la condena de una masonería que se había vuelto meramente «especulativa». Esa «calidad de iniciados» de la que usted habla, por lo tanto, no está de ningún modo en tela de juicio. Me parece que, si la masonería hubiera permanecido dentro de sus límites normales y no hubiera sido víctima del espíritu antitradicional, la Iglesia no la habría condenado, como tampoco lo hizo en los siglos anteriores; pero, ante un fenómeno tan anormal, desde el punto de vista exotérico e incluso simplemente tradicional, como la expansión de la masonería, ¿podía el exoterismo reaccionar de modo distinto a como lo hizo? Tenga en cuenta esto, por favor: en una civilización de forma religiosa, el esoterismo debe necesariamente basarse, aunque sólo fuera según las apariencias, en esa forma; cuando no lo hace, viola las leyes de esa civilización y debe soportar las consecuencias de hacerlo. La rápida expansión de la masonería se vio favorecida por las guerras de religión, y más tarde por el siglo filosófico; si aquella expansión hubiera tenido una causa espiritual, habría debido tener un sentido positivo para el ambiente en que se producía; sin embargo, nunca se ha constatado en ningún sitio, en el mundo moderno, la menor influencia que entrañase la presencia de una fuerza espiritual de naturaleza iniciática. Hablo, desde luego, de los dos siglos entre la fundación de la Gran Logia de Londrés y la obra de Guénon, y no de estos últimos años, sin contar con que las influencias orientales consecutivas a esta obra no constituyen una «fuerza» como la masonería.

Siendo esto así, me parece que, partiendo de la idea de que Roma no ha condenado a la masonería en calidad de esoterismo, sino únicamente en calidad de movimiento peligroso para la fe de los fieles, puede uno, cuando considera que pertenece a la masonería en la medida en que representa precisamente un esoterismo, situarse en un punto de vista intemporal y considerarse con pleno derecho a no darse por aludido por la condena de Roma, a condición, sin embargo, de pertenecer a una logia no federada.

Conforme al deseo formulado en su carta, le he escrito lo que pienso, sin querer meterme en cosas que no me conciernen directamente.