sábado, 27 de octubre de 2012

¿Conciliar Catolicismo y Masonería?; por Jerôme Rousse-Lacordaire, o.p.


Artículo aparecido en el número 8, Diciembre de 1999, de la revista de estudios tradicionales La Règle d’Abraham.

    Jerôme Rousse-Lacordaire, nacido en 1962, es un dominico y doctor en teología francés. Actualmente enseña en el Instituto Católico de París (Instituto de Ciencia y de Teología de las Religiones). Se interesa en el estudio de las relaciones entre el esoterismo y el Cristianismo, y más concretamente entre la Franc-Masonería y el Cristianismo. Es colaborador de la Revista de Ciencias Filosóficas y Teológicas (Boletín de historia de los esoterismos); asimismo fue director de la Bibliothèque du Saulchoir de París.

Hay católicos en Masonería, y que pretenden permanecer a la vez católicos y masones; no podemos prejuzgar que todos ellos actúen de mala fe, o que esta actitud sea siempre por razones malvadas. Sin embargo, justificar esta doble pertenencia, católica y masónica, no es cosa fácil, no habiendo cesado la Santa Sede, desde principios del siglo XVIII hasta nuestros días, de prohibirla. Así, la Declaratio de associationibus massonicis[1] de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en 1983, pide a los católicos no entrar en masonería, bajo pena de pecado grave y, en consecuencia, de no poder acceder a la Santa Comunión.

El derecho de la Iglesia permite sin duda hacer algunas excepciones a esta disposición, como veremos. Sin embargo, dependiendo estrechamente la determinación de su extensión del juicio general de la Santa Sede sobre la Franc-Masonería, y reposando este juicio, para lo esencial, sobre motivos doctrinales, son estos últimos los que hay que examinar prioritariamente para conocer los casos particulares en que la pertenencia de un católico a la Franc-Masonería sería legítima.

La susodicha legitimidad no puede reposar sobre un simple “hacer oídos sordos” a las decisiones romanas con el motivo de que la Iglesia Católica, por ser una organización exotérica, no podría pronunciarse sobre la Franc-Masonería, organización esotérica, sin salir indebidamente de su dominio o, al menos, dar muestras de ignorancia.

La tesis de la ignorancia de la Iglesia católica ha sido sostenida largo tiempo, y esto desde la primera condena romana. Además del hecho de que es difícil de sostener desde que los organismos eclesiásticos dialogan con los masones[2], parece en adelante establecido que “el magisterio católico romano ha identificado en el modelo jurídico masónico, con pertinencia, desde 1738, el cambio del mundo moderno, en su concepción del orden social”[3], cambio que implicaba la disolución de los lazos sociales y de las relaciones jerárquicas entre los poderes civiles y el poder eclesiástico.

En cuanto al abuso de poder que cometería una organización exotérica (la Iglesia) pronunciándose sobre una organización esotérica (la Franc-Masonería), basta con indicar que una organización únicamente exotérica no puede “materialmente” pronunciarse sobre el esoterismo, y que si lo hace, es porque “estas doctrinas y estas organizaciones supuestas esotéricas [...] han cesado, en realidad, de serlo; es preciso que sean exteriorizadas, ‘exoterizadas’ de una manera o de otra”[4]. Lo que la autoridad católica condena entonces no es el esoterismo como tal, sino una doctrina o una práctica que, en el mejor de los casos, son una expresión pública de un esoterismo[5]. Es menester señalar aquí que la franc-masonería fue condenada por la Santa Sede en 1738, es decir, tras su primera exteriorización[6].

Finalmente, puesto que la Declaración de 1983 fija también sobre la disciplina de los sacramentos, no resulta ciertamente inútil recordar que en este dominio la Iglesia es maestra y que nadie, ni que sea esoterista, puede hacer caso omiso de su propio jefe.

En consecuencia, prohibiendo la doble pertenencia, el magisterio romano no sobrepasa los límites de su dominio de autoridad. Precisado esto, examinemos ahora los motivos explícitos de esta prohibición, y su aplicación a las diferentes corrientes masónicas.

La prohibición general de la doble pertenencia

Es una declaración de mayo de 1980 de la Conferencia episcopal alemana la que constituye la fuente de la Declaración romana de 1983. Es ella la que, hoy en día, ha expuesto de la manera más clara los fundamentos doctrinales de la prohibición de la doble pertenencia.

Las quejas fundamentales de la Santa Sede

La Declaración alemana comienza por indicar algunos “puntos de contacto”[7] entre la Franc-Masonería y la Iglesia católica, sobre cuyas bases puede establecerse una comprensión mutua de las dos instituciones: “la preocupación humanitaria”; “la beneficencia”; “la comprensión de los símbolos”; la integridad incontestable de ciertas “personalidades masónicas”; “la lucha contra la ideología materialista y las consecuencias negativas que se derivan para la humanidad”[8].

Sin embargo, esta misma declaración concluye “que está excluido que se pueda pertenecer al mismo tiempo a la Iglesia católica y a la franc-masonería”[9]. La razón de ello es que la visión masónica del mundo está enteramente sostenida por “una orientación fundamental”, el relativismo, que por una parte niega toda posibilidad de conocer la verdad, revelada o no, y por otra parte “pone en peligro la actitud del católico en relación con la palabra y con los actos en el dominio sacramental y sagrado de la Iglesia”[10].

De hecho, los elementos que la Iglesia, desde el siglo XVIII, ha opuesto a la masonería son:

1.    la ausencia de control, por el hecho del secreto absoluto y del juramento que lo acompaña, sobre lo que en la masonería puede concernir a la fe en su dimensión a la vez objetiva y subjetiva;
2.    la expresión deísta, incluso agnóstica sino atea, de la adhesión a un principio ideal cuya naturaleza es insuficientemente precisa;

3.    el relativismo que, al mismo tiempo, funda esta imprecisión y emana de ella, y que se traduce concretamente en, por un lado, una tolerancia absoluta frente a las ideas, y por otro lado, la presencia en logia de personas de confesiones religiosas diferentes, incluso sin confesiones religiosas.

Benedicto XIV, en la bula Providas del 18 de mayo de 1751, escribía:

[...] la primera [causa de prohibición de la masonería] es que, en este tipo de sociedades o conventículos, hombres de toda religión y de toda secta se reúnen: de donde se ve con suficiente claridad que gran mal puede resultar de ello para la pureza de la religión católica”[11].

A esto, la Declaración alemana añade: la concurrencia entre la iniciación masónica, y la transformación puesta en obra y operada por la gracia divina en los sacramentos; la absolutización del auto-perfeccionamiento del hombre, sin la gracia; la encargada de la totalidad de la formación de la persona.

No obstante, actualmente la diversidad de la masonería y de los masones (ya sea en sus actitudes a la mirada de la Iglesia o en su comprensión de ellos mismos) no escapa a nadie. La Iglesia católica toma nota de ello sin juzgar, sin embargo, que esta diversidad cuestiona una unidad de principio de la masonería.

La unidad fundamental de la franc-masonería moderna

En el fondo, todas las quejas doctrinales y morales que la Iglesia católica opone a la franc-masonería suponen que la primera ve en la segunda una sociedad cuyo objeto coincide ampliamente con el suyo, y que es la formación total de la persona incluyendo sus dimensiones espirituales. Es por esta razón, y en tanto que ella se encarga de velar por la preservación y transmisión de la fe así como del bien espiritual de los fieles, que la Iglesia católica se pronuncia cuando rechaza la pertenencia de un católico a la franc-masonería.

En efecto, la Iglesia católica se niega ver en la masonería a una sociedad estrictamente amistosa, en virtud misma de uno de los puntos de contacto que señala entre ella misma y la franc-masonería: la comprensión de los símbolos. Subrayando, en efecto, que no hay en masonería “ideología normativa común”[12], la Conferencia episcopal alemana revela que las “acciones rituales [... de la masonería], en las palabras y los símbolos, [...] contienen una iniciación simbólica del hombre, [...que tiene un] carácter entero”[13], es decir que tiene a transformar por completo al hombre, comprendiendo ahí su dimensión espiritual. Ahora bien, “la Iglesia [no] puede aceptar que una formación de este género sea tenida en cuenta por una institución que le es extraña”[14]. Pues, desde el punto de vista católico, el trabajo simbólico de la masonería impide creer que es una sociedad de convivencia neutra.

La Iglesia católica no considera tampoco a la masonería como una simple sociedad filosófica, en primer lugar porque la masonería no es una filosofía (un sistema doctrinal explícito y coherente), después porque la formación simbólica del masón sobrepasa un marco estrictamente racional. Sin embargo, incluso en un plano puramente filosófico, la Iglesia no está exenta de quejas hacia la masonería, puesto que, como hemos visto, le reprocha tener una visión del mundo enteramente fundada en un relativismo noético que tiene consecuencias nocivas en el dominio de la fe, sólo porque sustraería la inteligencia del masón a la autoridad del dato revelado e incluso a la de la luz natural de la razón[15].

Por consiguiente, tanto por su actividad como por sus presupuestos filosóficos, la masonería toca de lleno a dos componentes fundamentales de la religión católica: el culto (los ritos, sobre todo sacramentales) y el dogma. Añadamos también que toca al tercer componente, la moral, en lo que, dominada por una preocupación humanitaria y ética preponderante, la masonería pretende también encargarse de la formación moral de la persona (e incluso a veces de la sociedad). La Conferencia episcopal puede, pues, legítimamente juzgar que la adhesión a la franc-masonería concierne a “los fundamentos de la existencia cristiana”[16].

La “regularidad” masónica

Por lo tanto, a pesar de la generalidad del juicio romano, una corriente de la masonería, la que se denomina “regular”, no se considera aludida por la prohibición católica de la doble pertenencia, precisamente porque es regular. Eclesiásticos como el Padre Riquet, e incluso el Cardenal Seper cuando era el Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe, han ido efectivamente en este sentido. Pero precisemos que, para este último, era sobre el fundamento del artículo 2335 del Código de derecho canónico que excomulgaba “a aquellos que dan su nombre a una secta masónica o a cualquier otra asociación del mismo género que maquinan contra la Iglesia o los poderes civiles legítimos”. En efecto, el Cardenal Seper escribía en 1974 al Cardenal Kroll, entonces presidente de la Conferencia episcopal de los Estados Unidos:

[...] la ley penal debe siempre interpretarse en sentido estricto. Se puede pues enseñar con seguridad y aplicar la opinión de los autores diciendo que el canon 2335 concierne únicamente a los católicos que forman parte de asociaciones que actúan contra la Iglesia[17].

Lo que se cuestionaba, pues, no era la doctrina, sino las actuaciones políticas de las logias. Ahora bien, con la Declaración de 1983, el terreno no es el mismo: lo que se ha considerado son los “principios [principia]”[18] de la masonería tal como han sido descritos por la Conferencia episcopal alemana. Por consiguiente, para que la masonería regular pueda justamente pretender quedar exenta de la prohibición romana de la doble pertenencia, haría falta que estuviera efectivamente libre de los principios aludidos por Roma.

No nos compete evaluar la “ortodoxia masónica” de tal o cual rama de la masonería, o de tal o cual logia. Sin embargo, podemos juzgar lo que recubre esta noción de regularidad tal como se pone por delante, en su descargo, por los masones que se la apropian. No se trata finalmente de otra cosa que de la observancia de los landmarks de la Gran Logia unida de Inglaterra; siendo ésta, pues, la garante de la regularidad. Debemos hacer dos observaciones importantes al respecto. La primera concierne a la legitimidad del privilegio que se atribuye la Gran Logia de Inglaterra al erigirse en la guardiana de la regularidad. Así comprendida, la regularidad no es otra que la conformidad a las Regulaciones Generales de las Constituciones de Anderson y de los textos que las han sucedido. Ahora bien, como Henry Sadler lo ha demostrado en Masonic facts and fictions[19], la introducción de esta noción de regularidad fue un verdadero golpe de estado contra las logias, más próximas al oficio, que existían antes de la constitución de la Gran Logia de Londres, que no estaban inscritas en sus registros, que estaban menos exteriorizadas que ella (al menos hasta la creación de la Gran Logia de los Antiguos en 1751), que seguían los usos antiguos, y que no querían someterse a las innovaciones de la Gran Logia de Londres. También, si se entiende “ortodoxia masónica” en el sentido de René Guénon, la verdadera regularidad no consiste en la sumisión a la Gran Logia de Inglaterra o a una profesión de espiritualismo, sino en el hecho de “seguir fielmente la Tradición, [...de] conservar con cuidado los símbolos y las formas rituales que expresan esta Tradición y son como el vestido, [...de] rechazar toda innovación sospechosa de modernismo”[20]. Respecto a esto, los Antiguos podían llamarse regulares sin duda más legítimamente que los Modernos.

La otra observación es que la fidelidad a las Constituciones de 1723 y a la institución que las produjo no bastan tampoco para volver a las logias conformes a la ortodoxia católica. En efecto, la masonería que fue condenada por la Santa Sede en 1738 no es, y con razón, la masonería “irregular” de finales del siglo pasado, sino más bien la masonería moderna y exteriorizada del siglo XVIII que, a lo largo de su historia hasta nuestros días, ha sido recubierta “nada menos que por cuatro ‘religiones’ secundarias al catolicismo romano original: el ‘cristianismo’ según la Reforma, la religión reducida a la ‘moral de 1723’, el ‘noaquismo’ y finalmente ‘la creencia en Dios’”[21]. Y es precisamente en esta masonería aún actualmente fiel a las Constituciones de Anderson, que la Conferencia episcopal alemana ve “una concepción relativista de la religión que no es compatible con la convicción fundamental del Cristianismo” [22]. Pues si ha lugar a levantar la prohibición católica de la doble pertenencia, el criterio inglés de la regularidad no es seguramente el más pertinente.

Precisamos también que la declaración alemana juzga que la “’franc-masonería cristiana’ no se encuentra de ninguna manera fuera de la organización masónica fundamental; se busca allí simplemente una mayor posibilidad para unir, una a la otra, a la franc-masonería con la creencia cristiana subjetiva”[23] (por “subjetiva” hay que entender esta parte de la fe que es la de la voluntad, de la adhesión a un don, y no este don mismo que es la parte objetiva de la fe y que, en la masonería llamada “cristiana” puede ser muy diverso). Es decir, ¿que quizás este acercamiento sería más fácil con una masonería laicista pero no hostil a la Iglesia? En un sentido si, siendo esta masonería religiosamente más neutra puesto que acepta no tener otros objetivos que humanitarios y éticos. Es en este aspecto significativo que sobre el terreno propiamente humanitario, la Iglesia tiene voluntarios cooperando con obediencias “laicas”[24]. Se trata aquí de una cooperación en un dominio puramente social y público (cosa que no podríamos reprochar a la Iglesia católica, que es también una institución social y pública) que no indica un entendimiento más profundo. Resulta en efecto de otro modo desde el momento en que se contempla una “cooperación” en el dominio religioso o espiritual. En este orden, ¿qué cooperación de la Iglesia podría haber con una sociedad que se situara fuera de toda referencia verdaderamente cristiana? La doble pertenencia no plantea primero un problema en el marco de la acción social, sino en el de la vía espiritual.

Excepciones a la incompatibilidad de principio

Para que un católico pueda legítimamente pertenecer a la franc-masonería, tendría, por una parte, que demostrar que esta pertenencia no perjudica su vida cristiana ni eclesial, y por otra parte, que no infringe las disposiciones canónicas.

Franc-masonería y vía espiritual

De hecho, hay católicos que entran y permanecen en masonería pretendiendo mantenerse católicos, y masones que acuden al catolicismo gracias a sus actividades masónicas (descubrimiento de la práctica ritual, de un tronco común cultural, etc.). Tanto en un caso como en el otro, dado que estos católicos permanecen en la masonería, con el riesgo de transgredir la disciplina eclesiástica, es, podemos esperar, que encuentran allí un medio de profundización de su vida cristiana. Si se adopta una definición mínima de la franc-masonería como una sociedad iniciática basada en un simbolismo constructivo de inspiración bíblica, se percibe con bastante rapidez cómo la concurrencia que señalaba la Declaración alemana puede ser (o quizás volver a ser) complementariedad o colaboración a un mismo fin. En efecto, la Iglesia católica es también una sociedad que propone una iniciación, dispone de un simbolismo y se enraíza en la tradición bíblica, Hay entonces concurrencia cuando las sociedades, las iniciaciones y las hermenéuticas se oponen, ya sea porque tiendan a fines inconciliables, o ya sea porque aspiraran a un mismo fin pero excluyéndose. Hemos indicado ya que en un plano estrictamente social, la oposición está fuertemente atenuada y que se han realizado algunas colaboraciones. La cuestión se plantea, pues, sobre todo en el dominio de la iniciación y de la hermenéutica de los símbolos.

Para que la imposición de los símbolos no constituya más este peligro que señalaba la Declaración alemana, es necesario que el simbolismo de la masonería sea interpretado y vivido a la luz de la escritura y de la tradición de la Iglesia, encontrando así en la vía eclesial su lugar hermenéutico, y escapando entonces a la pura subjetividad[25].

En cuanto a las relaciones entre la iniciación masónica y la iniciación cristiana (los tres sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía), podemos preguntarnos qué necesidad tiene un católico de recibir la iniciación masónica: ¿será porque considera que la iniciación cristiana es insuficiente para transmitirle la gracia y transformar radicalmente su ser hasta hacerle partícipe de la vida divina? Hay que recordar aquí que la iniciación, como la palabra indica, es un comienzo, y que a este respecto los ritos masónicos, al igual que, por ejemplo, la plegaria o la ascesis, pueden contribuir a la fructificación y al despliegue de la gracia sacramental en la totalidad de la persona. Recíprocamente, la práctica cristiana puede convertirse en el soporte de una efectuación de la iniciación masónica inicialmente virtual. Puesto que el rito es un simbolismo en acto, la interacción de los ritos masónicos y los ritos de la Iglesia supone que estos ritos se inscriben en la misma tradición simbólica y, más particularmente, que los ritos masónicos estén en continuidad directa con el simbolismo cristiano, tomándolo como base. Se trataría entonces, de alguna manera, de volver sobre las fases sucesivas de descristianización de los rituales masónicos (por ejemplo, en Inglaterra aprovechando la unión de 1813, o en Francia en la línea del convento de 1877) o de su reinterpretación no cristiana, a veces anticristiana (como la del grado de Rosa-Cruz[26]).

Análogamente, si se trata de masonería esotérica (y no solamente moral, filosófica o espiritualista), es preciso entonces que tenga “por base exotérica al Catolicismo”[27]. Lo que aquí está en juego, es claramente la articulación del esoterismo y del exoterismo y, en el caso que nos ocupa, la posibilidad que tendrían la iniciación, los ritos y los símbolos masónicos de apoyarse en el exoterismo de la religión católica; lo que significa que las relaciones normales entre una franc-masonería esotérica y la Iglesia católica deberían ser las que deben haber entre un esoterismo y un exoterismo. Así, la iniciación masónica y el organismo sacramental católico no serían ya más concurrentes, sino complementarios, representando las dos caras del acceso a una misma tradición cristiana, a la vez esotérica (iniciática) y exotérica (religiosa). Esto no se puede hacer más que en el marco de una masonería verdaderamente regular, auténticamente tradicional, como las organizaciones operativas del oficio de la construcción, a juzgar por sus Deberes, que existían en Inglaterra antes de que se operara su “descatolización” (precoz [28]), o en Francia los antiguos Compañeros.

Una apertura canónica

Parece claro que, en el estado actual de las cosas, la constitución de esta masonería tradicional no puede ser el propósito del conjunto de la masonería, sino solamente de algunos individuos católicos. Está claro también que estos individuos no podrían actuar en una clandestinidad total frente a la jerarquía católica. En efecto, desde el momento en que son católicos, que pretendan serlo plenamente, y que son conscientes de la necesidad de un punto de apoyo exotérico, no pueden ir más allá de las decisiones oficiales y explícitas de la Santa Sede. Esto no significa sin embargo que en el estado actual de la disciplina católica, que prohíbe la doble pertenencia, la constitución por parte de católicos de una masonería tradicional sea aplazada hasta un improbable cambio de posición del magisterio romano.

Cuando la Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe afirma la incompatibilidad de principio de la pertenencia simultánea a la Iglesia católica y a la masonería moderna, no deja ni siquiera una puerta abierta a la pertenencia de un católico a esta masonería que hemos calificado de “tradicional”. La Declaración de 1983 estipula:

No está entre las facultades de las autoridades eclesiásticas locales de plantear un juicio sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas que implicara una derogación al juicio susodicho [la incompatibilidad de los principios masónicos con la doctrina de la Iglesia], en la línea de la declaración de esta Santa Congregación hecha el día 17 de febrero de 198 [29].

Ahora bien, esta última precisa:

La intención de la Santa Congregación no era la de conferir a las Conferencias episcopales la facultad de pronunciar públicamente un juicio de carácter general sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas, juicio que implicaría derogaciones a las normas citadas [el mantenimiento de la excomunión prevista por el canon 2335 del Código de 1917] [30].

Lo que está, pues, referenciado “en la línea de la declaración [...] del 17 de febrero de 1981”, es la publicidad y la generalidad del juicio. No está excluido, entonces, que un obispo pueda pronunciarse privadamente por un juicio particular, aún cuando este juicio contravendría las normas generales del magisterio romano. Tanto más cuanto que la Declaración de 1981 indica que la intención de la Congregación para la Doctrina de la fe, cuando ratificó en 1974 el principio de interpretación estricto de la disposición penal del canon 2335, era recordar “los principios generales de interpretación de las leyes penales para la solución de casos particulares que puedan ser sometidos al juicio de las propias del lugar”[31]. Ahora bien, en términos del canon 87-1 del Código de derecho canónico de 1983:

Cada vez que lo juzgue provechoso para su bien espiritual, el obispo diocesano tiene el poder de dispensar a los fieles de leyes disciplinarias tanto universales [es el caso de la declaración de 1983] como particulares fijadas por la autoridad suprema de la Iglesia para su territorio o sus súbditos [...].

En consecuencia, un obispo puede legítimamente dispensar privadamente a tal o cual de sus súbditos de la prohibición de pertenecer a la masonería, si esto es para el bien espiritual de dicho fiel.

Hemos visto cuales eran las condiciones de realización de este bien espiritual en masonería: una iniciación, un trabajo y una hermenéutica de los símbolos que, al menos, no se opongan a la ortodoxia y a la ortopraxis católica, y que, en el mejor de los casos, se apoyen en ella. Es necesario que la Iglesia pueda verificar esta compatibilidad o esta complementariedad; lo que supone que no haya separación radical entre la Iglesia católica y la logia concernida, y que esta última no esté herméticamente cerrada por su secreto a la primera. Por lo tanto, la solución podría perfectamente consistir, como lo sugería Jean Reyor[32], en que miembros autorizados de la jerarquía católica, o para evitar cualquier escándalo, representantes discretos de dicha jerarquía, estuvieran presentes en la logia en cuestión, como lo estaban los capellanes en la antigua masonería operativa. De esta forma, el secreto formal e institucional[33] de la citada logia no sería ya más percibido como un medio de escapar a todo control por parte de las autoridades eclesiásticas, y los miembros de la jerarquía católica o sus representantes en logia podrían verificar y atestiguar en el seno de la Iglesia la legitimidad del juramento, de las doctrinas y de las prácticas masónicas[34]. No pequemos aquí de irenismo: la aceptación, por parte de la jerarquía católica, de la pertenencia de un católico a una logia “tradicional” sobre el fundamento del esoterismo católico de dicha logia, supone que este católico proporciona a la jerarquía católica la demostración de la legitimidad de un esoterismo en el cristianismo, y sabemos en qué grado la Iglesia es hoy en día globalmente hostil a la idea misma de un esoterismo cristiano.

Hemos querido aquí indicar, a partir de las posiciones explícitas y oficiales de la Santa Sede, algunos puntos de referencia y algunos elementos de respuesta a la difícil y delicada cuestión de la pertenencia de un católico a la masonería.

Bajo este marco, hemos constatado que la Santa Sede estaba en su derecho de pronunciarse sobre la masonería a partir de las informaciones de las que disponía y sin salir de su dominio de autoridad, desde el momento en que hay católicos que pretenden entrar o permanecer en masonería.

La prohibición de pertenecer a la masonería moderna hecha a los católicos, o al menos la advertencia contra esta pertenencia, se mantiene, y un católico consecuente no puede abstraerse de ello. Sin embargo, antes que ver allí primero o solamente el hecho de la ignorancia (y si lo hay es quizás también porque la masonería se ha cerrado mucho tiempo a la Iglesia católica), el católico masón puede comprenderlo como una invitación a interrogarse sobre su práctica masónica, a considerar en qué medida puede favorecer o dificultar su vida religiosa y espiritual, y a extraer con plena consciencia las consecuencias.


NOTAS:
[1] Nota del Traductor: reproducimos aquí esta Declaración, firmada por el entonces Cardenal (y actual Papa Benedicto XVI) Joseph Ratzinger:
Quaesitum est an mutata sit Ecclesiae sententia circa associationes massonicas, propterea quod in novo Codice Iuris Canonici de ipsis non fit mentio expressa sicut in vetere Codice.
Sacra haec Congregatio respondere valet talem circumstantiam tribuendam esse criterio in redactione adhibito, quod servatum est etiam quoad alias associationes pariter silentio praetermissas eo quod in categoriis latius patentibus includebantur.
Perstat igitur immutata sententia negativa Ecclesiae circa associationes massonicas, quia earum principia semper inconciliabilia habita sunt cum Ecclesiae doctrina ideoque eisdem adscriptio ab Ecclesia prohibita remanet. Christifideles qui associationibus massonicis nomen dant in peccato gravi versantur et ad Sacram Communionem accedere non possunt.
Auctoritatibus ecclesiasticis localibus facultas non est proferendi iudicium circa naturam associationum massonicarum quod secumferat supradictae sententiae derogationem, ad mentem Declarationis Sacrae huius Congregationis, die 17 februarii 1981 factae (cf. AAS 73 [1981], 240-241).
Hanc Declarationem in Conventu ordinario huius S. Congregationis deliberatam, Summus Pontifex Ioannes Paulus Pp. II, in Audientia infrascripto Cardinali Praefecto concessa, adprobavit et publici iuris fieri iussit.
Romae, ex Aedibus S. Congregationis pro Doctrina Fidei, die 26 novembris 1983”.
El texto en negrita dice textualmente: “Por tanto, no ha cambiado el juicio negativo de la Iglesia respecto de las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia; en consecuencia, la afiliación a las mismas sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión”.
[2] Es, por otra parte, en el marco de un tal diálogo, y a la vista de los rituales masónicos, que la Conferencia episcopal alemana llegó a la conclusión de que la pertenencia a la masonería era incompatible con la pertenencia a la Iglesia católica.
[3] Cf. Pierre BOUTIN, La Franc-Maçonnerie, l’Église et la modernité: les enjeux institutionnels du conflit (La Franc-Masonería, la Iglesia y la modernidad: los intereses institucionales del conflicto), París, Desclée de Brouwer, 1998, página 173.
[4] Jean Reyor, Pour un aboutissement de l’oeuvre de René Guénon (Por un desenlace de la obra de René Guénon), tomo II: La Franc-Maçonnerie et l’Église catholique, Milan: Archè (Biblioteca del Unicornio. La Tradición: textos y estudios. Serie francesa; 42), 1990, página 116.
[5] En los primeros siglos de la Iglesia, los cristianos ortodoxos denunciaron en el gnosticismo una publicidad indebida de doctrinas que debían permanecer secretas. Ocurre lo mismo en el Islam, puesto que, como indica Pierre LORY, “parece plausible que varios heresiarcas acusados de ghulûw (celo exagerado a la mirada de los Imâms; divinización de estos últimos; y anuncio de la inminencia de la parusía del Mahdî) por los mismos Imâms hayan sido sobre todo condenados por la divulgación pública de doctrinas que deberían haber permanecido secretas” (Pierre LORY, Introducción a Rajab BORSI, Les orients des lumières, Lagrasse: Verdier (Islam espiritual), 1996, página 21). Un fenómeno parecido se produjo durante los inicios languedocianos y después aragoneses de la Cábala.
[6] Así, señalamos a título de ejemplo la reseña en el Gentleman’s magazine londinense de 1731, páginas 431-432, de las Constituciones de Anderson.
[7] “Erklärung der Deutchen Bischofskonferenz zur Frage der Mitgliedschaft von Katholiken in der Freimaurerei”, Pressedienst des Sekretariats der Deutschen Bischofskonferenz, nº 10/80, 12 de mayo de 1980, página 4 [Traducción francesa: “La Iglesia y la franc-masonería: Declaración del episcopado alemán”, La Documentation catholique, nº 1807, 3 de mayo de 1981, páginas 444-448].
[8] Idem, páginas 4-5.
[9] Idem, página 19.
[10] Idem, páginas 10-11.
[11] Benedicto XVI, “Providas”, en padre Gasparri, editorial Codici iuris canonici fontes, tomo 2, Roma: Typis polyglotis Vaticanis, 1948, páginas 315-318 (317).
[12] Idem, página 10.
[13] Idem, página 15.
[14] “Erklärung der Deutschen Bischofskonferenz...”, obra citada, página 16.
[15] León XIII, haciendo muy ciertamente alusión al convento de 1877 del Gran Oriente de Francia, incluso notaba que los masones no se adherían más a estas verdades accesibles a la sola razón natural que son la existencia de Dios y la inmortalidad del alma espiritual. LEON XIII, “Humanum genus”, en padre GASPARRI, editorial Codici iuris canonici fontes, tomo 2, Roma: Typis polyglottis Vaticanis, 1933, páginas 221-234 (226).
[16] Idem, página 9.
[17] Acta Apostolicae Sedis, tomo 73, página 240. (Traducción francesa: “Los católicos y la franc-masonería: carta de la Congregación para la Doctrina de la fe”, La Documentation catholique, nº 1662, 20 de octubre de 1974, página 856).
[18] SACRA CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, “Declaratio de associationibus massonicis”, Acta Apostolicae Sedis, tomo 76, 1984, página 301. (Traducción francesa: “La incompatibilidad entre la pertenencia a la Iglesia y la franc-masonería: declaración de la Congregación para la Doctrina de la fe”, La Documentation catholique, nº 1985, 1 de enero de 1984, página 29).
[19] Henry SADLER, Masonic facts and fictions, comprising a new theory of the origin of the “Antien” Grand Lodge, Wellinborough: The Aquarian Press, 1985 (primera edición: 1887).
[20] René GUÉNON, Études sur la franc-maçonnerie et le compagnonnage, tomo 2, París: Éd. Traditionnelles, 1992, página 262
[21] Cedrinus JOHANNES, “¿Es la franc-masonería ‘regular’ una masonería de los ‘creyentes’?”, La Pensée catholique, nº 104-105, 1966, páginas 100-113 (112).
[22] “Erklärung der Deutschen Bischofskonferenz...”, obra citada, página 13.
[23] Idem, página 17, que cita al respecto el célebre primer artículo de las Constituciones de Anderson.
[24] Cf., por ejemplo: “Llamada común a la fraternidad”, La Documentation catholique, nº 1907, 1 de diciembre de 1985, páginas 1145-1146.
[25] No hay que olvidar que la Masonería es el Arca viva donde se ha recogido y acumulado, por herencia, en forma de depósitos, todo aquello que ha habido de verdaderamente iniciático en el mundo occidental, constituyendo los gérmenes para el ciclo venidero, y que conviene conservar con el cuidado más extremo, y condensa fundamentalmente símbolos de las tres tradiciones Abrahámicas (Cristianismo, Judaismo e Islam). Además, la “cristianización” de la Masonería occidental se hizo de una vez por todas probablemente hacia el siglo V de nuestra era, por iniciados particularmente cualificados para una obra tan importante y tan difícil. Lo que han dejado subsistir de la Masonería de los Collegia Fabrorum, al igual que del simbolismo polar, son las referencias al Pitagorismo y a la tradición céltica, caldea, egipcia y greco-latina; habiendo sido todo esto gravemente dañado por la nefasta acción de Anderson y de sus pálidos imitadores. Y [...] ¿no sería precisamente para reparar esas “heridas” que se habría instituido la “Masonería escocesa”? (N. del T.: extracto del capítulo IV, “Sobre algunos aspectos de la Masonería llamada Escocesa”, del libro de Denys Roman: René Guénon et les destins de la Franc-Maçonnerie).
[26] Cf. Pierre MOLLIER, “El grado masónico de Rosa-Cruz y el cristianismo: apuesta y poder de los símbolos”, Politica hermetica, nº 11, 1997, páginas 85-114.
[27] Jean REYOR, Pour un aboutissement de l’oeuvre de René Guénon, tomo 2: La franc-maçonnerie et l’Église catholique, obra citada, página 26.
[28] El manuscrito Grand Lodge nº 1 de 1583 está ya marcado por las concepciones de la Reforma, cuando enuncia que “el primer deber es este: que sereis hombres leales a Dios y a la santa Iglesia; y que no caereis en el error ni en la herejía, sea por vuestro juicio, sea por vuestras acciones, sino que sereis hombres discretos y sabios en todo” [“Manuscrit Grand Lodge nº 1”, en Fréderick TRISTAN, La Franc-Maçonnerie: documents fondateurs, Paris: L’Herne (Les Cahiers de l’Herne), 1992, páginas 141-153 (150).] Cf. El comentario de esta pasaje en Daniel LIGOU, “1717: nacimiento de los protestantes ingleses”, Notre Histoire, nº 66, 1990, páginas 10-15 (11).
[29] SACRA CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, “Declaratio de associationibus massonicis”, obra citada, página 301.
[30] SACRA CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, “Declaratio de canonica disciplina quae sub poena excommunicationis vetat ne catholici nomen dent sectae Massonicae aliisque eiusdem generis associationibus”, Acta Apostolicae Sedis, tomo 73, páginas 240-241 (241). (Traducción francesa: “Los católicos y la franc-masonería: declaración de la Santa Congregación para la Doctrina de la fe”, La Documentation catholique, nº 1805, 5 de abril de 1981, página 349).
[31] Idem.
[32] Jean REYOR, Pour un aboutissement de l’oeuvre de René Guénon, tomo 2: La franc-maçonnerie et l’Église catholique, obra citada, páginas 20-21.
[33] Empleamos estos dos últimos calificativos en el sentido que les da Jean BORELLA [Esotérisme guénonien et mystère chrétien, Lausanne: L’Âge d’homme (Delphica), 1997, páginas 67-72].  Está claro que el secreto real, lo inexpresable, al cual la masonería da eventualmente los medios para acceder (por la iniciación y su actualización), no es por naturaleza accesible más que desde el interior, y no por el hecho de la voluntad de la sociedad, secreta o no.
[34] Así, saliendo del dominio esotérico, las dificultades que encontraron, a finales del siglo pasado, los Knights of Labour, se mantuvieron largo tiempo por el hecho de que esta sociedad aparecía herméticamente cerrada a toda investigación de la jerarquía católica; mientras que más o menos en la misma época los Knighys of Columbus, al tener capellanes católicos y no aceptar más que católicos practicantes, no encontraron ninguna dificultad en ser aceptados por las mismas autoridades. Cf. Henry J. BROWNE, The Catholic Church and the Knights of Labor, Washington (DC): The Catholic University of America Press (Studies in American Church history; 38), 19