Capítulo V
de Simbolismo del Templo. Una alegoría de
la creación. Ed. Obelisco, Barcelona, 2001.
El sabio
rey Salomón le dijo a Hiram, rey de Tiro:
«Tú sabes
que mi padre David no pudo edificar una Casa al Nombre de IHVH su Dios, a causa
de las guerras en que sus enemigos le cercaron, hasta que IHVH los puso bajo
las plantas de sus pies. Ahora IHVH mi Dios me ha concedido paz por todos los
lados; no hay adversario ni maldad. Ahora me he propuesto edificar una Casa al
Nombre de IHVH mi Dios según lo que IHVH dijo a David mi padre: “El hijo tuyo
que yo colocaré en tu lugar sobre el trono edificará una Casa en mi Nombre» (I Reyes, V, 17-19).
El templo
de Salomón está en Jerusalén, palabra que, etimológicamente, significa «fundación
de paz», cuando el pueblo de Israel consigue la paz en su alrededor, el Señor
(IHVH) se instala en el centro de su tierra, en Jerusalén; como está dicho: «pues
de Sión saldrá la Torah y la palabra de IHVH de Jerusalén» (Is. XI, 3), y
también: «En Jerusalén pondré mi Nombre» (II Reyes, XXI, 5). Toda la exégesis hebraica está basada en el Nombre
del Señor; esta misma idea la encontramos en un comentario de E. H.:
«Los
Antiguos enseñaron que, por la transgresión de nuestros primeros padres, el
Nombre Divino fue partido en dos. Las dos primeras letras se separaron de las
dos últimas. Desde entonces, estas dos partes que están vivas se buscan
eternamente, errando por los mundos. La obra de la cábala es reunirlas, también
se la denomina marial o mesiánica. Las dos primeras letras IH forman la palabra
Ia. Está en el cielo donde sueña eternamente, siempre insatisfecha. En hebreo
son la iod y la he. Las dos últimas letras son V y H. Se pronuncian Hu, lo que
significa en hebreo “Él”. Están en este mundo de exilio con el hombre que posee
el sentido y la palabra, pero extraviados y reducidos a la dimensión de exilio.
Las dos primeras son un ser afeado por la concupiscencia de lo sensible en
exilio. Tales son el cielo y la tierra que debemos reunir para formar el reino,
los cristianos dicen en sus plegarias: “Hágase tu voluntad así en la tierra
como en el cielo…” para no hacer de ellos más que una única cosa. Por esta
razón encontramos en Deuteronomio
(VI, 4): “Escucha, Israel, IHVH nuestro Dios, IHVH es uno”. Esto no significa
que esté solo, sino que viene a ser como si dijera: deja a los demás pueblos
venerar a un Dios inaccesible en el cielo o posternarse ante un ídolo terrestre
impotente. Tu Dios, el tuyo, Israel, es la unión del cielo y la tierra, por
ello es uno, porque está reunificado». [1]
Explican
los sabios antiguos que la separación en dos partes del Nombre de Dios, se
produjo al destuirse el Templo de Jerusalén; cuando el templo existía, el
Nombre de Dios, IHVH, era pronunciado una vez al año por el Sumo Sacerdote en
el sanctasantorum del templo; al destruirse el templo, el Nombre no se puede
pronunciar, ya que para ello necesita el lugar apropiado donde se unen el cielo
y la tierra. En el exilio, el Nombre se puede describir, pero no decir, pero no
decir, por esto los hebreos leen el Tetragrama, IHVH, como Adonai (que significa «Mi Señor») o como Hashem (que significa «el Nombre»). Así pues, para poder reunificar
las dos partes del Nombre necesitamos encontrar el templo, el lugar donde unir
el cielo y la tierra.
El
templo es la envoltura del Nombre, como se puede ver claramente en las
mezquitas, donde sólo hay, en dirección a la Meca, el Corán y las cuatro letras
del nombre de Allah; aquello que contiene el templo, su simbolismo, es
estrictamente, la presencia del Nombre. Por el conocimiento del Nombre no s
ligamos con la perpetua creación de Dios, y esto quiere decir que el Nombre
puede reconstruir el templo primero y arquetípico, que su sonido engendra el
orden perfecto y sincrónico. Volveremos en más de una ocasión sobre este
Nombre. Veamos a este respecto un resumen que hace J. Peradejordi en el prólogo
de la edición española de Las enseñanzas
de Jesucristo a sus discípulos, dice así:
«En
el esoterismo musulmán aparecen infinidad de alusiones al Nombre de Dios. Uno
de los más famosos dichos o tradiciones del Profeta dice que “Dios tiene 99
nombres, 100 menos 1; aquel que los conozca entrará en el Paraíso. Estos 99
nombres están escritos, diseminados a lo largo del Corán, pero existe un
centeavo nombre, el Nombre de Dios, que otorga a aquel que lo conoce la
omnipontencia, y éste no está escrito…” Recordemos también aquí la parábola
evangélica de las 99 ovejas que el pastor deja para ir a buscar la centeava
(Mt. XVIII, 11 y ss.). Este nombre, esta palabra, este verbo, parece ser el
gran secreto que se transmitían los iniciados de boca a oreja, se trataría
también de una “cosa” (en hebreo la palabra dabar significa tanto palabra como
cosa) que se transmitían los kabalistas de mano a mano y que no aparece en los
libros, aunque éstos, se sobreentiende, no hablan más que de ella. Como nos
demuestran los ejemplos que siguen: “De todo lo que hay escrito en mis libros,
anda hay como esta palabra” y “No descubráis esta cosa a aquellos que no
podrían soportarla o guardarla”.» [2]
Notas:
[1]
«Introducción al Riquete del Copete según el sentido cabalístico» en La Puerta,
num. 13, 1983, pp. 28-29.
[2]
Ed. 7 ½, Barcelona 1980, p. 13
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