Capítulo IV
de Simbolismo del Templo. Una alegoría de
la creación. Ed. Obelisco, Barcelona, 2001.
Con
el árbol de la ciencia del bien y del mal,
en
el que pecó el primer hombre,
creó
Dios el tiempo.[1]
Pico
de la Mirandola
La
etimología de la palabra templum se
fue ampliando, en un proceso natural, de la significación de un espacio
dividido de una determinada manera, a la de tempus,
tiempo, al relacionarse una determinada zona del cielo (por ejemplo: oriente)
con una determinada hora del día (por ejemplo: la mañana); de esta
identificación se pasó a la concepción general del tiempo. El tiempo y el
templo tienen una misma raíz epistemológica. No nos puede extrañar después de
haber comprendido la dualidad como la consecuencia del concepto fundamental del
templo; esta dualidad se alarga a los ciclos temporales: día-noche,
invierno-verano, etc.
Cualquier
cosa divisible en partes, que es graduable, medible, o regulable, convive con
el sentido etimológico de la palabra templum
como lo que es demarcable, lo cortado. A la vez que con esta palabra entendemos
un edificio espléndido y ornamentado, hemos de entender también un tiempo, una
temperatura, una templanza, etc. A propósito de la templanza, R. Llull escribe: «Templanza es frenar queriendo estar
entre dos extremidades contrarias a la cantidad, o si tu hijo, quieres
templanza, te conviene multiplicar lo menor y minvar (reducir) lo mayor». [2]
No podemos
dejar de mencionar aquí la carta del Tarot número catorce que se llama,
justamente, la Templanza; representa a una mujer alada que está vertiendo agua
de un ánfora o jarra azul a otra roja; J. Peradejordi explica brevemente su
simbolismo:
«Dado el
color de las ánforas, parece como si el ángel de la Templanza estuviera vertiendo
la quintaesencia celeste en el recipiente terrestre. Que se trata de una
quitaesencia, nos lo indica la flor de cinco pétalos que la mujer lleva sobre
la cabeza. La jarra azul se encuentra más arriba que la roja, quizá para
indicarnos que la gracia o misericordia ha de superar el rigor o la ira para
que exista el equilibrio. En este caso la dulzura de la gracia está templando y
dulcificando el rigor. Espiritualmente, éste parece ser el resultado de la contemplación
que, en su etimología –que es la misma que la palabra templanza— indica, se
realiza en el interior, en el secreto del templo» [3].
En una
reflexión del Timeo de Platón, vemos cómo el Templo de Dios se organiza tanto
en el espacio como en el tiempo:
«Lo que en
realidad era eterno era la sustancia del Viviente modelo, y era imposible
adaptar enteramente esta eternidad a un mundo generado. Por esta razón su autor
(Zeus) se propuso hacer una imitación móvil de la eternidad y, mientras
organizaba el cielo (el universo), hizo, a semejanza de la eternidad inmóvil y
una, esta imagen semieterna que progresa según la ley de los números: eso mismo
que nosotros llamamos tiempo.» [4]
Platón
explica a continuación cómo a partir del movimiento de los astros se condensa
el orden del cielo en la tierra, de manera que la realidad es como una armonía
(templanza) entre las tensiones opuestas: esta armonía es el logos, la sofía, el orden perfecto y sincrónico hecho según los movimientos
del cielo. Es lo que podemos entender por la «Ciencia de Dios».
Numerosas
pinturas medievales representan a Dios con un compás dibujando un mundo; es el
Gran Arquitecto que da forma a su creación, la forma de su Sabiduría,
haciéndola a su imagen y semejanza. Es el Dios creador que dibuja el Adán, el
Jardín del Edén, las palabras que están escritas en su Ley, la Torah, que
dibuja el Templo de Salomón; ya lo hemos visto anteriormente, no hay una
diferencia de contenido en estas imágenes simbólicas de la creación; el logos
divino se coagula en ellas, de manera que éstas forman su creación perfecta y
espléndida. Pero un día el hombre peca, el Jardín se pierde, las palabras de la
Ley no se entienden y el Templo de Salomón es destruido por los extranjeros. El
orden perfecto y sincrónico del Gran Arquitecto del Universo se vuelve
diacrónico, la perfección pierde el punto templado de equilibrio y se pierde la
armonía en la mezcla de los contrarios.
Al
reflexionar sobre el templo interior, no podemos sino partir del templo
destruido, de la vida en el exilio; sin duda, sería interesante hablar y
recopilar datos del sentido y la forma que debía tener el santo Templo de
Salomón, buscarlo arqueológicamente, pero sería una tentativa inútil. Si
queremos conocer el Templo de Salomón, lo hemos de reconstruir; tenemos que
entender que esto es posible, que aquello está destruido y caído coexiste con
aquello que es perfecto y sincrónico; el Templo de Salomón, el Adán glorioso,
están, desde la caída, dormidos y escondidos, pero no han desaparecido, no han
dejado de ser. El problema consiste en reencontrar la realidad escondida por la
mala formación y no buscarla en el pasado como una cosa que ya no es. Como
escribe R. Guénon:
«Dios, por
el hecho mismo de que no está en el tiempo crea el mundo “ahora” igual que lo
ha creado y lo creará; el acto creador es realmente intemporal, y somos
nosotros, únicamente, los que lo situamos enuna época referida al pasado, o los
que nos representamos, ilusoriamente, con el aspecto de una sucesión de hechos,
lo que es esencialmente simultáneo en la realidad principal. En el tiempo,
todas las cosas se desplazan incesantemente, aparecen, cambian y desaparecen;
en la eternidad, por el contrario, todas las cosas permanecen en un estado de
inmutabilidad; la diferencia que hay entre uno y otra es propiamente la del “devenir”
y el “ser”». [5]
O dicho de
otro modo con las palabras del Maestro Eckhart:
«Dios crea
el mundo entero ahora, en este instante. Todo cuanto Dios creo hace seis mil
años y más, cuando creó el mundo, lo crea instantáneamente ahora… donde el
tiempo no entró nunca y donde nunca se vio forma alguna… Hablar del mundo como
si fuera creado por Dios ayer o mañana sería para nosotros una locura; Él crea
el mundo y todas las cosas en este Ahora presente». [6]
Pensar que
el Templo de Salomón, el Paraíso, o el Adán fueron creados en una época y que
ahora no son, que podemos hablar de los arquetipos como si fueran pasado,
simbólicamente es una locura o una estupidez; buscar el Templo de Salomón entre
los residuos de piedra significa no entender de qué templo se está hablando. El
templo de Salomón es el templo perfecto y sincrónico que dibuja Dios al crear
el mundo, es su acto puro para configurar su morada. Este acto no está en la
historia, en la cronología; este acto, esta división-temporalización de su
Unidad escondida, se da ahora, en este instante, pero no lo sabemos ver, ya que
percibimos sólo con los ojos externos y, de esta manera, es imposible «ver» el
Templo de Salomón, y una ridícula pretensión querer hablar de los contenidos
simbólicos del templo.
También es
cierto que esta visión no depende de nosotros, por lo que sólo podemos citar a
aquellos que han visto el templo en vida; hemos apuntado, no obstante, esta
reflexión, la hemos hecho en voz alta, porque a partir de ella podemos hablar
del templo de Salomón como de una cosa viva, no buscándolo arqueológicamente
sino entendiéndolo, fundamentalmente, como el templo interior. El templo de
Salomón es el único objeto de nuestro deseo, algo que está por venir y que
esperamos ansiosos, la posibilidad de acercarnos al reino de los arquetipos
eternos y salir, de una vez por todas, de este mundo perdido. Evidentemente,
nos encontramos, más cerca de la magia que de la ciencia; intentamos invocar
algo, lo intentaremos con todas nuestras fuerzas, para que la gracia que está
arriba baje, y se desvele ante nuestros ojos.
Quizás el
primer aspecto del templo del que deberíamos hablar es el templo-fortaleza o
muralla que nos protege de las fuerzas del mal que continuamente nos tientan
para poder fijar su espíritu errante en nosotros. Este templo-fortaleza, que
nos resguarda de las cosas de este mundo y nos dirige hacia las cosas del mundo
por venir es como el círculo que los magos trazaban a su alrededor que impedía
la entrada a los seres de la muerte, esto es, seres que buscaban el desorden y
la disolución. Dentro de este círculo que tiene escrito el sincronismo
universal, está el lugar esperado, en que el cielo se puede unir con la tierra,
y la tierra con el cielo. Dentro de este círculo está situado el Templo de
Salomón.
Notas:
[1] Conclusiones mágicas y cabalísticas, (XLVII,
5), Ed. Obelisco, Barcelona, 1982, p. 51.
[2] Doctrina Pueril, Ed. Barcino, Barcelona,
1972, p. 139.
[3] El libro de Toth, Ed. Obelisco,
Barcelona, 1981, p. 59.
[4] Timeo, 37-d, Ed. Aguilar, Buenos Aires,
1981, p. 106.
[5] Citado
por A. K. Coomaraswamy en El tiempo y la
eternidad, Ed. Taurus, Madrid, 1980, pp. 8-9.
[6] Ibid. p. 115.
Muito bom!!
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