El rito fundacional de la ciudad en occidente,
concretamente en la tradición etrusco-latina, ha sido objeto de un importante
estudio del profesor J. Rykwert [1]. El particular rito de la fundación de la
ciudad se enmarca en el ámbito más general de los ritos de construcción, que
engloba la construcción de altares, templos, casas, asentamientos militares y
en general cualquier ordenación del territorio por pequeña que esta sea. Las
referencias más explícitas al rito fundacional de una ciudad en occidente han
llegado a nosotros a través de los etruscos [2], de sus herederos romanos y de
los griegos, pero todas las demás tradiciones también tienen sus ritos de construcción
que no difieren en contenido los unos de los otros aunque ciertos aspectos
formales se acomoden a las
circunstancias específicas de cada lugar; desde las tradiciones
extremorientales hasta las precolombinas pasando por la tradición occidental el
hecho que se persigue es esencialmente establecer en la tierra un centro a
partir del cual se repite la cosmogonía, rememorando así el acto divino
primordial de creación de toda manifestación. Establecer este centro pasa por
reconocer la “voluntad divina”, que en la tradición etrusco-latina se obtenía
mediante la observación del vuelo de unas determinadas aves, en Grecia se
consulta el oráculo de Delfos y en Samnio, un pueblo de la Italia antigua, se
seguía el rastro de un animal sagrado como el lobo el pájaro carpintero, para
finalmente establecer los límites del espacio que, en virtud del rito, pasa a
ser sagrado.
Así, toda fundación es ante todo una fecundación
de la tierra virgen por el espíritu divino, y toda fecundación es una unión de
los contrarios en la unidad. Fundar una ciudad significa refundar el Cosmos,
repetir la cosmogonía, y esta refundación tiene carácter hierogámico: un
matrimonio sagrado entre la tierra a ocupar y la otra Tierra prototípica
celeste e Ideal; la de abajo se estructura a imagen y semejanza de la de
arriba, y ese trozo de tierra sacralizada pasaba a ser Centro del Mundo, templo
a cielo abierto, habitáculo de la Sekhinah,
la “presencia real” de la Divinidad [3].
El rito fundacional de la tradición
etrusco-itálica al cual nos vamos a referir, consta de un doble tiempo que se
plasma en una doble acción ritual. En primer lugar, y como condición de
posibilidad, era imprescindible el rito de la Contemplatio. Esta parte del rito era efectuada por un magistrado:
el Augur. La Contemplatio consistía
en, una vez alcanzado el lugar elevado, generalmente la cima de una montaña que
en virtud del rito que se va a efectuar, se convierte en Eje del Mundo, Montaña
Cósmica, escrutar el cielo y según la topología que ofrezca en ese instante
advertir en ella dos coordenadas, dos meridianos cruzados que configurarán,
convenientemente dibujados sobre la superficie de la tierra, las dos
direcciones principales o eje de la ciudad. El Augur era el único capaz de determinar el significado exacto de los
signos advertidos en el cielo, su Ciencia era secreta; así, en el caso de que
todos estuvieran conforme al rito y que los signos fueran favorables él era el
encargado de comunicar a los demás la convivencia o no de fundar una ciudad en
el lugar previamente escogido. En el caso de que se dieran las condiciones
celestes favorables quedaba así in-augur-ada
la ciudad; pero vayamos por partes.
Como dijimos más arriba, el Augur advertía en el
cielo una coordenadas; el punto en donde estás se interseccionaban se
proyectaba en el suelo y éste, que pasa a ser el centro de la ciudad, es lo que
propiamente se llama templum. El
templum era un diagrama trazado en el suelo de carácter analógico y por tanto
no implicaba una transposición literal de las directrices advertidas mediante
el escrutinio de la topología celeste. El templum
podía ser dibujado, dicho o gesticulado, pero de cualquier manera
representaba sintéticamente el orden general del cielo en un lugar determinado;
en el caso de que el Augur dibujase sobre el suelo el diagrama éste era
generalmente circular y dividía el territorio en cuatro partes. Los antiguos
etimologistas hacen derivar la palabra templum
de tueri, mirar, escrutar, observar,
pero, atendiendo a su raíz etimológica, hay dos observaciones importantes más a
hacer.
En primer lugar la que deriva de temperatura que
en latín significa fusión o mezcla bien dosificada y por lo tanto equilibrada,
de dos o varias cosas distintas; derivado de temperatura tenemos “templar” que
significa, genéricamente, mezclar una cosa con otra para moderar sus
actividades, fusionar sus cualidades o energías; así pues, templo, o temple, es
también una unión o fusión o mezcla; pero unión ¿de qué?
El Augur era el vehículo, “puente” o “canal”
mediante el cual los tres niveles cósmicos en juego se unían mediante el rito y
se materializaban en una figura o gesto al que se llamaba, como hemos visto, templum. En la tradición extremoriental
encontramos una figuración análoga al Augur simbolizada por el carácter wang o
Rey-Pontífice [4] (fig. 1). En efecto, el
carácter se compone de tres trazos
horizontales unidos por uno vertical; el trazo superior figura el Cielo, el
inferior la Tierra y el intermedio el Hombre. Guénon advierte que el trazo
intermedio refiere al Hombre Primordial mientras que es el trazo vertical, en
su calidad de eje, quien simboliza al Hombre Universal el cual se identifica
con el Eje vertical mismo. Este carácter de eje viene simbolizado sin duda por
el bastón que llevaba el Augur y
mediante el cual, o bien trazaba en el suelo el diagrama templum, o bien, con el mismo bastón, lo “trazaba” haciendo gestos
en el aire. Asimismo en tanto que Hombre Universal el Augur es “mediador” entre
el Cielo (que no debemos confundir con el planeta tierra). El Hombre Universal
es propiamente en el sentido más elevado el “hijo del Cielo y la Tierra”, siendo
un “hijo de la Tierra” en tanto que mediador e “hijo del Cielo” en tanto que
transmisor del “mandato del Cielo” lo que por otra parte nos indica la
simultaneidad de los sentidos ascendente y descendente del Eje Vertical y por
lo tanto del Hombre Universal y que, en la tradición extremoriental, corresponde
respectivamente a la función del Rey y a la del Pontífice [5]. El Augur
ejemplifica así, en tanto que Pontífice, a la Humanidad, tanto desde un punto
de vista cósmico, como naturaleza específica, como desde un punto de vista
social, como colectividad de todos los hombres. Así, la magistratura ejercida
por el Augur es en realidad un pontificado: no en vano la tradición escrita que
los romanos heredaron de los etruscos estaba bajo la custodia del colegio de
los pontífices.
Figura 1 |
Por otra parte, en el subsuelo del templum se construía una cavidad llamada
mundus en la cual se alojaban tres
cosas: los restos del ave que fuera portadora de los buenos Augurios (más
adelante nos referiremos a ella), un puñado de tierra traída de una ciudad
hermana y, los restos del héroe fundacional [6]. Así en el mundus se “fijaban” los tres niveles cósmicos: Cielo (simbolizado
por el ave), Hombre (héroe fundacional) – Tierra (puñado de tierra), y sólo en
virtud de ser unión de estos tres niveles cósmicos se puede que es un Centro; y
es a partir de este “Centro del Mundo” que se repite la cosmogonía demarcando
en el territorio, es decir en la dimensión horizontal, el “límite de lo sagrado”.
El mundus era una cavidad circular y
se cubría con una losa de piedra, sobre la cual se erigía un altar en donde se
encendía un fuego que pasaba a ser el focus
de la ciudad. En este preciso momento el héroe fundacional daba nombre a la
ciudad: un nombre secreto, otro sacerdotal y el nombre público [7], lo que
equivale necesariamente a “nombrar” los tres niveles antes mencionados y de los
cuales la ciudad era síntesis.
Figura 2 |
Pero la Contemplatio no era sólo un trabajo de advertir en el cielo las coordenadas que regirán luego las características principales de la ciudad, era también un “esperar”. Este “esperar” (contemplando) es un acto de recogimiento en estado de alerta para advertir el signo del cielo o prodigio (algo fuera de lo normal). Se espera una señal, un ángel. Este signo angélico o figura alada tomaba la forma de un ave, y, en el ritual romano, el ave escogida era generalmente un águila [11].
Simbólicamente el águila es la mensajera de la
voluntad divina, es un símbolo solar y celeste y en cuanto a ave es símbolo
angélico y de los estados espirituales superiores; en las Tradiciones del Libro
los ángeles tienen frecuentemente forma de águila. El águila se asimila al rayo
y al trueno y así manifiesta a un nivel las voluntades del dios supremo y la
acción transformadora del Cielo sobre la Tierra, es decir, la fecundación de la
tierra madre (asimilada) al caos primordial y a la materia prima) por el
espíritu divino [12].
Siguiendo con el ritual llegaba un experto, el Arúspice (adivinador por el hígado)
quien cogía el ave portadora de los augurios, la abría en canal, le sacaba el
hígado que subdividía en partes atribuyendo cada una de ellas a una divinidad,
y advertía en él el signo. Leía los signos oraculares y si le parecían malos se
había de aguardar y si le parecían buenos se procedían a lo que al principio
hemos denominado la segunda acción ritual [13].
Esta segunda acción se ejecutaba posteriormente al
trazado de las direcciones de los ejes principales de la ciudad por parte del
agrimensor, oficio éste tan excelso como el del Augur, quien con un instrumento
llamado gnomon trazaba el cardo y el decumanus maximus acorde con el curso
del sol. Cardo quiere decir “eje”, es decir, línea en torno al cual gira el
sol, de Norte a Sur, y decumanus debe
su nombre, según algunos tratadistas antiguos, a la contracción de duodecimanus, la línea de las doces
horas entre la salida y la puesta del sol, es decir de Este a Oeste. El rito
realizado por el agrimensor constaba de tres fases; trazado por el círculo
entorno al gnomon [14], determinación del eje Este-Oeste acorde con el curso
del sol y de su perpendicular Norte-Sur y trazado del cuadrado inscrito en el círculo.
Estas tres frases del rito corresponden igualmente a las tres figuras
fundamentales (círculo, cruz y cuadrado) que simbolizan los tres niveles
(Cielo-Hombre-Tierra) del carácter wang expuesto
anteriormente [15].
Figura 3 |
Una vez, pues, inscritas en el suelo las
coordenadas celestes advertidas por Augur y que se concretaban en el diagrama
del templum, acorde a los signos
advertido por el arúspice y una vez se disponía de los ejes elementales que
ordenarían la morfología de la ciudad, se procedía a la demarcación de los
límites que ésta ocuparía en el territorio. Este demarcar consistía en
establecer una cuadratura: perpendicularmente a cada eje se trazan cuatro
surcos que formaban un cuadrado. Este surco, llamado sulcus primigenius, lo trazaba el fundador de la ciudad sirviéndose
de un arado de bronce, que simboliza el matrimonio sagrado entre el cielo y la
tierra. El arado como símbolo de fecundidad se atribuye al dios del trueno y la
justicia; no por casualidad el bronce, (metal de gran dureza obtenido por la
unión de estaño, cobre y plata) es también símbolo de la justicia inflexible,
de la incorruptibilidad y la inmortalidad y era empleado para los instrumentos
de culto y las acciones de carácter religioso pues, entre otras significaciones,
evoca el maridaje de la luna y el sol [16]. El arado era llevado por una
novilla y un toro blancos, el toro caminaba por la parte exterior del surco y
la novilla por la parte interior [17]. La novilla simboliza la tierra o
sustancia primordial; en la antigua Mesopotamia la Gran Madre o la Gran Vaca
era diosa de la fecundidad, y es por lo tanto un símbolo de la fertilidad [18].
El toro evoca la fertilización de la tierra y por tanto la parte “creativa” que
se complementa con la “receptiva” simbolizada por la novilla. Así el matrimonio
sagrado se realiza a dos niveles: una unión vertical entre Cielo y Tierra,
mediante el arado, y otra horizontal, ya en el orden de lo manifestado, entre
los dos principios elementales de toda manifestación: lo masculino o creativo y
lo femenino o receptivo. Los animales debían de ser blancos pues, en sentido
ritual, era éste el color del pasaje, de la iniciación; los animales blancos
sacralizaban un terreno antes profano mediante el rito: la tierra había sido
iniciada y conformaba una base firma para la construcción.
Figura 4 |
Los ritos de construcción, que propiamente
corresponden a la arquitectura sagrada, son una “fijación” en el espacio del
tiempo en constante movimiento cíclico, se establece realmente la cuadratura
del círculo. Esta fijación tiene carácter alquímico pues es en definitiva una “coagulación”
que se traduce en términos prácticos como una cuarterización, partición o
cualificación de algo cuantitativamente indeterminado; como señala Burckhardt “mediante
la práctica ritual se ‘cristaliza’ la realidad cósmica y esta cristalización se
resuelve en una geometría que es una imagen invertida de lo intemporal, es el
Ser ‘corporalizado’” [20].
El rito es la inteligencia de la acción. Los
símbolos y los mitos urden armoniosamente nuestra realidad con la Realidad,
recordándonos incesantemente que esta polaridad es sólo aparente, pues en
realidad sólo es Uno y, consecuentemente, que la existencia es sólo algo
contextual, algo verdaderamente relativo que sólo deviene absolutamente cuando
se identifica con el Ser. Los símbolos, mitos y ritos nos atañen a nosotros
como implicaron a nuestros antepasados y si en la actualidad todas estas
cuestiones están ocultas, pues ciertamente se trata de una ocultación y no de
una desaparición, es por la naturaleza misma de los simbólico que vela su
sentido profundo a quien los usufructuario y lo revela a quien lo invoca.
Aportamos a continuación, y ya para finalizar,
cuatro imágenes extraídas de diferentes tradiciones, que constituyen auténticos
mandalas para la meditación pues todo
estudio de orden simbólico es necesariamente una meditación.
En la figura 5 un antiguo sello asirio representa
mediante un círculo y una cruz las murallas y las calles principales que
organizan el territorio y la vida de los ciudadanos atribuyendo a cada
cuadrante un oficio u organización.
En la figura 6 –la ciudad Bagdad fundada en el año
d. C. por Al Mansur- se advierte en el diagrama cuarenta y cinco aldeas
circundado un espacio en el centro del cual están el palacio y la mezquita.
En la figura 7 diagrama de La Meca en donde se representa
claramente la Kaaba en el centro del recinto sagrado y alrededor de la cual se
aglutinan los diferentes edificios.
En la figura 8 grabado representado el
emplazamiento de Tenochtitlán en donde se puede ver el águila portadora de
presagios posándose sobre un cactus, lugar que será el centro de la futura
ciudad azteca.
Notas:
[1] Rykwert, Joseph, The Idea of the Town, Faber
and Faber Ltd., Londres 1976. Existe ed. en castellano en Ed. Herman Blume,
col. Biblioteca básica de Arquitectura, Madrid, 1985.
[2] Etruria era un país aristócrata que ocupaba la
Italia central, entre el mar Tirreno, el Arno y el Tíber, y estaba orgnaizado
según una confederación de doce ciudades “dodecápolis”; fueron grandes
astrólogos y magos y desarrollaron el arte de la metalurgia con gran habilidad.
[3] Guénon, R., Aperçus sur l’ésotérisme chrétien, Ed. Traditionnelles, Paris 1988,
cap. III.
[4] Guénon, R., La gran Tríada, cap. XVII
[5] El Pontifex,
literalmente el “constructor de puentes”, representado en Grecia por Iris, la “mensajera
de los dioses”. R., Guénon, Autorité
spirituelle et pouvoir temporel, Editions Traditionnelles, Paris, 1975,
cap. IV. Asimismo ver El rey del Mundo,
Luis Cárcamo Ed., pág. 15, del mismo autor.
[6] Todavía hoy se llama “mundo” a un baúl en
donde se depositan objetos de cierto valor.
[7] En el caso
de Roma el nombre secreto era Amor, el sacerdotal Flor y el público Roma.
[8] En la lengua inglesa template o templet
significa plantilla, sinónimo de patrón o modelo.
[9] Mandala significa “círculo” y es un símbolo o “imagen
de lo divinio”. Vastu (de la raíz vas, morar, estar en su sitio) sería la
extensión total del ser ordenado, Purusha
el Hombre cósmico, origen de la existencia, así el Vastu Purusha-mandala es
el símbolo espacial de Purusha, de la
presencia divina en el centro del mundo. Cf. Rykwert, J. op. cit., p. 206.
[10] No podemos extendernos, pues no es el motivo
de este estudio, en la descripción del rito fundacional del templo hindú.
Señalemos no obstante que el equivalente hindú del mundus descrito anteriormente es la gharbha “seno del templo”, que era en sí un recipiente de bronce
que contenían las riquezas de la tierra: piedras preciosas, metal, tierra,
raíces y plantas, y que se situaba en el centro del templo.
[11] En el caso de la fundación de Roma, el ave
escogida por Rómulo y Remo fue un buitre. En las tradiciones greco-latinas el
buitre era también una ave adivinatoria, portadora de presagios, puesta estaba
asociada al fuego celeste, purificador y fecundante.
[12] En Grecia el águila era también asociada a la
actividad oracular: esta se detenía en la vertical de Delfos, siguiendo el
curso del sol, cada vez que el oráculo era consultado; M. Elíade nos recuerda que
delphys significa matriz: así el
oráculo era receptáculo de la revelación divina (simbolizada por el águila).
Recordemos también que en la antigua Grecia el héroe fundacional no acometía su
actividad sin antes haber consultado la Pitia del Delfos.
[13] El Arúspice
era un verdadero científico, pues no tenía por objeto el conocimiento de los
fenómenos o de la realidad, sino su exégesis simbólica, ciencia que adquiría
mediante la tradicional oral, el estudio de los libros sagrados y la propia
experiencia acumulada.
[14] Gnomon
designa tanto a una varilla de bronce clavada en el suelo en el centro del
círculo como un complejo instrumento destinado al trazado más exacto y extenso
de los ejes. El término “exacto” no tiene aquí sentido de “precisión” sino de
progresiva determinación.
[15] Burckhardt, T., Principios y métodos del arte sagrado, Lidiun, Ed., Buenos Aires,
pág. 17, en dónde se hace notar que este particular rito de orientación tiene
alcance universal, razón por la cual, trasponemos su lectura simbólica al rito
fundacional occidental.
[16] La palabra langala (arado) y la palabra linga
derivan de una misma raíz que designa a la vez a la laya (pala para labrar
la tierra) y el falo. El linga es por
completo un falo y en la mitología hindú es símbolo de Shiva en cuanto
principio causal y procreador. En China una pieza de forma triangular (como el
arado) de jade se encuentra frecuentemente en el centro de los templos y evoca
el carácter sagrado del acto de procreación simbolizando las hierogamias.
Chevalier-Gheerbrant, Diccionario de los
símbolos, p. 649.
[17] El héroe fundacional, el arado, la novilla y
el toro son los cuatro elementos que intervienen en la demarcación de los
límites de la ciudad que junto con la tierra fecundada son cinco. El número
cinco, suma del primer par y del primer impar, es símbolo de unión; era un
número nupcial para los pitagóricos y simboliza principalmente el matrimonio
sagrado entre el principio activo celeste y el principio pasivo terreno. En la
tradición china el cinco es la cifra de la cruz y el cuadrado pues n ose
conciben estos sin el centro que los conforma; así simbólicamente el cinco es
un número central formado por la cuadratura de la cruz y su centro,
simbolizando así la totalidad del mundo sensible.
[18] Chevalier-Gheerbrant, op. cit. p. 1043.
[19] No debe confundirse este muro, estrictamente
ritual y por lo tanto simbólico, con las murallas de la ciudad, estrictamente
defensivas. Estas construían posteriormente y su ubicación no coincidía
exactamente con el muro ritual, de manera que entre este y las murallas había
una franja de terreno –promoerium o postmurum— que igualmente era de
carácter sagrado pues estaba “dentro del muro”.
[20] Burckhardt, T., op. cit., págs., 9-11.
Cardo y Decumano de la Carthago Nova alto imperial.
Ambas vías conducían al Foro de la ciudad.
Ambas vías conducían al Foro de la ciudad.
El Foro de Carthago Nova, situado en el centro de la ciudad, reproducía el clásico esquema tripartito de este espacio, dedicado tanto a funciones religiosas como políticas. Aquí se encontraban la Basílica, destinaba a tratos comerciales, reuniones políticas y juicios; el Templo, dedicado a la Tríada Capitolina: Júpiter, Juno y Minerva; la Curia, sede del gobierno de la colonia; y el Augusteum, donde se reunía el colegio de los augustales que daban culto al Emperador desde Augusto.
Curia romana de Carthago Nova
Augusteum de Carthago Nova
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