Capítulo VIII de El Rey del Mundo (Le Roy du Monde) - 1927.
El Agarttha,
se dice en efecto, no siempre fue subterráneo, y no lo permanecerá siempre;
vendrá un tiempo donde, según las palabras contadas por M. Ossendowski, «los
pueblos de Agharti saldrán de sus
cavernas y aparecerán sobre la superficie de la tierra» [1]. Antes de su
desaparición del mundo visible, este centro llevaba otro nombre, ya que el de Agarttha, que significa «inaprehensible»
o «inaccesible» (y también «inviolable», ya que es la «morada de la Paz», Salem), no le habría convenido entonces;
M. Ossendowski precisa que ha devenido subterráneo «hace más de seis mil años»,
y se encuentra que esta fecha corresponde, con una aproximación muy suficiente,
al comienzo del Kali-Yuga o «edad
negra», la «edad de hierro» de los antiguos occidentales, el último de los
cuatro periodos en los cuales se divide el Manvantara [2];
su reaparición debe coincidir con el fin del mismo periodo.
Hemos hablado más atrás de las alusiones hechas
por todas las tradiciones a algo que se ha perdido o que se ha ocultado, y que
se representa bajo símbolos diversos; esto, cuando se lo toma en su sentido
general, el que concierne a todo el conjunto de la humanidad terrestre, se
refiere precisamente a las condiciones del Kali-Yuga.
Así pues, el periodo actual es un periodo de oscurecimiento y de confusión [3];
sus condiciones son tales, que mientras que persistan, el conocimiento
iniciático debe necesariamente permanecer oculto, de donde el carácter de los
«Misterios» de la antigüedad llamada «histórica» (que ni siquiera se remonta
hasta el comienzo de este periodo) [4] y de las organizaciones secretas de todos
los pueblos: organizaciones que dan una iniciación efectiva allí donde subsiste
todavía una verdadera doctrina tradicional, pero que ya no ofrecen más que su
sombra cuando el espíritu de esa doctrina ha cesado de vivificar los símbolos
que no son más que su representación exterior, y eso porque, por razones
diversas, todo lazo consciente con el centro espiritual del mundo ha acabado
por ser roto, lo que es el sentido más particular de la pérdida de la tradición,
el que concierne especialmente a tal o a cual centro secundario, que haya cesado
de estar en relación directa y efectiva con el centro supremo.
Así pues, como ya lo hemos dicho
precedentemente, se debe hablar de algo que está ocultado más bien que
verdaderamente perdido, puesto que no está perdido para todos y puesto que
algunos lo poseen todavía integralmente; y, si ello es así, otros tienen
siempre la posibilidad de reencontrarlo, siempre que lo busquen como conviene,
es decir, que su intención sea dirigida de tal suerte que, por las vibraciones
armónicas que despierte según la ley de las «acciones y reacciones
concordantes» [5], pueda ponerles en comunicación espiritual efectiva con el
centro supremo[6]. Por lo demás, esta dirección de la intención tiene, en todas
las formas tradicionales, su representación simbólica; queremos hablar de la
orientación ritual: ésta, en efecto, es propiamente la dirección hacia un
centro espiritual, que, cualquiera que éste sea, es siempre una imagen del
verdadero «Centro del Mundo» [7]. Pero, a medida que se avanza en el Kali-Yuga, la unión con este centro,
cada vez más cerrado y ocultado, deviene más difícil, al mismo tiempo que
devienen más raros los centros secundarios que le representan exteriormente [8];
y no obstante, cuando acabe este periodo, la tradición deberá ser manifestada
de nuevo en su integridad, puesto que el comienzo de cada Manvantara, al coincidir con el fin del precedente, implica
necesariamente, para la humanidad terrestre, el retorno al «estado primordial» [9].
En Europa, todo lazo establecido conscientemente
con el centro por medio de organizaciones regulares está actualmente roto, y
ello es así desde hace ya varios siglos; por otra parte, esta ruptura no se ha
cumplido de un solo golpe, sino en varias fases sucesivas [10]. La primera de
estas fases se remonta al comienzo del siglo XIV; lo que ya hemos dicho en otra
parte de las Órdenes de caballería puede hacer comprender que una de sus
funciones principales era asegurar una comunicación entre Oriente y Occidente,
comunicación cuyo verdadero alcance es posible aprehender si se precisa que el
centro del que hablamos aquí ha sido descrito siempre, al menos en lo que
concierne a los tiempos «históricos», como estando situado en la parte de Oriente.
No obstante, después de la destrucción de la Orden del Temple, el Rosacrucianismo,
o aquello a lo que se debía dar este nombre después, continuó asegurando el
mismo lazo, aunque de una manera más disimulada [11]. El Renacimiento y la Reforma
marcaron una nueva fase crítica, y finalmente, según lo que parece indicar
Saint-Yves, la ruptura completa habría coincidido con los tratados de Westfalia
que, en 1648, terminaron la guerra de los Treinta Años. Ahora bien, es
sorprendente que varios autores hayan afirmado precisamente, que, poco después
de la guerra de los Treinta Años, los verdaderos Rosa-Cruz abandonaron Europa
para retirarse a Asia; y recordaremos, a este propósito, que los Adeptos
rosacrucianos eran en número de doce, como los miembros del círculo más
interior del Agarttha, y
conformemente a la constitución común a tantos centros espirituales formados a
la imagen de ese centro supremo.
A partir de esta última época, el depósito del
conocimiento iniciático efectivo ya no es guardado realmente por ninguna
organización occidental; así, Swedenborg declaraba que en adelante es entre los
Sabios del Tíbet y de la Tartaria donde sería menester buscar la «Palabra
perdida»; y, por su lado, Anne-Catherine Emmerich tuvo la visión de un lugar
misterioso que llamaba la «Montaña de los Profetas» y que se situaba en las mismas
regiones. Agregaremos que es de las informaciones fragmentarias que Mme
Blavatsky pudo recopilar sobre este tema, sin comprender por lo demás su
verdadera significación, de donde nació en ella la idea de la «Gran Logia
Blanca», a la que podríamos llamar, no ya una imagen, sino simplemente una
caricatura o una parodia imaginaria del Agarttha[12].
Ps. LXXXIV, 11. 14 |
Notas:
[1] Estas palabras son aquellas
por las cuales se termina una profecía que el «Rey del Mundo» habría hecho en
1890, cuando apareció en el monasterio de Narabanchi.
[2] El Manvantara o era de un Manu,
llamado también Mahâ-Yuga, comprende
cuatro Yugas o periodos secundarios: Krita-Yuga (o Satya-Yuga), Trêtâ-Yuga, Dwâpara-Yuga y Kali-Yuga, que se identifican respectivamente a la «edad de oro», a
la «edad de plata», a la «edad de bronce» y a la «edad de hierro» de la
antigüedad grecolatina. En la sucesión de estos periodos, hay una suerte de
materialización progresiva, que resulta del alejamiento del Principio que
acompaña necesariamente al desarrollo de la manifestación cíclica, en el mundo
corporal, a partir del «estado primordial».
[3] El comienzo de esta edad
esta representado concretamente, en el simbolismo bíblico, por la Torre de
Babel y la «confusión de las lenguas». Se podría pensar bastante lógicamente
que la caída y el diluvio corresponderían al final de las dos primeras edades;
pero, en realidad, el punto de partida de la tradición hebraica no coincide con
el comienzo del Manvantara. Es
menester no olvidar que las leyes cíclicas son aplicables a grados diferentes,
para periodos que no tienen la misma extensión, y que a veces se solapan los
unos a los otros, de ahí las complicaciones que, a primera vista, pueden
parecer inextricables, y que no es efectivamente posible resolver más que por
la consideración del orden de subordinación jerárquica de los centros
tradicionales correspondientes.
[4] No parece que se haya
destacado nunca como convendría la imposibilidad casi general en que se
encuentran los historiadores para establecer una cronología cierta para todo lo
que es anterior al siglo VI antes de la era Cristiana.
[5] Esta expresión está tomada
a la doctrina taoísta; por otra parte, tomamos aquí la palabra «intención» en
un sentido que es exactamente el del árabe niyah,
que se traduce habitualmente así, y este sentido es por lo demás conforme a la
etimología latina (de in-tendere,
tender hacia).
[6] Lo que acabamos de decir
permite interpretar en un sentido muy preciso estas palabras del Evangelio:
«Buscad y encontraréis; pedid y recibiréis; llamad y se os abrirá». — Aquí uno
deberá remitirse naturalmente a las indicaciones que ya hemos dado a propósito
de la «intención recta» y de la «buena voluntad»; y con eso se podrá completar
sin esfuerzo la explicación de esta fórmula: Pax in terra hominibus bonae voluntatis.
[7] En el Islam, esta orientación
(qiblah) es como la materialización,
si se puede expresar así, de la intención (niyah).
La orientación de las iglesias cristianas es otro caso particular que se
refiere esencialmente a la misma idea.
[8] No se trata, bien
entendido, más que de una exterioridad relativa, puesto que estos centros secundarios
están ellos mismos más o menos estrictamente cerrados desde el comienzo del Kali-Yuga.
[9] Es la manifestación de la
Jerusalem celeste, que es, en relación al ciclo que acaba, lo mismo que el
Paraíso terrestre en relación al ciclo que comienza, así como lo hemos
explicado en El Esoterismo de Dante.
[10] De igual modo, bajo otro
punto de vista más extenso, hay para la humanidad grados en el alejamiento del
centro primordial, y es a estos grados a los que corresponde la distinción de
los diferentes Yugas.
[11] Sobre este punto todavía,
estamos obligados a remitir a nuestro estudio sobre El Esoterismo de Dante, donde hemos dado todas las indicaciones que
permiten justificar esta aserción.
[12] Aquellos que comprendan
las consideraciones que exponemos aquí verán por eso mismo por qué nos es
imposible tomar en serio las múltiples organizaciones pseudo-iniciáticas que
han visto la luz en el Occidente contemporáneo: no hay ninguna de ellas que,
sometida a un examen algo riguroso, pueda proporcionar la menor prueba de
«regularidad».
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