Artículo aparecido en la revista Symbolos, Nos. 19-20, de 2000, Barcelona.
La afirmación de que la orden masónica tiene la vocación de ser. para el Occidente de este fin de ciclo, el "Arca viviente de los Símbolos" no ha sido formulada, desde hace ya medio siglo, más que por un solo autor hoy desaparecido; Denys Roman (1901-1986). La brillante síntesis de esta expresión es la conclusión de una profundización, de una manducación -verdadera "alquimia" interior- de las Escrituras, de las doctrinas tradicionales, y de las múltiples consideraciones que René Guénon había dedicado especialmente a la Masonería, y que el autor supo llevar hasta sus últimas implicaciones. Esta noción de "Arca viviente de los Símbolos" subyace de modo permanente en las dos obras que Denys Roman escribiera como homenaje a quien había recibido "las más amplias luces" en el dominio iniciático y al que designaba como "el servidor exclusivo y el intérprete incomparable" de la Tradición "perpetua y unánime".
La afirmación de que la orden masónica tiene la vocación de ser. para el Occidente de este fin de ciclo, el "Arca viviente de los Símbolos" no ha sido formulada, desde hace ya medio siglo, más que por un solo autor hoy desaparecido; Denys Roman (1901-1986). La brillante síntesis de esta expresión es la conclusión de una profundización, de una manducación -verdadera "alquimia" interior- de las Escrituras, de las doctrinas tradicionales, y de las múltiples consideraciones que René Guénon había dedicado especialmente a la Masonería, y que el autor supo llevar hasta sus últimas implicaciones. Esta noción de "Arca viviente de los Símbolos" subyace de modo permanente en las dos obras que Denys Roman escribiera como homenaje a quien había recibido "las más amplias luces" en el dominio iniciático y al que designaba como "el servidor exclusivo y el intérprete incomparable" de la Tradición "perpetua y unánime".
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Denys
Roman, conversando, nos decía a menudo que lo que le había sorprendido, en los
escritos de René Guénon (que iba conociendo según aparecían), era su
preocupación con respecto al "fin del mundo", o más exactamente:
"de un mundo".
Observaba
que la referencia a este acontecimiento esperado desde el origen de los tiempos
se iba a hacer más presente en esta obra a medida que se elaboraba; es a partir
de 1914, es decir 600 años después de la abolición de la Orden del Temple,
cuando aparecería con mayor insistencia, constituyendo, la toma de conciencia
de esa decadencia, parte integrante del "mensaje" de R. Guénon y del
propósito de su discurso.
Desde
esta perspectiva, la integración de las nociones sobre los ciclos en su
aplicación conforme con la doctrina es desde luego una característica -podría
decirse una "marca"- que autentifica de alguna manera tanta obra
tradicional, incluso aunque, en todo rigor, hayan de añadírsele otras nociones
no menos esenciales; con mayor razón eso es así en el caso de la obra de René
Guénon, que constituye un ejemplo en el más alto grado de la importancia
concedida a la suerte de Occidente, a la reunión e integración de sus
componentes tradicionales con vistas a su enderezamiento; sin duda alguna,
dicho integración constituye el aspecto más fundamental y el objeto esencial de
una función que puede calificarse de "providencial" y que no podía
interpretarse sino en este fin de ciclo.
De
la misma manera, veremos desarrollarse idéntica preocupación en los escritos de
D. Roman, de los cuales examinaremos sus aspectos más característicos. Como
verdadero hilo conductor, ella orientaría su obra masónica hacia la puesta en
envidencia de las "innumerables" posibilidades que contiene el Arco Real,
tanto en el dominio microcósmico como en el macrocósmico, y desde su
perspectiva escatológica. Para ello, el autor conduciría su reflexión según
tres ejes esenciales, poniendo el acento en los puntos destacados por R.
Guénon.
1.
El proceso del iniciado (tomando este término en el estricto sentido indicado
por R. Guénon), el cual todavía dispone, en Occidente, de una organización que
permite a miembros cualificados alcanzar lo que habitualmente se designa como
"el retorno al origen".
2.
El "reconocimiento" y la valoración de las múltiples herencias o
depósitos que se han agregado a la Orden masónica, debidos a una elección
selectiva, los que hacen de ella y para Occidente en su especialidad iniciática
de carácter universal, el Arca para los tiempos futuros.
3.
El cuidado, para el occidental, de una vinculación exotérica
"posible", es decir, que no esté en contradicción práctica y en
cuanto a lo esencial con el proceso masónico. [1]
Para
Denys Roman, todo ello se encuentra determinado por la conciencia de la
proximidad del "fin de los tiempos", cosa que obliga a una
discriminación que debe permitir adoptar una actitud conforme con el plan del
Gran Arquitecto:
¿Es
necesario insistir sobre este punto, que deja entrever en el dominio de la
acción -él nos lo sugiere continuamente, tanto es lo que sus palabras vehiculan
la esperanza- un "ajuste" capaz de permitir aprovechar las
posibilidades contenidas en este fin de ciclo?
En
pocas palabras: hoy día, corresponde a los masones -y tan sólo a ellos- actuar
en la medida en que esto sea posible y a tenor de la perspectiva que ofrecen
los caracteres formales y sutiles de este fin de Manvántara. Este es el mensaje
que les dirige R. Guénon y D. Roman.
Pero
el camino masónico solamente puede conducirles a la restauración efectiva de esa
última estación para lo humano que es el estado primordial, si el verdadero eje
práctico sobre el que él se funda -es decir el ritual- presenta garantías de
conformidad doctrinal y simbólica estrechamente relacionadas con el Arte Real
[2].
Es
aquí donde interviene la necesidad de un examen riguroso de los rituales
(habida cuenta del estado actual en que se encuentran los que se utilizan por
lo común en el continente, a los cuales limitaremos nuestra presente
reflexión), así como su restauración, a fin de permitir, nuevamente, al masón
de los últimos tiempos ponerlos en práctica de forma coherente e integral;
nosotros sabemos que eso es posible. El ritual (lo recordamos nuevamente, dado
que este punto se descuida con frecuencia) ha de vehicular, en su estructura
básica, los elementos simbólicos que permitan "actualizar" un método
apropiado para el trabajo colectivo específico del Oficio, siendo desde luego
este contenido simbólico, luego doctrinal, de origen suprahumano.
Sin
embargo, los distintos rituales (esto está suficientemente reconocido hoy,
salvo por las instancias oficiales) han sido objeto, tanto en lo que respecta a
su contenido simbólico, como a su estructura interna, de ciertas
manipulaciones, y a veces mutilaciones que exceden de lejos las simples y
legítimas adaptaciones; ya hemos hablado de esto. Ahora bien, R. Guénon y D.
Roman sabían que la situación que de ellos ha resultado, si bien perjudicial
para un proceso masónico conforme a lo que éste debería ser, no era irremediable
[3]; que la constitución de la masonería especulativa y el estado en que ésta
se encuentra, aun cuando correspondan efectivamente a una "degeneración en el sentido de una
aminoración", no deben
concebirse como inconvenientes mayores: siguen constituyendo una
"base" apropiada y suficiente que corresponde a los masones
cualificados enriquecer, si es que no restaurar, teniendo en cuenta y
aprovechando unas posibilidades cíclicas que están lejos de ser desfavorables
[4].
Esta
reflexión imperativa, esta exigencia incluso, en relación con las graves
lagunas resultantes de las iniciativas de Anderson y sus émulos, la han tenido
otros, en otra época, "de los antiguos tiempos", y de aquellos de
entre ellos que, surgidos de una filiación operativa preservada en lo esencial,
intervinieron para restituir ciertos usos simbólicos y rituales (en el marco de
lo que el historiador E. Michelet llamaba "la historia subterránea")
y para reparar las brechas abiertas cuando la fundación de la Gran Logia de
Londres en 1717. Fue así como aparecieron elementos simbólicos fundamentales
(verdaderos depósitos, algunos de los cuales calificados por D. Roman de
"Tierra Santa") de otra naturaleza (caballeresca e incluso
sacerdotal) que aquella limitada únicamente al Oficio [5].
Desde
esta perspectiva, la constitución de los "altos grados" escoceses y site degrees anglosajones representa una
forma de arreglo y restitución cuya importancia ciertamente no se valora lo
suficiente. Y sin duda conviene recordar, en esta oportunidad, que las bases simbólicas
del Oficio que participa del Arte Real, y que son estrictamente asimilables a
una vía de constructor, se completan (en función de la existencia de depósitos
caballerescos en el seno de la Orden) mediante la vía del kshatriya, para utilizar la terminología del hinduismo. Decimos
esto porque parece que, en el medio tradicional y en el masónico en particular,
se descuide esta vía legítima, e incluso se la desprecie o subvierta como
voluntad de poder, en provecho -si puede decirse- de una problemática vía de brahman que parece ejercer una verdadera
fascinación sobre ciertas mentes y que revela una singular falta de sentido de
las proporciones y no puede conducir sino a las más graves desilusiones. ¿Se
habrá olvidado hasta este punto lo que R. Guénon ha llegado a decir de la
eminente dignidad y nobleza de la vía kshatriya
cumplida en su integridad?
En
relación con este dominio particular de las herencias que evocamos, depósitos
simbólicos de antiguas organizaciones occidentales que "vinieron a injertarse en la Masonería o a
'cristalizarse' en cierto modo a su alrededor" [6], se ha afirmado
-con objeto de minimizar su importancia- que R. Guénon no había empleado de
buena gana el término "herencias", sino solamente la de "vestigios"
o "recuerdos"; esto es cierto; pero la interpretación que se hace de
ello deriva generalmente de una lectura restrictiva difícilmente sostenible
cuando se aprehende la totalidad del "corpus" masónico de su obra. Es
por eso por lo que D. Roman ha podido decir que: "[...] a quienquiera que, según el ejemplo de R. Guénon, sigue las
reglas rigurosas de esta ciencia exacta que es el simbolismo universal, no le
queda ninguna duda de que esas palabras a veces alteradas, esas fórmulas
enigmáticas y leyendas lo más a menudo inverosímiles son los vestigios,
debilitados pero todavía vivos, de una doctrina sublime y un método eficaz
inspirados por una Sabiduría no humana [...] su olvido definitivo sería un acto
de excepcional gravedad. Conviene por el contrario volver a darles 'fuerza y
vigor', pues esta 'reunión' (esta reintegración) de los elementos 'dispersos'
del lenguaje, es decir del 'verbo' masónico, constituye una condición necesaria
para el redescubrimiento de la 'Palabra perdida'". (René Guénon et les Destins de la
Franc-Maçonnerie, 1982, p 189). Y, respecto a esto, la siguiente cita de R.
Guénon, que él tomaría como referencia y desarrollaría en su legítima
interpretación, resume en cierto modo lo esencial de la obra de D. Román: "Habría ciertamente mucho que decir
sobre el papel 'conservador' de la Masonería y sobre la posibilidad de que éste
le da de suplir en cierta medida la ausencia de iniciaciones de otro orden en
el mundo occidental actual." (Etudes
sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, Tomo 2, p. 40). Porque, aunque
expresadas con prudencia y alguna reserva, se puede concebir qué contienen
justamente, en sus repercusiones, expresiones tales como las de "papel
conservador", y "posibilidad que éste le da". Observemos
accesoriamente, que el texto de R. Guénon del cual se extrae esta cita,
contiene en su desarrollo, entre otras consideraciones de importancia para los
masones, una indicación sobre un elemento simbólico masónico de carácter
universal que no es ajena a una intervención de D. Roman[7].
Para
añadir algunas palabras a estas pocas consideraciones: podrá comprenderse que
pongamos el acento sobre el hecho de que el autor de René Guénon et les Destins de la Franc-Maçonnerie nos parezca el
único en traducir tan perfectamente su fidelidad a las concepciones expuestas
por R. Guénon, pues sus escritos constituyen, para nosotros, una auténtica
prolongación de los puntos esenciales que interesan a la Orden en la época
actual:
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* *
Conforme
con las nociones capitales abordadas a veces alusivamente por R. Guénon, D.
Roman, al tratar los puntos históricos que ahora vamos a examinar sucintamente,
tampoco se situó en el punto de vista del historiador, cuyo método, en el
dominio que nos ocupa que es el de la iniciación, resulta bastante inadecuado,
por no decir irrisorio. De hecho, para dar cuenta de casos de transmisión como
los que representa la traslación de ciertas herencias como la del Santo
Imperio, por ejemplo, sería vano, en la medida en que se reconoce su realidad,
esperar descubrir huellas documentales de los mismos, pues: "los medios por los
cuales se han efectuados [esas transmisiones] no son de aquellos que pueden ser accesibles [a los] métodos de investigación" [de la historia ordinaria], (R. Guénon, Formes traditionelles et Cycles cosmiques, p. 73). Tan sólo la aprehensión simbólica (recordemos que, según R. Guénon, el simbolismo es una ciencia exacta) es efectivamente susceptible de permitir obtener una respuesta satisfactoria. Por ejemplo, cuando nos dice que en Occidente "no hay más que dos [organizaciones] que [...] pueden reivindicar un auténtico origen tradicional y una transmisión iniciática real", y que "estas dos organizaciones, que por otra parte, a decir verdad, no fueron primitivamente más que una sola, aunque con múltiples ramas, son el Compagnonnage y la Masonería" (Aperçus sur l'initation. Ed. Traditionelles, 1953, p. 41, nota 1), ¿en qué se basa para afirmarlo? ¿Se trata por eso de una opinión en vista de su común espíritu? La carencia de pruebas formales ¿anula la certeza basada en la coherencia y la lógica inducidas por la ciencia y el lenguaje simbólicos inaccesibles a la mentalidad profana? Y además, ¿qué alcance puede tener realmente el método "crítico" de los historiadores en relación con una Revelación (en el sentido general del término) a propósito de la cual las "pruebas formales" todavía están por ser presentadas, y manifiestamente no están cerca de serlo? [8].
cuales se han efectuados [esas transmisiones] no son de aquellos que pueden ser accesibles [a los] métodos de investigación" [de la historia ordinaria], (R. Guénon, Formes traditionelles et Cycles cosmiques, p. 73). Tan sólo la aprehensión simbólica (recordemos que, según R. Guénon, el simbolismo es una ciencia exacta) es efectivamente susceptible de permitir obtener una respuesta satisfactoria. Por ejemplo, cuando nos dice que en Occidente "no hay más que dos [organizaciones] que [...] pueden reivindicar un auténtico origen tradicional y una transmisión iniciática real", y que "estas dos organizaciones, que por otra parte, a decir verdad, no fueron primitivamente más que una sola, aunque con múltiples ramas, son el Compagnonnage y la Masonería" (Aperçus sur l'initation. Ed. Traditionelles, 1953, p. 41, nota 1), ¿en qué se basa para afirmarlo? ¿Se trata por eso de una opinión en vista de su común espíritu? La carencia de pruebas formales ¿anula la certeza basada en la coherencia y la lógica inducidas por la ciencia y el lenguaje simbólicos inaccesibles a la mentalidad profana? Y además, ¿qué alcance puede tener realmente el método "crítico" de los historiadores en relación con una Revelación (en el sentido general del término) a propósito de la cual las "pruebas formales" todavía están por ser presentadas, y manifiestamente no están cerca de serlo? [8].
Así,
en los capítulos que componen la segunda parte de la obra póstuma de D. Roman
(Reflexions d'un chrétien sur la Franc-Maçonnerie - L'Arche vivante des
Symboles, Ed. Traditionelles, 1995), se señalan muchos acontecimientos
relacionados con la realización del "plan" de subversión del príncipe
del disimulo y la separación con respecto a la Masonería. ¿Es sorprendente pues
que, en relación con los acontecimientos en cuestión, el autor discierna
indicios que permitan concluir en unas intervenciones compensatorias de
carácter tradicional, las cuales no podrían sacarse a la luz pública por
evidentes razones de prudencia, para no considerar más que este aspecto
contingente de las cosas? Y ellas se refieren, en relación con lo que ahora nos
importa, a la transferencia de unos depósitos de los que la Masonería se ha
beneficiado en el curso del tiempo, especialmente en los siglos XVII, XVIII y
XIX, a favor de situaciones y acontecimientos a menudo turbulentos que fueron
utilizados con provecho. Podrá observarse que no se trata de épocas
indiferentes, pues se sitúan en el transcurso de la larga mutación especulativa
de la Masonería. Así es como se explican dos cosas: de un lado la restitución
de una parte de lo que se había perdido o comenzaba a perderse, de manera que
se asegurase una base lo suficientemente fuerte y estable capaz de perpetuarse
en el tiempo, y de otro el aporte simultáneo de unos depósitos simbólicos, caballerescos o de otra naturaleza, procedentes de organizaciones iniciáticas a
punto de extinguirse, y que encontraban refugio en su seno. La Orden masónica,
escribe D. Roman, "ha sido 'elegida'
constantemente para convertirse en el 'Arca' en el que se produce el
'amontonamiento' de todo lo que ha habido de verdaderamente iniciático en el
mundo occidental" (R. Guénon et
les Destines de la Franc-Maçonnerie, prefacio). Observermos que la "elección" de la Orden para este
"Destino" excepcional, no
podría ser fortuita, si se considera su constitución de base específicamente
artesanal -de la cual el hermetismo no es el menor de los componentes-, y que
debe asegurar la protección y transmisión de los depósitos considerados. El
autor da las razones de esta posición privilegiada de la Orden en Occidente,
posición que René Guénon ha revelado y reforzado, y que justifica esa elección.
Recordemos, dado que esto parece perdido de vista, si es que no incomprendido o
rechazado, que la Masonería es propiamente una iniciación occidental, que el
Oficio, que es su soporte fundamental de carácter universal, puede al mismo
tiempo servir de base a todos los depósitos simbólicos posibles, y que esta
iniciación está por naturaleza adaptada y destinada especialmente a los
occidentales, pero no exclusivamente. Precisemos en esta ocasión, pues se trata
de un tema que no deja de plantear interrogantes, cuando no vivas controversias
habida cuenta su importancia, que el componente hermético, cuya presencia en el
seno de la Orden es difícilmente discutible (y que no concierne exclusivamente
al "método"), no debe entenderse como perteneciente a estos depósitos
tardíos; a falta de los documentos escritos, ahí está el "testimonio de
las piedras" para atestiguar su presencia en la misma constitución
fundamental del Oficio; además, este "testimonio" permite constatar
que el simbolismo no ha sido sobreañadido a un camino más o menos exotérico, en
época de la mutación especulativa, ni siquiera precoz, contrariamente a lo que
afirman ciertas tesis básicamente antitradicionales; pero este es otro tema.
Para
apreciar la seguridad de discernimiento del autor, cualquiera que pueda
referirse igualmente al capítulo V de su primera obra, capítulo que lleva por
título: "Masonería Templaria, Masonería
Jacobita y Masonería Escocesa". Aunque sea totalmente significativo
con respecto a lo que acabamos de decir, no podríamos manifiestamente resumir
este texto que evidencia la posible filiación espiritual entre la Orden del
Temple y la Masonería, la cual conducirá a la creación del Rito Escocés y a su
Supremo Consejo del Santo Imperio. Las razones del lugar privilegiado que
concede R. Guénon a la Orden del Temple son demasiado conocidas como para que insistamos
en ellas; ahora, uno de los puntos sobre los que D. Roman funda su obra masónica,
es el de la persistencia, en el seno de la Orden, de la herencia templaria
-herencia espiritual, desde luego-, revelada por la presencia de símbolos contenidos
sobre todo en ciertos altos grados escoceses, y cuyo carácter "rosacruciano"
es evidente. Pero la razón esencial de esta certeza, como en el caso de otros
depósitos, proviene del contenido legendario vehiculado por los textos y
rituales. Pasemos por encima del hecho de que con frecuencia se deja de lado
esta contenido, por no decir que se lo ridiculiza y desprecia, para advertir,
en esta ocasión, sobre los límites de las investigaciones de carácter profano,
lo más a menudo propuestas por masones, cuyo resultado conduce inevitablemente
a la fácil teoría de los plagios, teoría esencialmente antitradicional.
D.
Roman ve, en el Rito Escocés, en función de la presencia del depósito imperial
que constituye el coronamiento indispensable de la Orden, la última
restauración de la integridad de la vía de los pequeños misterios, y la
perfecta plasmación del arquetipo que representa la Orden del Templo en su
finalidad. No entraremos, a este respecto, en las implicaciones
"históricas" que permiten entrever el recorrido de una elección
excepcionalmente fecunda en las posibilidades que ella contiene, si no es para
dar cuenta de la clarividencia del autor sobre este tema particular muy a
menudo sugerido por el propio R. Guénon. Es por esto por lo que su preferencia,
aun sin ser exclusiva, lejos de ello, le conducía, como a René Guénon, a
privilegiar este Rito.
*
*
*
Un
tema difícil que no podemos eludir en un texto referido a este fin de ciclo que
corresponde al final de un Manvántara (el 7º y último de la primera de las dos
series septenarias del Kalpa), es el
de las relaciones entre el exoterismo y el esoterismo o la iniciación, así como
la presencia, en el seno de la Orden, de un esoterismo cristiano. Precisamos
esto, porque es bien conocido que el término esoterismo, tal como lo concebía
R. Guénon, ha sido desviado de su sentido según una perspectiva limitativa, y
se reduce hoy en día, en ciertos medios con pretensiones iniciáticas, a
significar una profundización doctrinal (que no es negligible en sí), limitada
al punto de vista ontológico y, preferentemente, fuera de toda organización
iniciática auténtica a la que se juzga como perfectamente inútil y hasta
parasitaria. Asimismo, como no pensamos tener una competencia de especialista
para tratar este tema, arriesgaremos solamente algunas observaciones dando por
conocidas las tesis en cuestión. Para nosotros, la aproximación que algunos
desean entre la Iglesia católica y la Masonería, no podría realizarse
verdaderamente más que si la Iglesia consintiera reconocer en la Orden, otra
cosa que una Pseudo-Iglesia, o que una reconstitución arqueológica con formas
más o menos extrañas a la expresión de su fe. Querer evacuar todo lo que
caracteriza a la Masonería en tanto que organización iniciática que perdura por
transmisión ininterrumpida "from time immemorial" (lo que significa
"que no tiene punto de partida históricamente asignable"), como
algunos proponen, imaginándose de ese modo facilitar un acercamiento,
constituye un comportamiento despreciativo hacia la Orden; y, por añadidura, no
hace más que confirmar su ignorancia acerca de la naturaleza de la iniciación y
de las formas que esta revista según la economía providencial.
Es
por eso por lo que, tomando en cuenta los caracteres específicos de nuestro
tiempo, no podemos más que desear una Masonería cristiana que trabaje pacífica
y fructiferamente junto a una Masonería de carácter universal, cualesquiera que
sean las formas que puedan tomar la una y la otra, pero los representantes de
esa Masonería cristiana habría de asumir en todo rigor su finalidad iniciática,
es decir -aunque debamos herir a algunos masones de buena voluntad-, que ella
tendría que ser otra cosa que un sucedáneo de exoterismo, que es lo que desde
luego parece representar hoy en vista de lo que propone. Para la realización de
todo esto, ponemos nuestra esperanza en el Todopoderoso en quien reside la
voluntad de Lo Alto, recordando lo que el Cristo afirmó con respecto a Juan
Evangelista, el representante más eminente del esoterismo cristiano y garante,
como santo patrón de la Orden, de la autenticidad y perennidad de la
transmisión iniciática: "Si quiero
que permanezca hasta que yo venga, ¿qué te importa?".
Ciertos
rituales masónicos sitúan a la Logia, en su "desarrollo" espacial,
entre las tres montañas sagradas del Sinaí, el Moriah y el Thabor,
correspondiendo éstas a tres "revelaciones" sucesivas: la de Moisés,
la de David y Salomón, y la de Cristo (cf. Etudes
sur la F. M. et le Compagnonnage, T. II, cap.: "Heredom"). La
ubicación de la Logia puede asimilarse entonces a un "valle" situado
entre estas tres montañas, cuyos respectivos lugares están ocupados por los
tres oficiales principales. "La
Tradición, de la que Guénon fue el servidor exclusivo y el intérprete
incomparable, ha sido calificada por él de 'perpetua y unánime'. Puede decirse
que la Masonería participa de esta perpetuidad, en tanto que sus Logia se
reúnen 'sobre las más altas montañas y en los más profundos valles'. [...] Esta
expresión, bien conocida en los rituales de lengua inglesa, está explicitada en
ciertos antiguos documentos según los cuales la Logia de San Juan se reúne 'en
el valle de Josaphat', lo que quiere decir que la Masonería debe mantenerse
hasta el Juicio final que señalará el fin del ciclo. [...]. Asimismo, cuando el
Cristo expresa su voluntad de ver a San Juan 'permanecer' hasta su retorno
[...] se trata ante todo del esoterismo cristiano, esoterismo 'personificado'
por San Juan, y que se ha reabsorbido en la Masonería. Puede decir que las
palabras de Cristo sobre San Juan confieren a esta Orden 'las promesas de vida
eterna', igual que las dirigidas a San Pedro son la prenda de que el Papado
prevalecerá finalmente sobre los prestigios de las 'puertas del Infierno'".
(R. Guénon et les Destins de la F.M.,p.
199).
Así,
se ve claro que la Orden masónica tendrá su lugar en ese Valle de Josaphat, en
el que será reunido e integrado todo lo que, participando de la herencia del
Cielo y de la "armonía de las esferas", ha de concurrir al mundo
futuro, en calidad de único digno "testimonio", pensamos, de nuestra
presente humanidad, conducido a establecer "nuevas todas las cosas".
Notas:
[1]
Para evitar cualquier equivocación, precisemos que no podría haber
incompatibilidad de principio entre la pertenencia a la Masonería y cualquier
esoterismo, pero que, en Occidente y en el periodo en el que vivimos, conviene
tener en cuenta una incompatibilidad de hecho con la Iglesia romana que
constituye, en principio, la base religiosa de aquél.
[2]
Hay diferentes aspectos de esa "estrecha relación" que exigirían ser
desarrollados, dada su importancia; hemos ofrecido algunas apreciaciones de los
mismos en nuestro artículo: "Operatividad y Masonería especulativa"
apareciendo en Ver la Tradition, nos. 66 y 68.
[3]
La primera labor confiada a Denys Roman fue la redacción de unos rituales de
espíritu tradicional; la cumpliría, como se sabe, con la ayuda de R. Guénon
entonces en El Cairo. D. Roman ha aludido a lo que las instancias masónicas
reservaron a esta iniciativa. Probablemente fue esa, una vez más, una
"ocasión fallida", de aquellas a las que la Masonería obediencial
está acostumbrada. Tras la desaparición de R. Guénon, se le confió otra
responsabilidad en varias oportunidades en el seno de la revista Etudes
Traditionnelles: la de asegurar la redacción de artículos y reseñas relativos
al ámbito masónico, sin que por ello su contribución quedara exclusivamente
reservada a este tema.
[4]
Algunos pretenden, después de la lectura de la obrad e R. Guénon, la cual es
una de las expresiones más verdaderas de la virtud de la Esperanza, que este
fin de ciclo es desfavorable para cualquier andadura positiva en ese sentido;
pensamos que se trata de una conclusión errónea. En efecto, nada de lo que
contiene esta obra, y eso sin tomar en cuenta su razón misma de ser, que en
este caso sería totalmente determinante, permite pensar que el fin de un ciclo,
por el hecho de estar constituido por un agotamiento de las posibilidades más inferiores,
no deja campo a otras posibilidades compensatorias de orden superior, de
carácter providencial, y a la expansión de las mismas.
[5]
El término "limitado" no es peyorativo en este caso, pues, el Oficio
que es la base indispensable del camino masónico, está forzosamente limitado en
algunas de sus posibilidades por su misma naturaleza. Lo que queremos decir en
este caso, es que la completitud del Oficio -por lo alto- constituye una
transformación de la Masonería, la cual, por ese hecho, ya no es hoy, strictu sensu, una organización
únicamente artesanal. En efecto, algunas de la herencias cuyo beneficio ha
recibido, por un favor electivo sobre el que conviene interrogarse, permiten a
sus miembros cualificados acceder -independientemente de aquella que permite el
Oficio-, a una plenitud iniciática, sin que por ello haya en eso ninguna
"mezcla de formas". En cuando a la Orden misma, ¿es necesario
insistir sobre las posibilidades últimas que le confieren tales depósitos
-verdaderas "Tierras santas" equivalentes a la "Tierra de los
Vivos"-, que abren una perspectiva sobre los "Grandes misterios"
y hacen de ella un Arca para los tiempos futuros?
[6]
Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le
Compagnonnage, Tome 2, p 39.
[7]
Nos referimos a las interpretaciones que da R. Guénon de la palabra sagrada del
Arco Real. Con motivo de su intercambio epistolar, D. Roman le hizo observar
que el comentario que había hecho de dicha palabra sagrada -que en este
"grado" representa la "palabra reecontrada" -en su reseña
del Gran Lodge Bulletin of Iowa de octubre de 1933 (Cf: Etudes sur la Fran-Maçonnerie et le Compagnonnage, Tome I, p. 212),
subestimaba la interpretación que daba Mackey. R. Guénon aportó una
rectificación bajo la forma de un desarrollo en su artículo: "Parole perdue et Mots substitués".
Ya se conoce la importancia concedida en este texto (convertido en uno de los
capítulos de Cf: idem, Tome 2, págs 41-42, y 179) al pasaje iniciático "from square to arch", equivalente a
lo que en Masonería continental es la expresión: "Del Triángulo al Círculo". Con respecto al Arco Real,
complemento de la Maestría masónica que R. Guénon califica de nec plus ultra de la iniciación
masónica, este último habla de una "perspectiva
sobre los 'grandes misterios'" que representa el estricto equivalente
de dicha fórmula.
[8]
Igualmente, cómo "esperar" que la exégesis puntillosa de algunos Old
Charges medievales (recordemos que el más antiguo se encuentra en Inglaterra y
los especialistas lo datan de 1290) pudiera revelar la existencia de una
"operatividad" iniciática e incluso simplemente la de una iniciación,
dado que ésta, por naturaleza, no puede aparecer en un escrito, semipúblico por
añadidura.
Utilizar
el pretexto de una exégesis liberalista de los Old Charge (cuyo contenido
legendario habitualmente se ridiculiza), tal como lo hacen los sostenedores de
la "escuela histórica", para afirmar que los constructores de la Edad
Mediano practicaban otra cosa que un exoterismo puro y simple, es decir
limitado a unas componentes morales y devocionales, representa un
"método" que por lo menos carece de rigor. Un ejemplo de esta
tendencia abusiva se encuentra ilustrado en los "Cahiers de l'Herne: la
franc-Maçonnerie - documents fondateurs", edición 1992.
El
análisis "crítico" utilizado corrientemente por los adversarios de la
iniciación, según la concebimos siguiendo a R. Guénon, no podría dar cuenta de
la integridad del camino masónico, cuya finalidad esperamos haber hecho
admitir.
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