Artículo publicado en la revista Letra y Espíritu, nº 34, Junio de 2013.
René Guénon
en su obra "El Rey del Mundo" en el Capítulo VIII, escribe [1]: "El período actual es, pues, un período de oscurecimiento
y confusión; sus condiciones son tales que mientras persistan, el conocimiento
iniciático debe permanecer necesariamente oculto, de ahí el carácter de los "Misterios"
de la antigüedad llamada "histórica" (que no remonta siquiera al
principio de este período) y de las organizaciones secretas de todos los
pueblos: organizaciones que dan una iniciación efectiva allí donde todavía subsiste
una verdadera doctrina tradicional, pero no ofrecen más que una sombra de ella
cuando el espíritu de esta doctrina ha dejado de vivificar los símbolos que no son
más que su representación exterior, y ello porque, por diversas razones, todo
vínculo consciente con el centro espiritual del mundo ha terminado por romperse,
lo cual es el sentido más particular de la pérdida de la tradición, aquel que
concierne más especialmente a tal o cual centro secundario, que deja de estar
en relación directa y efectiva con el centro supremo.
Se debe hablar pues, como ya dijimos
anteriormente, de algo que está oculto más que
verdaderamente perdido, puesto que no está perdido para todos y que algunos lo
poseen todavía íntegramente; y, de ser así, otros siempre tienen la posibilidad
de volver a encontrarlo, siempre que lo busquen como conviene, es decir, que su
intención esté dirigida de tal manera que, por las vibraciones harmónicas que
despierta bajo la ley de "acciones y reacciones concordantes" [2] puede
ponerlos en comunicación espiritual efectiva con el centro supremo. [3] Esta
dirección de la intención tiene, además, su representación simbólica en todas
las formas tradicionales; nos referimos a la orientación ritual: en efecto, ésta
es propiamente la dirección hacia un centro espiritual, que, sea cual sea, es
siempre una imagen del verdadero "Centro del Mundo"[4].
La palabra
"vocación" deriva del vocablo latino "vocatus" y tiene
la misma raíz que el término "vox": voz; su significado etimológico es el de "llamada".
Llamada que, entendida en su sentido superior, procede directamente del centro
supremo del que habla Guénon en la cita introductoria, centro que, a nivel
microcósmico, corresponde simbólicamente al corazón. Tal llamada parte desde el
centro de cada ser y se dirige a cada uno de ellos con el nombre esencial y
profundo que le caracteriza, el cual es diferente del de todos los demás y propiamente
único. Este nombre esencial, no obstante, combinándose con el ambiente que
encuentra en su recorrido que desde el centro se difunde simbólicamente en el
espacio, se vela y se revela al mismo tiempo en modalidades cada vez más
exteriores.[5] La gradual alteración y como enmascaramiento
del nombre, tiene entre otros efectos el de permitir, incluso a aquellos que tienen
un horizonte intelectual más limitado, poder percibir también, a su nivel, esta
llamada central.
Esta pluralidad
de nombres puede ayudar a comprender cómo la misma palabra "vocación"
se puede entender con significados y grados muy diferentes. Por ejemplo, puede
referirse al dominio de la espiritualidad pura, o al psíquico, entendido como origen
relativo de la individualidad. De ello se desprende que, aun cuando se habla de
vocación, se puede entender legítimamente la llamada del hombre a lo espiritual,
o bien la predisposición del ser para ejercer un oficio o una función
particular y no otras. Está claro que los puntos de vista en cuestión,
refiriéndose a diferentes planos de la realidad, no se oponen de hecho, al
contrario, es en la ejecución de las actividades más exteriores que el ser
puede encontrar un soporte adecuado para abrirse a aquellas más profundas.
En nuestro
trabajo anterior[6] señalamos cómo en la parte más
profunda e íntima de los seres humanos hay una presencia que no es de
naturaleza individual sino universal. Esta presencia está siempre viva, y ésta
es la razón por la cual los seres existen, pero, hoy en día, los sentidos
internos que permiten percibirla al individuo, a menudo están como adormecidos
o narcotizados. A pesar de ello, su vitalidad, a veces, se puede manifestar a
través de las vibraciones internas que resuenan como una llamada interior a lo
trascendente. Esto se debe al hecho de que los iguales se atraen, tendiendo de
forma natural hacia la reunificación de aquello que se ha dispersado. [7]
Como hemos
tenido ocasión de señalar, desde el punto de vista iniciático, la unión que es
necesario buscar es la del soplo divino, presente en el fuero interno de cada
ser humano, con el origen espiritual del que nace. Es en esto donde está contenido
el sentido profundo del amor. [8]
Igual que un
pájaro enjaulado no puede sino aspirar a volar libremente en el cielo, ya que
esta es su verdadera naturaleza, de la misma manera, la parte más profunda del
ser no aceptará permanecer confinada dentro de los límites individuales y pedirá
con fuerza por regresar allí donde reside su verdadero origen. Ésta es la razón
por la que, aquellos que perciben esta presencia vital en su corazón, hasta que
no hayan recorrido un camino de conocimiento, sólo podrán encontrarse incómodos,
en sufrimiento y como sintiendo una carencia, quizás aún no bien definida, en
su vida. Son ellos los que están espiritualmente vivos y es a este tipo de
personas a los que pretendemos dirigirnos con nuestro escritos.
La llamada
que nace en el centro se difunde por el espacio a través de vibraciones caracterizadas
por círculos concéntricos, por tanto puede intuirse que seguir esta llamada
corresponde a un camino que, procediendo en sentido inverso, tome su punto de
partida en el círculo exterior, que corresponde al actual estado de percepción
de la realidad en la que se encuentra el ser y lo lleve, a través de las etapas
sucesivas [9] correspondientes a la asunción de círculos
cada vez más pequeños, a regresar a su propia esencia profunda. [10]
El paso desde
un círculo exterior a otro más interior implica la actualización de todas las
posibilidades comprendidas en el espacio existente entre los dos y, por
consiguiente, la asunción del centro, en el caso específico del estado humano,
implica el desarrollo armónico y total de las potencialidades en él contenidas. [11]
Cada círculo
representado aquí corresponde a una determinada realidad ambiental, realidad a
la que el ser se encuentra estrecha y solidariamente ligado por su naturaleza.
El paso de un círculo más exterior a otro más interior implica por tanto la completa
renuncia a los apegos que se vinculan al primero y, en consecuencia, la
asunción del centro presupone necesariamente el total sacrificio del correspondiente
estado de manifestación. El secreto está contenido en los contrarios y es sólo
mediante la renuncia que el ser puede obtenerlo verdaderamente, es decir, en definitiva,
actualizar plenamente sus propias posibilidades. [12]
Esta
renuncia, sin embargo, no será ni fácil ni indolora. Apegos, físicos y sobre
todo psicológicos, podrán manifestarse por ejemplo a través de los vínculos
familiares, profesionales, de los propios hábitos o el propio mental que retendrán
al ser, incluso de la manera más imprevista, que quiere liberarse de ellos.
No sólo eso,
hay además condicionamientos tanto hereditarios como ancestrales que en un
cierto momento, si se quiere avanzar en la Vía, deberán ser superados. [13] La parte esencial del ser no podrá retornar armónicamente [14] a su origen en tanto que no sea liberada del lastre
que la arrastra hacia abajo; de ahí la necesidad de aligerarla mediante un
profundo trabajo de purificación.
Pondremos un
ejemplo para hacernos entender mejor. Un ser que viva en la profanidad total y
que por tanto se encuentre en una condición extremadamente exterior y quiera
pasar a una más interior, se encontrará en la necesidad de abrazar una forma
tradicional, aceptando todas las prescripciones exotéricas que ésta impone y
renunciando a todo aquello que está prohibido. El campo de acción de su
individualidad en este caso se verá reducido, habrá después posibles pasos a
dar como el del vínculo iniciático que podrá desarrollarse de modo gradual
llevando al ser poco a poco a abandonar sus propias inclinaciones individuales
para seguir su vocación. [15]
Quien
realmente asimile este plano de realidad, cumplirá los actos prescritos y se
abstendrá de aquellos prohibidos con gozo y espontaneidad y sentirá como
opuesta a su propia naturaleza toda acción contraria a la ley. Llegado a ese
punto, habiendo realizado este aspecto de su vocación, al actuar en este ámbito
será realmente libre. [16] Estos conceptos de gozo,
espontaneidad y libertad, que en la concepción corriente acompañan a la idea de
vocación, son por tanto un resultado mucho más que un punto de partida y, evidentemente,
pueden ser traspuestos a realidades progresivamente más profundas.
Hablamos de cómo
los sentidos internos que permiten al individuo advertir la presencia de lo
trascendente en su propio fuero interno, están a menudo como adormecidos o
narcotizados. Una consecuencia de este estado de cosas puede llevar al ser a
ignorar totalmente la existencia y esta es la situación dramática en la que se
encuentran la gran mayoría de nuestros contemporáneos. Pero puede darse el caso
de que alguien, tal vez por atravesar un momento particular en su propia vida, perciba
de algún modo esta existencia vital en el interior de su corazón sin poder
encontrar la manera de hacerla activa en su propia existencia. La vocación se
manifiesta como una llamada, si bien aquél que la ha escuchado de algún modo, a
causa del caos general que lo rodea, no siempre se encuentra en condiciones de
identificar el verdadero origen de la misma y por tanto puede tener
dificultades para seguirla. [17]
En definitiva
seguir la vocación, significa encontrar un centro para la propia vida, tender a
él y adherirse a él. Con esta afirmación estamos hablando de cosas
extremadamente concretas. El ser por tanto debe poder encontrar al nivel de su
actual estado de percepción de la realidad, soportes tangibles que le permitan
interactuar con lo espiritual. [18]
En un mundo tradicional
estos soportes, siendo seres humanos, organizaciones o de otro tipo, son
fácilmente identificables. En este contexto queda por tanto a responsabilidad
de cada uno decidir comprometerse o no en el avance en el camino que le es
propio.
Desafortunadamente,
a día de hoy, tal como se indica en la nota introductoria, las realidades
auténticamente espirituales se están retirando cada vez más. La consecuencia de
este hecho es que el espacio exterior que han dejado libre ha sido ocupado por
otro tipo de realidades, realidades a menudo inquietantes, las cuales componen
un panorama particularmente intrincado y pavimentado por trampas de todo tipo.
Esta consideración,
no obstante, no debe hacer caer en el desaliento y la resignación. Hay un hecho
extremadamente importante que es necesario tener en cuenta: cada acto, ya sea
interior o exterior, nunca pasará completamente desapercibido. La Divinidad lo
observa todo [19] y si hay buena voluntad y la actitud del
ser es sincera, pura y desinteresada, [20] las puertas
que permiten llegar al centro acabarán por abrirse una tras otra ante él [21] manteniéndosele apartado de los engaños. [22] Todo ser dispone de medios y estructuras
tradicionales en los que poder apoyarse y es en el ejercicio de las propias funciones,
aunque fueran aparentemente banales y de poca importancia, utilizadas del mejor
modo posible, que reside el secreto para avanzar en la vía.
[23] Es utilizando del mejor modo posible los instrumentos de los que se
dispone que se obtendrán otros más perfeccionados. Sólo actuando de este modo
podrá abandonarse la propia condición periférica para pasar a una más interior,
siendo en cierto modo cooptado; es necesario recordar que se está siempre en la
presencia del Principio que, según el comportamiento adoptado, utilizando como
soporte de su acción también seres humanos, puede hacer avanzar en mayor o
menor medida en la vía que conduce a Él. Observando las cosas bajo esta
perspectiva, por ejemplo, no puede subestimarse la importancia de una práctica
exotérica consciente o de una seria actividad iniciática aún incluso en el
interior de organizaciones que actualmente puedan estar gravemente degeneradas.
Pero vayamos un poco más allá, retomando lo que afirmábamos al inicio de este
artículo, cuando decíamos que el ser que oye su propia llamada no podrá
eximirse de afrontar cuestiones que impliquen dar la vuelta completamente a su
propia vida. En realidad cada acto, empezando por el más normal y básico como
el de encontrar un trabajo, formar una familia y procrear, si es vivido en
función de un acercamiento al centro, viene como sublimado y sacralizado y
puede contribuir a llevar al ser "al orden" y al equilibrio. Esta
consideración final nos conduce a tocar el tema fundamental del cambio de
mentalidad, tema que merece un estudio aparte y que nos reservamos poder
abordarlo eventualmente en el futuro.
Notas:
[1] Las
notas que se refieren a la cita son del propio René Guénon
[2] Esta
expresión se toma de la doctrina taoísta, por otra parte, se entiende aquí la
palabra "intención" en un sentido que es muy exactamente el del árabe
niyah, que se traduce habitualmente
de esta manera, y este sentido es, por otra parte, conforme a la etimología
latina (de in-tendere, tender hacia).
[3] Lo que acabamos de decir permite interpretar en
un sentido muy preciso estas palabras del Evangelio: "Buscad y encontrareis,
pedid y se os dará, llamad y se os abrirá." -De forma natural uno deberá
remitirse aquí a las indicaciones que ya hemos dado a propósito de la "recta
intención" y de la "buena voluntad"; y sin esfuerzo podrá
completarse con ello la explicación de la fórmula: Pax in terra hominibus bonæ
voluntatis.
[4] En el
Islam, esta orientación (qiblah)
es como la materialización, si se puede expresar así, de la intención (niyah).
La orientación de las iglesias cristianas es otro caso particular, que se remite
esencialmente a la misma idea.
[5] Para desarrollos
más amplios sobre el tema remitimos al lector a lo que escribe René Guénon en Consideraciones sobre la Iniciación, Editorial
Librería Pardes, Barcelona, 2012, Cap. XXVII, Nombres profanos y nombres
iniciáticos, texto que publicamos en este mismo número de la revista .
[6] Letra y Espíritu nº 32, Algunas
consideraciones sobre la aspiración iniciática.
[7] Dios
creó al "hombre a su imagen y semejanza" (Génesis 1, 2 6) y es
en base a esta afinidad que el ser humano está llamado a la trascendencia. No
sólo es llevado, por "vocación", a imitar la operación divina. Teniendo
en cuenta esta imitación de lo divino, podemos ver cómo, a la vocación,
"llamada" que irradiándose desde el Principio llega a todos los seres
humanos, cuando se da una correspondencia activa por parte del ser que es
llamado, corresponde, como en un eco, la actividad de in-vocación que,
partiendo de cada invocador, regresa al centro; de ahí el prefijo
"in", es decir interior, que precede a la palabra vocación. En este
sentido, la invocación, en su sentido más elevado, se identifica la actividad
de encantación de la que hablamos en nuestro anterior trabajo. Actividad que
debe ser considerada como comprendiendo cualquier acto que manifieste la
aspiración del ser hacia la unión con lo espiritual. Por tanto, pueden ser
legítimamente incluidas en esta definición, todas las acciones, tanto las artísticas
como las artesanales, que se desarrollan en el ámbito de un marco
auténticamente iniciático. Las vibraciones armónicas que de esta manera
se provoquen, pueden llevar, de acuerdo a la ley de "acciones y
reacciones concordantes", a la toma de consciencia del contacto con el
Centro supremo.
[8] El amor
entre un hombre y una mujer y el deseo ardiente que sienten por estar juntos puede
tomarse como una representación simbólica de esta realidad. Entre los
innumerables casos en que es utilizado este simbolismo, nos bastará considerar
el de los "Fedeli d'amore". A este respecto señalaremos que la
capacidad de enamorarse de una persona del sexo opuesto, en ciertos ámbitos, es
considerada como una importante cualificación iniciática.
[9] Etapas
que, en determinados casos, pueden ser también simultáneas.
[10] El
vínculo con el significado simbólico de hacer diana se hace evidente.
[11] En este
caso, nos estamos limitando al plano bidimensional cuyo centro corresponde al de
nuestro mundo y que supone el fin de los pequeños misterios. Obviamente, con
las adaptaciones necesarias, podrá transponerse este discurso a la realidad
universal y los grandes misterios.
[12] Precisemos
que en lo que precede no intentamos afirmar que el paso de un círculo a otro
implique un agotamiento de las posibilidades contenidas entre los dos, al
contrario; este proceso implica el completo ordenamiento de estas potencialidades
que, desde ese momento en adelante, se encontrarán correctamente orientadas y por
tanto vividas sólo en función de un acercamiento y una participación del
centro. Por otra parte señalamos que la descripción esquemática que hemos dado
es útil para comprender el funcionamiento de este proceso de acercamiento al
centro, aunque la realidad puede ser mucho más compleja. Por ejemplo, puede
suceder que un ser se encuentre efectuando este trabajo de desapego
simultáneamente en varios círculos de diferente tamaño, o puede que deba, como
en el juego de la oca, volver atrás para afrontar vínculos de los que pensaba
estar ya liberado. En todo caso, el concepto de la necesidad de desapegarse a
fin de obtener y actualizar permanece siempre válido.
[13] Se piensa en
el ejemplo simbólico del pecado original.
[14] Hay
situaciones en las que este retorno adviene de un modo inarmónico; este es el
caso de los que en la tradición islámica reciben el nombre de majdhûb: ser sobre el que se ejerce, «por el
lado espiritual, una ‟atracciónˮ (jadhb, de
donde el nombre de majdhûb), que, a falta de una preparación adecuada y de una actitud
suficientemente ‟activaˮ, ha provocado un desequilibrio y como una ‟escisiónˮ, se podría decir, entre los diferentes elementos de su ser. La parte
superior, en lugar de arrastrar con ella a la parte inferior y de hacerla
participar en la medida de lo posible en su propio desarrollo, se despega de
ella por el contrario y la deja atrás por así decir; y de esto no puede
resultar más que una realización fragmentaria y más o menos desordenada. En
efecto, desde el punto de vista de una realización completa y normal, ninguno
de los elementos del ser es verdaderamente desdeñable» (René Guénon, Iniciación y Realización Espiritual,
Editorial Librería Pardes, Barcelona, 2013, cap. XXVII, ‟Locura aparente y sabiduría ocultaˮ).
[15] En la Masonería este crecimiento en
responsabilidades y obligaciones está caracterizado, también formalmente, por
sucesivos juramentos.
[16] En este
sentido, cabe recordar la conocida frase de Dante Alighieri: "A maggior
forza e a miglior natura, liberi, soggiacete" (A mayor fuerza y a mejor naturaleza estáis sujetos, aunque libres)
concepto obviamente aplicable también a niveles más profundos que el exotérico (Divina Comedia, XVI canto del
"Purgatorio").
[17] En
particular, hoy más que nunca, vivimos en un mundo lleno de ruidos y reclamos que
se superponen y a veces se mezclan de manera inextricable y esto es cierto para
el ámbito físico, pero aún lo es más para el psíquico. La tendencia hacia el
silencio interior es por tanto un paso indispensable para poder escuchar de
manera siempre más clara la propia llamada. No por casualidad, la disciplina
del silencio, aún simplemente exterior, encuentra amplio espacio en las más
diversas formas tradicionales. Baste pensar en el silencio del aprendiz en
Masonería o en el que se practica en diversas órdenes monásticas.
[18] Y esta
es exactamente la función de la tradición.
[19] Citaremos
a este respecto el ojo que todo lo ve masónico o el concepto islámico de Ihsan
que "consiste en servir a Allah como si tú Lo vieras; porque si tú
no Lo ves, Él te ve".
[20] Téngase
en cuenta que en absoluto hablamos de capacidades mentales o psíquicas
extraordinarias, capacidades que en efecto, a menudo, pueden transformarse en
obstáculo para seguir su propia vía.
[21] Si bien
no se dice que tengan que abrirse según los tiempos que espera el individuo; de
ahí uno de los motivos que llevan a todas las tradiciones a atribuir una enorme
importancia a la paciencia.
[22] Precisamos,
para evitar equívocos, que esta afirmación no debe en modo alguno inducir a
sentirse dispensado de un esfuerzo de profundización doctrinal y de
discernimiento, sino que es precisamente sobre la base de una actitud correcta
que este esfuerzo podrá dar sus frutos.
[23] Este es
también el modo que permite al ser contribuir activamente a la actualización
del plan divino, modo que encuentra su aplicación simbólica en el teatro; en
este ámbito el actor es llamado a interpretar "su" parte, parte que
ya existe antes de la representación. Él tiene que desempeñar el papel que le
ha sido atribuido, no ya dejándose llevar por su propia iniciativa individual,
sino siguiendo lo mejor posible las indicaciones del "Director",
aunque tal vez, a causa de su ignorancia del guión, le pueda parecer extraño.
Los actores deben buscar un vínculo constante y consciente con aquel que los
dirige y de ese modo convertirse como en su prolongación. Lo que ha sido dicho
hasta ahora debe hacer comprender que la realización de la propia función, en
definitiva, no es otra cosa que la participación activa en el plan de aquel que
en la tradición de los constructores es llamado el Gran Arquitecto del Universo.
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