Artículo
publicado en la revista La Gnose en
marzo de 1910, y firmado Tau Palingénius.
Desde hace algún tiempo, fuentes de información
inglesas, evidentemente interesadas, nos dan una imagen del Tibet invadido por
el ejército chino, y al Dalai Lama huyendo ante esta invasión al tiempo que
pide socorro al gobierno de India para restablecer su autoridad amenazada. Es
muy comprensible que los ingleses pretendan relacionar el Tibet con la India,
cuando ambos están separados sin embargo por obstáculos naturales difícilmente
franqueables, buscando así un pretexto para penetrar en Asia Central, donde
nadie piensa en reclamar su intervención. La verdad es que Tibet es una
provincia china, que desde hace siglos depende administrativamente de China, y
que por consiguiente no tiene que conquistarla. En cuanto al Dalai Lama, no es
y no ha sido nunca un soberano temporal, estando su poder espiritual fuera del
alcance de los invasores, cualesquiera sean quienes pudieran introducirse en la
región tibetana. Las actuales noticias que se están tratando de difundir, están
pues desprovistas de todo fundamento; de hecho, lo que ha ocurrido son algunos
actos de pillaje cometidos por una banda de saqueadores, pero, como este hecho
sucede con bastante frecuencia, nadie piensa siquiera en preocuparse.
Aprovecharemos pues esta oportunidad para
responder a algunas cuestiones que nos han sido planteadas acerca del
Dalai-Lama, mas, para que no se nos pueda acusar de emitir afirmaciones dudosas,
y que no reposen en ninguna autoridad, nos limitaremos a reproducir los
principales pasajes de una Correspodance
d'Extrême-Orient publicada en La Voie
(Nos. 8 y 9). Esta correspondencia apareció en 1904, en el momento en que una
expedición inglesa, comandada por el coronel Younghusband, regresaba de Lhassa
con un pretendido tratado en el cual no figuraba ninguna firma tibetana. «Los
ingleses informaron desde la Meseta tibetana de un tratado que había sido
firmado únicamente por su jefe, y que no era pues para los tibetanos ni un
compromiso ni una obligación. La intrusión inglesa en Lhassa no podía tener
ninguna influencia sobre el gobierno tibetano, y menos todavía sobre la
religión tibetana, que hay que considerar como el ancestro de todos los dogmas,
y menos aún sobre el símbolo vivo de la Tradición.»
He aquí algunos detalles sobre el palacio del
Dalai-Lama, donde ningún extranjero ha penetrado jamás: «Este palacio no está
en la ciudad de Lhassa, sino sobre la cima de una colina aislada en mitad de la
llanura, y situado alrededor de un cuarto de hora al norte de la ciudad. Se
halla rodeado y encerrado entre un gran número de templos construidos como dinh (pagodas confucianas), donde
habitan los Lamas que están al servicio del Dalai-Lama; los peregrinos no
franquean nunca la entrada de estos dihn.
El espacio que está en el centro de estos templos dispuestos en círculo unos al
lado de los otros, es un gran patio casi siempre vacío, en medio del cual se
encuentran cuatro templos, de formas diferentes, pero dispuestos regularmente
en cuadrado; en el centro de este cuadrado se encuentra la residencia personal
del Dalai-Lama.»
«Los cuatro templos son de grandes dimensiones,
pero no muy elevados, y están construidos poco más o menos sobre el modelo de
las habitaciones de los virreyes o gobernadores de las grandes provincias
chinas; están ocupados por los doce Lamas llamados Lamas-Namshans, que forman
el consejo circular del Dalai-Lama.
Los apartamentos interiores están ricamente decorados, pero sólo se ven colores
lamaístas, amarillo y rojo; están divididos en varias piezas de las cuales las
más grandes son las salas de oraciones.
Sin embargo, salvo muy raras excepciones, los doce Lamas-Namshans no pueden
recibir a nadie en los apartamentos interiores; sus servidores igualmente
residen en los apartamentos llamados
exteriores, ya que, desde estos apartamentos, no se puede ver el palacio
central. Aquel ocupa la mitad del segundo cuadrado, y está aislado por todos
lados de los apartamentos de los doce Lamas-Namshans; se necesita una llamada
especial y personal del Dalai-Lama para franquear este último espacio interior.
«El palacio del Dalai-Lama no se revela a los
ojos de los habitantes de los apartamentos interiores sino por un gran
peristilo que lo circunda, como en todos los edificios del sur de
Asia; este peristilo está sostenido por cuatro filas de columnas, que están, de
arriba a abajo, recubiertas de oro. Nadie habita en la planta baja del palacio,
que se compone solamente de vestíbulos, de salas de oraciones y de escaleras
gigantescas. Delante del cuádruple peristilo, el palacio de eleva sobre tres
pisos, el primer piso es color de piedra, el segundo es rojo, y el tercero
amarillo. Por encima del tercer piso, y a modo de techumbre, se eleva una
cúpula redonda y recubierta de láminas de oro; este domo se ve desde Lhassa, y
aun desde muy lejos en el valle; pero los templos interiores y exteriores ocultan
la vista de los pisos. Sólo los doce Lamas-Namshans saben la distribución de
los pisos del palacio central, y lo que allí ocurre; en el piso rojo, en su
centro, es donde se da lugar a las sesiones del consejo circular. El conjunto
de estas construcciones es enormemente grandiosa y majestuosa; aquellos que tienen
la autorización de atravesarlas están obligados a guardar silencio» (Nguyèn V.
Cang, Le Palais du Dalaï-Lama, nº 8,
15 de noviembre de 1904).
En lo que concierne al mismo Dalai-Lama: «En
cuanto a la persona del Dalai-Lama, a la cual se le cree ver violentada y
mancillada por miradas extranjeras, hay que decir que este temor es ingenuo, y
ni ahora, ni más tarde, habría de ser admitido. La persona del Dalai-Lama no se manifiesta sino en el piso rojo del
gran palacio sagrado, cuando los doce Lamas Namshans están allí reunidos según
ciertas condiciones, y mediante el orden mismo de aquel que les gobierna.
Bastaría la presencia de otro hombre, cualquiera que sea, para que el
Dalai-Lama no apareciese, por lo que hay más que una imposibilidad material de
profanar su presencia, pues él no puede estar ahí donde están sus enemigos o
solamente extraños. El Papa del Oriente, como dicen (muy impropiamente) los
fieles del Papa de Occidente, no es de los que se les despoja o se les
violenta, pues no está bajo el poder ni bajo el control humano; es siempre el
mismo, hoy como en los lejanos días donde se revelará en ese Lama profético,
que los tibetanos llaman Issa, y que los cristianos llaman Jesús». (Nguyen V.
Cang, Le Dalaï-Lama, nº 9, 15
decembre 1904).
Esto muestra suficientemente que el Dalai-Lama
no puede estar huido, no más ahora que en el momento en que estas líneas han
sido escritas, además de que no cabe ninguna cuestión sobre destituirle o
elegir un sucesor; se ve igualmente con ello lo que valen las afirmaciones de
ciertos viajeros que, habiendo más o menos explorado el Tibet, pretenden haber
visto al Dalai-Lama, por lo que no ha lugar a atribuir la menor importancia a
historias parecidas. No añadiremos nada a las palabras que acabamos de citar,
palabras que emanan de una fuente muy autorizada; se comprenderá por lo demás
que esta cuestión no es de las que conviene tratar públicamente sin reservas,
si bien hemos pensado que no era ni inútil ni inoportuno decir aquí algunas
palabras.
Estandarte del Polo sobre el trigrama del Trueno (Japón) |
La luz que ha arrojado Guénon siempre ha sido certera; mas las emanaciones del satélite sombrío se empeñan en opacarla ya que ella devela una farsa que no sólo continúa sino que se acrecienta.
ResponderEliminarMe parece uno de los artículos más flojos de Palingénius. Aparte de que prácticamente sólo es una reproducción de fragmentos de una revista. Todos los demás de Palingénius me parecen mejores
ResponderEliminarSaludos
Arturo L. S.
Otro centro espiritual que se ha escondido, y posiblemente también para sus representantes..Los cambios de la geografía sagrada
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