Discurso
III.
Comiénzase
a fundar la casa de San Lorenzo el Real; vienen los primeros religiosos
fundadores y otros ministros y oficiales; asiéntase las dos primeras piedras de
la casa y de la iglesia.
Luego, el año
siguiente, de 1562, se determino el Rey a dar principio a la gran fábrica, y
para que desde luego los religiosos de la Orden de San Jerónimo comenzasen a
servir en ella y las cosas se fuesen haciendo a su modo y él pudiese gozar de
su conversación y manera de vivir, recogida, devota y honesta, acordó que
viniesen luego algunos al lugar de El Escorial, y desde Madrid escribió esta
carta al Vicario de Guisando:
«El Rey. Devoto padre
Vicario: Entendido he que el padre General de vuestra Orden os ha proveído del
cargo de Vicario del monasterio de San Lorenzo, de que habemos holgado, por el
contentamiento y satisfacción que tenemos de vuestra persona y porque ya
habemos proveído del oficio de contador y veedor de las obras del dicho
monasterio a Andrés de Almaguer; y tenemos acordado de vos y él vais al lugar
de El Escorial y entendáis en comprar y prevenir algunas cosas, para que se
pueda dar principio a la fábrica, de que se os dará memoria; os encargamos os
desembaracéis y desocupéis de lo que en esa casa de Guisando tuviéredes que
hacer, con la misma brevedad que buenamente podáis, para que, cuando os mandare
avisar, os partáis al dicho lugar de El Escorial, y tendréis prevenido un
fraile que vaya y ande en vuestra compañía, que sea hombre de buena edad y
hábil y diligente, que os pueda ayudar y descansar en algo, y avisarnos heis
para cuándo pensáis estar desocupado de ahí, que en ello seremos servido. De
Madrid, a 6 de marzo, 1562 años. Yo, el
Rey.»
Respondió el Vicario
con humildad estaba siempre aparejado para lo que su Majestad fuese servido.
Llegóse luego la Semana Santa; fuese el Rey a tenerla al mismo monasterio,
acompañado del Duque de Alba y el Prior de San Juan, don Antonio de Toledo; el
Marqués de Cortes, don Francisco de Benavides, Marqués de las Navas y el de
Chinchón y otros caballeros; llevó consigo a Juan Bautista de Toledo,
Arquitecto mayor, que ya a este tiempo iba haciendo la idea y el diseño de esta
fábrica; hombre de muchas partes, escultor y que entendía bien el dibujo; sabía
lengua latina y griega, tenía mucha buena noticia de Filosofía y Matemáticas;
hallábanse, al fin, en él muchas de las partes que Vitrubio, príncipe de los
arquitectos, quiere que tengan los que han de ejercitar la arquitectura y
llamarse maestros de ella.
Estuvo el piadoso
Príncipe recogido aquellos días santos, hasta el segundo día de Pascua de
Resurrección, en mucha oración y meditación, rogando a Dios conservarse sus
estados en su santa fe y obediencia de la Iglesia y no permitiese que en sus
días se viese en ellos, principalmente en España, lo que pasaba en el reino de
Francia, lastimado y diviso en bandos, sectas, guerras, sangre, y que las cosas
del Concilio que a la sazón se estaba celebrando en Trento tuviesen aquel fin
que toda la Iglesia Católica deseaba; todo parece que se lo otorgó Nuestro
Señor, hablándose muchas veces sólo en aquellas cuevas y ermitas donde sabía
que tantos siervos de Dios habían habitado, y recibía con aquella memoria mucho
consuelo, porque de su natural era inclinado a las cosas de piedad y religión.
Con estas buenas
prevenciones partió de allí y vino a este sitio de El Escorial; mandó que
viniese con él el Vicario fray Juan del Colmenar, acompañándole dos religiosos
de la misma casa: llamábase el uno fray Juan de San Jeronimo, fraile humilde,
devoto, aplicado a las cosas del dibujo y de trazas, y tuvo el libro de la
razón, junto con el contador Almaguer; el otro se llamaba fray Miguel de la
Cruz, para que fuese como procurador y atendiese a las cosas temporales y
provisión de lo que fuese menester; entrambos, sacerdotes y de mucho ejemplo.
Tornó Su Majestad a
mirar el sitio. Estuvo un día en El Escorial, y paseó las dehesas del contorno.
Volvióse a Madrid, y los tres religiosos quedaron aposentados en la casilla de
un aldeano, estrecha y pobre, que, aunque se escogió por buena, el pueblo era
tan miserable, que la mejor no valía nada, fuera de la casa del Cura, que
sirvió muchas veces de Palacio al Rey don Felipe.
No había en toda esta
aldea casa con ventana ni chimenea: la luz, el humo, las bestias y los hombres,
todos tenían una puerta, donde se verificaba bien los del poeta [1] cuando
pinta el tiempo que moraban en la tierra honestidad y vergüenza, que llama
Reino de Saturno, y los hombres y las bestias tenían un común aposento en las
cuevas y en las chozas, y las mujeres componían las camas de hojas de árboles,
ramos y pieles de sus ganados: tal era esta aldea, que, con no estar lejos de
Segovia, apenas sabían los Escribanos y Alguaciles, gente que anda a descubrir
cuestiones para sus intereses ilícitos, el nombre de El Escorial, y cuando
vinieron a conocerla, la hallaron hecha villa, exenta de jurisdicción y aun
hecha aposento real.
Principio del mes de
abril del mismo año, comenzaron a desmontar y quitar la jara de todo aquel
contorno, donde había de señalarse y elegir la planta, que estaba grande y
crecida, abrigo en invierno de los ganados de la pobre gente de aquella
aldehuela, y donde en verano pasaban la siesta y tenían sus abrevaderos.
Había dos fuentes
caudalosas, sin otras que jamás, por estéril que fuese del año, las vieron
agotadas: la una, que está ahora junto al estanque y alberca de la fuente de la
huerta, se llama la fuente de Blasco Sancho; la otra, más apartada hacia el
Poniente, se llamaba Matalasfuentes; pusiéronle este nombre los pastores de la
sierra porque los ganados bebían allí de mejor gana que en las otras, no por
ser más delgada ni mejor agua, sino por tener alguna más sal; llámase ahora la
fuente de la Reina.
De allí a pocos días
tornó Su Majestad, acompañado con los mismos que arriba dijimos, trayendo
consigo a su Arquitecto, Juan Bautista de Toledo, que tenía ya hecha la planta
de los principales miembros del edificio, aunque se fue siempre puliendo y
mejorando, procurando se pusiesen lo más acomodado a los usos y menesteres, que
es dificultoso acertar de la primera vez tantas cosas.
Mandó Su Majestad que
se acordelase el sitio y se pusiesen estacas por donde habían de abrirse los
cimientos y lo que hasta allí habían sido majadas de pastores pobres, mudó el
estado y el nombre y se llamó sitio del Monasterio de San Lorenzo el Real.
Quiso y parecióle así
también al Arquitecto que la casa no mirase tan puntualmente al Mediodía que no
tuviese un grado poco más de declinación al Oriente, porque el paño y perfil de
Mediodía, donde había de ser la principal habitación de los religiosos y el
aposento real, gozase más presto del sol en invierno, que era lo que más
entonces se temía en este sitio. Tiraron la línea de Levante a Poniente, que
llaman los cosmógrafos de longitud, por espacio de quinientos ochenta pies, que tienen dieciséis dedos,
partidos en cuatro palmos (palmo se llama hablando propiamente, los cuatro
dedos de la mano por las conjunturas más altas); es este pie lo que responde a
una tercia de la vara castellana, y con esta medida se irá siempre hablando en
lo que tocare a las de este edificio.
De los extremos de esta
línea de quinientos y ochenta pies sacaron otros dos perpendiculares de Norte a
Sur, de setecientos y treinta y cinco pies. Cerraron desde los dos extremos de
estas líneas, con la cuarta, de otros quinientos y ochenta pies, y así quedó
hecha una plaza cuadrángula, que por la parte de Oriente y de Poniente tenía
ciento y cincuenta y cinco pies más de Oriente a Poniente, y por aquí se fueron
abriendo los cimientos.
No estaba todo esta
área llana, sino con los altos y bajos, que, aunque la vista no hacía mucho
exceso, cuando echaron los niveles no fue pequeña la diferencia. Comenzáronse
luego a hacer hornos de cal y balsas, o, como ellos, dicen, vascas adonde
matarla. Vinieron peones y oficiales, canteros, albañiles, carpinteros; por
juez, veedor y contador de toda la fábrica vino, como dije, Andrés de Almaguer,
natural de Almorox, hombre de buen entendimiento y de verdad. Por esto y por
haber sido el primer ministro de esta fábrica, le hizo el Rey mercedes, diole
privilegio de hidalgo y que pusiese en sus armas una parrilla.
Han abusado también de
esto los Príncipes: antiguamente daban a los nuevos soldados un escudo blanco,
y hasta que hacía con él y con la espada algún hecho señalado, no pintaban nada
con él, y así se entiende lo del poeta [2], hablando de la muerte del mozo
Helenor, armado de una limpia, luciente y sola espada, y de un escudo blanco
que aún no había obrado empresa con que le adornase, y el otro satírico [3].
Cuando deje la copa juvenil y embrace el escudo blanco; ahora más escudos y
divisas se ganan con la pluma y el dinero que antiguamente con las armas y la
sangre.
Merece, es verdad, el
valeroso mártir Lorenzo que cuantos hicieron algo en su servicio sean
ennoblecidos con las insignias de sus victorias; aunque otros muchos pudieran
con más justo título gozar de esto que Almaguer, la dicha fue ser primero. Vino
por pagador Juan de Paz; el primer aparejador o maestro de cantería, Pedro de
Tolosa, traído desde Guisando por fray Juan del Colmenar (aparejador se llama
el que, después que el arquitecto ha dispuesto toda la fábrica, apareja la
materia, hace los cortes y divide las piezas para que traben bien, con igualdad
y hermosura, en toda la fábrica, y por él se trazan los modelos particulares
por donde se gobiernan los destajeros, que en la lengua latina se llaman redemptores).
Tras estos vinieron
otros muchos oficiales menores, como sobrestantes y ministros de justicia. Por
obrero general, debajo de cuyo gobierno se había de ejecutar todo, vino o
trújole Dios fray Antonio de Villacastín, religioso Corista, que es en esta
Orden un estado medio entre sacerdotes y hermanos legos, profeso de la Sisla de
Toledo, de quien hice memoria cuando traté del aposento que se hizo en el
monasterio de Yuste, cuando se retiró allí del Emperador Carlos V, fue también
en aquella fábrica el obrero; teníase ya alguna noticia de su entereza y valor,
aunque nunca se pudiera imaginar que a un hombre, al parecer de todos basto,
sin letras y de pocas palabras, se encerraran tantas virtudes juntas.
No quiero hacerle
agravio en atropellar aquí lo que espero decir de sus cosas, que no haré poco
si acierto a decirlas, aunque he sido testigo de ellas muchos años. Vino luego
fray Marcos de Cardona, profeso de la Murta de Barcelona, que también había
estado en Yuste haciendo oficio de jardinero.
Pretendió, desde luego,
el Rey que el lugar de la Fresneda y la dehesa junto a ella comprada de
diversos herederos y personas de Segovia, se plantase de arboleda y jardines,
para que cuando la casa estuviese en perfección, las personas reales y los
religiosos tuviesen donde recrearse honestamente. Tenía este religioso
habilidad para esto: desembarazó el suelo, comenzó a disponerlo por sus calles
y plantó el primer jardín que allí hubo. El postrero de todos vino el padre
Prior fray Juan de Huete: llegó a El Escorial el 1 de marzo de 1563; no pudo
venir antes por sus indisposiciones; hombre anciano, de experiencia y virtud,
aunque cargado de ayer adquiridos de la penitencia continua. Trajo en su
compañía otros dos religiosos de su casa: fray Diego de Oviedo, sacerdote, y
fray Bartolomé de Madrigal, lego. Cuando llegó el Prior, los cinco frailes que
acá estaban habían mejorádose algo de aposento: dejaron aquella primera casilla
o tugurio, compróles otra poco mejor el Rey, aunque, por tener más ancho sitio,
pudieron hacer en ellas unos aposentillos a modo de celdas; aliñáronlo,
hicieron un huertecillo, pusieron en él verduras y naranjos que había traído
fray Marcos de la Vera de Plasencia, aunque la tierra les hizo mal hospedaje.
En la fábrica no se
hizo en la resta de este año otra hacienda más de abrir cimientos, y no era
poco, por ser tan hondos y tan grandes; aparejar cal, cortar piedras y proveer
otros materiales.
A 23 días de abril de
este mismo año de 63, en que se celebró la fiesta de San Jorge, le pareció a
Juan Bautista de Toledo que era ya tiempo de comenzar la fábrica y asentar la
primera piedra, fundamento de todo el cuadro y planta; juntó los aparejadores y
oficiales, llamó a los religiosos para que se hallasen presentes (no pudo subir
el Prior al sitio, porque estaba fatigado); el Vicario y los demás que hemos
nombrado llegaron al medio de la Zanja que estaba abierta en la línea y perfil
que mira al Mediodía, que es ahora debajo del asiento del Prior en el
refectorio, en la mitad de aquel lienzo o fachada. Hincáronse todos los
religiosos y todos los circunstantes de rodillas, dijeron muchos himnos y
oraciones invocando el favor y gracia divina; levantáronse y tomaron una piedra
cuadrada que tenían ya aparejada para el efecto, y asentáronla con mucha
devoción y aun lágrimas, suplicando a Nuestro Señor fuese servido prosperar
aquella fábrica y levantarla para su gloria y servicio. Tenía la piedra escrita
a sus lados el nombre del Fundador y del Arquitecto, el día y el año en que se
asentaba, con estas letras.
En la superficie alta:
DEVS O. M. OPERI
ASPICIAT
En el otro lado:
FILIPVS II.
HISPANIARUM REX,
A FUDAMENTIS
EREXIT.
M. D. LXIII.
En el otro lado:
IOAN. BAPTISTA ARCHITECVS.
IX. KAL. MAII.
Hecha esta hacienda, se
volvieron al pueblo todos con grande alegría, y sucedió que, al tiempo de
sentar la piedra, el Vicario y el Arquitecto y Andrés de Almaguer, y otros,
llamaron al obrero mayor fray Antonio de Villacastín para que les ayudase a
ponerla, y dijo con aquella entereza que hasta hoy día ha guardado: «Asienten
ellos la primera piedra, que yo la postrera me guardo», y así se lo concedió
Nuestro Señor, pues ha ya treinta y nueve años que la asentó y le ha conservado
Dios entre mil peligros con admirable fortaleza y vigor hasta este año de 1602.
Hicieron luego relación
de esto al Rey don Felipe; holgóse mucho; determinó que luego aquel verano se
asentase la primera y fundamental piedra del templo con la solemnidad y ceremonias
santas que la Iglesia tiene determinadas.
Partió de Madrid,
acompañado con los caballeros y criados de su casa que hemos dicho, trayendo
también consigo a don fray Bernardo de Fresneda, su confesor, Obispo ya a esta
sazón de la iglesia de Cuenca, religioso de San Francisco, y a fray Francisco
de Villalba, su predicador, profeso de san Jerónimo de Zamora. Llegó a El
Escorial, y determinó que el día de San Bernardo, 20 de agosto del mismo año
1563, se asentase la primera piedra.
Subió al sitio este día
a las tres de la tarde, acompañado del Prior fray Juan de Huete, del Vicario y
todos los demás religiosos, oficiales y maestros de la fábrica. Estaban
aderezados tres altares en la parte señalada, donde se había de edificar la
iglesia: el uno, con una cruz grande en el mismo lugar donde había de ser altar
mayor; el otro, al lado del Evangelio con un Crucifijo que había sido del
Emperador Carlos V, y el otro, de Nuestra Señora, junto al lugar donde se había
de asentar la piedra fundamental, que es al lado de la Epístola, junto al altar
de las reliquias de nuestro padre San Jerónimo, arrimada algún tanto a la reja
por donde se sale de la sacristía de la iglesia. Hízose también un sitial donde
estaba sentado el Rey en tanto que se hacia el oficio.
Vestido el Obispo de
pontifical, comenzó aquellas santas y divinas ceremonias que sería bien no la
ignorásemos tanto los cristianos, a lo menos los que nos preciamos, como dicen,
muy del asa y de la casa de Dios, pues están tan llenos de misterios. Por lo
menos, será bien advertir que no lo ha Dios por las piedras, pues es esta
materia tan propia nuestra, y no hay de ella escrito cosa alguna que no haya
visto en la lengua castellana, no será fuera de propósito, tratando de una
fábrica santa, advertir siquiera de paso algún misterio de sus santificaciones,
pues tiene todas las que puede tener. La piedra fundamental, que se llama en
lengua latina Primarius lapis, que
sólo la bendice el Obispo, ha de ser cuadrada y angular, y de ordinario
pequeña, que puede traerla en la mano el dueño y señor de la fábrica, y así lo
era esta. Estaba encima de un altar raso, cubierta con unas toballas y pintada
encima una cruz colorada; bendice el Obispo el agua que ha de echar en ella, y
después de haber cantado algunas Antífonas y Salmos que encierran en sí el
misterio que la piedra significa, llega el Obispo y con un cuchillo hace en
ella cuatro cruces, por todas las cuatro esquinas o ángulos, y dichas otras Antífonas
y Salmos, la manda asentar a los Arquitectos y oficiales.
Después camina por los
cimientos que están abiertos, echando agua bendita, cantando el clero que se
halla presente Himnos y Salmos, y por sus tercios dice ciertas oraciones, hasta
que da la vuelta y torna al mismo lugar donde partió, y allí de la bendición al
pueblo y le despide.
Esta es la suma de la
bendición y asiento de la piedra fundamental de los templos, figura expresa de
Jesucristo, a quien llama San Pablo fundamento cuando dijo que como prudente
Arquitecto había puesto este fundamento, advirtiéndonos luego mirase cada uno
lo que sobra él edificaba, y el mismo Señor se llamó piedra puesta en la
cabeza, o en el principio del ángulo, y en otros cien lugares, y así nos llaman
los dos Príncipes de la Iglesia San Pedro y San Pablo casa y templos
espirituales, y piedras vivas, y otros nombres de esta manera, que declaran el
misterio divino, y queda entendido lo que dice el profeta Zacarías [4], que
sobre esta piedra estarían puesto siete ojos, significando el cuidado y
vigilancia continua que tiene Dios de estos templos espirituales, que se
edificaban sobre la piedra fundamental, que es Cristo, y así habíamos de
despertar siempre que entremos en estos templos y miramos sus fundamentos, la
consideración de lo que en nosotros pasa, porque, si no nos dormimos, promete el
Señor luego allí por su Profeta de polir, hermosear y llenar de riquezas y
joyas de virtudes y dones este edificio; que aunque se entienda de toda la
Iglesia en común, también se entiende, y con igual propiedad, de cualquier
cristianismo en particular. Y es bien advertir que este mismo año y casi en el
mismo mes que se puso la primera piedra de este templo que dijimos ser propio
símbolo la postrera del sacro Concilio de Trento, que parece a la que vio el
mismo Profeta [5] en las manos de Zorobabel después de edificado el templo, que
allí se llama estaño, y mirada la propiedad del original hebreo, quiere decir
de apartamiento o reprobación, que cuadra con lo del Salmo: La piedra que
reprobaron los que edificaron, se puso por cabeza y remate del ángulo o de la
cúpula. Cuarenta y seis años se tardó en edificar el templo de Jerusalén la
segunda vez por Zorobabel, y se tardó otro tanto en el Concilio Tridentino, si
lo miramos desde su origen, que fue de la herejía de Martín Lutero, año 1517,
en tiempo de León X, y se acabó en el 63, en tiempo de Pío IV. Reprobáronle los
protestantes de Alemania, reprobóle Enrique VIII en Inglaterra y Isabela, su
hija; resistióle también en muchas cosas Enrique Rey de Francia; abrazóle con
suma reverencia Felipe II, Rey de España, y para confirmación y guarda de sus
santos estatutos y dogmas, puso la primera piedra de un alcázar y templo de San
Lorenzo, donde se habían de eternizar y obedecer para siempre.
La ocasión de los
cimientos y primera piedra nos ha hecho decir todo esto. Quiso también el
prudentísimo Príncipe que se hiciese luego un hospital donde se curasen los
peones y otra gente pobre que trabajaba en esta fábrica, y primero los proveyó
a ellos de este socorro y abrigo que asimismo de aposento. Alquilóse una
casilla, la que pareció más a propósito para esto, donde se pusieron diez u
once camas, y como fue creciendo el número de la gente, se fue aumentando, hasta
que después creció tanto, que vino tiempo que llegó a tener más de sesenta,
donde eran tan bien servidos, que muchos, con solo el regalo y limpieza, sin
más medicinas sanaban.
Consideraba el santo
Rey que esta no era gente forzada ni pagana, no gebuseos ajenos de la casa de
Israel, como lo fueron muchos millares de hombres que trabajaron en el antiguo
templo de Salomón, sino cristianos que aquí con el sudor de su rostro ganaban
el sustento de sus vidas; mirábalos como a sus propios hermanos, no permitiendo
que los importunos sobrestantes los sacasen de su paso, sino que fuese lo que
ganaban más limosna que jornal, como en la verdad ha sido siempre, y aun es la
causa de que la obra como tan acepta a Dios haya tenido tal fin. Por esto no
estimo en mucho las fábricas que hicieron los romanos y otra gente pagana y
bárbara, porque las levantaron, como tiranos, a costa de la miserable gente
cautiva, sujeta, forzada, sin darles otra paga ni satisfacción que palos y
muerte; y como la sangre de los inocentes llama siempre con incesables voces a
Dios y pide venganza, no es maravilla que tan miserablemente hayan perecido y
que apenas se descubran las cenizas de aquella vanidad soberbia y tiranía.
Notas:
[1] Juvenal: Satiras, 6.
[2] Virgilio: La
Eneida.
[3] Petronio: El
Satiricón.
[4] Zacarías, capítulo
IV.
[5] Zacarías, capítulo
V.
Su blog es genial.
ResponderEliminarLe agradecemos el cumplido. Mas, ejemplares son de Su Belleza, Su Fuerza y Su Sabiduría.
ResponderEliminar