René Guénon y el Rito Escocés Rectificado [1]
Por Jean-Marc Vivenza
Éditions du Simorgh, 2007
En respuesta al artículo La teorías erróneas de René Guénon respecto a la doctrina de Jean Baptistte Willermoz
¿Una singular cruzada o el retorno de la Inquisición?
Este pequeño libro de 136 páginas, cuyo título es seguido, en la primera página, por el anuncio de su objeto: “Aclaraciones relativas al desprecio e incomprensión de Guénon y de sus discípulos respecto a la doctrina de los Elegidos Coëns de la Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa, y de la teosofía de Louis Claude de Saint-Martin”, merece algunas observaciones en razón de las inexactitudes de fondo que contiene. Para ello, nos limitaremos a mostrar la crítica de fondo que allí se hace de la posición de René Guénon respecto del Régimen Rectificado y los inspiradores de ésta; por lo que concierne a la apologética cristiana, y más precisamente a la pretendida iniciación cristiana, tal cual es concebida y presentada por el autor, es decir, dentro de una total confusión entre exoterismo y esoterismo, aparece ésta desnuda de fundamento doctrinal de orden universal: o sea, una caricatura de lo que es el cristianismo y su esoterismo [2]. Por otra parte, este corto anuncio del autor no resume toda su tesis ya que alarga su condenación a la totalidad de la Masonería, excepto la Masonería cristiana del Régimen Rectificado. Aquellos que hayan consultado su Dictionnarie de René Guénon, publicado en febrero de 2002, y aborden cinco años después el libro que examinamos, no dejarán de interrogarse, si releen la Introducción del Dictionnaire, donde, a pesar de las expresiones recurrentes sobre “el pensamiento” de Guénon, o el “pensador”, reveladoras de una incomprensión sobre la posición real e invariable de aquel, verán que el señor Vivenza expresaba entonces un juicio general favorable a Guénon acompañado de algunas alabanzas. Es así como él habla del «brillo indiscutible del pensamiento de René Guénon, que no ha hecho por otra parte sino acrecentarse, de lo cual nos felicitamos grandemente» (p. 9), añadiendo que «Es igualmente al servicio de esta doctrina perenne a la que nos sometemos a nuestra vez, y fue nuestra única ambición contribuir, con nuestro propio trabajo, a su brillo y su conocimiento; sabiendo […] que el inmenso papel jugado por René Guénon en la puesta en evidencia de la “doctrina eterna” para nuestro tiempo, es incontestablemente único, soberano y sin parangón, lo cual le confiere un lugar incomparable que nosotros le reconocemos a título pleno.[…] » (p. 10); esta “función”, él sólo puede prevalecerse de ello, y esto sin el menor asomo de duda » (p. 11), etc. Esto no debe enmascarar las insuficiencias y las confusiones que contiene este Dictionnaire del cual uno se pregunta a fin de cuentas qué ayuda se considera que aporta al lector que conoce poco o nada la obra de Guénon, hasta el punto de poder perjudicar la comprensión profunda de ésta.
Pero entremos en el campo de ruinas que constituye el presente libro del autor: desde el comienzo, uno se ve rápidamente invadido por una incorregible logorrea que se traduce por el abusivo y obsesivo uso del adjetivo, incisivo éste, por no decir despectivo contra René Guénon y su obra. Son sacados al paso por su toma de posición favorable a este último, Dennys Roman y Patrick Geay que «caen» así en buena compañía. En cuanto al discurso, que pretende emanar de la iniciación cristiana, vamos a volver sobre él después de una breve digresión.
De hecho, el señor Vivenza es un caso; y no tanto por su individualidad en sí misma, que podría interesar a nuestros lectores, como por la transformación radical que le afecta hoy. Su colaboración en nuestra revista, especialmente durante el VIII coloquio de Vers la Tradition, que tuvo lugar en Châlons en octubre de 2005, no permitía descubrir una evolución tan súbita, incluso si ciertas premisas podían dejar entrever alguna incompatibilidad con el espíritu tradicional tal como Guénon lo ha devuelto a la luz. ¿Habrá sido el señor Vivenza, después, víctima de un fariseísmo un tanto exaltado, de una suerte de «virus» fundamentalista?
Es pues otro lenguaje el que el autor nos impone ahora: lenguaje por el cual desparrama sin límites palabras como las que no se encuentran sino en ciertos autores cuyo odio a Guénon es notorio [3]. Para que nuestros lectores se hagan una idea del tono empleado, proponemos algunos ejemplos entre una multitud recogida prácticamente en cada página del libro: así de la «sorprendente capacidad de Guénon para hablar de lo que ignora», de su «trágico desconocimiento de la estructura interior del Régimen Rectificado», de su «enorme y desconsoladora ignorancia», de «su ceguera e incompetencia», de su «total incapacidad a abrirse a las grandes y profundas verdades», de su «considerable carencia teórica», sin omitir que «los conceptos guenonianos […] presentan un vicio redhibitorio, una carencia natural les impide acceder a la plenitud del conocimiento […], carencia que tiene por causa principal la ceguera consecutiva a una sobredeterminación y sobrevaloración de las doctrinas orientales respecto a la Palabra de las Sagradas Escrituras»; de hecho, «[…] la Encarnación, […] rompe los viejos fundamentos de las antiguas religiones humanas […]. El cristianismo, y esto no es negociable [¡¿?!], no obedece a las mismas reglas; excede todos los marcos ancestrales […], y es en esta imposibilidad donde viene a embarrancarse, chocar y romperse, la ciencia de Guénon […]», en su «ignorancia culpable y estupefaciente». Cada cual apreciará el contenido de esta antología marcada por la delicadeza y la clarividencia, así como por la modestia, del autor y su sentido de la medida. Esto nos da ya una rápida ojeada de la posición adoptada por el señor Vivenza al encuentro de la de Guénon, que es por otra parte bien conocida. [4]
René Guénon, al que el señor Vivenza llama el «maestro del Cairo» (con la minúscula impuesta), o el «inquilino» de villa Duqqi (con cierta burla soterrada), ha cometido sin duda algo irreparable al «despreciar» el Régimen Rectificado y a su fundador J. B. Willermoz, además del alcance de la finalidad iniciática de la doctrina de Martinès de Pasqually, así como de Louis Claude de Saint-Martin en su rechazo del método iniciático masónico. Lo que le amarga manifiestamente es que Guénon no reconozca en Willermoz y en Saint Martin si no una visión puramente exotérica (lo que no ocurre del todo para el caso de Martinès), visión que el señor Vivenza comparte plenamente con ellos pero sin estar a la altura de reconocer su carácter. En él, este equívoco es el producto de una visión puramente teológica y cristocéntrica acompañada de pueriles preocupaciones apologéticas [5]. Esto le induce a ensanchar el cuadro de su crítica concerniente a la posición de Guénon en contra del Régimen Rectificado, para extenderlo a un rechazo radical de todas las religiones pretendidamente «humanas», comprendiendo ahí el judaismo, cuyo «sacerdocio se encuentra abolido y vacío de su sentido para los cristianos después de la venida del Mesías»; en cuanto al Islam, remarcará la negación de su fundamento profético [6].
He aquí pues a nuestro autor llevado por una lastimosa «pequeña guerra santa» al asalto de René Guénon y de su obra, así como de sus «discípulos», en razón de su posición con respecto al Régimen Escocés Rectificado. La querella, como sabemos, no es nueva pues ya en 1966-1967 (para dispensarnos de ir más allá en la historia) conocidas personalidades se implicaban en la revista Le Symbolisme en defensa de dicho Régimen; se trataba particularmente de contradecir ciertas afirmaciones de Denys Roman opuestas a la adopción por Willermoz, en condiciones dudosas que ponían en duda la regularidad del Régimen, de la referencia al famoso Phaleg en lugar de Tubalcaín mantenido sin embargo en los rituales de toda la Masonería Universal. Por otra parte, las innovaciones de las cuales Willermoz fue responsable no se limitan a la «Rectificación» de la Estricta Observancia Templaria; se notará el rechazo, bajo la presión del punto de vista religioso, léase clerical, de la filiación templaria y de la supresión de las penalidades incluidas en el juramento prestado en el momento de la iniciación (curiosa coincidencia: en Inglaterra, esta supresión se reproducirá después, dos siglos más tarde, en otro Rito –el Rito Inglés— a consecuencia de las maniobras incesantes de un exoterismo fundamentalista dominante). Se entenderá igualmente la adopción, a continuación del Rito Francés, de esta importante innovación que fue la inversión de las «palabras» así como de las columnas del Templo que hemos abordado en un número precedente de la revista [7].
En su cruzada purificadora, el señor Vivenza viene por tanto, como decíamos, a condenar sin apelación todos los Ritos masónicos, de paso que pega una coz de asno a la Masonería escocesa (lo que no asombrará a nadie) de la cual Willermoz habría emprendido la rectificación «con el fin de devolverle, de conferirle, una nueva filiación purificada que jamás habría debido perder» (curiosa manera de escribir la historia); extraños al Rito Rectificado («única corriente autorizada […] a reivindicar una autenticidad»), todos estos Ritos dependen de «la tradición depravada de Caín», pues «la corriente en la cual se encuentran situadas, después de siglos, las diversas iniciaciones de constructores, presenta una orientación al mal, una vocación negativa y culpable en razón de su carácter prometeico», como consecuencia de «una práctica desviada donde son cultivadas la pretensión y el orgullo». ¡No sabríamos ser más amables y sobretodo estar más… avisados!
Cuando el
autor aborda la pretendida confusión –que constituye uno de sus argumentos
clave— cometida por Guénon (y Denys Roman que padecería, como todos los
«discípulos» de Guénon, de una incurable ecolalia) a propósito del estatuto
arbitrariamente separado de la Órden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa y el de la Gran Profesión , se equivoca de
nuevo. Su afirmación basada en una lectura literalista, decididamente
omnipresente, pierde todo crédito por el hecho de que Guénon, a pesar de la
puesta al día de diversos documentos –de los cuales no habría tenido necesidad
alguna para su juicio—, no habría consentido nunca en llevar a cabo la
rectificación tan esperada por… sus «adversarios»… Verdaderamente
hay que dudar, como tan a menudo lo manifiesta el autor en su presunción, de
la honestidad intelectual de Guénon –el señor Vivenza le reprocha «su increíble
mala fe» — por no reconocer que él se ponía en tela de juicio cuando ello estaba
justificado. Evoquemos de paso «la puesta al día» de ciertas cosas: si
el contenido de la Profesión
ha sido hecho público, eso no va en favor de ciertos «caballeros» que debían
guardar secreta esta comunicación; esto por principio. Pero, es precisa y
únicamente sobre la justa apreciación de la doctrina vehiculada que la cuestión
se plantea: entre los dos Órdenes dependientes uno del otro, el carácter
religioso se interpenetra al punto que no pueden ser disociados sino de manera
arbitraria en su significación intrínseca, como lo hace el autor: dicho de otro
modo, si la Gran Profesión
era de naturaleza iniciática, lo que no es el caso, podría –o debería— ser
tomada en cuenta en tanto que tal, como dispensando jerárquicamente su contenido
doctrinal en modo descendente hasta el 1er grado; pero en este caso, es el
carácter exotérico el que se encuentra difundido en el conjunto del Régimen;
eso es lo que quería hacer comprender Guénon para quien el aspecto estructural
era secundario y devenía asimismo contingente por relación a la importancia del
problema planteado. ¿Dónde se encuentra entonces el «completo desconocimiento
de las estructuras propias del Régimen Escocés Rectificado, una absoluta
ignorancia de su historia y una increíble confusión respecto a las enseñanzas
que subyacen secretamente [¡¿?!] en la
Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa » que el autor le
imputa? Consecuentemente, su interrogación sobre «el carácter inexplicable» de
la actitud de Guénon, deviene sin objeto. De hecho, si la posición de Guénon
manifiesta un juicio tradicional correcto sobre el Régimen Rectificado, no
tienen ninguna razón en reconsiderarla.
Señalemos, sin
embargo, en el autor esa manía por el documento escrito que se encuentra en los
historiadores de mentalidad profana; la que le conduce a tomar la comunicación
del depósito de los archivos de los Elegidos Cohens por una auténtica
transmisión iniciática. Hay que señalar además que la herencia de Martinès fue
amputada de autoridad por Willermoz de un componente operativo constituido por
la «teurgia» (que conviene poner en su justo lugar); esto reduce esta herencia
a pura especulación, incluso si su fundamento doctrinal, que es de orden
universal, se reencuentra en el corazón de todas las tradiciones, de las que el
autor abomina sin excepción. Es así como confunde continuamente, a propósito de
las «herencias» de Martinès y de L. C. de Saint Martin, su componente exotérico
con la transmisión de una influencia espiritual de orden iniciático; este error
le conduce a tomar «una cuerda por una serpiente» y a otorgar a la
exoterización furiosa efectuada por Willermoz un carácter iniciático que no
tiene.
De hecho,
Willermoz interpreta el simbolismo en modo religioso, lo que es legítimo en su
orden, pero no en un medio iniciático, hay que subrayarlo todavía; así su
rechazo cuasi supersticioso del hermetismo [8], defecto que se encuentra por
otra parte entre los reformadores actuales del Rito Francés, llamado Moderno,
que se hinchan como la rana de la fábula; hay que creer que todos esos Masones
herederos de los constructores no han observado jamás –ellos que conceden tanta
autoridad al Arte de la
Memoria — un edificio religioso de la época medieval y hasta
posterior… Es fácil comprobar que el punto de vista adoptado por el fundador
del Régimen Rectificado vuelve incompresibles múltiples aspectos del paso específico
al Oficio (se conoce, por otra parte, su fascinación pueril por… las botas) y
notablemente a aquel que concierne a la puesta en obra correspondiente a la
rehabilitación de los «metales», sin embargo, esencial para comprender e integrar
el sentido verdadero de la «reintegración» en esta vía. Este rechazo de
Willermoz parece ligado íntimamente al funesto extravío que evocamos más
arriba, episodio que le ha llevado a sustituir la palabra Phaleg, que significa
«separado», por Tubalcaín del cual uno de sus significados más misteriosos, «Posesión
del mundo», no puede ser aprehendido correctamente sino desde un punto de vista
iniciático. Por otra parte, ¿no habla el autor de «la reforma» y de la
«doctrina» de Willermoz?
Cuando Guénon
dice, a propósito de Martinès de Pasqually, que «ha debido tener también en él,
[…] una cierta confusión entre el punto de vista “iniciático” y el punto de
vista “místico”, pues las doctrinas que expresa tiene siempre una forma
religiosa, mientras que sus “operaciones” no tienen de ningún modo ese carácter» [9],
es del todo significativo constatar que es precisamente esto último lo que
Willermoz va a rechazar formalmente con horror, mientras que se inspirará
piadosamente ¡en las primeras! Todo el programa del Régimen esta trazado a
partir de esta «elección». Porque, ¿cuál puede ser la posteridad de un
misticismo que, por naturaleza y en tanto que persiste, queda privado de la
posibilidad de desembocar en alguna efectividad iniciática, sea cual sea ésta?
Una palabra al respecto para remarcar que la argumentación del señor Vivenza,
que emana desde un punto de vista exotérico exclusivo fuertemente exaltado, es
inherente al carácter del Rito y no tiene, por ello mismo, ninguna autoridad
doctrinal en el dominio iniciático. Otro punto que está relacionado respecto a
la confusión del autor, que persiste en atribuir «discípulos» a René Guénon
[10]: aquellos que se adhieren a lo esencial de su obra porque reconocen la
inspiración de origen «no humano» no son legión, y D. Roman era uno de ellos,
pero nunca se consideró como un discípulo, lo que hubiera sido a la vez
insensato y ridículo. Se comprende que eso sea intolerable para el señor
Vivenza que no discierne otro origen no humano que no sea la Biblia [11]. Así, D. Román
es cuestionado como discípulo de Guénon, pero también por tener la culpa de
tomar una posición crítica contra el Régimen Rectificado y su fundador [12].
Finalmente el autor concluye con una lección de catecismo fundamentalista de un
exclusivismo dominante y compasivo, imagen de una certeza «que no es negociable».
Bajo el influjo de su lógica, llega a rechazar todo lo que hace de la obra de
Guénon la expresión de la
Unidad y de la universalidad: de hecho, todo lo que
constituye la esencia de esta obra se encuentra a sus ojos equivocado y
obsoleto; la Tradición
tal como es expuesta por Guénon no es aceptable pues es fundamentalmente ajena
a la Tradición
apostólica, la única ortodoxa… Y hace así con todo lo que no participa del
«mensaje» bíblico y más precisamente evangélico interpretado de manera literal.
El autor, digno continuador de una santa Inquisición tan esperada para estos
tiempos de extravío intelectual y moral, no olvida los deberes pastorales de su
cargo: a este efecto, amonesta e incita al arrepentimiento de la oveja perdida
–sobretodo las que se encuentran en el redil, es decir en el seno del Rito
Rectificado—, y pone en guardia a aquellos que podrían dejarse seducir en su
andadura masónica por el pernicioso espejismo que constituye la obra de Guénon;
y en su generosidad, prodiga vigorosos consejos fraternales a los «altivos
genonianos»…
Regocijémonos
sin embargo: sólo, del seno de Abraham, el cristianismo subsiste en estos
tiempos de intensa renovación espiritual y en particular en una Masonería
«Elegida y Querida»; después de todo, entre los cristianos de hoy, la Edad de Oro no se sitúa al
origen, sino ¡al fin de los tiempos! No sería pues asimilable a una Tradición
primordial fuertemente problemática (que no es sin embargo otra que el Edén);
por otra parte, en las Escrituras, se buscará en vano cualquier rastro de un
«alejamiento del Principio», y no están más que Guénon y sus partidarios para
pretender lo contrario. Si hemos de creer al señor Vivenza, que ha descubierto
eso no sabemos dónde en la
Biblia , la
Parusía reunira y discriminará una humanidad caída, desde
luego, pero cuyo estado ha quedado igual desde la creación, ¡desenlace lógico
de un desarrollo cíclico perfectamente lineal!
Incluso si queda
excluido que nos alegremos por ello, no podemos dejar de pensar a propósito del
señor Vivenza en la situación del «cazador cazado», tanto que los calificativos
que dirige a René Guénon podrían serle devueltos fácilmente. Esta proyección
sistemática sobre el prójimo de sus propios defectos no podría engañar sino al
propio autor. En cuanto a lo que constituye la Doctrina , tenemos la oportunidad de constatar el
equívoco irremediable de las relaciones entre el exoterismo y el esoterismo,
confusión que el autor comparte, al parecer, con una cierta franja de quienes
hemos denunciado su odio reconocido a Guénon y las extravagancias
pseudo-doctrinales.
¿Se habría
convertido el autor, con algunas diferencias, en el continuador de un Antoine
de Motreff, del difunto Jean Vaquié [*] o de algún otro? Tenemos derecho a pensarlo
al tomar conocimiento de sus últimos dardos: « […] debemos imperativamente
guardarnos de volver, como si tuvieran valor de referencia, hacia los escritos
que el autor de El Simbolismo de la cruz
consagra a estos temas, igualmente si conviene conocerlos para mejor refutarlos,
pues presentan radicalmente un vicio inicial que les descalifica y les desposee
de toda legitimidad desde el punto de vista de la “Tradición espiritual”,
encarnada por esas altas figuras que son Martinès de Pasqually, Louis Claude de
Saint-Martin y Jean Baptiste Willermoz.»
En suma, a la
«excomunión» fulminada por el señor Vivenza en su cruzada pastoral contra la
herejía guenoniana y masónica, no le falta sino el exorcista emboscado tras el
Delta irradiante para poner fin, de una vez por todas, a la maniobra diabólica
de Guénon y sus celosos «discípulos» que no cesan de sembrar los «gérmenes de
la corrupción», conduciendo a la «confusión y a las tinieblas» marcados como
están, sin duda alguna, por el número de la Bestia …
¡No sabríamos
dar prueba de un mayor discernimiento! [13]
Notas:
[1] Sin la publicación de esta obra del señor Vivenza diferentes aspectos relativos al Régimen Rectificado no habrían sido abordados por nosotros.
[2] Precisemos que nuestra crítica de la posición del señor Vivenza no participa de ningún modo de la menor prevención u hostilidad hacia el cristianismo y el catolicismo en particular.
[3] Se hace notar en efecto referencias elogiosas a personajes como R. Amadou y al tristemente célebre R. Ambelain, dos autores de los que Guénon ha condenado la visión desviada en sus reseñas; de paso, resulta que el autor hace suyo un error de orden metafísico contenido en una referencia atribuida a Amadou a propósito de la «Reintegración» : «[…] la materia reintegrada significa la materia aniquilada ya que, siendo su principio la nada, su reintegración no puede hacerse sino en la nada […]»; se trata aquí de la confusión habitual de entre la nada que es una imposibilidad y el caos… Decididamente el señor Vivenza tiene curiosas preferencias literarias.
[4] Sacadas de su contexto, estas expresiones conservan, sin embargo, su significación general. Conviene, para la atribución precisa, trasladarse al texto sabiendo que la argumentación del autor se basa principalmente en la pretendida ignorancia de Guénon sobre el cristianismo y el esoterismo cristiano.
[5] Ésta es una actitud en contraste con la que hace referencia al Espíritu Santo o a la «devoción» marial, ausentes del discurso del señor Vivenza; cuestión de sensibilidad…
[6] Señalemos otro estudio firmado por el señor Maisondieu sacado del libro colectivo Ésotérisme et spiritualité maçonnique (Éditions Dervy, 2002) en el cual han participado los señores Jean L’Homme y Jacob Tomaso (el nombre de este último ¿no será la traducción de otro, francés éste, conocido en el Rito Moderno?). Este estudio, que tiene por título Le Rite Écossaise Rectifié et la doctrine de René Guénon, comporta diversos ataques contra este último dentro de una misma perspectiva anti-oriental. El señor Maisondieu cree ver una contradicción fundamental entre la doctrina universal expuesta por R. Guénon y los contenidos de
[7] Cf. Vers
[8] Rechazar, en Masonería, la vía de Hermes, es despreciar una notable parte de la herencia secular de los constructores, y en particular las referencias a los Old Charges que representan los «Antiguos Deberes» de los «Masones de los antiguos días»; esto es más que una falta…
[9] Cf. R. Guénon, Études sur
[10] Cuando se sabe el cuidado que puso Guénon en precisar que el no tenía discípulos y no podía tenerlos (aquellos que se pretendiesen tales falsificarían la realidad), medimos la desenvoltura del autor que puede ignorar eso; a menos que no se trata de una dificultad de compresión de una situación, sin embargo, evidente.
[11] Es necesario precisar que nos guardamos bien de cualquier comparación entre el estatuto de los Textos sagrados, sean cuales sean, y el de la obra de R. Guénon; conviene no confundir Revelación e Inspiración.
[*] Antoine de Motreff y Jean Vaquié son dos autores católicos tradicionalistas franceses que han escrito diversos textos contra René Guénon y su obra. [N. del T.]
[12] Cf. D. Roman, Réflexions d’un chrétien sur
[13] Para completar nuestro discurso, pensamos que no es inútil dejar constancia de ciertas prácticas emparentadas con las que nos propone el señor Vivenza: la única diferencia, sin embargo –y enorme—, tienen la pretensión de prolongar la obra masónica de René Guénon por la toma en consideración de un componente de filiación secreta; situándose bajo su patronazgo y bajo el de algunas “personalidades guenonianas”, contravienen los usos iniciáticos que excluyen toda referencia individual en un trabajo ritual colectivo; esto, impregnado de una fuerte inspiración Rectificada y con un enfoque que lleva la marca de la confusión entre exoterismo y esoterismo; esta organización tiene un título distintivo resumido por las iniciales F.S. Concebida para una élite, no es de hecho sino una fabricación en modo religioso, incluso místico. En el examen, su ritual, al que se presta gran atención, está constituido ampliamente por citas bíblicas y oraciones que se articulan según una perspectiva próxima al espíritu del Régimen Rectificado. La pretensión a la operatividad ha conducido a sus fundadores a instituir para los miembros una práctica individual fuera del trabajo colectivo, lo que, teniendo en cuenta la «orientación» y las circunstancias en las cuales esta iniciativa fue puesta en práctica (en su origen, pueden evocarse algunas manifestaciones psíquicas propicias a turbar almas sensibles...) no dejan de despertar vivos interrogantes sobre su regularidad.
Tras leer tus dos artículos, veo que no es cuestión de entendimiento, sino de dirección tomada. Ceso aquí este debate, pero dejo los enlaces en mi blog para que el público pueda juzgar por si mismo.
ResponderEliminarYo por mi parte me reafirmo en mi soporte a la opinión de Vivenza
Esa es la intención, que quien quiera y pueda busque y encuentre la Verdad con la ayuda de Dios.
EliminarEstimado Sr. X:
ResponderEliminarSólo veo en su reseña ataques e insultos al Sr. Vivenza, pero ninguna argumentación seria y razonable en contra de su obra. Por lo que se ve, le debe haber conmovido profundamente su escrito.
Mucho más podemos ejemplificar nosotros de Vivenza, como deja claro A. Bachelet en su reseña, y aun con mayor largueza y peso en la enumeración de sus furibundos epítetos; por lo demás, me pregunto qué necesidad le mueve a usted a escribir aquí este par de líneas para decir... ¿qué?
Eliminar