S. E. R. Gianfranco Ravassi es Cardenal de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Presidente del Consejo Pontificio para la Cultura y de la Pontificia Comisión de Arquelología Sagrada. Miembro de la Congregación para la Educación Católica y los Consejos Pontificios para el Diálogo Interreligioso.
Creemos importante la publicación de la traducción del artículo del Cardenal Ravassi, publicado recientemente en el diario italiano Il Sole 24 Ore, por la significación de su autor, un miembro señalado de la Curia romana. Si bien, como se verá, no pretende contradecir el actual juicio negativo, desde el punto de vista doctrinal, de la jerarquía católica sobre la masonería en su aspecto hermenéutico, ritual y simbólico (dejando claro que éste no es unívoco), al menos hace un llamamiento hacia la superación de enfrentamientos y agravios pasados, y a la colaboración en los valores que puedan ser compartidos por ambas instituciones, dejando a un lado, felizmente, la absurdas injurias e insultos que parten de forma gratuita y obsesiva desde sectores integristas y neoconservadores de la propia Iglesia Católica. Lástima que el Cardenal Ravassi no dé cuenta del indulto que otro miembro de la Curia romana, el Cardenal Seper, Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1968 hasta 1981, emitió, durante la vigencia del Código de Derecho Canónico de 1917, para aquellos masones católicos de los países escandinavos que formasen parte de Obediencias masónicas que no fuesen contra los dogmas o principios de la Iglesia Católica, en particular los adheridos al Rito Sueco, de filiación cristiana: ver aquí.
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«Leía hace algún tiempo en una revista americana
que la bibliografía internacional sobre la masonería supera los cien mil
títulos. A este interés contribuye ciertamente el aura de secretismo y de
misterio que, con mayor o menor razón, envuelve en una especie de niebla las
diversas “obediencias” y los “ritos” masónicos, por no hablar de su misma
génesis, que según la historiadora inglesa Frances Yates, “es uno de los
problemas más discutidos y discutibles en todo el campo de la investigación
histórica” (curiosamente el ensayo de la escritora estaba dedicado al
Iluminismo de los Rosa- Cruz, traducido por Einaudi en 1976) No queremos
obviamente adentrarnos en ese archipiélago de “logias”, de “orientes”, de
“artes”, de “afiliaciones” y de denominaciones, cuya historia con frecuencia se
ha entrelazado -para bien y para mal- con la política de muchas naciones
(pienso, por ejemplo, en el Uruguay donde he participado recientemente en
varios diálogos con exponentes de la sociedad y de la cultura de tradición
masónica), así como no es posible trazar líneas de demarcación entre la
auténtica, la falsa, la degenerada, o la paramasonería y los varios círculos
esotéricos o teosóficos.
Arduo es dibujar un mapa de la ideología que rige
un universo tan fragmentario, para el cual se puede quizás hablar de un
horizonte y de un método más que de un sistema doctrinal codificado. En el
interior de este ámbito fluido se encuentran algunas encrucijadas bastante
delineadas, como una antropología basada sobre la libertad de conciencia y de
inteligencia y sobre la igualdad de derechos, y un deísmo que reconoce la
existencia de Dios dejando sin embargo variables las definiciones de su
identidad. Antropocentrismo y espiritualismo son, por lo tanto, dos recorridos
bastante desarrollados dentro de un mapa muy variable y movedizo que no estamos
en situación de esbozar de modo riguroso.
Nosotros, no obstante, nos contentamos con
señalar un interesante librito que tiene una finalidad muy circunscrita, el de
definir la relación entre masonería e Iglesia católica. Entendámonos ante todo:
no se trata de un análisis histórico de esta relación, ni de las eventuales
contaminaciones entre los dos sujetos. Es en efecto evidente que la masonería
ha asumido modelos cristianos incluso litúrgicos. No debe olvidarse, por
ejemplo, que en el Seiscientos muchas logias inglesas reclutaban miembros y
maestros entre el clero anglicano, hasta el punto de que una de las primeras y
fundamentales “constituciones” masónicas fue redactada por el pastor
presbiteriano.
James Anderson, muerto en 1739. En ella, entre
otras cosas, se afirmaba que un adepto “no será nunca un estúpido ateo ni un
libertino irreligioso”. Aunque el credo propuesto era finalmente lo más vago
posible, “el de una religión sobre la que todos los hombres están de acuerdo”.
Ahora bien, la oscilación de los contactos entre
Iglesia católica y masonería tuvo movimientos muy variados, llegando también a
una evidente hostilidad, marcada por el anticlericalismo de una parte y las
excomuniones de otra. En efecto, el 28 de abril de 1738, el papa Clemente XII,
el florentino Lorenzo Corsini, promulgaba el primer documento explícito sobre
la masonería, la Carta apostólica In eminenti
apostolatus specula en la cual declaraba “deberse condenar y
prohibir... la antedicha Sociedad, Uniones, Reuniones, Agregaciones o
Conventículos de los Libres Constructores y de los Francmasones o con cualquier
otro nombre denominados”. Una condena reiterada por los sucesivos pontífices,
desde Benedicto XIV hasta Pío IX y León XIII, que afirmaba la incompatibilidad
entre la pertenencia a la Iglesia católica y la obediencia masónica. Lapidario
era el Código de Derecho Canónico del 1917 cuyo canon 2335 rezaba: “Quien se
inscribe en la secta masónica o en otras asociaciones del mismo género que
traman contra la Iglesia y las legítimas autoridades civiles, incurre ipso
facto en la excomunión reservada simpliciter
a la Santa Sede”.
El nuevo Código de 1983 atemperó la fórmula, evitando
la referencia explícita a la masonería, conservando la sustancia de que la pena
está destinada también en un sentido más general a “quien da el nombre a una
asociación que conspira contra la Iglesia” (canon 1374). Pero el texto eclesial
más articulado sobre lo inconciliable entrela adhesión a la Iglesia católica y
a la masonería es la Declaratio de associationibus massonicis emanada
de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe el 26 de noviembre de
1983, con la firma del Prefecto de entonces, el cardenal Joseph Ratzinger. Ella
precisaba precisamente el valor del aserto del nuevo Cógigo de derecho Canónico
reafirmando que permanecía “sin cambio el juicio de la Iglesia con respecto a
las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados
inconciliables con la doctrina de la Iglesia y por ello la inscripción en
aquellas sigue prohibida”.
El librito al cual ahora remitimos es interesante
porque adjunta -además de una introducción del actual Prefecto de la
Congregación cardenal Gerhard Müller -sea dos artículos de comentario a esta Declaratio
publicados por entonces en el Osservatore
Romano y en la Civiltà
Cattolica, sea dos documentos de otros tantos episcopados
locales, la Conferencia episcopal alemana (1980) y la de Filipinas (2003). Se
trata de textos significativos porque afrontan las razones teóricas y prácticas
de la inconciliabilidad entre masonería y catolicismo, como los conceptos de
verdad, de religión, de Dios, del hombre y del mundo, la espiritualidad, la
ética, la ritualidad, la tolerancia. Es particularmente significativo el método
adoptado por los obispos filipinos que articulan su discurso a través de tres
trayectorias: la histórica, la más explícitamente doctrinal y la de las
orientaciones pastorales. Todo está presentado según el género catequético de
preguntas-respuestas: son 47 y permiten entrar también en las particularidades,
como la ceremonia de iniciación, los símbolos, el uso de la Biblia, las
relaciones con las demás religiones, el juramento de fraternidad, los grados
jerárquicos, etc.
Estas diversas declaraciones de incompatibilidad
entre las dos pertenencias no impiden, sin embargo, el diálogo como se firma
explícitamente en el documento de los obispos alemanes que ya entonces hacían
un elenco de ámbitos específicos a comparar como la dimensión comunitaria, la
beneficencia, la lucha contra el materialismo, la dignidad humana, el
conocimiento recíproco. Se debe, además, superar esa actitud de ciertos
ambientes integristas católicos que -para atacar a algunos exponentes también
jerárquicos de la Iglesia, que no les agradan- recurrían al arma de la
acusación apodíctica de pertenencia masónica. En conclusión, como escribían ya
los obispos de Alemania, hay que ir más allá “de la hostilidad, ultrajes, prejuicios”
recíprocos, porque “respecto a los siglos pasados hemos mejorado y cambiado el
tono, el nivel y el modo de manifestar las diferencias” que también permanecen
claramente.»
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