Prólogo del Evangelio según San Juan
En el principio existía la Palabra y la Palabra
estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el Principio con Dios.
Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella
estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las
tinieblas y las tinieblas no la vencieron.
Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba
Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que
todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la
luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo.
En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por
ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios, a
los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre,
sino que nació de Dios.
Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada
entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como
Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Antífona del oficio nocturno de la fiesta de San
Juan Evangelista.
«Éste es Juan, que
durante la Cena reposó sobre el pecho del Señor. ¡Bienaventurado el apóstol a
quien fueron revelados los secretos celestiales! El bienaventurado Juan es
digno de un gran honor, él, quien durante la Cena se ha recostado sobre el
pecho del Señor. Juan ha bebido de las aguas vivas del Evangelio en la fuente
sagrada del corazón del Señor. Éste es Juan, Apóstol u Evangelista, que ha
merecido ser honrado más que los otros por el Señor con el privilegio de un
amor escogido. Es el discípulo al que Jesús amaba, el que durante la Cena
reposó en su pecho».
Manuscrito
Sloane nº 3329, circa 1700
P.- ¿Dónde
fue convocada la primera Logia?
R.- En
la sagrada capilla de san Juan
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