Prólogo de la
obra de Patrick Geay, Mystères et signification du temple maçonnique, aparecida
en Junio de 2013 en la editorial Dervy.
A finales de los años sesenta, Jean
Baylot publicó una importante investigación histórica sobre lo que se viene
denominando la “vía sustitutiva” [1], término que se refiere a la masiva
secularización que afecta a parte de la institución masónica desde hace tres
siglos. Fundada originalmente sobre una iniciación de oficio relacionada con
los misterios de la construcción, la Francmasonería había sido, en su opinión,
víctima de una especie de asimilación por parte de corrientes progresistas y
utopistas que, incrustándose en su núcleo, cambiaron radicalmente el sentido de
diversos símbolos e introdujeron una serie de conceptos rigurosamente ajenos a
la Orden, tales como el de evolución, o el de igualdad [2], a los que podríamos
añadir el de tolerancia, de origen más bien filosófico [3]. La principal consecuencia
de esta peligrosa desviación consistía, según Jean Baylot, en haber desposeído
a la Masonería de su “contenido específico”, esencialmente “místico”. Atribuía
la responsabilidad a diversas corrientes, los Iluminados de Baviera, el
Carbonarismo, o la ideología paramasónica de Buonarrotti. Sin embargo, Baylot
no menciona a la corriente andersoniana que, no obstante, es el origen de la
Masonería “moderna” y que en muchos aspectos arrastró a la Orden por un camino
que fue enérgicamente denunciado en el siglo XVIII por Laurence Dermott y los Ancient Masons. Es verdad que los
fundadores de la Gran Logia de Londres fueron creyentes sinceros y que hasta
cierto punto respetaron la viejas tradiciones medievales. Pero no es menos
cierto que operaron una des-cristianización de la Masonería, o mejor dicho una
“des-catolización”, inspirados como estaban por la Reforma protestante a la que
pertenecían, y que prosiguió incluso tras el acta de Unión de 1813 alcanzado
por “Anciens” y “Modernos”.
Esta voluntad, tan al gusto de las Luces,
de “depuración” para hacer desaparecer los misterios [4], es también una
característica del movimiento andersoniano que, probablemente, perseguía una
“alteración” [5] de los Old Charges y
de los rituales, a fin de minimizar sus componentes esotéricos judeocristianos.
Si no hubiera sido así, los reproches formulados a los Modernos por el católico
Dermott no habrían estado, como estuvieron, plenamente justificados [6].
Jean Baylot hubiera debido pues
remontarse más lejos en su búsqueda de los orígenes de la “Vía
sustitutiva”, aun a riesgo de cuestionar
el estado de ánimo que favoreció la eclosión de la Gran Logia de 1717. Pese a
la gran complejidad de la historia masónica es en efecto importante considerar
todas las etapas en el curso de las cuales la institución se modificó hasta
llegar a la situación en que se encuentra actualmente.
Pues al problema de la laicización de la
Masonería se añadieron otras problemas todavía más temibles y, en cierta
manera, más difíciles de descubrir.
Resulta relativamente fácil poner en
evidencia el abismo que separa los conceptos de libertad e igualdad [7] en
Rousseau de la idea de liberación por el Conocimiento. Lo mismo, como veremos
más adelante, respecto a la asociación entre el nivel, instrumento de arquitectura, y el concepto de igualdad
social, característica de la iconografía revolucionaria, que es tan poco
justificable como puede serlo la confusión entre la Luz masónica y las luces de
la razón [8]. En el mismo orden de cosas, tampoco hay similitud alguna entre “la
radical destrucción de todas las diferencias” propia de la ideología
“fraternal” de los Sans-culottes [9] y la fraternidad
iniciática basada en la revelación de un secreto.
La Revolución tenía, ciertamente, el
mayor interés en vampirizar a una Masonería que le aportaba un potente arsenal
simbólico apto para alimentar su voluntad de construir una nueva sociedad. Su sospechosa afición por Egipto y su
pretendida capacidad de “regenerar” al pueblo francés [10], a la manera de la
cubeta de Messmer tan apreciada por Brissot, procedían de la misma ambigüedad
intelectual [11].
La Masonería fue pues víctima de su
apertura a un mundo laicizado que, aunque necesaria por otras razones, la
condujo a menudo a tomarse por lo que no era, tanto por sus propios miembros como por sus
adversarios, especialmente los tradicionalistas. De ello derivan toda una serie
de errores de los que la Orden no ha conseguido recuperarse.
A esta tendencia que calificaremos de
racionalista, se añadió otra influencia, igualmente extraña a la Masonería si
bien aparentemente cercana a ella, y que persigue re-engancharla a una confusa
“espiritualidad”.
En efecto, desde hace ya algunos años se
ha desarrollado un pensamiento neo-simbólico prendado de la tradición y de la
iniciación, preocupado en devolver al hombre su dimensión interior, pero que no
por ello renuncia al credo de la vía
sustitutiva, combinando así laicidad, libertad individual de interpretación y
una difusa introspección psicológica que alimentan las teorías del nuevo
espíritu antropológico [12]. Otros, egiptómanos, queriendo demostrar que son los
“verdaderos iniciados” mediante publicaciones amarillas, defienden el carácter
“mágico” de los ritos, llegando a comparar la Cadena de unión a un ¡“acelerador
de partículas”! [13] Se trata de conciliar tradición y progreso científico según
una perspectiva que el famoso coloquio de Córdoba ilustra perfectamente.
Paralelamente, encontramos en Kirk Mac
Nulty el proyecto de desbordar los límites del materialismo científico gracias
a la tradición de los misterios, de los que la Masonería forma parte, y que
dicho autor asimila a una moderna “psicología del desarrollo” [14]. Esta
intrusión de una teoría tan poco tradicional como la del inconsciente
colectivo, se observa de hecho en numerosos autores masónicos [15] más o menos
bien intencionados.
Todos estos enfoques, a los que podríamos
añadir muchos otros, han complicado la situación de la Masonería actual,
víctima del desarrollo de una “contra-tradición” ya prevista en su día por René
Guénon [16].
Se impone por lo tanto una nueva puesta a
punto, que trate de restablecer los verdaderos fines de la iniciación. Este
libro no es sólo un manual para novicios. Es también el fruto de una voluntad
de extraer del rito, y de los
Antiguos Deberes, una auténtica doctrina esotérica que, en nuestra opinión,
contiene una cosmología y una metafísica tradicionales de gran riqueza.
Las recientes tentativas de negar ese
esoterismo ligado al arte de la construcción, de un Ferrer Benimeli [17] o de
un Michel Brodsky [18], así como las de rechazar cualquier filiación entre
“operativos” y “especulativos” en David Stevenson [19], Roger Dachez [20] o
Patrick Négrier [21], pueden hacernos pensar que todo se opone a nuestro
proyecto. Y es precisamente para poder demostrar la inconsistencia de todos
estos enfoques, por lo que resulta necesario partir de una lectura rigurosa de
los antiguos textos masónicos.
No tratamos pues de hacer una exposición
completa y descriptiva de los elementos que constituyen cada grado, sino más
bien de proponer un método impersonal, libre del falso problema del dogmatismo,
a partir de algunos ejemplos simbólicos adecuados. Como veremos, esta doctrina
preexiste al acto hermenéutico y procede del misterio original del Arte real.
Habida cuenta del uso, a veces muy
discutible, que se ha hecho de la misma, nos referiremos a la importante obra
de René Guénon, que en el ámbito masónico posibilitó una verdadera salvaguardia
espiritual de la Orden, Su misión providencial, de inspiración islámica, y más
concretamente akbariana, sirvió para devolver todo su sentido a un gran número
de símbolos y prácticas rituales. Diseminados en sus escritos, así como en su
correspondencia privada, encontramos multitud de preciosas indicaciones que
testimonian el ininterrumpido interés que, hasta su muerte, Guénon manifestó
por la Masonería.
Trataremos, finalmente, de mostrar en qué
manera los destinos de la Francmasonería son inseparables de una economía
divina que se despliega a través de las tres Revelaciones monoteístas y que
concierne especialmente a la mutación escatológica del Templo. Los misterios
relacionados con éste están íntimamente ligados a la iniciación masónica, pero
también a la historia sagrada del mundo y, en consecuencia, a su fin tal como
se expone en la apocalíptica judeo-cristiana.
Poner en evidencia la esencia profética
de la Masonería, sus ligámenes concretos y no simplemente alegóricos con las
figuras de Adán, de Abraham y de Salomón, sus afinidades con la Cábala hebrea,
nítidamente subrayados por Laurence Dermott [22], debería contribuir a poner
definitivamente en la picota a la vía sustitutiva y sus actuales prolongaciones
neo-espiritualistas.
Restaurar los fundamentos de la tradición
masónica no significa culto al pasado ni
ensimismamiento. Esta tradición exige toda nuestra atención, no porque tenga un
prestigioso pasado del que sintamos nostalgia sino porque es la expresión de un
aspecto particular de la Ciencia divina y de los medios para realizarla en
nosotros. Objetivo fundamental que nos permitirá apreciar el grado de
incoherencia de esa vía sustitutiva y señalar la urgencia de una reacción
frente a la corrupción actual de los datos simbólicos e históricos o de la, no
menos grave, de los rituales.
Notas:
[1] Título
de su libro, reeditado por Dervy en 1985.
[2] La voie substituée, conclusión.
[3]
E. Cassirer, La
Philosophie des Lumières, Fayard, Paris, 1983, pp. 175-194
[4] Ibid., p. 185.
[5] R. Guénon, Études su la Franc-Maçonnerie et le
Compagnonnage, Ed. Traditionnelles, Paris, 1985, t.I, p. 283
[6]
Sobre este conflicto, ver J.F. Var, “Ahiman Rezon et la
Grande Loge des Anciens”, Villard de Honnecourt, nº 15, 1987.
[7]
J-J. Rousseau, Le
Contrat social, Garnier Flammarion, Paris, 1966, L.II, cap. XI.
[8] J.
Starobinski, 1789 Les emblèmes de la
raison, Flammarion, 1979, p. 31-37.
[9]
M. Ozouf, L’homme
régéneré. Essais sur la Révolution française, Gallimard, Paris, pp.
158-182.
[10]
J. Baltrusaitis, La
Quête d’Isis, Flammarion, Paris, 1985, pp. 23-24.
[11] R. Darnton, La Fin des Lumières, le mesmérisme et la
Révolution, Perrin, Paris, 1984.
[12]
Los trabajos de D. Beresniak representan bien esa
tendencia difusa y diversificada. Ver, por ejemplo, su obra L’apprentissage maçonnique: un école de
l’éveil?, Detrad, Paris, 1983. Para una crítica del nuevo espíritu
antropológico, cf., nuestro trabajo titulado Hermès trahi. Impostures et néo-spiritualisme d’après l’oeuvre de René Guénon, Dervy, Paris, 1996.
[13] Un loge révèle. Franc-Maçonnerie ou initiation?, Éd. Du
Rocher, Monaco, 1985, p. 152.
[14]
La Franc-Maçonnerie, Senil, Paris, 1993, pp. 15-17, 21-25.
[15]
Ver, por ejemplo, J-P. Bayard,
La Spiritualité de la Franc-Maçonnerie,
Dangles, 1982, p. 145, y J-P. Schnetzler, « Initiation virtuelle et
initiation réelle », Villard de
Honnecourt, nº 3, 1981, p. 50.
[16]
Le Règne de la
Quantité, Gallimard, Paris, 1986.
[17]
Les Archives
secrètes du Vatican et de la Franc-Maçonnerie,
Dervy, Paris, 1989, p. 52.
[18]
“La Franc-Maçonnerie a-t-elle besoin de René
Guénon ? », Ars Masonica,
1990.
[19] Les Origines de la Franc-Maçonerie. Le siècle écossais
(1590-1710), Télètes, Paris, 1993.
[20]
“La naissance de la maçonnerie spéculative :
hypothèses et problèmes », Points de
vue initiatiques, nº 100, 1995-1996.
[21]
Textes fondateurs de
la Tradition maçonnique, Grasset, Paris, 1995, p.
357.
[22]
Ahiman
Rezon, facsímil de la ed. De 1756, Masonic Book Club, Bloomington
(Illinois), 1975, p. XIV : ver la traducción de G. Lemoine, Éd. SNES,
Toulouse, 1997. La reconocida filiación entre los « Anciens » y el
Rito Escocés Antiguo y Aceptado justifica que nos centremos en el estudio de ese
rito; al respecto, cf. G. Pasquier, « Les “Anciens” et les grades de métier du
Rite Ecossais Ancien Accepté», Villard de
Honnecourt, nº 7, 1983.