El Ojo que todo lo ve en la cúpula de la Catedral de Santiago de Compostela |
Publicado
en Études Traditionelles, abril-mayo 1948. Recopilado tras el fallecimiento del autor como capítulo LXXII de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada.
Uno
de los símbolos comunes al cristianismo y a la masonería es el triángulo en el
cual está inscripto el Tetragrama hebreo[1], o a veces solamente un yod, primera letra del Tetragrama, que
puede considerarse en este caso como una abreviatura de él [2], que por lo
demás, en virtud de su significación principial [3], constituye de por sí un
nombre divino, e incluso el primero de todos según ciertas tradiciones [4]. A
veces, también el yod mismo está
reemplazado por un ojo, generalmente designado como “el Ojo que lo ve todo” (The All-Seeing Eye); la semejanza de
forma entre el yod y el ojo puede, en
efecto, prestarse a una asimilación, que por otra parte tiene numerosos
significados, sobre los cuales, sin pretender desarrollarlos enteramente aquí,
puede resultar interesante dar por lo menos algunas indicaciones.
En
primer lugar, cabe advertir que el triángulo de que se trata ocupa siempre una
posición central [5] y que además, en la masonería, está situado expresamente
entre el sol y la luna. Resulta de aquí que el ojo contenido en el triángulo no
debería estar representado en forma de un ojo ordinario, derecho o izquierdo,
puesto que en realidad el sol y la luna corresponden respectivamente al ojo
derecho e izquierdo del “Hombre Universal” en cuanto éste es idéntico al
“macrocosmo” [6]. Para que el simbolismo sea enteramente correcto, ese ojo debe
ser un ojo “frontal” o “central”, es decir, un “tercer ojo”, cuya semejanza con
el yod es más notable todavía; y, en
efecto, ese “tercer ojo” es el que “lo ve todo” en la perfecta simultaneidad
del eterno presente [7]. A este respecto, hay, pues, en las figuraciones
ordinarias una inexactitud, que introduce una asimetría injustificable, debida
sin duda a que la representación del “tercer ojo” parece más bien inusitada en
la iconografía occidental; pero quienquiera comprende bien ese simbolismo,
puede fácilmente rectificarla.
El triángulo recto [o sea, con un
vértice superior] se refiere propiamente al Principio; pero, cuando está
invertido por reflejo en la manifestación, la mirada del ojo contenido en él
aparece en cierto modo como dirigida “hacia abajo” [8], es decir, del Principio
de la
manifestación misma, y, además de su sentido general de “omnipresencia”, toma
entonces más netamente el significado especial de “Providencia”. Por otra
parte, si se considera ese reflejo, más particularmente, en el ser humano, debe
notarse que la
forma del triángulo invertido no es sino el esquema geométrico del corazón [9];
el ojo que está en su centro es entonces, propiamente, el “ojo del corazón” (‘aynu-l-qa1b en el esoterismo islámico),
con todas las significaciones que implica. Además, conviene agregar que por
eso, según otra conocida expresión, se trata del corazón “abierto” (el-qalbu-l-maftùh); esta abertura, ojo o
yod, puede ser figurada
simbólicamente como una “herida”, y recordaremos a este respecto el corazón
irradiante de Saint-Denis d’Orques, sobre el cual ya hemos hablado
anteriormente [10], y una de cuyas particularidades más notables es precisamente
que la herida, o lo que exteriormente presenta esa apariencia, tiene visiblemente
la forma de un yod.
Más
aún: a la vez que figura el “ojo del corazón”, como acabamos de decir, el yod, según otra de sus significaciones
jeroglíficas, representa también un “germen” contenido en el corazón asimilado
simbólicamente a un fruto; y esto, por lo demás, puede entenderse tanto en
sentido “macrocósmico” como “microcósmico” [11]. En su aplicación al ser
humano, esta última observación debe ser vinculada con las relaciones entre el
“tercer ojo” y el lûz [12], del cual
el “ojo frontal” y el “ojo del corazón” representan, en suma, dos
localizaciones diversas, y que es además el “núcleo” o “germen de inmortalidad”
[13]. Es también muy significativo a este respecto que la expresión árabe ‘aynu-l-juld presente el doble sentido
de ‘ojo de inmortalidad’ y ‘fuente de inmortalidad’; y esto nos reconduce a la
idea de “herida”, que señalábamos antes, pues, en el simbolismo cristiano, está
también referido a la “fuente de inmortalidad” el doble chorro de sangre y agua
que mana de la abertura del corazón de Cristo [14]. Es éste el “licor de
inmortalidad” que, según la leyenda, fue recogido en el Graal por José de
Arimatea; y recordaremos a este respecto, por último, que la copa misma es un
equivalente simbólico del corazón [15], y que, como éste, constituye también
uno de los símbolos tradicionalmente esquematizados con la forma de un
triángulo invertido.
Corazón irradiante de Saint-Denis d'Orques |
Notas:
[1] En la masonería, este triángulo se designa a menudo con
el nombre de delta, porque la letra
griega así llamada tiene, efectivamente, forma triangular; pero no creemos que
haya de verse en ello una indicación acerca de los orígenes del símbolo de que
se trata; por otra parte, es evidente que la significación de éste es
esencialmente ternaria, mientras que el delta
griego, no obstante su forma, corresponde a 4 por su lugar alfabético y su
valor numérico.
[2] En hebreo, a veces el tetragrama se representa también
abreviadamente por tres yod, que
tienen manifiesta relación con el triángulo mismo; cuando se los dispone
triangularmente, corresponden de modo neto a los tres puntos del Compagnonnage y la Masonería.
[3] El yod es
considerado como el elemento primero a partir del cual se forman todas las
letras del alfabeto hebreo.
[4] Ver a este respecto La
Grande Triade, cap. XXV.
[5] En las iglesias cristianas donde figura, este triángulo
está situado normalmente encima del altar; como éste se encuentra además
presidido por la cruz, el conjunto de la cruz y del triángulo reproduce, de
modo harto curioso, el símbolo alquímico del azufre.
[6] Ver L’Homme et son
devenir selon le Vêdânta, cap. XII. A este respecto, y mas especialmente en
conexión con el simbolismo masónico, conviene destacar que los ojos son
propiamente las “luces” que iluminan el microcosmo.
[7] Desde el punto de vista del “triple tiempo”, la luna y
el ojo izquierdo corresponden al pasado; el sol y el ojo derecho, al porvenir;
y el “tercer ojo”, al presente, es decir, al “instante” indivisible que, entre
el pasado y el porvenir, es como un reflejo de la eternidad en el tiempo.
[8] Se puede establecer una vinculación entre esto y el
significado del nombre de Avalokitèçvara
[el Bodhisattva mahayánico a veces llamado “Señor de Compasión”], que se
interpreta habitualmente como ‘el Señor que mira hacia abajo’.
[9] En árabe, “corazón” se dice qalb, e “invertido” se dice maqlûb,
palabra derivada de la misma raíz.
[10] Ver “Le Coeur rayonnant et le Coeur enflammé” [aquí,
cap. LXIX: “El Corazón irradiante y el Corazón en llamas”].
[11] Ver Aperçus sur
l’Initiation, cap. XLVIII. Desde el punto de vista macrocósmico, la
asimilación de que se trata es equivalente a la del corazón y el “Huevo del
Mundo”; en la tradición hindú, el “germen” contenido en éste es el Hiranyagarbha.
[12] Le Roi du Monde, cap. VII.
[13] Acerca de los símbolos relacionados con el lûz, haremos notar que la forma de la mandorla (‘almendra’, ‘pepita’, que es
también el significado de la palabra lûz)
o vesica piscis [‘vejiga del pez’] de la Edad Media (cf. La Grande Triade, cap. II) evoca también
la forma del “tercer ojo”; la figura de Cristo glorioso, en su interior,
aparece así como identificable al “Púrusha
en el ojo” de la tradición hindú; la expresión insânu-l-‘ayn [‘el hombre del ojo’] con que en árabe se designa la
“niña de los ojos”, se refiere igualmente a ese simbolismo.
[14] La sangre y el agua son aquí dos complementarios; podría
decirse, empleando el lenguaje de la tradición extremo-oriental, que la sangre
es yang y el agua yin, en su mutua relación (sobre la
naturaleza ígnea de la sangre, cf. L’Homme
et son devenir selon le Vêdânta, cap. XIII).
[15] Además, la leyenda de la esmeralda caída de la frente de
Lucifer pone también al Graal en relación directa con el “tercer ojo” (cf. Le Roi du Monde, cap. V). Sobre la
“piedra caída de los cielos”, ver también “Lapsit
exillis”, [aquí, cap. XLIV].
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