jueves, 27 de diciembre de 2012

"Euclides, discípulo de Abraham"; por Denys Roman

Euclides


Capítulo XII, de René Guénon et les Destins de la Franc-Maçonnerie, Éditions Traditionnelles, Paris, 1982. 

En cuanto a las tres leyes dadas por Dios a los tres pueblos (judío, cristiano y musulmán), para saber cual es la verdadera, la cuestión está pendiente y puede ser que aun lo estará durante mucho tiempo”.
Boccacio, citado por R. Guénon.

     La Tradición, de la que Guénon fue el servidor exclusivo e intérprete incomparable, ha sido calificada por él de “perpetua y unánime”. Podemos decir que la Masonería participa de esta perpetuidad, en tanto que sus Logias se mantienen “en lo más alto de las montañas y en lo más profundo de los valles 1. Por otra parte, la “universalidad” de la que se reclama la Masonería, hace eco, por así decir, al carácter unánime de la Tradición. Esta universalidad es bien conocida, pero po dríamos preguntarnos si la generalidad de los Masones sienten bien todas sus implicaciones. La Masonería es sin duda la única organización iniciática del mundo que no está ligada a un exoterismo particular. Y si, tal como dice Guénon, esto no debe dispensar a los Masones de vincularse a uno de los exoterismos existentes actualmente (pues el hombre tradicional no podría ser un hombre sin religión), esto debería incitarlos a no limitar su interés a su propia tradición, sino, al contrario, a estudiar, gracias a la “clave” del simbolismo universal, todas las tradiciones de las pueden llegar a tener conocimiento 2.

     Algo muy notable en este orden de ideas, es que una Logia masónica constituye el lugar ideal en el que los hombres pertenecientes a distintas religiones pueden encontrarse, en un plano de perfecta igualdad para tratar cuestiones de orden tradicional y doctrinal.

     Si todas las religiones son admitidas en el seno de la Masonería, se debe reconocer, sin embargo, que las formas tradicionales más orientales (Hinduismo, Budismo, Confucionismo, Taoísmo, Shintoismo, etc...), son tan extrañas a ciertos aspectos importantes del simbolismo de la Orden -aspectos ligados a la construcción del Templo- que, los adherentes a estas tradiciones, se encuentran, en cierto modo, desplazados en la atmósfera de los talleres 3. A decir verdad, son las tres religiones monoteístas (Judaísmo, Cristianismo e Islam) las que han proporcionado a la Masonería el mayor número de sus hijos y los más ilustres de sus iniciados.

     Las tres tradiciones monoteístas derivan de Abraham, y es muy significativo que, el nombre divino El-Shaddaï, del que se sabe su importancia en la Masonería operativa (y que no es desconocido en la especulativa), sea precisamente el nombre del Dios de Abraham 4. Guénon, en una página esencial 5, ha subrayado que, desde el encuentro del Padre de los creyentes, con Melquisedec, el nombre El-Shaddaï fue asociado al de El-Elion 6 y que, este reencuentro, indica el punto de contacto de la tradición abrahámica con la Tradición primordial.

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     Existe en la historia tradicional de la Masonería, tal como es relatada en los antiguos documentos llamados Old Charges, una singular aserción, que no puede dejar de sorprender a los que la conozcan: se trata de la que hace sobre Euclides, discípulo de Abraham 7. Como habíamos hecho alusión a esta “leyenda”, se nos pidieron explicaciones, subrayando el formidable anacronismo que implica que Euclides habiendo vivido en Egipto en el siglo III antes de nuestra era, la estancia de Abraham en este país se sitúe dos milenios antes.

     Es justamente el carácter desmesurado de este anacronismo lo que muestra bien claro que no estamos ante un hecho histórico, en el sentido que los modernos dan a estas palabras 8. Se trata, en realidad, de “historia sagrada” que expresa una relación de carácter totalmente excepcional y que, por su naturaleza, no puede formularse más que en un lenguaje “cubierto” por el velo del simbolismo.

     Si recordamos que en la Edad Media Euclides personificaba la geometría 9 y que, por otra parte, en los antiguos documentos la Masonería es frecuentemente asimilada a la geometría, se comprenderá que hacer a Euclides discípulo de Abraham, es como decir que hay entre el Patriarca y la Orden masónica una relación de Maestro a discípulo rigurosamente equivalente a una “paternidad espiritual”.

     Es evidente que la Masonería es anterior a Abraham, puesto que, tradicionalmente, se remonta al origen mismo de la humanidad. Pero se sabe que toda tradición, a medida que se aleja de su principio, corre el riesgo de debilitarse, incluso de corromperse: y entonces, si se trata de una tradición con “promesas de vida eterna”, debe intervenir una acción divina para enderezarla y contrarrestar la tendencia a seguir “la mala pendiente” 10.    Tal es el caso de la Masonería que, beneficiada del privilegio de la perpetuidad 11, ha debido conocer, durante el transcurso de su larga historia, periodos de oscurecimiento seguidos de espectaculares enderezamientos. De estos enderezamientos, que cada vez le han conferido, por así decirlo, una nueva juventud, la Masonería debe haber conservado ciertas huellas, en particular en su “historia tradicional”, incluso en sus rituales. Es bastante probable que los nombres divinos El-Shaddaï y “Dios Altísimo” 12 estén vinculados a la transformación que debió operarse en la época de la vocación de Abraham. Otro período crucial para el mundo occidental, tanto en el orden iniciático como en el religioso, fue la del nacimiento del Cristianismo, y es evidentemente de esta época de la que data la veneración de la Masonería por los dos San Juan 13.

     En el momento de la irrupción del Cristianismo en el mundo greco-romano y, con más razón, en la época de la vocación de Abraham, había en Occidente un gran número de organizaciones iniciáticas ligadas a la práctica de los oficios, siendo las más conocidas las Collegia fabrorum. Sus palabras sagradas, si las tenían, no estaban copiadas del hebreo, y el simbolismo solsticial de Jano, jugaba para ellos el papel de los dos San Juan. Sería temerario querer explicar cómo se efectuó la mutación; pues no podríamos olvidar que, según el Maestro que seguimos y que fue ciertamente el iniciado que más amplias luces haya recibido en el dominio de que se trata, “la transmisión de las doctrinas esotéricas”, se efectúa por una “oscura filiación”, de forma que los vínculos de la Masonería moderna con las organizaciones anteriores son extremadamente complejas14. Es por lo que, más que querer introducirnos en los misterios “cubiertos” por el velo impenetrable del “anonimato tradicional” 15, es sin duda preferible buscar en la Masonería actual las marcas de las influencias respectivas de las tres tradiciones abrahámicas.

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     La señales de la influencia judía, son muy evidentes y muy conocidas para que sea necesario insistir. El uso del hebreo para las palabras sagradas, las continuas referencias a los Templos del Salomón y de Zorobabel, el calendario luni-solar, el trabajar con la cabeza cubierta en el grado 3º, la datación ritual coincidente prácticamente con la datación hebraica, todos estos indicios y algunos otros están ahí para atestiguar la importancia del tesoro simbólico heredado de los hijos de la antigua alianza.

     La influencia cristiana es de un orden muy diferente. Ciertamente, en los altos grados, se hace mención de algunos acontecimientos de la historia del Cristianismo, por ejemplo de la destrucción de los templarios. Pero, sobre todo, hay que señalar que es en mundo cristiano donde la Fraternidad masónica está más desarrollada, hasta el punto de que un mapa geográfico que representase la “densidad cristiana” de las diversas regiones de la tierra, coincidiría casi exactamente, con el que representase su “densidad masónica”. Podríamos casi decir, que la Masonería es una organización que trabaja sobre un material simbólico principalmente judaico, y cuyo reclutamiento es principalmente cristiano.

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Abraham expulsa a Agar e Ismael
     Si el aporte judaico y el aporte cristiano a la Masonería son hechos esenciales y evidentes, no parece, a primera vista, que haya en esta Orden algún aporte islámico. La aserción de Villaume según la cual la aclamación escocesa sería una palabra árabe, es errónea.

  Ciertamente, un Shaij árabe pudo decir que si los Francmasones llegasen a comprender sus símbolos, todos se harían musulmanes; pero un rabino podría decir lo mismo en provecho de su religión y un teólogo cristiano, en provecho de la suya.

  ¿Habría que creer, entonces, que este “tercio” de la posteridad de Abraham -que el iniciado Boccacio, por la vía del judío Melquisedec, declara ser tan “querido” al Padre celestial, como sus dos otros tercios-, no habría aportado ninguna contribución a un Arte situado bajo el patronazgo de “Euclides, discípulo de Abraham”?

     La respuesta que vamos a intentar dar a esta cuestión, sorprenderá, sin duda, a muchos lectores. Pero no sabríamos esquivarla en esta obra relativa a las concepciones de Guénon sobre el papel “escatológico” de la Masonería. Pensamos, en efecto, que la obra de este autor, escrita en la proximidad y con vistas al fin de los tiempos, viene a colmar, de un solo golpe y magistralmente, el vacío dejado hasta entonces por la tradición islámica, de la que Guénon era un representante eminente, en la herencia abrahámica transmitida a la Masonería.

     Se ha escrito a veces, que, antes de Guénon ya se había dicho todo sobre la Masonería, excepto lo esencial. Esto es totalmente exacto y querríamos añadir que nadie tenía una idea de la Fraternidad masónica más alta que este Maestro, que fue ignorado, plagiado y atacado, particularmente, en Francia, por tantos Masones.

Querríamos llamar la atención sobre una particularidad muy importante, que es común a las tres tradiciones: judía, cristiana e islámica, así como a la Francmasonería. Los musulmanes son, en efecto, muy conscientes del carácter “totalizador” de su tradición 16, debido al hecho de que Muhammad es el “Sello de la Profecía”. Lo que olvidamos a veces es que Guénon atribuía un mismo carácter totalizador al Cristianismo, del que decía que “se ha llevado con él toda la herencia de las tradiciones anteriores, que ha conservado viva en tanto se lo permitía el estado de Occidente, y que lleva consigo en sí misma y siempre sus posibilidades latentes” 17. Hay muchas cosas que permiten pensar que la insistencia aportada por él para hacer retomar los Masones conciencia de la pluralidad de sus herencias y conservar su “memoria” en su rituales, se explica por la certidumbre que tenía de que la Masonería tiene ella también un destino “totalizador”.

Totalizar, es “reunir lo disperso”. Abraham, el padre del monoteísmo, es también, según el significado hebraico de su nombre, el “Padre de la multitud”, como la Unidad es el principio de la multiplicidad. Y, al igual que, en el origen, sólo está el Único que crea todas las cosas, en el final, todas las cosas deben reabsorberse en la Unidad. Si ahora pasamos del macrocosmos al microcosmos, encontramos algo rigurosamente equivalente en la doctrina hindú. “Cuando un hombre está cercano a morir, la palabra, seguida del resto de las diez actividades externas [...], es reabsorbida en el sentido interno (manas) [...] que se retira seguidamente, en el aliento vital (prâna), acompañada parecidamente de todas las funciones vitales [...]. El aliento vital, acompañado igualmente de todas las demás funciones y facultades (ya reabsorbidas en él) [...]), es retirado, a su vez, en el alma viviente (jîvâtmâ) [...]) [...] Como los servidores de un rey se reúnen en torno a él cuando está a punto de emprender un viaje, así todas las funciones vitales y todas las facultades del individuo, se reúnen alrededor de su alma viviente (o más bien en sí misma, de donde todas ellas proceden, y en la cual son reabsorbidas) en el último momento (de la vida [...]) [...]) 18.

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     ¿Hemos logrado dejar presentir que la “leyenda” que vincula a Euclides, es decir la geometría, es decir la Masonería, con el Patriarca Abraham, es algo distinto a un fenomenal invento que testimoniaría, simplemente, la imaginación e ignorancia de su “inventor"? No hemos hecho más que señalar la cuestión. Posiblemente se nos hará observar que la Masonería, en su estado actual, parece poco digna del eminente papel que parecemos atribuirle. Pero podemos responder que esta Orden, emplazada bajo el patronazgo de los dos San Juan, del que, uno, es “el amigo del Esposo” y, el otro, “el discípulo que Jesús amaba”, puede, en consecuencia, reivindicar todos los privilegios que confiere la amistad, y que debería ser cierto lo de su “salvación” final. Empleamos aquí la palabra “salvación”, en el sentido que le da René Guénon: se trata, para un hombre, de su permanencia después de la muerte en las “prolongaciones del estado humano”; y se puede transponer legítimamente esta doctrina a una organización tradicional, iniciática o exotérica.

     Al final de un ciclo, la “salvación” de las “especies” destinadas a ser conservadas por el ciclo futuro está asegurada por su “apiñamiento” en el Arca o en otro receptáculo equivalente. Es probable que uno de estos equivalentes sea el “seno de Abraham”, donde, según la parábola del malvado rico y del pobre Lázaro, reposen, después de su muerte, las almas de los justos salvados. Que el Patriarca amigo de Dios 19, bendecido por Melquisedec y venerado por las tres religiones “abrahamicas”, sea, al mismo tiempo, el “preceptor” de la Masonería, define a ésta como a una tradición muy “honorable”, pero que implica tales “obligaciones” que esta Orden no tiene el derecho a desconocerla, ni a olvidarla.

     Según el Melquisedec del cuento de Los Tres Anillos de Boccacio 20, el Padre celestial ha hecho de forma que cada uno de sus tres hijos igualmente amados esté persuadido de haber recibido el único anillo auténtico, anillo original transmitido “desde tiempo inmemorial”. Dos milenios de historia de Occidente están ahí para probarnos que, en efecto, cada uno de los tres hijos está bien seguro de ser el elegido, incluso el único amado, el único que ha recibido el anillo verdadero, el anillo nupcial que sella los esponsales eternos. Hay que respetar tales convicciones queridas por el Padre. Ellas han confortado la “fe” de cada uno, a expensas, sin duda, de la “caridad” fraterna l21. ¿Qué hay de la “esperanza”? Está escrito que al final de los tiempos la fe desaparecerá y la caridad estará languideciente. Puede que entonces sea la ocasión para la Masonería, “centro de unión” y que pertenece  también ella a la “posterioridad espiritual” de Abraham, para acordarse de la divisa que fue, se dice, la de sus antepasados operativos: “En El-Shaddaï está toda nuestra esperanza”.




1 Esta expresión, tan conocida en los rituales de lengua inglesa, es explícita en algunos antiguos documentos, según los cuales la Logia de San Juan se tiene “en el valle de Josafat”, lo que quiere decir que la Masonería debe mantenerse hasta el Juicio final que marcará el fin del ciclo. Según el mismo simbolismo, “las más altas montañas” deben significar el comienzo del ciclo; y de hecho, el Paraíso terrestre, según La Divina Comedia, está situado en la cima de la más alta de las montañas terrestres, puesto que toca a la esfera de la Luna. Lo mismo, cuando Cristo expresa su voluntad de ver a San Juan “permanecer” hasta su vuelta, es evidente (y el Evangelio lo precisa) que no se trata, en primer lugar, de la individualidad del discípulo bienamado; se trata, ante todo, del esoterismo cristiano; esoterismo “personificado” por San Juan y que es reabsorbido por la Masonería. Podemos decir que, las palabras de Cristo sobre San Juan confieren a esta Orden las “promesas de la vida eterna”, al igual que las dirigidas a San Pedro son la prenda que el Papado se impondrá finalmente sobre los prestigios de las “puertas del Infierno”.

2 Es por lo que Guénon, insistiendo en la necesidad, para cada Logia, de tener la Biblia abierta en el altar del Venerable, precisaba bien que este libro “simboliza el conjunto de los textos sagrados de todas las religiones”.

3 No deberíamos caer en el espíritu de sistema tomando esta aserción rigurosamente al pie de la letra, pues sufre muy notables excepciones. Todo el mundo sabe que la Masonería, introducida en la India por los ingleses, conoció un vivo éxito. Kipling, en sus noticias masónicas, explicó como los hindúes ortodoxos iniciados en la Masonería se comportaban durante los ágapes fraternales, de manera que no infringieran las reglas prohibitivas de comer con hombres de castas diferentes.

4 El valor numérico de este nombre es 345; las cifras 3, 4 y 5, que sirven para escribir este nombre, expresan también la longitud de los lados del triángulo rectángulo de Pitágoras, figurado sobre la joya del Pasado Maestro.

5 Le Roi du Monde, p. 50.

6 El Dios que invocaba Abraham es El-Shaddaï (el Todopoderoso); y Melquisedec era sacerdote de El-Elion (el Altísimo). Es importante recordar que los Masones de lengua inglesa trabajan en grado 3º, “en el nombre del Altísimo”.

7 Mackey, en su Enciclopedia, precisa que “todos los viejos manuscritos de las constituciones” contienen la leyenda de Euclides, generalmente llamada “El digno sabio Euclides”. He aquí en qué términos esta leyenda está relatada en el Dowland Manuscript, texto que remonta a 1550: Cuando Abraham y Sara acudieron a Egipto, Abraham enseñó a los Egipcios, las siete ciencias. Entre sus discípulos se encontraba Euclides, que estaba particularmente dotado”. La leyenda cuenta que, más tarde, Euclides se encargó de la educación de los hijos el rey; les enseñó geometría y sus aplicaciones, la manera de construir los Templos y los palacios. El texto concluye: “Así engrandeció esa ciencia llamada geometría, pero que, más adelante, en nuestras regiones se llama Masonería”.

8 Es por otra parte evidente que los Masones operativos siempre han contado en sus rangos con gran número de gente instruida y bastante familiarizados con las Escrituras como para saber que Abraham se había comportado en Egipto, bastante más como un pastor de rebaños que como un maestro de escuela.

9 Lo mismo que Aristóteles con la dialéctica, Sócrates con la moral, Cicerón por elocuencia, etc...

10 Cf. Guénon, La Crise du Monde moderne, cap. I

11 Es lo expresado por las palabras de Cristo, atestiguando su voluntad de ver a Juan (es decir: al esoterismo cristiano), “permanecer” hasta que él vuelva.

12 Es curioso que el nombre del Altísimo, que es el Dios de Melquisedec, sea utilizado, en Masonería, en lengua vulgar y no en hebreo; esto podría ponerse en relación con el hecho de que Melquisedec pertenece a la Tradición primordial y no a la tradición judía. Igualmente, la Masonería del Arco Real apela, en el rito que le es esencial, a la lengua hebraica, a las dos lenguas sagradas desaparecidas (el caldeo y el egipcio) y, en fin, a la lengua vulgar. Según Guénon, comentado el tratado De vulgari eloquio de Dante, la lengua ordinaria, que todo hombre recibe por vía oral, simboliza, en un sentido superior, la lengua primordial que no fue jamás escrita.

13 La leyenda que hace de Juan Bautista un Gran Maestre de la Masonería operativa que, después de muchos años de su martirio, hubiera sido sustituido por Juan Evangelista, no tiene, evidentemente, más que un sentido simbólico.

14 Guénon, L´ésotérisme de Dante, cap. IV, in fine.

15 Al igual que cada obra tradicional está más próxima a la verdadera “obra-maestra”, cuanto más el artesano haya “sublimado” a su “yo” individual para transformarlo en el “Sí-mismo” (cf. Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps, cap. IX), se puede decir que las transformaciones a las que hacemos alusión son obras maestras tanto más perfectas cuanto más desconocidos sean sus artesanos. El caso más reciente de tales mutaciones, parece ser el del paso de la noción tradicional del “Sacro Imperio” a la Masonería escocesa.

16 Creemos que es inútil precisar que, lo que estamos tratando, nada tiene que ver con las concepciones políticas cualificadas de “totalitarias”. Sabemos, por otra parte, cómo los regímenes que se jactan de tales concepciones tienen la costumbre de comportarse con la Masonería cuando acceden a poder.

17 La Crise du Monde moderne, cap. VII.

18 Brama-Sûtras, traducidos y comentados por Guénon, en el capítulo XVIII de L´Homme et son Devenir selon le Vêdânta.

19 El cambio del nombre de Abram (“padre elevado”), por el de Abraham (“padre de multitudes”), se basa en la victoria del patriarca sobre los adversarios de los reyes de la Pentápolis y la destrucción por el fuego de esta misma Pentápolis. Esta destrucción es naturalmente una “figura” de la destrucción final del mundo, y el papel de intercesor desempeñado por Abraham para obtener de Dios una “limitación” de la destrucción, merecería llamar la atención.

20 Decamerón, 1º día, cuento II. Se ve que el “Fiel de Amor”, Boccacio, para situar, entre sus cuentos de una galantería a veces algo subida, aquellos que tenían un sentido doctrinal y que, ciertamente, eran para él los más importantes, sabía utilizar el simbolismo de los números.

21 La “fábula” simbólica utilizada por Boccacio, es -como todo lo simbólico- susceptible de una pluralidad de interpretaciones. He aquí una que, situándose bajo un punto de vista más elevado y propiamente iniciático, responde, sin duda más a las intenciones del iniciado que fue Boccacio. Si seguramente debemos respetar las convicciones de cada una de las tradiciones, en tanto que pretendan tener un estatuto privilegiado unas respecto a las otras, desde un punto de vista superior no hay que ilusionarse por tales pretensiones. Efectivamente, esta pretensión a la elección revela una necesidad inherente a la perspectiva exotérica y Boccacio quiere decir de hecho que la verdadera fe está oculta bajo los aspectos externos de diversas creencias, verdadera fe que es la Tradición única, de la que Melquisedec es el representante. Esta verdadera fe, es la “santa fe”, la fede santa de la que Boccacio, como Dante, era, en Occidente, uno de los fieles.

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