lunes, 3 de octubre de 2016

Las Diosas Tejedoras; por Pere Sánchez Ferré

          Revista La Puerta nº 62, Arola Editors, Tarragona, 2003.  

            I.     Introducción

Las artes y los oficios fueron otorgados por los dioses a los hombres a fin de que éstos sobrevivieran en un mundo ajeno y hostil. Además de esta función, conservaron desde sus inicios otra muy importante, ya que siempre sirvieron como imágenes y símbolos del secreto del hombre y de su regeneración.

El arte de tejer es un ejemplo de ello, pues no enseña que todo el universo es un inmenso tejido, que abarca desde lo más puro y sutil hasta lo más grosero y espeso.

En la mitología clásica abundan las mujeres y diosas tejedoras. Es un oficio consagrado por lo general al sexo femenino porque es la mujer quien, una vez recibida la simiente masculina, teje, es decir, alimenta y hace crecer, de su propia sustancia, la nueva vida que lleva en su seno. Tejedoras de engaños o de cuerpos puros, son ellas quienes tejen los cuerpos en un telar terrestre, desde los más sutiles y traslúcidos, hasta los más opacos y perecederos. Todo está sometido al sabio o bien al nefasto arte de tejer o de corporificar.

La simbología del hilo, del telar y del vestido que tanto usaron los griegos, procede seguramente de Egipto, aunque otras tradiciones, como la hindú o la oriental, se sirvieron de ella para enseñar iguales misterios.

Comenzaremos por abordar sus efectos en este mundo.

II.      Los tejidos que envuelven el alma

Las almas siempre buscan un cuerpo del que revestirse. Cuando descienden a la encarnación humana, en este mundo, esperan ser recibidas en un cuerpo inmortal, en una vestidura de gloria, pero se encuentran atrapadas en un envoltorio de tejido animal y corruptible. Hermes Trismegisto relata con toda su crudeza lo que ha ocurrido a nuestras almas:

Porque la ignorancia maldita inunda toda la tierra y corrompe el al (psique) [2] aprisionada en el cuerpo […] Debes rasgar de parte a parte la túnica que te cubre, el tejido de la ignorancia, el vestido urdido de la corrupción, la cárcel tenebrosa, la muerte viviente, el cadáver invisible, el sepulcro que llevas a todas partes contigo, el ladrón que habita en tu casa […]. Tal es el enemigo que te has puesto por túnica […] a fin de que no tengas oídos, para las cosas que necesitas oír ni mirada para las que necesitas ver. [3]


Empédocles dice, hablando de la fuerza que hace caer al alma en el exilio de la carne: «La reviste con una túnica de carne que le extraña, cambiando el vestido de las almas». [4]

Según Porfirio, «la voluptuosidad encadena las potencias divinas y las hace caer en la generación, y éstas, enervadas, pierden en el placer parte de sus fuerzas. […] la vida del alma perece por la voluptuosidad». [5]

La tradición poética y mitológica griega enseña que la caída del alma en esta túnica fatal, que es el cuerpo humano donde el alma se encuentra prisionera, es obra de diosas como Circe, quien teje la tela del mundo sublunar. Homero cuenta en la Odisea que los compañeros de Ulises no sospechan la trampa que la maga Circe, «la rica en venenos» (x, 726), tiende a los confiados navegantes, ya que los atrapa en la encarnación animal, los convierte en cerdos y les da «licor» que les hace olvidar la «patria».

Explica Emmanuel d’Hooghvorst, el último gran comentador de Homero, que Circe está condenada a tejer perpetuamente la tela de la generación. [6] Su nombre revela lo propio de su actividad, pues Circe (kirqué) es un vocablo asociado a la idea de círculo y proviene del verbo kerquitzô, ‘tejer’. Continúa diciendo el autor de El Hilo de Penélope que sin «peso, esta hembra se agota gastando sin cocer. […] la naturaleza de este mundo, Circe, sin buena quymica se convierte en una mujer malvada, pero unida al oro se vuelve, tal como veremos, una amante fiel y una musa inteligente […] Circe, Arte puro o dolo animal, hace a los elegidos o a los necios, según sea salada o desalada». [7]

Por lo tanto, sin la visita iniciática del héroe salvador, nuestra naturaleza caída (Circe) no puede ser regenerada.

Un antiguo comentador de Homero, Pseudo Plutarco, relata así el cometido de la diosa Circe:

La transformación de los compañeros de Ulises en cerdos y animales semejantes encierra un enigma, que las almas de los hombres insensatos caen en el movimiento circular del Todo, al que llama Circe, y la supone con cierta razón hija del sol, habitante de la isla de Ea (Aiaië) (Odisea x, 135), isla así llamada por los ayes de lamento y quejas de los hombres ante la muerte. Pero el hombre sabio, el propio Ulises, no sufrió semejante transformación. [8]


Así, la tejedora de este mundo arrastra a las almas hacia la generación, encerrándolas en el círculo fatal de las reencarnaciones; sin embargo, al hacerlas bajar al exilio sublunar cumple los designios divinos, como explica El Mensaje Reencontrado: «La caída del hombre tiene una finalidad divinamente elevada, que es la adquisición de un cuerpo bajo y su glorificación en Dios». [9]

Porfirio hizo un comentario del famoso pasaje de la Odisea dedicado a Circe que, entre otras cosas, trata del arte de tejer los cuerpos de este mundo:

¿Qué símbolo convendría mejor que los telares con las almas que bajan a la generación y a la producción de los cuerpos? Por esta razón el poeta osa decir que, en estos telares, las Ninfas ‘tejen telas teñidas de púrpura de visión admirable’. Porque en los huesos y a su alrededor se forma la carne, y los huesos son la piedra y el cuerpo de los animales a causa de su gran parecido con ese elemento. Por eso se dice que los telares son de piedra y no de otra materia. Las telas de púrpura serían la carne tejida a partir de la sangre […] Y el cuerpo es el vestido del alma.

Para estas almas, volverse húmedas no es morir, […] para ellas es una dicha caer en la generación. […] En efecto, estas almas aman la sangre y el semen humano. [10]

Por su parte, Arístides Quintiliano, refiere a ciertos alineamientos luminosos de los que el alma se envuelve progresivamente al bajar a la encarnación, formando «una red ovoide que dibuja el contorno del futuro cuerpo humano. Estos hilos de luz, tejidos en el espacio, se convertirán, en la tierra, después de la encarnación, en redes de venas, de arterias y de nervios».  [11]

Proclo insiste en este mismo misterio cuando escribe que el alma que «se encamina hacia lo inteligible se desviste de las túnicas de las que está revistida». Por el contrario, las almas que descienden a la encarnación, «se añaden varias túnicas, tomadas de los elementos, aéreas, líquidas y terrestres y, finalmente, entran en este volumen espeso». [12] Dichas túnicas están formadas, según creen los órficos y pitagóricos, por un hilo que los círculos planetarios utilizan para tejer la red que las almas atraviesan al bajar a este mundo. Y para encarnarse, se vinculan al elemento generador. Escribe C. de Alejandría que, para los órficos, «el hilo de la urdimbre expresa alegóricamente, el semen». [13]

Así, en el semen se encuentra el fundamento del principio purificador.

En Egipto, el hilo y el tejido desempeñan un importante papel en los misterios iniciáticos. Osiris es el dios momificado y sepultado en el ser humano, amortajado por un vendaje que lo oprime y lo deja inerte, como muerto, sometido a los propios deseos y apetitos del cuerpo, que le causan los peores sufrimientos. Pero cuando el alma (Osiris) es iniciada, es despojada de las antiguas vestiduras y la diosa Tait, la «divina tejedora», confecciona la «túnica osiriana» hecha de lino blanco inmaculado, que simboliza el vestido de la luz. Explica Plutarco que la flor del lino es de un color «azul parecido al del éter que rodea el universo» [14] Esta nueva vestidura es llamada «aire tejido» [15] pues está confeccionada por la luz corporificada del sol.

Si el lino era el símbolo del cuerpo inmortal, la lana lo era del cuerpo animal, por lo que su uso estaba prohibido en las ceremonias iniciáticas egipcias y griegas. [16]

En el cristianismo antigua también estaban presentes los tejidos, pues antes de entrar en la piscina bautismal, el candidato se desvestía de sus antiguas ropas y, una vez purificado por el bautismo, recibía vestidos blancos luminosos, llamados «túnica solar del Señor», pues era éste quien le había «envuelto de pureza e incorruptibilidad». [17]

Según Themistios, «en los misterios de Eleusis el sacerdote quitaba las vestiduras de una estatua de Afrodita, después de haberla frotado para devolverle la belleza» [18].


III.   La materia animada

Platón explicó que las almas disminuyen en vigor a medida que se aproximan al mundo de la generación, hasta perder las alas, aunque son ellas las que dan vida a los cuerpos.

Porque todo cuerpo, al que le viene de fuera el movimiento, es inanimado; mientras que al que le viene de dentro, desde sí mismo y para sí mismo, es animado. […] lo que se mueve a sí mismo es el alma […].

Todo lo que es alma tiene a su cargo lo inanimado, y recorre el cielo entero, tomando unas veces una forma y otras otra. Si es perfecta  y alada, surca las alturas y gobierna todo el Cosmos. Pero la que ha perdido sus alas va a la deriva, hasta que se agarra a algo sólido, donde se asienta y se hace con un cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo en virtud de la fuerza de aquélla. Este compuesto, cristalización de alma y cuerpo, se llama ser vivo, y recibe el sobrenombre de mortal (Fedro 245e  246-c).

La carne, pues, procede del alma y es animada por ésta, cuyo origen es el Alma del Mundo, una fuerza celeste y solar (ígena) que mueve los astros, hace latir nuestros corazones y ha cohesionado y ordenado el mundo de la encarnación, dotando a la materia de vida animada e introduciendo el fuego divino o alma en su interior, aunque este fuego haya quedado oscurecido y congelado en nuestra sepultura carnal. Cuando el cuerpo no puede soportar más la vida y muere, esta vida del alma que lo animaba se libera de sus ataduras y es salvada o vuelve al círculo nefasto de la generación caída, al imperio de Circe.

Todos hemos sido hechos de esta alma universal que tiene siempre ha corporificarse. Ella nos da la vida, nos anima, nos alimenta y finalmente nos mata. Ella es también quien puede regenerar nuestra naturaleza caída si, como hizo Penélope, conseguimos captarla con la ayuda de Dios. E. d’Hooghvorst dirá que esta vida celeste es un «pensamiento inteligente e ígneo […]. Los hombres viven de él sin ofrecerle la morada donde está el alma luminosa, al tomar cuerpo, alimentará la edad de oro.» [19]


IV.    La araña

La araña ocupa un lugar destacado en la mitología hindú y tiene también su espacio en la de Occidente. Por su labor tejedora, puede equipararse al alma, pues de ella misma, de su propia sustancia, fabrica la tela, como el alma se fabrica un cuerpo. La araña también es comparada con el sol, el astro crea de sí mismo sus rayos, que son como los hilos que tejen y vivifican el universo.

A.  K. Coomaraswamy explica que, según la tradición hindú el prana teje las criaturas y todo el universo es una gran red que religa los mundos y los seres, donde el sol tiene un papel esencial:

Este Sol conecta estos mundos mediante un hilo (sutre) y ese hilo es el Viento (Vayu, Spiritus). Nuestros soplos son los ‘hilos’ (tantu, tantri, sutra) con los que la Araña solar, nuestro Sí, teje su tela de siete radios, el ‘tejido’ del Universo; y, en última instancia, ‘el único hilo’ en el que todo este universo está ‘ensartado’ […].

Todas estas ideas forman parte de la conocida doctrina del ‘hilo del espíritu’ (sutratman) y del simbolismo de los actos de tejer y coser […] según la cual el sol conecta todas las cosas consigo mismo por medio de ‘hilos’ pneumáticos que son ‘rayos’ que él extiende. [20]

En la mitología griega, la tejedora Aracne puede simbolizar el alma, pues cuenta la leyenda que esta hija del tintorero Idmón no quería deber su habilidades más que a sí misma. Pretendió aventajar a Atenea en el arte de bordar y la desafió: Aracne bordó representaciones de los amores ilícitos de los dioses, mientras que la diosa representó en su bordado, además de los doce dioses del olimpo en toda su majestad, cuatro episodios que mostraban la derrota de los mortales que osaban desafiar a los dioses. Atenea destruyó la obra de su rival y ésta pretendió ahorcarse, pero la diosa no la quiso y la convirtió en araña. Aracne en griego significa ‘araña’. No es difícil descubrir aquí la historia de la rebelión de los titanes, o de las almas, precipitadas en la región inferior, es decir, sepultadas en los seres humanos.


V.       Las Moiras

Las almas que han caído en la generación y se han humedecido al contacto con el mundo corpóreo quedan sometidas a otras tejedoras muy presentes en la Antigüedad: las Moiras o Parcas, que tejen el destino de los seres humanos. [21] Ellas, dice Hesíodo, «otorgan a los hombres mortales la posesión del bien y del mal»  (Teogonía 901-906).

Aunque hay muchas variantes sobre sus orígenes y número, se acepta que las Moiras son tres: Átropo, Cloto y Láquesis, y regulan la vida de cada uno de nosotros, desde el nacimiento hasta la muerte, con la ayuda de un hilo que la primera hila, la segunda enrolla y la última corta cuando nuestra vida llega a su término. También presiden los alumbramientos, ayudando a las mujeres que van a dar a luz (como Lucina). El color de la Lana que hilan las Parcas determina el destino de los mortales.

La antigua tradición de las Moiras y otras tejedoras se ha perpetuado en las brujas y las hadas de la época moderna, como ocurre en el folklore catalán, donde ambas a menudo son representadas hilando como Circe. [22]


VI.    El arte del buen tejer

Si bien unas diosas tejen la trampa del cuerpo mortal y del destino astral del hombre, otras más propicias destejen la tela de la generación vulgar que sepulta nuestra alma y la liberan de su prisión. La maestra de este sabio destejer es la homérica Penélope quien, en palabras de E. d’Hooghvorst.

Es la esposa fiel que espera en casa, ‘la-que-ve-la-trama’; dicho nombre es muy apropiado para esta tejedora que desteje. […] La tejedora nos da aquí la clave de su arte: ‘De noche’, dice, ‘deshago el trabajo del día’. ¿Qué representa el día? El tiempo que devora toda savia y agota la vida. En nocturna quymica de Penélope, se descose el sudario fatal del Arte sepultado, reanimando entonces su sol, y he aquí la espera de un dulce que ha vuelto en paz.

La noche dicen los cabalistas es el secreto del Señor. [23]

Las buenas tejedoras como Penélope destejen primero el tejido mortal que ha cubierto el alma, para después tejer el verdadero cuerpo inmortal, glorioso. Han captado el hilo celeste que puede destejer o disolver el grueso tejido que cubre al padre Laertes, es decir, el alma, porque dicho hilo es el Mercurio celeste fijado en la tierra, un hilo azul trenzado y brillante, que disuelve la mortaja que cubre la vida sepultada, por eso E. d’Hooghvorst asegura que «lo esencial es el Hilo de Penélope; lo demás es el comentario» [24] Lo esencial es recibir este don de Dios, y quien puede atraerlo es nuestra tierra pedregosa, [25] una piedra imán que todos los humanos poseemos. Penélope es una virgen terrestre, humana, como María.

El Hilo de Ariadna posee las mismas cualidades y cumple igual función que el de Penélope, pues el héroe Teseo no puede vencer al Minotauro, tan próximo a la naturaleza humana, ni escapar del laberinto que todos contenemos, sin la intervención de la espada y el hilo de Ariadna que, escribe el citado autor, «son un don divino en sí». [26]

Otras mujeres son también buenas tejedoras, a quienes la diosa Atenea otorgó «el saber de labores preciosas y entrañas discretas» [27] La mujeres feacias, muy hospitalarias, con Nausícaa [28] al frente, acogen, lavan y eliminan el aspecto respulsivo del héroe Ulises, quien viene a la tierra humana esperando ser tratado como un huésped excelente.

La Virgen María también desteje como Penélope, «el sudario fatal del Arte sepultado, reanimando entonces su sol» (vid. supra), es decir, a su hijo Jesucristo, llamado Sol invictus.

Uno de los nombres de Cristo es «gusano», pues, nacido de la corrupción o disolución, se reviste de un tejido creado a partir de su propia sustancia, se transforma en crisálida y finalmente en mariposa, imagen del cuerpo de luz. [29]


VII.      Textos tejidos

Los profetas y los santos también son tejedores, pero de palabras, ya que la escritura inspirada es otra forma de corporificar el cielo y de hacerle hablar. Inspirados por las Musas, captan el mismo hilo celeste que Penélope y Ariadna, y con él tejen sus textos; éste vocablo deriva del latín textus, tejido.

Observa F. Buffière que «urdir o tejer las ideas y las palabras es una metáfora corriente en Homero». [30]

El vocablo griego Hymnos (himno) significaba originariamente ‘tejido’, por tanto, los himnos a los dioses y diosas con ‘cantos tejidos’. Además, la palabra rapsoda también tiene connotaciones textiles, pues el rapsodos sería, de acuerdo con su etimología, el ‘zurcidor de cantos’. [31]

La creación poética y prosística requiere ordenar las palabras, y el término orden también nos remite a conceptos próximos al tejido, pues proviene del latín ordo y éste de ordior, que significa tejer, urdir y confeccionar una trama.

Por otra parte, no deja de ser curioso que, en otras lenguas como el sánscrito y el chino, encontremos las mismas relaciones entre la creación literaria y al arte de tejer, lo cual apunta a la fuente primera y única que ha dado origen a las lenguas.

En sánscrito, sutra (texto búdico) significa ‘hilo’ y tantra (tratados sagrados según la tradición hindú) tiene el sentido de ‘tela’ e ‘hilo’. Según René Guénon, la palabra latina sutura, ‘costura’, y la árabe sura (cada uno de los capítulos del Corán), tienen la misma raíz que sutra (‘hilo’). [32]

Las mismas relaciones encontramos en la tradición oriental, pues en chino clásico el término King (o ching) en su origen significaba tejido, trama, y en el uso común, libro o libro consagrado. En el como el siguiente: «Vasta es la red del cielo y su trama holgada. Mas nada se le escapa». [33]

Si los textos de los sabios poetas y profetas son el futuro de un hilo sabiamente tejido, entonces se comprende mejor la recomendación de Louis Cattiaux:

«[…] Así pues, no nos separemos nunca de los libros santos, que hilan el vínculo que nos une al Señor de toda sabiduría.» [34]


Notas:
[1] El Mensaje Reencontrado, XXII, 12’.
[2] En general, cuando los antiguos griegos se refieren al alma, en tanto que parte inmortal del ser humano, la denominan psique. Cf. C. del Tilo, «Sobre el sentido de las palabras alma y espíritu», en El Libro de Adán, Arola ed., Tarragona, 2002, pp. 134-136.
[3] Poimandres VII, 2-3.
[4] Los filósofos presocráticos, ed. Gredos, Madrid, 1979, vol. II, p. 242.
[5] Porfirio, El antro de las Ninfas, 16 y 18. Existe versión española en La Puerta nº 27, 1987, pp. 33-52 y en ed. Gredos, Madrid, 1989, pp. 220-247.
[6] Véase el Hilo de Penélope, Arola ed., Tarragona, 2000, t. I, p. 72.
[7] Idem, pp. 72, 76 y 77.
[8] Sobre la vida y la poesía de Homero, II, 126. Existe versión española en ed. Gredos, Madrid, 1989.
[9] L. Cattiaux, op. cit., XXV, 49.
[10] Porfirio, op. cit., 14 y 10 respectivamente.
[11] Citado por F. Buffière, Les Mythes d’Homère et la pensèe grecque, ed. Les Belles Letres, París, 1956, p. 465. Son las llamadas «ligaduras del alma».
[12] Citado por S. Mayassis, Le livre des morts de l’Egypte Ancienne est un Livre d’Initiation, B.A.O.A., Atenas, 1955, p. 189.
[13] Citado por G. Colli, La sabiduría griega, ed. Trotta, Madrid, 1995, p. 215.
[14] Sobre Isis y Osiris, 4. Tait es llamada «nube que envuelve al desfalleciente.»
[15] S. Mayassis, Le Livre des morts de l’Égypte Ancienne…, p. 220.
[16] Véase a Herodoto, Historias, II, 81.
[17] S. Mayassis, Le Livre des morts…, p. 271.
[18] S. Mayassis, ídem, p. 302.
[19] El Hilo de Penélope, cit., p. 99.
[20] A. K. Coomaraswamy, El Vedanta y la tradición occidental, ed. Siruela, Madrid, 2001, pp. 217-218 y 329-330.
[21] Véase el himno dedicado a las Moiras en Himnos órficos, ed. Gredos, Madrid, 1987, pp. 216-217.
[22] J. Amades, Bruixes i bruixots, Biblioteca de tradicions populars, Barcelona, 1934, p. 35.
[23] El Hilo de Penélope, cit., p. 20.
[24] Idem, p. 40. El alma sometida a los males humanos, escribe Platón, realiza una labor opuesta a la de Penélope, ya que ésta manipula «el telar en sentido contrario» (Fedón 84a).
[25] Pedregosa Ítaca, la denomina E. d’Hooghvorst, op. cit., p. 80.
[26] «El hilo de Ariadna», en Mitología oculta. Colección La Puerta, nº 58, Arola ed. Tarragona, 2000, p. 12.
[27] Odisea VII, 110-111.
[28] Nausícaa significa ‘la-que-prende-fuego-al-vaso’: E. d’Hooghvorst, op. cit., p. 19.
[29] Véase Isaías 41, 14 y El Mensaje Reencontrado XV, 40. En hebreo, tila’ (הצל ) significa, ‘agusanado’, pero también ‘revestirse de púrpura’, ‘germinar’ y ‘crecer’.
[30] F. Buffière, Les Mythes d’Homère et la pensèe grecque, cit., p. 390.
[31] A. Bernabé Pajares, Himnos Homéricos / La «batracomiomaquia», ed. Gredos, Madrid, 1988, pp. 10 y 22.
[32] R. Guénon, El Simbolismo de la Cruz, ed. Obelisco, Barcelona, 1987, p. 104. Leamos el siguiente versículo del Corán (Sura 7, 26): «¡Hijos de Adán! Hemos hecho bajar para vosotros una vestidura para cubrir vuestra desnudez y para ornato. Pero la vestidura del temor de Dios es mejor. Éste es uno de los signos de Dios».
[33] Véase el Prólogo de J. Fernández Oviedo al Tao Te Ching, Offsetgrama, Buenos Aires, s. a., p. 8.
[34] El Mensaje Reencontrado VII, 63’.


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