Revista La Puerta nº 62, Arola Editors, Tarragona, 2003.
I. Introducción
I. Introducción
Las artes y los oficios
fueron otorgados por los dioses a los hombres a fin de que éstos sobrevivieran
en un mundo ajeno y hostil. Además de esta función, conservaron desde sus
inicios otra muy importante, ya que siempre sirvieron como imágenes y símbolos
del secreto del hombre y de su regeneración.
El arte de tejer es un
ejemplo de ello, pues no enseña que todo el universo es un inmenso tejido, que
abarca desde lo más puro y sutil hasta lo más grosero y espeso.
En la mitología clásica
abundan las mujeres y diosas tejedoras. Es un oficio consagrado por lo general
al sexo femenino porque es la mujer quien, una vez recibida la simiente
masculina, teje, es decir, alimenta y hace crecer, de su propia sustancia, la nueva
vida que lleva en su seno. Tejedoras de engaños o de cuerpos puros, son ellas
quienes tejen los cuerpos en un telar terrestre, desde los más sutiles y
traslúcidos, hasta los más opacos y perecederos. Todo está sometido al sabio o
bien al nefasto arte de tejer o de corporificar.
La simbología del hilo,
del telar y del vestido que tanto usaron los griegos, procede seguramente de
Egipto, aunque otras tradiciones, como la hindú o la oriental, se sirvieron de
ella para enseñar iguales misterios.
Comenzaremos por abordar
sus efectos en este mundo.
II. Los tejidos que envuelven
el alma
Las almas siempre buscan
un cuerpo del que revestirse. Cuando descienden a la encarnación humana, en
este mundo, esperan ser recibidas en un cuerpo inmortal, en una vestidura de
gloria, pero se encuentran atrapadas en un envoltorio de tejido animal y corruptible.
Hermes Trismegisto relata con toda su crudeza lo que ha ocurrido a nuestras
almas:
Porque la
ignorancia maldita inunda toda la tierra y corrompe el al (psique) [2] aprisionada en el cuerpo […] Debes rasgar de parte a parte la túnica
que te cubre, el tejido de la ignorancia, el vestido urdido de la corrupción,
la cárcel tenebrosa, la muerte viviente, el cadáver invisible, el sepulcro que
llevas a todas partes contigo, el ladrón que habita en tu casa […]. Tal es el
enemigo que te has puesto por túnica […] a fin de que no tengas oídos, para las
cosas que necesitas oír ni mirada para las que necesitas ver. [3]
Empédocles dice, hablando
de la fuerza que hace caer al alma en el exilio de la carne: «La reviste con
una túnica de carne que le extraña, cambiando el vestido de las almas». [4]
Según Porfirio, «la
voluptuosidad encadena las potencias divinas y las hace caer en la generación,
y éstas, enervadas, pierden en el placer parte de sus fuerzas. […] la vida del
alma perece por la voluptuosidad». [5]
La tradición poética y
mitológica griega enseña que la caída del alma en esta túnica fatal, que es el
cuerpo humano donde el alma se encuentra prisionera, es obra de diosas como
Circe, quien teje la tela del mundo sublunar. Homero cuenta en la Odisea que los
compañeros de Ulises no sospechan la trampa que la maga Circe, «la rica en
venenos» (x, 726), tiende a los confiados navegantes, ya que los atrapa en la
encarnación animal, los convierte en cerdos y les da «licor» que les hace
olvidar la «patria».
Explica Emmanuel
d’Hooghvorst, el último gran comentador de Homero, que Circe está condenada a
tejer perpetuamente la tela de la generación. [6] Su nombre revela lo propio de
su actividad, pues Circe (kirqué) es un vocablo asociado a la idea de círculo y
proviene del verbo kerquitzô, ‘tejer’. Continúa diciendo el autor de El Hilo de
Penélope que sin «peso, esta hembra se agota gastando sin cocer. […] la
naturaleza de este mundo, Circe, sin buena quymica se convierte en una mujer
malvada, pero unida al oro se vuelve, tal como veremos, una amante fiel y una
musa inteligente […] Circe, Arte puro o dolo animal, hace a los elegidos o a
los necios, según sea salada o desalada». [7]
Por lo tanto, sin la
visita iniciática del héroe salvador, nuestra naturaleza caída (Circe) no puede
ser regenerada.
Un antiguo comentador de
Homero, Pseudo Plutarco, relata así el cometido de la diosa Circe:
La
transformación de los compañeros de Ulises en cerdos y animales semejantes
encierra un enigma, que las almas de los hombres insensatos caen en el
movimiento circular del Todo, al que llama Circe, y la supone con cierta razón
hija del sol, habitante de la isla de Ea (Aiaië) (Odisea x, 135), isla así
llamada por los ayes de lamento y quejas de los hombres ante la muerte. Pero el
hombre sabio, el propio Ulises, no sufrió semejante transformación. [8]
Así, la tejedora de este
mundo arrastra a las almas hacia la generación, encerrándolas en el círculo
fatal de las reencarnaciones; sin embargo, al hacerlas bajar al exilio sublunar
cumple los designios divinos, como explica El Mensaje Reencontrado: «La caída
del hombre tiene una finalidad divinamente elevada, que es la adquisición de un
cuerpo bajo y su glorificación en Dios». [9]
Porfirio hizo un
comentario del famoso pasaje de la Odisea dedicado a Circe que, entre otras
cosas, trata del arte de tejer los cuerpos de este mundo:
¿Qué símbolo convendría
mejor que los telares con las almas que bajan a la generación y a la producción
de los cuerpos? Por esta razón el poeta osa decir que, en estos telares, las
Ninfas ‘tejen telas teñidas de púrpura de visión admirable’. Porque en los
huesos y a su alrededor se forma la carne, y los huesos son la piedra y el
cuerpo de los animales a causa de su gran parecido con ese elemento. Por eso se
dice que los telares son de piedra y no de otra materia. Las telas de púrpura
serían la carne tejida a partir de la sangre […] Y el cuerpo es el vestido del
alma.
Para estas almas, volverse
húmedas no es morir, […] para ellas es una dicha caer en la generación. […] En
efecto, estas almas aman la sangre y el semen humano. [10]
Por su parte, Arístides
Quintiliano, refiere a ciertos alineamientos luminosos de los que el alma se
envuelve progresivamente al bajar a la encarnación, formando «una red ovoide
que dibuja el contorno del futuro cuerpo humano. Estos hilos de luz, tejidos en
el espacio, se convertirán, en la tierra, después de la encarnación, en redes
de venas, de arterias y de nervios».
[11]
Proclo insiste en este
mismo misterio cuando escribe que el alma que «se encamina hacia lo inteligible
se desviste de las túnicas de las que está revistida». Por el contrario, las
almas que descienden a la encarnación, «se añaden varias túnicas, tomadas de los
elementos, aéreas, líquidas y terrestres y, finalmente, entran en este volumen
espeso». [12] Dichas túnicas están formadas, según creen los órficos y
pitagóricos, por un hilo que los círculos planetarios utilizan para tejer la
red que las almas atraviesan al bajar a este mundo. Y para encarnarse, se
vinculan al elemento generador. Escribe C. de Alejandría que, para los órficos,
«el hilo de la urdimbre expresa alegóricamente, el semen». [13]
Así, en el semen se
encuentra el fundamento del principio purificador.
En Egipto, el hilo y el
tejido desempeñan un importante papel en los misterios iniciáticos. Osiris es
el dios momificado y sepultado en el ser humano, amortajado por un vendaje que
lo oprime y lo deja inerte, como muerto, sometido a los propios deseos y
apetitos del cuerpo, que le causan los peores sufrimientos. Pero cuando el alma
(Osiris) es iniciada, es despojada de las antiguas vestiduras y la diosa Tait,
la «divina tejedora», confecciona la «túnica osiriana» hecha de lino blanco
inmaculado, que simboliza el vestido de la luz. Explica Plutarco que la flor
del lino es de un color «azul parecido al del éter que rodea el universo» [14]
Esta nueva vestidura es llamada «aire tejido» [15] pues está confeccionada por
la luz corporificada del sol.
Si el lino era el símbolo
del cuerpo inmortal, la lana lo era del cuerpo animal, por lo que su uso estaba
prohibido en las ceremonias iniciáticas egipcias y griegas. [16]
En el cristianismo antigua
también estaban presentes los tejidos, pues antes de entrar en la piscina
bautismal, el candidato se desvestía de sus antiguas ropas y, una vez purificado
por el bautismo, recibía vestidos blancos luminosos, llamados «túnica solar del
Señor», pues era éste quien le había «envuelto de pureza e incorruptibilidad». [17]
Según Themistios, «en los
misterios de Eleusis el sacerdote quitaba las vestiduras de una estatua de
Afrodita, después de haberla frotado para devolverle la belleza» [18].
III. La materia animada
Platón explicó que las
almas disminuyen en vigor a medida que se aproximan al mundo de la generación,
hasta perder las alas, aunque son ellas las que dan vida a los cuerpos.
Porque todo
cuerpo, al que le viene de fuera el movimiento, es inanimado; mientras que al
que le viene de dentro, desde sí mismo y para sí mismo, es animado. […] lo que
se mueve a sí mismo es el alma […].
Todo lo que
es alma tiene a su cargo lo inanimado, y recorre el cielo entero, tomando unas
veces una forma y otras otra. Si es perfecta
y alada, surca las alturas y gobierna todo el Cosmos. Pero la que ha
perdido sus alas va a la deriva, hasta que se agarra a algo sólido, donde se
asienta y se hace con un cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo en
virtud de la fuerza de aquélla. Este compuesto, cristalización de alma y
cuerpo, se llama ser vivo, y recibe el sobrenombre de mortal (Fedro 245e 246-c).
La carne,
pues, procede del alma y es animada por ésta, cuyo origen es el Alma del Mundo,
una fuerza celeste y solar (ígena) que mueve los astros, hace latir nuestros
corazones y ha cohesionado y ordenado el mundo de la encarnación, dotando a la
materia de vida animada e introduciendo el fuego divino o alma en su interior,
aunque este fuego haya quedado oscurecido y congelado en nuestra sepultura
carnal. Cuando el cuerpo no puede soportar más la vida y muere, esta vida del
alma que lo animaba se libera de sus ataduras y es salvada o vuelve al círculo
nefasto de la generación caída, al imperio de Circe.
Todos hemos
sido hechos de esta alma universal que tiene siempre ha corporificarse. Ella
nos da la vida, nos anima, nos alimenta y finalmente nos mata. Ella es también
quien puede regenerar nuestra naturaleza caída si, como hizo Penélope,
conseguimos captarla con la ayuda de Dios. E. d’Hooghvorst dirá que esta vida
celeste es un «pensamiento inteligente e ígneo […]. Los hombres viven de él sin
ofrecerle la morada donde está el alma luminosa, al tomar cuerpo, alimentará la
edad de oro.»
[19]
IV. La araña
La araña ocupa un lugar
destacado en la mitología hindú y tiene también su espacio en la de Occidente.
Por su labor tejedora, puede equipararse al alma, pues de ella misma, de su
propia sustancia, fabrica la tela, como el alma se fabrica un cuerpo. La araña
también es comparada con el sol, el astro crea de sí mismo sus rayos, que son
como los hilos que tejen y vivifican el universo.
A.
K.
Coomaraswamy explica que, según la tradición hindú el prana teje las criaturas
y todo el universo es una gran red que religa los mundos y los seres, donde el
sol tiene un papel esencial:
Este Sol
conecta estos mundos mediante un hilo (sutre) y ese hilo es el Viento (Vayu,
Spiritus). Nuestros soplos son los ‘hilos’ (tantu, tantri, sutra) con los que
la Araña solar, nuestro Sí, teje su tela de siete radios, el ‘tejido’ del
Universo; y, en última instancia, ‘el único hilo’ en el que todo este universo
está ‘ensartado’ […].
Todas estas
ideas forman parte de la conocida doctrina del ‘hilo del espíritu’ (sutratman)
y del simbolismo de los actos de tejer y coser […] según la cual el sol conecta
todas las cosas consigo mismo por medio de ‘hilos’ pneumáticos que son ‘rayos’
que él extiende.
[20]
En la mitología griega, la
tejedora Aracne puede simbolizar el alma, pues cuenta la leyenda que esta hija
del tintorero Idmón no quería deber su habilidades más que a sí misma.
Pretendió aventajar a Atenea en el arte de bordar y la desafió: Aracne bordó
representaciones de los amores ilícitos de los dioses, mientras que la diosa
representó en su bordado, además de los doce dioses del olimpo en toda su
majestad, cuatro episodios que mostraban la derrota de los mortales que osaban
desafiar a los dioses. Atenea destruyó la obra de su rival y ésta pretendió
ahorcarse, pero la diosa no la quiso y la convirtió en araña. Aracne en griego
significa ‘araña’. No es difícil descubrir aquí la historia de la rebelión de
los titanes, o de las almas, precipitadas en la región inferior, es decir,
sepultadas en los seres humanos.
V. Las Moiras
Las almas que han caído en
la generación y se han humedecido al contacto con el mundo corpóreo quedan
sometidas a otras tejedoras muy presentes en la Antigüedad: las Moiras o
Parcas, que tejen el destino de los seres humanos. [21] Ellas, dice Hesíodo, «otorgan
a los hombres mortales la posesión del bien y del mal» (Teogonía 901-906).
Aunque hay muchas
variantes sobre sus orígenes y número, se acepta que las Moiras son tres:
Átropo, Cloto y Láquesis, y regulan la vida de cada uno de nosotros, desde el
nacimiento hasta la muerte, con la ayuda de un hilo que la primera hila, la
segunda enrolla y la última corta cuando nuestra vida llega a su término. También
presiden los alumbramientos, ayudando a las mujeres que van a dar a luz (como
Lucina). El color de la Lana que hilan las Parcas determina el destino de los
mortales.
La antigua tradición de
las Moiras y otras tejedoras se ha perpetuado en las brujas y las hadas de la
época moderna, como ocurre en el folklore catalán, donde ambas a menudo son
representadas hilando como Circe. [22]
VI. El arte del buen tejer
Si bien unas diosas tejen
la trampa del cuerpo mortal y del destino astral del hombre, otras más
propicias destejen la tela de la generación vulgar que sepulta nuestra alma y la
liberan de su prisión. La maestra de este sabio destejer es la homérica
Penélope quien, en palabras de E. d’Hooghvorst.
Es la esposa
fiel que espera en casa, ‘la-que-ve-la-trama’; dicho nombre es muy apropiado
para esta tejedora que desteje. […] La tejedora nos da aquí la clave de su arte:
‘De noche’, dice, ‘deshago el trabajo del día’. ¿Qué representa el día? El
tiempo que devora toda savia y agota la vida. En nocturna quymica de Penélope,
se descose el sudario fatal del Arte sepultado, reanimando entonces su sol, y
he aquí la espera de un dulce que ha vuelto en paz.
La noche
dicen los cabalistas es el secreto del Señor. [23]
Las buenas tejedoras como
Penélope destejen primero el tejido mortal que ha cubierto el alma, para
después tejer el verdadero cuerpo inmortal, glorioso. Han captado el hilo
celeste que puede destejer o disolver el grueso tejido que cubre al padre
Laertes, es decir, el alma, porque dicho hilo es el Mercurio celeste fijado en
la tierra, un hilo azul trenzado y brillante, que disuelve la mortaja que cubre
la vida sepultada, por eso E. d’Hooghvorst asegura que «lo esencial es el Hilo
de Penélope; lo demás es el comentario» [24] Lo esencial es recibir este don de
Dios, y quien puede atraerlo es nuestra tierra pedregosa, [25] una piedra imán
que todos los humanos poseemos. Penélope es una virgen terrestre, humana, como
María.
El Hilo de Ariadna posee
las mismas cualidades y cumple igual función que el de Penélope, pues el héroe
Teseo no puede vencer al Minotauro, tan próximo a la naturaleza humana, ni
escapar del laberinto que todos contenemos, sin la intervención de la espada y
el hilo de Ariadna que, escribe el citado autor, «son un don divino en sí». [26]
Otras mujeres son también
buenas tejedoras, a quienes la diosa Atenea otorgó «el saber de labores
preciosas y entrañas discretas» [27] La mujeres feacias, muy hospitalarias, con
Nausícaa [28] al frente, acogen, lavan y eliminan el aspecto respulsivo del
héroe Ulises, quien viene a la tierra humana esperando ser tratado como un huésped
excelente.
La Virgen María también
desteje como Penélope, «el sudario fatal del Arte sepultado, reanimando
entonces su sol» (vid. supra), es decir, a su hijo Jesucristo, llamado Sol invictus.
Uno de los nombres de
Cristo es «gusano», pues, nacido de la corrupción o disolución, se reviste de
un tejido creado a partir de su propia sustancia, se transforma en crisálida y
finalmente en mariposa, imagen del cuerpo de luz. [29]
VII. Textos tejidos
Los profetas y los santos
también son tejedores, pero de palabras, ya que la escritura inspirada es otra
forma de corporificar el cielo y de hacerle hablar. Inspirados por las Musas,
captan el mismo hilo celeste que Penélope y Ariadna, y con él tejen sus textos;
éste vocablo deriva del latín textus,
tejido.
Observa F. Buffière que «urdir
o tejer las ideas y las palabras es una metáfora corriente en Homero». [30]
El vocablo griego Hymnos (himno) significaba
originariamente ‘tejido’, por tanto, los himnos a los dioses y diosas con ‘cantos
tejidos’. Además, la palabra rapsoda también tiene connotaciones textiles, pues
el rapsodos sería, de acuerdo con su
etimología, el ‘zurcidor de cantos’. [31]
La creación poética y
prosística requiere ordenar las palabras, y el término orden también nos remite
a conceptos próximos al tejido, pues proviene del latín ordo y éste de ordior,
que significa tejer, urdir y confeccionar una trama.
Por otra parte, no deja de
ser curioso que, en otras lenguas como el sánscrito y el chino, encontremos las
mismas relaciones entre la creación literaria y al arte de tejer, lo cual
apunta a la fuente primera y única que ha dado origen a las lenguas.
En sánscrito, sutra (texto búdico) significa ‘hilo’ y tantra (tratados sagrados según la tradición
hindú) tiene el sentido de ‘tela’ e ‘hilo’. Según René Guénon, la palabra
latina sutura, ‘costura’, y la árabe
sura (cada uno de los capítulos del Corán), tienen la misma raíz que sutra (‘hilo’). [32]
Las mismas relaciones
encontramos en la tradición oriental, pues en chino clásico el término King (o
ching) en su origen significaba tejido, trama, y en el uso común, libro o libro
consagrado. En el como el siguiente: «Vasta es la red del cielo y su trama holgada. Mas
nada se le escapa». [33]
Si los textos de los
sabios poetas y profetas son el futuro de un hilo sabiamente tejido, entonces
se comprende mejor la recomendación de Louis Cattiaux:
«[…] Así pues, no nos
separemos nunca de los libros santos, que hilan el vínculo que nos une al Señor
de toda sabiduría.» [34]
Notas:
[1] El Mensaje Reencontrado, XXII, 12’.
[2] En general, cuando los
antiguos griegos se refieren al alma, en tanto que parte inmortal del ser
humano, la denominan psique. Cf. C.
del Tilo, «Sobre el sentido de las palabras alma
y espíritu», en El Libro de Adán, Arola ed., Tarragona, 2002, pp. 134-136.
[3] Poimandres VII, 2-3.
[4] Los filósofos presocráticos, ed. Gredos, Madrid, 1979, vol. II, p.
242.
[5] Porfirio, El antro de las Ninfas, 16 y 18. Existe
versión española en La Puerta nº 27, 1987, pp. 33-52 y en ed. Gredos, Madrid,
1989, pp. 220-247.
[6] Véase el Hilo de Penélope, Arola ed., Tarragona,
2000, t. I, p. 72.
[7] Idem, pp. 72, 76 y 77.
[8] Sobre la vida y la poesía de Homero, II, 126. Existe versión
española en ed. Gredos, Madrid, 1989.
[9] L. Cattiaux, op. cit.,
XXV, 49.
[10] Porfirio, op. cit.,
14 y 10 respectivamente.
[11] Citado por F.
Buffière, Les Mythes d’Homère et la
pensèe grecque, ed. Les Belles Letres, París, 1956, p. 465. Son las
llamadas «ligaduras del alma».
[12] Citado por S.
Mayassis, Le livre des morts de l’Egypte
Ancienne est un Livre d’Initiation, B.A.O.A., Atenas, 1955, p. 189.
[13] Citado por G. Colli, La sabiduría griega, ed. Trotta, Madrid,
1995, p. 215.
[14] Sobre Isis y Osiris, 4. Tait es llamada «nube que envuelve al
desfalleciente.»
[15] S. Mayassis, Le Livre des morts de l’Égypte Ancienne…,
p. 220.
[16] Véase a Herodoto,
Historias, II, 81.
[17] S. Mayassis, Le Livre des morts…, p. 271.
[18] S. Mayassis, ídem, p.
302.
[19] El Hilo de Penélope, cit., p. 99.
[20] A. K. Coomaraswamy, El Vedanta y la tradición occidental,
ed. Siruela, Madrid, 2001, pp. 217-218 y 329-330.
[21] Véase el himno
dedicado a las Moiras en Himnos órficos, ed. Gredos, Madrid, 1987, pp. 216-217.
[22] J. Amades, Bruixes i bruixots, Biblioteca de
tradicions populars, Barcelona, 1934, p. 35.
[23] El Hilo de Penélope, cit.,
p. 20.
[24] Idem, p. 40. El alma sometida a los males humanos, escribe Platón,
realiza una labor opuesta a la de Penélope, ya que ésta manipula «el telar en
sentido contrario» (Fedón 84a).
[25] Pedregosa Ítaca, la denomina E. d’Hooghvorst, op. cit., p. 80.
[26] «El hilo de Ariadna»,
en Mitología oculta. Colección La
Puerta, nº 58, Arola ed. Tarragona, 2000, p. 12.
[27] Odisea VII, 110-111.
[28] Nausícaa significa ‘la-que-prende-fuego-al-vaso’:
E. d’Hooghvorst, op. cit., p. 19.
[29] Véase Isaías 41, 14 y
El Mensaje Reencontrado XV, 40. En
hebreo, tila’ (הצל )
significa, ‘agusanado’, pero también ‘revestirse de púrpura’, ‘germinar’ y ‘crecer’.
[30] F. Buffière, Les Mythes d’Homère et la pensèe grecque,
cit., p. 390.
[31] A. Bernabé Pajares,
Himnos Homéricos / La «batracomiomaquia»,
ed. Gredos, Madrid, 1988, pp. 10 y 22.
[32] R. Guénon, El Simbolismo de la Cruz, ed. Obelisco,
Barcelona, 1987, p. 104. Leamos el siguiente versículo del Corán (Sura 7, 26): «¡Hijos
de Adán! Hemos hecho bajar para vosotros una vestidura para cubrir vuestra
desnudez y para ornato. Pero la vestidura del temor de Dios es mejor. Éste es
uno de los signos de Dios».
[33] Véase el Prólogo de
J. Fernández Oviedo al Tao Te Ching,
Offsetgrama, Buenos Aires, s. a., p. 8.
[34] El Mensaje Reencontrado VII, 63’.
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