Publicado en la Rivista
di Studi Tradizionali, nº 53, Turín, julio-diciembre de 1980.
SIGNIFICADO DE “VÍA SUSTITUTIVA”
La expresión “vía sustitutiva” ha tenido cierto éxito
estos últimos años entre quienes se ocupan de la iniciación masónica, tras
haber sido empleada para titular un libro que se ha hecho bastante conocido, La
Voie substituée [1]. En él se explicaba cómo, particularmente en Francia y
en otros países continentales europeos, gran parte de los Masones había perdido
la concepción de la vía iniciática masónica, que para ellos había sido
prácticamente sustituida por la vía de la política, con todas las consecuentes
injerencias y condicionamientos profanos, y con todas las vicisitudes
relacionadas con las tentativas de afirmación de un poder exterior [2]. Esta
tesis, expuesta y documentada en el libro La Voie substituée, sin duda
está justificada. Por otra parte, el argumento de la “sustitución” de la vía
iniciática masónica por tendencias e ideologías extrañas es susceptible de
aplicaciones que, a decir verdad, son al menos bastante extensas, y que
presentan aspectos de verdadera actualidad.
Para aclarar mejor este asunto, es quizá oportuno
presentar una premisa acerca de los diversos significados que pueden ser
atribuidos a la “sustitución” de los contenidos tradicionales e iniciáticos.
Cuando determinados contenidos (expresiones
doctrinales, métodos, ritos) se han hecho, al menos en un determinado ambiente,
inaccesibles o impracticables, una “sustitución” puede ser realizada por
aquellos que en realidad todavía tengan o hayan tenido acceso a ellos, y los
conozcan tan profundamente como para ser capaces de manifestarlos en una nueva
forma que traduzca, de un modo más o menos completo, la misma esencia. Se trata
entonces de una adaptación legítima [3], de la cual algunos podrán sacar
provecho según sus cualificaciones.
Un caso muy distinto es aquel en el cual el vacío
dejado por los contenidos tradicionales perdidos, o simplemente ignorados por
incomprendidos, sea ocupado por algo que no deja de ser el fruto de tendencias
individuales, sean singulares o colectivas [4]. Naturalmente, en este caso, la
creencia de haber llenado el vacío dejado por la ignorancia es puramente
ilusoria, y no podrá sino conducir a resultados que; en definitiva, se revelan
como igualmente ilusorios.
A propósito de ello, recordemos, por ejemplo, lo que
recientemente se ha escrito en esta revista [5] acerca de la ilusión de poder
sustituir la ciencia masónica por la ciencia profana, en el ámbito de la
iniciación de los constructores. Profundizando en este tema, digno sin duda de
la mayor atención, es posible vislumbrar un aspecto fundamental de la ilusión
individual humana, consistente en sustituir la finalidad de la realización
espiritual (que es identificación cognoscitiva con el centro ordenador de la
individualidad y, desde ahí, con el Principio supra-individual y supra-humano)
por un desarrollo progresivo de las posibilidades individuales, aptas para producir
en realidad una dispersión progresiva hacia lo indefinido, hasta llegar a un
punto de ruptura y a una catástrofe inevitable en tales condiciones, sea para
el individuo, sea para la colectividad humana.
CISMA “ESPECULATIVO” Y VÍA SUSTITUTIVA
Partiendo de estas reflexiones de carácter general,
puede observarse que, en el ámbito masónico, el peligro de “sustituciones”
indebidas se había manifestado clamorosamente, en realidad, ya desde la
constitución de la Masonería especulativa de los “Moderns” o “moderna”,
realizada en Londres en 1717 por los miembros de cuatro Logias, con la
oposición de la Masonería operativa. La falta de conocimiento y el
comportamiento fraudulento de los fundadores de la Masonería de los “Moderns”
parece históricamente demostrado [6]. Igualmente probada es una influencia
rectificadora ejercida después por la Masonería “antigua”, y fundamental es la
válida conservación de los símbolos y los ritos iniciáticos; es sin embargo
extraño que muchos continúen refiriéndose al cisma especulativo de 1717 como si
se tratara de la fuente misma de la regularidad y de la autenticidad de la
iniciación masónica...
Puede ocurrir que similares tomas de posición estén
tal vez condicionadas por presuntas exigencias de reconocimiento
administrativo. Pero también puede haber motivos más sustanciales, ligados a
una participación sincera en el modo en el que los promotores de la Masonería
“moderna” han expresado ciertas orientaciones y ciertos ideales, que
encontraron después más amplios desarrollos en el mundo profano. Sin necesidad
de insistir particularmente en este punto, debemos observar sin embargo que
determinados criterios de referencia de aspecto irreprochable, como el de la
moralidad o el de la libertad frente a ciertas formas de coacción [7], no son
de hecho suficientes para constituir válidamente una ciencia iniciática, y, es
más, a falta de un conocimiento de orden más profundo, aún con las mejores
intenciones, se corre el riesgo de ser prácticamente “instrumentalizados” en
función de “vías sustitutivas”, en el sentido antes indicado de desarrollos
profanos y de dispersiones sobre el plano individual y colectivo, sin salida
posible.
Se ha podido afirmar que, en el mundo contemporáneo,
la Masonería “ha vencido”, en el sentido de que los valores afirmados por ella
han sido generalmente aceptados como valores por la civilización moderna en su
conjunto. Pero, ahora más que nunca, paradójicamente, la civilización que
debería ser el campo de la afirmación de esta “victoria” de una sabiduría
iniciática es por el contrario una civilización totalmente anormal por su
profanidad, una civilización que, como justamente se observa en la nueva
revista masónica Hiram, es “cada vez más sorda a cualquier llamada
espiritual”, la civilización de una “humanidad desorientada y deshumanizada” [8].
¿No nos hallamos frente a una inquietante contradicción? En efecto, esta
contradicción podría Inducir a reflexionar y a considerar si no encuentra su
explicación en el hecho de que el conocimiento y la ciencia sagrada (como es,
por su naturaleza, la ciencia iniciática de los constructores) han sido en
realidad olvidados y sustituidos por nociones e ideales meramente “laicos”, es
decir, profanos: y ello quizá confiando en haber encontrado un adecuado
principio unitario mediante el “mínimo común denominador” de una presunta ética
natural, la cual se ha revelado no obstante tan genérica como susceptible de
ser después de hecho orientada según la dialéctica de las corrientes profanas y
profanizadoras sucesivamente predominantes.
REFLEXIONES CRÍTICAS Y EVOLUCIONISMO “PSICOANALÍTICO”
Debemos añadir que varias publicaciones masónicas se
han fijado últimamente en el tema de las desviaciones y las deficiencias de
fondo del mundo actual, con el intento de profundizar su causa y de encontrar
en el patrimonio masónico la base de una toma de posición adecuada a la
realidad. Desde algunas partes se ha insistido en un retomo a la razón, a una
“razón” por lo demás demasiado a menudo sustancialmente identificada con la
razonabilidad de un determinado tipo de vida ordinaria que ofrecía así una
impresión de solidez y segundad, pero que, a falta de principios de orden
superior, no podía sino desmoronarse, como de hecho está ocurriendo de forma
alarmante. Otros, por el contrario, han señalado claramente la insuficiencia y
la falsedad del racionalismo y del positivismo; “en nuestra civilización
industrializada”, se ha dicho, “asistimos al debilitamiento del interés por los
ritos y los símbolos... Este debilitamiento... es el resultado póstumo del
positivismo científico y de la tecnocracia, del pensamiento demencial que la
razón humana ha hecho posible” [9].
Vislumbrando conjuntamente los peligros de las
tendencias racionalista e irracionalista, se ha hablado también de una
“oscilación entre una racionalidad inviable y una irracionalidad devastadora,
entre la coerción y la disgregación, con el nesgo de precipitarse
irreparablemente hacia uno de los dos polos” [10] Estas consideraciones son
bastante pertinentes: puede observarse que los dos términos de que se trata
corresponden a las dos tendencias fundamentales, hacia la “solidificación” y
hacia la “disolución”, a través de las cuales procede todo el desarrollo del
mundo moderno [11]. Y la superación de tales antítesis progresivamente
destructivas es posible, sin embargo, con la referencia a los principios
metafísicos que no pueden estar implicados en ellas: se trata de la referencia
a la esfera intelectual y espiritual, y a la doctrina tradicional, que no es
sino su expresión (la cual incluye también, a título de aplicación particular,
la explicación de la fase que está atravesando la humanidad). Precisamente, con
vistas a la superación de la peligrosa antítesis mencionada, se ha afirmado la
exigencia de alcanzar el Símbolo, y ello está sin duda justificado si se
entiende como una utilización del patrimonio simbólico tradicional en tanto que
soporte para la participación en un conocimiento suprarracional. Esto, sin
embargo, no es fácil en las condiciones actuales, y, desgraciadamente, es mucho
más cómodo asumir el símbolo, por el contrario, para el desarrollo de una
imaginación infrarracional y para la afirmación de tendencias psíquicas
provenientes de abajo que, en cierto modo, esperaban solamente la ocasión
propicia para invadir el campo de la conciencia.
He aquí, por lo tanto, que la referencia al
simbolismo, cuando disimula un equívoco semejante, es susceptible de provocar
consecuencias peligrosas nada despreciables. Así, por ejemplo, al hablar del
Símbolo como del vehículo que expresa una “parte de nosotros todavía no consciente”,
se ha teorizado una “dialéctica entre la exigencia metahistórica y emergente
del inconsciente y el dominio accesible de la conciencia”, llegando al programa
de “eliminar los residuos de los siglos XVIII y XIX que todavía oprimen nuestra
sociedad, desenmascarar un logos mistificador, haciendo surgir el alma,
permitendo vivir el eros... tarea fascinante para el hombre de hoy” [12].
De este modo, rechazando los límites de cierta
mentalidad predominante en Occidente en un pasado reciente, se denuncia un
“logos mistificador”, pero no para volver a encontrar el logos auténtico y un
“intelecto sano”, sino con el riesgo de arrojarse a un nuevo y más inquietante
evolucionismo, que se hunde en los contenidos “emergentes de la inconsciencia”.
Y, cuando la referencia al símbolo y al patrimonio tradicional obtiene así su
aplicación en el reflejo de lo que empíricamente puede encontrarse más allá de
las fronteras del “subconsciente”, bien puede decirse que ya no se está en
condiciones de vislumbrar ninguna diferencia cualitativa esencial entre las
sugestiones, las experiencias sufridas por los locos, el arte, la mitología y
las vías iniciáticas... En efecto, en una perspectiva semejante, no es extraño
que se haya hablado no sólo del arte, que crea “nuevos campos de conciencia”,
sino también de las “relaciones entre arte y esquizofrenia”, y de la
“fundamental aportación del pensamiento mitológico, astrológico, cabalístico y
alquímico en la formación del pensamiento psicoanalítico, el gran
acontecimiento del siglo XX” [13].
El ejemplo ofrecido por esta última cita hace pensar
de forma muy explícita en la “sustitución” del empleo iniciático de los
símbolos por su interpretación psicoanalítica, y ciertamente no faltan muestras
de esta tendencia “sustitutiva” que precisamente se apoyan en la teoría
psicoanalítica y en nociones tales como la de la “libido”, con el intento de
explicar el patrimonio tradicional y en consecuencia también el concepto del
Gran Arquitecto del Universo, identificado con el alma de la Naturaleza y con
el Dios “de la evolución” [14].
A decir verdad, la realidad metafísica y espiritual
está por su naturaleza vedada al psicoanálisis, y a propósito de esto puede
recordarse por ejemplo que incluso un notable estudioso de los argumentos
psicoanalíticos se sintió en el deber de advertir, en la Rivista Massonica, contra el “grave error” de las afinidades de
“ciertos esoteristas” con el pensamiento de Jung, y contra la confusión entre
la idea del simbolismo en la iniciación masónica y el significado nada menos que
invertido atribuido al simbolismo en el psicóanálisis [15].
En conclusión, para aquellos que no se limitan ya a la
más bien vieja, ingenua y superficialmente sólida “vía sustitutiva”
representada por el evolucionismo racionalista, existe el peligro de una “vía
sustitutiva” más moderna, sutil y disolvente, fundada en la receptividad a los
contenidos psíquicos, frente a los cuales se encontrará igualmente indefenso
por persistir, aunque sea en una forma nueva, en la ilusión evolucionista.
NOCIONES TRADICIONALES Y PSEUDO-ESOTERISMO
Sin duda también hay muchos Masones que no comparten
de hecho esta ilusión, y, por ejemplo, en una reciente publicación masónica, en
contraste con una difusa creencia, se reafirmaba la doctrina tradicional
referente al descenso cíclico de la humanidad, precisando:
“Este concepto, expresado en todos los textos sagrados
tradicionales [16], sea entre los pueblos occidentales u orientales, de una
regresión sobrevenida a la humanidad con el paso del tiempo, y por consiguiente
del paso de un estado de perfección a otro, digámoslo así, degenerado,
contrasta con la opinión común, dominante en la cultura profana... de un
proceso exactamente opuesto en la vida de la humanidad. La razón de esta
inversión debe imputarse al hecho de que hoy el punto de vista imperante es
exclusivamente “material”... Y, en este ámbito, en efecto, ha habido, y todavía
hay, un excepcional desarrollo tecnológico... Y, a causa de esta óptica
puramente “material”.., se infiere la teoría de la evolución del hombre, desde un
estado primordial salvaje a otro siempre más elevado, invirtiendo así las
enseñanzas sapienciales tradicionales” [17].
Teniendo presentes estas enseñanzas tradicionales,
pueden efectivamente prevenirse muchos errores y confusiones. Por otra parte,
la misma utilización de enseñanzas presentadas como tradicionales es bastante
delicada, y puede también dar lugar a riesgos sorprendentes, relacionados bien
con la inexistencia de las premisas teóricas, bien con las incongruencias más o
menos evidentes de las aplicaciones.
Hay enunciados teóricos que pueden parecer
satisfactorios siendo no obstante expresados con imprecisiones del lenguaje sin
importancia [18], los cuales traducen a su vez deformaciones o limitaciones
relevantes, demostrando a veces incluso que, a pesar del uso de ciertas
palabras, falta una verdadera referencia a todo aquello que es de orden
espiritual y metafísico, y que sólo podría realmente orientar una vía
iniciática.
En cuanto a las aplicaciones de las enseñanzas
tradicionales, debe observarse ante todo que pueden ser extremadamente variadas
y situarse en niveles muy diferentes: la consideración de esto debería por lo
tanto implicar la mayor amplitud de miras, muy lejos de cualquier exclusivismo;
con la condición, no obstante, de que se respete la correspondencia con los
principios que deben ser aplicados, evitando, particularmente, servir de apoyo
a falsificaciones pseudo-esotéricas y a residuos de origen tradicional sacados
de su contexto o degenerados [19].
Siempre a título de ejemplo, podría recordarse el caso
de una teoría que fue presentada como una aplicación de la citada doctrina
referente al descenso cíclico de la humanidad. Según esta teoría, la vía de la
iniciación efectiva se relacionaría ante todo con la re-ascensión del ciclo
humano (y sin duda hay aquí una correspondencia válida, al menos hasta cierto
punto) [20], para ser luego sin más identificada, por analogía, con la
ascensión por el ciclo anual de las cuatro estaciones (tomada en el orden
invierno-otoño-verano-primavera), y con la experiencia sucesiva de las
cualidades inherentes a los doce signos zodiacales correspondientes,
siguiéndolos hacia atrás, desde Piscis a Aries. A propósito de esto, es obvio
que son posibles muchas objeciones. La sucesión de los signos del zodíaco es
una serie circular que circunda al cosmos y que también enmarca a la Logia
masónica; si se quiere aplicar su simbolismo a la realización iniciática, no se
trata ciertamente de dispersarse en un recorrido periférico, sino, por el
contrario, de pasar de la separación a la síntesis, de la circunferencia al
centro, del zodíaco a la estrella polar, cuyo símbolo poseía en efecto tanta
importancia en la Masonería operativa.
En el mismo orden de equívocos y de contradicciones,
es significativo que haya podido ser enunciada la noción del Éter (la
Quintaesencia en la que se originan los otros cuatro elementos), para luego
exaltar inmediatamente el supuesto término de la realización iniciática que
estaría representada por el signo de Aries y por el elemento Fuego a él inherente
(el Fuego de Aries sería la “intuición intelectual”, la “luz del espíritu” y
“la máxima expresión de la esencialidad, de la pura esencia principial informadora”) [21].
Para dar una idea menos incompleta de esta teoría, se
necesitaría aludir al método sugerido para provocar los “estados de conciencia”
correspondientes a los distintos signos zodiacales y a cada uno de los cuatro
elementos que los caracterizan: por “estado de conciencia” se entiende “el
hacer converger la atención de la conciencia sobre los valores de un Elemento
para luego, con la imaginación, hacer afluir la correspondiente energía en el
ámbito, o en los ámbitos, interiores (esfera sensorial-instintiva, esfera
sentimental-emocional, esfera mental-racional)... de manera de quedar
impregnado por estas particulares vibraciones”.
El ejemplo citado puede ayudar a ver bastante
claramente cómo, incluso allí donde debería afirmarse el rigor “científico” de
las ciencias tradicionales, pueden intervenir fuerzas imaginativas capaces de
producir autosugestiones que, a decir verdad, son precisamente lo contrario de
la actitud necesaria para realizar una técnica iniciática [22]. Es preciso
añadir que, realizando tales métodos en grupo, la autosugestión de los
individuos puede ampliarse para alimentar un psiquismo colectivo (al que los
ocultistas han dado el extravagante nombre de “egrégore”), susceptible
de servir de instrumento a aquel o a “aquello” que esté en grado de utilizarlo
para sus propios fines.
Todavía a propósito del ejemplo en cuestión, debe constatarse
la sorprendente opinión según la cual la “operatividad masónica” tradicional
consistiría precisamente en el método antes mencionado: y ésta es
verdaderamente una prueba más de la potencia de la imaginación, desde el
momento en que la Masonería operativa no es tan completamente ignorada, y no es
difícil comprobar que sus métodos, sin duda, eran (o son aún) muy distintos a
la susodicha fantástica cabalgada astrológica [23].
De cualquier modo, aparte del típico caso antes
considerado, podrían sin duda citarse otros análogos de variada naturaleza, y
debe tenerse en cuenta que, además de la “vía sustitutiva” de la política, del
evolucionismo racionalista y de un más reciente evolucionismo psicoanalítico,
está además la “vía sustitutiva” que, apoyándose a veces en nociones
tradicionales, dan lugar a distintas formas de pseudo-esoterismo.
EXIGENCIA Y DIFICULTAD DE LA CLARIFICACIÓN
Este peligro del pseudo-esoterismo, demasiado
frecuentemente desatendido o subestimado, ha sido por lo demás también
recordado y examinado en publicaciones masónicas recientes. Se ha hablado, por
ejemplo, de “reflexiones un poco amargas sobre el estado de los trabajos
iniciáticos en la sociedad actual”, y de un “boom de lo oculto”, que
“comenzó en Italia hace una decena de años siguiendo el ejemplo de análogas
iniciativas parisinas, londinenses y neoyorquinas.., que acabaron con la venta
de patentes iniciáticas y con embrollos más o menos sofisticados”. Sabiamente,
se ha afirmado también que no debe generalizarse: “Hay, obviamente, personas e
instituciones válidas, y las que no lo son no perjudican de hecho el fundamento
de la Ciencia Esotérica tradicional sobre la que se apoyan”. Y, tras una
alusión un poco enigmática a las “poquísimas instituciones válidas existentes
en Occidente” fuera de la Masonería, se indica la exigencia de un “revolucionario
período informativo, formativo y analítico-sintético sobre la elección de
los mejores de entre los resultados prefijados y los medios implicados. Si,
cada vez que tenemos conocimiento de ciertos hechos, nos preguntamos quién,
qué, cómo, dónde, cuándo, por qué y, sobre todo, a quién beneficia, habremos
hecho una obra de claridad informativa” [24].
Ciertamente, puede compartirse la consideración de la
exigencia de una obra de claridad informativa. Por otra parte, es curioso
comprobar que quien ha expresado tal exigencia había escrito una especie de
reseña desmañada de la Rivista di Studi
Tradizionali, sin explicar mínimamente su contenido específico, y
presentándola como si fuera una publicación antimasónica, que habría alcanzado
“la perfección, o casi” en un “campo de inexactitud y maledicencia” [25]. Este
pequeño aunque sintomático ejemplo es digno de notarse en tanto que hace
entender cómo sobre su afirmada exigencia de claridad puede prevalecer la
preocupación de defender ciertos prejuicios y determinadas orientaciones, hasta
el punto de intentar arrojar el descrédito contra todo aquello que pueda
perturbarles [26].
De todos modos, es preciso reconocer que la claridad,
también sobre el plano informativo, no es nada fácil de encontrar; tanto más
cuanto que, en el terreno de la expresión de las ideas, debe necesariamente
presuponer la capacidad de comprender el contenido de aquello que se expresa y
de discernir lo verdadero de lo falso. A propósito de ello, debemos notar que
una de las razones de nuestra frecuente referencia a la obra de René Guénon
consiste, no ciertamente en una complacencia en una fe ciega (como algunos han
querido creer), sino en la comprobación de que precisamente puede ayudar en la
ardua vía de la comprensión y del discernimiento: y ello sobre todo por la
exposición de enseñanzas tradicionales que permiten la apertura de un horizonte
intelectual propiamente ilimitado, respecto al cual todas las ilusiones y las
“vías sustitutivas” individuales aparecen con las dimensiones de un juego de
niños; pero también por las aclaraciones específicas y explícitas respecto a
las corrientes antitradicionales en acción, aclaraciones que a veces adquieren
una sorprendente actualidad [27].
En todo caso, para quien pretenda referirse a la
iniciación masónica, debería ser evidente la oportunidad de reflexionar sobre
los riesgos de quedar aprisionado en cualquier ilegítima “vía sustitutiva”.
Para evitar los equívocos, debemos precisar que no pretendíamos lo más mínimo
intervenir para impugnar a unos u otros los tipos de intereses y las diversas
experiencias en las que quieran mezclarse o aventurarse. Nuestra intención a
este respecto es simplemente la de ayudar a hacer que cada cosa sea puesta en
su lugar y tomada por lo que es, sobre todo sin falsificadas “sustituciones” de
aquello que es de orden tradicional e iniciático.
POST SCRIPTUM. Siempre con el tema de la actualidad, y en referencia a lo arriba
indicado, después de haber escrito el presente artículo hemos sido informados
de una comunicación digna de señalar del mencionado Robert Ambelain, publicada
en una revista masónica francesa. En dicho comunicado, fechado el 1 de
septiembre de 1980, se afirma textualmente:
“Yo considero a Guénon como un individuo despreciable,
que ha traicionado sucesivamente todo aquello a lo cual se ha adherido” (“Je
considére Guénon comme un individu méprisable, qui a trahi succesivement tout
ce á quoi a adhéré”). A decir verdad, no debe asombrar demasiado un juicio
tal, teniendo en cuenta que proviene de un personaje que ya se había
distinguido por sus escritos rebosantes de infamantes acusaciones contra
Jesucristo (cf. el n°45 de esta revista, págs. 109 y sigs., y el nº 51, pág.
161). Sólo nos queda esperar que se advierta qué tipo de corrientes se hallan
en el origen de semejantes campañas denigratorias.
Notas:
[1] Jean Baylot, La Voie substituée, cuya edición original fue
publicada en Lieja en 1968.
[2] Como ejemplo de sustitución debida a una necesidad de adaptación, se
podrían citar los cambios sufridos en varias formas tradicionales respecto al
empleo de la bebida sagrada, o las sustituciones referentes a los nombres
divinos en la tradición hebrea, o las sustituciones de la “palabra sagrada” en
la tradición masónica, o también las adaptaciones de contenidos rituales
derivados de la Masonería operativa, dispuestas de tal modo que pudieran
incorporarse a una iniciación masónica que ya no implicaba la práctica del
oficio. Sobre este importante asunto, remitimos al artículo de Guénon, “Palabra
Perdida y Palabras Sustitutivas”.
[3] Como ejemplo de sustitución debida a una necesidad de adaptación, se
podrían citar los cambios sufridos en varias formas tradicionales respecto al
empleo de la bebida sagrada, o las sustituciones referentes a los nombres
divinos en la tradición hebrea, o las sustituciones de la “palabra sagrada” en
la tradición masónica, o también las adaptaciones de contenidos rituales
derivados de la Masonería operativa, dispuestas de tal modo que pudieran
incorporarse a una iniciación masónica que ya no implicaba la práctica del
oficio. Sobre este importante asunto, remitimos al artículo de Guénon, “Palabra
Perdida y Palabras Sustitutivas”.
[4] Observemos de paso que, para evitar graves confusiones, debe tenerse
presente que tanto lo singular como lo colectivo (que no es sino un agregado)
pertenecen igualmente al mismo nivel de realidad y de ilusión individual.
Sucede a veces que se cree superar el plano individual refiriéndose a
contenidos propios de la colectividad, y que tales contenidos son calificados
impropiamente como “universales”: se trata de un abuso del lenguaje bastante
significativo, pues traduce un desconocimiento que lo que verdaderamente es de
orden universal, al cual sería indispensable remontarse para superar la ilusión
de la individualidad.
[5] Cf. Pietro Nutrizio, “La ciencia masónica y las
ciencias profanas”, en el n°52 de esta revista.
[6] Entre otros indicios significativos relacionados con los orígenes de los
“Moderns”, recordemos el hecho de que no poseían todos los grados de la
Masonería operativa (hasta tal punto que el grado de Maestro fue incorporado
solamente en un segundo tiempo en la Masonería moderna), y demostraron así una
gran ignorancia sobre el origen de la herencia iniciática masónica. Pero
todavía más significativo, y por cierto no tan sólo ligado a la iniciativa de
un único personaje, es el engaño con el que Anderson (uno de los fundadores de
la moderna “Gran Logia de Inglaterra”) presentó falsamente las “nuevas
constituciones” como conforme a documentos extraídos de los antiguos rituales,
a los que intentó destruir para evitar su desenmascaramiento. Después de estos
hechos, algunas Logias operativas llegaron a excluir la admisión de cualquier
miembro que llevase el nombre de Anderson, que fue descrito por Waite como
“especialmente capaz de corromper todo lo que tocaba”. Según el juicio de René
Guénon, “los primeros responsables de esta desviación, al parecer, fueron los
pastores protestantes Anderson y Desaguliers, que... hicieron desaparecer todos
los antiguos documentos sobre los que pudieron echar mano, para que nadie
pudiera darse cuenta de las innovaciones que introdujeron... No obstante,
dejaron subsistir el simbolismo, sin sospechar que éste, para cualquiera que lo
comprendiera, testimoniaba contra ellos tan elocuentemente como los textos
escritos, a los que por lo demás no habían llegado a destruir por completo”
(cf. Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage (Estudios
sobre la Masonería, Lobher, S. Joan
Vilatorrada) II: “A propósito de los signos corporativos”, págs.
72-73; cf., además, en la misma obra, las observaciones de las páginas 219,
252-253, 260, 264 y 283 del primer volumen, y 123-124 del segundo volumen).
[7] La llamada a la libertad expresa sin duda una exigencia fundamental,
referente a la actuación de las posibilidades intrínsecas de cada ser, y
ligada, en definitiva, a la propia desvinculación de las condiciones
limitativas de la existencia, lo que se corresponde con la realización
iniciática. Pero, como ya ha sido observado por ciertas autoridades masónicas,
ocurre que la libertad es de hecho solamente referida a la superación de
ciertas formas de coacción, relevantes en la práctica, pero relativamente
exteriores, y que no van más allá de cuanto puede aparecer desde un punto de
vista puramente individualista y profano.
[8] Cf. Hiram, 1980, n°2, págs. 37 y 38.
[9] Estas afirmaciones están sacadas de la comunicación de Herbert Kessler a
la XII Conferencia Internacional del Supremo Consejo del Rito Escocés Antiguo y
Aceptado, celebrada en París en 1980.
[10] Hiram, 1980, n° 1, p.
7.
[11] La concepción de estas dos tendencias contrapuestas que se siguen o,
según un cierto aspecto, son interdependientes y complementarias, presenta sin
duda un notable valor explicativo de las premisas, de las fases de desarrollo y
de las características del mundo moderno, bien sea con respecto a la humanidad,
bien con respecto a todo lo que se refiere al propio ambiente natural. Sobre
este importante asunto, remitimos a la obra de René Guénon, Le Règne de la
Quantité et les Signes des Temps [El Reino de la
Cantidad y los Signos de los tiempos, Paidós,
Barcelona, 1997] (en particular, cap. XVII,
“Solidificación del mundo”, y los capítulos posteriores). Por lo demás, el
mismo argumento ha sido empleado por otros autores en esta misma revista (cf.,
en el n° 30, el artículo de Giovanni Ponte, “Cambiar de mentalidad”, en
las págs. 3-4).
[12] Hiram, 1980, n°1, p. 7, y n°3, págs.
69 y 71.
[13] Ibidem, págs. 70-71. Muy expresiva de la tendencia de la que hablamos es la
afirmación según la cual “la insensatez.., es la madre de la sabiduría”. Esta
convicción de que la sabiduría deriva de la insensatez pone en evidencia el
hecho de que ciertas entusiastas “aperturas” implican el riesgo de un verdadero
desastre; a propósito de ello, y para evitar falsas asimilaciones, es bueno observar
que, sobre la ambigua base de un empirismo psíquico para el que “el
inconsciente aparece como una visión mental”, la “insensatez” de que se trata
no debe en absoluto ser confundida con la sólo aparente “locura” de un
conocimiento superior, ni con la sólo aparente falta de significado de esa
“piedra inutilizable” que en realidad constituye la “clave de bóveda” de todo
el edificio.
[14] Nos referimos a un escrito en el que el argumento del “conocimiento
religioso del Masón” ha sido explicado “a la luz del psicoanálisis”, y que
ofrece entre otras las siguientes afirmaciones: “En primer lugar está la líbido
narcisista... que coincide con el amor a la vida, que es la vida misma... Luego
este amor, origen o al menos primera manifestación subjetiva de la vida, aunque
sea en un principio egocéntrico o dirigido a la sola persona de la madre, es
capaz de afluir hacia los otros, hacia el sexo contrario, hacia el propio
grupo, y más tarde hacia otros grupos, y, finalmente, en los poetas y los
místicos, hacia el mundo entero... Aparece entonces una realidad humana
fundamental, alejada de tantas desviaciones actuales... También la verdad de la
Biblia y del Evangelio ha necesitado de un largo camino para decantarse y
depurarse... Debemos entender tales verdades en un sentido simbólico. .. Hasta
el augusto concepto de Dios y del Gran Arquitecto... es el Dios de la vida y de
la evolución... En suma, según el psicoanálisis... existe una dimensión
religiosa en la psique humana; y tal dimensión, considerada de un modo abierto
y prescindiendo de revelaciones y de dogmas, quizá sea la dimensión fundamental
del mundo humano”; en otros términos, esta conciencia “abierta” consiste en
permanecer prisioneros en una dimensión puramente psíquica, pretendiendo
reducir a ella todas las indicaciones tradicionales que se refieren a una
realidad superior, “supra-psíquica” y “supra-cósmica”.
[15] Nos referimos a un artículo de Emilio Servadio publicado en el número de
julio de 1970 en la Rivista Massonica, en el cual el autor afirmaba lo
siguiente: “Es a mi entender un grave error de ciertos esoteristas el creer que
el pensamiento de Jung, en general, esté “más próximo” a los niveles de la
especulación tradicional y del pensamiento metafísico que la doctrina
psicoanalítica freudiana. Todo verdadero esoterista sabe muy bien que psique,
alma y espíritu no son de hecho términos intercambiables”. Además, tras haber
tomado la definición del psicoanalista Ernest Jones como base de referencia
para entender el significado del simbolismo en el psicoanálisis, Servadio
observa en el mismo artículo: “Si repensamos el simbolismo entendido en el
sentido, por así decir, reductor y restrictivo según la definición de Ernest
Jones, vemos que el símbolo, en tal acepción, es la representación última,
sintética y consciente de algo más primitivo, extraño, rudimentario y
subyacente. Gráficamente, podríamos representar un símbolo como un objeto
superficial, cuyas raíces invisibles se hallan abajo, y son accesibles tan sólo
después de un trabajo de excavación, es decir, de la exploración psicológica y
analítica. El símbolo, en sentido iniciático y masónico, puede por el contrario
figurarse de un modo análogo e invertido, o sea, como un objeto presente sobre
la tierra, al que, dentro de ciertos límites, podemos acercarnos y entender
sobre el terreno, pero cuyo manantial está en lo alto, de modo que, para
alcanzarlo, es necesario cumplir un movimiento interior de un tipo particular,
una “salida”, como por otra parte está indicado en más de un paso de nuestros
rituales”.
[16]
Hiram,
1980,
n° 1, p. 7.
[17] Hiram. 1980, n°4, pág.
110.
[18] Por ejemplo, la afirmación según la cual el Conocimiento
divino espera en la “esfera de la Esencia principial cósmica” puede
traducir una contradicción antimetafísica, ya que es “principial” precisamente aquello que está más allá de lo “cósmico”.
Por tomar otro ejemplo, la afirmación según la cual la “recuperación” del
“estado primordial” humano sería el fin último de la realización iniciática
implica una limitación que puede ser susceptible de favorecer graves equívocos
y errores de aplicación: en efecto, a pesar de la inmensidad de las
implicaciones del “estado primordial” y de la extrema dificultad para
alcanzarlo, corresponde sin embargo al término de una primera gran fase de la
realización iniciática, sin que por ello se salga del plano humano; en el caso
de que sobre la base de dicha limitación teórica se pretenda entender la
iniciación fuera de una conexión de dependencia con respecto a la realización
suprahumana y de aquello que verdaderamente es de orden principial, se abrirá el campo a desviaciones en un sentido
puramente “naturalista”, con lo cual en realidad el mismo acercamiento al
“estado primordial” será imposible.
[19] A decir verdad, existe frecuentemente una estrecha relación entre el
pseudo-esoterismo y ciertos contenidos residuales de origen tradicional, no
sólo derivados de formas tradicionales extinguidas (como por ejemplo la egipcia
o la clásica griega y romana), sino también de formas tradicionales todavía
vivas y utilizadas prescindiendo de las condiciones (o infringiéndolas
voluntariamente) que pueden legitimarla como soporte de las correspondientes
influencias espirituales. A título de ejemplo, podría citarse el uso de
fórmulas canónicas eclesiásticas con pretextos mágicos o “teúrgicos”; pero
consecuencias tal vez más graves, en el sentido de poder servir de sostén a
influencias contra-iniciáticas, son posibles cuando interviene la utilización
de una lengua sagrada, como por ejemplo el hebreo, en pretendidos ritos
celebrados y sugeridos fuera de cualquier regularidad y adhesión a las respectivas
normas tradicionales.
[20]
Es decir, hasta la realización del estado
primordial humano.
[21]
Hiram,
1980,
n°4, p. 112.
[22]
A propósito de ello, puede recordarse la máxima
iniciática según la cual “es preciso que el hombre domine los estados
espirituales, y no que los estados espirituales dominen al hombre”.
Naturalmente, si esto es verdad para los estados espirituales que se refieren a
realidades de orden elevado en el camino de una auténtica iniciación efectiva,
también debe serlo con respecto a los contenidos psíquicos que se desarrollan
en la imaginación de quien quiera dar los primeros pasos en la vía iniciática.
Sobre este importante argumento, remitimos al capítulo XXXV: “Iniciación y
‘pasividad’”, de Aperçus sur l´Initiation (Apercepciones
sobre la Iniciación, Ígnitus, Madrid, 2006), en el que René Guénon habla entre otras cosas de
“ciertos entrenamientos psíquicos” que comúnmente tienen el efecto de “tornar
al ser eminentemente sugestionable, como se demuestra con la constante
conformidad de sus visiones a las teorías especiales de la escuela a la que
pertenece”.
[23]
Los lectores que nos han seguido en el pasado
recordarán que ya en otra circunstancia tuvimos ocasión de hablar de teorías
similares y de algunas comprobaciones que pueden hacerse en relación con ellas.
Para quien esté interesado en tales asuntos, remitimos a lo indicado en los
artículos “Martinismo, Elegidos Cohen
y grandísimo error”, en el n°45 de esta revista (págs. 101-102), y “Materias ‘vitandae’”, en el n°47 (págs.
110-111).
[24]
Hiram,
1980,
n°4, p. 119.
[25] Es oportuno citar aquí más ampliamente para nuestros lectores el texto
al que nos referimos: “...quien ha alcanzado la perfección, o casi, en este
campo de inexactitud y maledicencia, es la Rivista di Studi Tradizionali que,
en el número 51 de julio-diciembre de 1979, habla de todo y de todos en sólo 83
páginas, pero especialmente de la Masonería italiana y francesa y de sus
singulares exponentes. Y todo en nombre de una fe declarada como “ortodoxa”,
pero a la que sería mejor llamar ciega, en la obra de René Guénon... Igual de
fastidioso que un mosquito es verla ocuparse de los escritos de un Masón [?],
del proceder de una Logia determinada [?J, de un artículo [?] publicado en la Rivista
Massonica. Siempre a despropósito y con la arrogancia petulante típica de
quien hace suyo el refrán “quiero pero no puedo”. Pero, ¿por qué la toman tanto
con nuestra Institución?” (Ibidem, n°
2, p. 60). No pensamos que sea el caso de detenerse mucho en estas tentativas
de hacer creer a los lectores Masones que los presuntos “ataques” contenidos en
la Rivista di Studi Tradizionali sean impulsados contra la Masonería:
para nosotros esto es insensato con respecto a la institución masónica,
exactamente como lo sería con respecto a cualquier otra institución
tradicional, sin que por ello deba entrarse mínimamente en el juego con uno u
otro vínculo particular o personal. Nuestras observaciones críticas son
exactamente de la misma naturaleza que cuando se trata, no ciertamente de
“atacar” a una institución tradicional, sino más bien de defenderla, en lo
posible, de la amenaza de interferencias antitradicionales, aunque se disfracen
así de cualquier mistificación o ilusión. Observemos además que muy bien
sabemos que las corrientes en juego van mucho más allá de los individuos de lo
que parece. Y, si alguien ha creído poder descender al terreno de la polémica
individual, debemos precisar que ni mínimamente caeremos en ello, puesto que de
hecho no nos interesa, y ello puede ser no obstante un modo de desviarnos de
aquello que verdaderamente cuenta.
[26] Añadamos que, oportunamente, la dirección de Hiram ha dispuesto
la publicación de una carta de “precisiones”, cuyo texto se reproduce en otra
parte del presente número.
[27] Entre las muchas referencias que podrían citarse a este respecto,
recordemos toda la última parte del libro Le
Règne de la Quantité et les Signes des Temps (El Reino de la
Cantidad y los Signos de los Tiempos, Paidós, Barcelona),
artículos como “Tradición e Inconsciente”
(publicado en el n° 26 de esta revista) (Symboles de la Science Sacrée (Símbolos
de la Ciencia Sagrada, Paidós, Barcelona), cap. VI, y la amplia suma
de indicaciones que puede encontrarse en sus reseñas y en su correspondencia. A
título de ejemplo, podrían citarse las observaciones contenidas en una reseña
concerniente a Robert Ambelain (con una significativa alusión a “Fulcanelli”),
a propósito de las huellas de una iniciación desviada (“dévoyée’) de fines del
Renacimiento, y “degenerada hasta el punto de haber perdido todo contacto con
el orden espiritual, y que hace posible cualquier clase de infiltraciones y
de influencias más o menos sospechosas”, con sus consecuentes orientaciones
“naturalistas” y “luciferinas” (cf. René Guénon, Comptes-Rendus, p. 47).
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