jueves, 27 de diciembre de 2012

"Euclides, discípulo de Abraham"; por Denys Roman

Euclides


Capítulo XII, de René Guénon et les Destins de la Franc-Maçonnerie, Éditions Traditionnelles, Paris, 1982. 

En cuanto a las tres leyes dadas por Dios a los tres pueblos (judío, cristiano y musulmán), para saber cual es la verdadera, la cuestión está pendiente y puede ser que aun lo estará durante mucho tiempo”.
Boccacio, citado por R. Guénon.

     La Tradición, de la que Guénon fue el servidor exclusivo e intérprete incomparable, ha sido calificada por él de “perpetua y unánime”. Podemos decir que la Masonería participa de esta perpetuidad, en tanto que sus Logias se mantienen “en lo más alto de las montañas y en lo más profundo de los valles 1. Por otra parte, la “universalidad” de la que se reclama la Masonería, hace eco, por así decir, al carácter unánime de la Tradición. Esta universalidad es bien conocida, pero po dríamos preguntarnos si la generalidad de los Masones sienten bien todas sus implicaciones. La Masonería es sin duda la única organización iniciática del mundo que no está ligada a un exoterismo particular. Y si, tal como dice Guénon, esto no debe dispensar a los Masones de vincularse a uno de los exoterismos existentes actualmente (pues el hombre tradicional no podría ser un hombre sin religión), esto debería incitarlos a no limitar su interés a su propia tradición, sino, al contrario, a estudiar, gracias a la “clave” del simbolismo universal, todas las tradiciones de las pueden llegar a tener conocimiento 2.

     Algo muy notable en este orden de ideas, es que una Logia masónica constituye el lugar ideal en el que los hombres pertenecientes a distintas religiones pueden encontrarse, en un plano de perfecta igualdad para tratar cuestiones de orden tradicional y doctrinal.

     Si todas las religiones son admitidas en el seno de la Masonería, se debe reconocer, sin embargo, que las formas tradicionales más orientales (Hinduismo, Budismo, Confucionismo, Taoísmo, Shintoismo, etc...), son tan extrañas a ciertos aspectos importantes del simbolismo de la Orden -aspectos ligados a la construcción del Templo- que, los adherentes a estas tradiciones, se encuentran, en cierto modo, desplazados en la atmósfera de los talleres 3. A decir verdad, son las tres religiones monoteístas (Judaísmo, Cristianismo e Islam) las que han proporcionado a la Masonería el mayor número de sus hijos y los más ilustres de sus iniciados.

     Las tres tradiciones monoteístas derivan de Abraham, y es muy significativo que, el nombre divino El-Shaddaï, del que se sabe su importancia en la Masonería operativa (y que no es desconocido en la especulativa), sea precisamente el nombre del Dios de Abraham 4. Guénon, en una página esencial 5, ha subrayado que, desde el encuentro del Padre de los creyentes, con Melquisedec, el nombre El-Shaddaï fue asociado al de El-Elion 6 y que, este reencuentro, indica el punto de contacto de la tradición abrahámica con la Tradición primordial.

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     Existe en la historia tradicional de la Masonería, tal como es relatada en los antiguos documentos llamados Old Charges, una singular aserción, que no puede dejar de sorprender a los que la conozcan: se trata de la que hace sobre Euclides, discípulo de Abraham 7. Como habíamos hecho alusión a esta “leyenda”, se nos pidieron explicaciones, subrayando el formidable anacronismo que implica que Euclides habiendo vivido en Egipto en el siglo III antes de nuestra era, la estancia de Abraham en este país se sitúe dos milenios antes.

     Es justamente el carácter desmesurado de este anacronismo lo que muestra bien claro que no estamos ante un hecho histórico, en el sentido que los modernos dan a estas palabras 8. Se trata, en realidad, de “historia sagrada” que expresa una relación de carácter totalmente excepcional y que, por su naturaleza, no puede formularse más que en un lenguaje “cubierto” por el velo del simbolismo.

     Si recordamos que en la Edad Media Euclides personificaba la geometría 9 y que, por otra parte, en los antiguos documentos la Masonería es frecuentemente asimilada a la geometría, se comprenderá que hacer a Euclides discípulo de Abraham, es como decir que hay entre el Patriarca y la Orden masónica una relación de Maestro a discípulo rigurosamente equivalente a una “paternidad espiritual”.

     Es evidente que la Masonería es anterior a Abraham, puesto que, tradicionalmente, se remonta al origen mismo de la humanidad. Pero se sabe que toda tradición, a medida que se aleja de su principio, corre el riesgo de debilitarse, incluso de corromperse: y entonces, si se trata de una tradición con “promesas de vida eterna”, debe intervenir una acción divina para enderezarla y contrarrestar la tendencia a seguir “la mala pendiente” 10.    Tal es el caso de la Masonería que, beneficiada del privilegio de la perpetuidad 11, ha debido conocer, durante el transcurso de su larga historia, periodos de oscurecimiento seguidos de espectaculares enderezamientos. De estos enderezamientos, que cada vez le han conferido, por así decirlo, una nueva juventud, la Masonería debe haber conservado ciertas huellas, en particular en su “historia tradicional”, incluso en sus rituales. Es bastante probable que los nombres divinos El-Shaddaï y “Dios Altísimo” 12 estén vinculados a la transformación que debió operarse en la época de la vocación de Abraham. Otro período crucial para el mundo occidental, tanto en el orden iniciático como en el religioso, fue la del nacimiento del Cristianismo, y es evidentemente de esta época de la que data la veneración de la Masonería por los dos San Juan 13.

     En el momento de la irrupción del Cristianismo en el mundo greco-romano y, con más razón, en la época de la vocación de Abraham, había en Occidente un gran número de organizaciones iniciáticas ligadas a la práctica de los oficios, siendo las más conocidas las Collegia fabrorum. Sus palabras sagradas, si las tenían, no estaban copiadas del hebreo, y el simbolismo solsticial de Jano, jugaba para ellos el papel de los dos San Juan. Sería temerario querer explicar cómo se efectuó la mutación; pues no podríamos olvidar que, según el Maestro que seguimos y que fue ciertamente el iniciado que más amplias luces haya recibido en el dominio de que se trata, “la transmisión de las doctrinas esotéricas”, se efectúa por una “oscura filiación”, de forma que los vínculos de la Masonería moderna con las organizaciones anteriores son extremadamente complejas14. Es por lo que, más que querer introducirnos en los misterios “cubiertos” por el velo impenetrable del “anonimato tradicional” 15, es sin duda preferible buscar en la Masonería actual las marcas de las influencias respectivas de las tres tradiciones abrahámicas.

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     La señales de la influencia judía, son muy evidentes y muy conocidas para que sea necesario insistir. El uso del hebreo para las palabras sagradas, las continuas referencias a los Templos del Salomón y de Zorobabel, el calendario luni-solar, el trabajar con la cabeza cubierta en el grado 3º, la datación ritual coincidente prácticamente con la datación hebraica, todos estos indicios y algunos otros están ahí para atestiguar la importancia del tesoro simbólico heredado de los hijos de la antigua alianza.

     La influencia cristiana es de un orden muy diferente. Ciertamente, en los altos grados, se hace mención de algunos acontecimientos de la historia del Cristianismo, por ejemplo de la destrucción de los templarios. Pero, sobre todo, hay que señalar que es en mundo cristiano donde la Fraternidad masónica está más desarrollada, hasta el punto de que un mapa geográfico que representase la “densidad cristiana” de las diversas regiones de la tierra, coincidiría casi exactamente, con el que representase su “densidad masónica”. Podríamos casi decir, que la Masonería es una organización que trabaja sobre un material simbólico principalmente judaico, y cuyo reclutamiento es principalmente cristiano.

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Abraham expulsa a Agar e Ismael
     Si el aporte judaico y el aporte cristiano a la Masonería son hechos esenciales y evidentes, no parece, a primera vista, que haya en esta Orden algún aporte islámico. La aserción de Villaume según la cual la aclamación escocesa sería una palabra árabe, es errónea.

  Ciertamente, un Shaij árabe pudo decir que si los Francmasones llegasen a comprender sus símbolos, todos se harían musulmanes; pero un rabino podría decir lo mismo en provecho de su religión y un teólogo cristiano, en provecho de la suya.

  ¿Habría que creer, entonces, que este “tercio” de la posteridad de Abraham -que el iniciado Boccacio, por la vía del judío Melquisedec, declara ser tan “querido” al Padre celestial, como sus dos otros tercios-, no habría aportado ninguna contribución a un Arte situado bajo el patronazgo de “Euclides, discípulo de Abraham”?

     La respuesta que vamos a intentar dar a esta cuestión, sorprenderá, sin duda, a muchos lectores. Pero no sabríamos esquivarla en esta obra relativa a las concepciones de Guénon sobre el papel “escatológico” de la Masonería. Pensamos, en efecto, que la obra de este autor, escrita en la proximidad y con vistas al fin de los tiempos, viene a colmar, de un solo golpe y magistralmente, el vacío dejado hasta entonces por la tradición islámica, de la que Guénon era un representante eminente, en la herencia abrahámica transmitida a la Masonería.

     Se ha escrito a veces, que, antes de Guénon ya se había dicho todo sobre la Masonería, excepto lo esencial. Esto es totalmente exacto y querríamos añadir que nadie tenía una idea de la Fraternidad masónica más alta que este Maestro, que fue ignorado, plagiado y atacado, particularmente, en Francia, por tantos Masones.

Querríamos llamar la atención sobre una particularidad muy importante, que es común a las tres tradiciones: judía, cristiana e islámica, así como a la Francmasonería. Los musulmanes son, en efecto, muy conscientes del carácter “totalizador” de su tradición 16, debido al hecho de que Muhammad es el “Sello de la Profecía”. Lo que olvidamos a veces es que Guénon atribuía un mismo carácter totalizador al Cristianismo, del que decía que “se ha llevado con él toda la herencia de las tradiciones anteriores, que ha conservado viva en tanto se lo permitía el estado de Occidente, y que lleva consigo en sí misma y siempre sus posibilidades latentes” 17. Hay muchas cosas que permiten pensar que la insistencia aportada por él para hacer retomar los Masones conciencia de la pluralidad de sus herencias y conservar su “memoria” en su rituales, se explica por la certidumbre que tenía de que la Masonería tiene ella también un destino “totalizador”.

Totalizar, es “reunir lo disperso”. Abraham, el padre del monoteísmo, es también, según el significado hebraico de su nombre, el “Padre de la multitud”, como la Unidad es el principio de la multiplicidad. Y, al igual que, en el origen, sólo está el Único que crea todas las cosas, en el final, todas las cosas deben reabsorberse en la Unidad. Si ahora pasamos del macrocosmos al microcosmos, encontramos algo rigurosamente equivalente en la doctrina hindú. “Cuando un hombre está cercano a morir, la palabra, seguida del resto de las diez actividades externas [...], es reabsorbida en el sentido interno (manas) [...] que se retira seguidamente, en el aliento vital (prâna), acompañada parecidamente de todas las funciones vitales [...]. El aliento vital, acompañado igualmente de todas las demás funciones y facultades (ya reabsorbidas en él) [...]), es retirado, a su vez, en el alma viviente (jîvâtmâ) [...]) [...] Como los servidores de un rey se reúnen en torno a él cuando está a punto de emprender un viaje, así todas las funciones vitales y todas las facultades del individuo, se reúnen alrededor de su alma viviente (o más bien en sí misma, de donde todas ellas proceden, y en la cual son reabsorbidas) en el último momento (de la vida [...]) [...]) 18.

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     ¿Hemos logrado dejar presentir que la “leyenda” que vincula a Euclides, es decir la geometría, es decir la Masonería, con el Patriarca Abraham, es algo distinto a un fenomenal invento que testimoniaría, simplemente, la imaginación e ignorancia de su “inventor"? No hemos hecho más que señalar la cuestión. Posiblemente se nos hará observar que la Masonería, en su estado actual, parece poco digna del eminente papel que parecemos atribuirle. Pero podemos responder que esta Orden, emplazada bajo el patronazgo de los dos San Juan, del que, uno, es “el amigo del Esposo” y, el otro, “el discípulo que Jesús amaba”, puede, en consecuencia, reivindicar todos los privilegios que confiere la amistad, y que debería ser cierto lo de su “salvación” final. Empleamos aquí la palabra “salvación”, en el sentido que le da René Guénon: se trata, para un hombre, de su permanencia después de la muerte en las “prolongaciones del estado humano”; y se puede transponer legítimamente esta doctrina a una organización tradicional, iniciática o exotérica.

     Al final de un ciclo, la “salvación” de las “especies” destinadas a ser conservadas por el ciclo futuro está asegurada por su “apiñamiento” en el Arca o en otro receptáculo equivalente. Es probable que uno de estos equivalentes sea el “seno de Abraham”, donde, según la parábola del malvado rico y del pobre Lázaro, reposen, después de su muerte, las almas de los justos salvados. Que el Patriarca amigo de Dios 19, bendecido por Melquisedec y venerado por las tres religiones “abrahamicas”, sea, al mismo tiempo, el “preceptor” de la Masonería, define a ésta como a una tradición muy “honorable”, pero que implica tales “obligaciones” que esta Orden no tiene el derecho a desconocerla, ni a olvidarla.

     Según el Melquisedec del cuento de Los Tres Anillos de Boccacio 20, el Padre celestial ha hecho de forma que cada uno de sus tres hijos igualmente amados esté persuadido de haber recibido el único anillo auténtico, anillo original transmitido “desde tiempo inmemorial”. Dos milenios de historia de Occidente están ahí para probarnos que, en efecto, cada uno de los tres hijos está bien seguro de ser el elegido, incluso el único amado, el único que ha recibido el anillo verdadero, el anillo nupcial que sella los esponsales eternos. Hay que respetar tales convicciones queridas por el Padre. Ellas han confortado la “fe” de cada uno, a expensas, sin duda, de la “caridad” fraterna l21. ¿Qué hay de la “esperanza”? Está escrito que al final de los tiempos la fe desaparecerá y la caridad estará languideciente. Puede que entonces sea la ocasión para la Masonería, “centro de unión” y que pertenece  también ella a la “posterioridad espiritual” de Abraham, para acordarse de la divisa que fue, se dice, la de sus antepasados operativos: “En El-Shaddaï está toda nuestra esperanza”.




1 Esta expresión, tan conocida en los rituales de lengua inglesa, es explícita en algunos antiguos documentos, según los cuales la Logia de San Juan se tiene “en el valle de Josafat”, lo que quiere decir que la Masonería debe mantenerse hasta el Juicio final que marcará el fin del ciclo. Según el mismo simbolismo, “las más altas montañas” deben significar el comienzo del ciclo; y de hecho, el Paraíso terrestre, según La Divina Comedia, está situado en la cima de la más alta de las montañas terrestres, puesto que toca a la esfera de la Luna. Lo mismo, cuando Cristo expresa su voluntad de ver a San Juan “permanecer” hasta su vuelta, es evidente (y el Evangelio lo precisa) que no se trata, en primer lugar, de la individualidad del discípulo bienamado; se trata, ante todo, del esoterismo cristiano; esoterismo “personificado” por San Juan y que es reabsorbido por la Masonería. Podemos decir que, las palabras de Cristo sobre San Juan confieren a esta Orden las “promesas de la vida eterna”, al igual que las dirigidas a San Pedro son la prenda que el Papado se impondrá finalmente sobre los prestigios de las “puertas del Infierno”.

2 Es por lo que Guénon, insistiendo en la necesidad, para cada Logia, de tener la Biblia abierta en el altar del Venerable, precisaba bien que este libro “simboliza el conjunto de los textos sagrados de todas las religiones”.

3 No deberíamos caer en el espíritu de sistema tomando esta aserción rigurosamente al pie de la letra, pues sufre muy notables excepciones. Todo el mundo sabe que la Masonería, introducida en la India por los ingleses, conoció un vivo éxito. Kipling, en sus noticias masónicas, explicó como los hindúes ortodoxos iniciados en la Masonería se comportaban durante los ágapes fraternales, de manera que no infringieran las reglas prohibitivas de comer con hombres de castas diferentes.

4 El valor numérico de este nombre es 345; las cifras 3, 4 y 5, que sirven para escribir este nombre, expresan también la longitud de los lados del triángulo rectángulo de Pitágoras, figurado sobre la joya del Pasado Maestro.

5 Le Roi du Monde, p. 50.

6 El Dios que invocaba Abraham es El-Shaddaï (el Todopoderoso); y Melquisedec era sacerdote de El-Elion (el Altísimo). Es importante recordar que los Masones de lengua inglesa trabajan en grado 3º, “en el nombre del Altísimo”.

7 Mackey, en su Enciclopedia, precisa que “todos los viejos manuscritos de las constituciones” contienen la leyenda de Euclides, generalmente llamada “El digno sabio Euclides”. He aquí en qué términos esta leyenda está relatada en el Dowland Manuscript, texto que remonta a 1550: Cuando Abraham y Sara acudieron a Egipto, Abraham enseñó a los Egipcios, las siete ciencias. Entre sus discípulos se encontraba Euclides, que estaba particularmente dotado”. La leyenda cuenta que, más tarde, Euclides se encargó de la educación de los hijos el rey; les enseñó geometría y sus aplicaciones, la manera de construir los Templos y los palacios. El texto concluye: “Así engrandeció esa ciencia llamada geometría, pero que, más adelante, en nuestras regiones se llama Masonería”.

8 Es por otra parte evidente que los Masones operativos siempre han contado en sus rangos con gran número de gente instruida y bastante familiarizados con las Escrituras como para saber que Abraham se había comportado en Egipto, bastante más como un pastor de rebaños que como un maestro de escuela.

9 Lo mismo que Aristóteles con la dialéctica, Sócrates con la moral, Cicerón por elocuencia, etc...

10 Cf. Guénon, La Crise du Monde moderne, cap. I

11 Es lo expresado por las palabras de Cristo, atestiguando su voluntad de ver a Juan (es decir: al esoterismo cristiano), “permanecer” hasta que él vuelva.

12 Es curioso que el nombre del Altísimo, que es el Dios de Melquisedec, sea utilizado, en Masonería, en lengua vulgar y no en hebreo; esto podría ponerse en relación con el hecho de que Melquisedec pertenece a la Tradición primordial y no a la tradición judía. Igualmente, la Masonería del Arco Real apela, en el rito que le es esencial, a la lengua hebraica, a las dos lenguas sagradas desaparecidas (el caldeo y el egipcio) y, en fin, a la lengua vulgar. Según Guénon, comentado el tratado De vulgari eloquio de Dante, la lengua ordinaria, que todo hombre recibe por vía oral, simboliza, en un sentido superior, la lengua primordial que no fue jamás escrita.

13 La leyenda que hace de Juan Bautista un Gran Maestre de la Masonería operativa que, después de muchos años de su martirio, hubiera sido sustituido por Juan Evangelista, no tiene, evidentemente, más que un sentido simbólico.

14 Guénon, L´ésotérisme de Dante, cap. IV, in fine.

15 Al igual que cada obra tradicional está más próxima a la verdadera “obra-maestra”, cuanto más el artesano haya “sublimado” a su “yo” individual para transformarlo en el “Sí-mismo” (cf. Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps, cap. IX), se puede decir que las transformaciones a las que hacemos alusión son obras maestras tanto más perfectas cuanto más desconocidos sean sus artesanos. El caso más reciente de tales mutaciones, parece ser el del paso de la noción tradicional del “Sacro Imperio” a la Masonería escocesa.

16 Creemos que es inútil precisar que, lo que estamos tratando, nada tiene que ver con las concepciones políticas cualificadas de “totalitarias”. Sabemos, por otra parte, cómo los regímenes que se jactan de tales concepciones tienen la costumbre de comportarse con la Masonería cuando acceden a poder.

17 La Crise du Monde moderne, cap. VII.

18 Brama-Sûtras, traducidos y comentados por Guénon, en el capítulo XVIII de L´Homme et son Devenir selon le Vêdânta.

19 El cambio del nombre de Abram (“padre elevado”), por el de Abraham (“padre de multitudes”), se basa en la victoria del patriarca sobre los adversarios de los reyes de la Pentápolis y la destrucción por el fuego de esta misma Pentápolis. Esta destrucción es naturalmente una “figura” de la destrucción final del mundo, y el papel de intercesor desempeñado por Abraham para obtener de Dios una “limitación” de la destrucción, merecería llamar la atención.

20 Decamerón, 1º día, cuento II. Se ve que el “Fiel de Amor”, Boccacio, para situar, entre sus cuentos de una galantería a veces algo subida, aquellos que tenían un sentido doctrinal y que, ciertamente, eran para él los más importantes, sabía utilizar el simbolismo de los números.

21 La “fábula” simbólica utilizada por Boccacio, es -como todo lo simbólico- susceptible de una pluralidad de interpretaciones. He aquí una que, situándose bajo un punto de vista más elevado y propiamente iniciático, responde, sin duda más a las intenciones del iniciado que fue Boccacio. Si seguramente debemos respetar las convicciones de cada una de las tradiciones, en tanto que pretendan tener un estatuto privilegiado unas respecto a las otras, desde un punto de vista superior no hay que ilusionarse por tales pretensiones. Efectivamente, esta pretensión a la elección revela una necesidad inherente a la perspectiva exotérica y Boccacio quiere decir de hecho que la verdadera fe está oculta bajo los aspectos externos de diversas creencias, verdadera fe que es la Tradición única, de la que Melquisedec es el representante. Esta verdadera fe, es la “santa fe”, la fede santa de la que Boccacio, como Dante, era, en Occidente, uno de los fieles.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El Legado Masónico; Textos Divulgativos Franceses; La Franc-Masona

Portada del volumen publicado
      Con gran alegría venimos a reseñar la singular novedad que nos ofrece en estos días La Editorial Librería Pardes a todos aquellos interesados en la Masonería, con referencia al lanzamiento en el ámbito de habla española de la colección enciclopédica "El Legado Masónico". Colección que según el proyecto fijado por el editor consta de 6 volúmenes que recogerán los textos divulgativos, catecismos, rituales, Old Charges y normativas más señaladas de la tradición masónica, todos ellos publicados en edición bilingüe, tanto en su idioma original como en castellano, y correspondientemente anotados.

     Para este primer lanzamiento, y como primer volumen de la colección, se han escogido estos Textos Divulgativos Franceses (1736 - 1748), donde se reúnen ocho escritos dirigidos al público en general y que datan de la primera mitad del siglo XVIII. Se trata de una cuidada edición donde, como bien nos avisa la introducción facilitada por el editor, el tono de dichos escritos oscila entre la anécdota y el humor, dentro del aparente tema ligero y hasta banal escogido, y con un estilo y un lenguaje alejados de las consideraciones técnicas propias de Catecismos y Rituales, lo que posiblemente tiene como intención transmitir ciertos elementos simbólicos asimilados al carácter popular de los temas con que buscan envolverse, con el fin de preservarlos al abrigo del olvido y la corrupción; estrategia o recurso inveterado ya comentado por René Guénon en el capítulo IV de Symboles de la sciencie sacrée, así como en el capítulo XXVIII de Initiation et Réalisation Spirituelle.

    El índice de los documentos recogidos en este primer volumen es el siguiente:
  • Constituciones, Historias, Leyes, Obligaciones, Reglamentos y Usos de la Muy Venerable Cofradía de los Aceptados Francmasones      
  • Apología por la Orden de los Francmasones                                               
  • La Francmasona                                                                                           
  • El Perfecto Masón                                                                                        
  • El Secreto de los Francmasones al descubierto                                           
  • El Sello Roto                                                                                               
  • La Escuela de los Francmasones                                                                 
  • El Secreto de los Francmasones enteramente revelado                              
      Para ejemplo de lo reseñado se nos ofrece en la página web del editor el comienzo de La Francmasona, donde el lector advertirá el tono humorístico de sus párrafos, sin restar un ápice a la consideración de los elementos expuestos, que en este caso giran en torno al secreto masónico y la mujer.

      Como oportunamente señala el editor en su presentación la documentación aportada, así como la que queda por publicarse en la colección de El Legado Masónico, nos va a ofrecer una interesante información acerca del modo de trabajar en Masonería en la primera mitad del siglo XVIII, con referencias a los lugares de celebración de las tenidas, los Cuadros de Logia, la decoración de las Logias, el número de grados masónicos o la presencia de grados superiores, todo lo cuál habrá de redundar en una mejor comprensión, aun hoy, del sentido tradicional y vivo de la Masonería, tan escaso por regla general, así como del proceso de adaptación que tuvo lugar durante el paso de una Masonería de oficio a otra de tipo aceptado o especulativo, sabiendo que sus posibilidades operativas como vía de realización, aunque aminoradas, permanecen aún vivas, pues le diable porte pierre!

     Para terminar no se puede ignorar que dada la escasez de estudios de este tipo en lengua española, dicha contribución supone un hecho singularmente notable y de particular interés para todos aquellos que estén  interesados en la Masonería, ya sea público en general, estudiosos o miembros de la Orden.


    Datos bibliográficos:

      Título:                   Textos Divulgativos Franceses
      ISBN:                    9788461593323
      Editorial:              Editorial Librería Pardes
      Año edición:      2012
      Nº págs.:             380
      P. V. P.:                22 €


jueves, 8 de noviembre de 2012

Conmemoración de los Cuatro Santos Coronados.

Misal Romano. Niccolo di Giacomo, s. XIV
Oremus.- Praesta, quaesumus, omnipotens Deus: ut, qui gloriosos Martyres fortes in sua confessione cognovimus, pios apud te in nostra intercessione sentiamus. Per Dominum nostrum Iesum Christum.

Oremos.- Concédenos te rogamos, oh Dios omnipotente, que cuantos reconocemos a los gloriosos Mártires esforzados en su confesión de la fe, los sintamos piadosos en interceder por nosotros delante de ti. Por N. S. J. C.

Secreta.- Benedictio tua, Domine, larga descendat: quae et munera nostra, de precantibus sanctis Martyribus tuis, tibi reddat accepta, et nobis sacramentum redemptionis efficiat. Per Dominum.

Secreta.- Descienda, Señor, copiosa tu bendición: la cual, por intercesión de tus santos Mártires, te haga aceptos nuestros presentes, y nos los convierta en sacramento de redención. Por N. S. J. C.

Postcomunion.- Caelestibus refecti sacramentis et gaudiis: supplices te, Domine, deprecamur; ut quorum gloriamur triumphis, protegaur auxilis. Per Dominum.

Poscomunión.- Alimentados con los sacramentos y delicias celestiales, te rogamos humildemente, Señor, que seamos protegidos por el auxilio de los Santos, de cuyo triunfo nos gloriamos. Por N. S. J. C.


«Oremos a Dios omnipotente y su madre María, a fin de que podamos seguir estos artículos y los puntos, todos juntos, como hicieron los cuatro santos mártires, que en este oficio tuvieron gran estima. Fueron ellos tan buenos masones como pueda hallarse sobre la tierra, escultores e imagineros también eran, por ser de los obreros los mejores, y en gran estima el emperador los tenía; deseó éste que hicieran una estatua que en su honor se venerara; tales monumentos en su tiempo poseía para desviar al pueblo de la ley de Cristo.

Pero ellos firmes permanecieron en la ley de Cristo, y sin compromisos en su oficio; amaban bien a Dios y a su enseñanza, y se habían volcado a su servicio para siempre. En aquel tiempo fueron hombres de verdad, y rectamente vivieron en la ley de Dios; ídolos se negaron a erigir, y por muchos beneficios que pudieran reunir; no tomaron a este ídolo por su Dios y rechazaron su construcción, pese a su cólera; por no renegar de su verdadera fe y creer en su falsa ley, sin demora el emperador los hizo detener, y en una profunda cárcel los encerró; cuanto más cruelmente los castigaba, más en la gracia de Dios se regocijaban.

Viendo entonces que nada podía les dejo ir a la muerte; quien lo desee, en el libro puede leer de la leyenda de los santos, los nombres de los Cuatro Coronados. Su fiesta es bien conocida por todos, el octavo día tras Todos los Santos.» Leyenda Dorada, Jacobo de la Vorágine.



       «En el nombre de Dios, Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y Santa María, madre de Dios, de sus bienaventurados santos servidores, los cuatro santos coronados de eterna memoria, consideramos que para conservar la amistad unión y obediencia, fundamento de todo bien, de toda utilidad y provecho para todos, príncipes, condes, señores, localidades y conventos, en el presente y en el futuro, Iglesias, edificios de piedra o construcciones, debemos constituir una comunidad fraternal». Estatutos de la Asociación de Talladores de Piedras y Albañiles de la ciudad de Ratisbona, de 1459. 

domingo, 4 de noviembre de 2012

Fragmentos de los Stromata; por San Clemente de Alejandría

     Los pozos de los que se saca el agua con frecuencia, la tienen más limpia; en cambio, de los que no se saca nada, se pudre. También el hierro conserva el brillo con el uso; sin embargo, la herrumbre es producida por el desuso. En términos generales, pues, el ejercicio engendra la buena disposición tanto de las almas como de los cuerpos. Nadie enciende una lámpara y la coloca debajo de un celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a los que han sido dignos de participar del banquete común. ¿Para qué sirve, pues, una sabiduría que no hace sabio a quien es capaz de entenderla? El Salvador salva y continuamente actúa, como ve que hace el Padre. Cuando uno enseña es cuando más aprende, y al hablar uno se convierte muchas veces en oyente de su propio auditorio. En efecto, uno sólo es el Maestro, tanto del que habla como del que escucha; y uno solo es también el que hace brotar tanto la inteligencia como la palabra.

     De ahí que el Señor no prohibiera hacer el bien en sábado, sino que permitió participar de los misterios divino y de aquella luz santa a quienes pudieron comprender. Y tampoco el Señor reveló a la mayoría lo que no estaba al alcance de todos, sino a unos pocos, a aquellos a quienes Él sabía que convenía, ya que podían entender y configurarse con aquellas cosas. Por eso los misterios, como Dios mismo, se confían a la palabra y no a los escritos. Si alguno dijere que está escrito nada hay oculto que no llegue a descubrirse, ni secreto que no venga a conocerse, nosotros le diremos que el Logos ha profetizado con esa sentencia que lo secreto será revelado a quien los escucha secretamente, y que le serán manifestadas las cosas ocultas a quien sea capaz de recibir la tradición veladamente, y que lo que está oculto para la mayoría será manifiesto para unos pocos. ¿Por qué no todos conocen la verdad? ¿Por qué no es amada la justicia, si es patrimonio común de todos? No obstante, los misterios se transmiten misteriosamente, para que estén en la boca del que habla y en la del que escucha; o mejor aún, no en la facultad de hablar sino en la inteligencia. Dios mismo concedió a la Iglesia apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros para el perfeccionamiento de los santos, en orden a la realización del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo. (Stromata I, 12.2-13.4)

    Ahora bien, la verdad es una (y la mentira posee un sinnúmero de caras); al igual que las Bacantes que devoraron los miembros de Penteo, así también las escuelas filosóficas, la bárbara como la griega recibieron una parte de cada una, aunque se gloríen de poseer toda la verdad. Y es que, me parece a mí, todo se ilumina con la salida de la Luz. En efecto, se puede demostrar que todos juntos, griegos y bárbaros, en cuanto que aspiran a la verdad, han participado del Logos verdadero, unos en no pequeña medida, otros en cambio parcialmente, según el caso. La eternidad contiene en sí misma y en un instante el pasado, el presente y el futuro; sin embargo, la verdad es más capaz de reunir sus propias semillas que la eternidad, aunque estén sembradas en tierra extranjera. [...] También en el universo las partes todas, aunque difieran unas de otras, conservan entre sí una relación respecto del todo. Así también, tanto la filosofía bárbara como la griega constituyen un fragmento de la verdad eterna, no la del mito de Dionisio, sino de la teología del eterno Logos. Mas quien reúne de nuevo lo que se ha diseminado y reconstruye la unidad para contemplar con seguridad al Logos, a la Verdad. (Stromata I, 57.2.6)

    Una primer cambio provechoso de la gentilidad a la fe, y un segundo [cambio provechoso] de la fe al conocimiento; este [...] une [...] el amigo al Amigo, quien conoce a lo que conoce [...] y el conocimiento es transmitido a un reducido número a partir de los Apóstoles por medio de la sucesión de los Maestros y sin escritura. (Stromata VIII, 10 y Stromata VII, 61)



sábado, 27 de octubre de 2012

¿Conciliar Catolicismo y Masonería?; por Jerôme Rousse-Lacordaire, o.p.


Artículo aparecido en el número 8, Diciembre de 1999, de la revista de estudios tradicionales La Règle d’Abraham.

    Jerôme Rousse-Lacordaire, nacido en 1962, es un dominico y doctor en teología francés. Actualmente enseña en el Instituto Católico de París (Instituto de Ciencia y de Teología de las Religiones). Se interesa en el estudio de las relaciones entre el esoterismo y el Cristianismo, y más concretamente entre la Franc-Masonería y el Cristianismo. Es colaborador de la Revista de Ciencias Filosóficas y Teológicas (Boletín de historia de los esoterismos); asimismo fue director de la Bibliothèque du Saulchoir de París.

Hay católicos en Masonería, y que pretenden permanecer a la vez católicos y masones; no podemos prejuzgar que todos ellos actúen de mala fe, o que esta actitud sea siempre por razones malvadas. Sin embargo, justificar esta doble pertenencia, católica y masónica, no es cosa fácil, no habiendo cesado la Santa Sede, desde principios del siglo XVIII hasta nuestros días, de prohibirla. Así, la Declaratio de associationibus massonicis[1] de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en 1983, pide a los católicos no entrar en masonería, bajo pena de pecado grave y, en consecuencia, de no poder acceder a la Santa Comunión.

El derecho de la Iglesia permite sin duda hacer algunas excepciones a esta disposición, como veremos. Sin embargo, dependiendo estrechamente la determinación de su extensión del juicio general de la Santa Sede sobre la Franc-Masonería, y reposando este juicio, para lo esencial, sobre motivos doctrinales, son estos últimos los que hay que examinar prioritariamente para conocer los casos particulares en que la pertenencia de un católico a la Franc-Masonería sería legítima.

La susodicha legitimidad no puede reposar sobre un simple “hacer oídos sordos” a las decisiones romanas con el motivo de que la Iglesia Católica, por ser una organización exotérica, no podría pronunciarse sobre la Franc-Masonería, organización esotérica, sin salir indebidamente de su dominio o, al menos, dar muestras de ignorancia.

La tesis de la ignorancia de la Iglesia católica ha sido sostenida largo tiempo, y esto desde la primera condena romana. Además del hecho de que es difícil de sostener desde que los organismos eclesiásticos dialogan con los masones[2], parece en adelante establecido que “el magisterio católico romano ha identificado en el modelo jurídico masónico, con pertinencia, desde 1738, el cambio del mundo moderno, en su concepción del orden social”[3], cambio que implicaba la disolución de los lazos sociales y de las relaciones jerárquicas entre los poderes civiles y el poder eclesiástico.

En cuanto al abuso de poder que cometería una organización exotérica (la Iglesia) pronunciándose sobre una organización esotérica (la Franc-Masonería), basta con indicar que una organización únicamente exotérica no puede “materialmente” pronunciarse sobre el esoterismo, y que si lo hace, es porque “estas doctrinas y estas organizaciones supuestas esotéricas [...] han cesado, en realidad, de serlo; es preciso que sean exteriorizadas, ‘exoterizadas’ de una manera o de otra”[4]. Lo que la autoridad católica condena entonces no es el esoterismo como tal, sino una doctrina o una práctica que, en el mejor de los casos, son una expresión pública de un esoterismo[5]. Es menester señalar aquí que la franc-masonería fue condenada por la Santa Sede en 1738, es decir, tras su primera exteriorización[6].

Finalmente, puesto que la Declaración de 1983 fija también sobre la disciplina de los sacramentos, no resulta ciertamente inútil recordar que en este dominio la Iglesia es maestra y que nadie, ni que sea esoterista, puede hacer caso omiso de su propio jefe.

En consecuencia, prohibiendo la doble pertenencia, el magisterio romano no sobrepasa los límites de su dominio de autoridad. Precisado esto, examinemos ahora los motivos explícitos de esta prohibición, y su aplicación a las diferentes corrientes masónicas.

La prohibición general de la doble pertenencia

Es una declaración de mayo de 1980 de la Conferencia episcopal alemana la que constituye la fuente de la Declaración romana de 1983. Es ella la que, hoy en día, ha expuesto de la manera más clara los fundamentos doctrinales de la prohibición de la doble pertenencia.

Las quejas fundamentales de la Santa Sede

La Declaración alemana comienza por indicar algunos “puntos de contacto”[7] entre la Franc-Masonería y la Iglesia católica, sobre cuyas bases puede establecerse una comprensión mutua de las dos instituciones: “la preocupación humanitaria”; “la beneficencia”; “la comprensión de los símbolos”; la integridad incontestable de ciertas “personalidades masónicas”; “la lucha contra la ideología materialista y las consecuencias negativas que se derivan para la humanidad”[8].

Sin embargo, esta misma declaración concluye “que está excluido que se pueda pertenecer al mismo tiempo a la Iglesia católica y a la franc-masonería”[9]. La razón de ello es que la visión masónica del mundo está enteramente sostenida por “una orientación fundamental”, el relativismo, que por una parte niega toda posibilidad de conocer la verdad, revelada o no, y por otra parte “pone en peligro la actitud del católico en relación con la palabra y con los actos en el dominio sacramental y sagrado de la Iglesia”[10].

De hecho, los elementos que la Iglesia, desde el siglo XVIII, ha opuesto a la masonería son:

1.    la ausencia de control, por el hecho del secreto absoluto y del juramento que lo acompaña, sobre lo que en la masonería puede concernir a la fe en su dimensión a la vez objetiva y subjetiva;
2.    la expresión deísta, incluso agnóstica sino atea, de la adhesión a un principio ideal cuya naturaleza es insuficientemente precisa;

3.    el relativismo que, al mismo tiempo, funda esta imprecisión y emana de ella, y que se traduce concretamente en, por un lado, una tolerancia absoluta frente a las ideas, y por otro lado, la presencia en logia de personas de confesiones religiosas diferentes, incluso sin confesiones religiosas.

Benedicto XIV, en la bula Providas del 18 de mayo de 1751, escribía:

[...] la primera [causa de prohibición de la masonería] es que, en este tipo de sociedades o conventículos, hombres de toda religión y de toda secta se reúnen: de donde se ve con suficiente claridad que gran mal puede resultar de ello para la pureza de la religión católica”[11].

A esto, la Declaración alemana añade: la concurrencia entre la iniciación masónica, y la transformación puesta en obra y operada por la gracia divina en los sacramentos; la absolutización del auto-perfeccionamiento del hombre, sin la gracia; la encargada de la totalidad de la formación de la persona.

No obstante, actualmente la diversidad de la masonería y de los masones (ya sea en sus actitudes a la mirada de la Iglesia o en su comprensión de ellos mismos) no escapa a nadie. La Iglesia católica toma nota de ello sin juzgar, sin embargo, que esta diversidad cuestiona una unidad de principio de la masonería.

La unidad fundamental de la franc-masonería moderna

En el fondo, todas las quejas doctrinales y morales que la Iglesia católica opone a la franc-masonería suponen que la primera ve en la segunda una sociedad cuyo objeto coincide ampliamente con el suyo, y que es la formación total de la persona incluyendo sus dimensiones espirituales. Es por esta razón, y en tanto que ella se encarga de velar por la preservación y transmisión de la fe así como del bien espiritual de los fieles, que la Iglesia católica se pronuncia cuando rechaza la pertenencia de un católico a la franc-masonería.

En efecto, la Iglesia católica se niega ver en la masonería a una sociedad estrictamente amistosa, en virtud misma de uno de los puntos de contacto que señala entre ella misma y la franc-masonería: la comprensión de los símbolos. Subrayando, en efecto, que no hay en masonería “ideología normativa común”[12], la Conferencia episcopal alemana revela que las “acciones rituales [... de la masonería], en las palabras y los símbolos, [...] contienen una iniciación simbólica del hombre, [...que tiene un] carácter entero”[13], es decir que tiene a transformar por completo al hombre, comprendiendo ahí su dimensión espiritual. Ahora bien, “la Iglesia [no] puede aceptar que una formación de este género sea tenida en cuenta por una institución que le es extraña”[14]. Pues, desde el punto de vista católico, el trabajo simbólico de la masonería impide creer que es una sociedad de convivencia neutra.

La Iglesia católica no considera tampoco a la masonería como una simple sociedad filosófica, en primer lugar porque la masonería no es una filosofía (un sistema doctrinal explícito y coherente), después porque la formación simbólica del masón sobrepasa un marco estrictamente racional. Sin embargo, incluso en un plano puramente filosófico, la Iglesia no está exenta de quejas hacia la masonería, puesto que, como hemos visto, le reprocha tener una visión del mundo enteramente fundada en un relativismo noético que tiene consecuencias nocivas en el dominio de la fe, sólo porque sustraería la inteligencia del masón a la autoridad del dato revelado e incluso a la de la luz natural de la razón[15].

Por consiguiente, tanto por su actividad como por sus presupuestos filosóficos, la masonería toca de lleno a dos componentes fundamentales de la religión católica: el culto (los ritos, sobre todo sacramentales) y el dogma. Añadamos también que toca al tercer componente, la moral, en lo que, dominada por una preocupación humanitaria y ética preponderante, la masonería pretende también encargarse de la formación moral de la persona (e incluso a veces de la sociedad). La Conferencia episcopal puede, pues, legítimamente juzgar que la adhesión a la franc-masonería concierne a “los fundamentos de la existencia cristiana”[16].

La “regularidad” masónica

Por lo tanto, a pesar de la generalidad del juicio romano, una corriente de la masonería, la que se denomina “regular”, no se considera aludida por la prohibición católica de la doble pertenencia, precisamente porque es regular. Eclesiásticos como el Padre Riquet, e incluso el Cardenal Seper cuando era el Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe, han ido efectivamente en este sentido. Pero precisemos que, para este último, era sobre el fundamento del artículo 2335 del Código de derecho canónico que excomulgaba “a aquellos que dan su nombre a una secta masónica o a cualquier otra asociación del mismo género que maquinan contra la Iglesia o los poderes civiles legítimos”. En efecto, el Cardenal Seper escribía en 1974 al Cardenal Kroll, entonces presidente de la Conferencia episcopal de los Estados Unidos:

[...] la ley penal debe siempre interpretarse en sentido estricto. Se puede pues enseñar con seguridad y aplicar la opinión de los autores diciendo que el canon 2335 concierne únicamente a los católicos que forman parte de asociaciones que actúan contra la Iglesia[17].

Lo que se cuestionaba, pues, no era la doctrina, sino las actuaciones políticas de las logias. Ahora bien, con la Declaración de 1983, el terreno no es el mismo: lo que se ha considerado son los “principios [principia]”[18] de la masonería tal como han sido descritos por la Conferencia episcopal alemana. Por consiguiente, para que la masonería regular pueda justamente pretender quedar exenta de la prohibición romana de la doble pertenencia, haría falta que estuviera efectivamente libre de los principios aludidos por Roma.

No nos compete evaluar la “ortodoxia masónica” de tal o cual rama de la masonería, o de tal o cual logia. Sin embargo, podemos juzgar lo que recubre esta noción de regularidad tal como se pone por delante, en su descargo, por los masones que se la apropian. No se trata finalmente de otra cosa que de la observancia de los landmarks de la Gran Logia unida de Inglaterra; siendo ésta, pues, la garante de la regularidad. Debemos hacer dos observaciones importantes al respecto. La primera concierne a la legitimidad del privilegio que se atribuye la Gran Logia de Inglaterra al erigirse en la guardiana de la regularidad. Así comprendida, la regularidad no es otra que la conformidad a las Regulaciones Generales de las Constituciones de Anderson y de los textos que las han sucedido. Ahora bien, como Henry Sadler lo ha demostrado en Masonic facts and fictions[19], la introducción de esta noción de regularidad fue un verdadero golpe de estado contra las logias, más próximas al oficio, que existían antes de la constitución de la Gran Logia de Londres, que no estaban inscritas en sus registros, que estaban menos exteriorizadas que ella (al menos hasta la creación de la Gran Logia de los Antiguos en 1751), que seguían los usos antiguos, y que no querían someterse a las innovaciones de la Gran Logia de Londres. También, si se entiende “ortodoxia masónica” en el sentido de René Guénon, la verdadera regularidad no consiste en la sumisión a la Gran Logia de Inglaterra o a una profesión de espiritualismo, sino en el hecho de “seguir fielmente la Tradición, [...de] conservar con cuidado los símbolos y las formas rituales que expresan esta Tradición y son como el vestido, [...de] rechazar toda innovación sospechosa de modernismo”[20]. Respecto a esto, los Antiguos podían llamarse regulares sin duda más legítimamente que los Modernos.

La otra observación es que la fidelidad a las Constituciones de 1723 y a la institución que las produjo no bastan tampoco para volver a las logias conformes a la ortodoxia católica. En efecto, la masonería que fue condenada por la Santa Sede en 1738 no es, y con razón, la masonería “irregular” de finales del siglo pasado, sino más bien la masonería moderna y exteriorizada del siglo XVIII que, a lo largo de su historia hasta nuestros días, ha sido recubierta “nada menos que por cuatro ‘religiones’ secundarias al catolicismo romano original: el ‘cristianismo’ según la Reforma, la religión reducida a la ‘moral de 1723’, el ‘noaquismo’ y finalmente ‘la creencia en Dios’”[21]. Y es precisamente en esta masonería aún actualmente fiel a las Constituciones de Anderson, que la Conferencia episcopal alemana ve “una concepción relativista de la religión que no es compatible con la convicción fundamental del Cristianismo” [22]. Pues si ha lugar a levantar la prohibición católica de la doble pertenencia, el criterio inglés de la regularidad no es seguramente el más pertinente.

Precisamos también que la declaración alemana juzga que la “’franc-masonería cristiana’ no se encuentra de ninguna manera fuera de la organización masónica fundamental; se busca allí simplemente una mayor posibilidad para unir, una a la otra, a la franc-masonería con la creencia cristiana subjetiva”[23] (por “subjetiva” hay que entender esta parte de la fe que es la de la voluntad, de la adhesión a un don, y no este don mismo que es la parte objetiva de la fe y que, en la masonería llamada “cristiana” puede ser muy diverso). Es decir, ¿que quizás este acercamiento sería más fácil con una masonería laicista pero no hostil a la Iglesia? En un sentido si, siendo esta masonería religiosamente más neutra puesto que acepta no tener otros objetivos que humanitarios y éticos. Es en este aspecto significativo que sobre el terreno propiamente humanitario, la Iglesia tiene voluntarios cooperando con obediencias “laicas”[24]. Se trata aquí de una cooperación en un dominio puramente social y público (cosa que no podríamos reprochar a la Iglesia católica, que es también una institución social y pública) que no indica un entendimiento más profundo. Resulta en efecto de otro modo desde el momento en que se contempla una “cooperación” en el dominio religioso o espiritual. En este orden, ¿qué cooperación de la Iglesia podría haber con una sociedad que se situara fuera de toda referencia verdaderamente cristiana? La doble pertenencia no plantea primero un problema en el marco de la acción social, sino en el de la vía espiritual.

Excepciones a la incompatibilidad de principio

Para que un católico pueda legítimamente pertenecer a la franc-masonería, tendría, por una parte, que demostrar que esta pertenencia no perjudica su vida cristiana ni eclesial, y por otra parte, que no infringe las disposiciones canónicas.

Franc-masonería y vía espiritual

De hecho, hay católicos que entran y permanecen en masonería pretendiendo mantenerse católicos, y masones que acuden al catolicismo gracias a sus actividades masónicas (descubrimiento de la práctica ritual, de un tronco común cultural, etc.). Tanto en un caso como en el otro, dado que estos católicos permanecen en la masonería, con el riesgo de transgredir la disciplina eclesiástica, es, podemos esperar, que encuentran allí un medio de profundización de su vida cristiana. Si se adopta una definición mínima de la franc-masonería como una sociedad iniciática basada en un simbolismo constructivo de inspiración bíblica, se percibe con bastante rapidez cómo la concurrencia que señalaba la Declaración alemana puede ser (o quizás volver a ser) complementariedad o colaboración a un mismo fin. En efecto, la Iglesia católica es también una sociedad que propone una iniciación, dispone de un simbolismo y se enraíza en la tradición bíblica, Hay entonces concurrencia cuando las sociedades, las iniciaciones y las hermenéuticas se oponen, ya sea porque tiendan a fines inconciliables, o ya sea porque aspiraran a un mismo fin pero excluyéndose. Hemos indicado ya que en un plano estrictamente social, la oposición está fuertemente atenuada y que se han realizado algunas colaboraciones. La cuestión se plantea, pues, sobre todo en el dominio de la iniciación y de la hermenéutica de los símbolos.

Para que la imposición de los símbolos no constituya más este peligro que señalaba la Declaración alemana, es necesario que el simbolismo de la masonería sea interpretado y vivido a la luz de la escritura y de la tradición de la Iglesia, encontrando así en la vía eclesial su lugar hermenéutico, y escapando entonces a la pura subjetividad[25].

En cuanto a las relaciones entre la iniciación masónica y la iniciación cristiana (los tres sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía), podemos preguntarnos qué necesidad tiene un católico de recibir la iniciación masónica: ¿será porque considera que la iniciación cristiana es insuficiente para transmitirle la gracia y transformar radicalmente su ser hasta hacerle partícipe de la vida divina? Hay que recordar aquí que la iniciación, como la palabra indica, es un comienzo, y que a este respecto los ritos masónicos, al igual que, por ejemplo, la plegaria o la ascesis, pueden contribuir a la fructificación y al despliegue de la gracia sacramental en la totalidad de la persona. Recíprocamente, la práctica cristiana puede convertirse en el soporte de una efectuación de la iniciación masónica inicialmente virtual. Puesto que el rito es un simbolismo en acto, la interacción de los ritos masónicos y los ritos de la Iglesia supone que estos ritos se inscriben en la misma tradición simbólica y, más particularmente, que los ritos masónicos estén en continuidad directa con el simbolismo cristiano, tomándolo como base. Se trataría entonces, de alguna manera, de volver sobre las fases sucesivas de descristianización de los rituales masónicos (por ejemplo, en Inglaterra aprovechando la unión de 1813, o en Francia en la línea del convento de 1877) o de su reinterpretación no cristiana, a veces anticristiana (como la del grado de Rosa-Cruz[26]).

Análogamente, si se trata de masonería esotérica (y no solamente moral, filosófica o espiritualista), es preciso entonces que tenga “por base exotérica al Catolicismo”[27]. Lo que aquí está en juego, es claramente la articulación del esoterismo y del exoterismo y, en el caso que nos ocupa, la posibilidad que tendrían la iniciación, los ritos y los símbolos masónicos de apoyarse en el exoterismo de la religión católica; lo que significa que las relaciones normales entre una franc-masonería esotérica y la Iglesia católica deberían ser las que deben haber entre un esoterismo y un exoterismo. Así, la iniciación masónica y el organismo sacramental católico no serían ya más concurrentes, sino complementarios, representando las dos caras del acceso a una misma tradición cristiana, a la vez esotérica (iniciática) y exotérica (religiosa). Esto no se puede hacer más que en el marco de una masonería verdaderamente regular, auténticamente tradicional, como las organizaciones operativas del oficio de la construcción, a juzgar por sus Deberes, que existían en Inglaterra antes de que se operara su “descatolización” (precoz [28]), o en Francia los antiguos Compañeros.

Una apertura canónica

Parece claro que, en el estado actual de las cosas, la constitución de esta masonería tradicional no puede ser el propósito del conjunto de la masonería, sino solamente de algunos individuos católicos. Está claro también que estos individuos no podrían actuar en una clandestinidad total frente a la jerarquía católica. En efecto, desde el momento en que son católicos, que pretendan serlo plenamente, y que son conscientes de la necesidad de un punto de apoyo exotérico, no pueden ir más allá de las decisiones oficiales y explícitas de la Santa Sede. Esto no significa sin embargo que en el estado actual de la disciplina católica, que prohíbe la doble pertenencia, la constitución por parte de católicos de una masonería tradicional sea aplazada hasta un improbable cambio de posición del magisterio romano.

Cuando la Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe afirma la incompatibilidad de principio de la pertenencia simultánea a la Iglesia católica y a la masonería moderna, no deja ni siquiera una puerta abierta a la pertenencia de un católico a esta masonería que hemos calificado de “tradicional”. La Declaración de 1983 estipula:

No está entre las facultades de las autoridades eclesiásticas locales de plantear un juicio sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas que implicara una derogación al juicio susodicho [la incompatibilidad de los principios masónicos con la doctrina de la Iglesia], en la línea de la declaración de esta Santa Congregación hecha el día 17 de febrero de 198 [29].

Ahora bien, esta última precisa:

La intención de la Santa Congregación no era la de conferir a las Conferencias episcopales la facultad de pronunciar públicamente un juicio de carácter general sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas, juicio que implicaría derogaciones a las normas citadas [el mantenimiento de la excomunión prevista por el canon 2335 del Código de 1917] [30].

Lo que está, pues, referenciado “en la línea de la declaración [...] del 17 de febrero de 1981”, es la publicidad y la generalidad del juicio. No está excluido, entonces, que un obispo pueda pronunciarse privadamente por un juicio particular, aún cuando este juicio contravendría las normas generales del magisterio romano. Tanto más cuanto que la Declaración de 1981 indica que la intención de la Congregación para la Doctrina de la fe, cuando ratificó en 1974 el principio de interpretación estricto de la disposición penal del canon 2335, era recordar “los principios generales de interpretación de las leyes penales para la solución de casos particulares que puedan ser sometidos al juicio de las propias del lugar”[31]. Ahora bien, en términos del canon 87-1 del Código de derecho canónico de 1983:

Cada vez que lo juzgue provechoso para su bien espiritual, el obispo diocesano tiene el poder de dispensar a los fieles de leyes disciplinarias tanto universales [es el caso de la declaración de 1983] como particulares fijadas por la autoridad suprema de la Iglesia para su territorio o sus súbditos [...].

En consecuencia, un obispo puede legítimamente dispensar privadamente a tal o cual de sus súbditos de la prohibición de pertenecer a la masonería, si esto es para el bien espiritual de dicho fiel.

Hemos visto cuales eran las condiciones de realización de este bien espiritual en masonería: una iniciación, un trabajo y una hermenéutica de los símbolos que, al menos, no se opongan a la ortodoxia y a la ortopraxis católica, y que, en el mejor de los casos, se apoyen en ella. Es necesario que la Iglesia pueda verificar esta compatibilidad o esta complementariedad; lo que supone que no haya separación radical entre la Iglesia católica y la logia concernida, y que esta última no esté herméticamente cerrada por su secreto a la primera. Por lo tanto, la solución podría perfectamente consistir, como lo sugería Jean Reyor[32], en que miembros autorizados de la jerarquía católica, o para evitar cualquier escándalo, representantes discretos de dicha jerarquía, estuvieran presentes en la logia en cuestión, como lo estaban los capellanes en la antigua masonería operativa. De esta forma, el secreto formal e institucional[33] de la citada logia no sería ya más percibido como un medio de escapar a todo control por parte de las autoridades eclesiásticas, y los miembros de la jerarquía católica o sus representantes en logia podrían verificar y atestiguar en el seno de la Iglesia la legitimidad del juramento, de las doctrinas y de las prácticas masónicas[34]. No pequemos aquí de irenismo: la aceptación, por parte de la jerarquía católica, de la pertenencia de un católico a una logia “tradicional” sobre el fundamento del esoterismo católico de dicha logia, supone que este católico proporciona a la jerarquía católica la demostración de la legitimidad de un esoterismo en el cristianismo, y sabemos en qué grado la Iglesia es hoy en día globalmente hostil a la idea misma de un esoterismo cristiano.

Hemos querido aquí indicar, a partir de las posiciones explícitas y oficiales de la Santa Sede, algunos puntos de referencia y algunos elementos de respuesta a la difícil y delicada cuestión de la pertenencia de un católico a la masonería.

Bajo este marco, hemos constatado que la Santa Sede estaba en su derecho de pronunciarse sobre la masonería a partir de las informaciones de las que disponía y sin salir de su dominio de autoridad, desde el momento en que hay católicos que pretenden entrar o permanecer en masonería.

La prohibición de pertenecer a la masonería moderna hecha a los católicos, o al menos la advertencia contra esta pertenencia, se mantiene, y un católico consecuente no puede abstraerse de ello. Sin embargo, antes que ver allí primero o solamente el hecho de la ignorancia (y si lo hay es quizás también porque la masonería se ha cerrado mucho tiempo a la Iglesia católica), el católico masón puede comprenderlo como una invitación a interrogarse sobre su práctica masónica, a considerar en qué medida puede favorecer o dificultar su vida religiosa y espiritual, y a extraer con plena consciencia las consecuencias.


NOTAS:
[1] Nota del Traductor: reproducimos aquí esta Declaración, firmada por el entonces Cardenal (y actual Papa Benedicto XVI) Joseph Ratzinger:
Quaesitum est an mutata sit Ecclesiae sententia circa associationes massonicas, propterea quod in novo Codice Iuris Canonici de ipsis non fit mentio expressa sicut in vetere Codice.
Sacra haec Congregatio respondere valet talem circumstantiam tribuendam esse criterio in redactione adhibito, quod servatum est etiam quoad alias associationes pariter silentio praetermissas eo quod in categoriis latius patentibus includebantur.
Perstat igitur immutata sententia negativa Ecclesiae circa associationes massonicas, quia earum principia semper inconciliabilia habita sunt cum Ecclesiae doctrina ideoque eisdem adscriptio ab Ecclesia prohibita remanet. Christifideles qui associationibus massonicis nomen dant in peccato gravi versantur et ad Sacram Communionem accedere non possunt.
Auctoritatibus ecclesiasticis localibus facultas non est proferendi iudicium circa naturam associationum massonicarum quod secumferat supradictae sententiae derogationem, ad mentem Declarationis Sacrae huius Congregationis, die 17 februarii 1981 factae (cf. AAS 73 [1981], 240-241).
Hanc Declarationem in Conventu ordinario huius S. Congregationis deliberatam, Summus Pontifex Ioannes Paulus Pp. II, in Audientia infrascripto Cardinali Praefecto concessa, adprobavit et publici iuris fieri iussit.
Romae, ex Aedibus S. Congregationis pro Doctrina Fidei, die 26 novembris 1983”.
El texto en negrita dice textualmente: “Por tanto, no ha cambiado el juicio negativo de la Iglesia respecto de las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia; en consecuencia, la afiliación a las mismas sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión”.
[2] Es, por otra parte, en el marco de un tal diálogo, y a la vista de los rituales masónicos, que la Conferencia episcopal alemana llegó a la conclusión de que la pertenencia a la masonería era incompatible con la pertenencia a la Iglesia católica.
[3] Cf. Pierre BOUTIN, La Franc-Maçonnerie, l’Église et la modernité: les enjeux institutionnels du conflit (La Franc-Masonería, la Iglesia y la modernidad: los intereses institucionales del conflicto), París, Desclée de Brouwer, 1998, página 173.
[4] Jean Reyor, Pour un aboutissement de l’oeuvre de René Guénon (Por un desenlace de la obra de René Guénon), tomo II: La Franc-Maçonnerie et l’Église catholique, Milan: Archè (Biblioteca del Unicornio. La Tradición: textos y estudios. Serie francesa; 42), 1990, página 116.
[5] En los primeros siglos de la Iglesia, los cristianos ortodoxos denunciaron en el gnosticismo una publicidad indebida de doctrinas que debían permanecer secretas. Ocurre lo mismo en el Islam, puesto que, como indica Pierre LORY, “parece plausible que varios heresiarcas acusados de ghulûw (celo exagerado a la mirada de los Imâms; divinización de estos últimos; y anuncio de la inminencia de la parusía del Mahdî) por los mismos Imâms hayan sido sobre todo condenados por la divulgación pública de doctrinas que deberían haber permanecido secretas” (Pierre LORY, Introducción a Rajab BORSI, Les orients des lumières, Lagrasse: Verdier (Islam espiritual), 1996, página 21). Un fenómeno parecido se produjo durante los inicios languedocianos y después aragoneses de la Cábala.
[6] Así, señalamos a título de ejemplo la reseña en el Gentleman’s magazine londinense de 1731, páginas 431-432, de las Constituciones de Anderson.
[7] “Erklärung der Deutchen Bischofskonferenz zur Frage der Mitgliedschaft von Katholiken in der Freimaurerei”, Pressedienst des Sekretariats der Deutschen Bischofskonferenz, nº 10/80, 12 de mayo de 1980, página 4 [Traducción francesa: “La Iglesia y la franc-masonería: Declaración del episcopado alemán”, La Documentation catholique, nº 1807, 3 de mayo de 1981, páginas 444-448].
[8] Idem, páginas 4-5.
[9] Idem, página 19.
[10] Idem, páginas 10-11.
[11] Benedicto XVI, “Providas”, en padre Gasparri, editorial Codici iuris canonici fontes, tomo 2, Roma: Typis polyglotis Vaticanis, 1948, páginas 315-318 (317).
[12] Idem, página 10.
[13] Idem, página 15.
[14] “Erklärung der Deutschen Bischofskonferenz...”, obra citada, página 16.
[15] León XIII, haciendo muy ciertamente alusión al convento de 1877 del Gran Oriente de Francia, incluso notaba que los masones no se adherían más a estas verdades accesibles a la sola razón natural que son la existencia de Dios y la inmortalidad del alma espiritual. LEON XIII, “Humanum genus”, en padre GASPARRI, editorial Codici iuris canonici fontes, tomo 2, Roma: Typis polyglottis Vaticanis, 1933, páginas 221-234 (226).
[16] Idem, página 9.
[17] Acta Apostolicae Sedis, tomo 73, página 240. (Traducción francesa: “Los católicos y la franc-masonería: carta de la Congregación para la Doctrina de la fe”, La Documentation catholique, nº 1662, 20 de octubre de 1974, página 856).
[18] SACRA CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, “Declaratio de associationibus massonicis”, Acta Apostolicae Sedis, tomo 76, 1984, página 301. (Traducción francesa: “La incompatibilidad entre la pertenencia a la Iglesia y la franc-masonería: declaración de la Congregación para la Doctrina de la fe”, La Documentation catholique, nº 1985, 1 de enero de 1984, página 29).
[19] Henry SADLER, Masonic facts and fictions, comprising a new theory of the origin of the “Antien” Grand Lodge, Wellinborough: The Aquarian Press, 1985 (primera edición: 1887).
[20] René GUÉNON, Études sur la franc-maçonnerie et le compagnonnage, tomo 2, París: Éd. Traditionnelles, 1992, página 262
[21] Cedrinus JOHANNES, “¿Es la franc-masonería ‘regular’ una masonería de los ‘creyentes’?”, La Pensée catholique, nº 104-105, 1966, páginas 100-113 (112).
[22] “Erklärung der Deutschen Bischofskonferenz...”, obra citada, página 13.
[23] Idem, página 17, que cita al respecto el célebre primer artículo de las Constituciones de Anderson.
[24] Cf., por ejemplo: “Llamada común a la fraternidad”, La Documentation catholique, nº 1907, 1 de diciembre de 1985, páginas 1145-1146.
[25] No hay que olvidar que la Masonería es el Arca viva donde se ha recogido y acumulado, por herencia, en forma de depósitos, todo aquello que ha habido de verdaderamente iniciático en el mundo occidental, constituyendo los gérmenes para el ciclo venidero, y que conviene conservar con el cuidado más extremo, y condensa fundamentalmente símbolos de las tres tradiciones Abrahámicas (Cristianismo, Judaismo e Islam). Además, la “cristianización” de la Masonería occidental se hizo de una vez por todas probablemente hacia el siglo V de nuestra era, por iniciados particularmente cualificados para una obra tan importante y tan difícil. Lo que han dejado subsistir de la Masonería de los Collegia Fabrorum, al igual que del simbolismo polar, son las referencias al Pitagorismo y a la tradición céltica, caldea, egipcia y greco-latina; habiendo sido todo esto gravemente dañado por la nefasta acción de Anderson y de sus pálidos imitadores. Y [...] ¿no sería precisamente para reparar esas “heridas” que se habría instituido la “Masonería escocesa”? (N. del T.: extracto del capítulo IV, “Sobre algunos aspectos de la Masonería llamada Escocesa”, del libro de Denys Roman: René Guénon et les destins de la Franc-Maçonnerie).
[26] Cf. Pierre MOLLIER, “El grado masónico de Rosa-Cruz y el cristianismo: apuesta y poder de los símbolos”, Politica hermetica, nº 11, 1997, páginas 85-114.
[27] Jean REYOR, Pour un aboutissement de l’oeuvre de René Guénon, tomo 2: La franc-maçonnerie et l’Église catholique, obra citada, página 26.
[28] El manuscrito Grand Lodge nº 1 de 1583 está ya marcado por las concepciones de la Reforma, cuando enuncia que “el primer deber es este: que sereis hombres leales a Dios y a la santa Iglesia; y que no caereis en el error ni en la herejía, sea por vuestro juicio, sea por vuestras acciones, sino que sereis hombres discretos y sabios en todo” [“Manuscrit Grand Lodge nº 1”, en Fréderick TRISTAN, La Franc-Maçonnerie: documents fondateurs, Paris: L’Herne (Les Cahiers de l’Herne), 1992, páginas 141-153 (150).] Cf. El comentario de esta pasaje en Daniel LIGOU, “1717: nacimiento de los protestantes ingleses”, Notre Histoire, nº 66, 1990, páginas 10-15 (11).
[29] SACRA CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, “Declaratio de associationibus massonicis”, obra citada, página 301.
[30] SACRA CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, “Declaratio de canonica disciplina quae sub poena excommunicationis vetat ne catholici nomen dent sectae Massonicae aliisque eiusdem generis associationibus”, Acta Apostolicae Sedis, tomo 73, páginas 240-241 (241). (Traducción francesa: “Los católicos y la franc-masonería: declaración de la Santa Congregación para la Doctrina de la fe”, La Documentation catholique, nº 1805, 5 de abril de 1981, página 349).
[31] Idem.
[32] Jean REYOR, Pour un aboutissement de l’oeuvre de René Guénon, tomo 2: La franc-maçonnerie et l’Église catholique, obra citada, páginas 20-21.
[33] Empleamos estos dos últimos calificativos en el sentido que les da Jean BORELLA [Esotérisme guénonien et mystère chrétien, Lausanne: L’Âge d’homme (Delphica), 1997, páginas 67-72].  Está claro que el secreto real, lo inexpresable, al cual la masonería da eventualmente los medios para acceder (por la iniciación y su actualización), no es por naturaleza accesible más que desde el interior, y no por el hecho de la voluntad de la sociedad, secreta o no.
[34] Así, saliendo del dominio esotérico, las dificultades que encontraron, a finales del siglo pasado, los Knights of Labour, se mantuvieron largo tiempo por el hecho de que esta sociedad aparecía herméticamente cerrada a toda investigación de la jerarquía católica; mientras que más o menos en la misma época los Knighys of Columbus, al tener capellanes católicos y no aceptar más que católicos practicantes, no encontraron ninguna dificultad en ser aceptados por las mismas autoridades. Cf. Henry J. BROWNE, The Catholic Church and the Knights of Labor, Washington (DC): The Catholic University of America Press (Studies in American Church history; 38), 19