domingo, 9 de octubre de 2016

Iniciación Masónica y Vías Sustitutivas; por Giorgio Manara.


Publicado en la Rivista di Studi Tradizionali, nº 53, Turín, julio-diciembre de 1980.

SIGNIFICADO DE “VÍA SUSTITUTIVA”

La expresión “vía sustitutiva” ha tenido cierto éxito estos últimos años entre quienes se ocupan de la iniciación masónica, tras haber sido empleada para titular un libro que se ha hecho bastante conocido, La Voie substituée [1]. En él se explicaba cómo, particularmente en Francia y en otros países continentales europeos, gran parte de los Masones había perdido la concepción de la vía iniciática masónica, que para ellos había sido prácticamente sustituida por la vía de la política, con todas las consecuentes injerencias y condicionamientos profanos, y con todas las vicisitudes relacionadas con las tentativas de afirmación de un poder exterior [2]. Esta tesis, expuesta y documentada en el libro La Voie substituée, sin duda está justificada. Por otra parte, el argumento de la “sustitución” de la vía iniciática masónica por tendencias e ideologías extrañas es susceptible de aplicaciones que, a decir verdad, son al menos bastante extensas, y que presentan aspectos de verdadera actualidad.

Para aclarar mejor este asunto, es quizá oportuno presentar una premisa acerca de los diversos significados que pueden ser atribuidos a la “sustitución” de los contenidos tradicionales e iniciáticos.

Cuando determinados contenidos (expresiones doctrinales, métodos, ritos) se han hecho, al menos en un determinado ambiente, inaccesibles o impracticables, una “sustitución” puede ser realizada por aquellos que en realidad todavía tengan o hayan tenido acceso a ellos, y los conozcan tan profundamente como para ser capaces de manifestarlos en una nueva forma que traduzca, de un modo más o menos completo, la misma esencia. Se trata entonces de una adaptación legítima [3], de la cual algunos podrán sacar provecho según sus cualificaciones.

Un caso muy distinto es aquel en el cual el vacío dejado por los contenidos tradicionales perdidos, o simplemente ignorados por incomprendidos, sea ocupado por algo que no deja de ser el fruto de tendencias individuales, sean singulares o colectivas [4]. Naturalmente, en este caso, la creencia de haber llenado el vacío dejado por la ignorancia es puramente ilusoria, y no podrá sino conducir a resultados que; en definitiva, se revelan como igualmente ilusorios.

A propósito de ello, recordemos, por ejemplo, lo que recientemente se ha escrito en esta revista [5] acerca de la ilusión de poder sustituir la ciencia masónica por la ciencia profana, en el ámbito de la iniciación de los constructores. Profundizando en este tema, digno sin duda de la mayor atención, es posible vislumbrar un aspecto fundamental de la ilusión individual humana, consistente en sustituir la finalidad de la realización espiritual (que es identificación cognoscitiva con el centro ordenador de la individualidad y, desde ahí, con el Principio supra-individual y supra-humano) por un desarrollo progresivo de las posibilidades individuales, aptas para producir en realidad una dispersión progresiva hacia lo indefinido, hasta llegar a un punto de ruptura y a una catástrofe inevitable en tales condiciones, sea para el individuo, sea para la colectividad humana.


CISMA “ESPECULATIVO” Y VÍA SUSTITUTIVA

Partiendo de estas reflexiones de carácter general, puede observarse que, en el ámbito masónico, el peligro de “sustituciones” indebidas se había manifestado clamorosamente, en realidad, ya desde la constitución de la Masonería especulativa de los “Moderns” o “moderna”, realizada en Londres en 1717 por los miembros de cuatro Logias, con la oposición de la Masonería operativa. La falta de conocimiento y el comportamiento fraudulento de los fundadores de la Masonería de los “Moderns” parece históricamente demostrado [6]. Igualmente probada es una influencia rectificadora ejercida después por la Masonería “antigua”, y fundamental es la válida conservación de los símbolos y los ritos iniciáticos; es sin embargo extraño que muchos continúen refiriéndose al cisma especulativo de 1717 como si se tratara de la fuente misma de la regularidad y de la autenticidad de la iniciación masónica...

Puede ocurrir que similares tomas de posición estén tal vez condicionadas por presuntas exigencias de reconocimiento administrativo. Pero también puede haber motivos más sustanciales, ligados a una participación sincera en el modo en el que los promotores de la Masonería “moderna” han expresado ciertas orientaciones y ciertos ideales, que encontraron después más amplios desarrollos en el mundo profano. Sin necesidad de insistir particularmente en este punto, debemos observar sin embargo que determinados criterios de referencia de aspecto irreprochable, como el de la moralidad o el de la libertad frente a ciertas formas de coacción [7], no son de hecho suficientes para constituir válidamente una ciencia iniciática, y, es más, a falta de un conocimiento de orden más profundo, aún con las mejores intenciones, se corre el riesgo de ser prácticamente “instrumentalizados” en función de “vías sustitutivas”, en el sentido antes indicado de desarrollos profanos y de dispersiones sobre el plano individual y colectivo, sin salida posible.

Se ha podido afirmar que, en el mundo contemporáneo, la Masonería “ha vencido”, en el sentido de que los valores afirmados por ella han sido generalmente aceptados como valores por la civilización moderna en su conjunto. Pero, ahora más que nunca, paradójicamente, la civilización que debería ser el campo de la afirmación de esta “victoria” de una sabiduría iniciática es por el contrario una civilización totalmente anormal por su profanidad, una civilización que, como justamente se observa en la nueva revista masónica Hiram, es “cada vez más sorda a cualquier llamada espiritual”, la civilización de una “humanidad desorientada y deshumanizada” [8]. ¿No nos hallamos frente a una inquietante contradicción? En efecto, esta contradicción podría Inducir a reflexionar y a considerar si no encuentra su explicación en el hecho de que el conocimiento y la ciencia sagrada (como es, por su naturaleza, la ciencia iniciática de los constructores) han sido en realidad olvidados y sustituidos por nociones e ideales meramente “laicos”, es decir, profanos: y ello quizá confiando en haber encontrado un adecuado principio unitario mediante el “mínimo común denominador” de una presunta ética natural, la cual se ha revelado no obstante tan genérica como susceptible de ser después de hecho orientada según la dialéctica de las corrientes profanas y profanizadoras sucesivamente predominantes.


REFLEXIONES CRÍTICAS Y EVOLUCIONISMO “PSICOANALÍTICO”

Debemos añadir que varias publicaciones masónicas se han fijado últimamente en el tema de las desviaciones y las deficiencias de fondo del mundo actual, con el intento de profundizar su causa y de encontrar en el patrimonio masónico la base de una toma de posición adecuada a la realidad. Desde algunas partes se ha insistido en un retomo a la razón, a una “razón” por lo demás demasiado a menudo sustancialmente identificada con la razonabilidad de un determinado tipo de vida ordinaria que ofrecía así una impresión de solidez y segundad, pero que, a falta de principios de orden superior, no podía sino desmoronarse, como de hecho está ocurriendo de forma alarmante. Otros, por el contrario, han señalado claramente la insuficiencia y la falsedad del racionalismo y del positivismo; “en nuestra civilización industrializada”, se ha dicho, “asistimos al debilitamiento del interés por los ritos y los símbolos... Este debilitamiento... es el resultado póstumo del positivismo científico y de la tecnocracia, del pensamiento demencial que la razón humana ha hecho posible” [9].

Vislumbrando conjuntamente los peligros de las tendencias racionalista e irracionalista, se ha hablado también de una “oscilación entre una racionalidad inviable y una irracionalidad devastadora, entre la coerción y la disgregación, con el nesgo de precipitarse irreparablemente hacia uno de los dos polos” [10] Estas consideraciones son bastante pertinentes: puede observarse que los dos términos de que se trata corresponden a las dos tendencias fundamentales, hacia la “solidificación” y hacia la “disolución”, a través de las cuales procede todo el desarrollo del mundo moderno [11]. Y la superación de tales antítesis progresivamente destructivas es posible, sin embargo, con la referencia a los principios metafísicos que no pueden estar implicados en ellas: se trata de la referencia a la esfera intelectual y espiritual, y a la doctrina tradicional, que no es sino su expresión (la cual incluye también, a título de aplicación particular, la explicación de la fase que está atravesando la humanidad). Precisamente, con vistas a la superación de la peligrosa antítesis mencionada, se ha afirmado la exigencia de alcanzar el Símbolo, y ello está sin duda justificado si se entiende como una utilización del patrimonio simbólico tradicional en tanto que soporte para la participación en un conocimiento suprarracional. Esto, sin embargo, no es fácil en las condiciones actuales, y, desgraciadamente, es mucho más cómodo asumir el símbolo, por el contrario, para el desarrollo de una imaginación infrarracional y para la afirmación de tendencias psíquicas provenientes de abajo que, en cierto modo, esperaban solamente la ocasión propicia para invadir el campo de la conciencia.

He aquí, por lo tanto, que la referencia al simbolismo, cuando disimula un equívoco semejante, es susceptible de provocar consecuencias peligrosas nada despreciables. Así, por ejemplo, al hablar del Símbolo como del vehículo que expresa una “parte de nosotros todavía no consciente”, se ha teorizado una “dialéctica entre la exigencia metahistórica y emergente del inconsciente y el dominio accesible de la conciencia”, llegando al programa de “eliminar los residuos de los siglos XVIII y XIX que todavía oprimen nuestra sociedad, desenmascarar un logos mistificador, haciendo surgir el alma, permitendo vivir el eros... tarea fascinante para el hombre de hoy” [12].

De este modo, rechazando los límites de cierta mentalidad predominante en Occidente en un pasado reciente, se denuncia un “logos mistificador”, pero no para volver a encontrar el logos auténtico y un “intelecto sano”, sino con el riesgo de arrojarse a un nuevo y más inquietante evolucionismo, que se hunde en los contenidos “emergentes de la inconsciencia”. Y, cuando la referencia al símbolo y al patrimonio tradicional obtiene así su aplicación en el reflejo de lo que empíricamente puede encontrarse más allá de las fronteras del “subconsciente”, bien puede decirse que ya no se está en condiciones de vislumbrar ninguna diferencia cualitativa esencial entre las sugestiones, las experiencias sufridas por los locos, el arte, la mitología y las vías iniciáticas... En efecto, en una perspectiva semejante, no es extraño que se haya hablado no sólo del arte, que crea “nuevos campos de conciencia”, sino también de las “relaciones entre arte y esquizofrenia”, y de la “fundamental aportación del pensamiento mitológico, astrológico, cabalístico y alquímico en la formación del pensamiento psicoanalítico, el gran acontecimiento del siglo XX” [13].

El ejemplo ofrecido por esta última cita hace pensar de forma muy explícita en la “sustitución” del empleo iniciático de los símbolos por su interpretación psicoanalítica, y ciertamente no faltan muestras de esta tendencia “sustitutiva” que precisamente se apoyan en la teoría psicoanalítica y en nociones tales como la de la “libido”, con el intento de explicar el patrimonio tradicional y en consecuencia también el concepto del Gran Arquitecto del Universo, identificado con el alma de la Naturaleza y con el Dios “de la evolución” [14].

A decir verdad, la realidad metafísica y espiritual está por su naturaleza vedada al psicoanálisis, y a propósito de esto puede recordarse por ejemplo que incluso un notable estudioso de los argumentos psicoanalíticos se sintió en el deber de advertir, en la Rivista Massonica, contra el “grave error” de las afinidades de “ciertos esoteristas” con el pensamiento de Jung, y contra la confusión entre la idea del simbolismo en la iniciación masónica y el significado nada menos que invertido atribuido al simbolismo en el psicóanálisis [15].

En conclusión, para aquellos que no se limitan ya a la más bien vieja, ingenua y superficialmente sólida “vía sustitutiva” representada por el evolucionismo racionalista, existe el peligro de una “vía sustitutiva” más moderna, sutil y disolvente, fundada en la receptividad a los contenidos psíquicos, frente a los cuales se encontrará igualmente indefenso por persistir, aunque sea en una forma nueva, en la ilusión evolucionista.


NOCIONES TRADICIONALES Y PSEUDO-ESOTERISMO

Sin duda también hay muchos Masones que no comparten de hecho esta ilusión, y, por ejemplo, en una reciente publicación masónica, en contraste con una difusa creencia, se reafirmaba la doctrina tradicional referente al descenso cíclico de la humanidad, precisando:

“Este concepto, expresado en todos los textos sagrados tradicionales [16], sea entre los pueblos occidentales u orientales, de una regresión sobrevenida a la humanidad con el paso del tiempo, y por consiguiente del paso de un estado de perfección a otro, digámoslo así, degenerado, contrasta con la opinión común, dominante en la cultura profana... de un proceso exactamente opuesto en la vida de la humanidad. La razón de esta inversión debe imputarse al hecho de que hoy el punto de vista imperante es exclusivamente “material”... Y, en este ámbito, en efecto, ha habido, y todavía hay, un excepcional desarrollo tecnológico... Y, a causa de esta óptica puramente “material”.., se infiere la teoría de la evolución del hombre, desde un estado primordial salvaje a otro siempre más elevado, invirtiendo así las enseñanzas sapienciales tradicionales” [17].

Teniendo presentes estas enseñanzas tradicionales, pueden efectivamente prevenirse muchos errores y confusiones. Por otra parte, la misma utilización de enseñanzas presentadas como tradicionales es bastante delicada, y puede también dar lugar a riesgos sorprendentes, relacionados bien con la inexistencia de las premisas teóricas, bien con las incongruencias más o menos evidentes de las aplicaciones.

Hay enunciados teóricos que pueden parecer satisfactorios siendo no obstante expresados con imprecisiones del lenguaje sin importancia [18], los cuales traducen a su vez deformaciones o limitaciones relevantes, demostrando a veces incluso que, a pesar del uso de ciertas palabras, falta una verdadera referencia a todo aquello que es de orden espiritual y metafísico, y que sólo podría realmente orientar una vía iniciática.

En cuanto a las aplicaciones de las enseñanzas tradicionales, debe observarse ante todo que pueden ser extremadamente variadas y situarse en niveles muy diferentes: la consideración de esto debería por lo tanto implicar la mayor amplitud de miras, muy lejos de cualquier exclusivismo; con la condición, no obstante, de que se respete la correspondencia con los principios que deben ser aplicados, evitando, particularmente, servir de apoyo a falsificaciones pseudo-esotéricas y a residuos de origen tradicional sacados de su contexto o degenerados [19].

Siempre a título de ejemplo, podría recordarse el caso de una teoría que fue presentada como una aplicación de la citada doctrina referente al descenso cíclico de la humanidad. Según esta teoría, la vía de la iniciación efectiva se relacionaría ante todo con la re-ascensión del ciclo humano (y sin duda hay aquí una correspondencia válida, al menos hasta cierto punto) [20], para ser luego sin más identificada, por analogía, con la ascensión por el ciclo anual de las cuatro estaciones (tomada en el orden invierno-otoño-verano-primavera), y con la experiencia sucesiva de las cualidades inherentes a los doce signos zodiacales correspondientes, siguiéndolos hacia atrás, desde Piscis a Aries. A propósito de esto, es obvio que son posibles muchas objeciones. La sucesión de los signos del zodíaco es una serie circular que circunda al cosmos y que también enmarca a la Logia masónica; si se quiere aplicar su simbolismo a la realización iniciática, no se trata ciertamente de dispersarse en un recorrido periférico, sino, por el contrario, de pasar de la separación a la síntesis, de la circunferencia al centro, del zodíaco a la estrella polar, cuyo símbolo poseía en efecto tanta importancia en la Masonería operativa.

En el mismo orden de equívocos y de contradicciones, es significativo que haya podido ser enunciada la noción del Éter (la Quintaesencia en la que se originan los otros cuatro elementos), para luego exaltar inmediatamente el supuesto término de la realización iniciática que estaría representada por el signo de Aries y por el elemento Fuego a él inherente (el Fuego de Aries sería la “intuición intelectual”, la “luz del espíritu” y “la máxima expresión de la esencialidad, de la pura esencia principial informadora”) [21].

Para dar una idea menos incompleta de esta teoría, se necesitaría aludir al método sugerido para provocar los “estados de conciencia” correspondientes a los distintos signos zodiacales y a cada uno de los cuatro elementos que los caracterizan: por “estado de conciencia” se entiende “el hacer converger la atención de la conciencia sobre los valores de un Elemento para luego, con la imaginación, hacer afluir la correspondiente energía en el ámbito, o en los ámbitos, interiores (esfera sensorial-instintiva, esfera sentimental-emocional, esfera mental-racional)... de manera de quedar impregnado por estas particulares vibraciones”.

El ejemplo citado puede ayudar a ver bastante claramente cómo, incluso allí donde debería afirmarse el rigor “científico” de las ciencias tradicionales, pueden intervenir fuerzas imaginativas capaces de producir autosugestiones que, a decir verdad, son precisamente lo contrario de la actitud necesaria para realizar una técnica iniciática [22]. Es preciso añadir que, realizando tales métodos en grupo, la autosugestión de los individuos puede ampliarse para alimentar un psiquismo colectivo (al que los ocultistas han dado el extravagante nombre de “egrégore”), susceptible de servir de instrumento a aquel o a “aquello” que esté en grado de utilizarlo para sus propios fines.

Todavía a propósito del ejemplo en cuestión, debe constatarse la sorprendente opinión según la cual la “operatividad masónica” tradicional consistiría precisamente en el método antes mencionado: y ésta es verdaderamente una prueba más de la potencia de la imaginación, desde el momento en que la Masonería operativa no es tan completamente ignorada, y no es difícil comprobar que sus métodos, sin duda, eran (o son aún) muy distintos a la susodicha fantástica cabalgada astrológica [23].

De cualquier modo, aparte del típico caso antes considerado, podrían sin duda citarse otros análogos de variada naturaleza, y debe tenerse en cuenta que, además de la “vía sustitutiva” de la política, del evolucionismo racionalista y de un más reciente evolucionismo psicoanalítico, está además la “vía sustitutiva” que, apoyándose a veces en nociones tradicionales, dan lugar a distintas formas de pseudo-esoterismo.


EXIGENCIA Y DIFICULTAD DE LA CLARIFICACIÓN

Este peligro del pseudo-esoterismo, demasiado frecuentemente desatendido o subestimado, ha sido por lo demás también recordado y examinado en publicaciones masónicas recientes. Se ha hablado, por ejemplo, de “reflexiones un poco amargas sobre el estado de los trabajos iniciáticos en la sociedad actual”, y de un “boom de lo oculto”, que “comenzó en Italia hace una decena de años siguiendo el ejemplo de análogas iniciativas parisinas, londinenses y neoyorquinas.., que acabaron con la venta de patentes iniciáticas y con embrollos más o menos sofisticados”. Sabiamente, se ha afirmado también que no debe generalizarse: “Hay, obviamente, personas e instituciones válidas, y las que no lo son no perjudican de hecho el fundamento de la Ciencia Esotérica tradicional sobre la que se apoyan”. Y, tras una alusión un poco enigmática a las “poquísimas instituciones válidas existentes en Occidente” fuera de la Masonería, se indica la exigencia de un “revolucionario período informativo, formativo y analítico-sintético sobre la elección de los mejores de entre los resultados prefijados y los medios implicados. Si, cada vez que tenemos conocimiento de ciertos hechos, nos preguntamos quién, qué, cómo, dónde, cuándo, por qué y, sobre todo, a quién beneficia, habremos hecho una obra de claridad informativa” [24].

Ciertamente, puede compartirse la consideración de la exigencia de una obra de claridad informativa. Por otra parte, es curioso comprobar que quien ha expresado tal exigencia había escrito una especie de reseña desmañada de la Rivista di Studi Tradizionali, sin explicar mínimamente su contenido específico, y presentándola como si fuera una publicación antimasónica, que habría alcanzado “la perfección, o casi” en un “campo de inexactitud y maledicencia” [25]. Este pequeño aunque sintomático ejemplo es digno de notarse en tanto que hace entender cómo sobre su afirmada exigencia de claridad puede prevalecer la preocupación de defender ciertos prejuicios y determinadas orientaciones, hasta el punto de intentar arrojar el descrédito contra todo aquello que pueda perturbarles [26].

De todos modos, es preciso reconocer que la claridad, también sobre el plano informativo, no es nada fácil de encontrar; tanto más cuanto que, en el terreno de la expresión de las ideas, debe necesariamente presuponer la capacidad de comprender el contenido de aquello que se expresa y de discernir lo verdadero de lo falso. A propósito de ello, debemos notar que una de las razones de nuestra frecuente referencia a la obra de René Guénon consiste, no ciertamente en una complacencia en una fe ciega (como algunos han querido creer), sino en la comprobación de que precisamente puede ayudar en la ardua vía de la comprensión y del discernimiento: y ello sobre todo por la exposición de enseñanzas tradicionales que permiten la apertura de un horizonte intelectual propiamente ilimitado, respecto al cual todas las ilusiones y las “vías sustitutivas” individuales aparecen con las dimensiones de un juego de niños; pero también por las aclaraciones específicas y explícitas respecto a las corrientes antitradicionales en acción, aclaraciones que a veces adquieren una sorprendente actualidad [27].

En todo caso, para quien pretenda referirse a la iniciación masónica, debería ser evidente la oportunidad de reflexionar sobre los riesgos de quedar aprisionado en cualquier ilegítima “vía sustitutiva”. Para evitar los equívocos, debemos precisar que no pretendíamos lo más mínimo intervenir para impugnar a unos u otros los tipos de intereses y las diversas experiencias en las que quieran mezclarse o aventurarse. Nuestra intención a este respecto es simplemente la de ayudar a hacer que cada cosa sea puesta en su lugar y tomada por lo que es, sobre todo sin falsificadas “sustituciones” de aquello que es de orden tradicional e iniciático.

POST SCRIPTUM. Siempre con el tema de la actualidad, y en referencia a lo arriba indicado, después de haber escrito el presente artículo hemos sido informados de una comunicación digna de señalar del mencionado Robert Ambelain, publicada en una revista masónica francesa. En dicho comunicado, fechado el 1 de septiembre de 1980, se afirma textualmente:

“Yo considero a Guénon como un individuo despreciable, que ha traicionado sucesivamente todo aquello a lo cual se ha adherido” (“Je considére Guénon comme un individu méprisable, qui a trahi succesivement tout ce á quoi a adhéré”). A decir verdad, no debe asombrar demasiado un juicio tal, teniendo en cuenta que proviene de un personaje que ya se había distinguido por sus escritos rebosantes de infamantes acusaciones contra Jesucristo (cf. el n°45 de esta revista, págs. 109 y sigs., y el nº 51, pág. 161). Sólo nos queda esperar que se advierta qué tipo de corrientes se hallan en el origen de semejantes campañas denigratorias.


Notas:
[1] Jean Baylot, La Voie substituée, cuya edición original fue publicada en Lieja en 1968.
[2] Como ejemplo de sustitución debida a una necesidad de adaptación, se podrían citar los cambios sufridos en varias formas tradicionales respecto al empleo de la bebida sagrada, o las sustituciones referentes a los nombres divinos en la tradición hebrea, o las sustituciones de la “palabra sagrada” en la tradición masónica, o también las adaptaciones de contenidos rituales derivados de la Masonería operativa, dispuestas de tal modo que pudieran incorporarse a una iniciación masónica que ya no implicaba la práctica del oficio. Sobre este importante asunto, remitimos al artículo de Guénon, “Palabra Perdida y Palabras Sustitutivas”.
[3] Como ejemplo de sustitución debida a una necesidad de adaptación, se podrían citar los cambios sufridos en varias formas tradicionales respecto al empleo de la bebida sagrada, o las sustituciones referentes a los nombres divinos en la tradición hebrea, o las sustituciones de la “palabra sagrada” en la tradición masónica, o también las adaptaciones de contenidos rituales derivados de la Masonería operativa, dispuestas de tal modo que pudieran incorporarse a una iniciación masónica que ya no implicaba la práctica del oficio. Sobre este importante asunto, remitimos al artículo de Guénon, “Palabra Perdida y Palabras Sustitutivas”.
[4] Observemos de paso que, para evitar graves confusiones, debe tenerse presente que tanto lo singular como lo colectivo (que no es sino un agregado) pertenecen igualmente al mismo nivel de realidad y de ilusión individual. Sucede a veces que se cree superar el plano individual refiriéndose a contenidos propios de la colectividad, y que tales contenidos son calificados impropiamente como “universales”: se trata de un abuso del lenguaje bastante significativo, pues traduce un desconocimiento que lo que verdaderamente es de orden universal, al cual sería indispensable remontarse para superar la ilusión de la individualidad.
[5] Cf. Pietro Nutrizio, “La ciencia masónica y las ciencias profanas”, en el n°52 de esta revista.
[6] Entre otros indicios significativos relacionados con los orígenes de los “Moderns”, recordemos el hecho de que no poseían todos los grados de la Masonería operativa (hasta tal punto que el grado de Maestro fue incorporado solamente en un segundo tiempo en la Masonería moderna), y demostraron así una gran ignorancia sobre el origen de la herencia iniciática masónica. Pero todavía más significativo, y por cierto no tan sólo ligado a la iniciativa de un único personaje, es el engaño con el que Anderson (uno de los fundadores de la moderna “Gran Logia de Inglaterra”) presentó falsamente las “nuevas constituciones” como conforme a documentos extraídos de los antiguos rituales, a los que intentó destruir para evitar su desenmascaramiento. Después de estos hechos, algunas Logias operativas llegaron a excluir la admisión de cualquier miembro que llevase el nombre de Anderson, que fue descrito por Waite como “especialmente capaz de corromper todo lo que tocaba”. Según el juicio de René Guénon, “los primeros responsables de esta desviación, al parecer, fueron los pastores protestantes Anderson y Desaguliers, que... hicieron desaparecer todos los antiguos documentos sobre los que pudieron echar mano, para que nadie pudiera darse cuenta de las innovaciones que introdujeron... No obstante, dejaron subsistir el simbolismo, sin sospechar que éste, para cualquiera que lo comprendiera, testimoniaba contra ellos tan elocuentemente como los textos escritos, a los que por lo demás no habían llegado a destruir por completo” (cf. Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage (Estudios sobre la Masonería, Lobher, S. Joan Vilatorrada) II: “A propósito de los signos corporativos”, págs. 72-73; cf., además, en la misma obra, las observaciones de las páginas 219, 252-253, 260, 264 y 283 del primer volumen, y 123-124 del segundo volumen).
[7] La llamada a la libertad expresa sin duda una exigencia fundamental, referente a la actuación de las posibilidades intrínsecas de cada ser, y ligada, en definitiva, a la propia desvinculación de las condiciones limitativas de la existencia, lo que se corresponde con la realización iniciática. Pero, como ya ha sido observado por ciertas autoridades masónicas, ocurre que la libertad es de hecho solamente referida a la superación de ciertas formas de coacción, relevantes en la práctica, pero relativamente exteriores, y que no van más allá de cuanto puede aparecer desde un punto de vista puramente individualista y profano.
[8] Cf. Hiram, 1980, n°2, págs. 37 y 38.
[9] Estas afirmaciones están sacadas de la comunicación de Herbert Kessler a la XII Conferencia Internacional del Supremo Consejo del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, celebrada en París en 1980.
[10] Hiram, 1980, n° 1, p. 7.
[11] La concepción de estas dos tendencias contrapuestas que se siguen o, según un cierto aspecto, son interdependientes y complementarias, presenta sin duda un notable valor explicativo de las premisas, de las fases de desarrollo y de las características del mundo moderno, bien sea con respecto a la humanidad, bien con respecto a todo lo que se refiere al propio ambiente natural. Sobre este importante asunto, remitimos a la obra de René Guénon, Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps [El Reino de la Cantidad y los Signos de los tiempos, Paidós, Barcelona, 1997] (en particular, cap. XVII, “Solidificación del mundo”, y los capítulos posteriores). Por lo demás, el mismo argumento ha sido empleado por otros autores en esta misma revista (cf., en el n° 30, el artículo de Giovanni Ponte, “Cambiar de mentalidad”, en las págs. 3-4).
[12] Hiram, 1980, n°1, p. 7, y n°3, págs. 69 y 71.
[13] Ibidem, págs. 70-71. Muy expresiva de la tendencia de la que hablamos es la afirmación según la cual “la insensatez.., es la madre de la sabiduría”. Esta convicción de que la sabiduría deriva de la insensatez pone en evidencia el hecho de que ciertas entusiastas “aperturas” implican el riesgo de un verdadero desastre; a propósito de ello, y para evitar falsas asimilaciones, es bueno observar que, sobre la ambigua base de un empirismo psíquico para el que “el inconsciente aparece como una visión mental”, la “insensatez” de que se trata no debe en absoluto ser confundida con la sólo aparente “locura” de un conocimiento superior, ni con la sólo aparente falta de significado de esa “piedra inutilizable” que en realidad constituye la “clave de bóveda” de todo el edificio.
[14] Nos referimos a un escrito en el que el argumento del “conocimiento religioso del Masón” ha sido explicado “a la luz del psicoanálisis”, y que ofrece entre otras las siguientes afirmaciones: “En primer lugar está la líbido narcisista... que coincide con el amor a la vida, que es la vida misma... Luego este amor, origen o al menos primera manifestación subjetiva de la vida, aunque sea en un principio egocéntrico o dirigido a la sola persona de la madre, es capaz de afluir hacia los otros, hacia el sexo contrario, hacia el propio grupo, y más tarde hacia otros grupos, y, finalmente, en los poetas y los místicos, hacia el mundo entero... Aparece entonces una realidad humana fundamental, alejada de tantas desviaciones actuales... También la verdad de la Biblia y del Evangelio ha necesitado de un largo camino para decantarse y depurarse... Debemos entender tales verdades en un sentido simbólico. .. Hasta el augusto concepto de Dios y del Gran Arquitecto... es el Dios de la vida y de la evolución... En suma, según el psicoanálisis... existe una dimensión religiosa en la psique humana; y tal dimensión, considerada de un modo abierto y prescindiendo de revelaciones y de dogmas, quizá sea la dimensión fundamental del mundo humano”; en otros términos, esta conciencia “abierta” consiste en permanecer prisioneros en una dimensión puramente psíquica, pretendiendo reducir a ella todas las indicaciones tradicionales que se refieren a una realidad superior, “supra-psíquica” y “supra-cósmica”.
[15] Nos referimos a un artículo de Emilio Servadio publicado en el número de julio de 1970 en la Rivista Massonica, en el cual el autor afirmaba lo siguiente: “Es a mi entender un grave error de ciertos esoteristas el creer que el pensamiento de Jung, en general, esté “más próximo” a los niveles de la especulación tradicional y del pensamiento metafísico que la doctrina psicoanalítica freudiana. Todo verdadero esoterista sabe muy bien que psique, alma y espíritu no son de hecho términos intercambiables”. Además, tras haber tomado la definición del psicoanalista Ernest Jones como base de referencia para entender el significado del simbolismo en el psicoanálisis, Servadio observa en el mismo artículo: “Si repensamos el simbolismo entendido en el sentido, por así decir, reductor y restrictivo según la definición de Ernest Jones, vemos que el símbolo, en tal acepción, es la representación última, sintética y consciente de algo más primitivo, extraño, rudimentario y subyacente. Gráficamente, podríamos representar un símbolo como un objeto superficial, cuyas raíces invisibles se hallan abajo, y son accesibles tan sólo después de un trabajo de excavación, es decir, de la exploración psicológica y analítica. El símbolo, en sentido iniciático y masónico, puede por el contrario figurarse de un modo análogo e invertido, o sea, como un objeto presente sobre la tierra, al que, dentro de ciertos límites, podemos acercarnos y entender sobre el terreno, pero cuyo manantial está en lo alto, de modo que, para alcanzarlo, es necesario cumplir un movimiento interior de un tipo particular, una “salida”, como por otra parte está indicado en más de un paso de nuestros rituales”.
[16] Hiram, 1980, n° 1, p. 7.
[17] Hiram. 1980, n°4, pág. 110.
[18] Por ejemplo, la afirmación según la cual el Conocimiento divino espera en la “esfera de la Esencia principial cósmica” puede traducir una contradicción antimetafísica, ya que es “principial” precisamente aquello que está más allá de lo “cósmico”. Por tomar otro ejemplo, la afirmación según la cual la “recuperación” del “estado primordial” humano sería el fin último de la realización iniciática implica una limitación que puede ser susceptible de favorecer graves equívocos y errores de aplicación: en efecto, a pesar de la inmensidad de las implicaciones del “estado primordial” y de la extrema dificultad para alcanzarlo, corresponde sin embargo al término de una primera gran fase de la realización iniciática, sin que por ello se salga del plano humano; en el caso de que sobre la base de dicha limitación teórica se pretenda entender la iniciación fuera de una conexión de dependencia con respecto a la realización supra­humana y de aquello que verdaderamente es de orden principial, se abrirá el campo a desviaciones en un sentido puramente “naturalista”, con lo cual en realidad el mismo acercamiento al “estado primordial” será imposible.
[19] A decir verdad, existe frecuentemente una estrecha relación entre el pseudo-esoterismo y ciertos contenidos residuales de origen tradicional, no sólo derivados de formas tradicionales extinguidas (como por ejemplo la egipcia o la clásica griega y romana), sino también de formas tradicionales todavía vivas y utilizadas prescindiendo de las condiciones (o infringiéndolas voluntariamente) que pueden legitimarla como soporte de las correspondientes influencias espirituales. A título de ejemplo, podría citarse el uso de fórmulas canónicas eclesiásticas con pretextos mágicos o “teúrgicos”; pero consecuencias tal vez más graves, en el sentido de poder servir de sostén a influencias contra-iniciáticas, son posibles cuando interviene la utilización de una lengua sagrada, como por ejemplo el hebreo, en pretendidos ritos celebrados y sugeridos fuera de cualquier regularidad y adhesión a las respectivas normas tradicionales.
[20] Es decir, hasta la realización del estado primordial humano.
[21] Hiram, 1980, n°4, p. 112.
[22] A propósito de ello, puede recordarse la máxima iniciática según la cual “es preciso que el hombre domine los estados espirituales, y no que los estados espirituales dominen al hombre”. Naturalmente, si esto es verdad para los estados espirituales que se refieren a realidades de orden elevado en el camino de una auténtica iniciación efectiva, también debe serlo con respecto a los contenidos psíquicos que se desarrollan en la imaginación de quien quiera dar los primeros pasos en la vía iniciática. Sobre este importante argumento, remitimos al capítulo XXXV: “Iniciación y ‘pasividad’”, de Aperçus sur l´Initiation (Apercepciones sobre la Iniciación, Ígnitus, Madrid, 2006), en el que René Guénon habla entre otras cosas de “ciertos entrenamientos psíquicos” que comúnmente tienen el efecto de “tornar al ser eminentemente sugestionable, como se demuestra con la constante conformidad de sus visiones a las teorías especiales de la escuela a la que pertenece”.
[23] Los lectores que nos han seguido en el pasado recordarán que ya en otra circunstancia tuvimos ocasión de hablar de teorías similares y de algunas comprobaciones que pueden hacerse en relación con ellas. Para quien esté interesado en tales asuntos, remitimos a lo indicado en los artículos “Martinismo, Elegidos Cohen y grandísimo error”, en el n°45 de esta revista (págs. 101-102), y “Materias ‘vitandae’”, en el n°47 (págs. 110-111).
[24] Hiram, 1980, n°4, p. 119.
[25] Es oportuno citar aquí más ampliamente para nuestros lectores el texto al que nos referimos: “...quien ha alcanzado la perfección, o casi, en este campo de inexactitud y maledicencia, es la Rivista di Studi Tradizionali que, en el número 51 de julio-diciembre de 1979, habla de todo y de todos en sólo 83 páginas, pero especialmente de la Masonería italiana y francesa y de sus singulares exponentes. Y todo en nombre de una fe declarada como “ortodoxa”, pero a la que sería mejor llamar ciega, en la obra de René Guénon... Igual de fastidioso que un mosquito es verla ocuparse de los escritos de un Masón [?], del proceder de una Logia determinada [?J, de un artículo [?] publicado en la Rivista Massonica. Siempre a despropósito y con la arrogancia petulante típica de quien hace suyo el refrán “quiero pero no puedo”. Pero, ¿por qué la toman tanto con nuestra Institución?” (Ibidem, n° 2, p. 60). No pensamos que sea el caso de detenerse mucho en estas tentativas de hacer creer a los lectores Masones que los presuntos “ataques” contenidos en la Rivista di Studi Tradizionali sean impulsados contra la Masonería: para nosotros esto es insensato con respecto a la institución masónica, exactamente como lo sería con respecto a cualquier otra institución tradicional, sin que por ello deba entrarse mínimamente en el juego con uno u otro vínculo particular o personal. Nuestras observaciones críticas son exactamente de la misma naturaleza que cuando se trata, no ciertamente de “atacar” a una institución tradicional, sino más bien de defenderla, en lo posible, de la amenaza de interferencias antitradicionales, aunque se disfracen así de cualquier mistificación o ilusión. Observemos además que muy bien sabemos que las corrientes en juego van mucho más allá de los individuos de lo que parece. Y, si alguien ha creído poder descender al terreno de la polémica individual, debemos precisar que ni mínimamente caeremos en ello, puesto que de hecho no nos interesa, y ello puede ser no obstante un modo de desviarnos de aquello que verdaderamente cuenta.
[26] Añadamos que, oportunamente, la dirección de Hiram ha dispuesto la publicación de una carta de “precisiones”, cuyo texto se reproduce en otra parte del presente número.
[27] Entre las muchas referencias que podrían citarse a este respecto, recordemos toda la última parte del libro Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps (El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, Paidós, Barcelona), artículos como “Tradición e Inconsciente” (publicado en el n° 26 de esta revista) (Symboles de la Science Sacrée (Símbolos de la Ciencia Sagrada, Paidós, Barcelona), cap. VI, y la amplia suma de indicaciones que puede encontrarse en sus reseñas y en su correspondencia. A título de ejemplo, podrían citarse las observaciones contenidas en una reseña concerniente a Robert Ambelain (con una significativa alusión a “Fulcanelli”), a propósito de las huellas de una iniciación desviada (“dévoyée’) de fines del Renacimiento, y “degenerada hasta el punto de haber perdido todo contacto con el orden espiritual, y que hace posible cualquier clase de infiltraciones y de influencias más o menos sospechosas”, con sus consecuentes orientaciones “naturalistas” y “luciferinas” (cf. René Guénon, Comptes-Rendus, p. 47).



lunes, 3 de octubre de 2016

Las Diosas Tejedoras; por Pere Sánchez Ferré

          Revista La Puerta nº 62, Arola Editors, Tarragona, 2003.  

            I.     Introducción

Las artes y los oficios fueron otorgados por los dioses a los hombres a fin de que éstos sobrevivieran en un mundo ajeno y hostil. Además de esta función, conservaron desde sus inicios otra muy importante, ya que siempre sirvieron como imágenes y símbolos del secreto del hombre y de su regeneración.

El arte de tejer es un ejemplo de ello, pues no enseña que todo el universo es un inmenso tejido, que abarca desde lo más puro y sutil hasta lo más grosero y espeso.

En la mitología clásica abundan las mujeres y diosas tejedoras. Es un oficio consagrado por lo general al sexo femenino porque es la mujer quien, una vez recibida la simiente masculina, teje, es decir, alimenta y hace crecer, de su propia sustancia, la nueva vida que lleva en su seno. Tejedoras de engaños o de cuerpos puros, son ellas quienes tejen los cuerpos en un telar terrestre, desde los más sutiles y traslúcidos, hasta los más opacos y perecederos. Todo está sometido al sabio o bien al nefasto arte de tejer o de corporificar.

La simbología del hilo, del telar y del vestido que tanto usaron los griegos, procede seguramente de Egipto, aunque otras tradiciones, como la hindú o la oriental, se sirvieron de ella para enseñar iguales misterios.

Comenzaremos por abordar sus efectos en este mundo.

II.      Los tejidos que envuelven el alma

Las almas siempre buscan un cuerpo del que revestirse. Cuando descienden a la encarnación humana, en este mundo, esperan ser recibidas en un cuerpo inmortal, en una vestidura de gloria, pero se encuentran atrapadas en un envoltorio de tejido animal y corruptible. Hermes Trismegisto relata con toda su crudeza lo que ha ocurrido a nuestras almas:

Porque la ignorancia maldita inunda toda la tierra y corrompe el al (psique) [2] aprisionada en el cuerpo […] Debes rasgar de parte a parte la túnica que te cubre, el tejido de la ignorancia, el vestido urdido de la corrupción, la cárcel tenebrosa, la muerte viviente, el cadáver invisible, el sepulcro que llevas a todas partes contigo, el ladrón que habita en tu casa […]. Tal es el enemigo que te has puesto por túnica […] a fin de que no tengas oídos, para las cosas que necesitas oír ni mirada para las que necesitas ver. [3]


Empédocles dice, hablando de la fuerza que hace caer al alma en el exilio de la carne: «La reviste con una túnica de carne que le extraña, cambiando el vestido de las almas». [4]

Según Porfirio, «la voluptuosidad encadena las potencias divinas y las hace caer en la generación, y éstas, enervadas, pierden en el placer parte de sus fuerzas. […] la vida del alma perece por la voluptuosidad». [5]

La tradición poética y mitológica griega enseña que la caída del alma en esta túnica fatal, que es el cuerpo humano donde el alma se encuentra prisionera, es obra de diosas como Circe, quien teje la tela del mundo sublunar. Homero cuenta en la Odisea que los compañeros de Ulises no sospechan la trampa que la maga Circe, «la rica en venenos» (x, 726), tiende a los confiados navegantes, ya que los atrapa en la encarnación animal, los convierte en cerdos y les da «licor» que les hace olvidar la «patria».

Explica Emmanuel d’Hooghvorst, el último gran comentador de Homero, que Circe está condenada a tejer perpetuamente la tela de la generación. [6] Su nombre revela lo propio de su actividad, pues Circe (kirqué) es un vocablo asociado a la idea de círculo y proviene del verbo kerquitzô, ‘tejer’. Continúa diciendo el autor de El Hilo de Penélope que sin «peso, esta hembra se agota gastando sin cocer. […] la naturaleza de este mundo, Circe, sin buena quymica se convierte en una mujer malvada, pero unida al oro se vuelve, tal como veremos, una amante fiel y una musa inteligente […] Circe, Arte puro o dolo animal, hace a los elegidos o a los necios, según sea salada o desalada». [7]

Por lo tanto, sin la visita iniciática del héroe salvador, nuestra naturaleza caída (Circe) no puede ser regenerada.

Un antiguo comentador de Homero, Pseudo Plutarco, relata así el cometido de la diosa Circe:

La transformación de los compañeros de Ulises en cerdos y animales semejantes encierra un enigma, que las almas de los hombres insensatos caen en el movimiento circular del Todo, al que llama Circe, y la supone con cierta razón hija del sol, habitante de la isla de Ea (Aiaië) (Odisea x, 135), isla así llamada por los ayes de lamento y quejas de los hombres ante la muerte. Pero el hombre sabio, el propio Ulises, no sufrió semejante transformación. [8]


Así, la tejedora de este mundo arrastra a las almas hacia la generación, encerrándolas en el círculo fatal de las reencarnaciones; sin embargo, al hacerlas bajar al exilio sublunar cumple los designios divinos, como explica El Mensaje Reencontrado: «La caída del hombre tiene una finalidad divinamente elevada, que es la adquisición de un cuerpo bajo y su glorificación en Dios». [9]

Porfirio hizo un comentario del famoso pasaje de la Odisea dedicado a Circe que, entre otras cosas, trata del arte de tejer los cuerpos de este mundo:

¿Qué símbolo convendría mejor que los telares con las almas que bajan a la generación y a la producción de los cuerpos? Por esta razón el poeta osa decir que, en estos telares, las Ninfas ‘tejen telas teñidas de púrpura de visión admirable’. Porque en los huesos y a su alrededor se forma la carne, y los huesos son la piedra y el cuerpo de los animales a causa de su gran parecido con ese elemento. Por eso se dice que los telares son de piedra y no de otra materia. Las telas de púrpura serían la carne tejida a partir de la sangre […] Y el cuerpo es el vestido del alma.

Para estas almas, volverse húmedas no es morir, […] para ellas es una dicha caer en la generación. […] En efecto, estas almas aman la sangre y el semen humano. [10]

Por su parte, Arístides Quintiliano, refiere a ciertos alineamientos luminosos de los que el alma se envuelve progresivamente al bajar a la encarnación, formando «una red ovoide que dibuja el contorno del futuro cuerpo humano. Estos hilos de luz, tejidos en el espacio, se convertirán, en la tierra, después de la encarnación, en redes de venas, de arterias y de nervios».  [11]

Proclo insiste en este mismo misterio cuando escribe que el alma que «se encamina hacia lo inteligible se desviste de las túnicas de las que está revistida». Por el contrario, las almas que descienden a la encarnación, «se añaden varias túnicas, tomadas de los elementos, aéreas, líquidas y terrestres y, finalmente, entran en este volumen espeso». [12] Dichas túnicas están formadas, según creen los órficos y pitagóricos, por un hilo que los círculos planetarios utilizan para tejer la red que las almas atraviesan al bajar a este mundo. Y para encarnarse, se vinculan al elemento generador. Escribe C. de Alejandría que, para los órficos, «el hilo de la urdimbre expresa alegóricamente, el semen». [13]

Así, en el semen se encuentra el fundamento del principio purificador.

En Egipto, el hilo y el tejido desempeñan un importante papel en los misterios iniciáticos. Osiris es el dios momificado y sepultado en el ser humano, amortajado por un vendaje que lo oprime y lo deja inerte, como muerto, sometido a los propios deseos y apetitos del cuerpo, que le causan los peores sufrimientos. Pero cuando el alma (Osiris) es iniciada, es despojada de las antiguas vestiduras y la diosa Tait, la «divina tejedora», confecciona la «túnica osiriana» hecha de lino blanco inmaculado, que simboliza el vestido de la luz. Explica Plutarco que la flor del lino es de un color «azul parecido al del éter que rodea el universo» [14] Esta nueva vestidura es llamada «aire tejido» [15] pues está confeccionada por la luz corporificada del sol.

Si el lino era el símbolo del cuerpo inmortal, la lana lo era del cuerpo animal, por lo que su uso estaba prohibido en las ceremonias iniciáticas egipcias y griegas. [16]

En el cristianismo antigua también estaban presentes los tejidos, pues antes de entrar en la piscina bautismal, el candidato se desvestía de sus antiguas ropas y, una vez purificado por el bautismo, recibía vestidos blancos luminosos, llamados «túnica solar del Señor», pues era éste quien le había «envuelto de pureza e incorruptibilidad». [17]

Según Themistios, «en los misterios de Eleusis el sacerdote quitaba las vestiduras de una estatua de Afrodita, después de haberla frotado para devolverle la belleza» [18].


III.   La materia animada

Platón explicó que las almas disminuyen en vigor a medida que se aproximan al mundo de la generación, hasta perder las alas, aunque son ellas las que dan vida a los cuerpos.

Porque todo cuerpo, al que le viene de fuera el movimiento, es inanimado; mientras que al que le viene de dentro, desde sí mismo y para sí mismo, es animado. […] lo que se mueve a sí mismo es el alma […].

Todo lo que es alma tiene a su cargo lo inanimado, y recorre el cielo entero, tomando unas veces una forma y otras otra. Si es perfecta  y alada, surca las alturas y gobierna todo el Cosmos. Pero la que ha perdido sus alas va a la deriva, hasta que se agarra a algo sólido, donde se asienta y se hace con un cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo en virtud de la fuerza de aquélla. Este compuesto, cristalización de alma y cuerpo, se llama ser vivo, y recibe el sobrenombre de mortal (Fedro 245e  246-c).

La carne, pues, procede del alma y es animada por ésta, cuyo origen es el Alma del Mundo, una fuerza celeste y solar (ígena) que mueve los astros, hace latir nuestros corazones y ha cohesionado y ordenado el mundo de la encarnación, dotando a la materia de vida animada e introduciendo el fuego divino o alma en su interior, aunque este fuego haya quedado oscurecido y congelado en nuestra sepultura carnal. Cuando el cuerpo no puede soportar más la vida y muere, esta vida del alma que lo animaba se libera de sus ataduras y es salvada o vuelve al círculo nefasto de la generación caída, al imperio de Circe.

Todos hemos sido hechos de esta alma universal que tiene siempre ha corporificarse. Ella nos da la vida, nos anima, nos alimenta y finalmente nos mata. Ella es también quien puede regenerar nuestra naturaleza caída si, como hizo Penélope, conseguimos captarla con la ayuda de Dios. E. d’Hooghvorst dirá que esta vida celeste es un «pensamiento inteligente e ígneo […]. Los hombres viven de él sin ofrecerle la morada donde está el alma luminosa, al tomar cuerpo, alimentará la edad de oro.» [19]


IV.    La araña

La araña ocupa un lugar destacado en la mitología hindú y tiene también su espacio en la de Occidente. Por su labor tejedora, puede equipararse al alma, pues de ella misma, de su propia sustancia, fabrica la tela, como el alma se fabrica un cuerpo. La araña también es comparada con el sol, el astro crea de sí mismo sus rayos, que son como los hilos que tejen y vivifican el universo.

A.  K. Coomaraswamy explica que, según la tradición hindú el prana teje las criaturas y todo el universo es una gran red que religa los mundos y los seres, donde el sol tiene un papel esencial:

Este Sol conecta estos mundos mediante un hilo (sutre) y ese hilo es el Viento (Vayu, Spiritus). Nuestros soplos son los ‘hilos’ (tantu, tantri, sutra) con los que la Araña solar, nuestro Sí, teje su tela de siete radios, el ‘tejido’ del Universo; y, en última instancia, ‘el único hilo’ en el que todo este universo está ‘ensartado’ […].

Todas estas ideas forman parte de la conocida doctrina del ‘hilo del espíritu’ (sutratman) y del simbolismo de los actos de tejer y coser […] según la cual el sol conecta todas las cosas consigo mismo por medio de ‘hilos’ pneumáticos que son ‘rayos’ que él extiende. [20]

En la mitología griega, la tejedora Aracne puede simbolizar el alma, pues cuenta la leyenda que esta hija del tintorero Idmón no quería deber su habilidades más que a sí misma. Pretendió aventajar a Atenea en el arte de bordar y la desafió: Aracne bordó representaciones de los amores ilícitos de los dioses, mientras que la diosa representó en su bordado, además de los doce dioses del olimpo en toda su majestad, cuatro episodios que mostraban la derrota de los mortales que osaban desafiar a los dioses. Atenea destruyó la obra de su rival y ésta pretendió ahorcarse, pero la diosa no la quiso y la convirtió en araña. Aracne en griego significa ‘araña’. No es difícil descubrir aquí la historia de la rebelión de los titanes, o de las almas, precipitadas en la región inferior, es decir, sepultadas en los seres humanos.


V.       Las Moiras

Las almas que han caído en la generación y se han humedecido al contacto con el mundo corpóreo quedan sometidas a otras tejedoras muy presentes en la Antigüedad: las Moiras o Parcas, que tejen el destino de los seres humanos. [21] Ellas, dice Hesíodo, «otorgan a los hombres mortales la posesión del bien y del mal»  (Teogonía 901-906).

Aunque hay muchas variantes sobre sus orígenes y número, se acepta que las Moiras son tres: Átropo, Cloto y Láquesis, y regulan la vida de cada uno de nosotros, desde el nacimiento hasta la muerte, con la ayuda de un hilo que la primera hila, la segunda enrolla y la última corta cuando nuestra vida llega a su término. También presiden los alumbramientos, ayudando a las mujeres que van a dar a luz (como Lucina). El color de la Lana que hilan las Parcas determina el destino de los mortales.

La antigua tradición de las Moiras y otras tejedoras se ha perpetuado en las brujas y las hadas de la época moderna, como ocurre en el folklore catalán, donde ambas a menudo son representadas hilando como Circe. [22]


VI.    El arte del buen tejer

Si bien unas diosas tejen la trampa del cuerpo mortal y del destino astral del hombre, otras más propicias destejen la tela de la generación vulgar que sepulta nuestra alma y la liberan de su prisión. La maestra de este sabio destejer es la homérica Penélope quien, en palabras de E. d’Hooghvorst.

Es la esposa fiel que espera en casa, ‘la-que-ve-la-trama’; dicho nombre es muy apropiado para esta tejedora que desteje. […] La tejedora nos da aquí la clave de su arte: ‘De noche’, dice, ‘deshago el trabajo del día’. ¿Qué representa el día? El tiempo que devora toda savia y agota la vida. En nocturna quymica de Penélope, se descose el sudario fatal del Arte sepultado, reanimando entonces su sol, y he aquí la espera de un dulce que ha vuelto en paz.

La noche dicen los cabalistas es el secreto del Señor. [23]

Las buenas tejedoras como Penélope destejen primero el tejido mortal que ha cubierto el alma, para después tejer el verdadero cuerpo inmortal, glorioso. Han captado el hilo celeste que puede destejer o disolver el grueso tejido que cubre al padre Laertes, es decir, el alma, porque dicho hilo es el Mercurio celeste fijado en la tierra, un hilo azul trenzado y brillante, que disuelve la mortaja que cubre la vida sepultada, por eso E. d’Hooghvorst asegura que «lo esencial es el Hilo de Penélope; lo demás es el comentario» [24] Lo esencial es recibir este don de Dios, y quien puede atraerlo es nuestra tierra pedregosa, [25] una piedra imán que todos los humanos poseemos. Penélope es una virgen terrestre, humana, como María.

El Hilo de Ariadna posee las mismas cualidades y cumple igual función que el de Penélope, pues el héroe Teseo no puede vencer al Minotauro, tan próximo a la naturaleza humana, ni escapar del laberinto que todos contenemos, sin la intervención de la espada y el hilo de Ariadna que, escribe el citado autor, «son un don divino en sí». [26]

Otras mujeres son también buenas tejedoras, a quienes la diosa Atenea otorgó «el saber de labores preciosas y entrañas discretas» [27] La mujeres feacias, muy hospitalarias, con Nausícaa [28] al frente, acogen, lavan y eliminan el aspecto respulsivo del héroe Ulises, quien viene a la tierra humana esperando ser tratado como un huésped excelente.

La Virgen María también desteje como Penélope, «el sudario fatal del Arte sepultado, reanimando entonces su sol» (vid. supra), es decir, a su hijo Jesucristo, llamado Sol invictus.

Uno de los nombres de Cristo es «gusano», pues, nacido de la corrupción o disolución, se reviste de un tejido creado a partir de su propia sustancia, se transforma en crisálida y finalmente en mariposa, imagen del cuerpo de luz. [29]


VII.      Textos tejidos

Los profetas y los santos también son tejedores, pero de palabras, ya que la escritura inspirada es otra forma de corporificar el cielo y de hacerle hablar. Inspirados por las Musas, captan el mismo hilo celeste que Penélope y Ariadna, y con él tejen sus textos; éste vocablo deriva del latín textus, tejido.

Observa F. Buffière que «urdir o tejer las ideas y las palabras es una metáfora corriente en Homero». [30]

El vocablo griego Hymnos (himno) significaba originariamente ‘tejido’, por tanto, los himnos a los dioses y diosas con ‘cantos tejidos’. Además, la palabra rapsoda también tiene connotaciones textiles, pues el rapsodos sería, de acuerdo con su etimología, el ‘zurcidor de cantos’. [31]

La creación poética y prosística requiere ordenar las palabras, y el término orden también nos remite a conceptos próximos al tejido, pues proviene del latín ordo y éste de ordior, que significa tejer, urdir y confeccionar una trama.

Por otra parte, no deja de ser curioso que, en otras lenguas como el sánscrito y el chino, encontremos las mismas relaciones entre la creación literaria y al arte de tejer, lo cual apunta a la fuente primera y única que ha dado origen a las lenguas.

En sánscrito, sutra (texto búdico) significa ‘hilo’ y tantra (tratados sagrados según la tradición hindú) tiene el sentido de ‘tela’ e ‘hilo’. Según René Guénon, la palabra latina sutura, ‘costura’, y la árabe sura (cada uno de los capítulos del Corán), tienen la misma raíz que sutra (‘hilo’). [32]

Las mismas relaciones encontramos en la tradición oriental, pues en chino clásico el término King (o ching) en su origen significaba tejido, trama, y en el uso común, libro o libro consagrado. En el como el siguiente: «Vasta es la red del cielo y su trama holgada. Mas nada se le escapa». [33]

Si los textos de los sabios poetas y profetas son el futuro de un hilo sabiamente tejido, entonces se comprende mejor la recomendación de Louis Cattiaux:

«[…] Así pues, no nos separemos nunca de los libros santos, que hilan el vínculo que nos une al Señor de toda sabiduría.» [34]


Notas:
[1] El Mensaje Reencontrado, XXII, 12’.
[2] En general, cuando los antiguos griegos se refieren al alma, en tanto que parte inmortal del ser humano, la denominan psique. Cf. C. del Tilo, «Sobre el sentido de las palabras alma y espíritu», en El Libro de Adán, Arola ed., Tarragona, 2002, pp. 134-136.
[3] Poimandres VII, 2-3.
[4] Los filósofos presocráticos, ed. Gredos, Madrid, 1979, vol. II, p. 242.
[5] Porfirio, El antro de las Ninfas, 16 y 18. Existe versión española en La Puerta nº 27, 1987, pp. 33-52 y en ed. Gredos, Madrid, 1989, pp. 220-247.
[6] Véase el Hilo de Penélope, Arola ed., Tarragona, 2000, t. I, p. 72.
[7] Idem, pp. 72, 76 y 77.
[8] Sobre la vida y la poesía de Homero, II, 126. Existe versión española en ed. Gredos, Madrid, 1989.
[9] L. Cattiaux, op. cit., XXV, 49.
[10] Porfirio, op. cit., 14 y 10 respectivamente.
[11] Citado por F. Buffière, Les Mythes d’Homère et la pensèe grecque, ed. Les Belles Letres, París, 1956, p. 465. Son las llamadas «ligaduras del alma».
[12] Citado por S. Mayassis, Le livre des morts de l’Egypte Ancienne est un Livre d’Initiation, B.A.O.A., Atenas, 1955, p. 189.
[13] Citado por G. Colli, La sabiduría griega, ed. Trotta, Madrid, 1995, p. 215.
[14] Sobre Isis y Osiris, 4. Tait es llamada «nube que envuelve al desfalleciente.»
[15] S. Mayassis, Le Livre des morts de l’Égypte Ancienne…, p. 220.
[16] Véase a Herodoto, Historias, II, 81.
[17] S. Mayassis, Le Livre des morts…, p. 271.
[18] S. Mayassis, ídem, p. 302.
[19] El Hilo de Penélope, cit., p. 99.
[20] A. K. Coomaraswamy, El Vedanta y la tradición occidental, ed. Siruela, Madrid, 2001, pp. 217-218 y 329-330.
[21] Véase el himno dedicado a las Moiras en Himnos órficos, ed. Gredos, Madrid, 1987, pp. 216-217.
[22] J. Amades, Bruixes i bruixots, Biblioteca de tradicions populars, Barcelona, 1934, p. 35.
[23] El Hilo de Penélope, cit., p. 20.
[24] Idem, p. 40. El alma sometida a los males humanos, escribe Platón, realiza una labor opuesta a la de Penélope, ya que ésta manipula «el telar en sentido contrario» (Fedón 84a).
[25] Pedregosa Ítaca, la denomina E. d’Hooghvorst, op. cit., p. 80.
[26] «El hilo de Ariadna», en Mitología oculta. Colección La Puerta, nº 58, Arola ed. Tarragona, 2000, p. 12.
[27] Odisea VII, 110-111.
[28] Nausícaa significa ‘la-que-prende-fuego-al-vaso’: E. d’Hooghvorst, op. cit., p. 19.
[29] Véase Isaías 41, 14 y El Mensaje Reencontrado XV, 40. En hebreo, tila’ (הצל ) significa, ‘agusanado’, pero también ‘revestirse de púrpura’, ‘germinar’ y ‘crecer’.
[30] F. Buffière, Les Mythes d’Homère et la pensèe grecque, cit., p. 390.
[31] A. Bernabé Pajares, Himnos Homéricos / La «batracomiomaquia», ed. Gredos, Madrid, 1988, pp. 10 y 22.
[32] R. Guénon, El Simbolismo de la Cruz, ed. Obelisco, Barcelona, 1987, p. 104. Leamos el siguiente versículo del Corán (Sura 7, 26): «¡Hijos de Adán! Hemos hecho bajar para vosotros una vestidura para cubrir vuestra desnudez y para ornato. Pero la vestidura del temor de Dios es mejor. Éste es uno de los signos de Dios».
[33] Véase el Prólogo de J. Fernández Oviedo al Tao Te Ching, Offsetgrama, Buenos Aires, s. a., p. 8.
[34] El Mensaje Reencontrado VII, 63’.