miércoles, 30 de abril de 2014

Presupuestos para una Orientación Operativa; por Giovanni Ponte

Artículo publicado en la Rivista de Studi Tradizionali. Existe también traducción en el nº 11 (Enero-Junio 2007) de la Revista de Estudios Tradicionales (Centro de Estudios Tradicionales de Buenos Aires).

En un artículo anterior [1] habíamos tratado de aclarar el motivo por el que escribíamos, explicando la naturaleza de aquella aspiración que representa el punto de encuentro fundamental con nuestros lectores: aspiración, escribíamos, a participar conscientemente en algo que no esté sujeto a la caducidad y a las vicisitudes del mundo, lo cual puede concretarse a través de la iniciación. Y no es difícil comprenderlo, si se considera que el dominio iniciático representa el aspecto interior o esotérico de la tradición, y que la tradición (como nosotros la entendemos) es precisamente eso, porque actúa una transmisión y un vínculo entre el principio supra-humano y el mismo ser humano, a través de aquello que no está sujeto a la caducidad del mundo en el cual vivimos.

La referencia a la iniciación permitirá quizás entender mejor cuanto dijimos en otra ocasión sobre la ineficacia de una actitud puramente mental, o de posición “tradicionalista”.

Será ahora oportuno considerar ciertas desviaciones erróneas, particularmente difundidas en Occidente incluso por aquellos que intentan participar en un modo cualquiera del esoterismo tradicional.

A este propósito, es conveniente distinguir ante todo el caso en el cual el vínculo auténticamente tradicional falta (como en las innumerables organizaciones pseudo-iniciáticas tan difundidas en nuestros días), de aquellas tan distintas en las cuales el vínculo iniciático subsiste (como en la iniciación masónica), pero las personas que a ellas se vinculan sufren inconscientemente, en su concepción, directrices del todo profanas y frecuentemente incompatibles con el tránsito efectivo de una vía iniciática, indicando así que no se han dado cuenta del valor, inmensamente más grande, del propio patrimonio tradicional.

En particular, un error de perspectiva fundamental consiste en el reemplazo de la finalidad de la iniciación por objetivos contingentes, fin que está por su naturaleza mucho más allá de todas las condiciones que limitan la manifestación del mundo humano. Tales errores de perspectiva son tanto más comprensibles si se piensa que el occidental moderno, inclusive cuando excepcionalmente está bien dispuesto a admitir la realidad metafísica, suele ser generalmente incapaz de concebirla de otro modo que como una simple abstracción, de tal modo que, para darle un sentido concreto a su presunta aspiración espiritual, la proyecta, la mayoría de las veces, tras una orientación y objetivos más o menos exiguos que con la espiritualidad verdadera tienen poco o nada que ver: casi fatalmente, termina abrazado, según su especial característica de simpatía y antipatía, a alguna de las corrientes psíquicas predominantes en el mundo “profano”. Ideales sociales, programas políticos, corrientes filosóficas y culturales que absorben y neutralizan así aquello que habría podido ser, en otra circunstancia, una auténtica aspiración iniciática, haciendo así de medio, aunque indirecto, para su realización. Y el mismo fenómeno de neutralización, el mismo efecto disuasivo de la persecución de una orientación operativa hacia el fin trascendente de la iniciación, se encuentra ineluctablemente en aquellos que son atraídos por el plano más sutil, aunque no por esto más espiritual, de búsqueda: los “experimentadores” del “mundo intermediario”, aquellos que aman manipular (y ser manipulados) por las fuerzas psíquicas, aquellos que ven en el rito iniciático no otra cosa que una práctica “mágica”, eficaz para suscitar en él la emoción de una singular “experiencia”.

Pensamos que es oportuno afirmar claramente que la vía iniciática no puede consistir, en modo alguno, en una suerte de exploración, conducida a ciegas, de un “nuevo mundo” o de una nueva facultad, en un desarrollo indefinido y sin la conciencia de un Centro ordenador, que se identifica con la fuente tradicional de la influencia espiritual y el fin mismo de la iniciación.

Se habla mucho de libertad, pero casi nunca llega a concebir ninguna otra cosa que la eliminación de las constricciones más exteriores y groseras, y se olvida que la única libertad no ilusoria es una conquista que se obtiene en la medida en que se participa de la libertad del Principio universal: “Conoce la Verdad y la Verdad te hará libre”. En cambio, la libertad como indeterminación y como potestad, que se halla como abandonada a sí misma en medio del juego de las fuerzas del mundo humano, significa, en la práctica, dejarse arrastrar por la comente con la cual, si es muy sensible, confundirá la propia voluntad. Si es lo suficientemente receptivo, podrá tener la satisfacción de sentirse como “inflado” por la comente del momento; ¿pero cuál ha de ser el resultado si, como en nuestra época, se trata de la misma corriente que está plasmando un modo de vida siempre más complicado, artificial y disperso? En tal situación, por ejemplo, el hecho inusitado de que se llegara a enviar al hombre fuera del mundo terrestre puede considerarse verdaderamente como un “signo de los tiempos”, uno de los signos de una grandiosa obra en curso, que es una obra en la que el hombre de hoy esta enormemente empeñado, de progresivo alejamiento del interior “Reino de los Cielos” y, asimismo, de toda posibilidad eficaz de concentración y de toda forma de verdadera espiritualidad.

Además, precisamente porque son galvanizados por la corriente de nuestra época, permaneciendo entusiasmados por el ideal de su próximo cumplimiento, muchos de aquellos que manifiestan un deseo veleidoso de realización espiritual son también convencidos futuristas y evolucionistas [2]. Es éste, propiamente, el marco de aquella influencia que los afecta y cuyo sentido será fácilmente discernible cuando llegue la confirmación de la verdadera naturaleza del momento cósmico que estamos atravesando, en virtud de los datos, formidablemente coincidentes y verdaderos, de todas las doctrinas cosmológicas tradicionales [3], y según los cuales estamos viviendo la última fase del ciclo de la presente humanidad, la era en la cual se debe esperar el desencadenamiento de las fuerzas de la ilusión, en la que habrá quienes produzcan “prodigios” capaces de conquistar siempre más hombres, culminando en la más completa parodia posible de la espiritualidad originaria. “Surgirán en efecto “falsos Cristos” y “falsos profetas”: y producirán signos grandes y prodigios, pudiendo inducir al error (si fuera posible) también a los elegidos”:

“Pero quien persevere hasta el final, éste será salvo” [4].

Todo lo cual induce a reflexionar y a pensar, hoy más que nunca, que, si seriamente es posible evitar perderse, y sucumbir así irremediablemente en la “selva oscura” del “mundo intermedio”, será necesario no solamente recibir una iniciación auténtica sino también, y sobre todo, poseer en sí una orientación firme respecto al fin de la iniciación, la cual también se refiere a aquella efectiva e integral muerte de la individualidad que es el presupuesto de la realización supra-individual y trascendente. A primera vista, esta afirmación podrá parecer paradójica: efectivamente, en otro artículo señalábamos a la inmortalidad como finalidad de la iniciación, mientras que aquí decimos que tal finalidad es propiamente una muerte efectiva. Sin embargo, no será difícil entender que no hay en esto ninguna contradicción, en cuanto que el dominio de la inmortalidad se sitúa más allá del mundo individual y no podría ser realizado sin el presupuesto de morir completamente a ello, extinguiendo así el íntimo vínculo ilusorio que mantiene al hombre identificado con la propia individualidad, ya sea en la modalidad corpórea, ya sea en toda la extensión de la modalidad psíquica [5]. En la práctica, a decir verdad, entre aquellos que dicen aspirar a la realización iniciática, pocos son los que se han dado cuenta de esta contrapartida negativa que no puede ser eludida, y menos aún aquellos que, habiéndose dado cuenta, han decidido asumirla efectivamente para ellos mismos.

Estas consideraciones se refieren a una orientación interior verdaderamente fundamental, la cual, cuando es pura y no está desviada hacia cualquier otro objeto, se traducirá en la búsqueda de un vínculo conscientemente adecuado con la fuente de la influencia espiritual y supra-individual, presente en la iniciación. Y, en tal búsqueda, la única base segura, la única “brújula infalible” y la única “coraza impenetrable” será como siempre aquella representada por el conocimiento metafísico. Podemos repetir lo que ya hemos dicho en otra oportunidad sobre “el primer trabajo a cumplir”[6]: Pensamos que no se insistirá demasiado sobre la necesidad de un trabajo preliminar de clarificación y de despertar intelectual y la razón por la cual una participación inmediata al conocimiento trascendente y al “Maestro interior” es, al menos inicialmente, imposible, siendo necesaria una participación indirecta y mediata con ella a través de una autoridad viviente identificada esencialmente con aquel conocimiento.

¿Pero cómo se puede concebir, en la práctica, tal autoridad capaz de dar una dirección segura, en virtud del legado secreto y de la vía desconocida que conecta todos los aspectos del propio plano actual relativo de existencia a la realidad trascendente?

En el origen de toda forma tradicional, aquella autoridad se manifiesta en el modo más pleno y eminente del ser, constituyendo esa misma presencia la vía de descenso de la influencia trascendente y de retorno a la realización del Principio. Es éste el caso del Avatâra hindú, término que significa, precisamente, “descenso”, y al cual podemos referir las palabras de Cristo “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, o como además lo expresa el dicho islámico según el cual nadie llega al Principio si no es a través de Su Enviado. Un ser tal determina siempre, con relación a la receptividad del ambiente cósmico, el modo específico de participación y de conformidad a la realidad trascendente, según las leyes de correspondencia entre los diversos grados de existencia y que no tienen nada de arbitrarias, todo lo cual condiciona naturalmente la eficacia de la búsqueda de la realización espiritual.

Cada legislación tradicional es precisamente la exteriorización y la concreción de tal ley de correspondencia interior y es, por consiguiente, indispensable para vivificarla, mantenerla orgánicamente y llevarla a cumplir la función de mediación entre la manifestación de la vida humana y el Principio trascendente.

En este sentido, al fin de tal mediación se debe hablar de la necesidad de asimilar una “Ley” tradicional adhiriéndose a ella plenamente, y por lo tanto también (en los casos donde se verifica una distinción entre esoterismo y exoterismo) de una necesidad del exoterismo tradicional; el cual, para el iniciado, no deberá sin duda entenderse como un apego al exoterismo en cuanto tal, sino que deberá entenderse con la conciencia decisiva de que a través del exoterismo tradicional el iniciado encuentra el campo de acción normal para el propio esoterismo. La legislación tradicional, incluso en su forma exterior y exotérica, es entonces, rectamente entendida, el aspecto inicial y fundamental bajo el cual se presenta al hombre la autoridad tradicional.

Todo esto, aplicado a los occidentales y a las formas tradicionales a ellos accesibles, significa que quien aspira a la realización iniciática debe, ante todo, practicar una religión apropiada para servirle de base, la cual será un presupuesto necesario; así como son necesarios los cimientos para construir válidamente un edificio, es así como es necesario que quien pretende estar cualificado para lo más, sabrá hacer lo menos.

Ésta es, sin duda, la razón profunda por la cual, por ejemplo, en los antiguos estatutos de la Masonería se encuentra precisamente la norma según la cual el iniciado debe practicar una religión [7]; lo cual, digámoslo sin tardar, carece de toda eficacia operativa si se reduce a la profesión de una vaga religiosidad de género deísta, racionalista o “filantrópica”. La ausencia del elemento ordenador representado por una efectiva y comprometida vida religiosa debe aparecer todavía más grave desde el momento en que ha venido a faltar aquel aspecto iniciático operativo que estaba representado por el ejercicio cotidiano y ritual del oficio.

¿Cómo no asumir entonces que, en tales condiciones, la casi totalidad de la vida permanece determinada inevitablemente por factores y directrices profanos, que, bien se comprende, han concluido por invadir ampliamente la misma labor iniciática del templo?

Sabemos bien que, en Occidente, la situación es tanto más problemática como consecuencia de la fractura y de la oposición creada entre la organización iniciática y la institución religiosa que corresponde por propia naturaleza al dominio del exoterismo tradicional. Esta fractura es un signo más del decaimiento espiritual general y es tanto más grave por cuanto que, por una parte, en la medida en que existe, obstaculiza la posibilidad de aprehender cierta forma religiosa (como el Catolicismo) cual base exotérica para una realización iniciática, quitando, por otro lado, a esta misma forma religiosa la posibilidad de ser vivificada desde dentro por el esoterismo, como normalmente debería ocurrir. Pero no por esto, pensamos, se justifica ignorar o tratar de eludir una cuestión fundamental como aquella de encontrar una base normal para una “vida tradicional”.

Añadamos ahora que, evidentemente, es sólo profundizando en tal base normal como se puede esperar crear en ella las condiciones necesarias para llegar después a un contacto provechoso con aquello en lo que se encuentra, por así decir, la presencia viviente del espíritu del cual el exoterismo tradicional es la expresión más inmediatamente accesible, y que es el “Heredero” de Lo Que está en el origen de la forma tradicional correspondiente. Por lo demás, un conocido proverbio hindú dice que “donde hay un chela hay un Gurú”[8]: donde hay alguien cualificado para ser discípulo, ciertamente hay también un Maestro, de la misma manera en que ningún ser puede dejar de encontrar su camino, que es el que corresponde, exactamente, a su propia posibilidad interior.

Notas:
[1] Publicado en el n° 9 de esta revista (Rivista di Studi Tradizionali).
[2] Así, parece significativo el caso extremo de aquellos a quienes se encuentra asociado, muy rigurosamente, el entusiasmo por la última “aventura” de la ciencia y por la fantástica sugestión neo-espiritualista y ocultista, llegando incluso al escenario “interplanetario”. Y el reciente movimiento referido a la formación de una mentalidad y de un pensamiento “diferente”, que está obteniendo tanto éxito, por ejemplo, a través de la revista Planète, ¿no es acaso la expresión de una verdadera pasión por un desequilibrio siempre más acentuado?
[3] Bastará esbozar apenas la doctrina hindú sobre el Kali-yuga (la “edad oscura”), o a aquella clásica sobre la “edad de hierro”, o aquella nórdica sobre la “época del Lobo” ocurrida en el “crepúsculo de las Edades”, o aquella Piel-roja sobre la actual “cuarta época” destinada a terminar en un gran desastre; así como de las referencias apocalípticas y coránicas sobre el desencadenamiento de las fuerzas de «Gog» y «Magog» y a las conocidas profecías sobre la venida del «Antricristo», llamado también en Oriente «el gran impostor».
[4] S. Mateo, XXIV, 24 y 13.
[5] A este concepto se refiere, por ejemplo, la expresiva enunciación islámica “morir antes de morir’, esto es, realizar activamente la muerte de modo que se pase más allá de sufrir pasivamente la muerte natural. Conviniendo así en el pleno sentido, que corresponde, en la doctrina hindú, a la obtención del estado incondicionado del jîvan-mukta, o de la Liberación realizada del ser que está viviendo en el mundo humano.
[6] Cfr. “El primer trabajo a cumplir”, en el nº 3 de esta Revista.
[7] Tal norma está naturalmente implícita en la iniciación correspondiente a una forma tradicional cuyo exoterismo presente un aspecto religioso, iniciaciones que son de hecho inaccesibles a quien no se ha integrado al mismo. Por otra parte, para dar una correcta disposición a la cuestión que entramos a considerar, es indispensable tener presente que la Masonería no está estructuralmente ligada a una forma religiosa determinada, y por lo tanto puede ocurrir que sus miembros, según las circunstancias personales, ambientales e históricas, se integren en una u otra forma religiosa como base exotérica de la iniciación. Sobre este tema recordemos cuanto ya hemos tenido la ocasión de observar en el n° 3 de la presente revista (páginas137-138).
[8] Algunos de nuestros contemporáneos, porque son impotentes para superar ciertas barreras, pretenden que esta afirmación ha cesado de ser válida: ¿Pero no sería preferible que, en vez de emitir o de afirmar juicios de este género sin ningún conocimiento real, se preocuparan, antes que nada, de cosas menos lejanas de su actual horizonte?