domingo, 14 de febrero de 2010

La «Piedra Angular»; «Lapsit Exillis»; El-Arkân; por René Guénon

Capítulos procedentes de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada


Capítulo XLIII LA «PIEDRA ANGULAR»[1]

El simbolismo de la «piedra angular», en la tradición cristiana, se basa en este texto: «La Piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra de ángulo», o, más exactamente, «en cabeza de ángulo» (caput anguli)[2]. Lo extraño es que este simbolismo casi siempre se comprende mal, a consecuencia de una confusión que se hace comúnmente entre esa «piedra angular» y la «piedra fundamental», a la cual se refiere este otro texto, más conocido aún: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella»[3]. Tal confusión es extraña, decimos, pues desde el punto de vista específicamente cristiano equivale de hecho a confundir a San Pedro con Cristo mismo, ya que éste es el expresamente designado como la «piedra angular», según lo muestra este pasaje de San Pablo, el cual, además, la distingue netamente de los «fundamentos» del edificio: «(sois) edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra angular (summo angulare lapide) el mismo Cristo Jesús, en la cual todo el edificio, armónicamente trabado, se alza hasta ser templo santo en el Señor, en el cual también vosotros sois juntamente edificados (coaedificamini) para ser morada de Dios en el Espíritu»[4]. Si la confusión a que nos referimos fuese específicamente moderna no cabría sin duda extrañarse en demasía, pero parece encontrársela ya en tiempos en que no es posible atribuirla pura y simplemente a ignorancia del símbolismo; nos vemos, pues, llevados a preguntarnos si en realidad no se trataría más bien, en el origen, de una «sustitución» intencional, explicable por el papel de San Pedro como «sustituto» o «vicario» de Cristo (vicarius, correspondiente en este sentido al árabe jalîfah); de ser así, esa manera de «velar» el simbolismo de la «piedra angular» parecería indicar que se lo consideraba contener algo de particularmente misterioso, y se verá en seguida que tal suposición está lejos de ser injustificada[5]. Como quiera que fuere, hay en esa identificación de las dos piedras, inclusive desde el punto de vista de la simple lógica, una imposibilidad que aparece claramente desde que se examinan con un poco de atención los textos que hemos citado: la «piedra fundamental» es aquella que se pone primero, al comienzo mismo de la construcción de un edificio (y por eso se la llama también «primera piedra»)[6]; ¿cómo, pues, podría ser rechazada durante la misma construcción? Para que sea así, es preciso, al contrario, que la «piedra angular» sea tal que no pueda encontrar aún su ubicación; en efecto, según veremos, no puede encontrarla sino en el momento de acabarse el edificio íntegro, y así se convierte realmente en «cabeza de ángulo».

En un artículo que ya hemos señalado[7], Ananda Coomaraswamy destaca que la intención del texto de San Pablo es evidentemente representar a Cristo como el único principio del cual depende todo el edificio de la Iglesia, y agrega que «el principio de una cosa no es ni una de sus partes entre las otras ni la totalidad de sus partes, sino aquello en que todas las partes se reducen a una unidad sin composición». La «piedra fundamental» (foundation-stone) puede ser llamada adecuadamente, en cierto sentido, una «piedra de ángulo» (corner-stone), según se lo hace habitualmente, puesto que está situada en un ángulo o en una esquina (corner) del edificio[8]; pero no es única como tal, pues el edificio tiene necesariamente cuatro ángulos; y, aun si se quiere hablar más particularmente de la «primera piedra», ésta no difiere en nada de las piedras de base de los demás ángulos, salvo por su situación[9], y no se distingue ni por su función ni por su forma, puesto que no es, en suma, sino uno de cuatro soportes iguales entre sí; podría decirse que una cualquiera de las cuatro corner-stones «refleja» en cierto modo el principio dominante del edificio, pero no podría de ninguna manera ser considerada este principio mismo[10]. Por otra parte, si realmente de esto se tratara, ni siquiera podría hablarse lógicamente de «la piedra angular», pues, de hecho, habría cuatro; aquélla, pues, debe ser algo esencialmente diferente de la corner-stone entendida en el sentido corriente de «piedra fundamental», y ambas tienen en común solamente el carácter de pertenecer al mismo simbolismo «constructivo».

Acabamos de aludir a la forma de la «piedra angular», y es éste, en efecto, un punto particularmente importante: precisamente porque esta piedra tiene una forma especial y única, que la diferencia de todas las demás, no solo no puede encontrar su lugar en el curso de la construcción, sino que inclusive los constructores no pueden comprender cuál es su destino; si lo comprendieran, es evidente que no la rechazarían y se contentarían con reservarla hasta el final; pero se preguntan «lo que harán con la piedra», y, al no dar con respuesta satisfactoria, deciden, creyéndola inutilizable, «arrojarla entre los escombros» (to heave it over among the rubbish)[11]. El destino de esa piedra no puede ser comprendido sino por otra categoría de constructores, que en ese estadio no intervienen aún: son los que han pasado «de la escuadra al compás» y, por esta distinción, ha de entenderse, naturalmente, la de las formas geométricas que esos instrumentos sirven respectivamente para trazar, es decir, la forma cuadrada y la circular, que de manera general simbolizan, como es sabido, la tierra y el cielo; aquí, la forma cuadrada corresponde a la parte inferior del edificio, y la forma circular a su parte superior, la cual, en este caso, debe estar constituida, pues, por un domo o una bóveda [12]. En efecto, la «piedra angular» es real y verdaderamente una «clave de bóveda» (keystone); A. Coomaraswamy dice que, para dar la verdadera significación de la expresión «se ha convertido en la cabeza del ángulo» (is become the head of the corner), podría traducírsela por is become the keystone of the arch, lo cual es perfectamente exacto; y así esa piedra, por su forma tanto como por su posición, es en efecto única en todo el edificio, como debe serlo para poder simbolizar el principio del que depende todo. Quizá cause asombro que esta representación del principio no se sitúe en la construcción sino en último lugar; pero puede decirse que la construcción en conjunto está ordenada con relación a ella (lo que San Pablo expresa diciendo que «en ella todo el edificio se alza hasta ser templo santo en el Señor»), y en ella encuentra finalmente su unidad; hay aquí también una aplicación de la analogía, ya explicada por nosotros en otras oportunidades, entre el «primero» y el «último» o el «principio» y el «fin»: la construcción representa la manifestación, en la cual el Principio no aparece sino como cumplimiento último; y precisamente en virtud de la misma analogía la «primera piedra» o «piedra fundamental» puede considerarse como un «reflejo» de la «última piedra», que es la verdadera «piedra angular».

El equívoco implicado en una expresión tal como corner-stone reposa en definitiva en los diferentes sentidos posibles del término «ángulo»; Coomaraswamy señala que, en diversas lenguas, las palabras que significan ‘ángulo’ están a menudo en relación con otras que significan ‘cabeza’ y ‘extremidad’: en griego, kephalè, ‘cabeza’ o, en arquitectura, ‘capitel’ (capitulum, diminutivo de caput), no puede aplicarse sino a una sumidad; pero ákros (sánscrito agra) puede indicar una extremidad en cualquier dimensión, es decir, en el caso de un edificio, tanto la sumidad a la cual designa, es verdad, más habitualmente, como cualquiera de los cuatro ángulos o esquinas (la palabra correspondiente en francés, coin, está etimológicamente emparentada con el griego gônía, ‘ángulo’ [mientras que “esquina” procede del árabe rukn, ‘ángulo’]). Pero todavía más importante, desde el punto de vista de los textos concernientes a la “piedra angular” en la tradición judeocristiana, es la consideración de la palabra hebrea que significa ‘ángulo’: esa palabra es pinnáh, y se la encuentra en las expresiones eben pinnáh, ‘piedra angular’, y ro’sh pinnáh, ‘cabeza de ángulo’; y resulta particularmente notable que, en sentido figurado, la misma palabra se emplea para significar ‘jefe’: una expresión que designa a los ‘jefes del pueblo’ (pinnôt ha-’am) está literalmente traducida en la Vulgata por anguli populorum [13]. Un ‘jefe’ o ‘caudillo’ es etimológicamente el ‘cabeza’ (caput), y pinnáh se relaciona, por su raíz, con penè, que significa ‘faz’; la relación estrecha entre las ideas de «cabeza» y de «faz» es evidente, y, además, el término «faz» pertenece a un simbolismo de muy general difusión, que merecería examinarse aparte[14]. Otra idea conexa es también la de «punta» (que se encuentra en el sánscrito agra, el griego ákros, el latín acer y acies); ya hemos hablado del simbolismo de las puntas con motivo del de las armas y los cuernos[15], y hemos visto que se refiere a la idea de extremidad, pero más en particular en lo que concierne a la extremidad superior, es decir, al punto más elevado o sumidad; todas estas vinculaciones no hacen, pues, sino confirmar lo que hemos dicho sobre la situación de la «piedra angular» en la sumidad del edificio: aun si hay otras «piedras angulares» en el sentido más general de esta expresión[16], solo aquélla es en realidad «la piedra angular» por excelencia.

Encontramos otras indicaciones interesantes en las significaciones de la palabra árabe rukn, ‘ángulo’, ‘esquina’; esa palabra, como designa las extremidades de una cosa, es decir, sus partes más retiradas y, por consiguiente, más escondidas (recondita et abscondita, podría decirse en latín), toma a veces un sentido de ‘secreto’ o ‘misterio’; y, a este respecto, su plural arkàn es de vincular con el latín arcanum, que tiene igualmente el mismo sentido, y con el cual presenta una similitud notable; por lo demás, en el lenguaje de los hermetistas por lo menos, el empleo del término «arcano» ha sido influido ciertamente de modo directo por esa palabra árabe[17]. Además, rukn significa también ‘base’ o ‘fundamento’, lo que nos reconduce a la corner-stone entendida como la «piedra fundamental»; en la terminología alquímica, el-arkàn, cuando esta designación se emplea sin precisar más, son los cuatro elementos, es decir, las «bases» sustanciales de nuestro mundo, asimilados así a las piedras de base de los cuatro ángulos de un edificio, pues sobre ellos se construye en cierto modo todo el mundo corpóreo (representado también por la forma cuadrada)[18]; y por aquí llegamos también directamente al simbolismo que ahora nos ocupa. En efecto, no hay solamente esos cuatro arkàn o elementos «básicos», sino además un quinto rukn, el quinto elemento o «quintaesencia» (es decir el éter, el athîr); éste no está en el mismo «plano» que los otros, pues no es simplemente una base, como ellos, sino el principio mismo de este mundo[19]; será representado, pues, por el quinto «ángulo» del edificio, que es su sumidad; y a este «quinto», que es en realidad el «primero», conviene, propiamente la designación de ángulo supremo, de ángulo por excelencia o «ángulo de los ángulos» (rukn el-arkàn), puesto que en él la multiplicidael de los demás ángulos se reduce a la unidad[20]. Puede observarse aún que la figura geométrica obtenida reuniendo esos cinco ángulos es la de una pirámide de base cuadrangular: las aristas laterales de la pirámide emanan de su vértice como otros tantos rayos, así como los cuatro elementos ordinarios, que están representados por los extremos inferiores de esas aristas, proceden del quinto y son producidos por él; y también en el sentido de las aristas, que intencionalmente hemos asimilado a rayos por esta razón (y también en virtud del carácter «solar» del punto de que parten, según lo que hemos dicho respecto del «ojo» del domo), la «piedra angular» de la sumidad se «refleja» en cada una de las «piedras fundamentales» de los cuatro ángulos de la base. Por último, en lo que acabamos de decir está la indicación bien neta de una correlación entre el simbolismo alquímico y el simbolismo arquitectónico, lo que se explica por su común carácter «cosmológico», es también éste un punto importante, sobre el cual hemos de volver con motivo de otras relaciones del mismo orden.

La «piedra angular», tomada en su verdadero sentido de piedra «cimera», se designa en inglés a la vez como keystone, como capstone (que a veces se encuentra escrito también capestone), y como copestone (o copingstone); el primero de estos términos es fácilmente comprensible, pues constituye el exacto equivalente de nuestra «clave de bóveda» (o «de arco», pues la palabra puede aplicarse en realidad a la piedra que forma la sumidad de una arcada tanto como la de una bóveda); pero los otros dos exigen algo más de explicación. En capstone, la palabra cap es evidentemente el latín caput, ‘cabeza’, lo que nos reconduce a la designación de esa piedra como la «cabeza del ángulo»; es, propiamente, la piedra que «acaba» o «corona» un edificio; y es también un capitel, el cual es, igualmente, el «coronamiento» de una columna[21]. Acabamos de hablar de «acabamiento», y, emparentadas con ésta, las palabras «cap» y «cabeza» o «cabecera» son, en efecto, etimológicamente idénticas[22]; la capstone es, pues, la «cabeza» o «cabecera» de la «obra», y, en razón de su forma especial, que requiere, para tallarla, conocimientos o capacidades particulares, es también a la vez una «obra capital» u «obra maestra» (chef-d’oeuvre), en el sentido que tiene esta expresión en el Compagnonnage[23]; por ella el edificio queda completamente terminado, o, en otros términos, es finalmente llevado a su «perfección»[24].

En cuanto al término copestone, la palabra cope expresa la idea de ‘cubrir’; esto se explica, no solo porque la parte superior del edificio es propiamente su «cobertura», sino también, y diríamos sobre todo, porque esa piedra se coloca de modo de cubrir la abertura de la sumidad, es decir, el «ojo» del domo o de la bóveda, del cual hemos hablado anteriormente[25]. Es, pues, en suma, a este respecto, el equivalente de un roof plate, según lo señala Coomaraswamy, quien agrega que esa piedra puede considerarse como la terminación superior o el capitel del «pilar axial» (en sánscrito skambha, en griego staurós)[26]; ese pilar, como lo hemos ya explicado, puede no estar representado materialmente en la estructura del edificio, pero no por eso deja de ser su parte esencial, en torno de la cual se ordena todo el conjunto. El carácter cimero del «pilar axial», presente de modo solamente «ideal», está indicado de modo particularmente notable en los casos en que la «clave de bóveda» desciende en forma de «pechina» hacia el interior del edificio, sin estar visiblemente sostenida por nada en su parte inferior[27]; toda la construcción tiene su principio en este pilar, y todas sus diversas partes vienen finalmente a unificarse en su «cima», que es la sumidad de este mismo pilar y la «clave de bóveda» o la «cabeza del ángulo» [28].

La interpretación real de la «piedra angular» como «piedra cimera» parece haber sido de conocimiento bastante general en el Medioevo, según lo muestra notablemente una ilustración del Speculum Humanae Salvationis que reproducimos aquí (fig. 14)[29]; este libro estaba muy difundido, pues existen aún varios centenares de manuscritos; se ve en la ilustración a dos albañiles que tienen en una mano una espátula y sostienen con la otra la piedra que se disponen a colocar en la cima de un edificio (al parecer, la torre de una iglesia, cuya sumidad debe ser completada por esa piedra), lo que no deja duda alguna en cuanto a su significación. Cabe señalar, con respecto a esta figura, que la piedra de que se trata, en cuanto «clave de bóveda» o en cualquier otra función semejante, según la estructura del edificio al cual está destinada a «coronar», no puede por su forma misma colocarse sino por encima (sin lo cual, por lo demás, es evidente que podría caer en el interior del edificio); así, representa en cierto modo la «piedra descendida del cielo», expresión perfectamente aplicable a Cristo[30], que recuerda también la piedra del Graal (el lapsit exillis de Wolfram von Eschenbach, que puede interpretarse como lapis ex caelis)[31]. Además, hay aún otro punto importante que señalar: Erwin Panofski ha destacado que esa misma ilustración muestra la piedra con el aspecto de un objeto en forma de diamante (lo que la vincula también con la piedra del Graal, ya que ésta se describe igualmente como facetada); esta cuestión merece mas minucioso examen, pues, aunque tal representación esté lejos de constituir el caso más general, se vincula con aspectos del complejo simbolismo de la «piedra angular» distintos de los que hasta ahora hemos estudiado, y no menos interesantes para destacar sus vínculos con el conjunto del simbolismo tradicional.




Empero, antes de llegar a ello, nos falta elucidar una cuestión accesoria: acabamos de decir que la «piedra cimera» puede no ser una «clave de bóveda» en todos los casos, y, en efecto, no lo es sino en una construcción cuya parte superior es en forma de cúpula; en cualquier otro caso, por ejemplo el de un edificio coronado por un techo en punta o en forma de tienda, no deja de haber una «última piedra» que, colocada en la sumidad, desempeña a este respecto el mismo papel que la «clave de bóveda» y, por consiguiente, corresponde también a ésta desde el punto de vista simbólico, sin que empero sea posible designarla con ese nombre; lo mismo ha de decirse del caso especial del pyramídion, al cual hemos aludido ya en otra ocasión. Debe quedar bien claro que, en el simbolismo de los constructores medievales, que se apoya en la tradición judeocristiana y se vincula con la construcción del Templo de Salomón como su prototipo[32], consta, en lo que concierne a la «piedra angular», que es una «clave de bóveda»; y, si la forma exacta del Templo de Salomón ha podido dar lugar a discusiones desde el punto de vista histórico, es seguro, en todo caso, que esa forma no era la de una pirámide; son éstos hechos que hay que tener necesariamente en cuenta en la interpretación de los textos bíblicos referentes a la «piedra angular»[33]. El pyramídion, es decir, la piedra que forma la punta superior de la pirámide, no es en modo alguno una «clave de bóveda»; no por eso deja de ser el «coronamiento» del edificio, y cabe señalar que reproduce su forma íntegra en modo reducido, como si todo el conjunto de la estructura estuviera así sintetizado en esa piedra única; la expresión «cabeza de ángulo», en sentido literal, le conviene perfectamente, así como el sentido figurado del nombre hebreo del «ángulo» para designar el «jefe» o «cabeza», tanto más cuanto que la pirámide, partiendo de la multiplicidad de la base para culminar gradualmente en la unidad de la cúspide, se toma a menudo como el símbolo de una jerarquía. Por otra parte, según lo que hemos explicado anteriormente acerca del vértice y los cuatro ángulos de la base en conexión con el significado de la palabra árabe rukn, podría decirse que la forma de la pirámide está contenida implícitamente en toda estructura arquitectónica; el simbolismo «solar» de esta forma, que hemos indicado en esa oportunidad, se encuentra aún más particularmente expresado en el pyramídion, como lo muestran diversas descripciones arqueológicas citadas por Coomaraswamy: el punto central o el vértice corresponde al sol mismo, y las cuatro caras (cada una comprendida entre dos «rayos» extremos que delimitan el dominio representado por ella) corresponden a otros tantos aspectos secundarios del mismo sol, en relación con los cuatro puntos cardinales, hacia los cuales las cuatro caras se orientan respectivamente. Pese a todo ello, no es menos verdad que el pyramídion constituye solamente un caso particular de «piedra angular» y no la representa sino en una forma tradicional especial, la de los antiguos egipcios; para responder al simbolismo judeocristiano de dicha piedra, que pertenece a otra forma tradicional sin duda alguna muy distinta de aquélla, le falta un carácter esencial, que es el de ser una «clave de bóveda».

Dicho esto, podemos volver a la figuración de la «piedra angular» en forma de diamante: A. Coomaraswamy, en el artículo a que nos hemos referido, parte de una observación que se ha hecho con respecto al término alemán Eckstein, el cual, precisamente, significa a la vez ‘piedra angular’ y ‘diamante’[34]; y recuerda a este respecto las significaciones simbólicas del vajra, que hemos considerado ya en diversas. oportunidades: de modo general, la piedra o el metal considerado más duro y brillante ha sido tomado, en diferentes tradiciones, como «símbolo de indestructibilidad, invulnerabilidad, estabilidad, luz e inmortalidad»; y, en particular, estas cualidades se atribuyen muy a menudo al diamante. La idea de «indestructibilidad» o de «indivisibilidad» (una y otra estrechamente vinculadas, y expresadas en sánscrito por la misma palabra, ákshara) convienen evidentemente a la piedra que representa el principio único del edificio (pues la unidad verdadera es esencialmente indivisible); la de «estabilidad», que, en el orden arquitectónico, se aplica propiamente a un pilar, conviene por igual a esa misma piedra considerada como el capitel del «pilar axial», que a su vez simboliza el «Eje del Mundo»; y éste, al cual Platón, particularmente, describe como un «eje de diamante», es también, por otra parte, un «pilar de luz» (como símbolo de Agni y como «rayo solar»); con mayor razón, esta última cualidad se aplica («eminentemente», podría decirse) a su «coronamiento», que representa la fuente misma de la cual emana en cuanto rayo luminoso[35]. En el simbolismo hindú y búdico, todo cuanto tiene una significación «central» o «axial» está generalmente asimilado al diamante (por ejemplo, en expresiones como vajràsana, ‘trono de diamante’); y es fácil advertir que todas esas asociaciones forman parte de una tradición que puede llamarse verdaderamente universal.

Hay más aún: el diamante se considera como la «piedra preciosa» por excelencia; y esta «piedra preciosa» es también, como tal, un símbolo de Cristo, que se encuentra aquí identificado a su otro símbolo, la «piedra angular»; o, si se prefiere, ambos símbolos están así reunidos en uno. Podría decirse entonces que esa piedra, en cuanto representa un «acabamiento» o un «cumplimiento» [36], es, en el lenguaje de la tradición hindú, un chintàmani, lo que equivale a la expresión alquímica de Occidente «piedra filosofal»[37]; y es muy significativo a este respecto que los hermetistas cristianos hablen a menudo de Cristo como la verdadera «piedra filosofal», no menos que como la «piedra angular»[38]. Nos vemos reconducidos así a lo que decíamos anteriormente, con motivo de los dos sentidos en que puede entenderse la expresión árabe rukn el-arkàn, sobre la correspondencia existente entre el simbolismo arquitectónico y el alquímico; y, para terminar con una observación de alcance muy general este estudio ya largo, pero sin duda aún incompleto, pues el tema es de aquellos que son casi inagotables, podemos agregar que dicha correspondencia no es, en el fondo, sino un caso particular de la que existe análogamente, aunque de un modo quizá no siempre tan manifiesto, entre todas las ciencias y todas las artes tradicionales, pues en realidad todas ellas son otras tantas expresiones y aplicaciones diversas de las mismas verdades de orden principial y universal.


Notas:
[1] [Publicado en É. T., abril-mayo de 1940].
[2] Salmo CVIII, 22; San Mateo, XXI, 42; San Marcos, XII, 10; San Lucas, XX, 17.
[3] San Mateo, XVI, 18.
[4] Efesios, 11, 20 22.
[5] La «sustitución» pudo haber sido favorecida también, por la similitud fónica existente entre el nombre hebreo [arameo] Kêfáh, ‘piedra’, y la palabra griega kephalê, ‘cabeza’; pero no hay entre ambos vocablos otra relación, y el fundamento de un edificio no puede identificarse, evidentemente, con su «cabeza», es decir, con su sumidad, lo que equivaldría a invertir el edificio íntegro; por otra parte, cabría preguntarse también si esa «inversión» no tiene alguna correspondencia simbólica con la crucifixión de san Pedro, cabeza abajo.
[6] Esta piedra debe situarse en el ángulo nordeste del edificio; notaremos a este propósito que cabe distinguir, en el simbolismo de san Pedro, varios aspectos o funciones a las cuales corresponden «situaciones» diferentes, pues, por otra parte, en cuanto ianitor [‘portero’], su lugar está en occidente, donde se encuentra la entrada de toda iglesia normalmente orientada; además, San Pedro y San Pablo están también representados como las dos «columnas» de la Iglesia, y entonces se los figura habitualmente al uno con las llaves y al otro con la espada, en la actitud de dos dvârapâla [vaksha o ‘genios’ que guardan el umbral de ciertas puertas sagradas, en el hinduismo].
[7] «Eckstein», en la revista Speculum, número de enero de 1939 (reseña de R. Guénon en É. T., mayo de 1939].
[8] En este estudio nos veremos obligados a referirnos a menudo a los términos «técnicos» ingleses, porque, pertenecientes primitivamente al lenguaje de la antigua masonería operativa, han sido conservados en su mayoría en los rituales de la Royal Arch Masonry y de los grados accesorios vinculados con ella, rituales de los que no existe equivalente en nuestra lengua; y se verá que algunos de esos términos son de traducción muy difícil.
[9] Según el ritual operativo, esta «primera piedra» es, según lo hemos dicho, la del ángulo nordeste; las piedras de los demás ángulos se colocan posterior y sucesivamente según el sentido del curso aparente del sol, es decir, en el sudeste, sudoeste, noroeste.
[10] Esta «reflexión» está evidentemente relacionada de modo directo con la sustitución mencionada antes.
[11] La expresión «to heave over» es bastante singular, y al parecer inusitada en ese sentido en inglés moderno; parecería poder significar ‘levantar’ o ‘elevar’, pero, según el resto de la frase citada, es claro que en realidad se aplica aquí al acto de «arrojar» la piedra rechazada.
[12] Esta distinción es, en otros términos, la de la Square Masonry y la Arch Masonry, que, por sus respectivas relaciones con la «tierra» y el «cielo», o con las partes del edificio que las representan, están puestas aquí en correspondencia con los «pequeños misterios» y los «grandes misterios» respectivamente. [Véase cap. XXXIX, notas 4 y 5 (N. del T.)]. Ver también aquí http://caputanguli.blogspot.com/search/label/Masoner%C3%ADa%20de%20la%20Escuadra
[13] I Samuel, XIV, 38; la versión griega de los Setenta emplea igualmente aquí la palabra gônia.
[14] Cf. A. M. Hocart, Les Castes, pp. 151-54, acerca de la expresión «faces de la tierra» empleada en las islas Fiji para designar a los jefes. La palabra griega Kárai servía, en los primeros siglos del cristianismo, para designar las cinco «faces» o «caras» o «cabezas» de la Iglesia, es decir, los cinco patriarcados principales, cuyas iniciales reunidas formaban precisamente esa palabra: Constantinopla, Alejandría, Roma, Antioquía, Jerusalén [ = Ierousalêm].
[15] Cabe advertir que la palabra inglesa corner es evidentemente un derivado de corne [francés, ‘cuerno’].
[16] En este sentido, las cuatro piedras angulares no existen solamente en la base, sino también en un nivel cualquiera de la construcción; y esas piedras son todas de la misma forma común, rectilínea y rectangular (es decir, talladas on the square, pues la palabra square tiene la doble significación de ‘escuadra’ y ‘cuadrado’), contrariamente a lo que ocurre en el caso único de la keystone.
[17] Podría resultar de interés investigar si puede existir un parentesco etimológico real entre la palabra árabe y la latina, incluso en el uso antiguo de esta última (por ejemplo, en la disciplina arcani de los cristianos de los primeros tiempos), o si se trata solo de una “convergencia” producida solo ulteriormente, entre los hermetistas medievales.
[18] Esta asimilación de los elementos a los cuatro ángulos de un cuadrado está también en relación, naturalmente, con la correspondencia que existe entre esos elementos y los puntos cardinales.
[19] Estaría en el mismo plano (en su punto central) si este plano se tomara como representación de un estado de existencia íntegro; pero no siempre es el caso aquí, pues el edificio total es una imagen del mundo. Observemos, a este respecto, que la proyección horizontal de la pirámide a que nos referíamos más arriba está constituida por el cuadrado de la base con sus diagonales, y las aristas laterales se proyectan según las diagonales y el vértice en el punto de encuentro de estos elementos, o sea en el centro mismo del cuadrado.
[20] En el sentido de “misterio”, que hemos indicado, rukn el-arkàn equivale a sirr el-asrâr [‘misterio de los misterios’, ‘misterio supremo’], representado, según lo hemos explicado en otra oportunidad, por el extremo superior de la letra álif; como el álif mismo figura el «Eje del Mundo», esto, según se verá en seguida, corresponde con toda exactitud a la posición de la keystone.
[21] El término de «coronamiento» ha de relacionarse aquí con la designación de la «coronilla» craneana, en razón de la asimilación simbólica, que hemos señalado anteriormente, entre el «ojo» de la cúpula y el Brahmarandhra [séptimo y último chakra, o sea «órgano o centro sutil», cuyo «despertar» corresponde a la culminación del Kundalinî-Yoga]; sabido es, por lo demás, que la corona, como los cuernos, expresa esencialmente la idea de elevación. Cabe notar también a este respecto que el juramento del grado de Royal Arch contiene una alusión a la «coronilla» (the crown of the skull), la cual sugiere una relación entre la apertura de ésta (como en los ritos de trepanación póstuma) y el acto de quitar (removing) la keystone; por lo demás, de modo general, las llamadas «penalidades» formuladas en los juramentos de los diferentes grados masónicos, así como los signos que a ellas corresponden, se refieren en realidad a los diversos centros sutiles del ser humano.
[22] En la significación de la palabra «acabar», o en la expresión equivalente «llevar a cabo», la idea de «cabeza» [caput] está asociada a la de «fin», lo que responde perfectamente a la situación de la «piedra angular», conocida a la vez como «piedra cimera» y como «última piedra» del edificio. Mencionaremos aún otro término derivado de caput: en francés se llama chevet (‘cabecera’) —y en español «cabecera» o «testero»— de una iglesia a la extremidad oriental donde se encuentra el ábside, cuya forma semicircular corresponde, en el plano horizontal, a la cúpula en elevación vertical, según lo hemos explicado en otra ocasión.
[23] La palabra «obra» se emplea a la vez en arquitectura y en alquimia, y se verá que no sin razón relacionamos ambas cosas: en arquitectura, la conclusión de la obra es la «piedra angular», y en alquimia, la «piedra filosofal».
[24] Es de notar que, en ciertos ritos masónicos, los grados que corresponden más o menos exactamente a la parte superior de la construcción de que aquí se trata (decimos más o menos exactamente, pues a veces hay en todo ello cierta confusión) se designan precisamente con el nombre de «grados de perfección». Por otra parte, el vocablo «exaltación», que designa el acceso al grado de Royal Arch, puede entenderse como una alusión a la posición elevada de la keystone.
[25] Para la colocación de esta piedra, se encuentra la expresión «to bring forth the copestone», cuyo sentido es también bastante oscuro a primera vista: to bring forth significa literalmente ‘producir’ (en el sentido etimológico del latín producere) o ‘sacar a luz’; puesto que la piedra ha sido ya retirada anteriormente, durante la construcción, no puede tratarse, el día de la conclusión de la obra, de su «producción» en el sentido de una «confección»; pero, como ha sido arrojada «entre los escombros», se trata de volver a sacarla a luz, para colocarla en lugar visible, en la sumidad del edificio, de modo que se convierta en «cabeza del ángulo»; así, to bring forth se opone aquí a to heave over.
[26] Staurós significa también ‘cruz’, y sabido es que, en el simbolismo cristiano, la cruz se asimila al «Eje del Mundo»; Coomaraswamy vincula ese término con el sánscrito sthàvara, ‘firme’ o ‘estable’, lo que, en efecto, conviene a un pilar y, además, concuerda exactamente con el significado de «estabilidad» dado a la reunión de los nombres de las dos columnas del Templo de Salomón.
[27] Es la sumidad del «pilar axial», que corresponde, según lo hemos dicho, a la punta superior del álif en el simbolismo literal árabe; recordemos también, con motivo de los términos keystone y «clave de bóveda», que el símbolo mismo de la «clave» o «llave» tiene igualmente significado «axial».
[28] Coomaraswamy recuerda la identidad simbólica entre el techo (en particular abovedado) con el parasol; agregaremos también, a este respecto, que el símbolo chino del «Gran Extremo» (T’ai-ki) designa literalmente una «arista superior» o una «sumidad»: es, propiamente, la sumidad del «techo del mundo».
[29] Manuscrito de Munich, columna 146, fol. 35 (Lutz y Perdrizet, II, lám. 64): la fotografía nos ha sido proporcionada por A. K. Coomaraswamy; ha sido reproducida en el Art Bulletin, XVII, p. 450 y fig. 20, por Erwin Panofski, quien considera esa ilustración como la más próxima al prototipo y, a ese respecto, habla del lapis in caput anguli [‘la piedra en la cabeza de1 ángulo’] como de una keystone; se podría decir también, de acuerdo con. nuestras precedentes explicaciones, que esa figura representa the bringing forth of the copestone.
[30] A este respecto, podría establecerse una vinculación entre la «piedra descendida del cielo» y el «pan descendido del cielo», pues existen relaciones simbólicas importantes entre la piedra y el pan; pero esto sale de los límites de nuestro tema actual; en todos los casos, el «descenso del cielo» representa, naturalmente, el avatárana [‘descenso’ o aparición del Avatára].
[31] Cf. también la piedra simbólica de la Etoile Internelle [‘estrella interna’] de que ha hablado L. Charbonneau-Lassay y que, como la esmeralda de Graal, es una piedra facetada; esa piedra, en la copa donde se la pone, corresponde exactamente al «joyel en el loto» (mani padme) del budisrno mahâyâna.
[32] Las «leyendas» del Compagnonnage [‘compañerazgo’, organización artesanal de origen medieval, emparentada con la masonería], en todas sus ramas, dan fe de ello, así como las «superviviencias» propias de la antigua masonería operativa, que hemos considerado aquí.
[33] Así, pues, no podría tratarse de ningún modo, como algunos pretenden, de una alusión a un incidente ocurrido durante la construcción de la «Gran Pirámide» y con motivo del cuál ésta habría quedado inconclusa, lo que, por otra parte, es una hipótesis harto dudosa en sí y una cuestión histórica probablemente insoluble; además esa «inconclusión» misma estaría en contradicción directa con el simbolismo según el cual la piedra que había dido rechazada toma finalmente su lugar eminente como «cabeza del ángulo».
[34] Stoudt, «Consider the lilies, how they grow», respecto de la significación de un motivo ornamental en forma de diamante, explicado por escritos donde se habla de Cristo como del Eckstein. El doble sentido de la palabra se explica, verosímilmente, desde el punto de vista etimológico, por el hecho de que pueda entendérsela a la vez como «piedra de ángulo» y como «piedra en ángulos», es decir, facetada; pero, por supuesto, esta explicación nada quita al valor de la ralación simbólica indicada por la reunión de ambos significados en la misma palabra.
[35] El diamante no tallado tiene naturalmente ocho ángulos, y el poste sacrificial (yûpa) debe ser tallado «en ocho ángulos» (ashtâçri) para figurar el vajra (que se entiende aquí a la vez en su otro sentido de ‘rayo’); la palabra pâli attansa, literalmente, ‘de ocho ángulos’, significa a la vez ‘diamante’ y ‘pilar’.
[36] Desde el punto de vista «constructivo», es la «perfección» de la realización del plan del arquitecto; desde el punto de vista alquímico, es la «perfección» o fin último de la «Gran Obra»; hay exacta correspondencia entre uno y otro.
[37] El diamante entre las piedras y el oro entre los metales son lo más precioso, y tienen además un carácter «luminoso» y «solar»; pero el diamante, al igual que la »piedra filosofal», a la cual se asimila aquí, se considera como más precioso aún que el oro.
[38] El simbolismo de la «piedra angular» se encuentra expresamente mencionado, por ejemplo, en diversos pasajes de las obras herméticas de Robert Fludd, citados por A. E. Waite, The Secret Tradition in Freemasonry, pp. 27-28; por otra parte, debe señalarse que tales pasajes contienen esa confusión con la «piedra fundamental» de que hablábamos al principio, lo que el autor que los cita dice por su cuenta acerca de la «piedra angular» en varios lugares del mismo libro tampoco es muy adecuado para esclarecer el punto, y no puede sino contribuir más bien a mantener la confusión indicada.


Capítulo XLIV «LAPSIT EXILLIS»[1]

Hablando del simbolismo de la «piedra angular», hemos tenido ocasión de mencionar incidentalmente el «lapsit exillis» de Wolfram von Eschenbach; puede ser de interés volver más en particular sobre este asunto, a causa de las múltiples vinculaciones a que da lugar. En su forma extraña[2], esa expresión enigmática puede encerrar más de un significado: es ciertamente, ante todo, una suerte de contracción fonética de lapis lapsus ex caelis, ‘la piedra caída de los cielos’; además, esa piedra, en razón misma de su origen, está como «en exilio» en la morada terrestre[3], de donde, por otra parte, según diversas tradiciones concernientes a esa piedra o sus equivalentes, ha de remontarse finalmente a los cielos[4]. En lo que respecta al simbolismo del Graal, importa señalar que, si bien se lo describe más habitualmente como un vaso y ésta es su forma más conocida, se lo describe también a veces como una piedra, según es, en particular, el caso en Wolfram von Eschenbach; por otra parte, puede ser al mismo tiempo una y otra cosa, pues se dice que el vaso había sido tallado de una piedra preciosa que, habiéndose desprendido de la frente de Lucifer cuando su caída, es igualmente «caída de los cielos» [5].

Por lo demás, lo que parece aumentar aún la complejidad del simbolismo, pero en realidad puede dar la «clave» de ciertas conexiones, es lo siguiente: según hemos explicado ya en otro lugar, si el Graal es un vaso (grasale), es también un libro (gradale o graduale); y en ciertas versiones de la leyenda se trata, a este respecto, no precisamente de un libro propiamente dicho, sino de una inscripción trazada en la copa por un ángel o por el mismo Cristo. Ahora bien; inscripciones de origen igualmente «no humano» aparecen también en ciertas circunstancias en el lapsit exillis[6]; éste era, pues, una «piedra parlante», es decir, si se quiere. una «piedra oracular», pues si una piedra puede «hablar» produciendo sonidos, puede hacerlo igualmente (como el caparazón de tortuga en la tradición extremo-oriental) por medio de caracteres o figuras que se muestren en su superficie. Ahora bien: es también muy notable desde este punto de vista que la tradición bíblica menciona una «copa oracular», la de José[7], que podría, en este respecto al menos, considerarse como una de las formas del mismo Graal; y, cosa curiosa, se dice que otro José, José de Arimatea, llegó a ser poseedor o guardián del Graal y lo llevó de Oriente a Bretaña; es sorprendente que no se haya prestado nunca atención, al parecer, a estas «coincidencias», harto significativas sin embargo[8].

Para volver al lapsit exillis, señalaremos que algunos lo han relacionado con la Lia Fail o ‘piedra del destino’; en efecto, era ésta también una «piedra parlante» y, además, podía ser en cierto modo una «piedra venida de los cielos», ya que, según la leyenda irlandesa, los Tuatha de Danann la habría traído consigo de su primera morada, a la cual se atribuye un carácter «celeste» o al menos «paradisíaco». Sabido es que esa Lia Fail era la piedra de consagración de los antiguos reyes de Irlanda, y que lo fue después la de los de Inglaterra, habiendo sido llevada por Eduardo I, según la opinión más comúnmente aceptada, a la abadía de Westminster; pero lo que puede parecer cuando menos singular es que, por otra parte, esa misma piedra haya sido identificada con la que Jacob consagró en Beyt-el[9]. Esto no es todo: esa piedra de Jacob, según la tradición hebrea, parecería haber sido también la que siguió a los israelitas por el desierto y de donde manaba el agua de que ellos bebían[10], piedra que, según la interpretación de San Pablo, no era sino el mismo Cristo[11]; habría sido después la piedra setiyáh o ‘fundamental’ colocada en el Templo de Jerusalén debajo del lugar del Arca de la Alianza[12], marcando así simbólicamente el «centro del mundo», como lo marcaba igualmente, en otra forma tradicional, el Ómphalos délfico[13]; y, puesto que estas identificaciones son evidentemente simbólicas, puede decirse con seguridad que en todo ello se trata, en efecto, de una misma y única piedra.

Debe señalarse, empero, en lo que concierne al simbolismo «constructivo», que la piedra fundamental de que acaba de hablarse no debe confundirse en modo alguno con la «piedra angular», puesto que ésta es el coronamiento del edificio, mientras que aquélla se sitúa en el centro de su base[14]; y, así colocada en el centro, difiere igualmente de la «piedra de fundación» en el sentido ordinario del término, la cual ocupa uno de los ángulos de la misma base. Hemos dicho que en las piedras de base de los cuatro ángulos había como un reflejo y una participación de la verdadera «piedra angular» o «piedra cimera»; aquí, también puede hablarse de reflejo, pero se trata de una relación más directa que en el caso precedente, pues la «piedra cimera» y la «piedra fundamental» en cuestión están situadas sobre la misma vertical, de modo que la segunda es como la proyección horizontal de la primera sobre el plano de la base[15]; podría decirse que esta «piedra fundamental» sintetiza en sí, aun permaneciendo en el mismo plano que las piedras de los cuatro ángulos, los aspectos parciales representados por éstas (estando este carácter parcial expresado por la oblicuidad de las rectas que las unen a la sumidad del edificio). De hecho, la «piedra fundamental» del centro y la «piedra angular» son respectivamente la base y la cúspide del pilar axial, ya se encuentre éste figurado visiblemente, ya tenga una existencia solo «ideal»; en este último caso, la «piedra fundamental» puede ser una piedra de hogar o una de altar (lo que, por otra parte, es en principio la misma cosa), y de todos modos corresponde en cierto modo al «corazón» mismo del edificio.

Hemos dicho, acerca de la «piedra angular», que ella representa la «piedra descendida del cielo», y hemos visto ahora que el lapsit exillis es más propiamente la «piedra caída del cielo», lo que, por lo demás, puede ser puesto también en relación con la «piedra rechazada por los constructores», si se considera, desde el punto de vista cósmico, a esos constructores como los Ángeles o los Deva[16]; pero, como no todo «descenso» es forzosamente una «caída»[17], cabe establecer cierta diferencia entre ambas expresiones. En todo caso, la idea de «caída» no podría aplicarse en modo alguno cuando la «piedra angular» ocupa su posición definitiva en la sumidad[18]; se puede hablar aún de un «descenso» si se refiere el edificio a un conjunto más extenso (esto en correspondencia con el hecho, que ya hemos señalado, de que la piedra no puede ser colocada sino desde lo alto); pero, si se considera solo el edificio en sí mismo y el simbolismo de sus diversas partes, esa posición puede llamarse «celeste», ya que la base y el techo corresponden respectivamente, en cuanto a su «modelo cósmico», a la tierra y el cielo[19]. Ahora hay que agregar, y con esta observación terminaremos, que todo cuanto se sitúa sobre el eje, en diversos niveles, puede considerarse en cierto modo como representación de las diferentes situaciones de una sola y misma cosa, situaciones que están a su vez en relación con diferentes condiciones de un ser o de un mundo, según se adopte el punto de vista «microcósmico» o el «macrocósmico»; y, a este respecto, indicaremos solamente, con carácter de aplicación al ser humano, que las relaciones de la «piedra fundamental» del centro y la «piedra angular» de la sumidad no dejan de presentar cierta conexión con lo que hemos dicho en otro lugar acerca de las «localizaciones» diferentes del lûz o «núcleo de inmortalidad»[20]

Notas:
[1] [Publicado en É. T., agosto de 1946].
[2] A. E. Waite, en su obra The Holy Grail, da las variantes lapis exilis y lapis exilix, pues parece que la ortografía difiere según los manuscritos; señala también que, según el Rosarium Philosophorum, donde se citan a este respecto palabras de Arnaldo de Vilanova, lapis exilis era entre los alquimistas una de las designaciones de la “piedra filosofal”, lo cual, naturalmente, es de relacionar con las consideraciones formuladas al final del estudio anterior
[3] Lapis exilii o lapis exsulis, según las interpretaciones sugeridas por Waite como posibles a este respecto.
[4] No creemos que haya de tenerse muy en cuenta la palabra latina exilis tomada literalmente en el sentido de ‘delgado’ o ‘tenue’, a menos, quizá, que quiera vinculársele alguna idea referente a ‘sutil’.
[5] Sobre el simbolismo de Graal, ver Le Roi du Monde, cap. V. Recordaremos también a este propósito el símbolo de la Estoile Internelle, en que la copa y la gema se encuentran reunidas, aun siendo en este caso distintas una de otra.
[6] Como en la “piedra negra” de Urga, que debía de ser, al igual que todas las “piedras negras” de todas las tradiciones, un aerolito, es decir, también una “piedra caída del cielo” (ver Le Roi du Monde, cap. I).
[7] Génesis, XLIV, 5.
[8] La “copa oracular” es en cierto modo el prototipo de los “espejos magicos”, y a este respecto debemos formular una observación importante: la interpretación puramente “mágica”, que reduce los símbolos a un puro carácter “adivinatorio” o “talismánico”, según los casos, señala determinada etapa en el proceso de degradación de esos símbolos, o más bien de la manera de comprendérselos, etapa por lo demás, menos avanzada —ya que pese a todo se refiere aún a una ciencia tradicional— que la desviación enteramente profana que no les atribuye sino un valor puramente “estético”; conviene agregar, por lo demás, que solo bajo la cobertura de esta interpretación “mágica” ciertos símbolos pueden ser conservados y trasmitidos, en estado de supervivencias “folklóricas”. Acerca de la “copa adivinatoria”, señalemos aún que la visión de todas las cosas como presentes, si se la entiende en su verdadero sentido (el único al cual pueda adjudicarse la “infalibilidad” de que se trata expresamente en el caso de José), está en relación manifiesta con el simbolismo del “tercer ojo”, y por lo tanto también con el de la piedra caída de la frente de Lucifer, donde ocupaba el lugar de aquél; por lo demás, también a causa de su caída perdió el hombre mismo el “tercer ojo”, es decir, el “sentido de la eternidad”, que el Graal restituye a quienes logran conquistarlo.
[9] Cf. Le Roi du Monde, cap. IX.
[10] Éxodo, XVII, 5. La bebida dada por esta piedra debe relacionarse con el alimento provisto por el Graal considerado como “vaso de abundancia”.
[11] I Corintios, X, 4. Se advertirá la relación existente entre la unción de la piedra por Jacob, la de los reyes en el momento de su consagración, y el carácter de Cristo o el Mesías, que es, propiamente, el “Ungido” por excelencia. [Khristós es la traducción griega del hebreo Mashiah, ‘ungido’].
[12] En el simbolismo de las Sefirót, esta “piedra fundamental” corresponde a Yesód [‘fundamento’]; la “piedra angular”, sobre la cual volveremos en seguida, corresponde a Kéter [‘corona’].
[13] Cf. Le Roi du Monde, cap. IX. El Ómphalos es, por otra parte, un “betilo”, designación idéntica a Beyt-el o ‘casa de Dios’.
[14] Como esta “piedra fundamental” no es angular, su situacióín, en este respecto al menos, no puede dar lugar a confusiones, y por eso no hemos necesitado hablar de ello con motivo de la “piedra angular”.
[15] Esto corresponde a lo que ya hemos indicado acerca de la proyección horizontal de la pirámide, cuyo vértice se proyecta en el punto de intersección de las diagonales del cuadrado de base, es decir, en el centro mismo de este cuadrado. En la masonería operativa, la ubicación de un edificio se determinaba, antes de iniciarse la construcción, por el llamado “método de los cinco puntos”, consistente en fijar primero los cuatro ángulos donde debían colocarse las cuatro primeras piedras, y después el centro, es decir —ya que la base era normalmente cuadrada o rectangular— el punto de intersección de sus diagonales; las estacas que señalaban esos cinco puntos se llamaban landmarks, y sin duda éste es el sentido primero y originario de ese término masónico.
[16] Estos deben considerarse como trabajando bajo la dirección de Viçvakarma, que es, según lo hemos explicado en otras ocasiones, lo mismo que el “Gran Arquitecto del Universo” (cf. especialmente Le Règne de bu quantité et les signes des temps, cap. III).
[17] Va de suyo que esta observación se aplica ante todo al “descenso” del Avatára, aunque la presencia de éste en el mundo terrestre pueda ser también como un “exilio”, si bien solo según las apariencias exteriores.
[18] Podría aplicarse solo cuando, antes de ser puesta en su lugar, se considerara a esa misma piedra en su estado de “rechazada”.
[19] Ver “Le Symbolisme du Dóme” [aquí cap. XXXIX: “El simbolismo de la cúpula”], y también La Grande Triade, cap. XIV.
[20] Ver Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVIII. Esta relación con el lûz está, por otra parte, netamente sugerida por las vinculaciones antes señaladas con Beyt-el y con el “tercer ojo” (ver sobre este punto Le Roi du Monde, cap. VII).



Capítulo XLV El-ARKAN[1]

A las consideraciones que hemos expuesto sobre la «piedra angular», consideramos que no será inútil añadir algunas precisiones complementarias sobre un punto especial: se trata de las indicaciones que hemos dado sobre el término árabe rukn, ‘ángulo’ y sobre sus diferentes significados. Nos proponemos sobre todo, a este respecto, señalar una concordancia muy notable que se encuentra en el antiguo simbolismo cristiano y que, por lo demás, se esclarece, como siempre, por las conexiones que pueden establecerse con ciertos datos de otras tradiciones. Queremos referirnos al gammádion, o más bien, deberíamos decir, a los gammádia, pues este símbolo se presenta en dos formas muy netamente diferenciadas, aunque a ambas se vincule generalmente el mismo sentido; debe su nombre a que los elementos que en él figuran, en uno y otro caso, que son en realidad escuadras, tienen similitud de forma con la letra griega gamma[2].


La primera forma de este símbolo (fig. 15), llamada también a veces «cruz del Verbo»[3], está constituida por cuatro escuadras con los vértices vueltos hacia el centro; la cruz está formada por esas escuadras mismas o, más exactamente, por el espacio vacío que dejan entre sus lados paralelos, el cual representa en cierto modo las cuatro vías que parten del centro o se dirigen a él, según se las recorra en uno u otro sentido. Ahora bien; esta misma figura, considerada precisamente como la representación de una encrucijada, es la forma primitiva del carácter chino hsing, que designa los cinco elementos: se ven en él las cuatro regiones del espacio, correspondientes a los puntos cardinales y llamadas, efectivamente, «escuadras» (fang)[4], en torno de la región central, a la cual corresponde el quinto elemento. Por otra parte, debemos decir que estos elementos, pese a una similitud parcial de nomenclatura[5], no podrían en modo alguno identificarse con los de la tradición hindú y la Antigüedad occidental; así, para evitar toda confusión, valdría más, sin duda, como algunos han propuesto, traducir hsing por ‘agentes naturales’, pues son propiamente «fuerzas» que actúan sobre el mundo corpóreo y no elementos constitutivos de esos cuerpos mismos. No por ello deja de ser cierto, como resulta de sus respectivas correspondencias espaciales, que los cinco hsing pueden considerarse como los arkán de este mundo, así como los elementos propiamente dichos lo son también desde otro punto de vista, pero con una diferencia en cuanto a la significación del elemento central. En efecto, mientras que el éter, al no situarse en el plano de base donde se encuentran los otros cuatro elementos, corresponde a la verdadera «piedra angular», la de la sumidad (rukn el-arkàn), la «tierra» de la tradición extremo-oriental debe ser puesta en correspondencia directa con la «piedra fundamental» del centro, de la cual hemos hablado anteriormente[6].



La figuración de los cinco arkán aparece de modo aún más neto en la otra forma del gammádion (fig. 16), donde cuatro escuadras, formando los ángulos (arkàn, en el sentido literal del término) de un cuadrado, rodean a una cruz trazada en el centro de éste; los vértices de las escuadras están entonces vueltos hacia el exterior, en vez de estarlo hacia el centro, como en el caso precedente[7]. Puede considerarse aquí la figura íntegra como correspondiente a la proyección horizontal de un edificio sobre su plano de base: las cuatro escuadras corresponden entonces a las piedras de base de los cuatro ángulos (que, en efecto, deben ser talladas «en escuadra»), y la cruz a la «piedra angular» de la sumidad, la cual, aun no estando en el mismo plano, se proyecta en el centro de la base según la dirección del eje vertical; y la asimilación simbólica de Cristo a la «piedra angular» justifica aún más expresamente esta correspondencia.


En efecto, desde el punto de vista del simbolismo cristiano, ambas formas de gammádion se consideran igualmente como representaciones de Cristo, figurado por la cruz, en medio de los cuatro Evangelistas, figurados por las escuadras; el conjunto equivale, pues, a la conocida figuración de Cristo en medio de los cuatro animales de la visión de Ezequiel y del Apocalipsis[8], que son los símbolos más corrientes de los Evangelistas[9]. La asimilación de éstos a las piedras de base de los cuatro ángulos no está, por lo demás, en contradicción con el hecho de que, por otra parte, san Pedro sea expresamente designado como la «piedra de fundación» de la Iglesia; basta solo ver en ello la expresión de dos puntos de vista diferentes, uno referido a la doctrina y otro a la constitución de la Iglesia; y por cierto es incontestable que, en lo que concierne a la doctrina cristiana, los Evangelistas constituyen real y verdaderamente los fundamentos.

En la tradición islámica, se encuentra también una figura de disposición análoga, que comprende el nombre del Profeta en el centro y el de los cuatro primeros califas en los ángulos; también aquí, el Profeta, al aparecer como rukn el-arkàn, debe considerarse, del mismo modo que Cristo en la figuración precedente, como situado en otro nivel que el de la base y, por consiguiente, corresponde también en realidad a la «piedra angular» de la sumidad. Por otra parte, debe notarse que, desde los dos puntos de vista que acabamos de indicar en lo que concierne al cristianismo, esta figuración recuerda directamente la que considera a San Pedro como la «piedra de fundación», pues es evidente que San Pedro, según ya lo hemos dicho, es también el jalîfa, es decir, el ‘vicario’ o ‘sustituto’ de Cristo. Solo que en este caso no se considera sino una sola «piedra de fundación», es decir, aquella de las cuatro piedras de base de los ángulos que está colocada en primer lugar, sin llevar más lejos las correspondencias, mientras que el símbolo islámico de que se trata incluye esas cuatro piedras de base; la razón de esta diferencia es que los cuatro primeros califas tienen, en efecto, un papel especial desde el punto de vista de la «historia sagrada», mientras que, en el cristianismo, los primeros sucesores de San Pedro no poseen ningún carácter que pueda, de modo comparable, distinguirlos netamente de todos los que siguieron después. Agregaremos aún que, en correspondencia con esos cinco arkàn manifestados en el mundo terrestre y humano, la tradición islámica considera también cinco arkàn celestes o angélicos, que son Djibrìl, Rufa’îl, Mika’îl, Isrâfîl y por último er-Rûh [respectivamente: ‘Gabriel’, ‘Rafael’, ‘Miguel’, ‘Serafín(?)’ y ‘el Espíritu’]; este último, que, según hemos explicado en otras ocasiones, es idéntico a Metatròn, se sitúa igualmente en un nivel superior a los otros cuatro, que son como sus reflejos parciales en diversas funciones menos principiales o más particularizadas, y, en el mundo celeste, él es propiamente rukn el-arkàn, aquel que ocupa, en el límite que separa el Jalq [‘la Creación’] de el-Haqq [‘el Creador’], el «lugar» mismo solo por el cual puede efectuarse la salida del Cosmos.

Notas:
[1] [Publicado en É. T., septiembre de 1946].
[2] Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. X. Como lo hemos señalado allí, estos gammádia constituyen las verdaderas “cruces gamadas”, y solo entre los modernos se ha aplicado esta designación al svástika, lo que no puede sino ocasionar molestas confusiones entre dos símbolos enteramente diferentes, que no tienen en modo alguno la misma significación.
[3] La razón es, sin duda, de acuerdo con la significación general del símbolo, que éste se considera como figuración del Verbo que se expresa por los cuatro Evangelios; es de notar que, en esta interpretación, los Evangelios deben considerarse como correspondientes a cuatro puntos de vista (puestos simbólicamente en relación con los “cuadrantes” del espacio), cuya reunión es necesaria para la expresión integral del Verbo, así como las cuatro escuadras que forman la cruz se unen por sus vértices.
[4] La escuadra es esencialmente, en la tradición extremo-oriental, el instrumento empleado para “medir la Tierra”; cf. La Grande Triade, caps, XV y XVI. Es fácil notar la relación existente entre esta figura y la del cuadrado dividido en nueve partes (ibid.. cap. XVI); basta, en efecto, para obtener éste, unir los vértices de las escuadras y trazar el perímetro para encuadrar la zona central.
[5] Son el agua al norte, el fuego al sur, la madera al este, el metal al oeste y la tierra en el centro; se ve que hay tres designaciones comunes con los elementos de otras tradiciones, pero que la tierra no tiene la misma correspondencia espacial.
[6] Por otra parte, debe señalarse a este respecto que el montículo elevado en el centro de una región corresponde efectivarnente al altar o al hogar situado en el punto central de un edificio.
[7] Los vértices de las cuatro escuadras y el centro de la cruz, siendo los cuatro ángulos y el centro del cuadrado, respectivamente, corresponden a los “cinco puntos” por los cuales se determina tradicionalmente la ubicación de un edificio.
[8] Estos cuatro animales simbólicos corresponden también, por otra parte, a los cuatro Mahârâja [‘grandes reyes’] que, en las tradiciones hindú y tibetana, son los regentes de los puntos cardinales y de los “cuadrantes” del espacio.
[9] La antigua tradición egipcia, según una disposición enteramente análoga, figuraba a Horus en medio de cuatro hijos; por lo demás, en los primeros tiempos del cristianismo, Horus fue a menudo tomado en Egipto como un símbolo de Cristo.