lunes, 25 de marzo de 2013

A propósito de las relaciones entre la Iglesia y la Masonería; por Denys Roman


    Capítulo VI de René Guénon et les Destines de la Franc-Maçonnerie, París, 1982, 1995.


     Sabemos que, en Francia, en el siglo XVIII, la Logias masónicas contaban con un numero considerable de católicos e, incluso, de eclesiásticos. El clero regular, estaba también abundantemente representado. Según Albert Lantoine, todas las Órdenes religiosas, tenían algunos de sus miembros bajo las columnas de los Templos, a excepción de los Jesuitas, siendo la Orden con más miembros en las Logias la de los Bernardinos, designación que se aplicaba, en el siglo XVIII a los Cistercienses, la Orden de San Bernardo. De este hecho curioso se ha dado la siguiente explicación. En virtud de lo que ha dado en llamarse “las libertades de la Iglesia galicana”, las decisiones del Papado debían, para ser aplicadas en Francia, estar aprobadas por el Parlamento. Ahora bien, el Parlamento rechazó siempre sancionar las bulas de Clemente XII y de Bonifacio XIV que contuvieran condenas a la Masonería. Los católicos franceses podían, entonces, pretender ignorar dichas condenas. Pero ¿las ignoraban, en realidad? Lo dudamos mucho. Numerosos obispos franceses, en efecto, fulminaban contra la Orden en sus mandatos[1]. Por otra parte, los Masones franceses, con ocasión de los viajes y también de las guerras, tuvieron acceso a las Logias extranjeras y podían informarse de las prohibiciones romanas.

   La explicación dada normalmente, en cuanto a la presencia de católicos en las Logias francesas, es, entonces, insuficiente. Además se olvida siempre, con relación a esto, que el más ilustre y el más católico de todos los Masones católicos de esta época, Joseph de Maistre, no era francés, sino piamontés; y, el Piamonte, evidentemente, no se beneficiaba de las libertades de la Iglesia galicana. En torno a Joseph de Maistre, en la Logia “La Sinceridad” de Chambéry y en muchas otras Logias piamontesas, la casi totalidad de miembros eran católicos. Su presencia no puede explicarse por el comportamiento del Parlamento de París.

    Ciertos adversarios de la Francmasonería calificaron como malos padres y malos religiosos, a aquellos que frecuentaban así las Logias[2]. A veces incluso, se ha insinuado que aportaban ideas subversivas, que extendían luego por la Iglesia y por el mundo. Tales calumnias no merecen ser refutadas. Los padres y los religiosos Franc­masones, no eran menos fervientes que aquellos de sus cofrades que permanecían ajenos a la Orden. Nada impedía incluso que las Logias hayan abrigado, con más frecuencia de la que se piensa, a católicos y sacerdotes llegados al grado más alto de santidad.

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Hacia finales de los sesenta, esta cuestión de las relaciones entre la Iglesia y la Masonería, fue objeto de una obra titulada Les Franc-Maçons[3], escrita por Jean Baylot y Michel Riquet. El primero, era un alto dignatario de la Gran Logia Nacional Francesa y, el segundo, un reputado predicador de la Compañía de Jesús. Bajo forma de diálogo, su libro intenta refutar algunos de los perjuicios contra la Masonería que son corrientes en Francia, sobre todo en los medios católicos. Numerosos hechos menores muestran que, incluso bajo el Segundo Imperio, las condenas pontificias permanecían con frecuencia como letra muerta[4]. Se ha visto también hasta qué punto es errónea, la aserción según la cual, la Masonería -sobre todo en Francia- ha sido siempre considerada como solidaria con las ideas llamadas “de izquierdas”[5]. Entendiéndolo desde el punto de vista estrictamente tradicional, sería preferible siempre que un Masón, como todo iniciado, se abstuviera de la acción política, sea de “derechas” o de “izquierdas”. Pero es bueno recordar que, la Masonería, bien lejos de haber fomentado la Revolución, fue, al contrario, “su primera víctima”[6].

     Pero volvamos a la cuestión religiosa. Un caso privilegiado, entre todos, será suficiente para ilustrar las altas virtudes de fe y de coraje que supieron manifestar, a veces, en la prueba de la tormenta revolucionaria, estos sacerdotes Francmasones del siglo XVIII. “La Logia de Laval contaba, en 1786, en vísperas de la Revolución, con cinco sacerdotes entre veintidós miembros. Y, de estos cinco padres, todos han sido refractarios a la Constitución civil del clero; cuatro fueron deportados, el quinto, Jean-Marie Gallot, fue guillotinado en Laval, el 21 de Enero de 1794” (p. 21).

     El R. P. Riquet ha omitido añadir[7] que Jean-Marie Gallot fue beatificado en 1955 por el Soberano Pontífice, Pío XII. A lo largo del proceso de beatificación, el “promotor de la fe” (ese dignatario eclesiástico, familiarmente conocido como “el abogado del diablo”, cuyo papel es buscar y someter a juicio de valor, todo aquello que, en la causa a instruir, no lleve el sello de la santidad) ¿tenía conocimiento de la cualidad masónica de Jean-Marie Gallot? Es probable que no[8]. Sea lo que fuere, “Roma locuta est, causa audita es”. Pío XII ha situado en los altares, como mártir de la fe, a un sacerdote Francmasón[9].

¡Como nos gustaría conocer, para cada Logia de Francia en esta época terrible, la actitud de los clérigos que formaban parte de ellas con respecto a la Constitución civil del clero! Esta Constitución, recordémoslo, apuntaba esencialmente a sustraer al clero francés de la autoridad del Papa, considerado como un soberano extranjero[10]. Obsérvese bien. Los cinco sacerdotes masones de Laval y todos aquellos que, en las demás diócesis, debieron actuar como ellos, no obedecieron al Papa cuando les prohibía pertenecer a la Masonería; y estaban dispuestos a morir por él cuando un poder temporal, más o menos legítimo, imponía su mano sobre las prerrogativas de la autoridad espiritual.

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Respecto a la actitud actual de la Iglesia Católica, frente a la Masonería, el R. P. Riquet expone que está regida por el canon 2335[*] del Código de Derecho Canónico, que se expresa en estos términos:

“Aquellos que den su nombre a una secta masónica, u otras asociaciones del mismo género, que se dediquen a maquinar contra la Iglesia o sus poderes civiles legítimos, incurren ipso facto en la excomunión simplemente reservada a la Sede apostólica”.

El P. Riquet interpreta este canon de la siguiente forma: “El delito está esencialmente constituido por el hecho de adherirse a un grupo ‘que maquine contra la Iglesia o sus poderes civiles legítimos’. Como la Masonería inglesa y todas las Masonerías que están en correspondencia con ella, se abstienen siempre de conspirar contra la Iglesia y contra sus poderes establecidos, se deduce, según el R. P. Riquet, que estas Masonerías no se encuentran bajo las condenas pontificias”.

Una declaración así, viniendo de un eminente miembro de una Compañía renombrada por su absoluta devoción a las directrices de la Santa Sede, es evidentemente de gran peso. Desgraciadamente otras autoridades católicas, también muy bien situadas, dan a las prescripciones canónicas una muy distinta interpretación. El libro de Baylot y Riquet, ha sido acabado de imprimir en septiembre de 1968. Ahora bien, el 18 de Marzo de 1968, Le Figaro (diario en el que el R. P. Riquet ha ofrecido numerosos artículos sobre la Masonería “espiritualista”), publicaba la información siguiente:

“Città del Vaticano, 17 de Marzo. -La Iglesia no considera modificar las disposiciones canónicas en vigor referentes a la Francmasonería. Un comunicado del servicio de prensa de la Santa-Sede, se dice, en efecto, autorizado por el dicasterio competente, en este caso la Congregación para la doctrina de la fe, para declarar que son sin fundamento las informaciones aparecidas, tanto en Italia como en el extranjero, según las cuales estaría permitido a personas convertidas al catolicismo, en algunos países, permanecer en el seno de la Francmasonería, y que la Santa Sede se propondría modificar profundamente las disposiciones canónicas en vigor, referentes a esta última. Se sabe que de estas disposiciones prevén la excomunión de los católicos que formaran parte de la Francmasonería”.

Para apreciar en su justo valor esta información, conviene dar la precisión siguiente: Los “algunos países” de los que se trata son los escandinavos y, en particular, Suecia; ahora bien, tal como lo recuerda el R. P. Riquet, “es bien conocido que, en Suecia, el Gran Maestro de la Gran Logia es el mismo rey” (p. 47), y que, en consecuencia, la Masonería sueca no conspira contra la autoridad política de su país[11]. Vemos entonces, que, a ojos de un dicasterio romano cuyo Prefecto, recordémoslo, es el Soberano Pontífice[2*] en persona, los miembros de esta Masonería son excomulgados igual que los miembros de Obediencias latinas que han caído en los trágicos errores de la politización y del anticlericalismo.

     Los Masones de los países latinos, al menos aquellos que querrían ardientemente practicar en toda su plenitud el exoterismo religioso normal en su país, es decir, el catolicismo, tienen motivos para encontrarse confusos. ¿Qué deben creer? Su desconcierto es comprensible. Se puede decir que, en esta materia, las autoridades católicas, carecen de una doctrina verdaderamente “universal”. Entre las que pretenden que los Masones de tipo inglés no son alcanzados por las condenas, y aquellas que pretenden que todo Masón está excomulgado, ¿quién tiene razón?

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   Si volvemos ahora a la Masonería francesa del siglo XVIII, podemos decir que sus miembros se comportaban como si tuvieran el “sentimiento” de que la autoridad romana, condenando su Orden, había salido de los límites asignados a su jurisdicción y se había aventurado en un dominio que sobrepasa su competencia[12]. En todo caso, esto explicaría la presencia en las Logias de señalados católicos, que parecen no haber puesto jamás en duda la legitimidad de su manera de obrar[13].

     Tras la Revolución y a lo largo del siglo XIX, los católicos fueron cada vez menos numerosos en los Templos masónicos. Los fervientes se abstenían. Correlativamente, como la Iglesia prohibía a los Masones la recepción de los sacramentos, éstos empezaron a abandonar todo rito religioso, incluido el más elemental y más indispensable de todos: la oración, que ninguna decisión pontifical podía prohibirles la práctica y los beneficios. También, en los países latinos y, sobre todo, en Francia, en Bélgica y en Italia, ciertas organizaciones masónicas, a finales del siglo XIX y a principios del XX, acabaron por tomar una actitud anticlerical y, a veces, antirreligiosa.

     Hoy en día, se han intentado esfuerzos desde diversos sectores, para remediar un estado de hecho tanto o más difícil de modificar cuanto que, en realidad, el “divorcio” entre Catolicismo y esoterismo, que remonta mucho más allá que la condena de 1738[14]. No se puede ciertamente decir que la Iglesia romana practique el “odio por el secreto”. Pero, en todo caso, aquellos que hablan en su nombre tienen el temor del secreto, y esto porque suponen que el secreto ha de ser hostil a la fe y un peligro para el dogma[15]. Para hablar simbólicamente, diríamos de buena gana que Pedro y Juan, que ambos sin embargo “siguen a Cristo”, no podrán verosímilmente verdaderamente encontrarse y mirarse cara a cara más que “en el más profundo de los valles, que es el valle de Josafat”[16].

     ¿Qué será de las tentativas hechas actualmente, tanto por los Masones, como los no-Masones? ¿Obtendrán que la Iglesia acabe con sus condenas? Algunos ya han dejado de esperar. Yves Marsaudon, tras una acción proseguida durante largos años, y que había esperado mucho del concilio “Vaticano II”[17], ha terminado por desanimarse y ha abrazado la ortodoxia bizantina[18]. Sin embargo, la Iglesia sufre actualmente tal mutación, que todos los “giros” son posibles[19]. Algunos Masones de espíritu tradicional (en el sentido que damos aquí a estas palabras), se inquietan, a veces, ante la perspectiva de que los católicos del aggiornamento, puedan muy pronto solicitar, en masa, su iniciación en las Logias[20]. Nosotros pensamos que estos Masones no tienen quizás suficiente confianza en la “robustez” de su institución, que, “fundada sobre la Fuerza”[21], ha conocido a lo largo de los tiempos muy distintas peripecias. La Masonería tiene en Occidente una función “providencial”. De origen precristiano[22], ha “recogido, desde la Edad Media, la herencia de múltiples organizaciones”. ¿Qué hay que decir, sino que ha recogido una notable parte del esoterismo cristiano? Ante un “brebaje” tan precioso, hace falta una copa tallada en la más dura de las piedras preciosas. Sin duda no es sin motivo por lo que, en el Evangelio joánico, la misma fórmula, por así decir ritual subraya los dos episodios del corazón atravesado, de donde brotan la sangre y el agua, y de la promesa de “perpetuidad” hecha a la "herencia" de San Juan[23].

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     Volvamos sobre un punto bastante curioso de la tesis de los Sres. Baylot y Riquet: según ellos, los Masones de obediencia anglosajona o emparentadas, escaparían desde ahora a las excomuniones lanzadas por Roma. Es muy difícil seguirlos. Si Roma no ha pretendido más que condenar a las Obediencias “que se libran a maquinaciones contra la Iglesia” (según la fórmula del derecho canónico[3*], reproducida anteriormente), entonces ninguna Obediencia actual está condenada, incluido el Gran Oriente de Francia. Pero, por otra parte, es bien evidente, cuando se leen los textos oficiales de la Iglesia, que jamás ninguna distinción ha sido hecha entre Masones deístas y Masones más o menos increyentes[24].

     Hay Masones para los cuales, como prueba de “tradicionalidad” auténtica, sólo cuenta una cosa: la creencia en Dios. Estos Masones se escandalizan cuando perciben que René Guénon, hablando del Gran Oriente de Francia, no abrumaba a esta Obediencia e, incluso, en ocasiones, la defendía[25]. Esta actitud de Guénon es fácil de explicar. Su “función” estaba en relación con los caracteres particulares de su época, que era aquella en que la “segunda etapa” de la acción anti-tradicional, comenzaba a sustituir a la primera. Desde entonces, ya no eran el ateísmo, el materialismo o el racionalismo, los grandes enemigos de la iniciación en Occidente. Sino que otros temibles iban a revelarse como nuevas “perversiones” del espíritu moderno, aparentemente compatibles con el “espiritualismo”, y que, de este hecho, comenzarían ya a “investir” a ciertas fracciones del exoterismo occidental. Como, por otra parte, las tendencias “racionalizantes” de la Masonería francesa, no habían alterado la validez de sus rituales, la actitud de Guénon y su rechazo a pronunciamientos exclusivos en uno u otro sentido, se explica perfectamente[26].
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     Una cosa bastante sorprendente, es que, leyendo la obra precitada, se podría creer que los dos interlocutores no ven en la Masonería más que un medio de entablar relaciones, y la asemejan, en consecuencia, a los Rotary-clubs, a los Leones y a los Kiwanis. Estas organizaciones totalmente recientes y estrechamente limitadas a lo se llama “mundo de los negocios”, carecen de ritual, todavía menos simbolismo y, evidentemente, no tienen secreto alguno. Compararlas al Arte Real, es absolutamente inadmisible[27]. Pero, por otra parte, ¿qué es pues la Masonería? ¿De dónde viene y a dónde va? Nadie, antes de René Guénon, había dado a estas preguntas, por otra parte muy naturales, una respuesta satisfactoria. Los dos autores del Libro que acabamos de analizar, no parecen tener mucha simpatía hacia Guénon. ¿Han hecho algún esfuerzo para comprenderlo? Podemos dudarlo, al leer un determinado pasaje del libro[28]. No importa. La obra de Jean Baylot y Michel Riquet constituye, a su manera, un homenaje a René Guénon, pues acaba con una bibliografía masónica muy sucinta. Sobre dieciséis autores citados, destacamos nombres que, sin ser en absoluto guénonianos, han dedicado a veces alguna de sus obras “A la memoria de René Guénon” o incluso han considerado como una promesa de porvenir la penetración de las ideas guenonianas en los medios masónicos de Francia y de Italia. Demos gracias a Jean Baylot y Michel Riquet por haber dejado sitio a tales autores en su bibliografía: han mostrado de esta forma que, en adelante, no es ya posible en Francia tratar seriamente la Masonería pasando bajo silencio la obra de René Guénon.

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     No podríamos terminar este capítulo sin recordar que, para Guénon, “cuanto menos el exoterismo se ocupe del esoterismo, mucho mejor” Ahora bien, hay algo que siempre nos ha chocado. De Clemente XII a León XIII, todos los Papas han renovado, por encíclica, la condenación dirigida contra la Masonería en 1738. Pero el sucesor de León XIII, San Pío X, no renovó las condenas anteriores y, los pontífices que le siguieron, le imitaron. Ciertamente, el artículo 2335 del derecho canónico, sigue existiendo[4*], pero hemos visto que su texto deja el campo libre a una interpretación “laxista”, y los religiosos que han sostenido esta interpretación no han sido censurados por la jerarquía. ¿Es realmente deseable que la Iglesia vaya aún más lejos? Y la situación actual, con los sinsabores pero también las ventajas que comporta toda ambigüedad, ¿no corresponde, en suma, al deseo expresado por Guénon?

Notas:
[1] Citaremos como ejemplo al obispo de Marsella, M. De Belzuce, el mismo que destacó por sus desvelos cuando la peste asoló su sede episcopal.
[2] Citaremos por ejemplo a un redactor de la Revue Internationale des Sociètes Secrétés que, bajo el nombre de Hiram, publicó una obra sobre Willermoz y el Rito Templario al Oriente de Lyon. Los canónigos del noble cabildo de la catedral de Saint-Jean y el mismo Willermoz, han sido tratados de falsos católicos e, incluso, ¡acusados de satanismo!
[3] Béauchesne, París.
[4] El Gran Maestro del Gran Oriente de Francia, el mariscal Magnan, tuvo en la Madeleine, en 1862, unas solemnes exequias, celebradas con la dignidad correspondiente a su cargo. Sobre el catafalco, figuraban, junto a su bastón y condecoraciones, sus insignias de Gran Maestro de la Orden (pg. 20).
[5] Citemos simplemente dos hechos recordados por los autores. El principal artesano de la fundación del Gran Oriente de Francia en 1773, fue el duque de Luxemburgo, Masón, devoto a su Orden más allá de toda expresión. “Ahora bien, el duque de Luxemburgo ha sido el presidente de la nobleza de los Estados Generales; ha sido el único noble en rechazar toda reunión de las Ordenes y, cuando fracasó, fue el primero de los emigrados” (pg. 36). -Se ignora generalmente que el duque de Berry, hijo de Carlos X, y padre del último pretendiente legalista, Enrique V (el conde de Chambord, llamado, “el niño del milagro”), era Masón y hubiera sido Gran Maestro del Gran Oriente si no hubiera sido asesinado en 1820.
[6] Cf. Études sur la Franc-Maçonnerie et le  Compagnonnage, t. I, p. 110.
[7] Esta omisión ha sido reparada en una conferencia radiofónica el 26 de Febrero de 1969, en la que participaban igualmente, Jean Baylot, Alec Mellor y Pierre Mariel.
[8] El relato de la actividad masónica y del martirio de Jean-Marie Gallot, ha sido reflejado en La Historia de la Francmasonería en la Mayenne, por A. Bouton y M. Lepage.
[9] La situación es más picante aún. Él único miembro de la Masonería (especulativa) que puede ser invocado litúrgicamente ¡es un Francmasón del Gran Oriente de Francia!
[10] Era una de las manifestaciones de ese nacionalismo exacerbado de los revolucionarios, que recordó Guénon. Se sabe que, lo que conllevó a la caída definitiva de Luis XVI, fue el veto que opuso hasta el final a las medidas tomadas contra los sacerdotes refractarios. Sus enemigos, aprovecharon para acusarlo de no ser patriota....
[*] Nota del T.: Al publicarse este libro en primera edición, estaba vigente el Código de 1917. En el Código promulgado en 1983, el canon relacionado con el asunto es el nº 1374, que dice así: "Quien se inscribe en una asociación que maquina contra la Iglesia debe ser castigado con una pena justa; quien promueve o dirige esa asociación, ha de ser castigado con entredicho".
[11] La Masonería sueca practica un Rito particular que no carece de analogía con el de la Estricta Observancia. El último grado de este Rito, “Vicario de Salomón”, no puede tener más que un solo titular: el Rey.
[2*] Nota del T.:  El autor sufre aquí un lapsus, pues el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe no era el Papa en aquel momento, ni tampoco desde entonces lo ha sido.
[12] Tal forma de ver, podría estar justificada por la falta de seriedad de ciertas decisiones pontificias anti­masónicas. El caso más extraordinario, es el de León XIII que, en el momento del asunto Taxil, condenó, sin más ni menos, a la Masonería y a asociaciones bastante inofensivas como los Old-Fellows, los “Chevaliers de Pythias” y los “Hijos de la Templanza”.
[13] Otro caso que sería interesante examinar, es el de Irlanda. La “Isla de los Santos” tenía una Masonería operativa muy próspera, que parece haber estado en relación con los "Culdeos". Poco después de 1717 se efectuó la transformación especulativa, y se sabe que los Masones irlandeses promovieron en Inglaterra la fundación de la Gran Logia de los Antiguos en 1751. Los católicos y, en particular, los numerosos animadores de los movimientos de Independencia, como los Sinn-fein, continuaron frecuentando las Logias hasta la bula Humanum genus de León XIII.
[14] Es bastante curioso que el reciente recuerdo de las condenas pontificias, a que hemos hecho referencia, estén datadas en 17 de Marzo de 1968. Y el 17 de Marzo es dado frecuentemente como la fecha del suplicio de Jaques de Molay. ¿La coincidencia ha sido querida o hay que mirarla sólo simbólicamente, como la fecha del arresto de Cagliostro, el 27 de Septiembre de 1768? —A este respecto, hagamos otra indicación que no tiene relación con la Masonería, pero que, sin duda, sí la tiene con los Templarios. La carta de Gargantúa a su hijo (Pantagruel, cap. VIII), considerada por los críticos profanos, como prueba que la novela de Rabelais (como Le Roman de la Rose) “es una obra profunda con apariencias triviales”, está fechada  “De Utopía, este décimo-séptimo día del mes de Marzo”.
[15] Es cierto que, si la Masonería renunciara al secreto o, incluso, declarara que su secreto no cubre ninguna realidad profunda, la Iglesia no vería ningún inconveniente en revocar las condenas. Pero una organización masónica que tomara una iniciativa así, se excluiría, por sí misma, del seno de la Masonería universal, el secreto, siendo el más “intangible” de todos los Landmarks, e identificándose, en cierto modo, con el “vínculo” iniciático y la misma Masonería, tal como podemos verlo especialmente en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, en el que la apertura de los trabajos comienza diciendo: “Hermano Primer Vigilante, ¿cual es el lazo que nos une? — Un secreto. -¿Cuál es este secreto? -La Francmasonería”. Para dar a estas expresiones el alcance que verdaderamente tienen y que no sospechan la mayoría de quienes las repiten, es bueno referirse a una de las notas de La Grande Triade (cap. II) de Guénon, relativa a las relaciones del cable tow con el “vínculo iniciático”. Recordemos igualmente un hecho mencionado por Luigi Valli: entre los “Fieles de Amor”, ciertos símbolos designaban, a la vez, el rito iniciático, la doctrina esotérica y la organización depositaria. Esta triple equivalencia corresponde rigurosamente a la equivalencia (atestiguada por las fórmulas “escocesas” a que hemos hecho referencia anteriormente) entre el “lazo”, el “secreto” y la “Francmasonería”.
[16] Todo lo que los Evangelios aportan respecto del Apóstol Juan, es susceptible de interpretaciones esotéricas, a menudo muy interesantes. Uno de los episodios más enigmáticos es el que se denomina “la demanda de la madre de los hijos de Zebedeo” (Mateo, XX, 20-28); demanda que, por su carácter de exageración, levanta indignas protestas por parte de los otros diez Apóstoles. Es necesario remarcar que la exorbitante solicitud de María-Salomé no fue rechazada formalmente por Cristo, que responde evasivamente y se limita a emitir algunas dudas sobre la conciencia que, los dos hermanos y su madre, podían tener sobre el verdadero alcance de semejante asunto. En cuanto a la copa que Santiago y Juan pretendían poder beber como Cristo, declaración que éste, por lo demás, confirma, es muy difícil admitir la explicación que se da habitualmente, a saber que los dos Boanerges debían, como Cristo, beber, en la “copa de la amargura”, los sufrimientos de la Pasión. En efecto, de todos los Apóstoles, son Santiago y Juan quienes tuvieron el final menos doloroso. Mientras que Pedro y Andrés fueron crucificados y que otros fueron desollados vivos, lapidados o atravesados por flechas, Santiago fue “simplemente” decapitado; en cuanto a Juan, murió apaciblemente, a una edad muy avanzada, en Éfeso. Había sido, según la tradición, sumergido en Roma en una cuba de aceite hirviendo, pero no llegó a sentir ningún daño. La copa prometida por Cristo, debía, pues, significar algo muy distinto a los tormentos. Pensamos que se trata, en realidad, de la copa del perfecto Conocimiento, y se sabe que las representaciones tradicionales de San Juan, lo muestran con una copa en la mano. Pues es Juan y no Santiago, quien fue favorecido plenamente por la promesa hecha por su Maestro, piénsese en el comportamiento del discípulo bienamado durante la Cena y también al pie de la Cruz con María. En suma, si la demanda de la madre de los hijos de Zebedeo no fue aceptada en su integridad, es que Cristo, cuando vuelva, en su gloria, en su segunda venida, no podría estar rodeado por Santiago y Juan, sino más bien por Pedro y Juan, representantes respectivos del exoterismo y el esoterismo cristianos.
[17] En el “Vaticano II”, uno de los Padres se levantó un día en el aula conciliar, para sugerir que la Iglesia revocara las bulas de excomunión. Era el obispo de Cuernavaca, en México. (Esta misma ciudad de Cuernavaca debía, poco después de la clausura del concilio, convertirse en el teatro de una extraño asunto: el monasterio benedictino del lugar añadía, a los ejercicios prescritos por su Regla, otros ejercicios tomados... del psicoanálisis. Era San Benito “mejorado” ¡por Sigmund Freud! El escándalo fue mayúsculo y el obispo fue convocado a Roma. Finalmente el Abad de este monasterio, verdaderamente “en la punta del progreso”, fue “reducido al estado laical” ). -Pues bien, el obispo de Cuernavaca había dicho a sus hermanos: “La Francmasonería espera un gesto de vosotros”. Tal manera de ver las cosas es defectuosa. La Masonería, Orden iniciática, no espera nada de la Iglesia, que es una organización puramente exotérica. A su respecto no está ni “arrepentida, ni, incluso, “demandante”. Todo cuanto puede decirse es que muchos Masones de países latinos desean que la Iglesia les permita vivir integralmente su “fe”.
[18] Existe publicada una obra titulada: De la Iniciación Masónica a la Ortodoxia Cristiana (Dervy, París), que reproduce en apéndice algunas cartas intercambiadas entre el autor y Alec Mellor.
[19] El cuatro de Abril de 1969, día de Viernes Santo, un teólogo eminente de la Compañía de Jesús, creado, algunos días más tarde, cardenal, respondía, radiofónicamente, a las preguntas que los oyentes le planteaban por teléfono. La última pregunta fue; “¿Qué espera la Iglesia para modificar su actitud hacia los Francmasones?” El interpelado respondió que no podía hablar de la Masonería como de un bloque y que existían católicos Francmasones. Parece entonces que algunos de los más altos dignatarios de la Iglesia sean favorables a la tesis del R. P. Riquet. Pero, evidentemente, no pueden hablar más que a título personal y no en nombre de la Iglesia, como lo ha hecho la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe.
[20] Fue este, quizás, el caso de uno de los más notables colaboradores de Le Symbolisme, François Ménard. En uno de sus últimos escritos, reseñaba la obra de un Masón belga, L. J. Piérol, obra titulada Le Cowan, y dirigida contra Alec Mellor (Editions Vitiano, París). Ménard ha señalado excelentemente las insuficiencias flagrantes de esta obra. Nosotros añadiremos esto: el término masónico inglés cowan, designa, hoy en día, a un profano que escucha a las puestas de una Logia, y que, en consecuencia, intenta conocer ilegítimamente el “secreto”. Esto no podría aplicarse a Alec Mellor del que pueden no compartirse las ideas, pero del que hay que convenir que su información sobre la Orden (que era grande, incluso, cuando no era Masón), no fue obtenida por fraude y se encuentra a la disposición de todo profano que se tome el trabajo de adquirirla.
[21] Hacemos aquí alusión a un aspecto del significado conjunto de las “palabras sagradas” de los dos primeros grados.
[22] Esta verdad, a veces contestada, es fácil de establecer tanto por las pruebas de orden ritual, como por pruebas resultantes del atento examen de los OId Charges.
[23] La incorporación del esoterismo cristiano a la Masonería se ha hecho, entiéndase bien, en modo simbólico, y, sobre todo, en los altos grados. La presencia de estos altos grados dificulta considerablemente la aproximación con la Iglesia; Albert  Lantoine ya lo había comprobado.
[3*] Anterior a 1983. Nota del T.
[24] Nunca se repetirá lo bastante: en tiempos de Clemente XII, de Benito XIV y de otros Pontífices que fulminaron excomuniones contra la Masonería, todas las Obediencias eran “deístas”. La primera en tomar una actitud “no-deísta” (no decimos atea) fue el Gran Oriente de Francia (cf. El capítulo titulado: “1877”, que aparecerá en nuestra próxima obra): pero la Masonería estaba excomulgada desde mucho antes. No discutiremos por el momento otra tesis de uno de los autores, Jean Baylot, que identifica, pura y simplemente, la “regularidad” de una Obediencia, con su reconocimiento por la Gran Logia Unida de Inglaterra. La regularidad, en el sentido en que la entendía René Guénon, depende esencialmente del mantenimiento de los ritos tradicionales.
[25] Cuando fue publicado el segundo tomo de Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compañerazgo, un crítico, por otra parte, muy bien informado y competente, emitió ciertas reservas sobre la oportunidad de haber reproducido artículos masónicos ofrecidos por Palingenius a La Gnose; artículos, donde se hablaba del Gran Oriente con simpatía. No compartimos los puntos de vista de esta crítica, y desearíamos incluso, que, con ocasión de una reedición ulterior de la obra en cuestión, se hicieran también figurar otros artículos escritos por “Le Sphinx” en La France Antimaçonnique. 
[26] Esta actitud, ha tenido, por otra parte, un doble resultado práctico. Los Masones deístas no han perdonado a Guénon lo que ellos llaman su “debilidad” por las Obediencias “no-deístas”; y estos últimos no le han perdonado su evidente simpatía por ciertos aspectos de la Masonería anglosajona. Guénon, por otra parte, parece bastante poco afectado por la incomprensión que le testimoniaron la gran mayoría de los altos dignatarios de la Orden. No amaba las Obediencias, que consideraba como un “mal necesario”. La Obediencias se lo han devuelto....
[27] Reproduzcamos, a titulo de curiosidad, el siguiente pasaje. Jean Baylot: “He aquí, creo, lo que podemos decir de la Masonería. Es en apariencia, si así lo queréis, una especie de club, como el resto de clubes que existen en el mundo...” — R. P. Riquet: "El Rotary, el Lions’Club...” — Jean Baylot: “Que conocéis bien por haber hablado con frecuencia, e, incluso creo para ser .... miembro de honor”. -Jean Baylot: “...Hay una nueva cadena de clubes funcionando, que se llaman los “Kiwanis”; es un término tomado del vocabulario indio. Y estos clubes internacionales, universales, se desarrollan a una velocidad tal, que me parece que respondan a una necesidad...” (pp. 65 y 66).
[28] He aquí este pasaje bastante enigmático (p. 60). Habla Jean Baylot: “Nuestra época pulula de imágenes, a buen seguro frágiles, pues está tentada por las modas. La Masonería ha evitado este escollo, ha evitado el escollo de querer, como lo ha hecho, en un momento de su vida, René Guénon, vincularse, incorporarse a una tradición particular, adoptar su estilo... El R. P. Riquet dice entonces: "como Oswald Wirth”. Y Jean Baylot responde: “Oswald Wirth, no se ha desvinculado de nuestras tradiciones, pero fue ocultista a comienzos de su vida”.
[4*] Hasta 1983. Nota del Traductor


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José Antonio Ferrer Benimeli, S.J. (video 4/4 minuto 7 y ss): En 1972, el Cardenal Seper, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antecesor en el cargo al Cardenal Ratzinger), eximió de la pena de excomunión que figuraba en aquel momento en el Código de Derecho Canónico, a los masones católicos de los países escandinavos que formasen parte de Obediencias masónicas que no fuesen contra los principios o dogmas de la Iglesia Católica.



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El Rito Sueco es un rito masónico practicado principalmente en los países escandinavos: Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia. La práctica de este rito exige que el francmasón se declare cristiano. De manera matizada, se trabaja también en Alemania y en algunas logias fuera de Escandinavia.

La historia de este rito está fuertemente vinculada a la implantación de la Estricta Observancia en la Francmasonería de la Europa del norte. Fue fundado sobre una base cristiana y templaria, instalada en Suecia en 1759 por Carl Friedrich Eckleff.

La Francmasonería fue introducida en Suecia por el conde Wrede-Spare, oficial de caballería que había sido recibido Aprendiz en París el 4 de mayo de 1731, Compañero el 16 de noviembre de 1731 y Maestro el 6 de mayo de 1733. La primera reunión de una logia con nombre propio tuvo lugar en casa del barón Gabriel Sack el 17 de marzo de 1735. El rey Federico I prohibió la Francmasonería por decreto el 21 de octubre de 1738, decreto anulado algunos años más tarde.

El 13 de enero de 1752, el conde Knut Carlsonn Posse fundó la logia “San Juan auxiliar”, que se declara Logia Madre de Suecia y, con este título, se autoriza a crear otras logias en el reino de Suecia. El año siguiente, el barón Charles-Frederic Scheffer, que había sido iniciado el 14 de mayo de 1737 en París en la logia Coustos-Villeroy, fue elegido su Gran Maestro. Obraba en posesión suya un documento fechado en 1737, que le fue enviado por el conde de Darwentwater y que se conserva actualmente en Estocolmo. Este documento parafrasea las Constituciones de 1723, pero afirmando que la Francmasonería tendría un carácter exclusivamente cristiano.

Los rituales franceses utilizados en los comienzos son revisados en 1756. En 1761, se funda la Gran Logia de Suecia. Es su primer Gran Maestro el barón Scheffer, y Carl Friedrich Eckleff asistente del Gran Maestro. El duque Carl Von Södermanland, miembro de la Estricta Observancia y futuro rey Carlos XIII de Suecia, se convertirá en Gran Maestro en 1774 y emprenderá la organización del Rito Sueco retomando las bases de un capítulo de altos grados masónicos fundado en Estocolmo por Eckleff el 25 de diciembre de 1759. Llevará a cabo revisiones del rito en 1780 y en 1800, fecha en que fue establecida la constitución fundamental de la Orden.

El Rito Sueco se declara fundamentalmente cristiano. Está impregnado de rosacrucismo, de cábala y de teosofía, y en algunos aspectos recuerda la doctrina de Swedenborg. Tras un informe de 1828, se asigna como objetivo el conocimiento de Dios por el reconocimiento del espíritu divino que lleva cada uno en sí, por la acogida de la dimensión trinitaria y por la fe en Jesucristo.

Se organiza en diez grados, distribuidos en una estructura de tríptico:

Grados de San Juan:

Aprendiz
Compañero
Maestro Masón.

Grados de San Andrés Escocés:

Aprendiz
Compañero
Maestro de San Andrés.

Grados de Capítulo:

Alto Ilustre Hermano (o Caballero del Este)
Muy Alto Ilustre Hermano (o Caballero del Oeste)
Hermano Iluminado
Alto Hermano Iluminado.

Tiene, además, grados administrativos:

Hermano Muy Alto Iluminado
Caballero Comendador de la Cruz Roja.

Hay aproximadamente 60 masones que tienen este grado actualmente.

En 1811 el Rey Karl estableció la orden real de King Karl XIII. Es una orden civil otorgada por el Rey, solamente a francmasones del grado XI con un número limitado a 33. No es, sin embargo, un grado masónico.