martes, 31 de diciembre de 2013

Misterios y Significaciones del Templo Masónico (Prólogo); por Patrick Geay

Prólogo de la obra de Patrick Geay, Mystères et signification du temple maçonnique, aparecida en Junio de 2013 en la editorial Dervy.

A finales de los años sesenta, Jean Baylot publicó una importante investigación histórica sobre lo que se viene denominando la “vía sustitutiva” [1], término que se refiere a la masiva secularización que afecta a parte de la institución masónica desde hace tres siglos. Fundada originalmente sobre una iniciación de oficio relacionada con los misterios de la construcción, la Francmasonería había sido, en su opinión, víctima de una especie de asimilación por parte de corrientes progresistas y utopistas que, incrustándose en su núcleo, cambiaron radicalmente el sentido de diversos símbolos e introdujeron una serie de conceptos rigurosamente ajenos a la Orden, tales como el de evolución, o el de igualdad [2], a los que podríamos añadir el de tolerancia, de origen más bien filosófico [3]. La principal consecuencia de esta peligrosa desviación consistía, según Jean Baylot, en haber desposeído a la Masonería de su “contenido específico”, esencialmente “místico”. Atribuía la responsabilidad a diversas corrientes, los Iluminados de Baviera, el Carbonarismo, o la ideología paramasónica de Buonarrotti. Sin embargo, Baylot no menciona a la corriente andersoniana que, no obstante, es el origen de la Masonería “moderna” y que en muchos aspectos arrastró a la Orden por un camino que fue enérgicamente denunciado en el siglo XVIII por Laurence Dermott y los Ancient Masons. Es verdad que los fundadores de la Gran Logia de Londres fueron creyentes sinceros y que hasta cierto punto respetaron la viejas tradiciones medievales. Pero no es menos cierto que operaron una des-cristianización de la Masonería, o mejor dicho una “des-catolización”, inspirados como estaban por la Reforma protestante a la que pertenecían, y que prosiguió incluso tras el acta de Unión de 1813 alcanzado por “Anciens” y “Modernos”.

Esta voluntad, tan al gusto de las Luces, de “depuración” para hacer desaparecer los misterios [4], es también una característica del movimiento andersoniano que, probablemente, perseguía una “alteración” [5] de los Old Charges y de los rituales, a fin de minimizar sus componentes esotéricos judeocristianos. Si no hubiera sido así, los reproches formulados a los Modernos por el católico Dermott no habrían estado, como estuvieron, plenamente justificados [6].

Jean Baylot hubiera debido pues remontarse más lejos en su búsqueda de los orígenes de la “Vía sustitutiva”,  aun a riesgo de cuestionar el estado de ánimo que favoreció la eclosión de la Gran Logia de 1717. Pese a la gran complejidad de la historia masónica es en efecto importante considerar todas las etapas en el curso de las cuales la institución se modificó hasta llegar a la situación en que se encuentra actualmente.

Pues al problema de la laicización de la Masonería se añadieron otras problemas todavía más temibles y, en cierta manera, más difíciles de descubrir.

Resulta relativamente fácil poner en evidencia el abismo que separa los conceptos de libertad e igualdad [7] en Rousseau de la idea de liberación por el Conocimiento. Lo mismo, como veremos más adelante, respecto a la asociación entre el nivel, instrumento de arquitectura, y el concepto de igualdad social, característica de la iconografía revolucionaria, que es tan poco justificable como puede serlo la confusión entre la Luz masónica y las luces de la razón [8]. En el mismo orden de cosas, tampoco hay similitud alguna entre “la radical destrucción de todas las diferencias” propia de la ideología “fraternal” de los Sans-culottes [9] y la fraternidad iniciática basada en la revelación de un secreto.

La Revolución tenía, ciertamente, el mayor interés en vampirizar a una Masonería que le aportaba un potente arsenal simbólico apto para alimentar su voluntad de construir una nueva sociedad. Su sospechosa afición por Egipto y su pretendida capacidad de “regenerar” al pueblo francés [10], a la manera de la cubeta de Messmer tan apreciada por Brissot, procedían de la misma ambigüedad intelectual [11].

La Masonería fue pues víctima de su apertura a un mundo laicizado que, aunque necesaria por otras razones, la condujo a menudo a tomarse por lo que no era, tanto por  sus propios miembros como por sus adversarios, especialmente los tradicionalistas. De ello derivan toda una serie de errores de los que la Orden no ha conseguido recuperarse.

A esta tendencia que calificaremos de racionalista, se añadió otra influencia, igualmente extraña a la Masonería si bien aparentemente cercana a ella, y que persigue re-engancharla a una confusa “espiritualidad”.

En efecto, desde hace ya algunos años se ha desarrollado un pensamiento neo-simbólico prendado de la tradición y de la iniciación, preocupado en devolver al hombre su dimensión interior, pero que no por ello renuncia al credo de la vía sustitutiva, combinando así laicidad, libertad individual de interpretación y una difusa introspección psicológica que alimentan las teorías del nuevo espíritu antropológico [12]. Otros, egiptómanos, queriendo demostrar que son los “verdaderos iniciados” mediante publicaciones amarillas, defienden el carácter “mágico” de los ritos, llegando a comparar la Cadena de unión a un ¡“acelerador de partículas”! [13] Se trata de conciliar tradición y progreso científico según una perspectiva que el famoso coloquio de Córdoba ilustra perfectamente.

Paralelamente, encontramos en Kirk Mac Nulty el proyecto de desbordar los límites del materialismo científico gracias a la tradición de los misterios, de los que la Masonería forma parte, y que dicho autor asimila a una moderna “psicología del desarrollo” [14]. Esta intrusión de una teoría tan poco tradicional como la del inconsciente colectivo, se observa de hecho en numerosos autores masónicos [15] más o menos bien intencionados.

Todos estos enfoques, a los que podríamos añadir muchos otros, han complicado la situación de la Masonería actual, víctima del desarrollo de una “contra-tradición” ya prevista en su día por René Guénon [16].

Se impone por lo tanto una nueva puesta a punto, que trate de restablecer los verdaderos fines de la iniciación. Este libro no es sólo un manual para novicios. Es también el fruto de una voluntad de extraer del rito, y de los Antiguos Deberes, una auténtica doctrina esotérica que, en nuestra opinión, contiene una cosmología y una metafísica tradicionales de gran riqueza.

Las recientes tentativas de negar ese esoterismo ligado al arte de la construcción, de un Ferrer Benimeli [17] o de un Michel Brodsky [18], así como las de rechazar cualquier filiación entre “operativos” y “especulativos” en David Stevenson [19], Roger Dachez [20] o Patrick Négrier [21], pueden hacernos pensar que todo se opone a nuestro proyecto. Y es precisamente para poder demostrar la inconsistencia de todos estos enfoques, por lo que resulta necesario partir de una lectura rigurosa de los antiguos textos masónicos.

No tratamos pues de hacer una exposición completa y descriptiva de los elementos que constituyen cada grado, sino más bien de proponer un método impersonal, libre del falso problema del dogmatismo, a partir de algunos ejemplos simbólicos adecuados. Como veremos, esta doctrina preexiste al acto hermenéutico y procede del misterio original del Arte real.

Habida cuenta del uso, a veces muy discutible, que se ha hecho de la misma, nos referiremos a la importante obra de René Guénon, que en el ámbito masónico posibilitó una verdadera salvaguardia espiritual de la Orden, Su misión providencial, de inspiración islámica, y más concretamente akbariana, sirvió para devolver todo su sentido a un gran número de símbolos y prácticas rituales. Diseminados en sus escritos, así como en su correspondencia privada, encontramos multitud de preciosas indicaciones que testimonian el ininterrumpido interés que, hasta su muerte, Guénon manifestó por la Masonería.

Trataremos, finalmente, de mostrar en qué manera los destinos de la Francmasonería son inseparables de una economía divina que se despliega a través de las tres Revelaciones monoteístas y que concierne especialmente a la mutación escatológica del Templo. Los misterios relacionados con éste están íntimamente ligados a la iniciación masónica, pero también a la historia sagrada del mundo y, en consecuencia, a su fin tal como se expone en la apocalíptica judeo-cristiana.

Poner en evidencia la esencia profética de la Masonería, sus ligámenes concretos y no simplemente alegóricos con las figuras de Adán, de Abraham y de Salomón, sus afinidades con la Cábala hebrea, nítidamente subrayados por Laurence Dermott [22], debería contribuir a poner definitivamente en la picota a la vía sustitutiva y sus actuales prolongaciones neo-espiritualistas.

Restaurar los fundamentos de la tradición masónica no significa culto al pasado  ni ensimismamiento. Esta tradición exige toda nuestra atención, no porque tenga un prestigioso pasado del que sintamos nostalgia sino porque es la expresión de un aspecto particular de la Ciencia divina y de los medios para realizarla en nosotros. Objetivo fundamental que nos permitirá apreciar el grado de incoherencia de esa vía sustitutiva y señalar la urgencia de una reacción frente a la corrupción actual de los datos simbólicos e históricos o de la, no menos grave, de los rituales.


Notas:
[1] Título de su libro, reeditado por Dervy en 1985.
[2] La voie substituée, conclusión.
[3] E. Cassirer, La Philosophie des Lumières, Fayard, Paris, 1983, pp. 175-194
[4] Ibid., p. 185.
[5] R. Guénon, Études su la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, Ed. Traditionnelles, Paris, 1985, t.I, p. 283
[6] Sobre este conflicto, ver J.F. Var, “Ahiman Rezon et la Grande Loge des  Anciens”, Villard de Honnecourt, nº 15, 1987.
[7] J-J. Rousseau, Le Contrat social, Garnier Flammarion, Paris, 1966, L.II, cap. XI.
[8] J. Starobinski, 1789 Les emblèmes de la raison, Flammarion, 1979, p. 31-37.
[9] M. Ozouf, L’homme régéneré. Essais sur la Révolution française, Gallimard, Paris, pp. 158-182.
[10] J. Baltrusaitis, La Quête d’Isis, Flammarion, Paris, 1985, pp. 23-24.
[11] R. Darnton, La Fin des Lumières, le mesmérisme et la Révolution, Perrin, Paris, 1984.
[12] Los trabajos de D. Beresniak representan bien esa tendencia difusa y diversificada. Ver, por ejemplo, su obra L’apprentissage maçonnique: un école de l’éveil?, Detrad, Paris, 1983. Para una crítica del nuevo espíritu antropológico, cf., nuestro trabajo titulado Hermès trahi. Impostures et néo-spiritualisme d’après l’oeuvre de René Guénon, Dervy, Paris, 1996.
[13] Un loge révèle. Franc-Maçonnerie ou initiation?, Éd. Du Rocher, Monaco, 1985, p. 152.
[14] La Franc-Maçonnerie, Senil, Paris, 1993, pp. 15-17, 21-25.
[15] Ver, por ejemplo, J-P. Bayard, La Spiritualité de la Franc-Maçonnerie, Dangles, 1982, p. 145, y J-P. Schnetzler, « Initiation virtuelle et initiation réelle », Villard de Honnecourt, nº 3, 1981, p. 50.
[16] Le Règne de la Quantité, Gallimard, Paris, 1986.
[17] Les Archives secrètes du Vatican et de la Franc-Maçonnerie, Dervy, Paris, 1989, p. 52.
[18] “La Franc-Maçonnerie a-t-elle besoin de René Guénon ? », Ars Masonica, 1990.
[19] Les Origines de la Franc-Maçonerie. Le siècle écossais (1590-1710), Télètes, Paris, 1993.
[20] “La naissance de la maçonnerie spéculative : hypothèses et problèmes », Points de vue initiatiques, nº 100, 1995-1996.
[21] Textes fondateurs de la Tradition maçonnique, Grasset, Paris, 1995, p. 357.
[22] Ahiman Rezon, facsímil de la ed. De 1756, Masonic Book Club, Bloomington (Illinois), 1975, p. XIV : ver la traducción de G. Lemoine, Éd. SNES, Toulouse, 1997. La reconocida filiación entre los « Anciens » y el Rito Escocés Antiguo y Aceptado justifica que nos centremos en el estudio de ese rito; al respecto, cf. G. Pasquier, « Les “Anciens” et les grades de métier du Rite Ecossais Ancien Accepté», Villard de Honnecourt, nº 7, 1983.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Aventuras iniciáticas; por Frédérick Tristan

Palazzo del Sant'Uffizio en Roma, antigua sede de la Inquisición Romana,
hoy de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El presente texto corresponde a la traducción del capítulo 56 de la obra del escritor francés Frédérick Tristan, titulada Réfugié de nulle part. Mémoires, Librerie Arthème Fayar, 2010, Paris. El motivo de su publicación en Keystone se debe sobre todo a la noticia que da el autor del encuentro habido entre el Gran Maestro de la GNLF, el R. P. Riquet S. J., y él mismo, con el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto para la Doctrina de la Fe, a la sazón años después Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana con el nombre de Benedicto XVI. Episodio que se inscribe dentro de un interés quizás relativo, íntimo e intrahistórico, pero bastante significativo de las difíciles relaciones mantenidas entre Masonería e Iglesia Católica en los últimos tiempos.


Había entrado en masonería impulsado por mi necesidad de reencontrar un equilibrio psicológico tras mis tribulaciones de todo tipo, entre mis obligaciones textiles, mis estancias en Extremo Oriente y mi separación de mi primera compañera. René Guilly, como he dicho, era un excepcional instructor. Con él aprendí el valor de los diferentes ritos y de su historia. Me inculcó así el gusto de la erudición masónica. También, cuando en 1972 me adherí a la Gran Logia Nacional Francesa, me encontré listo para dirigir los Cahiers de Villard de Honnecourt provenientes de la logia de investigación de esta obediencia, reconocida por la Gran Logia Unida de Inglaterra. La logia Quatuor Coronati de Londres y, en particular, el muy sabio Cyril Batham, me ayudaron, en compañía de un puñado de amigos franceses eruditos (Politécnicos o Normaliens [1]), para constituir una suma científica sobre los más antiguos textos conocidos tales como el Regius de 1390 o los Statuts Schaw de 1598. Se trataba, de hecho, de restituir a la Masonería francesa el zócalo espiritual que había perdido en el siglo XIX y comienzos del XX por culpa de los sombríos asuntos políticos y especuladores adornados de ateísmo militante. Los trabajos de René Guénon nos secundaban en esta andadura. Por otra parte, a fin de remarcar bien nuestra identidad, organizamos en 1982 una exposición Spiritualité et Franc-Maçonnerie en la Bibliothèque Nationale de la calle Richelieu. Yo prologué el catálogo.

Frédérick Tristan
En 1986, un discreto encuentro tuvo lugar entre el Gran Maestro de la GLNF, Jean Mons, y el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Cardenal Joseph Ratzinger. Esta audiencia había sido organizada por el R. P. Paul Riquet, jesuita, antiguo miembro de la Resistencia, predicador en Notre-Dame, persuadido de la calidad espiritual de la acción masónica tal y como nosotros la poníamos en práctica. Jean Mons me había pedido acompañarle. Llegamos pues al lugar que nos había sido indicado, una sala de la Procura general en el Arzobispado de París. Allí fuimos recibidos por tres prelados con sotana negra ribeteada de morado. El cardenal se había sentado tras una larga mesa, flanqueado por sus dos asesores. Uno de ellos nos hizo la señal de tomar asiento en unas sillas instaladas de cara a lo que, al principio, me parecía un pequeño tribunal. El R. P. Riquet deseaba pronunciar algunas palabras. Ratzinger extendió la mano para imponer silencio y, todo sonriente, declaró con acento teutón pero en excelente francés que él conocía la razón de nuestra venida. No había aceptado el encuentro sino por respeto a nuestro Jesuita. Había estudiado un poco la masonería alemana y no dudaba que la francesa reposaba sobre los mismos principios. Sin embargo, estaba completamente dispuesto a escucharnos. El  R. P. Riquet tomó entonces la palabra. Explicó que diversas organizaciones masónicas existían en Francia pero que sólo una no admitía en su seno sino creyentes en Dios y su voluntad revelada. Esta obediencia había merecido el nombre de fraternidad. Por otra parte, los trabajos que se desarrollaban no podía ser sospechosos de lucha contra la Iglesia. Así pues no podía caer bajo el golpe del Canon de excomunión promulgado en 1915 por Benedicto XV. Es lo que pensaban los cardenales Krol, Koenig et Seper [2] que habían estudiado particularmente la cuestión. Al enunciar estos nombres una sonrisa vino a distraer los finos labios de Ratzinger: «Reverendo Padre, no dudo ni de su fe ni de su buena fe, pero, dígame, ¿la organización que usted defiende con talento no está ligada a una sociedad inglesa de confesión anglicana? Judíos, musulmanes y luteranos, ¿no frecuentan lo que usted llama logias? Un laxismo religioso, ¿no se inmiscuye bajo la capa de la tolerancia? Lo que se denomina como el Gran Arquitecto del Universo, ¿no es el Gran Relojero del francés Voltaire, un notorio deísta? Reverendo Padre, ¡no osaría pensar que usted confunde deísmo y teísmo! Me temo que muchos se dejan abusar por una maldad tanto más temible cuanto que avanza bajo la máscara de la fraternidad».

R. P. Riquet, S. J.
El R. P. Riquet trató de retomar la palabra, pero la entrevista estaba visiblemente acabada ya que los tres prelados se habían levantado y después de una reverencia y una pequeña bendición con la mano nos habían dejado. Mons estaba estupefacto. El Padre apenado. En cuanto a mí, me entraron ganas de reír por esta comedia de poder, pero me habría reído menos si hubiera sabido que este cardenal Ratzinger llegaría a ser un día ¡el sucesor de Juan Pablo II! De hecho, la pretendida excomunión [3] apenas afectó a los masones católicos que continuaron visitando las logias como si nada hubiera pasado. Cuando revelé este suceso a mi corresponsal de Zaragoza, el R. P. Benimeli, jesuita y profesor universitario, historiador de la Franc-Masonería española [4], me confió que la administración romana era incapaz de comprender nada de la aventura interior de las consciencias.

En Londres, donde a menudo iba en compañía de mi viejo amigo Jean Tourniac, el autor de Tracés de Lumière, el discípulo [5] judéo-cristiano de René Guénon, tuve la dicha de asistir a unos oficios religiosos donde el oficiante era un obispo anglicano, gran oficial de la Gran Logia. Los fieles convocados vestían sus prendas y ornamentos. Al comienzo y al fin de la liturgia donde cada cual comulgó, se cantó el God Save The Queen. ¿Se puede uno imaginar que en la Francia católica se pueda asistir a una misa análoga con la Marsellesa? He aquí la diferencia esencial entre los países latinos y los anglosajones. No se entiende el Espíritu Santo de la misma manera.

S. E. R. Cardenal Ratzinger
Reconozco que me gustaron las Masonerías inglesa y escocesa. Ellas conjugan el teatro, el juego y el enigma, lo que me satisface mucho. He encontrado ahí amigos muy sinceros, entre los cuales está Jean Heineman que vivió en Oslo y que, cada mes, se desplazaba a Londres. Fue él quien me hizo entrar en el Club de los Escribanos, los escribanos públicos medievales, en la jerarquía de los Knight Templars que culmina en la tradición de Melquisedec, en la Orden Real de Escocia donde tuve el honor de ser recibido por Lord Elgin, descendiente del célebre proveedor de los tesoros egipcios del Museo Británico. Y fue gracias a Heineman, si me atrevo a decirlo, que estuve a punto de perecer en el accidente de avión a Glasgow, cuando fui al Arco Real de Edimburgo. La mitad de los pasajeros perdieron allí la vida. Corriendo sobre la pista de aterrizaje aún me escucho llamar a mi madre (¡oh sí!). Cuando se conoció el drama, me acogieron en logia como a un superviviente con el sonido de las gaitas y, durante el banquete, con triples vivas regados de un memorable ballet de Lagavulines y de Taliskeres [6].

Otro recuerdo conmovedor, una amistosa cena en el Hotel Rubens de Londres, en compañía de Marie-France, de Jean Tourniac y de Jean Heineman. Evocábamos nuestras infancias respectivas, yo por defecto, cuando de repente, sobre la alfombra de lana de este restaurante tan victoriano, vino a pasar un ratón blanco, en absoluto emocionado por nuestra presencia. El instante fue a la vez tan sorprendente y delicioso que, hasta mucho tiempo más tarde, cuando nos reencontramos, evocamos al pequeño ratón del Hotel Rubens que habíamos bautizado como Mélusine.

Se me preguntado alguna vez lo que la Franc-Masonería había podido verdaderamente aportarme. Sobre el plano material y mundano, estrictamente nada. Ninguno de mis empleadores o de mis editores fue o es masón. No he encontrado jamás un crítico literario que forme parte sea del Gran Oriente, sea de la Gran Logia. En este sentido, mi pertenencia a la Masonería me ha perjudicado más bien en la medida en que algunos desinformados han imaginado razones obscuras para mi compromiso. De hecho, siempre he pensado que dar es recibir. Sobre el plano práctico, he dado mucho de mi tiempo para no recibir sino la lección de una aventura interior - pero, ¿no es eso lo esencial? Por el contrario, sobre el plano de la escritura y de la ficción, el uso de los símbolos me ha abierto ciertamente el espíritu a una dimensión nueva. Siendo fiel a la vida más que a mi parte de sombra, he intentado hacer de mi arte una continuidad dinámica según los diversos niveles de mi consciencia. Una cierta desmesura devenía posible a condición de que fuera ritmada por una simbólica suficientemente asimilada y oculta. Esta desmesura era, en el fondo, el fruto del humor -lo que falta en la masonería latina- más allá de la desenvoltura, dentro de la seriedad. Pero lo que aprendí sobretodo de los ritos, fue la alegría a través de la celebración de una eterna renovación. Lo opuesto al tradicionalismo resecante, lo que se llama la Tradición, no es un pasadismo de la razón, sino un retorno cíclico al porvenir del corazón. Cara a la Modernidad que acepta y transciende, la Tradición es el gran salto en lo desconocido, la aceptación loca del misterio.

Había sido recibido en el extrarradio de Londres en lo que los Masones llaman un Capítulo. Bruscamente, me reencontré en una semi-obscuridad, empujado, tirado, agarrado mientras una voz me hablaba en una lengua que me era desconocida (aprendí más tarde que era gaélico). Dejé el mundo ocultarse bajo mis pies. Verdaderamente no me pertenecía más. ¿Qué hacía yo en este lugar? ¿Quién era yo? Una risa loca me tomó que no busqué reprimir. Agotado, desconcertado, desemboqué de repente en una luz viva. Me abrazaban. No comprendía nada de lo que acababa de pasarme, pero en mí una inmensa claridad había rasgado las tinieblas. Estaba feliz e igualmente dichoso, liberado de todas las opacidades que me recubrían. Entre los desconocidos que me felicitaban, en lo sucesivo sabía que no habría nunca más nada que comprender. Casarse con el misterio no es explicarlo, sino vivirlo en el estado receptivo de un niño.

Este tipo de experiencia iniciática se parece sin duda a las aventuras estupefacientes o alucinógenas que jamás he suscrito. No tengo casi necesidad de drogas para que mi imaginación se abra ella misma hacia horizontes nuevos. No importa. La Franc-Masonería espiritual me habrá permitido aguzar al extraño extranjero que está en mí.


Notas:
[1] La palabra francesa normalien designa a los estudiantes y egresados de las grandes écoles (como la Ecole Nórmale Supérieure). El título correspondiente es similar al universitario pero de mayor prestigio en el sistema francés de educación superior. [N. del T.]
       [2] El Cardenal Seper, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y antecesor en dicho cargo al Cardenal Ratzinger, eximió de la pena de excomunión que figuraba en aquel momento en el antiguo Código de Derecho Canónico, a los masones de los Países Escandinavos que formasen parte de Obediencias masónicas que no fuesen contra los principios o dogmas de la Iglesia Católica, refiriéndose con ello a los masones adscritos al Rito Sueco. En la entrada de Keystone titulada "A propósito de las relaciones entre Iglesia y Masonería" se pueden ver dos vídeos donde el profesor de la Universidad de Zaragoza, el sacerdote jesuita José Antonio Ferrer Benimeli, explica estos particulares; así mismo el propio texto de la entrada de Denys Roman da cuenta de ciertos detalles. [N. del T.]
      [3] La pena de excomunión que figuraba en el Código de Derecho Canónico de 1917 estuvo vigente hasta 1983, año de promulgación del nuevo y actualmente vigente Código de Derecho Canónico. La pena que marca el actual Código es la de entredicho para quien se inscriba en asociación que maquine contra la Iglesia Católica. Posteriormente, el Cardenal Ratzinger publicó una nota en la que aclaraba que todo fiel católico que se haga iniciar masón se encuentra en "pecado grave", quedando su absolución reservada a la Santa Sede y por tanto no pudiendo acceder a los Sacramentos administrados por la Iglesia Católica. El texto de la nota y sus consecuencias se pueden consultar en la entrada de Keystone titulada ¿Puede un católico ser masón? [N. del T.]
      [4] El autor se refiere al profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, José Antonio Ferrer Benimeli, jesuita y director del Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española.
[5] El empleo de la palabra "discípulo" por el autor del texto se debe entender en sentido lato o figurado, ya que como es sabido René Guénon rechazó siempre tener discípulos formales. [N del T.]
[6] Lagavulin y Talisker son dos marcas de güisqui escocés. [N del T.]



domingo, 29 de diciembre de 2013

Edición Bilingüe de "Consideraciones sobre el Esoterismo Cristiano" de René Guénon; Colección el Anillo de Oro.

A primeros del actual mes de diciembre ha aparecido un nuevo título de la Colección El Anillo de Oro, en este caso le ha tocado el turno a "Consideraciones sobre el Esoterismo Cristiano". Obra póstuma y recopilatoria de artículos del autor sobre el tema elegido, fue publicada por primera vez en 1954 por Jean Reyor tomando los artículos originales aparecidos en las revistas Regnavit, Le Voile d'Isis y Études Traditionnelles entre 1925 y 1949.

El volumen nos ofrece con la consabida rigurosidad que imprime René Guénon a sus obras, la descripción y caracterización de varias de las organizaciones esotéricas más importantes que existieron en su día en la Cristiandad, durante el periodo de tiempo que se ha convenido en denominar como la Edad Media: la Orden del Temple y los Fideli d'Amore, especialmente. Organizaciones que albergaban a la élite intelectual de su época y cuya función principal consistió en asegurar el vínculo de unión entre la tradición cristiana y el Principio espiritual de la Tradición Primordial, definitivamente roto y disuelto al término de la Guerra de los Treinta Años, cuando los últimos Rosacruces abandonan los límites de lo que pocos años después comenzaría a denominarse por la mentalidad secular "Occidente".

El presente volumen nos ofrece por primera vez la versión bilingüe en francés y castellano, enfrentadas ambas versiones pagina contra página para facilitar su lectura. De nuevo, destacar la calidad del trabajo de traducción así como la sobria a la par que elegante y bella edición que caracteriza a todas las publicaciones de la Editorial Pardes. Asimismo el permiso de la familia Guénon para la traducción y edición de esta obra que ofrece las garantías del mayor cuidado en el tratamiento y versiones de los textos.

No podemos pues sino felicitarnos una vez más por esta nueva publicación que esperamos se vea acompañada sin demasiada tardanza por los próximos títulos que están en proyecto, tanto en la Colección del Anillo de Oro, dedicada a la obra de René Guénon, como en la Colección del Legado Masónico. Una obra conjunta apoyada en sendos pilares doctrinales tradicionales que no puede tener otro objeto que la de ofrecer el medio, a aquellos aún capaces de comprender, para un trabajo grave y riguroso, él único realmente indispensable y digno de merecer la pena de ocuparnos en nuestros días.

Para su adquisición no hay más que visitar la página de Editorial Librería Pardes.


viernes, 27 de diciembre de 2013

San Juan de Invierno

Prólogo del Evangelio según San Juan

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el Principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron.

Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios.

Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.


Antífona del oficio nocturno de la fiesta de San Juan Evangelista.

«Éste es Juan, que durante la Cena reposó sobre el pecho del Señor. ¡Bienaventurado el apóstol a quien fueron revelados los secretos celestiales! El bienaventurado Juan es digno de un gran honor, él, quien durante la Cena se ha recostado sobre el pecho del Señor. Juan ha bebido de las aguas vivas del Evangelio en la fuente sagrada del corazón del Señor. Éste es Juan, Apóstol u Evangelista, que ha merecido ser honrado más que los otros por el Señor con el privilegio de un amor escogido. Es el discípulo al que Jesús amaba, el que durante la Cena reposó en su pecho».


Manuscrito Sloane nº 3329, circa 1700

P.- ¿Dónde fue convocada la primera Logia?

R.- En la sagrada capilla de san Juan 





sábado, 30 de noviembre de 2013

La Consagración de la Catedral de Colonia


Planta de la Catedral de Colonia
La catedral de Colonia fue comenzada el 14 de agosto de 1248. Los trabajos estuvieron dirigidos por el maestro Gérard, tallador de piedra. La consagración de la catedral estuvo a cargo del arzobispo, y los asistentes a la ceremonia fueron los obispos de Colonia, Munster, Osnabrück, Minden, Liege y Utrech, los abades, los responsables de la diócesis y buena parte del clero de Colonia. Como laicos, tan sólo el maestro de la obra y una pareja de obreros. La carta se conserva en los archivos de Darmstadt, libro de los archivos del Gran Capítulo de Colonia, p. 92 (siglo XIV). El historiador alemán Sulpice Boisserée la reproduce en su libro Description de la Cathédrale de Cologne, Stuttgart, París, Firmin Didot, 1823. Louis Lachat incluye el siguiente extracto en La Franc-Maçonnerie Operative, París, Guy Trédaniel-La Maisnie, 1990, p. 126.


"...Se expanden las cenizas sobre el suelo de la iglesia; y para indicar que se trata de una casa consagrada a esta doctrina de la que Jesucristo es el comienzo y el fin, el Alfa y el Omega, el arzobispo, con el extremo de su cruz, traza sobre la ceniza extendida todas las letras del alfabeto, desde la primera hasta la última; del ángulo Sud-Este al ángulo Nor-Oeste, y escribe el alfabeto griego, y del ángulo Nor-Este al ángulo Sud-Oeste, el alfabeto latino, de manera que los caracteres formen una cruz cuyas líneas se cortan diagonalmente; después se asperja el altar y se invoca al creador omnipotente, al GRAN ARQUITECTO DEL UNIVERSO, y se le suplica que otorgue duración y solidez a esta casa, que aleje a los malos genios y que haga descender a los ángeles de la paz; luego, tras haber dado tres veces la vuelta a la iglesia, con frecuentes aspersiones, el arzobispo se sitúa en medio del edificio y, volviéndose hacia los cuatro puntos cardinales, esparce el agua bendita en forma de cruz, invocando al Espíritu Santo e invitándole a descender sobre esta habitación sagrada y a cubrirla de esplendor".


viernes, 29 de noviembre de 2013

Edición Bilingüe de "El Hombre y su devenir según el Vêdânta" de René Guénon; Colección el Anillo de Oro

Hace algo más de un mes que salió publicado el cuarto volumen de la Colección el Anillo de Oro, de la Editorial Pardes, dedicado a la obra de René Guénon El Hombre y su devenir según el Vedanta. Este título, publicado por primera vez en París en 1925 constituye el  primero de una serie de tres, junto a El Simbolismo de la Cruz y Los Estados Múltiples del Ser, destinada a servir de materia doctrinal imprescindible y propicia para aquellos capaces de asimilarla, de tal manera que se haga posible y a resultas de ello la formación de una "élite intelectual verdadera".

En esta obra la doctrina hindú, en particular los textos del Vêdânta, sirve de soporte doctrinal a René Guénon para abordar desde un punto de vista estrictamente metafísico la constitución del ser humano en sus tres órdenes de existencia: el dominio corporal, el dominio psíquico, y el dominio espiritual, enumerando posteriormente los distintos estados de consciencia, y finalizar con la exposición de las diferentes posibilidades que se abren al destino póstumo de cada individuo humano en función del estado alcanzado durante su existencia. Estamos pues ante una obra singular y única por cuanto expone en un lenguaje asequible para el hombre nacido y educado en Occidente, la doctrina tradicional acerca de la constitución del ser humano y su destino póstumo, siguiendo la rama más puramente metafísica de las doctrinas de la tradición hindú, como es el Vêdânta.

La obra presente se muestra pues compuesta lejos de un carácter meramente histórico o filosófico, y mucho menos del ocultista o de divulgación, como se acostumbra. El Hombre y su devenir según el Vedanta tiene la intención ante todo de proporcionar los elementos doctrinales orientales esenciales para, con el debido estudio "real y profundo" como indica el propio René Guénon, preparar la "formación de una élite intelectual occidental".

Destacamos, finalmente, una vez más la calidad de la edición, tanto en la bella y sobria elaboración formal de cada ejemplar, como en la presentación bilingüe de los textos y su cuidada traducción, que cuenta por primera vez con la autorización de la propia familia Guénon, habiéndose tomado como base la tercera edición de 1947, que fue la última revisada por el propio autor. Digno es también de reseñar el índice de términos sanscritos con que acaba el volumen, cosa inédita en ninguna edición anterior en lengua española y que ayudará sin duda en la comprensión y lectura de la obra.


Para cualquier pedido se ruega visitar la página de la Editorial Pardes.

En el siguiente enlace la Editorial Pardes pone a disposición de los lectores interesados el capítulo XX de la obra.


sábado, 23 de noviembre de 2013

La Tetraktys y el "Cuadrado de Cuatro"; por René Guénon

Artículo publicado originalmente en la revista Etudes Traditionelles, en abril de 1937, y recopilado tras la muerte de su autor como capítulo de Symboles de la Science Sacrée.

En diversas oportunidades, nos vimos llevados en el curso de nuestros estudios a aludir a la Tetraktys pitagórica, y hemos indicado entonces la fórmula numérica: 1+2+3+4=10, por la cual se muestra la relación que une directamente el denario al cuaternario. Por lo demás, sabida es la particularísima importancia que le atribuían los pitagóricos, y que se manifestaba notablemente en el hecho de prestar juramento “por la sagrada Tetraktys; quizá no ha sido tan observado el que los pitagóricos tenían también otra fórmula de juramento: “por el cuadrado de cuatro”; y hay entre ambos una relación evidente, ya que el número cuatro es, podría decirse, su base común. Podría deducirse de aquí, entre otras consecuencias, que la doctrina pitagórica debía presentarse con un carácter más “cosmológico” que puramente metafísico, lo que, por otra parte, no es ningún caso excepcional cuando se trata de las tradiciones occidentales, pues ya hemos tenido ocasión de formular una observación análoga en lo referente al hermetismo. La razón de esta inferencia, que puede parecer extraña a primera vista a quien no está habituado al uso del simbolismo numérico, es que el cuaternario se ha considerado siempre y en todas partes como el número propio de la manifestación universal; señala, pues, a este respecto, el punto de partida mismo de la “cosmología”, mientras que los números antecedentes, o sea la unidad, el binario y el ternario, se refieren estrictamente a la “ontología”; así, la importancia particular otorgada al cuaternario se corresponde perfectamente con la otorgada al punto de vista “cosmológico”, mismo.

Al comienzo de las Rasài-l-Ijwàn es-safà [1], los cuatro términos del cuaternario fundamental se enumeran así:

1. El Principio designado como el-Bâri, “el Creador” (lo cual indica que no se trata del Principio supremo, sino solo del Ser, en tanto que principio primero de la manifestación, que, por lo demás, es, en efecto, la Unidad metafísica).
2. El Espíritu universal.
3. El Alma universal.
4. La Hylé [‘materia’] primordial.

No desarrollaremos por ahora los diversos puntos de vista según los cuales podrían considerarse esos términos; especialmente, podría hacérselos corresponder respectivamente a los cuatro “mundos” de la Cábala hebrea, que tienen también su exacto equivalente en el esoterismo islámico. Lo que interesa por el momento es que el cuaternario así constituido se ve como presupuesto por la manifestación, en el sentido de que la presencia de todos sus términos es necesaria para el desarrollo completo de las posibilidades que ella comporta; y por eso —se agrega— en el orden de las cosas manifestadas se encuentra siempre particularmente la señal (podría decirse, en cierto modo, la “signatura”) del cuaternario: de ahí, por ejemplo, los cuatro elementos (descontando aquí el Éter, pues no se trata sino de los elementos “diferenciados”), los cuatro puntos cardinales (o las cuatro regiones del espacio que les corresponden, con los cuatro “pilares” del mundo), las cuatro fases en que todo ciclo se divide naturalmente (las edades de la vida humana, las estaciones en el ciclo anual, las fases lunares en el ciclo mensual, etc.), y así sucesivamente; se podría establecer de esta suerte una multitud indefinida de aplicaciones del cuaternario, todas vinculadas entre sí por correspondencias analógicas rigurosas, pues no son, en el fondo, sino otros tantos aspectos más o menos especiales de un mismo “esquema” general de la manifestación.

Este “esquema”, en su forma geométrica, es uno de los símbolos más difundidos, uno de aquellos que son verdaderamente comunes a todas las tradiciones: el círculo dividido en cuatro partes iguales por una cruz formada de dos diámetros perpendiculares; y cabe observar inmediatamente que esta figura expresa justamente la relación entre el cuaternario y el denario, tal como la expresa, en forma numérica, la fórmula a que nos referíamos al comienzo. En efecto, el cuaternario está representado geométricamente por el cuadrado, si se lo encara en su aspecto “estático”; pero, en su aspecto “dinámico”, como es el caso aquí, lo está por la cruz; ésta, cuando gira en torno de su centro, engendra la circunferencia, que, con el centro, representa el denario, el cual, según antes hemos dicho, es el ciclo numérico completo. A esto se llama la “circulatura del cuadrante”, representación geométrica de lo que expresa aritméticamente la fórmula 1+2+3+4=10; inversamente, el problema hermético de la “cuadratura del círculo” (expresión por lo general mal comprendida) no es sino lo representado por la división cuaternaria del círculo, supuesto como dado previamente, por dos diámetros perpendiculares, y se expresará numéricamente con la misma fórmula, pero escrita en sentido inverso: 10=1+2+3+4, para mostrar que todo el desarrollo de la manifestación queda así reducido al cuaternario fundamental.

Sentado esto, volvamos a la relación entre la Tetraktys el cuadrado de cuatro: los números 10 y 16 ocupan la misma fila, la cuarta, respectivamente en la serie de los números triangulares y en la de los números cuadrados. Sabido es que los números triangulares son los obtenidos sumando los enteros consecutivos desde la unidad hasta cada uno de los términos sucesivos de la serie; la unidad misma es el primer número triangular, como es también el primer número cuadrado, pues, siendo el principio y origen de la serie de los números enteros, debe serlo igualmente de todas las demás series así derivadas. El segundo número triangular es 1+2=3, lo que, por lo demás, muestra que, en cuanto la unidad ha producido por su propia polarización el binario, por eso mismo se tiene ya inmediatamente el ternario; y la representación geométrica es evidente: 1 corresponde al vértice del triángulo, 2 a los extremos de su base, y el triángulo mismo en conjunto es, naturalmente, la figura del número 3. Si se consideran ahora los tres términos del ternario como dotados de existencia independiente, su suma da el tercer número triangular: 1+2+3=6; este número senario, siendo el doble del ternario, implica, puede decirse, un nuevo ternario que es reflejo del primero, como en el conocido símbolo del “sello de Salomón”; pero esto podría dar lugar a otras consideraciones que excederían nuestro tema. Siguiendo la serie, se tiene, para el cuarto número triangular, 1+2+3+4=10, es decir, la Tetraktys; y así se ve, como lo habíamos explicado, que el cuaternario contiene en cierto modo todos los números, puesto que contiene al denario, de donde la fórmula del Tao-te King que hemos citado en una oportunidad anterior: “uno produjo dos, dos produjo tres, tres produjo todos los números”, lo que, equivale además a decir que toda la manifestación está como involucrada en el cuaternario o, inversamente, que éste constituye la base completa del desarrollo integral de aquélla.

La Tetraktys, en cuanto número triangular, se representaba naturalmente con un símbolo que en conjunto era de forma ternaria, y cada uno de cuyos lados exteriores comprendía cuatro elementos; este símbolo se componía en total de diez elementos, figurados por otros tantos puntos, nueve de los cuales se encontraban entonces en el perímetro del triángulo y uno en el centro. Se notará que en esta disposición, pese a la diferencia de forma geométrica, se encuentra el equivalente de lo que hemos indicado acerca de la representación del denario por el círculo, puesto que también en este caso 1 corresponde al centro y 9 a la circunferencia. A este respecto, notemos también, de paso, que precisamente porque el número de la circunferencia es 9, y no 10, la división de ella se efectúa normalmente según múltiplos de 9 (90 grados para el cuadrante, y por consiguiente 360 para la circunferencia conjunta), lo que, por lo demás, está en relación directa con toda la cuestión de los “números cíclicos”.


El cuadrado de cuatro es, geométricamente, un cuadrado cuyos lados comprenden cuatro elementos, como los del triángulo de que acabamos de hablar; si se consideran los lados mismos como medidos por el número de sus elementos, resulta que los lados del triángulo y los del cuadrado serán iguales. Se podrá entonces reunir ambas figuras haciendo coincidir la base del triángulo con el lado superior del cuadrado, como en el trazado siguiente (donde, para mayor claridad, no hemos marcado los puntos sobre los lados mismos sino en el interior de las figuras, lo que permite contar diferenciadamente los que pertenecen al triángulo y los que al cuadrado); y el conjunto así obtenido da lugar aún a diversas observaciones importantes. En primer lugar, si se considera solamente al triángulo y cuadrado como tales, el conjunto es una representación geométrica del septenario, en cuanto éste es la suma del ternario y él cuaternario: 3+4=7; más precisamente, puede decirse, según la disposición misma de la figura, que el septenario está formado por la unión de un ternario superior y un cuaternario inferior, lo cual admite aplicaciones diversas. Para atenernos a lo que aquí nos concierne más en particular, bastará decir que, en la correspondencia de los números triangulares y los cuadrados, los primeros deben ser referidos a un dominio más elevado que los segundos, de donde cabe inferir que, en el simbolismo pitagórico, la Tetraktys debía tener un papel superior al del cuadrado de cuatro; y, en efecto, todo cuanto de esa escuela se conoce parece indicar que era realmente así.

Ahora bien; hay algo más singular aún, lo cual, bien que se refiere a una forma tradicional diferente, no puede por cierto considerarse como simple “coincidencia”: los números 10 y 16, contenidos respectivamente en el triángulo y en el cuadrado, tienen por suma 26; y 26 es el valor numérico total de las letras que forman el tetragrama hebreo: yod he vav he. Además, 10 es el valor de la primera letra, yod, y 16 es el del conjunto de las otras tres letras, he-vav-he; esta división del tetragrama es enteramente normal, y la correspondencia de sus dos partes es también muy significativa: la Tetraktys se identifica así con el yod en el triángulo, mientras que el resto del tetragrama se inscribe en el cuadrado situado debajo de aquél.

Por otra parte, el triángulo y el cuadrado contienen ambos cuatro líneas de puntos; es de notar, aunque esto no tenga en suma sino importancia secundaria, y únicamente para destacar mejor las concordancias de diferentes ciencias tradicionales, que las cuatro líneas de puntos se encuentran también en las figuras de la geomancia, las cuales, además, por las combinaciones cuaternarias de 1 y 2, son en número de 16=42; y la geomancia, como su nombre lo indica, está en relación especial con la tierra, que, según la tradición extremo-oriental, tiene por símbolo la forma cuadrada.

Por último, si se consideran las formas sólidas correspondientes en la geometría tridimensional a las figuras planas de que se trata, al cuadrado corresponde un cubo y al triángulo una pirámide cuadrangular cuya base es la cara superior de ese cubo; el conjunto forma lo que el simbolismo masónico designa como la “piedra cúbica en punta” y que, en la interpretación hermética, es visto como una figura de la “piedra filosofal”. Sobre este último símbolo habría aún otras consideraciones que hacer; pero, como ya no tienen relación con el tema de la Tetraktys, será preferible tratarlas por separado.


Nota:

[1] “Epístolas de los Hermanos Sinceros”: los Hermanos Sinceros (o “Hermanos de la Pureza”) eran una organización esotérica del siglo X, a la cual se asocian en parte los orígenes de la filosofía islámica. (N. del T.).


jueves, 31 de octubre de 2013

El Ojo que todo lo ve; por René Guénon

El Ojo que todo lo ve en la cúpula de la Catedral de Santiago de Compostela
  Publicado en Études Traditionelles, abril-mayo 1948. Recopilado tras el fallecimiento del autor como capítulo LXXII de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada.

    Uno de los símbolos comunes al cristianismo y a la masonería es el triángulo en el cual está inscripto el Tetragrama hebreo[1], o a veces solamente un yod, primera letra del Tetragrama, que puede considerarse en este caso como una abreviatura de él [2], que por lo demás, en virtud de su significación principial [3], constituye de por sí un nombre divino, e incluso el primero de todos según ciertas tradiciones [4]. A veces, también el yod mismo está reemplazado por un ojo, generalmente designado como “el Ojo que lo ve todo” (The All-Seeing Eye); la semejanza de forma entre el yod y el ojo puede, en efecto, prestarse a una asimilación, que por otra parte tiene numerosos significados, sobre los cuales, sin pretender desarrollarlos enteramente aquí, puede resultar interesante dar por lo menos algunas indicaciones.

    En primer lugar, cabe advertir que el triángulo de que se trata ocupa siempre una posición central [5] y que además, en la masonería, está situado expresamente entre el sol y la luna. Resulta de aquí que el ojo contenido en el triángulo no debería estar representado en forma de un ojo ordinario, derecho o izquierdo, puesto que en realidad el sol y la luna corresponden respectivamente al ojo derecho e izquierdo del “Hombre Universal” en cuanto éste es idéntico al “macrocosmo” [6]. Para que el simbolismo sea enteramente correcto, ese ojo debe ser un ojo “frontal” o “central”, es decir, un “tercer ojo”, cuya semejanza con el yod es más notable todavía; y, en efecto, ese “tercer ojo” es el que “lo ve todo” en la perfecta simultaneidad del eterno presente [7]. A este respecto, hay, pues, en las figuraciones ordinarias una inexactitud, que introduce una asimetría injustificable, debida sin duda a que la representación del “tercer ojo” parece más bien inusitada en la iconografía occidental; pero quienquiera comprende bien ese simbolismo, puede fácilmente rectificarla.

    El triángulo recto [o sea, con un vértice superior] se refiere propiamente al Principio; pero, cuando está invertido por reflejo en la manifestación, la mirada del ojo contenido en él aparece en cierto modo como dirigida “hacia abajo” [8], es decir, del Principio de la manifestación misma, y, además de su sentido general de “omnipresencia”, toma entonces más netamente el significado especial de “Providencia”. Por otra parte, si se considera ese reflejo, más particularmente, en el ser humano, debe notarse que la forma del triángulo invertido no es sino el esquema geométrico del corazón [9]; el ojo que está en su centro es entonces, propiamente, el “ojo del corazón” (‘aynu-l-qa1b en el esoterismo islámico), con todas las significaciones que implica. Además, conviene agregar que por eso, según otra conocida expresión, se trata del corazón “abierto” (el-qalbu-l-maftùh); esta abertura, ojo o yod, puede ser figurada simbólicamente como una “herida”, y recordaremos a este respecto el corazón irradiante de Saint-Denis d’Orques, sobre el cual ya hemos hablado anteriormente [10], y una de cuyas particularidades más notables es precisamente que la herida, o lo que exteriormente presenta esa apariencia, tiene visiblemente la forma de un yod.

     Más aún: a la vez que figura el “ojo del corazón”, como acabamos de decir, el yod, según otra de sus significaciones jeroglíficas, representa también un “germen” contenido en el corazón asimilado simbólicamente a un fruto; y esto, por lo demás, puede entenderse tanto en sentido “macrocósmico” como “microcósmico” [11]. En su aplicación al ser humano, esta última observación debe ser vinculada con las relaciones entre el “tercer ojo” y el lûz [12], del cual el “ojo frontal” y el “ojo del corazón” representan, en suma, dos localizaciones diversas, y que es además el “núcleo” o “germen de inmortalidad” [13]. Es también muy significativo a este respecto que la expresión árabe ‘aynu-l-juld presente el doble sentido de ‘ojo de inmortalidad’ y ‘fuente de inmortalidad’; y esto nos reconduce a la idea de “herida”, que señalábamos antes, pues, en el simbolismo cristiano, está también referido a la “fuente de inmortalidad” el doble chorro de sangre y agua que mana de la abertura del corazón de Cristo [14]. Es éste el “licor de inmortalidad” que, según la leyenda, fue recogido en el Graal por José de Arimatea; y recordaremos a este respecto, por último, que la copa misma es un equivalente simbólico del corazón [15], y que, como éste, constituye también uno de los símbolos tradicionalmente esquematizados con la forma de un triángulo invertido.



Corazón irradiante de Saint-Denis d'Orques



Notas:
[1] En la masonería, este triángulo se designa a menudo con el nombre de delta, porque la letra griega así llamada tiene, efectivamente, forma triangular; pero no creemos que haya de verse en ello una indicación acerca de los orígenes del símbolo de que se trata; por otra parte, es evidente que la significación de éste es esencialmente ternaria, mientras que el delta griego, no obstante su forma, corresponde a 4 por su lugar alfabético y su valor numérico.
[2] En hebreo, a veces el tetragrama se representa también abreviadamente por tres yod, que tienen manifiesta relación con el triángulo mismo; cuando se los dispone triangularmente, corresponden de modo neto a los tres puntos del Compagnonnage y la Masonería.
[3] El yod es considerado como el elemento primero a partir del cual se forman todas las letras del alfabeto hebreo.
[4] Ver a este respecto La Grande Triade, cap. XXV.
[5] En las iglesias cristianas donde figura, este triángulo está situado normalmente encima del altar; como éste se encuentra además presidido por la cruz, el conjunto de la cruz y del triángulo reproduce, de modo harto curioso, el símbolo alquímico del azufre.
[6] Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XII. A este respecto, y mas especialmente en conexión con el simbolismo masónico, conviene destacar que los ojos son propiamente las “luces” que iluminan el microcosmo.
[7] Desde el punto de vista del “triple tiempo”, la luna y el ojo izquierdo corresponden al pasado; el sol y el ojo derecho, al porvenir; y el “tercer ojo”, al presente, es decir, al “instante” indivisible que, entre el pasado y el porvenir, es como un reflejo de la eternidad en el tiempo.
[8] Se puede establecer una vinculación entre esto y el significado del nombre de Avalokitèçvara [el Bodhisattva mahayánico a veces llamado “Señor de Compasión”], que se interpreta habitualmente como ‘el Señor que mira hacia abajo’.
[9] En árabe, “corazón” se dice qalb, e “invertido” se dice maqlûb, palabra derivada de la misma raíz.
[10] Ver “Le Coeur rayonnant et le Coeur enflammé” [aquí, cap. LXIX: “El Corazón irradiante y el Corazón en llamas”].
[11] Ver Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVIII. Desde el punto de vista macrocósmico, la asimilación de que se trata es equivalente a la del corazón y el “Huevo del Mundo”; en la tradición hindú, el “germen” contenido en éste es el Hiranyagarbha.
[12] Le Roi du Monde, cap. VII.
[13] Acerca de los símbolos relacionados con el lûz, haremos notar que la forma de la mandorla (‘almendra’, ‘pepita’, que es también el significado de la palabra lûz) o vesica piscis [‘vejiga del pez’] de la Edad Media (cf. La Grande Triade, cap. II) evoca también la forma del “tercer ojo”; la figura de Cristo glorioso, en su interior, aparece así como identificable al “Púrusha en el ojo” de la tradición hindú; la expresión insânu-l-‘ayn [‘el hombre del ojo’] con que en árabe se designa la “niña de los ojos”, se refiere igualmente a ese simbolismo.
[14] La sangre y el agua son aquí dos complementarios; podría decirse, empleando el lenguaje de la tradición extremo-oriental, que la sangre es yang y el agua yin, en su mutua relación (sobre la naturaleza ígnea de la sangre, cf. L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XIII).
[15] Además, la leyenda de la esmeralda caída de la frente de Lucifer pone también al Graal en relación directa con el “tercer ojo” (cf. Le Roi du Monde, cap. V). Sobre la “piedra caída de los cielos”, ver también “Lapsit exillis”, [aquí, cap. XLIV].