viernes, 25 de febrero de 2011

El Asunto Taxil, por Denys Roman

Capítulo XVII de Réflexions d'un Chrétien sur la Franc-Maçonnerie "L'Arche vivante des Symboles". Éditions Traditionnelles, 1995, Paris.

Los jóvenes lectores de los Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage [1] experimentan sin duda alguna dificultades en comprender, incluso parcialmente, las muy numerosas alusiones hechas en esta obra al asunto Taxil; y como, por otra parte, saben que Guénon no ha escrito nada “por azar” y que su interés hacia cosas aparentemente contingentes debe justificarse desde el punto de vista “central”, que era el suyo y del que no quiso jamás apartarse, su curiosidad es aún más viva. Según nuestra opinión, nada podía responder mejor a sus expectativas que una obra aparecida en 1964, bajo la firma del señor Eugen Weber [2], puesto que se trata de una excelente exposición, basada en los documentos originales, de la famosa mixtificación que, a finales del último siglo (s. XIX), constituyó el episodio más pintoresco, y también el más tenebroso, de la larga historia de la anti-Masonería en Francia. Es sorprendente, por decirlo de pasada, que los historiadores de la Franc-Masonería no hayan prestado más atención a las peripecias en las que lo siniestro disputa con lo burlesco y que, al parecer, hubieran aportado algunos toques de fantasía a estudios ordinariamente austeros. Si el asunto Morgan, que pasó como un ciclón sobre la Masonería americana en los años 1828 y siguientes, no comportaba ningún elemento cómico, no ocurrió lo mismo, en Inglaterra, respecto a la acción de los Gormogones y de los Gregorianos, ¿no sería esto por el papel que parece haber jugado, en esta última organización, el “Bello Brumel”, príncipe del dandismo? Pero en lo referente a provocar la risa, la palma vuelve sin duda a la anti-Masonería francesa, en la cual el asunto Taxil fue la “obra maestra”. Ninguna mixtificación estuvo mejor montada, ninguna lo había logrado tan perfectamente. Los camelos más sabrosos que la siguieron: el busto de Hégésippe Simón el Precursor, el pueblo poldavio gimiente bajo el yugo de los “escuderos”, la conjura internacional dirigida por Crimias, Tarcos y Xullpo, estas amables bromas de escolares duraron algunas semanas, algunos meses todo lo más. El asunto Taxil duró 12 años; y cuando se supo la clave de la historia, ésta dio mucha risa...

Sólo que, cuando la víctima de la broma es la más alta autoridad religiosa del mundo cristiano, por poco respeto que se tenga hacia las cosas santas, hay que reirse con menos fuerza y empezar a reflexionar. Para esta reflexión, digámoslo desde ahora, hay que recurrir a Guénon y no al señor Weber. Este autor, profesor en la Universidad de los Ángeles, es un especialista de la historia de las ideas y de los movimientos políticos, y ha publicado en esta disciplina destacadas obras. No ha visto pues en los acontecimientos que relata únicamente su lado “cómico”. En particular, insiste mucho y en varias ocasiones sobre la “atmósfera” muy particular, y que parece haberse “fabricado” mucho antes, en la que estalló el asunto Taxil. Su resumen de las relaciones de la Santa Sede con la Masonería especulativa (páginas 199 y siguientes) hace hincapié en puntos que pasan muy a menudo desapercibidos. La primera excomunión formal, la de Clemente XII (1738), no reprochaba a la Orden más que su secreto y el hecho de admitir a personas de todas las religiones. Tales fueron las dos únicas quejas articuladas durante 150 años. Pero en 1873, Pío IX, quizás a causa de la colusión de numerosos Masones franceses e italianos con las “ventas” carbonarias, “atribuía por primera vez ex-cathedra la Masonería a Satán”. Cuatro años más tarde (1877), el Gran Oriente de Francia abolía para sus miembros la obligación de la creencia en Dios [3]. En 1884, la encíclica Humanum Genus de León XIII iba a agravar considerablemente la situación, renovando la acusación de satanismo y añadiéndole las peores imputaciones: “Aquellos que estén afiliados deben prometer obediencia ciega y sin discusión a los jefes..., consagrándose primero, en caso contrario, a los tratos más rigurosos e incluso a la muerte. De hecho, no es de extrañar que la pena del último suplicio sea inflingida a aquellos que están convencidos de haber abandonado la disciplina secreta de la sociedad o resistido a las órdenes de los jefes; y esto se practica con una tal destreza que, casi siempre, el ejecutor de estas sentencias de muerte escape a la Justicia establecida”.

Esta encíclica tuvo una inmensa repercusión, y un número increíble de panfletistas se apuntaron a “ilustrarla” y a explotarla. Tras los tímidos intentos de Louis de Estampes (1884) y de dom Benoit (1886), el ex Rabino Paul Rosen, que Guénon decía haber sido, “en el asunto Taxil, uno de los agentes más directos de la contra-iniciación” (É.F.M. I, 263, al final.), publicó Satan et Cie (1888). En 1891, es el turno de Huysmans con Là-bas. Pero desde 1885, solamente un año después de la encíclica, Léo Taxil entró en liza.

Nacido en Marsella en 1854, se había destacado en primer lugar por la publicación de toda una serie de obras abyectas: Les Amours secrètes de Pie IX, Histoire scandaleuse de la famille d’Orléans, Les Maîtresses du Pape, L’Empoisonneur Léon XIII, Les Crimes du clergé, etc, etc [4]. Si se quiere saber hasta donde se puede descender en la ignominia, se encontrará en el Libro del señor Weber (página 207) la mención de otros panfletos, cuyos mismos títulos no podrían figurar aquí.

Pero en 1885, Taxil, expulsado de Suiza por asuntos turbios, condenado por robo, declarado en quiebra, expulsado del periódico La Lanterne, se convirtió con estrépito, y el nuncio apostólico en persona le levantó numerosas censuras eclesiásticas en las que había incurrido. Desde entonces, empieza una nueva serie de obras: Les Mystères de la Franc-Maçonnerie, Y a-t-il des femmes dans la Franc-Maçonnerie?, Les femmes et la Franc-Maçonnerie, Les Soeurs maçonnes, etc [5]. Un zumbante enjambre de autores hasta entonces oscuros se unieron a la nueva “cruzada”. Monseñor Meurin, de quien hablaremos más adelante, publicó: La Franc-Maçonnerie, synagogue de Satán (La Franc-Masonería, sinagoga de Satán); el doctor Bataille añade Le Diable au XIX-ième siècle (El Diablo en el siglo XIX). Italia entra en el movimiento con Domenico Margiota, que Leon XIII elevó a la dignidad de Caballero del Santo Sepulcro. La Revue de la Franc-Maçonnerie démasquée (Revista de la Franc-Masonería desenmascarada), adquirida por los Padres Agustinos de la Asunción, ofreció a sus lectores “detallados reportajes sobre las orgías de las Logias de adopción, sugiriendo que los Masones continuaban practicando los sacrificios humanos, y denunciando el espantoso desarrollo realizado, en estos últimos años, por la Orden satánica de los Odd-Fellows que se autodenominan Re-Teurgistas Nobles...”. Aterrorizado, Leon XIII se apresuró a excomulgar a los Odd-Fellows (“curiosos Compañeros”), simple organización de socorros mutuos que, a la manera americana, gustaba adornar la admisión de sus miembros mediante un ceremonial que imitaba vagamente a los ritos masónicos. Mientras estuvo allí, León XIII excomulgó igualmente, siempre por satanismo, a otras dos sociedades americanas: los “Caballeros de Pythias” y...los “Hijos de la Templanza”. Evidentemente, se estaba en plena aberración.

Hay que decir que, en el romancero infernal de Taxil y consortes, la Masonería americana estaba particularmente satanizada. Los Masones franceses, ignorantes del “Paladismo” (Masonería de las “últimas-Logias”), eran para la mayoría “simples pinches, vulgares friegaplatos“. Pero el general americano Albert Pike, en su calidad de fundador del Rito Paládico Reformado Nuevo, disponía de un “teléfono infernal”, para apuntar cada mañana las consignas de Lucifer. Residía en Charleston, en Georgia, donde, todos los viernes, Satán aparecía en el Sanctum Regnun masónico, ante el Baphomet original. Pike tenía también a su servicio a un “diablillo”, muy diligente, al parecer. El erudito doctor Bataille, que nos enseña estas cosas, conocía también el número de demonios y de “demonias”: hay 44.435.633 exactamente. Otro jefe del Paladismo es Albert Galatin Mackey, autor de una enciclopedia masónica varias veces reeditada, habiéndole hecho visitar el laboratorio masónico americano, lo más simple del mundo, al excelente doctor Bataille. De esta oficina de iniquidad, y de otra situada en Nápoles, surgen el “maná de San Nicolás de Bari” y tantas otras venéficas [6] con las que fueron envenenados “el Papa León XII, así como muchos de sus predecesores”. Envenenados también por la secta fueron Adolphe Thiers y el conde de Cavour, y un número impresionante de otros hombres de Estado caídos en un olvido quizás inmerecido. La bula Humanum Genus no decía, pues, más que demasiada verdad. Por otra parte, “todo el mundo sabe” (el honesto doctor Bataille nos lo afirma y debemos creerle) “todo el mundo sabe que el Presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, fue asesinado por orden de los Franc-Masones, y que los restos de su asesino, el actor John W. Booth, reposan en una Logia de Charleston, bajo el Laberinto Sagrado”.

La gloria luciferina de Charleston palidecía sin embargo ante la de Gibraltar: en los subterráneos de esta ciudad maléfica se deciden las elevaciones a los más altos grados masónicos, según los títulos de cada uno. El buen doctor Bataille, que ha visitado este pandemonio bajo la conducción de Tubalcain en persona, nos enseña especialmente que todo ocurre allí “en la maldita lengua inglesa”, que la expresión masónica “aumento de salario” significa “aumento de la ración de alcohol”, y que los títulos más considerados para los susodichos aumentos son el incendio de la Iglesias, los ataques contra los monjes al entrar en sus Conventos, y el asesinato de niños cristianos (páginas 69 y siguientes).

A la muerte de Albert Pike (1891), el Paladismo, según las más seguras autoridades taxilianas, nombró como sucesor a Adriano Lemmi, que tuvo la audacia de trasladar su residencia a la misma Roma. Convencido finalmente de que la Masonería italiana no valía más que la americana, León XIII, que había publicado ya en 1890 la encíclica Dall’Alto (reeditada en italiano), puso de nuevo en guardia a los católicos de la península mediante las cartas apostólicas Custodi y Inimica vis, ambas de 1892.

Pero Albert Pike, Mackey, Lemmi, no son más que los jefes aparentes de la Orden, que en realidad está dirigida por Sofía Safo, hija de un ex-pastor, “anabaptista impenitente convertido en Mormón”. Sofía Safo es honrada en todas las Logias, incluso francesas, y desde luego con razón, ya que tiene que alumbrar, por obra del diablo Bitru, a una niña que, tras unirse al demonio Décarabia, dará a luz a la futura madre del Anticristo. (Que si alguien preguntara quien será el padre del Anticristo, demostraría simplemente que no ha leído jamás el Secreto de La Salette).

Sofía Safo tiene una discípula escogida, Diana Vaughan, descendiente del inglés rosacruciano Thomas Vaughan (ordinariamente identificado con Eugenio Filaleteo). Diana, luciferina ejemplar, hubiera deseado con gusto ascender al grado de Maestra Templaria. Rechazo de Sofía Safo, después altercado violento, y Diana, para huir de una muerte segura, se refugió en Francia donde Léo Taxil la ayuda a pasar desapercibida. Anotemos que sigue siendo ferviente luciferina, pero tiene mucho miedo. Tan solo algunos raros privilegiados han tenido el favor de entreverla. Entre estos elegidos, hay que citar al Comendador P. Lautier, presidente general de la Orden de los Abogados de San Pedro. Este último nos relata (páginas 114-116) como fue admitido, en compañía del infatigable doctor Bataille, “en presencia de la Luciferina convencida, de la Hermana masona de elevado rango, de la iniciada en los últimos secretos del satanismo”. Diana, cumplida anfitriona, ofreció a sus visitantes un fino champagne y cartujo (un licor), pero ella bebió un coñac “cuya crema denunciaba (sic) la extrema vejez”. Y el perspicaz decano del Colegio de Abogados señaló: “La hostilidad hacia la Iglesia, llevada hasta la abstención del licor de los Cartujos, he aquí lo típico”.

Una “unión de plegarias a Juana de Arco”, lanzado por un gran periódico católico, fue la razón de un endurecimiento impulsado a tal grado de perfidia. Ignoramos si Diana reemplazó en adelante el coñac por la benedictina para su uso personal. Pero la publicación de las Mémoires d’une ex-Palladiste (Memorias de una ex-Paladista), pronto seguidas por otras dos obras: Le 33º Crispi y La Neuvaine Eucharistique, vienen a testimoniar la seriedad de la conversión. Era, a decir de un teólogo de renombre, “el desafío más espléndido y el más imprevisto lanzado a la cara del positivismo contemporáneo” (cf. páginas 226-232). La que muchos llamaban ahora “Diana la Santa” fundó la “Orden del Lábaro [7] anti-masónico” en tres grados (Legionario de Constantino, Soldado de Cristo, Caballero del Sagrado Corazón) con vestido de Orden, condecoraciones y joyas. La doble profanación era completa.

¿Para qué continuar? ¿Por qué hablar de la obscena “báscula del diablo” usada en Logia de adopción; de la cola del León de San Marcos cortada por los demonios y guardada como trofeo anticipado de la victoria de Lucifer sobre Adonai; de Asmodeo aparecido en una escena espiritista bajo el aspecto de un cocodrilo e instalándose en el piano para tocar danzas lascivas, mientras lanzaba miradas concupiscentes a la señora de la casa? Un desbordamiento tal de estupideces acaba por provocar la risa; y todo esto nos lleva a pensar en una especie de “repetición general” de la Gran Parodia. Es triste que tantos hombres de Iglesia hayan creído en estas pamplinas. Pero hay que tener en cuenta la atmósfera de sugestión que envuelve a toda esta historia (cf. É.F.M., I, 103). Respecto a León XIII, pudo haber quizás otra cosa, y quisiéramos llamar la atención sobre la personalidad de Monseñor Meurin. Este obispo de Port-Louis, en la isla San Mauricio, parece haber residido mucho en Francia, donde ejerció una gran influencia sobre el “Hiéron du Val d’Or” de Paray-le-Monial, institución fundada por el barón de Sarachaga (inventor del famoso “arcano de Aor-Agni”), y que publicaba una revista cuyo título cambiaba cada 7 años. Monseñor Meurin unía al anti-masonismo pretensiones a la erudición de la que Paul Vulliaud, en algunas sabrosas páginas, mostró su ridículo; el doctor Bataille lo llamaba “sabio orientalista”, y Taxil, que lo frecuentó, le dió el nombre de “sabio Cabalista”, lo que es más bien cómico dado el antiseminismo del Hiéron. A este propósito, ¿no es como mínimo curioso que, el mismo año que siguió a la conversión de Taxil (1886) apareciera Le Barón Jéhova de Sydney Vignaux, amigo éste del doctor Henri Favre, autor ocultista conocido por sus Batailles du Ciel? Guénon señaló (Le Théosophisme, páginas 415-416) que la Obra de Vignaux es una de las principales fuentes de los Protocolos de los Sabios de Sión, la célebre falsedad difundida a principios del siglo XX por el Okhrana. Para volver a Hiéron, sus enseñanzas han inspirado no solamente a la señorita Bessonnet-Favre, que escribió bajo el nombre de Francis André (pseudónimo compuesto con los nombres de sus dos hijos) obras de las que Guénon ha revelado el carácter extraño (É.F.M. I, 98-99), sino también al fundador de la revista Atlantis, Paul Le Cour; la última secretaria de Hiéron, la señorita Lepine, poco antes de su muerte accidental, había entregado su anillo a P.L.C. (É.F.M. I, 222, final del 1er párrafo); pero hay que decir que los escritos de este último no tienen ningún “tinte” anti-masónico; había hablado claramente un día de “despertar” al “Gran Occidente”, pero Guénon, habiéndole preguntado irónicamente: “¿Para cuando un nuevo fort Chabrol? [8]”, “Pélékus” no insistió (É.F.M. I, 233, final del 1er párrafo).

Pero volvamos al Hiéron original. Paul Vulliaud ha escrito en La Kabbale Juive: “Parece que León XIII leía las publicaciones del Hiéron; este letrado Pontífice debió pensar, sonriendo, que la imaginación es una facultad verdaderamente admirable”. Pero ¿quién sabe si León XIII se contentaba con sonreír? El hecho de ser letrado no lo pone al abrigo de ciertos “prestigios”. Parece por otra parte que León XIII haya sido un “blanco” particularmente escogido por personajes más o menos sospechosos. En el prefacio de su traducción del Siphra-di-Tzéniutha, el mismo Paul Vulliaud ha relatado la maquinación urdida para hacer creer a los católicos franceses que el Papa estaba retenido prisionero en las “grutas de San pedro” por los cardenales Franc-Masones, la mayoría, digámoslo, ¡en la Curia romana! Un sosias del Pontífice ¡oficiaba y legislaba en su lugar! Es el traductor de Zohar, Jean le Pauly, quien denunció esta historia rocambolesca a León XIII, y André Gide la ha tomado como punto de partida de su novela Les Caves du Vatican (Los Sótanos del Vaticano). Finalmente, Mélanie Calvat, la “vidente” de la Salette, explicaba a su entorno (que no ha dejado de ejercer una cierta influencia sobre toda una “corriente” de la literatura de ayer e incluso de hoy) que León XIII había cesado de reinar el día en que rechazó el reconocimiento de la ortodoxia de la célebre aparición, que algunos decían haber sido organizada con la colaboración, consciente o inconsciente, de la señorita de la Merlière, que persiguió con justicia a sus acusadores con la asistencia de Jules Favre: lo que sorprendió mucho en la época....

... En un congreso anti-masónico que tuvo lugar en Trento, en los últimos meses de 1896, un Jesuita alemán, anteriormente Masón, había señalado las inverosímiles groserías de la trama taxiliana, y emitió dudas sobre la existencia de Diana Vaughan. Entonces Taxil anunció que, en una conferencia pública, presentaría la nueva convertida a los asistentes, y haría proyectar en una pantalla el original del pacto concluido en otro tiempo entre Thomas Vaughan y Lucifer.

El Lunes de Pascua, 19 de Abril de 1897, en la sala de la Sociedad Geográfica, Léo Taxil, ante una asistencia cada vez más agitada, explicó cómo, desde hacía once años, abusaba de la confianza de la opinión católica con las invenciones más descabelladas (páginas 155-183). Ridiculizó a Monseñor Meurin; explicó, con una extraña insistencia, porqué hizo adoptar a “su amigo el doctor” (Doctor Hacks) el nombre de “Doctor Bataille”; pero sobre todo, relató la audiencia particular que León XIII le había concedido. A la pregunta del Papa: “Hijo mío, ¿que es lo que deseáis?”, Taxil respondió: “Morir a vuestros pies, Muy Santo Padre, morir aquí mismo, en este instante”. León XIII le felicitó porque él, un simple Aprendiz en la Masonería, había comprendido no obstante que “el Diablo estaba allí”. Y el siniestro personaje imitaba el acento italiano del Pontífice que repetía con pavor: “¡El Diablo, hijo mío, el Diablo!”. Varios sacerdotes, asqueados por tal alarde de villanía, se habían ido ya al principio de la conferencia. Otros tuvieron el valor de resistir hasta el final, y asistieron, aterrados, al vertido de inmundicias del Infierno sobre la Iglesia de Cristo. Con un tumulto indescriptible terminó la conferencia; católicos y anti-clericales se increpaban hasta el punto de llegar a las manos.

Dejemos ahora a Léo Taxil, vuelto a su primer vómito, reeditar: Le Pape femelle, Le Fils du Jésuite, Les Livres secrets des Confesseurs, Calotte et Calotins, etc [9]. Pero, ¿qué se hizo de los demás anti-Masones? Tuvieron destinos muy diversos. Clarin de la Rive, autor de La Femme et l’Enfant dans la Franc-Maçonerie Universelle (La Mujer y el Niño en la Franc-Masonería Universal), adoptó un anti-Masonismo “razonable”; y cuando el ocultista Téder, a lo largo de su campaña contra el Gran Oriente de Francia (É.F.M. II, 265, hacia el final), hubo lanzado contra René Guénon los más venenosos ataques (É.F.M. II, 125), Clarín de la Rive, a raíz de una carta rectificativa de Guénon, entró en contacto con este último, de quien tuvo el mérito de presentir el “valor”, y le pidió incluso algunos estudios para su revista; tal es el origen de los artículos firmados como “Le Sphinx” en La France anti-maçonique [10]. Otro anti-Masón, Pierre Colmet (alias Roger Duguet), tras haber intentado resucitar el taxilismo con L’Élue du Dragon (El Elegido del Dragón) (É.F.M. I, 91-93), novela en la que exponía el plano de la Gran Logia de Francia indicando las habitaciones donde se hacían las evocaciones diabólicas, adoptó después el “anti-masonismo razonable” publicando La Cravate blanche (La Corbata Blanca) (É.F.M. I, 97); luego, tras graves contrariedades, dió, en términos a veces emotivos, un “supremo testimonio” sobre el “engaño de las profecías” [11].

Finalmente, Charles Nicoullaud (que por lo demás era Masón y había firmado como “Fomalhaut” una novela, Zoé la Théosophe à Lourdes (Zoé la Teósofa de Lourdes), panfleto violento y a menudo licencioso contra la Compañía de Jesús) devino secretario de Monseñor Jouin, en la Revue Internationale des Societés Secrètes, donde publicó particularmente las “Conversaciones de Edipo” dirigidas con efectos retardados contra “Le Sphinx” (René Guénon). Nicoullaud fue incontestablemente un agente de la contra-iniciación (É.F.M. I, 213-214), así como al menos otro de los colaboradores de la R.I.S.S. [12]: Henri de Guillebert des Essarts (É.F.M. I, 171, bajo la página).

... ¿Qué es lo que queda, hoy en día, del asunto Taxil? Las acusaciones de satanismo dirigidas contra la Masonería han sido, desde hace largo tiempo, abandonadas por la Iglesia, que volvió en suma a la actitud de Clemente XII, quien reprochaba a la Orden su secreto y su carácter multi-confesional. Esta última queja casi es concebible en la atmósfera actual. No queda más, pues, que el secreto. Considerable “escollo”, es cierto... y duro como un “diamante”... Sin embargo, no pensamos que los esfuerzos de las “potencias” que suscitaron a Taxil hayan sido vanos. Tras haber visto al diablo en todas partes, los católicos han pasado a no sospecharlo en ninguna. ¡Y en qué momento! El doctor Bataille (que se nos perdone la insistencia en ello) escribía que, ya en sus tiempos, Satán juzgaba “el momento propicio para poner él mismo la mano en la masa” (página 22). Basta leer los Evangelios para saber que Satán alcanza alguna vez a decir la verdad.


NOTA ADICIONAL

Si el Taxilismo fue decididamente anti-masónico, no podríamos decir lo mismo de la sociedad secreta Sodalitium Pianum (apodada “El Abetal”), incluso si los anti-Masones buscaron de buena gana infiltrarse en ella.

Fundada en 1903, bajo la inspiración de Pío X, por Monseñor Benigni, esta asociación se proponía luchar en el mismo seno de la Iglesia contra los progresos del modernismo.

El señor Émile Poulat, en una obra [13] de una gran erudición, se interesó particularmente por esta sociedad, cuyos archivos fueron descubiertos durante la Primera Guerra Mundial por los servicios secretos alemanes en el trancurso de un registro en casa del Abogado Jonckx, de Gand, uno de los colaboradores de Benigni. Este registro se realizó a instancias de eclesiásticos alemanes que habían tenido queja de las actuaciones del Abetal. Dichos archivos, conservados mucho tiempo en el gran seminario de Ruremonde, fueron utilizados en 1924 por una “memoria” anónima que circuló clandestinamente en los medios eclesiásticos parisinos. Al año siguiente, el asunto se divulgaba en el mundo laico: Jean-Jacques Brousson (que fue secretario de Anatole France) consagró un artículo en el periódico Excelsior. Publicaciones holandesas tomaron el relevo y causaron tal sensación que, habiendo muerto entre tanto Benedicto XV, algunos pretendieron que la elección de su sucesor Pío XI había estado influenciada por dichas publicaciones. Una nueva revista, Le Mouvement des faits et des idées (El Movimiento de los hechos y de las ideas), entró en acción, y acusó a L’Action française. “El 29 de Diciembre de 1926, L’Action française y ciertas obras de Charles Maurras eran puestas en el Índice [14]. Una conmoción considerable y apasionadas controversias iban a desencadenarse en el catolicismo francés”. En 1928, L’Année politique française et étrangère (El Año político francés y extranjero) publicaba un largo estudio: “Santa Sede, Acción francesa y Católicos integristas”, firmado por “Nicolas Fontaine”, pseudónimo de un amigo del teólogo modernista Loisy. No vamos a detallar aquí los acontecimientos que siguieron y las tentativas hechas por los anti-modernistas para frenar una corriente que se les había vuelto contraria. El autor da algunas precisiones sobre los procesos de beatificación y de canonización de Pío X, donde fue evocado el patrocinio otorgado por este Pontífice al Sodalitium Pianum. Relata también la inverosímil odisea de los textos originales de El Abetal, que nos ha recordado las tribulaciones de ciertas bibliotecas masónicas. Reproduce igualmente el código roich, es decir el vocabulario secreto de 720 palabras empleadas por los “primos” (los miembros de El Abetal) para entenderse entre ellos. Este vocabulario no estaba carente de humor. Un seminarista devenía allí un “académico”. “Comprar” significaba “elegir”. El Cristianismo oriental no-romano era llamado “la caballeriza”, el Protestantismo “la vaquería”, el Judaísmo “la charcutería”. Los Franc-Masones debían contentarse con una palabra de código mucho menos poético: “los verdes”.

El Abetal, en efecto, contrariamente a una opinión bastante extendida, no era fundamentalmente una organización anti-masónica. Al final de una carta de Benigni a Jonckx fechada el 3 de Febrero de 1913, podemos leer este consejo: “Prudencia en la relaciones con un grupo anti-masónico de París, y en general con todos los grupos parisinos análogos, cuyas disensiones favorecen al adversario”. Sobre estas disensiones entre los anti-Masones, la obra del señor Émile Poulat da algunas informaciones, reconociendo que su historia es “espantosamente complicada”. Tan solo consagra en ella, por otra parte, un muy pequeño número de páginas, y se contenta con esbozar algunos perfiles de personajes enigmáticos o pintorescos, de los cuales se hace mención aquí y allá en los Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage: Jean Bidegain, antiguo secretario adjunto del Gran Oriente, que hizo estallar el “asunto de las Filiaciones”, y que se suicidaría en 1926; Copin Ablancelli, antiguo Masón del grado 18 y fundador de La Bastille; Flavien Brenier, “mezclado en inimaginables aventuras”, y que, bajo el pseudónimo de “Eugène Gâtebois”, conducirá más tarde el asalto del Amigo del Pueblo contra la Revue Internationale des Sociétés Secrètes; Pierre Colmet (alias Roger Duguet), autor de novelas con claves pobladas de personajes heterogéneos tales como este general de Bierne, amalgama de Monseñor Jouin y de su irreconciliable enemigo Flavien Brenier (siendo por otra parte “Bierne” el anagrama de la palabra “Brenier” privada de la “r” final); el coronel Driant, yerno del general Boulanger y autor (bajo el pseudónimo de “capitán Danrit”) de novelas político-militares, y al que mataron en Verdun, en 1916; el abad Joseph (que firmaba como “abad Tourmentin”); Monseñor Jouin, con su rica biblioteca de 30.000 volúmenes, pero a quien Pierre Colmet reprochaba de “acoger regularmente en su mesa con demasiada indulgencia a un pequeño grupo de probados modernistas y militantes”.

Esta última exposición sería suficiente para hacer comprender porqué los dirigentes de El Abetal no estaban muy tranquilos viendo a los anti-Masones interesarse tan de cerca por sus actividades. Como escribió el señor Poulat: “Benigni estaba demasiado advertido como para confundir su causa con la de hombres como Copin y Brenier, el uno cruzado sin la fe, y el otro demasiado inquieto y discutido”.

Por supuesto, ciertas corrientes de la anti-Masonería han sido, desde el asunto Taxil, penetradas por agentes de la contra-iniciación, como el ex-rabino Paul Rosen, especialista demostrado en la constitución rápida de bibliotecas masónicas. Con la anti-Masonería, era pues la contra-iniciación la que intentaba introducirse en El Abetal. No hubiera tenido tiempo para hacer mucho daño en ella, pues El Abetal, obra de Pío X, no iba a sobrevivir mucho tiempo a su protector. Hoy en día, que las tendencias que ella había combatido por medios a veces infantiles y a menudo condenables parecen haber triunfado, no está quizás carente de interés releer las advertencias lanzadas por Guénon en cuanto a los “signos temibles” que constituyen las infiltraciones del “Adversario” en las instituciones de carácter tradicional [15].

Esta misma táctica del “caballo de Troya” utilizada por los adversarios de la Iglesia es igualmente usada, según Guénon, por los adversarios de la Masonería. Es sin embargo posible que aquí las “infiltraciones” más nefastas no sean las de las personas, sino las de las ideas y de las tendencias. El peligro es particularmente grave en Francia, donde los rituales masónicos no están “fijados”. Esta particularidad podría por otra parte ser utilizada por los Masones de espíritu tradicional, como lo fue Guénon en tiempos de la Logia “Thébah”. Pero de hecho son los neo-espiritualistas los que sacan partido de ello. A favor de incesantes revisiones y “modernizaciones” de los rituales, deslizan allí más o menos hábilmente tal fórmula ocultista o tal expresión teilhardiana. Los Masones guénonianos no tienen razón por no preocuparse de estas cosas. La indiferencia podría aquí convertirse en complicidad. Se ha dicho que los Troyanos practicaron con sus manos una “brecha” en sus murallas para introducir en la “Ciudad santa” el caballo portador de muerte y de destrucción. Casi sola, Casandra intentó disuadirles, y blandió un hacha contra el artefacto fatal. Pero se sabe bien el caso que hicieron los Troyanos de las advertencias de Casandra.


Notas:

[1] En el curso del presente capítulo, esta obra será designada por las iniciales É.F.M., seguidas de la indicación del tomo y de la página.
[2] Eugen Weber, Satán Franc-Masón (colección “Archives”, Julliard, Paris).
[3] Cf. el capítulo XVI de la presente obra.
[4] Los Amores secretos de Pío IX, Historia escandalosa de la familia de Orleans, Las Amantes del Papa, El Envenenador Leon XIII, Los crímenes del clero, respectivamente (Nota del Traductor).
[5] Los Misterios de la Franc-Masonería, ¿Hay mujeres en la Franc-Masonería?, Las mujeres y la Franc-Masonería, Las Hermanas masonas, respectivamente (Nota del Traductor).
[6] Término del Antiguo derecho, que los practicantes habían tomado del derecho romano. Gaffiot definió el “veneficium” como la confección de un brebaje mortal, un envenenamiento, un filtro mágico, un sortilegio, un maleficio (Nota del Traductor).
[7] El Lábaro era un estandarte que usaban los emperadores romanos. Al convertirse Constantino al cristianismo, decidió usar como enseña la cruz y el monograma de Cristo, compuesto de las dos primeras letras (Ji y Ro) de este nombre en griego (χριστóς). El Lábaro más utilizado era el crismón (Nota del Traductor).
[8] Se conoce como Fort Chabrol un episodio rocambolesco que se desarrolló en el verano de 1899, cuando el gobierno Waldeck-Rousseau (que era entonces presidente del Consejo de Ministros) tuvo que frustrar un motín ultranacionalista con motivo de la revisión del proceso a Alfred Dreyfus en Rennes (Nota del Traductor).
[9] El Papa hembra, El Hijo del Jesuita, Los Libros secretos de los Confesores, Bonetes y Beatos, respectivamente (Nota del Traductor).
[10] La mayor parte de los artículos firmados “Le Sphinx” (“La Esfinge”) han sido reimprimidos en el apéndice del tomo II de los Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage.
[11] Cf. René Guénon, El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, capítulo XXXVII.
[12] Revue Internationale des Sociétés Secrètes (Nota del Traductor).
[13] Intégrisme et Catholicisme intégral (Casterman, Paris). Este grueso libro, que contiene un considerable número de documentos, no aspira sin embargo a reconstituir la historia del movimiento integrista en su totalidad.
[14] Con este nombre se conoce la lista de libros que las autoridades eclesiásticas prohibían a los católicos leer o retener sin autorización. El Índice fue publicado por el Santo Oficio para dar a conocer que ciertos libros eran juzgados por autoridades competentes de la Iglesia como dañinos a la fe por ser contrarios a las enseñanzas de fe o moral, porque desacreditan a la Iglesia o podían confundir la fe de los creyentes (Nota del Traductor).
[15] El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, capítulo XXVII.