domingo, 28 de septiembre de 2014

Picapadres, Francmasones y Alquimistas en Palma de Mallorca; por Juan de Velarde.

Portada de la obra.
La Editorial Librería Pardes acaba de publicar el segundo título de su colección El Hilo de Ariadna, un estudio desde el punto de vista tradicional de la arquitectura, patrimonio histórico-artístico y folclórico de la ciudad de Palma de Mallorca. A continuación transcribimos la descripción de la obra que nos proporciona la propia editorial.


Elegida para sus primeros viajes por el Archiduque Luis Salvador de Austria hace algo más de un siglo por lo que aún tenía de inexplorada, Mallorca es hoy por el contrario un destino turístico de primer orden y un lugar mundialmente conocido. Desde que el turismo se convirtió en el motor económico de la isla, se inauguró una desconocida etapa de cambios y  transformaciones que a un ritmo vertiginoso sacudió hasta los cimientos el modo de vida que habían mantenido los mallorquines, sin grandes rupturas, desde la Edad Media. 


   Al igual que otros lugares que se han convertido en destino de un turismo de masas, la Mallorca de hoy, y también Palma, su capital, transmiten una extraña sensación de pérdida de autenticidad, donde la belleza incuestionable del entorno y de sus lugares de interés se mezcla con cierto aire de frivolidad. Es como si entre suvenires y playas, restaurantes y yates de lujo, vacaciones, aviones que aterrizan, y diversiones nocturnas, a veces caracterizadas por su desenfreno, se configurase un decorado tras el cual no habría sitio para nada más.

Pero la verdad es que existió, y en algunas de sus expresiones hasta hace poco, una Mallorca muy diferente, en la que vivieron hombres que tenían un marco de referencia mental tradicional. Y entre esos hombres, algunos prestaron especial interés a los símbolos como expresión de una espiritualidad que anhelaba el conocimiento de las verdades más elevadas. En Palma se han conservado y existen todavía numerosos elementos que pertenecen a esa época, los cuales evocan una mentalidad premoderna y nos hablan de un mundo en el que no era desconocida la iniciación como el primer paso de una vida orientada, en términos platónicos, hacia “la salida de la caverna”. Un mundo que cultivó las artes tradicionales, como la arquitectura, y que pudo dar lugar a obras insuperables como la catedral de Palma o el castillo de Bellver, en las que toda la construcción estaba pensada y articulada en base de una significación superior. 

   Por las páginas de este libro desfilan también templarios y alquimistas, los antiguos masones operativos y la moderna Masonería especulativa, Sibilas, obispos y Reyes, pues en pocos lugares del mundo, todos ellos dejaron tras de sí símbolos tan numerosos y profundos como en Palma de Mallorca, por más que se trate de cosas que actualmente pasan casi completamente desapercibidas para todo el mundo.

Contra todos los estereotipos que subyacen a la industria del sol y la playa, y con las claves para interpretar los símbolos tradicionales presentes en la obra de Rene Guénon, ha llegado el momento de proponer un acercamiento adecuado a los símbolos más importantes presentes en la arquitectura, patrimonio histórico-artístico y el folklore de Palma de Mallorca, que permita poner en valor el extraordinario y verdaderamente excepcional patrimonio simbólico de Palma, dando así a conocer una nueva dimensión de esta ciudad, o mejor dicho, una dimensión olvidada, que como tendrá ocasión de comprobar el lector, se sitúa tan lejos como sea posible pensar, de la imagen de Mallorca que ha acabado por prevalecer.








domingo, 21 de septiembre de 2014

Emblema 49 (Centuria II); por Sebastián de Covarrubias




El varón justo, es como columna, o aguja de firmeza, en cuya cima está fijada una menguante luna, y el sol va dando vueltas por encima: poco teme los golpes de la fortuna, ningún adverso caso le lastima, las penas, sombras son de su menguante, ellas se mudan, y él está constante.

     Emblemas Morales, Centuria II, Emblema 49, Madrid, 1610.




jueves, 18 de septiembre de 2014

Todo tiene su tiempo. Eclesiastés capítulo III.

SOL LUCET OMNIBUS
STUDIUM MAGNUM TE FACIET
Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
2 Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
3 tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de construir;
4 tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de duelo, y tiempo de bailar;
5 tiempo de tirar piedras, y tiempo de recogerlas; tiempo de abrazarse, y tiempo de separarse;
6 tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de tirar;
7 tiempo de rasgar, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;
8 tiempo de amar, y tiempo de odiar; tiempo de guerra, y tiempo de paz.

9 ¿Qué provecho saca el que se afana de sus fatigas?
10 He observado la tarea que Dios impone a los hombres para que se ocupen de ella.
11 Todo lo hizo hermoso a su tiempo; e hizo reflexionar al hombre sobre la eternidad, pero el hombre no llegará a desentrañar totalmente la obra de Dios.

12 Y comprendí que la única felicidad del hombre consiste en alegrarse y disfrutar de la vida
13 ya que también es don de Dios que el hombre coma y beba, y goce el bien de su labor.
14 Sé que todo lo que Dios hace dura por siempre, sin que nada se pueda añadir o quitar. Así, Dios se hace respetar
15 Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios vuelve a traer lo que pasó.

Omnia tempus habent et suis spatiis transeunt universa sub caelo
2 tempus nascendi et tempus moriendi tempus plantandi et tempus evellendi quod plantatum est
3 tempus occidendi et tempus sanandi tempus destruendi et tempus aedificandi
4 tempus flendi et tempus ridendi tempus plangendi et tempus saltandi
5 tempus spargendi lapides et tempus colligendi tempus amplexandi et tempus longe fieri a conplexibus
6 tempus adquirendi et tempus perdendi tempus custodiendi et tempus abiciendi
7 tempus scindendi et tempus consuendi tempus tacendi et tempus loquendi
8 tempus dilectionis et tempus odii tempus belli et tempus pacis

9 quid habet amplius homo de labore suo
10 vidi adflictionem quam dedit Deus filiis hominum ut distendantur in ea
11 cuncta fecit bona in tempore suo et mundum tradidit disputationi eorum ut non inveniat homo opus quod operatus est Deus ab initio usque ad finem

12 et cognovi quod non esset melius nisi laetari et facere bene in vita sua
13 omnis enim homo qui comedit et bibit et videt bonum de labore suo hoc donum Dei est
14 didici quod omnia opera quae fecit Deus perseverent in perpetuum non possumus eis quicquam addere nec auferre quae fecit Deus ut timeatur
15 quod factum est ipsum permanet quae futura sunt iam fuerunt et Deus instaurat quod abiit


domingo, 14 de septiembre de 2014

Localización de los Centros Espirituales; por René Guénon

       
      Capítulo XI de El Rey del Mundo -Le Roy du Monde-, 1927.

En lo que precede, hemos dejado casi enteramente de lado la cuestión de la localización efectiva de la «región suprema», cuestión muy compleja, y por lo demás completamente secundaria desde el punto de vista en que hemos querido colocarnos. Parece que haya lugar a considerar varias localizaciones sucesivas, correspondientes a diferentes ciclos, subdivisiones de otro ciclo más extenso que es el Manvantara; por lo demás, si se considera el conjunto de éste poniéndose en cierto modo fuera del tiempo, habría que considerar un orden jerárquico entre estas localizaciones, orden que corresponde a la constitución de formas tradicionales que no son en suma más que adaptaciones de la tradición principal y primordial que domina todo el Manvantara. Por otra parte, recordaremos todavía una vez más que puede también haber simultáneamente, además del centro principal, varios centros que se vinculan a él y que son como otras tantas imágenes suyas, lo que es una fuente de confusiones bastante fáciles de cometer, tanto más cuanto que estos centros secundarios, al ser más exteriores, son por eso mismo más visibles que el centro supremo [1].

Sobre este último punto, ya hemos hecho notar en particular la similitud de Lhassa, centro del Lamaísmo, con el Agarttha; agregaremos ahora que, incluso en Occidente, se conocen todavía al menos dos ciudades cuya disposición topográfica presenta particularidades que, en el origen, han tenido una razón de ser semejante: Roma y Jerusalén (y ya hemos visto más atrás que esta última era efectivamente una imagen visible de la misteriosa Salem de Melki-Tsedeq). En efecto, así como ya lo hemos indicado más atrás, había en la antigüedad lo que se podría llamar una geografía sagrada, o sacerdotal, y la posición de las ciudades y de los templos no era arbitraria, sino determinada según leyes muy precisas [2]; por esta observación se pueden presentir los lazos que unían el «arte sacerdotal» y el «arte real» al arte de los constructores [3], así como las razones por las que las antiguas corporaciones estaban en posesión de una verdadera tradición iniciática [4]. Por lo demás, entre la fundación de una ciudad y la constitución de una doctrina (o de una nueva forma tradicional, por adaptación a condiciones definidas de tiempo y de lugar), había una relación tal que la primera era frecuentemente tomada para simbolizar a la segunda [5]. Naturalmente, se debía recurrir a precauciones especiales cuando se trataba de fijar el emplazamiento de una ciudad que estaba destinada a devenir, bajo una relación u otra, la metrópoli de toda una parte del mundo; y los nombres de las ciudades, así como lo que se refiere a las circunstancias de su fundación, merecerían ser examinados cuidadosamente bajo este punto de vista [6].

Sin extendernos sobre estas consideraciones que no se refieren más que indirectamente a nuestro tema, diremos también que un centro del género de aquellos de los que acabamos de hablar existía en Creta en la época prehelénica [7], y que parece que Egipto haya contado con varios de ellos, probablemente fundados en épocas sucesivas, como Menfis y Thebas [8]. El nombre de esta última ciudad, que fue también el de una ciudad griega, debe retener más particularmente nuestra atención, como designación de centros espirituales, en razón de su identidad manifiesta con el de la Thebah hebraica, es decir, con el del Arca del diluvio. Éste es también una representación del centro supremo, considerado especialmente en tanto que asegura la conservación de la tradición, en el estado de repliegue en cierto modo [9], en el periodo transitorio que es como el intervalo de dos ciclos y que está marcado por un cataclismo cósmico que destruye el estado anterior del mundo para hacer lugar a un estado nuevo [10]. El papel del Noah bíblico [11] es semejante al que desempeña en la tradición hindú Satyavrata, que deviene después, bajo el nombre de Vaivaswasta, el Manu actual; pero hay que destacar que, mientras que esta última tradición se refiera así al comienzo del presente Manvantara, el diluvio bíblico marca solo el comienzo de otro ciclo más restringido, comprendido en el interior de este mismo Manvantara [12]; no se trata del mismo acontecimiento, sino solo de dos acontecimientos análogos entre ellos [13].

Lo que es también muy digno de ser notado aquí, es la relación que existe entre el simbolismo del Arca y el del arcoiris, relación que está sugerida, en el texto bíblico, por la aparición de este último después del diluvio, como signo de la alianza entre Dios y las criaturas terrestres [14]. El Arca, durante el cataclismo, flota sobre el Océano de las aguas inferiores; el arcoiris, en el momento que marca el restablecimiento del orden y la renovación de todas las cosas, aparece «en la nube», es decir, en la región de las aguas superiores. Por consiguiente, se trata de una relación de analogía en el sentido más estricto de esta palabra, es decir, que las dos figuras son inversas y complementarias la una de la otra: la convexidad del Arca está vuelta hacia abajo, la del arcoiris hacia arriba, y su reunión forma una figura circular o cíclica completa, figura de la que son como las dos mitades [15]. Esta figura estaba en efecto completa en el comienzo del ciclo: es la sección vertical de una esfera cuya sección horizontal es representada por el recinto circular del Paraíso terrestre [16]; y éste está dividido por una cruz que forman los cuatro ríos salidos de la «montaña polar» [17]. La reconstitución debe operarse al final del mismo ciclo; pero entonces, en la figura de la Jerusalén celeste, el círculo está reemplazado por un cuadrado [18], y esto indica la realización de lo que los hermetistas designaban simbólicamente como la «cuadratura del círculo»: la esfera, que representa el desarrollo de las posibilidades por la expansión del punto primordial y central, se transforma en un cubo cuando este desarrollo está acabado y cuando se alcanza el equilibrio final para el ciclo considerado [19].

Notas:
[1] Según la expresión que Saint-Yves toma al simbolismo del Tarot, el centro supremo es, entre los demás centros, como «el cero cerrado de los veintidós arcanos».
[2] El Timeo de Platón parece contener, bajo una forma velada, algunas alusiones a la ciencia de que se trata.
[3] Se recordará aquí lo que hemos dicho del título de Pontifex; por otra parte, la expresión de «arte real» ha sido conservada por la Masonería moderna.
[4] En los Romanos, Janus era a la vez el dios de la iniciación a los Misterios y el de las corporaciones de artesanos (Collegia fabrorum); hay en esta doble atribución un hecho particularmente significativo.
[5] Citaremos como ejemplo el símbolo de Anfión al construir los muros de Thebas con los sonidos de su lyra; se verá enseguida lo que indica el nombre de esta ciudad de Thebas. Se sabe cuánta importancia tenía la lyra en el Orfismo y el Pitagorismo; hay que indicar que, en la tradición china, se trata frecuentemente de instrumentos de música que desempeñan un papel similar, y es evidente que lo que se dice de ellos debe entenderse simbólicamente.
[6] En lo que concierne a los nombres, se habrán podido encontrar algunos ejemplos en lo que precede, concretamente para aquellos que se vinculan a la idea de blancura, y vamos a indicar todavía algunos otros. Habría que decir mucho también sobre los objetos sagrados a los cuales estaban ligadas, en algunos casos, el poder y la conservación misma de la ciudad: tal era el legendario Palladium de Troya; tales eran también, en Roma, los escudos de los Salios (de los que se decía que habían sido tallados en un aerolito de los tiempos de Numa; el Colegio de los Salios se componía de doce miembros); estos objetos eran soportes de «influencias espirituales» como el Arca de la Alianza en los hebreos.
[7] El nombre de Minos es por sí mismo una indicación suficiente a este respecto, como el de Ménès en lo que concierne a Egipto; remitimos también, en cuanto a Roma, a lo que hemos dicho de Numa, y recordaremos la significación del de Shlomoh para Jerusalem. — A propósito de Creta, señalamos de pasada el uso del Laberinto, como símbolo característico, por los constructores de la edad media; lo más curioso  es que el recorrido del Laberinto trazado sobre el enlosado de algunas iglesias era considerado como reemplazando al peregrinaje a Tierra Santa para aquellos que no podían cumplirlo.
[8] Se ha visto también que Delfos había desempeñado este papel para Grecia; su nombre evoca el del delfín, cuyo simbolismo es muy importante. — Otro nombre destacable es Babilonia: Bab-Ilu significa «puerta del Cielo», lo que es una de las cualificaciones aplicadas por Jacob a Luz; por lo demás, puede tener también el sentido de «casa de Dios», como Beith-El; pero deviene sinónimo de «confusión» (Babel) cuando se pierde la tradición: es entonces la inversión del símbolo, la Janua Inferni que toma el lugar de la Janua Coeli.
[9] Este estado es asimilable al que representa para el comienzo de un ciclo el «Huevo del Mundo», que contiene en germen todas las posibilidades que se desarrollarán en el curso del ciclo; el Arca contiene del mismo modo todos los elementos que servirán a la restauración del mundo, y que son así los gérmenes de su estado futuro.
[10] Es también una de las funciones del «Pontificado» asegurar el paso o la transmisión tradicional de un ciclo a otro; la construcción del Arca tiene aquí el mismo sentido que la de un puente simbólico, ya que ambos están destinados igualmente a permitir el «paso de las aguas», que tiene por lo demás significaciones múltiples.
[11] Se observará también que Noé es designado como habiendo sido el primero que plantó la viña (Génesis, IX, 20), hecho que hay que aproximar a lo que hemos dicho más atrás sobre la significación simbólica del vino y su papel en los ritos iniciáticos, a propósito del sacrificio de Melquisedek.
[12] Una de las significaciones históricas del diluvio bíblico puede ser aproximada al cataclismo en el que desapareció la Atlántida.
[13] La misma observación se aplica naturalmente a todas las tradiciones diluvianas que se encuentran en un gran número de pueblos; las hay que conciernen a ciclos todavía más particulares, y es concretamente el caso, en los griegos, de los diluvios de Deucalion y de Ogygès.
[14] Génesis IX, 12-17.
[15] Estas dos mitades corresponden a las del «Huevo del Mundo» como las «aguas superiores» y las «aguas inferiores» mismas; durante el periodo de trastorno, la mitad superior ha devenido invisible, y es en la mitad inferior donde se produce entonces lo que Fabre d´Olivet denomina el «amontonamiento de las especies». — Las dos figuras complementarias en cuestión, bajo un cierto punto de vista, pueden ser asimiladas también a dos crecientes lunares vueltos en sentido inverso (siendo uno como el reflejo del otro y su simétrico en relación a la línea de separación de las aguas), lo que se refiere al simbolismo de Janus, uno de cuyos emblemas es el navío. Se observará también que hay una suerte de equivalencia simbólica entre el creciente, la copa y el navío, y que la palabra «bajel» sirve para designar a la vez a estas dos últimas (el «Santo Bajel» es una de las denominaciones más habituales del Grial en la edad media).
[16] Esta esfera es también el «Huevo del Mundo»; el Paraíso terrestre se encuentra en el plano que le divide en sus dos mitades superior e inferior, es decir, en el límite del Cielo y de la Tierra.
[17] Los kabbalistas hacen corresponder a estos cuatro ríos las cuatro letras que forman en hebreo la palabra Pardés; ya hemos señalado en otra parte su relación analógica con los cuatro ríos de los Infiernos (Ver El Esoterismo de Dante, ed. francesa de 1957, p. 63).
[18] Este reemplazo corresponde al del simbolismo vegetal por el simbolismo mineral, reemplazo cuya significación ya hemos indicado en otra parte (El Esoterismo de Dante, ed. francesa de 1957, p. 67). — Las doce puertas de la Jerusalem celeste corresponden naturalmente a los doce signos del Zodiaco, así como a las doce tribus de Israel; así pues, se trata de una transformación del ciclo zodiacal, consecutiva a la detención de la rotación del mundo y a su fijación en un estado final que es la restauración del estado primordial, cuando esté acabada la manifestación sucesiva de las posibilidades que éste contenía.
El «Arbol de la Vida», que estaba en el centro del Paraíso terrestre, está igualmente en el centro de la Jerusalem celeste, y aquí tiene doce frutos; éstos presentan una cierta similitud con los doce Adityas, como el «Árbol de la Vida» mismo la tiene con Aditi, la esencia única e indivisible de la que han salido.
[19] Se podría decir que la esfera y el cubo corresponden aquí respectivamente a los dos puntos de vista dinámico y estático; las seis caras del cubo están orientadas según las tres dimensiones del espacio, como los seis brazos de la cruz trazada a partir del centro de la esfera. — En lo que concierne al cubo, será fácil hacer una aproximación con el símbolo masónico de la «piedra cúbica», que se refiere igualmente a la idea de acabado y de perfección, es decir, a la realización de la plenitud de las posibilidades implicadas en un cierto estado.



sábado, 13 de septiembre de 2014

El Centro Supremo Oculto durante el "Kaly-Yuga"; por René Guénon.

Capítulo VIII de El Rey del Mundo (Le Roy du Monde) - 1927.

El Agarttha, se dice en efecto, no siempre fue subterráneo, y no lo permanecerá siempre; vendrá un tiempo donde, según las palabras contadas por M. Ossendowski, «los pueblos de Agharti saldrán de sus cavernas y aparecerán sobre la superficie de la tierra» [1]. Antes de su desaparición del mundo visible, este centro llevaba otro nombre, ya que el de Agarttha, que significa «inaprehensible» o «inaccesible» (y también «inviolable», ya que es la «morada de la Paz», Salem), no le habría convenido entonces; M. Ossendowski precisa que ha devenido subterráneo «hace más de seis mil años», y se encuentra que esta fecha corresponde, con una aproximación muy suficiente, al comienzo del Kali-Yuga o «edad negra», la «edad de hierro» de los antiguos occidentales, el último de los cuatro periodos en los cuales se divide el Manvantara [2]; su reaparición debe coincidir con el fin del mismo periodo.

Hemos hablado más atrás de las alusiones hechas por todas las tradiciones a algo que se ha perdido o que se ha ocultado, y que se representa bajo símbolos diversos; esto, cuando se lo toma en su sentido general, el que concierne a todo el conjunto de la humanidad terrestre, se refiere precisamente a las condiciones del Kali-Yuga. Así pues, el periodo actual es un periodo de oscurecimiento y de confusión [3]; sus condiciones son tales, que mientras que persistan, el conocimiento iniciático debe necesariamente permanecer oculto, de donde el carácter de los «Misterios» de la antigüedad llamada «histórica» (que ni siquiera se remonta hasta el comienzo de este periodo) [4] y de las organizaciones secretas de todos los pueblos: organizaciones que dan una iniciación efectiva allí donde subsiste todavía una verdadera doctrina tradicional, pero que ya no ofrecen más que su sombra cuando el espíritu de esa doctrina ha cesado de vivificar los símbolos que no son más que su representación exterior, y eso porque, por razones diversas, todo lazo consciente con el centro espiritual del mundo ha acabado por ser roto, lo que es el sentido más particular de la pérdida de la tradición, el que concierne especialmente a tal o a cual centro secundario, que haya cesado de estar en relación directa y efectiva con el centro supremo.

Así pues, como ya lo hemos dicho precedentemente, se debe hablar de algo que está ocultado más bien que verdaderamente perdido, puesto que no está perdido para todos y puesto que algunos lo poseen todavía integralmente; y, si ello es así, otros tienen siempre la posibilidad de reencontrarlo, siempre que lo busquen como conviene, es decir, que su intención sea dirigida de tal suerte que, por las vibraciones armónicas que despierte según la ley de las «acciones y reacciones concordantes» [5], pueda ponerles en comunicación espiritual efectiva con el centro supremo[6]. Por lo demás, esta dirección de la intención tiene, en todas las formas tradicionales, su representación simbólica; queremos hablar de la orientación ritual: ésta, en efecto, es propiamente la dirección hacia un centro espiritual, que, cualquiera que éste sea, es siempre una imagen del verdadero «Centro del Mundo» [7]. Pero, a medida que se avanza en el Kali-Yuga, la unión con este centro, cada vez más cerrado y ocultado, deviene más difícil, al mismo tiempo que devienen más raros los centros secundarios que le representan exteriormente [8]; y no obstante, cuando acabe este periodo, la tradición deberá ser manifestada de nuevo en su integridad, puesto que el comienzo de cada Manvantara, al coincidir con el fin del precedente, implica necesariamente, para la humanidad terrestre, el retorno al «estado primordial» [9].

En Europa, todo lazo establecido conscientemente con el centro por medio de organizaciones regulares está actualmente roto, y ello es así desde hace ya varios siglos; por otra parte, esta ruptura no se ha cumplido de un solo golpe, sino en varias fases sucesivas [10]. La primera de estas fases se remonta al comienzo del siglo XIV; lo que ya hemos dicho en otra parte de las Órdenes de caballería puede hacer comprender que una de sus funciones principales era asegurar una comunicación entre Oriente y Occidente, comunicación cuyo verdadero alcance es posible aprehender si se precisa que el centro del que hablamos aquí ha sido descrito siempre, al menos en lo que concierne a los tiempos «históricos», como estando situado en la parte de Oriente. No obstante, después de la destrucción de la Orden del Temple, el Rosacrucianismo, o aquello a lo que se debía dar este nombre después, continuó asegurando el mismo lazo, aunque de una manera más disimulada [11]. El Renacimiento y la Reforma marcaron una nueva fase crítica, y finalmente, según lo que parece indicar Saint-Yves, la ruptura completa habría coincidido con los tratados de Westfalia que, en 1648, terminaron la guerra de los Treinta Años. Ahora bien, es sorprendente que varios autores hayan afirmado precisamente, que, poco después de la guerra de los Treinta Años, los verdaderos Rosa-Cruz abandonaron Europa para retirarse a Asia; y recordaremos, a este propósito, que los Adeptos rosacrucianos eran en número de doce, como los miembros del círculo más interior del Agarttha, y conformemente a la constitución común a tantos centros espirituales formados a la imagen de ese centro supremo.

A partir de esta última época, el depósito del conocimiento iniciático efectivo ya no es guardado realmente por ninguna organización occidental; así, Swedenborg declaraba que en adelante es entre los Sabios del Tíbet y de la Tartaria donde sería menester buscar la «Palabra perdida»; y, por su lado, Anne-Catherine Emmerich tuvo la visión de un lugar misterioso que llamaba la «Montaña de los Profetas» y que se situaba en las mismas regiones. Agregaremos que es de las informaciones fragmentarias que Mme Blavatsky pudo recopilar sobre este tema, sin comprender por lo demás su verdadera significación, de donde nació en ella la idea de la «Gran Logia Blanca», a la que podríamos llamar, no ya una imagen, sino simplemente una caricatura o una parodia imaginaria del Agarttha[12].




Ps. LXXXIV, 11. 14



Notas:
[1] Estas palabras son aquellas por las cuales se termina una profecía que el «Rey del Mundo» habría hecho en 1890, cuando apareció en el monasterio de Narabanchi.
[2] El Manvantara o era de un Manu, llamado también Mahâ-Yuga, comprende cuatro Yugas o periodos secundarios: Krita-Yuga (o Satya-Yuga), Trêtâ-Yuga, Dwâpara-Yuga y Kali-Yuga, que se identifican respectivamente a la «edad de oro», a la «edad de plata», a la «edad de bronce» y a la «edad de hierro» de la antigüedad grecolatina. En la sucesión de estos periodos, hay una suerte de materialización progresiva, que resulta del alejamiento del Principio que acompaña necesariamente al desarrollo de la manifestación cíclica, en el mundo corporal, a partir del «estado primordial».
[3] El comienzo de esta edad esta representado concretamente, en el simbolismo bíblico, por la Torre de Babel y la «confusión de las lenguas». Se podría pensar bastante lógicamente que la caída y el diluvio corresponderían al final de las dos primeras edades; pero, en realidad, el punto de partida de la tradición hebraica no coincide con el comienzo del Manvantara. Es menester no olvidar que las leyes cíclicas son aplicables a grados diferentes, para periodos que no tienen la misma extensión, y que a veces se solapan los unos a los otros, de ahí las complicaciones que, a primera vista, pueden parecer inextricables, y que no es efectivamente posible resolver más que por la consideración del orden de subordinación jerárquica de los centros tradicionales correspondientes.
[4] No parece que se haya destacado nunca como convendría la imposibilidad casi general en que se encuentran los historiadores para establecer una cronología cierta para todo lo que es anterior al siglo VI antes de la era Cristiana.
[5] Esta expresión está tomada a la doctrina taoísta; por otra parte, tomamos aquí la palabra «intención» en un sentido que es exactamente el del árabe niyah, que se traduce habitualmente así, y este sentido es por lo demás conforme a la etimología latina (de in-tendere, tender hacia).
[6] Lo que acabamos de decir permite interpretar en un sentido muy preciso estas palabras del Evangelio: «Buscad y encontraréis; pedid y recibiréis; llamad y se os abrirá». — Aquí uno deberá remitirse naturalmente a las indicaciones que ya hemos dado a propósito de la «intención recta» y de la «buena voluntad»; y con eso se podrá completar sin esfuerzo la explicación de esta fórmula: Pax in terra hominibus bonae voluntatis.
[7] En el Islam, esta orientación (qiblah) es como la materialización, si se puede expresar así, de la intención (niyah). La orientación de las iglesias cristianas es otro caso particular que se refiere esencialmente  a la misma idea.
[8] No se trata, bien entendido, más que de una exterioridad relativa, puesto que estos centros secundarios están ellos mismos más o menos estrictamente cerrados desde el comienzo del Kali-Yuga.
[9] Es la manifestación de la Jerusalem celeste, que es, en relación al ciclo que acaba, lo mismo que el Paraíso terrestre en relación al ciclo que comienza, así como lo hemos explicado en El Esoterismo de Dante.
[10] De igual modo, bajo otro punto de vista más extenso, hay para la humanidad grados en el alejamiento del centro primordial, y es a estos grados a los que corresponde la distinción de los diferentes Yugas.
[11] Sobre este punto todavía, estamos obligados a remitir a nuestro estudio sobre El Esoterismo de Dante, donde hemos dado todas las indicaciones que permiten justificar esta aserción.
[12] Aquellos que comprendan las consideraciones que exponemos aquí verán por eso mismo por qué nos es imposible tomar en serio las múltiples organizaciones pseudo-iniciáticas que han visto la luz en el Occidente contemporáneo: no hay ninguna de ellas que, sometida a un examen algo riguroso, pueda proporcionar la menor prueba de «regularidad».