domingo, 4 de noviembre de 2012

Fragmentos de los Stromata; por San Clemente de Alejandría

     Los pozos de los que se saca el agua con frecuencia, la tienen más limpia; en cambio, de los que no se saca nada, se pudre. También el hierro conserva el brillo con el uso; sin embargo, la herrumbre es producida por el desuso. En términos generales, pues, el ejercicio engendra la buena disposición tanto de las almas como de los cuerpos. Nadie enciende una lámpara y la coloca debajo de un celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a los que han sido dignos de participar del banquete común. ¿Para qué sirve, pues, una sabiduría que no hace sabio a quien es capaz de entenderla? El Salvador salva y continuamente actúa, como ve que hace el Padre. Cuando uno enseña es cuando más aprende, y al hablar uno se convierte muchas veces en oyente de su propio auditorio. En efecto, uno sólo es el Maestro, tanto del que habla como del que escucha; y uno solo es también el que hace brotar tanto la inteligencia como la palabra.

     De ahí que el Señor no prohibiera hacer el bien en sábado, sino que permitió participar de los misterios divino y de aquella luz santa a quienes pudieron comprender. Y tampoco el Señor reveló a la mayoría lo que no estaba al alcance de todos, sino a unos pocos, a aquellos a quienes Él sabía que convenía, ya que podían entender y configurarse con aquellas cosas. Por eso los misterios, como Dios mismo, se confían a la palabra y no a los escritos. Si alguno dijere que está escrito nada hay oculto que no llegue a descubrirse, ni secreto que no venga a conocerse, nosotros le diremos que el Logos ha profetizado con esa sentencia que lo secreto será revelado a quien los escucha secretamente, y que le serán manifestadas las cosas ocultas a quien sea capaz de recibir la tradición veladamente, y que lo que está oculto para la mayoría será manifiesto para unos pocos. ¿Por qué no todos conocen la verdad? ¿Por qué no es amada la justicia, si es patrimonio común de todos? No obstante, los misterios se transmiten misteriosamente, para que estén en la boca del que habla y en la del que escucha; o mejor aún, no en la facultad de hablar sino en la inteligencia. Dios mismo concedió a la Iglesia apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros para el perfeccionamiento de los santos, en orden a la realización del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo. (Stromata I, 12.2-13.4)

    Ahora bien, la verdad es una (y la mentira posee un sinnúmero de caras); al igual que las Bacantes que devoraron los miembros de Penteo, así también las escuelas filosóficas, la bárbara como la griega recibieron una parte de cada una, aunque se gloríen de poseer toda la verdad. Y es que, me parece a mí, todo se ilumina con la salida de la Luz. En efecto, se puede demostrar que todos juntos, griegos y bárbaros, en cuanto que aspiran a la verdad, han participado del Logos verdadero, unos en no pequeña medida, otros en cambio parcialmente, según el caso. La eternidad contiene en sí misma y en un instante el pasado, el presente y el futuro; sin embargo, la verdad es más capaz de reunir sus propias semillas que la eternidad, aunque estén sembradas en tierra extranjera. [...] También en el universo las partes todas, aunque difieran unas de otras, conservan entre sí una relación respecto del todo. Así también, tanto la filosofía bárbara como la griega constituyen un fragmento de la verdad eterna, no la del mito de Dionisio, sino de la teología del eterno Logos. Mas quien reúne de nuevo lo que se ha diseminado y reconstruye la unidad para contemplar con seguridad al Logos, a la Verdad. (Stromata I, 57.2.6)

    Una primer cambio provechoso de la gentilidad a la fe, y un segundo [cambio provechoso] de la fe al conocimiento; este [...] une [...] el amigo al Amigo, quien conoce a lo que conoce [...] y el conocimiento es transmitido a un reducido número a partir de los Apóstoles por medio de la sucesión de los Maestros y sin escritura. (Stromata VIII, 10 y Stromata VII, 61)



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