miércoles, 27 de enero de 2010

El iniciado y la tentación del sueño; por Renato de Lucis

Tomado de:
http://www.tradizioneiniziatica.org/


El del sueño y de los peligros espirituales que representa, es uno de los primeros simbolismos que es dado encontrar en la vida, antes quizá que los simbolismos religiosos en sentido propio. En las fábulas de “Blancanieves” y de la “Bella durmiente del bosque” convertidas en patrimonio común del imaginario de la humanidad a través de la reelaboración cinematográfica de Walt Disney, las heroínas caen adormecidas por la acción de una potencia oscura representada por la bruja malvada, y regresan a la vida por la de una potencia luminosa, representada por el príncipe. Las fábulas, como los cuentos del folklore popular, no son creaciones espontáneas de algunos individuos o de ciertas colectividades, sino que constituyen la supervivencia última de datos tradicionales muy complejos y antiguos, y en eso, como en los significados profundos que celan, bien poco tienen de popular.

En los mitos clásicos y preclásicos, la de la resistencia al sueño es una de las más difíciles pruebas que el iniciado debe superar en su lucha por la conquista de la inmortalidad, una prueba que con frecuencia da en fracaso. Así, Ulises, de regreso de la isla del señor de los vientos, Eolo, como consecuencia de haberse dormido precisamente a la vista de Ítaca, se pierde de nuevo en un peligroso vagar[1]; así, en el mito asirio-babilónico de Gilgamesh el héroe, en su búsqueda de la inmortalidad, arriba a presencia del inmortal Utnapishtim. Es entonces sometido a una prueba consistente en resistir al sueño por seis días y siete noches pero falla: “apenas sentose en el suelo con la cabeza entre las rodillas y el sueño descendió sobre él como un velo de niebla. / Utnapishtim habló entonces a ella, a su mujer: “Mira el gran hombre, que busca la vida, el sueño ha descendido sobre él como un velo de niebla”[2].

Cristo encuentra dormitando a los discípulos a quienes había exhortado a velar con él en el huerto de Getsemaní y así les reprochará “¿Así que no habéis podido velar una hora conmigo?”(Mateo 26, 41). Más allá de la utilización religioso-exotérica que de él se ha hecho, es evidente el alcance esotérico del episodio. Por lo demás, según la tradición islámica, el Cristianismo en el origen no era una religión para todos, como ha devenido luego en Occidente, sino una escuela iniciática para la élite hebrea.

En el ciclo artúrico, el sabio Merlín, tras haberse enamorado de Viviana y haberla enseñado irreflexivamente sus propios secretos mágicos, es adormecido por ella y recluido en una gruta encantada o, según otras versiones del mito, en una encina hueca[3]. En los mitos de la Tabla Redonda Merlín representa el Hombre Primordial espiritual -el Purusha de la tradición hindú- que tiene en sí mismo la sabiduría universal y el control sobre la totalidad de la manifestación cósmica, y que, en una determinada fase del desarrollo cosmológico, se individualiza y “cae”, es decir, se pierde en el aspecto pasivo y substancial o, en términos modernos, “material”, de la manifestación cósmica, a la cual termina por estar sometido. Viviana representa la substancia que soporta la manifestación cósmica- la prakriti de la tradición hindú, que es idéntica a la Hyle de Aristóteles y a la Cora (la muchacha) de Platón- en su aspecto mágico-seductor de Mâyâ-Prakriti[4]. No por causalidad Viviana no es sino la Dama del Lago, la poderosa hada cuya mágica morada nos remite al simbolismo de las aguas. La caída del Hombre Primordial es posible sólo en el aspecto exterior de manifestación en lo múltiple, como tal plural y contingente, no en su realidad eterna, situada en la unidad más allá de todo cambio, y por ello sustraída a toda decadencia. Esto debería dar puntos de reflexión sobre el simbolismo Hirámico del Hombre Primordial, como está presente en el grado de Maestro de los rituales masónicos.

En la existencia cósmica, los hombres individualizados no son más que aspectos dispersos y plurales del hombre primordial caído y desmembrado –como el Purusha de la tradición hindú y Dionisio-Zagreo en la de la Grecia antigua y como tal adormecido y recluido en la cárcel del aspecto substancial, o “material”, de la manifestación cósmica. La operación iniciática del despertar es la de “reunir lo que está disperso”, o sea, concentrar en su solo punto todas las potencias del ser unificándolas[5].

En todas las tradiciones iniciáticas, la condición de consciencia ordinaria del hombre es parangonada con la de aquel que duerme y sueña y, soñando, intercambia la realidad por los aspectos ilusorios del sueño. El esfuerzo del iniciado debería ser el despertarse del sueño de la consciencia ordinaria, para poder finalmente ver la realidad, no como parece en el sueño, sino como es.

El iniciado que se encuentra viviendo en el mundo contemporáneo debe afrontar, como primeros obstáculos que se oponen a su despertar, no hadas seductoras o temibles entidades monstruosas, sino algo mucho más poderoso y temible: el ambiente, con sus condiciones de vida material, con sus reglas sociales opresivas, con relaciones humanas estrictamente vinculantes y falsificadas, impuestas por lazos familiares desacralizados y con un trabajo profano hecho en adelante sólo de asuntos artificiales y muy frecuentemente caracterizadas por un absurdo mecanicismo. El ambiente impone sus propios condicionamientos, además de imponer reglas férreas de supervivencia material, a las cuales pocos pueden escapar, y también a través de su poder de sugestión e ilusión, verdadero y propio poder hipnótico que hace aparecer como aceptable, e incluso como fuertemente deseable, aquello que en realidad no lo es en absoluto.

Lograr comprender la realidad del ambiente como lo que efectivamente es, con sus restricciones unas veces amenazantes y otras veces enmascaradas como fantasmagóricas ilusiones, es la tarea más difícil que se presenta ante el iniciado, o, más generalmente, a cualquiera que advierta la necesidad de recorrer una vía de liberación espiritual. Una tarea así constituye un verdadero y propio trabajo de Hércules, que sólo poquísimos consiguen cumplir hasta el fondo, poniendo así al menos las premisas para pasar del sueño y de los sueños de la condición profana ordinaria a la del real y completo estado de vigilia de la realización iniciática.


Notas:
[1] Homero, Odisea – libro X.
[2] La saga di Gilgamesh, pag. 224, Rusconi, Milano, 1992.
[3] Cfr. Norma Lorre Goodrich, Il mito di Merlino – pag. 203-209, Rusconi, Milano.
[4] Cfr. Dominique Viseux, L’iniziazione cavalleresca nella leggenda di Re Artù, pag.41, Mediterranee, Roma.
[5] Cfr. René Guénon, L’uomo e il suo divenire secondo il Vedanta, pag. 156, Adelphi, Milano.

Imagen: La bella durmiente del bosque o La Alquimia reposando de Louis Cattiaux. Lienzo 73 x 101 - 1941 - Bélgica, col. privada.

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