domingo, 23 de junio de 2019

Juvenilitas y caballería en el Islam iranio; por Henry Corbin.



«… trabajaréis en lo sucesivo con la espada en una mano y la paleta en la otra.»
Caballero de Oriente, III Orden del Rito Francés.

«La diosa, después de darle la bienvenida, lo primero que hace es llamar a Parménides, «joven»; en griego la palabra es «kouros». Un kouros es un hombre joven, un chico, un hijo, un niño. El kouros, más que ningún otro, era el héroe. Sólo como kouros los iniciados pueden superar la prueba del viaje al más allá, tal como hace Parménides.»
En los oscuros lugares del saber. Peter Kingsley.



Juvenilitas y caballería en el Islam iranio [1].

[…]

Esta palabra (fotowwat, javânmardi) implica a la vez las ideas de juvenilitas y caballería. La palabra persa javânmardi y su equivalente árabe fotowwat designan una forma de vida que se ha manifestado en vastas regiones de la civilización islámica, pero que, en cualquier lugar que se la encuentre, lleva siempre de forma clara la impronta shíita irania, por los motivos que a continuación explicaremos. La fotowwat, de la que puede afirmarse que es la categoría ética por excelencia, otorga un sentido espiritual a toda asociación humana, al hecho mismo del compagnonnage; fue la idea de fotowwat la que inspiró la organización de las corporaciones de oficio u otras análogas que se multiplicaron en el mundo islámico.

Resulta paradójico que hayan sido sobre todo las formas de compagnonnage en el mundo turco las más estudiadas, pues hay que recordar que todo el mundo está de acuerdo en buscar los orígenes dela javânmardi no sólo en el mundo espiritual iranio shiíta, sino incluso, más allá de él, en el Irán preislámico, es decir, en el mundo zoroastriano. Esta paradoja se explica por la situación geográfica: Persia estaba muy lejos antes de la era de la aviación; además, los orientalistas han estudiado en primer lugar los países del entorno mediterráneo. A consecuencia de ello, los primeros estudios relativos al fenómeno de la fotowwat se relacionaban con el mundo turco, es decir, con el antiguo imperio otomano, claro está, pues todo ello ha desaparecido de la Turquía kemalista.

En Irán, donde nace en el seno del sufismo, la idea de fotowwat da forma y estructura a las asociaciones de oficios. Esta idea impregnó todas las actividades de la vida con un sentimiento de servicio caballeresco que implicaba comportamiento ritual, iniciación, grado, pacto de fraternidad, secreto, etc. Un bueno ejemplo de ello nos lo proporciona un tratado cuya edición en la «Bibliotèque Iranienne» [2] está siendo preparada por uno de mis jóvenes colaboradores iraníes. Se trata de un ritual de iniciación de los «estampadores de telas» (tchîtsâzân). El texto, en un persa muy hermoso, comprende una treintena de páginas de preguntas y respuestas. Su extremado interés radica en que se interroga al recipiendario no sólo sobre los ancestros de la corporación, sino también sobre todo el simbolismo de los objetos utilizados para estampar las telas, los gestos realizados, las figuras que se imprimen, etc. Todo ello se convierte en otros tantos actos litúrgicos [3].

El otoño último hablé con el decano de la Facultad de Letras de la Universidad de Ispahán acerca de la maravillosa mezquita real, con sus inmensas superficies cubiertas de azulejos esmaltados en azul. El decano me dijo: «Puede usted estar seguro de que una mezquita así sólo es concebible como obra de los caballeros constructores». Lo mismo sucede con nuestras catedrales. Puede establecerse una comparación con el fenómeno correspondiente en Occidente, con la «Orden de los compañeros del Santo Deber de Dios», y con todos aquellos a los que todavía llamamos en Francia los Compagnons du Tour de France. Sería una bella empresa establecer el contacto histórico, primero, y quizá renovar a continuación el vínculo desvanecido desde hace siglos. Empresa difícil, pues ante el impacto occidental estas cosas tienen tendencia a entrar en un esoterismo cada vez más cerrado. Todavía estos últimos años se han construido soberbias mezquitas tradicionales en Irán. Los arquitectos conservan el secreto, pero toda tentativa, incluso por parte de los iraníes, de obtener de ellos un texto, o incluso simplemente algunas palabras, se enfrenta a una disciplina del arcano, a un sentido de la discreción, que nos desalienta a los investigadores.

[…]

En cuanto a la palabra misma, no podríamos realmente explicarla sin traer a colación eo ipso la esencia de aquello que designa. Como lo precisa en detalle nuestro autor, apoyándose en numerosas citas, la palabra árabe fatâ tiene como equivalente persa la palabra javân. Se reconoce en ésta una palabra indo-europea de la misma raíz que el latín juvenis. Cuando se dice en persa mard-e javân, se está aludiendo a una persona joven, de entre 16 y 30 años, aproximadamente.

El árabe fotowwat tiene por equivalente persa javânî, que corresponde al latín juventus o juvenitas. Es ése el sentido literal, que se relaciona con la edad física. Pero en su sentido técnico – y tenemos aquí la posibilidad de que el sentido técnico sea el sentido espiritual – la palabra designa una juventud sobre la que el tiempo no tiene poder ninguno, pues ella misma supone precisamente una victoria sobre el tiempo y sus esclerosis. La palabra se relaciona entonces con la juvenilitas propia de los seres espirituales, designando las cualidades que evoca la idea de juventud. La encontramos al final del camino del místico, es decir, del peregrino, del sâlik, término que traduce exactamente lo que designamos en Occidente como homo viator, el peregrino, el viajero. El peregrino, tras haberse liberado progresivamente, en el curso de su viaje interior, de los lazos y pasiones del alma carnal, llega a la estación del corazón, es decir, del hombre interior, del hombre verdadero. Accede entonces a la morada de la juventud, manzal-e javânî, de una juventud que no se desvanece con el paso del tiempo.

Es este término el que vamos a encontrar como desenlace del conocimiento de sí, como final de la epopeya del caballero místico. Por eso, la palabra compuesta javânmarda, en árabe fatâ, designa a aquella persona en la que están actualizadas las perfecciones humanas y las energías espirituales, las fuerzas interiores del alma; a aquel, por tanto, que está en posesión de unas cualidades deslumbrantes, de unas costumbres ejemplares, que lo distinguen del común de los hombres. De ahí la solemnidad del vocativo ¡javân-mardâ! que se encuentra en los textos sufíes. El nombre abstracto, javânmardî, que es el equivalente del árabe fotowwat, designa así, con recurso al contraste que caracteriza toda la percepción irania del mundo, la manifestación de la Luz, de la naturaleza inicial del hombre, a la que se denomina fitrat, y al victoria de dicha Luz sobre las Tinieblas del alma carnal.

Ya aquí se anuncia el recuerdo del combate eterno de la Luz y las Tinieblas. Llegado a este punto, el hombre, curado de todos los vicios, posee todas las excelencias morales. Ésta es la juvenilitas esencial del hombre y lo que otorga su sentido a la caballería espiritual como conclusión del conocimiento de sí, de la posesión de sí. En su origen, el concepto, de caballería espiritual, de javânmardî, está pues ligado a la naturaleza inicial del hombre, fitrat, y al concepto específicamente shiíta de walâyat, que traduciré por «dilección divina» de que son objetos algunos elegidos. La walâyat es lo esotérico de la profecía; el término lleva implícita la idea de la iniciación espiritual con las que son investidos algunos seres amados de Dios.


Notas:

[1] El autor ha tratado todas las cuestiones estudiadas aquí en su obra En Islam iranien: aspects spirituels et philosophiques, Gallimard, París, 1971-1972, reed. 1991. Se dan ahí todas las referencias a los textos y a las fuentes utilizadas; dichas referencias no son producidas aquí. El lector interesado en profundizar en el tema puede remitirse a esta obra, especialmente al libro VII, vol. IV, que trata el tema de «El duodécimo Imam y la caballería espiritual».
[2] Traités des Compagnons-Chevaliers, Bibliothèque Iranienne, vol. 20, Adrien-Maisonneuve, París, 1973.
[3] Véase la introducción de este texto en «Introduction», op. cit., pp. 83-99.


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En Trois Cents ans de Franc-Maconnerie. Grande Loge Nationale Française. Les Soufisme au Carrefour de deux traditions: apercus sur l’initiation et l’Islam. Henry Corbin (1903 – 1978) et la tradition soufie – Thierry Zarcone.

Henry Corbin (1903 – 1978)

París, Estambul, Teherán.

Filósofo de formación y traductor del filósofo Martin Heidegger con el que se encuentra en 1934, Henry Corbin fue alumno del especialista en pensamiento medieval Étienne Gilson y del orientalista Louis Massignon. Su deseo de profundizar en la filosofía musulmana impone al joven Corbin, con solo 23 años de edad, el aprendizaje del árabe y del persa en la Escuela de lenguas orientales y de hacer el viaje a Oriente. Reside en el instituto francés de arqueología oriental de Estambul desde 1941 a 1945, en busca de manuscritos árabes y persas, en particular los del gnóstico Shihâb al-din Suhravardi, al cual consagrará varios artículos y obras. Escribirá más tarde: “con mi encuentro con Suhravardi mi destino espiritual para la travesía de este mundo estaba sellado”.

En la antigua capital del Imperio otomano, Corbin establece lazos de amistad con sufíes de la Orden bektachi. Después, su búsqueda científica le conduce a Irán. Colaborará largamente con los sabios iraníes y contribuirá a fundar una academia de filosofía en Teherán. Durante este tiempo, sucede a su maestro Louis Massignon en 1954, en la Escuela Práctica de Altos Estudios de la Sorbona. Al lado de M. Eliade, G. Scholem, G. Durand y A. Faivre, Corbin es un participante asiduo de los encuentros anuales del Circulo Eranos en Ascona, que reúne a los más grandes especialistas en espiritualidad. Por último, funda en 1974 la Universidad San Juan de Jerusalén que se presenta como un Centro internacional de investigación espiritual comparada (entre los miembros fundadores se encuentran G. Durand y A. Faivre).


A la búsqueda de la gnosis del Islam: el profesor Corbin.

Los estudios y las traducciones de Corbin iluminan el Islam y su tradición bajo un nuevo día; descubren la tradición gnóstica chií y en particular ismaelita. Corbin vuelve igualmente sobre el pensamiento de grandes sufíes de cultura sunní como Ibn ‘Arabî y Najim al-din Kubrâ. Aborda algunos otros temas precisos como el de la caballería espiritual musulmana (futuwwa), los ritos iniciáticos ismaelíes, la cuestión del templo en las tradiciones abrahámicas, los equivalentes chiíes del Grial o el estudio comparado de teósofos musulmanes y cristianos. Su “Historia de la filosofía islámica” (Gallimard) revoluciona su sujeto porque muestra en particular como el neoplatonismo árabe (Avicena, Farabi, Kindi) desahuciados por el sunismo, se mantenían en el mundo chií donde conocían un desarrollo excepcional. Aporta una análisis magistral, en los cuatro volúmenes de su “En Islam iranien” (Gallimard, 1971, 1978, 1991). Otra de sus obras claves es, desde mi parecer, “L’Homme de lumiére dans le sufisme iranien” (1971, 1984), consagrado a dos potentes figuras del sufismo (Najim al-din Kubra y Ala ul-Dawla Simnani), que desarrollaron técnicas ascéticas estupefacientes, favoreciendo la manifestación de colores, de sonidos y el despertar de un doble sutil presente como un “maestro invisible”.

Por otro lado, el estudio de rituales iniciáticos apasionó a Corbin. En un artículo titulado “El esoterismo y el Verbo, o la iniciación ismaelí” (Eranos, Jahrbuch, 1970), analiza un ritual particularmente secreto y de una riqueza sorprendente que describe la muerte espiritual y el renacimiento que vive un iniciado al ismaelismo. En definitiva, Corbin es uno de los raros conocedores de la caballería espiritual musulmana (futuwwa, javânmard) y de sus lazos con los guildas de oficio, un objeto de estudio que le fascinaba desde el comienzo de sus estudios y que le llevará a compararlo con la caballería masónica. Su libro “Traités des Compagnons-chevaliers”, publicado con Morteza Sarraf en Teherán en 1973, pone a disposición de los investigadores y de los lectores interesados raros documentos sobre el marco espiritual en el cual se ejercen algunos oficios en Irán, sobre la ética mística de la caballería musulmana y sobre las relaciones de esta caballería con el sufismo.

Por lo demás, Corbin no oculta su interés por la tradición cristiana a la cual pertenece (se convierte al protestantismo a la edad de 30 años), así como al judaísmo. Manifiesta un interés particular por las formas de la teosofía y del esoterismo que están ligadas a estas dos religiones y, en el curso de sus trabajos, se entrega a comparaciones entre diferentes tradiciones gnósticas (véase su “Philosophie iranienne et philosphie comparée” (París, Buchet / Chastel, 1985). En el círculo Eranos, a partir de 1949, y después en el marco de la Universidad de San Juan de Jerusalén, frecuenta a especialistas de la espiritualidad y del esoterismo de otras religiones, lo que da lugar a ricos debates que son publicados en la revista Eranos Jharbuch y en los Cahiers de Saint-Jean de Jerusalem. Corbin desarrolla el concepto de “imaginal” que es retomado por científicos de los diferentes dominios religiosos: el imaginal no es el imaginario, sino un universo intermedio entre el mundo sensible e inteligible que posee su propia realidad.



En la confluencia de los caballeros del Éste y del Oeste: el Hermano Corbin.

El estudio de las teosofías occidental y oriental y el descubrimiento de los rituales iniciáticos ismaelíes y del sufismo conducen a Corbin a preguntarse sobre la Masonería y sus numerosos ritos. Descubre que las similitudes existentes entre las cofradías sufíes (tariqah) y la Orden masónica están igualmente presentes entre los sufíes persas. Muy pronto, en 1966, comparte sus sentimientos sobre este particular a Gilbert Durand, que revela el pensamiento de su amigo en el número de 3 de la revista Villard de Honnecourt: «En el transcurso de una conversación, en 1966, bajo los cedros de Ascona, mientras le preguntaba [a H. Corbin] si nunca se había sentido inclinado a entrar en una tariqah [cofradía musulmana], sin responderme directamente, me decía: “es una cosa difícil cuando no estás educado en el contexto religioso y cultural, pero sabes que un Sheij me respondió a la misma cuestión que tú me planteas. Sería muy fácil, me dijo, si estás ya iniciado por los Franc-Masones por ejemplo”. Era la primera vez que nosotros pronunciábamos la palabra “Franc-Masonería”» (“La Pensée d’Henry Corbin et le Temple maçonnique”, VdH, 3, 1981). Seis años más tarde, en mayo de 1972, Corbin es finalmente recibido Franc-Masón en la Logia Los Caballeros del Templo de San Juan de la GLNF Opéra. Se adhiere al Rito Escocés Rectificado y a su caballería cristiana, lo que iba en el sentido lógico de su búsqueda personal y de sus trabajos comparativos sobre las tradiciones gnósticas del islam y del cristianismo. Al final de una carrera masónica relámpago, deviene Caballero Bienhechor de la Ciudad Santa en menos de dos años: su nombre en la Orden es eques ab insula viride (caballero de la Isla verde). La isla verde en cuestión reenvía a una comunidad de laicos reunida, cerca de Estrasburgo, alrededor del caballero juanita.

Mientras que es el orador de su Logia, Corbin declara en una reunión masónica que el Templo de los Masones es un «santuario interior, donde reside aquel a quien buscamos», y añade: «nosotros no estamos solamente en el Templo; nosotros somos el lugar del Templo; nosotros somos el Templo mismo. Ser eso determina un modo de ser que yo designaría voluntariamente como hierático, en el sentido en el que los neoplatónicos entendían esta palabra.»

Neoplatónico de los tiempos modernos, tal es Henry Corbin. Dentro del marco masónico, su personalidad mística tiene la ocasión de verterse libremente. También se inscribe en una andadura científica original y crítica de las ciencias humanas y las ciencias sociales «porque, dice, el hombre tiene una sola dimensión, la misma que confiere a los científicos sociales un privilegio que les permite invadir y sustituir a todos los demás». De un lado reconoce que la Franc-Masonería propone «una percepción de lo sagrado que ya no pertenece a lo que se ha convenido en llamar la mentalidad moderna». En conclusión, Corbin establece un lazo entre la tradición operativa de la Franc-Masonería y su misión caballeresca. Recuerda, que según el caballero Ramsay, que cita, los precursores de la Orden masónica no eran únicamente hábiles arquitectos que elevaban templos exteriores, sino que ellos también estaban animados por “principios guerreros y religiosos que deseaban iluminar, edificar y proteger los templos vivos del Altísimo (conferencia publicada en 1981 en Les Cahiers Verts, 5). En un discurso pronunciado ante la Logia La France de la Gran Logia de Irán en 1972, insiste sobre el hecho de que «nuestra Orden es el único hogar regular de las ciencias tradicionales, de todo lo que se agrupa bajo el nombre de esoterismo. Ahora bien, es de esta enseñanza espiritual que nuestro mundo, hoy en pleno desarrollo, tiene más necesidad». Luego, explica a los Hermanos iraníes que es en la imagen de la antigua ética caballeresca zoroastriana que se perpetúa en la futuwwat mística, que la caballería occidental ha producido a los Templarios del Grial de Wolfram von Eschenbach y la caballería masónica. Corbin se pregunta igualmente si «el advenimiento del esoterismo en el seno de la caballería del Templo (…) no tendría por causa la frecuentación de esoteristas del Islam, sufíes o ismaelíes». De modo que el Occidente habría sido fecundado por el Oriente.

En 1974, Corbin se regularizó en la GLNF; llego a ser miembro de la Logia Le Centre des Amis. Uno de sus padrinos fue el difunto Jean Granger, antiguo Gran Prior del Rito Escocés Rectificado y autor masónico conocido bajo el pseudónimo de Jean Tourniac. Su relación con una obediencia regular y tradicional le permitió proseguir su carrera masónica en vía netamente más espiritual que antes y acceder a sistemas de grados superiores cerrados a otras obediencias francesas. Fue así recibido en Edimburgo, en 1978, poco antes de su muerte, en la Orden Real de Escocia, que se inscribe en la antigua tradición rosacruciana. Desde el comienzo de los años 70, paralelamente a su vinculación con la Franc-Masonería, Corbin, con el cual se asociaron otros Hermanos masones, alimentó el proyecto secreto de revitalizar la Masonería interior con el fin de inscribirla más en una búsqueda caballeresca claramente mística e interconfesional. Es la puesta en acción de un modo de ser que el presenta, en un artículo titulado “Por una nueva caballería”, como un “ecumenismo esotérico”. Con Hermanos muy próximos, Corbin participa entonces en la creación de un Orden de caballeros-profesos, también llamado rito “abrahámico” o “Melquisedeq”, colaborando en la escritura de sus rituales. Esta fue su última gran aventura espiritual, pero que permanece aún secreta.

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