Capítulo XLVI de Consideraciones sobre la Iniciación, (1946).
En los
altos grados de la Masonería escocesa, hay dos divisas cuyo sentido se refiere
a algunas de las consideraciones que hemos expuesto precedentemente: una es Post Tenebras Lux, y la otra es Ordo ab Chao; y, a decir verdad, su
significación es tan estrechamente conexa que es casi idéntica, aunque la
segunda sea quizás susceptible de una aplicación más extensa[1]. En efecto, una
y otra se refieren a la «iluminación» iniciática, la primera directamente y la
segunda por vía de consecuencia, puesto que es la vibración original del Fiat Lux la que determina el comienzo
del proceso cosmogónico por el que el «caos» será ordenado para devenir el
«cosmos»[2]. Las tinieblas representan siempre, en el simbolismo tradicional,
el estado de las potencialidades no desarrolladas que constituyen el «caos»[3];
y, correlativamente, la luz se pone en relación con el mundo manifestado, en el
que estas potencialidades serán actualizadas, es decir, el «cosmos»[4], siendo
esta actualización determinada o «medida» a cada momento del proceso de manifestación,
por la extensión de los «rayos solares» salidos del punto central donde ha sido
proferido el Fiat Lux inicial.
Así pues,
la luz es en efecto «después de las tinieblas», y eso no sólo desde el punto de
vista «macrocósmico», sino igualmente desde el punto de vista «microcósmico»
que es el de la iniciación, puesto que, a este respecto, las tinieblas
representan el mundo profano, de donde viene el recipiendario, o el estado
profano en el que éste se encuentra primero, hasta el momento preciso en que
devendrá iniciado al «recibir la luz». Así pues, por la iniciación, el ser pasa
de «las tinieblas a la luz», como el mundo, en su origen mismo (y el simbolismo
del «nacimiento» es igualmente aplicable en los dos casos), ha pasado por ahí
por el acto del Verbo creador y ordenador[5]; y así la iniciación es
verdaderamente, según un carácter por lo demás muy general de los ritos
tradicionales, una imagen de «lo que se hizo en el comienzo».
Por otra parte,
el «cosmos», en tanto que «orden» o conjunto ordenado de posibilidades, no sólo
es sacado del «caos» en tanto que estado «no ordenado», sino que es producido
propiamente también a partir de éste (ab
Chao), donde estas mismas posibilidades están contenidas en el estado
potencial e «indistinguido», y que es así la materia prima (en un sentido relativo, es decir, más exactamente y
en relación a la verdadera materia prima
o substancia universal, la materia
secunda de un mundo particular)[6] o el punto de partida «substancial» de
la manifestación de este mundo, del mismo modo que el Fiat Lux es, por su lado, su punto de partida «esencial». De una
manera análoga, el estado del ser anteriormente a la iniciación constituye la
substancia «indistinguida» de todo lo que él podrá devenir efectivamente a
continuación[7], puesto que, así como ya lo hemos dicho precedentemente, la
iniciación no puede tener como efecto introducir en él posibilidades que no
hubieran estado latentes en él (y, por lo demás, esa es la razón de ser de las
cualificaciones requeridas como condición previa), de la misma manera que el Fiat Lux cosmogónico no agrega
«substancialmente» nada a las posibilidades del mundo para el que se profiere;
pero estas posibilidades aún no se encuentran en él más que en el estado
«caótico y tenebroso»[8], y es menester la «iluminación» para que puedan
comenzar a ordenarse y, por eso mismo, a pasar de la potencia al acto. En efecto,
debe comprenderse bien que este paso no se efectúa instantáneamente, sino que
se prosigue en el curso de todo el trabajo iniciático, del mismo modo que,
desde el punto de vista «macrocósmico», este paso se prosigue durante todo el
curso del ciclo de manifestación del mundo considerado; el «cosmos» o el
«orden» no existe todavía más que virtualmente por el hecho del Fiat Lux inicial (que, en sí mismo, debe
ser considerado como teniendo un carácter propiamente «intemporal», puesto que
precede al desarrollo del ciclo de manifestación y, por consiguiente, no puede
situarse en el interior de éste), y, del mismo modo, la iniciación no está
cumplida más que virtualmente por la comunicación de la influencia espiritual cuya
luz es en cierto modo su «soporte» ritual.
Las demás
consideraciones que se pueden deducir aún de la divisa Ordo ab Chao se refieren más bien al papel de las organizaciones
iniciáticas con respecto al mundo exterior: puesto que, como acabamos de
decirlo, la realización del «orden», en tanto que no constituye más que uno con
la manifestación misma en el dominio de un estado de existencia tal como
nuestro mundo, se prosigue de una manera continua hasta el agotamiento de las
posibilidades que están implicadas en ella (agotamiento por el que se alcanza
el extremo límite hasta donde puede extenderse la «medida» de este mundo), todos
los seres que son capaces de tomar consciencia de ello deben, cada uno en su
sitio y según sus posibilidades propias, concurrir efectivamente a esta
realización, que se designa también, en el orden general y exterior, como la
realización del «plan del Gran Arquitecto del Universo», al mismo tiempo que
cada uno de ellos, por el trabajo iniciático propiamente dicho, realiza en sí
mismo, interiormente y en particular, el plan que corresponde a éste desde el
punto de vista «microcósmico». Se puede comprender fácilmente que esto sea
susceptible, en todos los dominios, de aplicaciones diversas y múltiples; así,
en lo que concierne más especialmente al orden social, aquello de lo que se
trata podrá traducirse por la constitución de una organización tradicional
completa, bajo la inspiración de las organizaciones iniciáticas que, al
constituir su parte esotérica, serán como el «espíritu» mismo de todo el
conjunto de esta organización social[9]; y esto representa bien, en efecto,
incluso bajo el aspecto exotérico, un «orden» verdadero, por oposición al
«caos» representado por el estado puramente profano al cual corresponde la
ausencia de una tal organización.
Mencionaremos
también, sin insistir más en ello, otra significación de un carácter más
particular, que, por lo demás, se relaciona bastante directamente con la que
acabamos de indicar en último lugar, ya que se refiere en suma al mismo
dominio: esta significación se refiere a la utilización, para hacerlas
concurrir a la realización del mismo plan de conjunto, de organizaciones
exteriores, inconscientes de este plan como tales, y aparentemente opuestas las
unas a las otras, bajo una dirección «invisible» única, que está ella misma más
allá de todas las oposiciones; ya hemos hecho alusión a ello precedentemente,
al señalar que esto había encontrado su aplicación, de una manera particularmente
clara, en la tradición extremo oriental. En sí mismas, las oposiciones, por la
acción desordenada que producen, constituyen en efecto una suerte de «caos» al
menos aparente; pero se trata precisamente de hacer servir a este «caos» mismo
(tomándolo en cierto modo como la «materia» sobre la cual se ejerce la acción
del «espíritu» representado por las organizaciones iniciáticas del orden más
elevado y más «interior») a la realización del «orden» general, del mismo modo
que, en el conjunto del «cosmos», todas las cosas que parecen oponerse entre sí
por eso no son menos realmente, en definitiva, elementos del orden total. Para
que sea efectivamente así, es menester que lo que preside el «orden» desempeñe,
en relación al mundo exterior, la función del «motor inmóvil»: éste, al estar
en el punto fijo que es el centro de la «rueda cósmica», es por eso mismo como
el quicio alrededor del cual gira esta rueda, la norma sobre la que se regula
su movimiento; no puede serlo sino porque él mismo no participa en ese movimiento,
y lo es sin tener que intervenir en él expresamente, y, por consiguiente, sin
mezclarse de ninguna manera con la acción exterior, que pertenece toda entera a
la circunferencia de la rueda[10]. Todo lo que es arrastrado en las
revoluciones de ésta no son más que modificaciones contingentes que cambian y
pasan; únicamente permanece lo que, estando unido al principio, está
invariablemente en el centro, inmutable como el Principio mismo; y el centro,
al que nada puede afectar en su unidad indiferenciada, es el punto de partida
de la multitud indefinida de estas modificaciones que constituyen la manifestación
universal; y es también, al mismo tiempo, su punto de conclusión, ya que es en
relación a él como se ordenan todas finalmente, del mismo modo que las potencias
de todo ser se ordenan necesariamente en vista de su reintegración final a la
inmutabilidad principial.
Notas:
[1] Si se
pretende que, históricamente, esta divisa Ordo
ab Chao ha expresado simplemente primero la intención de poner el orden en
el «caos» de los grados y de los «sistemas» múltiples que habían visto la luz
durante la segunda mitad del siglo XVIII, eso no constituye en modo alguno una
objeción válida contra lo que decimos aquí, ya que, en todo caso, en eso no se
trata más que de una aplicación muy especial, que no impide la existencia de
otras significaciones más importantes.
[2] Cf. El Reino de la Cantidad y los Signos de los
Tiempos, cap. III. Ver en esta entrada de Keystone.
[3] Hay también otro
sentido superior del simbolismo de las tinieblas, que se refiere al estado de
no manifestación principial; pero aquí no vamos a considerar más que su sentido
inferior y propiamente cosmogónico.
[4] La palabra sánscrita
Loka, «mundo», derivada de la raíz Lok que significa «ver», tiene una
relación directa con la luz, como lo muestra por lo demás la aproximación con
el latín lux; por otra parte, la vinculación
de la palabra «Logia» a loka,
verosímilmente posible por la intermediación del latín locus que es idéntica a ésta, está lejos de estar desprovista de
sentido, puesto que la Logia se considera como un símbolo del mundo o del
«cosmos»: es propiamente, por oposición a las «tinieblas exteriores» que
corresponden al mundo profano, «el lugar iluminado y regular», donde todo se
hace según el rito, es decir, conformemente al «orden» (rita).
[5] El
doble sentido de la palabra «orden» tiene aquí un valor particularmente
significativo: en efecto, el sentido de «mandato» que se vincula a él
igualmente se expresa formalmente por la palabra hebraica yomar, que traduce la operación del Verbo divino en el primer
capítulo del Génesis; por lo demás, volveremos de nuevo sobre esto un poco más
adelante.
[6] Cf. El Reino de la Cantidad y los Signos de los
Tiempos, cap. II.
[7] Es
propiamente la «piedra bruta» (rough
ashlar) del simbolismo masónico.
[8] O «informe y vacío»,
según otra traducción, por lo demás casi equivalente en el fondo, del thohû va-bohû del Génesis, que Fabre de
Olivet traduce por «potencia contingente de ser en una potencia de ser», lo
que, en efecto, expresa bastante bien el conjunto de las posibilidades
particulares contenidas y como enrolladas, en el estado potencial, en la propia
potencialidad misma de este mundo (o estado de existencia) considerado en su
integralidad.
[9] Es lo que, en
conexión con la divisa de la que hablamos al presente, se designa en la
Masonería escocesa como el «reino del Sacro Imperio», por un recuerdo evidente
de la constitución de la antigua «Cristiandad», considerada como una aplicación
del «arte real» en una forma tradicional particular.
[10] Es la
definición misma de la «actividad no actuante» de la tradición taoísta, y es
también lo que hemos llamado precedentemente una «acción de presencia».
«VERBUM, LUX ET
VITA»
Hemos hecho
alusión hace un momento al acto del Verbo que produce la «iluminación» que está
en el origen de toda manifestación, y que se encuentra analógicamente en el
punto de partida del proceso iniciático; esto, aunque esta cuestión pueda
parecer un poco fuera del tema principal de nuestro estudio (pero, en razón de
la correspondencia de los puntos de vista «macrocósmico» y «microcósmico», eso
no es más que una apariencia), nos lleva a señalar la estrecha conexión que
existe, desde el punto de vista cosmogónico, entre el sonido y la luz, y que se
expresa muy claramente por la asociación e incluso la identificación
establecida en el comienzo del Evangelio de San Juan, entre los términos Verbum, Lux et Vita [1]. Se sabe que la
tradición hindú, que considera la «luminosidad» (taijasa) como caracterizando propiamente al estado sutil (y veremos
enseguida la relación de ésta con el último de los tres términos que acabamos
de recordar), afirma por otra parte la primordialidad del sonido (shabda) entre las cualidades sensibles,
como correspondiendo al éter (âkâsha)
entre los elementos; así enunciada, esta afirmación se refiere inmediatamente
al mundo corporal, pero, al mismo tiempo, es susceptible también de
transposición a otros dominios [2], ya que, en realidad, no hace más que
traducir, al respecto de este mundo corporal que no representa en suma más que
un simple caso particular, el proceso mismo de la manifestación universal. Si
se considera ésta en su integridad, esta misma afirmación deviene la de la
producción de todas las cosas en cualquier estado que sea, por el Verbo o la
Palabra Divina, que está así en el comienzo o, para decirlo mejor (puesto que
en eso se trata de algo esencialmente «intemporal»), en el principio de toda
manifestación [3], lo que se encuentra también indicado expresamente en el comienzo
del Génesis hebraico, donde se ve, así como ya lo hemos dicho, que la primera
palabra proferida, como punto de partida de la manifestación, es el Fiat Lux por el que es iluminado y
organizado el caos de las posibilidades; esto establece precisamente la
relación directa que existe, en el orden principial, entre lo que puede
designarse analógicamente como el sonido y la luz, es decir, en suma, aquello
de lo que el sonido y la luz, en el sentido ordinario de estas palabras, son
las expresiones respectivas en nuestro mundo.
Aquí, hay lugar
a hacer una precisión importante: el verbo amar,
que se emplea en el texto bíblico, y que se traduce habitualmente por «decir»,
tiene en realidad como sentido principal, tanto en hebreo como en árabe, el de
«mandar» u «ordenar»; la Palabra divina es la «orden» (amr) por la que se efectúa la creación, es decir, la producción de
la manifestación universal, ya sea en su conjunto, ya sea en una cualquiera de
sus modalidades [4]. Según la tradición islámica igualmente, la primera
creación es la de la Luz (En-Nûr),
que se dice min amri´Llah, es decir,
que procede inmediatamente de la orden o del mandato divino; y, si puede
decirse, esta creación se sitúa en el «mundo», es decir, en el estado o en el
grado de existencia, que, por esta razón, se designa como âlamul-amr, y que, hablando propiamente, constituye el mundo
espiritual puro. En efecto, la Luz inteligible es la esencia (dhât) del «Espíritu» (Er-Rûh), y éste, cuando se considera en
el sentido universal, se identifica a la Luz misma; por eso es por lo que las
expresiones En-Nûr el-muhammadî y Er-Rûh el-muhammadî son equivalentes,
designando una y otra la forma principial y total del «Hombre Universal» [5],
que es awwalu khalqi´Llah, «el
primero de la creación Divina». Ese es el verdadero «Corazón del Mundo», cuya expansión
produce la manifestación de todos los seres, mientras que su contracción los
conduce finalmente a su Principio [6]; y así es a la vez «el primero y el último»
(el-awwal wa el-akher) en relación a
la creación, como Allâh mismo es «el
Primero y el Último» en el sentido absoluto [7]. «Corazón de los corazones y
Espíritu de los espíritus» (Qalbul-qulûbi
wa Rûhul-arwâh), es en su seno donde se diferencian los «espíritus» particulares,
los ángeles (el-malâikah) y los
«espíritus separados» (el-arwâh el mujarradah),
que son así formados de la Luz primordial como de su única esencia, sin mezcla
de los elementos que representan las condiciones determinantes de los grados
inferiores de la existencia [8].
Si pasamos
ahora a la consideración más particular de nuestro mundo, es decir, del grado
de existencia al que pertenece el estado humano (considerado aquí íntegramente,
y no restringido únicamente a su modalidad corporal), debemos encontrar en él,
como «centro», un principio correspondiente a éste «Corazón universal» y que no
sea en cierto modo más que su especificación en relación al estado de que se
trata. Es este principio el que la doctrina hindú designa como Hiranyagarbha: es un aspecto de Brahmâ, es decir, del Verbo productor de
la manifestación [9], y, al mismo tiempo, es también «Luz», como lo indica la
designación de Taijasa dada al estado
sutil que constituye su propio «mundo», y del que contiene esencialmente en sí
mismo todas las posibilidades [10]. Es aquí donde encontramos el tercero de los
términos que hemos mencionado primeramente: esta Luz cósmica, para los seres
manifestados en este dominio, y en conformidad con sus condiciones particulares
de existencia, aparece como «Vida»; Et
Vita erat Lux hominun, dice, exactamente en este sentido, el Evangelio de
San Juan. Así pues, bajo este aspecto, Hiranyagarbha
es como el «principio vital» de este mundo todo entero, y es por eso por lo
que es llamado jîva-ghana, puesto que
toda vida está sintetizada principialmente en él; la palabra ghana indica que aquí nos encontramos de
nuevo con esta forma «global» de la que hablábamos más atrás a propósito de la
Luz primordial, de suerte que la «Vida» aparece en ella como una imagen o una
reflexión del «Espíritu» en un cierto nivel de manifestación [11]; y esta misma
forma es también la del «Huevo del Mundo» (Brahmânda),
del que, según la significación de su nombre, Hiranyagarbha es el «germen» vivificante [12].
En un cierto
estado, que corresponde a esta primera modalidad sutil del orden humano que
constituye propiamente el mundo de Hiranyagarbha
(pero, bien entendido, sin que haya todavía identificación con el «centro»
mismo) [13], el ser se siente como una ola del «Océano primordial» [14], sin
que sea posible decir si esta ola es una vibración sonora o una onda luminosa;
en realidad, es a la vez la una y la otra, indisolublemente unidas en
principio, más allá de toda diferenciación que no se produce más que en una
etapa ulterior del desarrollo de la manifestación. No hay que decir que aquí
hablamos analógicamente, ya que es evidente que, en el estado sutil, no podría
tratarse del sonido y de la Luz en el sentido ordinario, es decir, en tanto que
cualidades sensibles, sino sólo de aquello de lo que proceden respectivamente;
y, por otra parte, la vibración o la ondulación, en su acepción literal, no es
más que un movimiento que, como tal, implica necesariamente las condiciones de
espacio y de tiempo que son propias al dominio de la existencia corporal; pero
la analogía no es por eso menos exacta, y, por lo demás, aquí es el único modo
de expresión posible. Así pues, el estado de que se trata está en relación
directa con el principio mismo de la Vida, en el sentido más universal en que
pueda considerársele [15]; se encuentra como una imagen suya en las principales
manifestaciones de la vida orgánica misma, aquellas que son propiamente
indispensables para su conservación, tanto en las pulsaciones del corazón como
en los movimientos alternados de la respiración; y ese es el verdadero
fundamento de las múltiples aplicaciones de la «ciencia del ritmo», cuyo papel
es extremadamente importante en la mayor parte de los métodos de realización
iniciática. Esta Ciencia comprende naturalmente la mantra-vidyâ, que corresponde aquí al aspecto «sónico» [16]; y, por
otra parte, puesto que el aspecto «luminoso» aparece más particularmente en las
nadîs de la «forma sutil» (sûkshma-sharîra) [17], se puede ver sin
dificultad la relación de todo esto con la doble naturaleza luminosa (jyotirmayî) y sonora (shabdamayî o mantramayî) que la tradición hindú atribuye a Kundalinî, la fuerza cósmica que, en tanto que reside especialmente
en el ser humano, actúa en él propiamente como «fuerza vital» [18]. Así,
encontramos siempre los tres términos Verbum,
Lux et Vita, inseparables entre ellos en el principio mismo del estado
humano; y, sobre este punto como sobre tantos otros, podemos constatar el perfecto
acuerdo de las diferentes doctrinas tradicionales, que no son en realidad más
que las expresiones diversas de la Verdad una.
Notas:
[1] No carece
de interés notar a este propósito que, en las organizaciones masónicas que han
conservado más completamente las antiguas formas rituales, la Biblia colocada
sobre el altar debe estar abierta precisamente en la primera página del
Evangelio de San Juan.
[2] Por lo demás, esto resulta
evidentemente por el hecho de que la teoría sobre la que reposa la ciencia de
los mantras (mantra-vidyâ) distingue diferentes modalidades del sonido: parâ o no manifestado, pashyantî y vaikharî, que es la palabra articulada; únicamente esta última se
refiere propiamente al sonido como cualidad sensible, perteneciente al orden
corporal.
[3] Son las primeras palabras mismas del
Evangelio de San Juan: In principio erat
Verbum.
[4] Debemos recordar aquí la conexión que
existe entre los dos sentidos diferentes de la palabra «orden», que ya hemos
mencionado en una nota precedente.
[5] Ver El
Simbolismo de la Cruz, p. 58, ed. francesa.
[6] El simbolismo del doble movimiento del
corazón debe considerarse aquí como equivalente al movimiento bien conocido,
concretamente en la tradición hindú, de las dos fases inversas y
complementarias de la respiración; en los dos casos, se trata siempre de una
expansión y de una contracción alternadas, que corresponden también a los dos
términos coagula y solve del hermetismo, pero a condición
de tener cuidado de observar que las dos fases deben tomarse en sentido inverso
según que las cosas se consideren en relación al Principio o en relación a la
manifestación, de tal suerte que es la expansión principial la que determina la
«coagulación» de lo manifestado, y es la contracción principial la que
determina su «solución».
[7] Todo esto
tiene igualmente una relación con el papel de Metatron en la Kabbala hebraica.
[8] Es fácil ver que esto de lo que se
trata aquí puede ser identificado al dominio de la manifestación supraindividual.
[9] Es «productor» en relación a nuestro
mundo, pero, al mismo tiempo, es «producido» en relación al Principio supremo,
y por eso es por lo que también es llamado Kârya-Brahma.
[10] Ver El hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XIV. — Esta
naturaleza luminosa está claramente indicada en el nombre mismo de Hiranyagarbha, ya que la luz es
simbolizada por el oro (hiranya), que
es, el mismo, la «luz mineral», y que corresponde, entre los metales, al sol
entre los planetas; y se sabe que el sol es también, en el simbolismo de todas
las tradiciones, una de las figuras del «Corazón del Mundo».
[11] Esta
precisión puede ayudar a definir las relaciones del «espíritu» (er-ruh) y del «alma» (en-nefs), siendo ésta propiamente el
«principio vital» de cada ser particular.
[12] Ver El Reino de la Cantidad y los
Signos de los Tiempos, cap. XX.
[13] El estado de que se trata es lo que la
terminología del esoterismo islámico designa como un hâl, mientras que el estado que corresponde a la identificación con
el centro es propiamente un maqâm.
[14] Conformemente al simbolismo general de
las Aguas, el «Océano» (en sánscrito samudra)
representa el conjunto de las posibilidades contenidas en un cierto estado de
existencia; cada ola corresponde entonces, en ese conjunto, a la determinación
de una posibilidad particular.
[15] En la tradición islámica, esto se
refiere más especialmente al aspecto o atributo expresado por el nombre divino El-Hayy, que se traduce ordinariamente
por «El Viviente», pero que se podría traducir mucho más exactamente por «El
Vivificador».
[16] No hay que decir que esto no se aplica
exclusivamente a los mantras de la
tradición hindú, sino también a aquello que se les corresponde en otras partes,
por ejemplo al dhikr en la tradición
islámica; de una manera enteramente general, se trata de los símbolos sonoros
que se toman ritualmente como «soportes» sensibles del «encantamiento»
entendido en el sentido que hemos explicado precedentemente.
[17] Ver El Hombre y su devenir según el
Vêdânta, cap. XIV y XXI.
[18] Puesto que Kundalinî se representa como una serpiente enrollada sobre sí misma
en forma de anillo (kundala), se
podría recordar aquí la relación estrecha que existe frecuentemente, en el
simbolismo tradicional, entre la serpiente y el «Huevo del Mundo», al que hemos
hecho alusión hace un momento a propósito de Hiranyagarbha: así, en los antiguos Egipcios, kneph, bajo la forma de una serpiente, produce el «Huevo del Mundo»
por su boca (lo que implica una alusión al papel esencial del Verbo como
productor de la manifestación); y mencionaremos también el símbolo equivalente
del «huevo de serpiente» de los Druidas, que era figurado por el erizo fósil.
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