Cap. VII de Iniciación y Realización Espiritual (1952)
Muchos parecen dudar de la necesidad, para quien aspira a la iniciación, de vincularse primeramente a una forma tradicional de orden exotérico y de observar todas sus prescripciones; por lo demás, ese es el indicio de un estado de espíritu que es propio del occidente moderno, y cuyas razones son sin duda múltiples. No emprenderemos rebuscar que parte de responsabilidad pueden tener en ello los representantes mismos del exoterismo religioso, a quienes su exclusivismo lleva muy frecuentemente a negar más o menos expresamente todo lo que rebasa su dominio; este lado de la cuestión no es el que nos interesa aquí; pero lo que es más sorprendente, es que aquellos que se consideran como calificados para la iniciación puedan hacer prueba de una incomprensión que, en el fondo, es comparable a la suya, aunque se aplique de una manera en cierto modo inversa. En efecto, es admisible que un exoterista ignore el esoterismo, aunque ciertamente esta ignorancia no justifica su negación; pero, por el contrario, no lo es que alguien con pretensiones al esoterismo quiera ignorar el exoterismo, aunque sea prácticamente, ya que lo «más» debe comprender forzosamente lo «menos». Por lo demás, esta ignorancia práctica misma, que consiste en considerar como inútil o superflua la participación en una tradición exotérica, no sería posible sin un desconocimiento, incluso teórico, de este aspecto de la tradición, y eso es lo que la hace todavía más grave, ya que uno puede preguntarse si alguien en quien existe un tal desconocimiento, cualesquiera que sean por lo demás sus posibilidades, está realmente preparado para abordar el dominio esotérico e iniciático, y si no debería más bien aplicarse a comprender mejor el valor y el alcance del exoterismo antes de buscar ir más lejos. De hecho, hay en eso manifiestamente la consecuencia de un debilitamiento del espíritu tradicional entendido en su sentido general, y debería ser evidente que es este espíritu el que es menester restaurar ante todo integralmente en sí mismo si se quiere penetrar después el sentido profundo de la tradición; en el fondo, el desconocimiento de que se trata es del mismo orden que el de la eficacia propia de los ritos, tan extendido actualmente también en el mundo occidental. Queremos admitir que el ambiente profano en el que viven algunos les hace más difícil la comprensión de estas cosas; pero es precisamente contra la influencia de este ambiente contra lo que les es menester reaccionar bajo todos los aspectos, hasta que hayan llegado a darse cuenta de la ilegitimidad del punto de vista profano en sí mismo; volveremos de nuevo sobre esto en un momento.
Hemos dicho que el estado de espíritu que denunciamos aquí es propio de occidente; en efecto, este estado de espíritu no puede existir en oriente, primero a causa de la persistencia del espíritu tradicional del cual está penetrado todavía el medio social todo entero[1], y también por otra razón: allí donde el exoterismo y el esoterismo están ligados directamente en la constitución de una forma tradicional[2], de manera que no son en cierto modo sino como las dos caras exterior e interior de una sola y misma cosa, es inmediatamente comprensible que es menester primeramente adherirse al exterior para poder después penetrar al interior[3], y que no podría haber otra vía que esa. Eso puede parecer menos evidente en el caso en el que, como ocurre justamente en el occidente actual, uno se encuentra en presencia de organizaciones iniciáticas que no tienen ningún lazo con el conjunto de una forma tradicional determinada; pero entonces podemos decir que, por eso mismo, son, en principio al menos, compatibles con todo exoterismo cualquiera que sea, aunque, bajo el punto de vista iniciático, único que nos concierne al presente con la exclusión de la consideración de las circunstancias contingentes, ellas no lo son verdaderamente con la ausencia de exoterismo tradicional.
Diremos primero para expresar las cosas de la manera más simple, que nadie edifica sobre el vacío; ahora bien, la existencia únicamente profana, de donde todo elemento tradicional está excluido, no es realmente a este respecto más que vacío y nada. Si se quiere construir un edificio, primero se deben establecer sus cimientos; éstos son la base indispensable sobre la cual se apoyará todo el edificio, comprendidas sus partes más elevadas, y siempre permanecerán tales, incluso cuando esté acabado. Del mismo modo, la adhesión a un exoterismo es una condición previa para llegar al esoterismo, y, además, sería menester no creer que ese exoterismo pueda ser rechazado desde que la iniciación ha sido obtenida, de igual modo que los cimientos no pueden ser suprimidos cuando el edificio está construido. Agregaremos que, en realidad, el exoterismo, bien lejos de ser rechazado, debe ser «transformado» en una medida correspondiente al grado alcanzado por el iniciado, puesto que éste deviene cada más apto para comprender sus razones profundas, y puesto que, por consiguiente, sus fórmulas doctrinales y sus ritos toman para él una significación de mucha más importancia real que la que pueden tener para el simple exoterista, que en suma está siempre reducido, por definición misma, a no ver más que su apariencia exterior, es decir, lo que menos cuenta en cuanto a la «verdad» de la tradición considerada en su integralidad.
Además, y esto nos lleva a una consideración a la que ya hemos hecho alusión más atrás, aquel que no participa en ningún exoterismo tradicional hace por eso mismo, en su existencia, la parte más amplia que se pueda concebir al punto de vista puramente profano, al cual conformará forzosamente, en esas condiciones, toda su actividad exterior. A otro nivel y con consecuencias todavía más extensas, se trata del mismo error que cometen la mayoría de aquellos de los occidentales actuales que se creen todavía «religiosos», y que hacen de la religión una cosa enteramente aparte, que no tiene con todo el resto de su vida ningún contacto real; por lo demás, un tal error es todavía menos excusable para quien quiere colocarse bajo el punto de vista iniciático que para quien se atiene al punto de vista exotérico, y, en todos los casos, se ve sin esfuerzo cuan lejos está eso de responder a una concepción integralmente tradicional. En el fondo, todo eso equivale a admitir que, fuera o al lado del dominio tradicional, hay un dominio profano cuya existencia es igualmente válida en su orden; ahora bien, como lo hemos dicho ya frecuentemente, no hay en realidad ningún dominio profano al cual pertenezcan algunas cosas por su naturaleza misma; hay solamente un punto de vista profano, que no es más que el producto de una degeneración espiritual de la humanidad, y que, por consecuencia, es enteramente ilegítimo. En principio, uno no debería pues hacer ninguna concesión a ese punto de vista; de hecho, eso es ciertamente muy difícil en el medio occidental actual, quizás incluso imposible en algunos casos y hasta un cierto punto, ya que salvo muy raras excepciones, cada quien se encuentra obligado en eso, y únicamente por la necesidad de las relaciones sociales, a someterse más o menos, y en apariencia al menos, a las condiciones de la «vida ordinaria» que precisamente no es nada más que la aplicación práctica de ese punto de vista profano; pero, incluso si tales concesiones son indispensables para vivir en ese medio, sería menester que sean reducidas al estricto mínimo por todos aquellos para quienes la tradición tiene todavía un sentido, mientras que, al contrario, son llevadas al extremo por aquellos que pretenden prescindir de todo exoterismo, incluso si tal no es su intención y si no hacen en eso sino sufrir más o menos inconscientemente la influencia del medio. Semejantes disposiciones son ciertamente tan poco favorables como es posible para la iniciación, que depende de un dominio donde normalmente las influencias exteriores no deberían penetrar de ninguna manera; si, no obstante, a consecuencia de las anomalías inherentes a las condiciones de nuestra época, aquellos que tienen esta actitud pueden a pesar de eso recibir una iniciación virtual, dudamos mucho que, mientras no persistan en ella voluntariamente, les sea posible ir más adelante y pasar a la iniciación efectiva.
NOTAS:
[1] Hablamos aquí de este medio tomado en su conjunto, y, por consiguiente, no vamos a tener en cuenta a este respecto los elementos «modernizados», es decir, en suma «occidentalizados», que, por ruidosos que puedan ser, no constituyen todavía a pesar de todo más que una débil minoría.
[2] Tomamos, para la facilidad de la expresión, estos dos términos de exoterismo y de esoterismo en su acepción más amplia, lo que no puede tener aquí ningún inconveniente, ya que no hay que decir que, incluso en una forma tradicional donde una tal división no está formalmente establecida, hay siempre necesariamente algo que corresponde a uno y al otro de estos dos puntos de vista; por lo demás, en este caso, el lazo que existe entre ellos es todavía más evidente.
[3] Puede decirse también, según un simbolismo que se usa bastante frecuentemente, que el «núcleo» no puede ser alcanzado de otro modo que a través de la «corteza».
Imagen:
Atrio de la iglesia de Gazolaz (Navarra)
viernes, 25 de septiembre de 2009
Necesidad del Exoterismo Tradicional por René Guénon
Etiquetas:
Exoterismo tradicional,
René Guénon
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