La letra nûn, en el alfabeto árabe como en el hebreo, tiene por número de
orden 14 y por valor numérico 50; pero además, en el árabe, ocupa un lugar más
particularmente notable, el central del alfabeto, pues el número total de
letras del alfabeto árabe es de 28, en lugar de 22 como en el hebreo. En cuanto
a sus correspondencias simbólicas, esta letra es considerada sobre todo, en la
tradición islámica, como representación de el-Hût,
la ballena, lo que está además de acuerdo con el sentido original de la
palabra nûn que la designa, y que
significa también ‘pez’; y en razón de este significado, Seyyîdnâ Yûnus (el profeta Jonás) es denominado Dhû-n-Nûn [‘Señor del Pez’]. Esto está,
naturalmente, en relación con el simbolismo general del pez, y más en
particular con ciertos aspectos que hemos considerado en el estudio precedente;
especialmente, como veremos, con el del “pez-salvador”, ya sea éste el Matsya-avatâra de la tradición hindú o
el Ikhthys de los primeros
cristianos. La ballena, a este respecto, desempeña también el mismo papel que
en otras partes desempeña el delfín, y, como éste, corresponde al signo
zodiacal de Capricornio en cuanto puerta solsticial que da acceso a la “vía
ascendente”; pero quizá con el Matsya-avatâra
es más notable la similitud, como lo muestran las consideraciones derivadas
de la forma de la letra nûn, sobre todo
si se las relaciona con la historia
bíblica del profeta Jonás.
Para comprender bien de qué se
trata, es menester ante todo recordar que Vishnu,
manifestándose en la forma de pez (Matsya), ordena a Satyávrata, el futuro Manu Vaivásvata,
construir el arca en la que deberán encerrarse los gérmenes del mundo
futuro, y que, con esa misma forma, guía luego el arca sobre las aguas durante
el cataclismo que marca la separación de los dos Manvántara sucesivos. El papel de Satyávrata es aquí semejante al de Seyyîdná Nû (Noé), cuya arca contiene igualmente todos los
elementos que servirán para la restauración del mundo después del diluvio; poco
importa, por lo demás, que la aplicación efectuada sea diferente, en el sentido
de que el diluvio bíblico, en su significación más inmediata, parece señalar el
comienzo de un ciclo más restringido que el Manvántara:
si no es el mismo suceso, se trata al menos de dos sucesos análogos, en que el
estado anterior del mundo se destruye para dejar lugar a un nuevo estado [1].
Si ahora comparamos la historia de Jonás con lo que acabamos de recordar, vemos
que la ballena, en vez de desempeñar únicamente el papel de pez conductor del
arca, se identifica en realidad con el arca misma; en efecto, Jonás permanece
encerrado en el cuerpo de la ballena, como Satyávrata
y Noé en el arca, durante un período que es también para él, si no para el
mundo exterior, un período de “oscurecimiento”, correspondiente al intervalo
entre dos estados o dos modalidades de existencia; también aquí, la diferencia
es secundaria, pues las mismas figuras simbólicas son siempre de hecho susceptibles
de una doble aplicación: “macrocósmica” y “microcósmica”. Sabido es, además,
que la salida de Jonás del seno de la ballena se ha considerado siempre como símbolo
de resurrección, y por ende de paso a un estado nuevo; y esto debe ponerse en
relación, por otra parte, con el sentido de “nacimiento” que, en la Cábala
hebrea especialmente, se vincula con la letra nûn y debe entenderse en sentido espiritual, como un “nuevo
nacimiento”, es decir, como una regeneración del ser individual o cósmico.
Es lo que indica muy netamente
la forma de la letra árabe nûn: esta
letra está constituida por la mitad inferior de una circunferencia y por un
punto que es el centro de ella. Ahora bien; la semicircunferencia inferior es
también la figura del arca que flota sobre las aguas, y el punto que se
encuentra en su interior representa el germen contenido o encerrado allí; la
posición central del punto muestra, por lo demás, que se trata en realidad del
“germen de inmortalidad” del “núcleo” indestructible que escapa a todas las
disoluciones exteriores. Cabe notar también que la semicircunferencia, con su
convexidad vuelta hacia abajo, es uno de los equivalentes esquemáticos de la
copa; como ésta, tiene, pues, en cierto modo, el sentido de una “matriz” en la
cual se encierra ese germen aún no desarrollado, y que, como veremos en
seguida, se identifica con la mitad inferior o “terrestre” del “Huevo del
Mundo” [2]. Según este aspecto de elemento “pasivo” de la transmutación
espiritual, el-Hût es también, en
cierta manera, la figura de toda individualidad, en tanto que ésta porta el
“germen de inmortalidad” en su centro, representado simbólicamente como el
corazón; y podemos recordar a este respecto las relaciones estrechas, que ya
hemos expuesto en otras ocasiones, existentes entre el simbolismo del corazón,
el de la copa y el del “Huevo del Mundo”. El desarrollo del germen espiritual
implica que el ser sale de su estado individual y del medio cósmico que es el
dominio propio de ese estado, así como al salir del cuerpo de la ballena Jonás
“resucita”; y, si se recuerda lo que hemos escrito antes, se comprenderá sin
esfuerzo que esta salida es también la misma cosa que la salida de la caverna
iniciática, cuya concavidad está igualmente representada por la de la
semicircunferencia del nûn. El “nuevo
nacimiento” supone necesariamente la muerte al estado anterior, ya se trate de
un individuo o de un mundo; muerte y nacimiento o resurrección, son dos
aspectos mutuamente inseparables, pues no constituyen en realidad sino las dos
faces opuestas de un mismo cambio de estado. El nûn en el alfabeto árabe, sigue inmediatamente al mîm, que entre sus principales significaciones
tiene la de muerte (el-mawt), y cuya forma representa al ser
completamente replegado sobre sí mismo, reducido en cierto modo a una pura
virtualidad, a lo cual corresponde ritualmente la actitud de la prosternación;
pero esta virtualidad, que puede parecer una aniquilación transitoria, se hace
en seguida, por la concentración de todas las posibilidades esenciales del ser
en un punto único e indestructible, el germen mismo de donde saldrán todos sus
desarrollos en los estados superiores.
Conviene señalar que el
simbolismo de la ballena no tiene solamente un aspecto “benéfico”, sino uno
“maléfico” también, lo cual, aparte de las consideraciones de orden general
sobre el doble sentido de los símbolos, se justifica más particularmente por su
conexión con las dos formas: muerte y resurrección, bajo las cuales aparece
todo cambio de estado según que se lo encare de un lado o del otro, es decir,
con relación al estado antecedente o al estado consecuente. La caverna es a la
vez un lugar de sepultura y un lugar de “resurrección”, y, en la historia de
Jonás, la ballena desempeña precisamente este doble papel; por otra parte, ¿no
podría decirse que el Matsya-avatâra
mismo se presenta primero con la apariencia nefasta de anunciador de un
cataclismo, antes de convertirse en el “salvador” de él? Por otra parte, el
aspecto “maléfico” de la ballena se halla manifiestamente emparentado con el
Leviatan hebreo [3]; pero está representado sobre todo, en la tradición árabe,
por los “hijos de la ballena” (benât
el-Hût), que, desde el punto de
vista astrológico, equivalen a Râhu y Ketu [4] en la tradición hindú, especialmente
en lo referente a los eclipses, y de quienes se dice “que se beberán el mar” el
último día del ciclo, ese día en que “los astros se levantarán por Occidente y
se pondrán por Oriente”. No podemos insistir más sobre este punto sin salirnos
enteramente de nuestro tema; pero debemos al menos llamar la atención sobre el
hecho de que aquí se encuentra otra relación inmediata más con el fin del ciclo
y el cambio de estado consiguiente, pues ello es muy significativo y aporta una
nueva confirmación de las precedentes consideraciones.
Volvamos ahora a la forma de
la letra nûn, que da lugar a una
observación importante desde el punto de vista de las relaciones existentes
entre los alfabetos de las diversas lenguas tradicionales: en el alfabeto
sánscrito, la letra correspondiente, na,
reducida a sus elementos geométricos fundamentales, se compone igualmente de
una semicircunferencia y de un punto; pero aquí, estando la convexidad vuelta
hacia lo alto, es la mitad superior de la circunferencia, y no ya su mitad
inferior, como en el nûn árabe. Es,
pues, la misma figura colocada en sentido inverso, o, para hablar con más exactitud, son dos figuras rigurosamente
complementarias entre sí; en efecto, si se las reúne, los dos puntos centrales
se confunden, naturalmente, y se tiene el círculo con el punto en el centro,
figura del ciclo completo, que es a la vez el símbolo del Sol en el orden
astrológico y el del oro en el orden alquímico [5]. Así como la
semicircunferencia inferior es la figura del arca, la superior es la del arco
iris, el cual es el análogo de aquélla en la acepción más estricta de la
palabra, o sea con la aplicación del “sentido inverso”; son también las dos
mitades del “Huevo del Mundo”, una “terrestre”, en las “aguas inferiores”, y
otra “celeste”, en las “aguas superiores”; y la figura circular, que estaba
completa al comienzo del ciclo, antes de la separación de esas dos mitades,
debe reconstituirse al fin de él [6]. Podría decirse, pues, que la reunión de
las dos figuras de que se trata representa el cumplimiento del ciclo, por la
unión de su comienzo y de su fin, tanto más cuanto que, si se las refiere más
particularmente al simbolismo “solar”, la figura del na sánscrito corresponde al sol levante y la del nûn árabe al sol poniente. Por otra
parte, la figura circular completa es habitualmente el símbolo del número 10,
siendo 1 el centro y 9 la circunferencia; pero aquí, al obtenérsela por la
unión de dos nûn, vale 2 X 50=100=102,
lo que indica que dicha unión debe operarse en el “mundo intermedio”; ella, en
efecto, es imposible en el mundo inferior, que es el dominio de la división y
la “separatividad”, y, al contrario, es siempre existente en el mundo superior,
donde está realizada de modo principial, permanente e inmutable, en el “eterno
presente”.
A estas ya largas
observaciones, agregaremos solo unas palabras para señalar la relación con un
asunto al cual hace poco se ha hecho alusión aquí mismo [7]: lo que acabamos de
decir en último lugar permite entrever que el cumplimiento del ciclo, tal como
lo hemos encarado, debe guardar cierta correlación, en el orden histórico, con
el encuentro de las dos formas tradicionales que corresponden a su comienzo y
su fin, y que tienen respectivamente por lenguas sagradas el sánscrito y el
árabe: la tradición hindú, en cuanto representa la herencia más directa de la
Tradición primordial, y la tradición islámica, en cuanto “sello de la Profecía”
y, por consiguiente, forma última de la ortodoxia tradicional en el actual
ciclo.
Notas:
[1] Cf. Le Roi du Monde, cap. XI.
[2] Por una
curiosa vinculación, éste sentido de “matriz” (la yoni sánscrita) se encuentra también implicado en el griego delphys, que es a la vez el nombre del
‘delfín’.
[3] El Mákara hindú, que es también un monstruo
marino, aunque tiene ante todo la significación “benéfica” vinculada al signo
de Capricornio, cuyo lugar ocupa en el Zodiaco, no deja de tener en muchas de
sus figuraciones rasgos que recuerdan el simbolismo “tifónico” del cocodrilo.
[4] Nombre de
dos Ásura (“demonios”) relacionados
con los eclipses. (N. del T.).
[5] Se podrá
recordar aquí el simbolismo del “Sol espiritual” y del “Embrión de Oro” (Hiranyagarbha) en la tradición hindú; además, según ciertas correspondencias, el nûn es la letra planetaria del Sol.
[6] Cf. Le Roi du Monde, cap. XI.
[7] F. Schuon,
“Le Sacrifice”, en É.T., abril de
1938, pág. 137, n. 2. [El pasaje aludido dice: “…para volver a la India, hay
razón de decir que la expansión de una tradición ortodoxa extranjera, el
islamismo, parece indicar que el hinduismo no posee ya la plena vitalidad o
actualidad de una tradición íntegramente conforme a las condiciones de una
época cíclica determinada. Este encuentro del islamismo, que es la última
posibilidad emanada de la tradición primordial, y del hinduismo, que es sin
duda la rama más directa de ella, es por lo demás muy significativa y daría
lugar a consideraciones harto complejas”].
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