Artículo aparecido en el número 8, Diciembre de
1999, de la revista de estudios tradicionales La Règle d’Abraham.
Jerôme Rousse-Lacordaire, nacido en 1962, es un dominico y doctor en teología francés. Actualmente enseña en el Instituto Católico de París (Instituto de Ciencia y de Teología de las Religiones). Se interesa en el estudio de las relaciones entre el esoterismo y el Cristianismo, y más concretamente entre la Franc-Masonería y el Cristianismo. Es colaborador de la Revista de Ciencias Filosóficas y Teológicas (Boletín de historia de los esoterismos); asimismo fue director de la Bibliothèque du Saulchoir de París.
Jerôme Rousse-Lacordaire, nacido en 1962, es un dominico y doctor en teología francés. Actualmente enseña en el Instituto Católico de París (Instituto de Ciencia y de Teología de las Religiones). Se interesa en el estudio de las relaciones entre el esoterismo y el Cristianismo, y más concretamente entre la Franc-Masonería y el Cristianismo. Es colaborador de la Revista de Ciencias Filosóficas y Teológicas (Boletín de historia de los esoterismos); asimismo fue director de la Bibliothèque du Saulchoir de París.
Hay católicos en Masonería, y que pretenden
permanecer a la vez católicos y masones; no podemos prejuzgar que todos ellos
actúen de mala fe, o que esta actitud sea siempre por razones malvadas. Sin
embargo, justificar esta doble pertenencia, católica y masónica, no es cosa
fácil, no habiendo cesado la Santa Sede, desde principios del siglo XVIII hasta
nuestros días, de prohibirla. Así, la Declaratio
de associationibus massonicis[1] de la Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe, en 1983, pide a los católicos no entrar en masonería, bajo
pena de pecado grave y, en consecuencia, de no poder acceder a la Santa
Comunión.
El derecho de la Iglesia permite sin duda hacer
algunas excepciones a esta disposición, como veremos. Sin embargo, dependiendo
estrechamente la determinación de su extensión del juicio general de la Santa
Sede sobre la Franc-Masonería, y reposando este juicio, para lo esencial, sobre
motivos doctrinales, son estos últimos los que hay que examinar
prioritariamente para conocer los casos particulares en que la pertenencia de
un católico a la Franc-Masonería sería legítima.
La susodicha legitimidad no puede reposar sobre un
simple “hacer oídos sordos” a las decisiones romanas con el motivo de que la
Iglesia Católica, por ser una organización exotérica, no podría pronunciarse
sobre la Franc-Masonería, organización esotérica, sin salir indebidamente de su
dominio o, al menos, dar muestras de ignorancia.
La tesis de la ignorancia de la Iglesia católica
ha sido sostenida largo tiempo, y esto desde la primera condena romana. Además
del hecho de que es difícil de sostener desde que los organismos eclesiásticos
dialogan con los masones[2], parece en adelante establecido que “el magisterio
católico romano ha identificado en el modelo jurídico masónico, con
pertinencia, desde 1738, el cambio del mundo moderno, en su concepción del
orden social”[3], cambio que implicaba la disolución de los lazos sociales y de
las relaciones jerárquicas entre los poderes civiles y el poder eclesiástico.
En cuanto al abuso de poder que cometería una
organización exotérica (la Iglesia) pronunciándose sobre una organización
esotérica (la Franc-Masonería), basta con indicar que una organización únicamente
exotérica no puede “materialmente” pronunciarse sobre el esoterismo, y que si
lo hace, es porque “estas doctrinas y estas organizaciones supuestas esotéricas
[...] han cesado, en realidad, de serlo; es preciso que sean exteriorizadas,
‘exoterizadas’ de una manera o de otra”[4]. Lo que la autoridad católica
condena entonces no es el esoterismo como tal, sino una doctrina o una práctica
que, en el mejor de los casos, son una expresión pública de un esoterismo[5].
Es menester señalar aquí que la franc-masonería fue condenada por la Santa Sede
en 1738, es decir, tras su primera exteriorización[6].
Finalmente, puesto que la Declaración de 1983 fija
también sobre la disciplina de los sacramentos, no resulta ciertamente inútil
recordar que en este dominio la Iglesia es maestra y que nadie, ni que sea
esoterista, puede hacer caso omiso de su propio jefe.
En consecuencia, prohibiendo la doble pertenencia,
el magisterio romano no sobrepasa los límites de su dominio de autoridad.
Precisado esto, examinemos ahora los motivos explícitos de esta prohibición, y
su aplicación a las diferentes corrientes masónicas.
La prohibición general de la doble pertenencia
Es una declaración de mayo de 1980 de la
Conferencia episcopal alemana la que constituye la fuente de la Declaración
romana de 1983. Es ella la que, hoy en día, ha expuesto de la manera más clara
los fundamentos doctrinales de la prohibición de la doble pertenencia.
Las quejas fundamentales de la Santa Sede
La Declaración alemana comienza por indicar
algunos “puntos de contacto”[7] entre la Franc-Masonería y la Iglesia católica,
sobre cuyas bases puede establecerse una comprensión mutua de las dos
instituciones: “la preocupación humanitaria”; “la beneficencia”; “la
comprensión de los símbolos”; la integridad incontestable de ciertas
“personalidades masónicas”; “la lucha contra la ideología materialista y las
consecuencias negativas que se derivan para la humanidad”[8].
Sin embargo, esta misma declaración concluye “que
está excluido que se pueda pertenecer al mismo tiempo a la Iglesia católica y a
la franc-masonería”[9]. La razón de ello es que la visión masónica del mundo
está enteramente sostenida por “una orientación fundamental”, el relativismo,
que por una parte niega toda posibilidad de conocer la verdad, revelada o no, y
por otra parte “pone en peligro la actitud del católico en relación con la
palabra y con los actos en el dominio sacramental y sagrado de la Iglesia”[10].
De hecho, los elementos que la Iglesia, desde el
siglo XVIII, ha opuesto a la masonería son:
1. la ausencia de control, por el hecho del secreto
absoluto y del juramento que lo acompaña, sobre lo que en la masonería puede
concernir a la fe en su dimensión a la vez objetiva y subjetiva;
2. la expresión deísta, incluso agnóstica sino atea,
de la adhesión a un principio ideal cuya naturaleza es insuficientemente
precisa;
3. el relativismo que, al mismo tiempo, funda esta
imprecisión y emana de ella, y que se traduce concretamente en, por un lado,
una tolerancia absoluta frente a las ideas, y por otro lado, la presencia en
logia de personas de confesiones religiosas diferentes, incluso sin confesiones
religiosas.
Benedicto XIV, en la bula Providas del 18 de mayo de 1751, escribía:
[...] la primera [causa de prohibición de la
masonería] es que, en este tipo de sociedades o conventículos, hombres de toda
religión y de toda secta se reúnen: de donde se ve con suficiente claridad que
gran mal puede resultar de ello para la pureza de la religión católica”[11].
A esto, la Declaración alemana añade: la
concurrencia entre la iniciación masónica, y la transformación puesta en obra y
operada por la gracia divina en los sacramentos; la absolutización del
auto-perfeccionamiento del hombre, sin la gracia; la encargada de la totalidad
de la formación de la persona.
No obstante, actualmente la diversidad de la
masonería y de los masones (ya sea en sus actitudes a la mirada de la Iglesia o
en su comprensión de ellos mismos) no escapa a nadie. La Iglesia católica toma
nota de ello sin juzgar, sin embargo, que esta diversidad cuestiona una unidad
de principio de la masonería.
La unidad fundamental de la franc-masonería moderna
En el fondo, todas las quejas doctrinales y
morales que la Iglesia católica opone a la franc-masonería suponen que la
primera ve en la segunda una sociedad cuyo objeto coincide ampliamente con el
suyo, y que es la formación total de la persona incluyendo sus dimensiones
espirituales. Es por esta razón, y en tanto que ella se encarga de velar por la
preservación y transmisión de la fe así como del bien espiritual de los fieles,
que la Iglesia católica se pronuncia cuando rechaza la pertenencia de un
católico a la franc-masonería.
En efecto, la Iglesia católica se niega ver en la
masonería a una sociedad estrictamente amistosa, en virtud misma de uno de los
puntos de contacto que señala entre ella misma y la franc-masonería: la
comprensión de los símbolos. Subrayando, en efecto, que no hay en masonería
“ideología normativa común”[12], la Conferencia episcopal alemana revela que
las “acciones rituales [... de la masonería], en las palabras y los símbolos,
[...] contienen una iniciación simbólica del hombre, [...que tiene un] carácter
entero”[13], es decir que tiene a transformar por completo al hombre,
comprendiendo ahí su dimensión espiritual. Ahora bien, “la Iglesia [no] puede
aceptar que una formación de este género sea tenida en cuenta por una
institución que le es extraña”[14]. Pues, desde el punto de vista católico, el
trabajo simbólico de la masonería impide creer que es una sociedad de
convivencia neutra.
La Iglesia católica no considera tampoco a la
masonería como una simple sociedad filosófica, en primer lugar porque la
masonería no es una filosofía (un sistema doctrinal explícito y coherente),
después porque la formación simbólica del masón sobrepasa un marco estrictamente
racional. Sin embargo, incluso en un plano puramente filosófico, la Iglesia no
está exenta de quejas hacia la masonería, puesto que, como hemos visto, le
reprocha tener una visión del mundo enteramente fundada en un relativismo
noético que tiene consecuencias nocivas en el dominio de la fe, sólo porque
sustraería la inteligencia del masón a la autoridad del dato revelado e incluso
a la de la luz natural de la razón[15].
Por consiguiente, tanto por su actividad como por
sus presupuestos filosóficos, la masonería toca de lleno a dos componentes
fundamentales de la religión católica: el culto (los ritos, sobre todo
sacramentales) y el dogma. Añadamos también que toca al tercer componente, la
moral, en lo que, dominada por una preocupación humanitaria y ética
preponderante, la masonería pretende también encargarse de la formación moral
de la persona (e incluso a veces de la sociedad). La Conferencia episcopal
puede, pues, legítimamente juzgar que la adhesión a la franc-masonería
concierne a “los fundamentos de la existencia cristiana”[16].
La “regularidad” masónica
Por lo tanto, a pesar de la generalidad del juicio
romano, una corriente de la masonería, la que se denomina “regular”, no se
considera aludida por la prohibición católica de la doble pertenencia,
precisamente porque es regular. Eclesiásticos como el Padre Riquet, e incluso
el Cardenal Seper cuando era el Prefecto de la Sagrada Congregación para la
Doctrina de la fe, han ido efectivamente en este sentido. Pero precisemos que,
para este último, era sobre el fundamento del artículo 2335 del Código de
derecho canónico que excomulgaba “a aquellos que dan su nombre a una secta
masónica o a cualquier otra asociación del mismo género que maquinan contra la
Iglesia o los poderes civiles legítimos”. En efecto, el Cardenal Seper escribía
en 1974 al Cardenal Kroll, entonces presidente de la Conferencia episcopal de
los Estados Unidos:
[...] la ley penal debe siempre interpretarse en
sentido estricto. Se puede pues enseñar con seguridad y aplicar la opinión de
los autores diciendo que el canon 2335 concierne únicamente a los católicos que
forman parte de asociaciones que actúan contra la Iglesia[17].
Lo que se cuestionaba, pues, no era la doctrina,
sino las actuaciones políticas de las logias. Ahora bien, con la Declaración de
1983, el terreno no es el mismo: lo que se ha considerado son los “principios [principia]”[18] de la masonería tal como
han sido descritos por la Conferencia episcopal alemana. Por consiguiente, para
que la masonería regular pueda justamente pretender quedar exenta de la
prohibición romana de la doble pertenencia, haría falta que estuviera
efectivamente libre de los principios aludidos por Roma.
No nos compete evaluar la “ortodoxia masónica” de
tal o cual rama de la masonería, o de tal o cual logia. Sin embargo, podemos
juzgar lo que recubre esta noción de regularidad tal como se pone por delante,
en su descargo, por los masones que se la apropian. No se trata finalmente de
otra cosa que de la observancia de los landmarks
de la Gran Logia unida de Inglaterra; siendo ésta, pues, la garante de la
regularidad. Debemos hacer dos observaciones importantes al respecto. La
primera concierne a la legitimidad del privilegio que se atribuye la Gran Logia
de Inglaterra al erigirse en la guardiana de la regularidad. Así comprendida,
la regularidad no es otra que la conformidad a las Regulaciones Generales de
las Constituciones de Anderson y de los textos que las han sucedido. Ahora
bien, como Henry Sadler lo ha demostrado en Masonic
facts and fictions[19], la introducción de esta noción de regularidad fue
un verdadero golpe de estado contra las logias, más próximas al oficio, que
existían antes de la constitución de la Gran Logia de Londres, que no estaban
inscritas en sus registros, que estaban menos exteriorizadas que ella (al menos
hasta la creación de la Gran Logia de los Antiguos en 1751), que seguían los
usos antiguos, y que no querían someterse a las innovaciones de la Gran Logia
de Londres. También, si se entiende “ortodoxia masónica” en el sentido de René
Guénon, la verdadera regularidad no consiste en la sumisión a la Gran Logia de
Inglaterra o a una profesión de espiritualismo, sino en el hecho de “seguir
fielmente la Tradición, [...de] conservar con cuidado los símbolos y las formas
rituales que expresan esta Tradición y son como el vestido, [...de] rechazar
toda innovación sospechosa de modernismo”[20]. Respecto a esto, los Antiguos
podían llamarse regulares sin duda más legítimamente que los Modernos.
La otra observación es que la fidelidad a las
Constituciones de 1723 y a la institución que las produjo no bastan tampoco
para volver a las logias conformes a la ortodoxia católica. En efecto, la
masonería que fue condenada por la Santa Sede en 1738 no es, y con razón, la
masonería “irregular” de finales del siglo pasado, sino más bien la masonería
moderna y exteriorizada del siglo XVIII que, a lo largo de su historia hasta
nuestros días, ha sido recubierta “nada menos que por cuatro ‘religiones’
secundarias al catolicismo romano original: el ‘cristianismo’ según la Reforma,
la religión reducida a la ‘moral de 1723’, el ‘noaquismo’ y finalmente ‘la
creencia en Dios’”[21]. Y es precisamente en esta masonería aún actualmente
fiel a las Constituciones de Anderson, que la Conferencia episcopal alemana ve
“una concepción relativista de la religión que no es compatible con la
convicción fundamental del Cristianismo” [22]. Pues si ha lugar a levantar la
prohibición católica de la doble pertenencia, el criterio inglés de la
regularidad no es seguramente el más pertinente.
Precisamos también que la declaración alemana
juzga que la “’franc-masonería cristiana’ no se encuentra de ninguna manera
fuera de la organización masónica fundamental; se busca allí simplemente una
mayor posibilidad para unir, una a la otra, a la franc-masonería con la
creencia cristiana subjetiva”[23] (por “subjetiva” hay que entender esta parte
de la fe que es la de la voluntad, de la adhesión a un don, y no este don mismo
que es la parte objetiva de la fe y que, en la masonería llamada “cristiana”
puede ser muy diverso). Es decir, ¿que quizás este acercamiento sería más fácil
con una masonería laicista pero no hostil a la Iglesia? En un sentido si,
siendo esta masonería religiosamente más neutra puesto que acepta no tener
otros objetivos que humanitarios y éticos. Es en este aspecto significativo que
sobre el terreno propiamente humanitario, la Iglesia tiene voluntarios
cooperando con obediencias “laicas”[24]. Se trata aquí de una cooperación en un
dominio puramente social y público (cosa que no podríamos reprochar a la
Iglesia católica, que es también una institución social y pública) que no
indica un entendimiento más profundo. Resulta en efecto de otro modo desde el
momento en que se contempla una “cooperación” en el dominio religioso o
espiritual. En este orden, ¿qué cooperación de la Iglesia podría haber con una
sociedad que se situara fuera de toda referencia verdaderamente cristiana? La
doble pertenencia no plantea primero un problema en el marco de la acción
social, sino en el de la vía espiritual.
Excepciones a la incompatibilidad de principio
Para que un católico pueda legítimamente
pertenecer a la franc-masonería, tendría, por una parte, que demostrar que esta
pertenencia no perjudica su vida cristiana ni eclesial, y por otra parte, que
no infringe las disposiciones canónicas.
Franc-masonería y vía espiritual
De hecho, hay católicos que entran y permanecen en
masonería pretendiendo mantenerse católicos, y masones que acuden al
catolicismo gracias a sus actividades masónicas (descubrimiento de la práctica
ritual, de un tronco común cultural, etc.). Tanto en un caso como en el otro,
dado que estos católicos permanecen en la masonería, con el riesgo de
transgredir la disciplina eclesiástica, es, podemos esperar, que encuentran
allí un medio de profundización de su vida cristiana. Si se adopta una
definición mínima de la franc-masonería como una sociedad iniciática basada en
un simbolismo constructivo de inspiración bíblica, se percibe con bastante
rapidez cómo la concurrencia que señalaba la Declaración alemana puede ser (o
quizás volver a ser) complementariedad o colaboración a un mismo fin. En
efecto, la Iglesia católica es también una sociedad que propone una iniciación,
dispone de un simbolismo y se enraíza en la tradición bíblica, Hay entonces
concurrencia cuando las sociedades, las iniciaciones y las hermenéuticas se
oponen, ya sea porque tiendan a fines inconciliables, o ya sea porque aspiraran
a un mismo fin pero excluyéndose. Hemos indicado ya que en un plano
estrictamente social, la oposición está fuertemente atenuada y que se han
realizado algunas colaboraciones. La cuestión se plantea, pues, sobre todo en
el dominio de la iniciación y de la hermenéutica de los símbolos.
Para que la imposición de los símbolos no
constituya más este peligro que señalaba la Declaración alemana, es necesario
que el simbolismo de la masonería sea interpretado y vivido a la luz de la
escritura y de la tradición de la Iglesia, encontrando así en la vía eclesial
su lugar hermenéutico, y escapando entonces a la pura subjetividad[25].
En cuanto a las relaciones entre la iniciación
masónica y la iniciación cristiana (los tres sacramentos del bautismo, la
confirmación y la eucaristía), podemos preguntarnos qué necesidad tiene un
católico de recibir la iniciación masónica: ¿será porque considera que la
iniciación cristiana es insuficiente para transmitirle la gracia y transformar
radicalmente su ser hasta hacerle partícipe de la vida divina? Hay que recordar
aquí que la iniciación, como la palabra indica, es un comienzo, y que a este
respecto los ritos masónicos, al igual que, por ejemplo, la plegaria o la
ascesis, pueden contribuir a la fructificación y al despliegue de la gracia
sacramental en la totalidad de la persona. Recíprocamente, la práctica
cristiana puede convertirse en el soporte de una efectuación de la iniciación
masónica inicialmente virtual. Puesto que el rito es un simbolismo en acto, la
interacción de los ritos masónicos y los ritos de la Iglesia supone que estos
ritos se inscriben en la misma tradición simbólica y, más particularmente, que
los ritos masónicos estén en continuidad directa con el simbolismo cristiano,
tomándolo como base. Se trataría entonces, de alguna manera, de volver sobre
las fases sucesivas de descristianización de los rituales masónicos (por
ejemplo, en Inglaterra aprovechando la unión de 1813, o en Francia en la línea
del convento de 1877) o de su reinterpretación no cristiana, a veces
anticristiana (como la del grado de Rosa-Cruz[26]).
Análogamente, si se trata de masonería esotérica
(y no solamente moral, filosófica o espiritualista), es preciso entonces que
tenga “por base exotérica al Catolicismo”[27]. Lo que aquí está en juego, es
claramente la articulación del esoterismo y del exoterismo y, en el caso que
nos ocupa, la posibilidad que tendrían la iniciación, los ritos y los símbolos
masónicos de apoyarse en el exoterismo de la religión católica; lo que
significa que las relaciones normales entre una franc-masonería esotérica y la
Iglesia católica deberían ser las que deben haber entre un esoterismo y un
exoterismo. Así, la iniciación masónica y el organismo sacramental católico no
serían ya más concurrentes, sino complementarios, representando las dos caras
del acceso a una misma tradición cristiana, a la vez esotérica (iniciática) y
exotérica (religiosa). Esto no se puede hacer más que en el marco de una masonería verdaderamente regular,
auténticamente tradicional, como las organizaciones operativas del oficio de la
construcción, a juzgar por sus Deberes,
que existían en Inglaterra antes de que se operara su “descatolización” (precoz
[28]), o en Francia los antiguos Compañeros.
Una apertura canónica
Parece claro que, en el estado actual de las
cosas, la constitución de esta masonería tradicional no puede ser el propósito
del conjunto de la masonería, sino solamente de algunos individuos católicos.
Está claro también que estos individuos no podrían actuar en una clandestinidad
total frente a la jerarquía católica. En efecto, desde el momento en que son
católicos, que pretendan serlo plenamente, y que son conscientes de la
necesidad de un punto de apoyo exotérico, no pueden ir más allá de las
decisiones oficiales y explícitas de la Santa Sede. Esto no significa sin
embargo que en el estado actual de la disciplina católica, que prohíbe la doble
pertenencia, la constitución por parte de católicos de una masonería
tradicional sea aplazada hasta un improbable cambio de posición del magisterio
romano.
Cuando la Sagrada Congregación para la Doctrina de
la fe afirma la incompatibilidad de principio de la pertenencia simultánea a la
Iglesia católica y a la masonería moderna, no deja ni siquiera una puerta
abierta a la pertenencia de un católico a esta masonería que hemos calificado
de “tradicional”. La Declaración de 1983 estipula:
No está entre las facultades de las autoridades
eclesiásticas locales de plantear un juicio sobre la naturaleza de las
asociaciones masónicas que implicara una derogación al juicio susodicho [la
incompatibilidad de los principios masónicos con la doctrina de la Iglesia], en
la línea de la declaración de esta Santa Congregación hecha el día 17 de
febrero de 198 [29].
Ahora bien, esta última precisa:
La intención de la Santa Congregación no era la de
conferir a las Conferencias episcopales la facultad de pronunciar públicamente
un juicio de carácter general sobre la naturaleza de las asociaciones
masónicas, juicio que implicaría derogaciones a las normas citadas [el
mantenimiento de la excomunión prevista por el canon 2335 del Código de 1917] [30].
Lo que está, pues, referenciado “en la línea de la
declaración [...] del 17 de febrero de 1981”, es la publicidad y la generalidad
del juicio. No está excluido, entonces, que un obispo pueda pronunciarse
privadamente por un juicio particular, aún cuando este juicio contravendría las
normas generales del magisterio romano. Tanto más cuanto que la Declaración de
1981 indica que la intención de la Congregación para la Doctrina de la fe,
cuando ratificó en 1974 el principio de interpretación estricto de la
disposición penal del canon 2335, era recordar “los principios generales de
interpretación de las leyes penales para la solución de casos particulares que
puedan ser sometidos al juicio de las propias del lugar”[31]. Ahora bien, en
términos del canon 87-1 del Código de derecho canónico de 1983:
Cada vez que lo juzgue provechoso para su bien
espiritual, el obispo diocesano tiene el poder de dispensar a los fieles de
leyes disciplinarias tanto universales [es el caso de la declaración de 1983]
como particulares fijadas por la autoridad suprema de la Iglesia para su
territorio o sus súbditos [...].
En consecuencia, un obispo puede legítimamente
dispensar privadamente a tal o cual de sus súbditos de la prohibición de
pertenecer a la masonería, si esto es para el bien espiritual de dicho fiel.
Hemos visto cuales eran las condiciones de
realización de este bien espiritual en masonería: una iniciación, un trabajo y
una hermenéutica de los símbolos que, al menos, no se opongan a la ortodoxia y
a la ortopraxis católica, y que, en el mejor de los casos, se apoyen en ella. Es
necesario que la Iglesia pueda verificar esta compatibilidad o esta
complementariedad; lo que supone que no haya separación radical entre la
Iglesia católica y la logia concernida, y que esta última no esté
herméticamente cerrada por su secreto a la primera. Por lo tanto, la solución
podría perfectamente consistir, como lo sugería Jean Reyor[32], en que
miembros autorizados de la jerarquía católica, o para evitar cualquier
escándalo, representantes discretos de dicha jerarquía, estuvieran presentes en
la logia en cuestión, como lo estaban los capellanes en la antigua masonería
operativa. De esta forma, el secreto formal e institucional[33] de la citada
logia no sería ya más percibido como un medio de escapar a todo control por
parte de las autoridades eclesiásticas, y los miembros de la jerarquía católica
o sus representantes en logia podrían verificar y atestiguar en el seno de la
Iglesia la legitimidad del juramento, de las doctrinas y de las prácticas
masónicas[34]. No pequemos aquí de irenismo: la aceptación, por parte de la
jerarquía católica, de la pertenencia de un católico a una logia “tradicional”
sobre el fundamento del esoterismo católico de dicha logia, supone que este
católico proporciona a la jerarquía católica la demostración de la legitimidad
de un esoterismo en el cristianismo, y sabemos en qué grado la Iglesia es hoy
en día globalmente hostil a la idea misma de un esoterismo cristiano.
Hemos querido aquí indicar, a partir de las
posiciones explícitas y oficiales de la Santa Sede, algunos puntos de
referencia y algunos elementos de respuesta a la difícil y delicada cuestión de
la pertenencia de un católico a la masonería.
Bajo este marco, hemos constatado que la Santa
Sede estaba en su derecho de pronunciarse sobre la masonería a partir de las
informaciones de las que disponía y sin salir de su dominio de autoridad, desde
el momento en que hay católicos que pretenden entrar o permanecer en masonería.
La prohibición de pertenecer a la masonería
moderna hecha a los católicos, o al menos la advertencia contra esta
pertenencia, se mantiene, y un católico consecuente no puede abstraerse de
ello. Sin embargo, antes que ver allí primero o solamente el hecho de la
ignorancia (y si lo hay es quizás también porque la masonería se ha cerrado mucho
tiempo a la Iglesia católica), el católico masón puede comprenderlo como una
invitación a interrogarse sobre su práctica masónica, a considerar en qué
medida puede favorecer o dificultar su vida religiosa y espiritual, y a extraer
con plena consciencia las consecuencias.
NOTAS:
[1] Nota del
Traductor: reproducimos aquí esta
Declaración, firmada por el entonces Cardenal (y actual Papa Benedicto XVI)
Joseph Ratzinger:
“Quaesitum est an mutata sit
Ecclesiae sententia circa associationes massonicas, propterea quod in novo
Codice Iuris Canonici de ipsis non fit mentio expressa sicut in vetere Codice.
Sacra haec Congregatio respondere valet talem circumstantiam tribuendam
esse criterio in redactione adhibito, quod servatum est etiam quoad alias
associationes pariter silentio praetermissas eo quod in categoriis latius
patentibus includebantur.
Perstat igitur immutata
sententia negativa Ecclesiae circa associationes massonicas, quia earum
principia semper inconciliabilia habita sunt cum Ecclesiae doctrina ideoque
eisdem adscriptio ab Ecclesia prohibita remanet. Christifideles qui
associationibus massonicis nomen dant in peccato gravi versantur et ad Sacram
Communionem accedere non possunt.
Auctoritatibus ecclesiasticis localibus facultas non est proferendi
iudicium circa naturam associationum massonicarum quod secumferat supradictae
sententiae derogationem, ad mentem Declarationis Sacrae huius Congregationis,
die 17 februarii 1981 factae (cf. AAS 73 [1981], 240-241).
Hanc Declarationem in Conventu ordinario huius S. Congregationis
deliberatam, Summus Pontifex Ioannes Paulus Pp. II, in Audientia infrascripto
Cardinali Praefecto concessa, adprobavit et publici iuris fieri iussit.
Romae, ex Aedibus S. Congregationis pro Doctrina Fidei, die 26
novembris 1983”.
El texto en negrita dice textualmente: “Por
tanto, no ha cambiado el juicio negativo de la Iglesia respecto de las
asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados
inconciliables con la doctrina de la Iglesia; en consecuencia, la afiliación a
las mismas sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a
asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden
acercarse a la santa comunión”.
[2]
Es, por otra parte, en el marco
de un tal diálogo, y a la vista de los rituales masónicos, que la Conferencia
episcopal alemana llegó a la conclusión de que la pertenencia a la masonería
era incompatible con la pertenencia a la Iglesia católica.
[3]
Cf. Pierre BOUTIN, La Franc-Maçonnerie, l’Église et la
modernité: les enjeux institutionnels du conflit (La Franc-Masonería, la Iglesia y la modernidad: los intereses
institucionales del conflicto), París, Desclée de Brouwer, 1998, página
173.
[4]
Jean Reyor, Pour un aboutissement de l’oeuvre de René Guénon (Por un desenlace de la obra de René Guénon),
tomo II: La Franc-Maçonnerie et l’Église
catholique, Milan: Archè (Biblioteca del Unicornio. La Tradición: textos y
estudios. Serie francesa; 42), 1990, página 116.
[5]
En los primeros siglos de la
Iglesia, los cristianos ortodoxos denunciaron en el gnosticismo una publicidad
indebida de doctrinas que debían permanecer secretas. Ocurre lo mismo en el
Islam, puesto que, como indica Pierre LORY, “parece plausible que varios
heresiarcas acusados de ghulûw (celo
exagerado a la mirada de los Imâms;
divinización de estos últimos; y anuncio de la inminencia de la parusía del Mahdî) por los mismos Imâms hayan sido
sobre todo condenados por la divulgación pública de doctrinas que deberían
haber permanecido secretas” (Pierre LORY, Introducción a Rajab BORSI, Les
orients des lumières, Lagrasse: Verdier (Islam espiritual), 1996, página 21).
Un fenómeno parecido se produjo durante los inicios languedocianos y después
aragoneses de la Cábala.
[6]
Así, señalamos a título de
ejemplo la reseña en el Gentleman’s
magazine londinense de 1731, páginas 431-432, de las Constituciones de
Anderson.
[7]
“Erklärung der Deutchen
Bischofskonferenz zur Frage der Mitgliedschaft von Katholiken in der
Freimaurerei”, Pressedienst des
Sekretariats der Deutschen Bischofskonferenz, nº 10/80, 12 de mayo de 1980,
página 4 [Traducción francesa: “La Iglesia y la franc-masonería: Declaración
del episcopado alemán”, La Documentation
catholique, nº 1807, 3 de mayo de 1981, páginas 444-448].
[8] Idem,
páginas 4-5.
[9] Idem,
página 19.
[10] Idem,
páginas 10-11.
[11] Benedicto XVI, “Providas”, en padre Gasparri, editorial Codici iuris canonici fontes, tomo 2,
Roma: Typis polyglotis Vaticanis, 1948, páginas 315-318 (317).
[12] Idem,
página 10.
[13] Idem,
página 15.
[14]
“Erklärung der Deutschen
Bischofskonferenz...”, obra citada, página 16.
[15]
León XIII, haciendo muy
ciertamente alusión al convento de 1877 del Gran Oriente de Francia, incluso
notaba que los masones no se adherían más a estas verdades accesibles a la sola
razón natural que son la existencia de Dios y la inmortalidad del alma
espiritual. LEON XIII, “Humanum genus”, en padre GASPARRI, editorial Codici iuris canonici fontes, tomo 2,
Roma: Typis polyglottis Vaticanis, 1933, páginas 221-234 (226).
[16] Idem,
página 9.
[17] Acta Apostolicae Sedis, tomo 73, página 240. (Traducción francesa: “Los católicos y la
franc-masonería: carta de la Congregación para la Doctrina de la fe”, La Documentation catholique, nº 1662, 20
de octubre de 1974, página 856).
[18] SACRA CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, “Declaratio de associationibus
massonicis”, Acta Apostolicae Sedis,
tomo 76, 1984, página 301. (Traducción francesa: “La incompatibilidad entre la
pertenencia a la Iglesia y la franc-masonería: declaración de la Congregación
para la Doctrina de la fe”, La
Documentation catholique, nº 1985, 1 de enero de 1984, página 29).
[19] Henry SADLER, Masonic facts and fictions, comprising a new
theory of the origin of the “Antien” Grand Lodge, Wellinborough: The
Aquarian Press, 1985 (primera edición: 1887).
[20] René GUÉNON, Études sur la
franc-maçonnerie et le compagnonnage, tomo 2, París: Éd. Traditionnelles,
1992, página 262
[21] Cedrinus JOHANNES, “¿Es la franc-masonería ‘regular’ una masonería de
los ‘creyentes’?”, La Pensée catholique,
nº 104-105, 1966, páginas 100-113 (112).
[22] “Erklärung der Deutschen Bischofskonferenz...”, obra citada, página 13.
[23] Idem,
página 17, que cita al respecto el célebre primer artículo de las
Constituciones de Anderson.
[24]
Cf., por ejemplo: “Llamada común
a la fraternidad”, La Documentation
catholique, nº 1907, 1 de diciembre de 1985, páginas 1145-1146.
[25]
No hay que olvidar que la
Masonería es el Arca viva donde se ha recogido y acumulado, por herencia, en
forma de depósitos, todo aquello que ha habido de verdaderamente iniciático en
el mundo occidental, constituyendo los gérmenes para el ciclo venidero, y que
conviene conservar con el cuidado más extremo, y condensa fundamentalmente
símbolos de las tres tradiciones Abrahámicas (Cristianismo, Judaismo e Islam).
Además, la “cristianización” de la Masonería occidental se hizo de una vez por
todas probablemente hacia el siglo V de nuestra era, por iniciados
particularmente cualificados para una obra tan importante y tan difícil. Lo que
han dejado subsistir de la Masonería de los Collegia Fabrorum, al igual que del
simbolismo polar, son las referencias al Pitagorismo y a la tradición céltica,
caldea, egipcia y greco-latina; habiendo sido todo esto gravemente dañado por
la nefasta acción de Anderson y de sus pálidos imitadores. Y [...] ¿no sería
precisamente para reparar esas “heridas” que se habría instituido la “Masonería
escocesa”? (N. del T.: extracto del capítulo IV, “Sobre algunos aspectos de la
Masonería llamada Escocesa”, del libro de Denys Roman: René Guénon et les
destins de la Franc-Maçonnerie).
[26]
Cf. Pierre MOLLIER, “El grado
masónico de Rosa-Cruz y el cristianismo: apuesta y poder de los símbolos”, Politica hermetica, nº 11, 1997, páginas
85-114.
[27]
Jean REYOR, Pour un aboutissement de
l’oeuvre de René Guénon, tomo 2: La
franc-maçonnerie et l’Église catholique, obra citada, página 26.
[28] El manuscrito Grand Lodge nº
1 de 1583 está ya marcado por las concepciones de la Reforma, cuando enuncia
que “el primer deber es este: que sereis hombres leales a Dios y a la santa
Iglesia; y que no caereis en el error ni en la herejía, sea por vuestro juicio,
sea por vuestras acciones, sino que sereis hombres discretos y sabios en todo”
[“Manuscrit Grand Lodge nº 1”, en
Fréderick TRISTAN, La Franc-Maçonnerie:
documents fondateurs, Paris: L’Herne (Les Cahiers de l’Herne), 1992,
páginas 141-153 (150).] Cf. El comentario de esta pasaje en Daniel LIGOU,
“1717: nacimiento de los protestantes ingleses”, Notre Histoire, nº 66, 1990, páginas 10-15 (11).
[29] SACRA CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, “Declaratio de associationibus
massonicis”, obra citada, página 301.
[30]
SACRA CONGREGATIO PRO DOCTRINA
FIDEI, “Declaratio de canonica disciplina quae sub poena excommunicationis
vetat ne catholici nomen dent sectae Massonicae aliisque eiusdem generis
associationibus”, Acta Apostolicae Sedis, tomo 73, páginas 240-241 (241).
(Traducción francesa: “Los católicos y la franc-masonería: declaración de la
Santa Congregación para la Doctrina de la fe”, La Documentation catholique, nº 1805, 5 de abril de 1981, página
349).
[31] Idem.
[32]
Jean REYOR, Pour un aboutissement de l’oeuvre de René Guénon, tomo 2: La
franc-maçonnerie et l’Église catholique, obra citada, páginas 20-21.
[33]
Empleamos estos dos últimos
calificativos en el sentido que les da Jean BORELLA [Esotérisme guénonien et mystère chrétien, Lausanne: L’Âge d’homme
(Delphica), 1997, páginas 67-72]. Está
claro que el secreto real, lo inexpresable, al cual la masonería da
eventualmente los medios para acceder (por la iniciación y su actualización),
no es por naturaleza accesible más que desde el interior, y no por el hecho de
la voluntad de la sociedad, secreta o no.
[34] Así, saliendo del dominio esotérico, las dificultades
que encontraron, a finales del siglo pasado, los Knights of Labour, se mantuvieron largo tiempo por el hecho de que
esta sociedad aparecía herméticamente cerrada a toda investigación de la
jerarquía católica; mientras que más o menos en la misma época los Knighys of Columbus, al tener capellanes
católicos y no aceptar más que católicos practicantes, no encontraron ninguna
dificultad en ser aceptados por las mismas autoridades. Cf. Henry J. BROWNE, The Catholic Church and the Knights of Labor,
Washington (DC): The Catholic University of America Press (Studies in American
Church history; 38), 19