Se ha escrito tanto sobre la cuestión de la regularidad
masónica, se han dado tantas definiciones diferentes e incluso contradictorias,
que este problema, lejos de estar resuelto, no ha hecho, quizá, sino devenir
más oscuro. Parece que ha sido mal expuesto, pues, a menudo, se tiende a
fundamentar dicha regularidad sobre consideraciones puramente históricas,
apoyándose en la prueba, verdadera o supuesta, de una transmisión
ininterrumpida de poderes desde una época más o menos alejada. Ahora bien, es
preciso confesar que, desde este punto de vista, sería fácil encontrar algunas
irregularidades en el origen de todos los Ritos practicados actualmente.
Nosotros pensamos que todo ello dista mucho de tener la importancia que agunos,
por razones diversas, han querido atribuirle, y que la verdadera regularidad
reside esencialmente en la ortodoxia masónica, y que esta ortodoxia consiste
ante todo en seguir fielmente la Tradición, en conservar con cuidado los
símbolos y las formas rituales que expresan esta Tradición y que son como su
ropaje, y en rechazar toda innovación sospechosa de modernidad. Y es a
propósito que empleamos aquí la palabra modernidad, para designar esta
tendencia demasiado difundida que, en Masonería como en todas partes, se
caracteriza por el abuso de la crítica, el rechazo del simbolismo y la negación
de todo aquello que constituye la Ciencia esotérica y tradicional.
No obstante, no queremos decir con ello, que la Masonería,
para ser ortodoxa, deba ceñirse a un formalismo estrecho, en que lo ritual deba
ser algo absolutamente inflexible, dentro de lo cual no se pueda añadir ni
suprimir nada sin hacerse acreedor de algún tipo de sacrilegio; esto sería dar
muestra de un dogmatismo que resulta del todo extraño e incluso contrario al
espíritu masónico. La Tradición no excluye de ningún modo la evolución ni el
progreso, los rituales pueden y deben ser modificados todas las veces que sea
necesario para adaptarse a las condiciones variables del tiempo y del lugar
pero, bien entendido, únicamente en la medida en que estas modificaciones no
afecten a ningún aspecto esencial. El cambio en los detalles del ritual importa
poco siempre y cuando la enseñanza iniciática que se desprenda de ellos no
sufra ninguna alteración; y la multiplicidad de Ritos no tendría graves
inconvenientes, quizá incluso tendría ciertas ventajas, si desgraciadamente no
tuviera demasiado a menudo como consecuencia, sirviendo de pretexto a enojosas
disensiones entre Obediencias rivales, el comprometer la unidad, si se quiere
ideal, pero con todo real, de la Masonería universal.
Lo lamentable es, sobre todo, tener que comprobar demasiado
a menudo en un gran número de Masones la ignorancia completa del simbolismo y
de su interpretación esotérica, el abandono de los estudios iniciáticos sin los
cuales el rito no es sino un cúmulo de ceremonias vacías de sentido, como en
las religiones exotéricas. En este sentido hoy en día hay, particularmente en
Francia e Italia, negligencias verdaderamente imperdonables; podemos citar, por
ejemplo, aquella que cometen los Maestros que renuncian a llevar mandil, cuando
no obstante, como bien ha demostrado recientemente el M:. Il:. H:. Dr. Blatin,
en un comunicado que debe estar todavía presente en la memoria de todos los
HH.·., es el mandil la verdadera indumentaria del Masón, mientras que el cordón
no es más que su adorno. Algo más grave todavía es la supresión o la
simplificación exagerada de las pruebas iniciáticas y su reemplazo por el
enunciado de fórmulas casi insignificantes; y, a este propósito, no podemos
hacer nada mejor que reproducir unas líneas que al mismo tiempo nos dan una
definición general del simbolismo, y que consideramos perfectamente exactas:
"El simbolismo masónico es la forma
sensible de una síntesis filosófica de orden trascendente o abstracta. Las
concepciones que representan los Símbolos de la Masonería no pueden dar lugar a
ningún tipo de enseñanza dogmática; ellas escapan a las fórmulas concretas del
lenguaje hablado y en absoluto se dejan traducir por palabras. Son, como se
dice muy justamente, los Misterios que se sustraen a la curiosidad del profano,
es decir, las Verdades que el espíritu no puede alcanzar sino después de haber
sido cabalmente preparado. La preparación al entendimiento de los Misterios es
alegóricamente puesta en escena en las iniciaciones masónicas por las pruebas
de los tres grados fundamentales de la Orden. Contrariamente a lo que alguno se
ha imaginado, estas pruebas no tienen en absoluto como objetivo el de hacer
resurgir el coraje o las cualidades morales del recipiendario; ellas figuran
una enseñanza que el pensador deberá discernir, y luego meditar, en el
transcurso de toda su carrera de iniciado" [1].
Vemos en ello que la ortodoxia masónica, tal y como la hemos
definido, se refiere al conjunto del simbolismo considerado como un todo
armónico y completo y no exclusivamente a este o aquel símbolo en particular,
incluso una fórmula como A L.·. G.·.
D.·. G.·. A..·. D.·. U.·., de la que se ha querido a veces hacer una
característica de la Masonería regular, como si ella pudiera por sí misma
constituir una condición necesaria y suficiente de regularidad y cuya
supresión, después de 1877, ha sido a menudo reprochada a la Masonería
francesa. Aprovecharemos esta ocasión para protestar enérgicamente contra una
campaña todavía más ridícula que odiosa, si cabe, dirigida desde hace ya algún
tiempo contra esta última, en Francia mismo, en nombre de un pretendido
espiritualismo que no tiene razón de ser en este caso, por ciertas gentes que
se revisten de cualidades masónicas más que dudosas; si estas gentes a quienes
no queremos hacer el honor de nombrar, creen que sus procedimientos asegurarán
el triunfo de la pseudo-masonería que ellos mismos tratan vanamente de lanzar
bajo etiquetas diversas, se equivocan extrañamente.
No queremos tratar aquí, al menos por el momento, la
cuestión del G.·. A.·. D.·. U.·.. Esta cuestión ha sido, en los últimos números
de L´Acacia, objeto de una discusión
muy interesante entre los HH:. Oswald Wirth y Ch. M. Limousin;
desgraciadamente, esta discusión ha sido interrumpida por la muerte de este
último, muerte que fue un duelo para la Masonería entera. Sea como fuere,
diremos solamente que el símbolo del G.·. A.·. D.·. U.·. no es en absoluto la
expresión de un dogma, y que, si se comprende como es debido, puede ser
aceptado por todos los Masones, sin distinción de opiniones filosóficas, pues
ello no implica en absoluto el reconocimiento por su parte de un Dios
cualquiera, como se ha creído muy a menudo. Es lamentable que la Masonería
francesa se haya equivocado a este respecto, pero es justo reconocer que no ha
hecho en esto más que compartir un error bastante general; si se consigue
disipar esta confusión, todos los Masones comprenderán que, en lugar de
suprimir al G.·. A.·. D.·. U.·. es preciso, como dice el H.·. Oswald Wirth, en
las conclusiones a las que nos adherimos plenamente, buscar el hacerse una idea
racional, y tratarlo de esta manera como a todos los demás símbolos
iniciáticos.
Esperamos que llegará un día no muy lejano en que se
establecerá el acuerdo definitivo sobre los principios fundamentales de la
Masonería y sobre los aspectos esenciales de la doctrina tradicional. Todas las
ramas de la Masonería universal volverán entonces a la verdadera ortodoxia, de
la cual algunas de ellas se han alejado un poco, y todas se unirán al fin para
trabajar en la realización de la Gran Obra que es el cumplimiento integral del Progreso
en todos los dominios de la actividad humana.
Notas:
[1] Rituel
interprétatif pour le Grade d´Apprenti, redactado por el Grupo Masónico de Estudios
Iniciáticos, 1893.
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