martes, 4 de junio de 2013

La vocación; por Albano Martín de la Scala

Artículo publicado en la revista Letra y Espíritu, nº 34, Junio de 2013.

René Guénon en su obra "El Rey del Mundo" en el Capítulo VIII, escribe [1]: "El período actual es, pues, un período de oscurecimiento y confusión; sus condiciones son tales que mientras persistan, el conocimiento iniciático debe permanecer necesariamente oculto, de ahí el carácter de los "Misterios" de la antigüedad llamada "histórica" (que no remonta siquiera al principio de este período) y de las organizaciones secretas de todos los pueblos: organizaciones que dan una iniciación efectiva allí donde todavía subsiste una verdadera doctrina tradicional, pero no ofrecen más que una sombra de ella cuando el espíritu de esta doctrina ha dejado de vivificar los símbolos que no son más que su representación exterior, y ello porque, por diversas razones, todo vínculo consciente con el centro espiritual del mundo ha terminado por romperse, lo cual es el sentido más particular de la pérdida de la tradición, aquel que concierne más especialmente a tal o cual centro secundario, que deja de estar en relación directa y efectiva con el centro supremo.

Se debe hablar pues, como ya dijimos anteriormente, de algo que está oculto más que verdaderamente perdido, puesto que no está perdido para todos y que algunos lo poseen todavía íntegramente; y, de ser así, otros siempre tienen la posibilidad de volver a encontrarlo, siempre que lo busquen como conviene, es decir, que su intención esté dirigida de tal manera que, por las vibraciones harmónicas que despierta bajo la ley de "acciones y reacciones concordantes" [2] puede ponerlos en comunicación espiritual efectiva con el centro supremo. [3] Esta dirección de la intención tiene, además, su representación simbólica en todas las formas tradicionales; nos referimos a la orientación ritual: en efecto, ésta es propiamente la dirección hacia un centro espiritual, que, sea cual sea, es siempre una imagen del verdadero "Centro del Mundo"[4].

La palabra "vocación" deriva del vocablo latino "vocatus" y tiene la misma raíz que el término "vox": voz; su significado etimológico es el de "llamada". Llamada que, entendida en su sentido superior, procede directamente del centro supremo del que habla Guénon en la cita introductoria, centro que, a nivel microcósmico, corresponde simbólicamente al corazón. Tal llamada parte desde el centro de cada ser y se dirige a cada uno de ellos con el nombre esencial y profundo que le caracteriza, el cual es diferente del de todos los demás y propiamente único. Este nombre esencial, no obstante, combinándose con el ambiente que encuentra en su recorrido que desde el centro se difunde simbólicamente en el espacio, se vela y se revela al mismo tiempo en modalidades cada vez más exteriores.[5] La gradual alteración y como enmascaramiento del nombre, tiene entre otros efectos el de permitir, incluso a aquellos que tienen un horizonte intelectual más limitado, poder percibir también, a su nivel, esta llamada central.

Esta pluralidad de nombres puede ayudar a comprender cómo la misma palabra "vocación" se puede entender con significados y grados muy diferentes. Por ejemplo, puede referirse al dominio de la espiritualidad pura, o al psíquico, entendido como origen relativo de la individualidad. De ello se desprende que, aun cuando se habla de vocación, se puede entender legítimamente la llamada del hombre a lo espiritual, o bien la predisposición del ser para ejercer un oficio o una función particular y no otras. Está claro que los puntos de vista en cuestión, refiriéndose a diferentes planos de la realidad, no se oponen de hecho, al contrario, es en la ejecución de las actividades más exteriores que el ser puede encontrar un soporte adecuado para abrirse a aquellas más profundas.

En nuestro trabajo anterior[6] señalamos cómo en la parte más profunda e íntima de los seres humanos hay una presencia que no es de naturaleza individual sino universal. Esta presencia está siempre viva, y ésta es la razón por la cual los seres existen, pero, hoy en día, los sentidos internos que permiten percibirla al individuo, a menudo están como adormecidos o narcotizados. A pesar de ello, su vitalidad, a veces, se puede manifestar a través de las vibraciones internas que resuenan como una llamada interior a lo trascendente. Esto se debe al hecho de que los iguales se atraen, tendiendo de forma natural hacia la reunificación de aquello que se ha dispersado. [7]

Como hemos tenido ocasión de señalar, desde el punto de vista iniciático, la unión que es necesario buscar es la del soplo divino, presente en el fuero interno de cada ser humano, con el origen espiritual del que nace. Es en esto donde está contenido el sentido profundo del amor. [8]

Igual que un pájaro enjaulado no puede sino aspirar a volar libremente en el cielo, ya que esta es su verdadera naturaleza, de la misma manera, la parte más profunda del ser no aceptará permanecer confinada dentro de los límites individuales y pedirá con fuerza por regresar allí donde reside su verdadero origen. Ésta es la razón por la que, aquellos que perciben esta presencia vital en su corazón, hasta que no hayan recorrido un camino de conocimiento, sólo podrán encontrarse incómodos, en sufrimiento y como sintiendo una carencia, quizás aún no bien definida, en su vida. Son ellos los que están espiritualmente vivos y es a este tipo de personas a los que pretendemos dirigirnos con nuestro escritos.

La llamada que nace en el centro se difunde por el espacio a través de vibraciones caracterizadas por círculos concéntricos, por tanto puede intuirse que seguir esta llamada corresponde a un camino que, procediendo en sentido inverso, tome su punto de partida en el círculo exterior, que corresponde al actual estado de percepción de la realidad en la que se encuentra el ser y lo lleve, a través de las etapas sucesivas [9] correspondientes a la asunción de círculos cada vez más pequeños, a regresar a su propia esencia profunda. [10]

El paso desde un círculo exterior a otro más interior implica la actualización de todas las posibilidades comprendidas en el espacio existente entre los dos y, por consiguiente, la asunción del centro, en el caso específico del estado humano, implica el desarrollo armónico y total de las potencialidades en él contenidas. [11]

Cada círculo representado aquí corresponde a una determinada realidad ambiental, realidad a la que el ser se encuentra estrecha y solidariamente ligado por su naturaleza. El paso de un círculo más exterior a otro más interior implica por tanto la completa renuncia a los apegos que se vinculan al primero y, en consecuencia, la asunción del centro presupone necesariamente el total sacrificio del correspondiente estado de manifestación. El secreto está contenido en los contrarios y es sólo mediante la renuncia que el ser puede obtenerlo verdaderamente, es decir, en definitiva, actualizar plenamente sus propias posibilidades. [12]

Esta renuncia, sin embargo, no será ni fácil ni indolora. Apegos, físicos y sobre todo psicológicos, podrán manifestarse por ejemplo a través de los vínculos familiares, profesionales, de los propios hábitos o el propio mental que retendrán al ser, incluso de la manera más imprevista, que quiere liberarse de ellos.

No sólo eso, hay además condicionamientos tanto hereditarios como ancestrales que en un cierto momento, si se quiere avanzar en la Vía, deberán ser superados. [13] La parte esencial del ser no podrá retornar armónicamente [14] a su origen en tanto que no sea liberada del lastre que la arrastra hacia abajo; de ahí la necesidad de aligerarla mediante un profundo trabajo de purificación.

Pondremos un ejemplo para hacernos entender mejor. Un ser que viva en la profanidad total y que por tanto se encuentre en una condición extremadamente exterior y quiera pasar a una más interior, se encontrará en la necesidad de abrazar una forma tradicional, aceptando todas las prescripciones exotéricas que ésta impone y renunciando a todo aquello que está prohibido. El campo de acción de su individualidad en este caso se verá reducido, habrá después posibles pasos a dar como el del vínculo iniciático que podrá desarrollarse de modo gradual llevando al ser poco a poco a abandonar sus propias inclinaciones individuales para seguir su vocación. [15]

Quien realmente asimile este plano de realidad, cumplirá los actos prescritos y se abstendrá de aquellos prohibidos con gozo y espontaneidad y sentirá como opuesta a su propia naturaleza toda acción contraria a la ley. Llegado a ese punto, habiendo realizado este aspecto de su vocación, al actuar en este ámbito será realmente libre. [16] Estos conceptos de gozo, espontaneidad y libertad, que en la concepción corriente acompañan a la idea de vocación, son por tanto un resultado mucho más que un punto de partida y, evidentemente, pueden ser traspuestos a realidades progresivamente más profundas.

Hablamos de cómo los sentidos internos que permiten al individuo advertir la presencia de lo trascendente en su propio fuero interno, están a menudo como adormecidos o narcotizados. Una consecuencia de este estado de cosas puede llevar al ser a ignorar totalmente la existencia y esta es la situación dramática en la que se encuentran la gran mayoría de nuestros contemporáneos. Pero puede darse el caso de que alguien, tal vez por atravesar un momento particular en su propia vida, perciba de algún modo esta existencia vital en el interior de su corazón sin poder encontrar la manera de hacerla activa en su propia existencia. La vocación se manifiesta como una llamada, si bien aquél que la ha escuchado de algún modo, a causa del caos general que lo rodea, no siempre se encuentra en condiciones de identificar el verdadero origen de la misma y por tanto puede tener dificultades para seguirla. [17]

En definitiva seguir la vocación, significa encontrar un centro para la propia vida, tender a él y adherirse a él. Con esta afirmación estamos hablando de cosas extremadamente concretas. El ser por tanto debe poder encontrar al nivel de su actual estado de percepción de la realidad, soportes tangibles que le permitan interactuar con lo espiritual. [18]

En un mundo tradicional estos soportes, siendo seres humanos, organizaciones o de otro tipo, son fácilmente identificables. En este contexto queda por tanto a responsabilidad de cada uno decidir comprometerse o no en el avance en el camino que le es propio.

Desafortunadamente, a día de hoy, tal como se indica en la nota introductoria, las realidades auténticamente espirituales se están retirando cada vez más. La consecuencia de este hecho es que el espacio exterior que han dejado libre ha sido ocupado por otro tipo de realidades, realidades a menudo inquietantes, las cuales componen un panorama particularmente intrincado y pavimentado por trampas de todo tipo.

Esta consideración, no obstante, no debe hacer caer en el desaliento y la resignación. Hay un hecho extremadamente importante que es necesario tener en cuenta: cada acto, ya sea interior o exterior, nunca pasará completamente desapercibido. La Divinidad lo observa todo [19] y si hay buena voluntad y la actitud del ser es sincera, pura y desinteresada, [20] las puertas que permiten llegar al centro acabarán por abrirse una tras otra ante él [21] manteniéndosele apartado de los engaños. [22] Todo ser dispone de medios y estructuras tradicionales en los que poder apoyarse y es en el ejercicio de las propias funciones, aunque fueran aparentemente banales y de poca importancia, utilizadas del mejor modo posible, que reside el secreto para avanzar en la vía. [23] Es utilizando del mejor modo posible los instrumentos de los que se dispone que se obtendrán otros más perfeccionados. Sólo actuando de este modo podrá abandonarse la propia condición periférica para pasar a una más interior, siendo en cierto modo cooptado; es necesario recordar que se está siempre en la presencia del Principio que, según el comportamiento adoptado, utilizando como soporte de su acción también seres humanos, puede hacer avanzar en mayor o menor medida en la vía que conduce a Él. Observando las cosas bajo esta perspectiva, por ejemplo, no puede subestimarse la importancia de una práctica exotérica consciente o de una seria actividad iniciática aún incluso en el interior de organizaciones que actualmente puedan estar gravemente degeneradas. Pero vayamos un poco más allá, retomando lo que afirmábamos al inicio de este artículo, cuando decíamos que el ser que oye su propia llamada no podrá eximirse de afrontar cuestiones que impliquen dar la vuelta completamente a su propia vida. En realidad cada acto, empezando por el más normal y básico como el de encontrar un trabajo, formar una familia y procrear, si es vivido en función de un acercamiento al centro, viene como sublimado y sacralizado y puede contribuir a llevar al ser "al orden" y al equilibrio. Esta consideración final nos conduce a tocar el tema fundamental del cambio de mentalidad, tema que merece un estudio aparte y que nos reservamos poder abordarlo eventualmente en el futuro.

Notas:
[1] Las notas que se refieren a la cita son del propio René Guénon
[2] Esta expresión se toma de la doctrina taoísta, por otra parte, se entiende aquí la palabra "intención" en un sentido que es muy exactamente el del árabe niyah, que se traduce habitualmente de esta manera, y este sentido es, por otra parte, conforme a la etimología latina (de in-tendere, tender hacia).
[3] Lo que acabamos de decir permite interpretar en un sentido muy preciso estas palabras del Evangelio: "Buscad y encontrareis, pedid y se os dará, llamad y se os abrirá." -De forma natural uno deberá remitirse aquí a las indicaciones que ya hemos dado a propósito de la "recta intención" y de la "buena voluntad"; y sin esfuerzo podrá completarse con ello la explicación de la fórmula: Pax in terra hominibus bonæ voluntatis.
[4] En el Islam, esta orientación (qiblah) es como la materialización, si se puede expresar así, de la intención (niyah). La orientación de las iglesias cristianas es otro caso particular, que se remite esencialmente a la misma idea.
[5] Para desarrollos más amplios sobre el tema remitimos al lector a lo que escribe René Guénon en Consideraciones sobre la Iniciación, Editorial Librería Pardes, Barcelona, 2012, Cap. XXVII, Nombres profanos y nombres iniciáticos, texto que publicamos en este mismo número de la revista .
[6] Letra y Espíritu nº 32, Algunas consideraciones sobre la aspiración iniciática.
[7] Dios creó al "hombre a su imagen y semejanza" (Génesis 1, 2 6) y es en base a esta afinidad que el ser humano está llamado a la trascendencia. No sólo es llevado, por "vocación", a imitar la operación divina. Teniendo en cuenta esta imitación de lo divino, podemos ver cómo, a la vocación, "llamada" que irradiándose desde el Principio llega a todos los seres humanos, cuando se da una correspondencia activa por parte del ser que es llamado, corresponde, como en un eco, la actividad de in-vocación que, partiendo de cada invocador, regresa al centro; de ahí el prefijo "in", es decir interior, que precede a la palabra vocación. En este sentido, la invocación, en su sentido más elevado, se identifica la actividad de encantación de la que hablamos en nuestro anterior trabajo. Actividad que debe ser considerada como comprendiendo cualquier acto que manifieste la aspiración del ser hacia la unión con lo espiritual. Por tanto, pueden ser legítimamente incluidas en esta definición, todas las acciones, tanto las artísticas como las artesanales, que se desarrollan en el ámbito de un marco auténticamente iniciático. Las vibraciones armónicas que de esta manera se provoquen, pueden llevar, de acuerdo a la ley de "acciones y reacciones concordantes", a la toma de consciencia del contacto con el Centro supremo.
[8] El amor entre un hombre y una mujer y el deseo ardiente que sienten por estar juntos puede tomarse como una representación simbólica de esta realidad. Entre los innumerables casos en que es utilizado este simbolismo, nos bastará considerar el de los "Fedeli d'amore". A este respecto señalaremos que la capacidad de enamorarse de una persona del sexo opuesto, en ciertos ámbitos, es considerada como una importante cualificación iniciática.
[9] Etapas que, en determinados casos, pueden ser también simultáneas.
[10] El vínculo con el significado simbólico de hacer diana se hace evidente.
[11] En este caso, nos estamos limitando al plano bidimensional cuyo centro corresponde al de nuestro mundo y que supone el fin de los pequeños misterios. Obviamente, con las adaptaciones necesarias, podrá transponerse este discurso a la realidad universal y los grandes misterios.
[12] Precisemos que en lo que precede no intentamos afirmar que el paso de un círculo a otro implique un agotamiento de las posibilidades contenidas entre los dos, al contrario; este proceso implica el completo ordenamiento de estas potencialidades que, desde ese momento en adelante, se encontrarán correctamente orientadas y por tanto vividas sólo en función de un acercamiento y una participación del centro. Por otra parte señalamos que la descripción esquemática que hemos dado es útil para comprender el funcionamiento de este proceso de acercamiento al centro, aunque la realidad puede ser mucho más compleja. Por ejemplo, puede suceder que un ser se encuentre efectuando este trabajo de desapego simultáneamente en varios círculos de diferente tamaño, o puede que deba, como en el juego de la oca, volver atrás para afrontar vínculos de los que pensaba estar ya liberado. En todo caso, el concepto de la necesidad de desapegarse a fin de obtener y actualizar permanece siempre válido.
[13] Se piensa en el ejemplo simbólico del pecado original.
[14] Hay situaciones en las que este retorno adviene de un modo inarmónico; este es el caso de los que en la tradición islámica reciben el nombre de majdhûb: ser sobre el que se ejerce, «por el lado espiritual, una atracciónˮ (jadhb, de donde el nombre de  majdhûb), que, a falta de una preparación adecuada y de una actitud suficientemente activaˮ, ha provocado un desequilibrio y como una escisiónˮ, se podría decir, entre los diferentes elementos de su ser. La parte superior, en lugar de arrastrar con ella a la parte inferior y de hacerla participar en la medida de lo posible en su propio desarrollo, se despega de ella por el contrario y la deja atrás por así decir; y de esto no puede resultar más que una realización fragmentaria y más o menos desordenada. En efecto, desde el punto de vista de una realización completa y normal, ninguno de los elementos del ser es verdaderamente desdeñable» (René Guénon, Iniciación y Realización Espiritual, Editorial Librería Pardes, Barcelona, 2013, cap. XXVII, Locura aparente y sabiduría ocultaˮ).
[15] En la Masonería este crecimiento en responsabilidades y obligaciones está caracterizado, también formalmente, por sucesivos juramentos.
[16] En este sentido, cabe recordar la conocida frase de Dante Alighieri: "A maggior forza e a miglior natura, liberi, soggiacete" (A mayor fuerza y a mejor naturaleza estáis sujetos, aunque libres) concepto obviamente aplicable también a niveles más profundos que el exotérico (Divina Comedia, XVI canto del "Purgatorio").
[17] En particular, hoy más que nunca, vivimos en un mundo lleno de ruidos y reclamos que se superponen y a veces se mezclan de manera inextricable y esto es cierto para el ámbito físico, pero aún lo es más para el psíquico. La tendencia hacia el silencio interior es por tanto un paso indispensable para poder escuchar de manera siempre más clara la propia llamada. No por casualidad, la disciplina del silencio, aún simplemente exterior, encuentra amplio espacio en las más diversas formas tradicionales. Baste pensar en el silencio del aprendiz en Masonería o en el que se practica en diversas órdenes monásticas.
[18] Y esta es exactamente la función de la tradición.
[19] Citaremos a este respecto el ojo que todo lo ve masónico o el concepto islámico de Ihsan que "consiste en servir a Allah como si tú Lo vieras; porque si tú no Lo ves, Él te ve".
[20] Téngase en cuenta que en absoluto hablamos de capacidades mentales o psíquicas extraordinarias, capacidades que en efecto, a menudo, pueden transformarse en obstáculo para seguir su propia vía.
[21] Si bien no se dice que tengan que abrirse según los tiempos que espera el individuo; de ahí uno de los motivos que llevan a todas las tradiciones a atribuir una enorme importancia a la paciencia.
[22] Precisamos, para evitar equívocos, que esta afirmación no debe en modo alguno inducir a sentirse dispensado de un esfuerzo de profundización doctrinal y de discernimiento, sino que es precisamente sobre la base de una actitud correcta que este esfuerzo podrá dar sus frutos.
[23] Este es también el modo que permite al ser contribuir activamente a la actualización del plan divino, modo que encuentra su aplicación simbólica en el teatro; en este ámbito el actor es llamado a interpretar "su" parte, parte que ya existe antes de la representación. Él tiene que desempeñar el papel que le ha sido atribuido, no ya dejándose llevar por su propia iniciativa individual, sino siguiendo lo mejor posible las indicaciones del "Director", aunque tal vez, a causa de su ignorancia del guión, le pueda parecer extraño. Los actores deben buscar un vínculo constante y consciente con aquel que los dirige y de ese modo convertirse como en su prolongación. Lo que ha sido dicho hasta ahora debe hacer comprender que la realización de la propia función, en definitiva, no es otra cosa que la participación activa en el plan de aquel que en la tradición de los constructores es llamado el Gran Arquitecto del Universo.

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