martes, 26 de febrero de 2013

Apuntes sobre los orígenes de la Masonería; por Amedeo Zorzi


Monumento funerario a Lucio Alfio, Maestro de Obra.
Aquila, Italia, s. III
 Artículo publicado en el nº 94 de la «Rivista di Studi Tradizionali»

   «Si consideramos la historia de la humanidad en conformidad con las leyes cíclicas, tal y como enseñan las doctrinas tradicionales, debemos decir que al principio, teniendo el hombre la plena posesión de su estado de existencia, poseía de manera natural las posibilidades correspondientes a todas las funciones, anteriormente a cualquier distinción de estas últimas. La división de estas funciones se produjo en un estadio ulterior, que constituía ya un estado inferior al "estado primordial", pero en donde cada ser humano, aunque no tuviese más que algunas posibilidades determinadas, poseía todavía espontáneamente la conciencia efectiva de esas posibilidades. Es sólo en un período de mayor oscurecimiento que esta conciencia vino a perderse; y, desde entonces, la iniciación se tornó necesaria para que el hombre pudiese recobrar, con esta conciencia, el estado anterior al cual ella es inherente; tal es en efecto el primero de sus objetivos, el que aquella se propone más inmediatamente. Esto, para ser posible, implica una transmisión remontante, a través de una "cadena" ininterrumpida, hasta el estado que se trata de restaurar, y así, progresivamente, hasta el "estado primordial" mismo; y aun así, la iniciación no deteniéndose ahí, y siendo los "pequeños misterios" la preparación para los "grandes misterios", es decir para la toma de posesión de los estados superiores del ser, hay que remontarse más allá aún de los orígenes de la humanidad. En efecto, no existe verdadera iniciación, inclusive al grado más inferior y elemental, sin la intervención de un elemento "no humano" que es, según cuanto hemos expuesto anteriormente en otros artículos, la "influencia espiritual" comunicada regularmente por medio del rito iniciático. Siendo así, no hay evidentemente motivos para buscar "históricamente" el origen de la iniciación, cuestión que resulta entonces desprovista de sentido, como así tampoco el origen de los oficios, de las artes y de las ciencias, considerados en su concepción tradicional y "legítima", pues todos, por medio de diferenciaciones y adaptaciones múltiples, pero secundarias, derivan igualmente del "estado primordial" que los contiene en principio, y de ese modo se relacionan con los otros órdenes de existencia, más allá de la humanidad misma, lo cual es por otra parte necesario para que puedan, cada uno en su nivel y según su medida, concurrir efectivamente a la realización del plan del Gran Arquitecto del Universo»[1]




Hemos reproducido esta página de René Guénon, que cierra el artículo «La iniciación y los oficios», pues ahí se hallan condensados los elementos fundamentales para una correcta comprensión y para una posterior profundización de todas las temáticas que se refieren al origen de las iniciaciones de oficio y a su auténtico significado. Por otra parte, la alusión final al «plan del Gran Arquitecto del Universo» muestra como este artículo está dedicado en particular a la forma tradicional masónica. La afirmación según la cual buscar «históricamente» el origen tanto de la iniciación como de los oficios tradicionales sería una cuestión carente de sentido, no significa que tales argumentos no deban ser profundizados, sino sólo que no tendría sentido tratar de hacerlo situándose desde un punto de vista exterior y meramente historiográfico. El mismo René Guénon demuestra la importancia de dichos asuntos con la cantidad de capítulos, artículos y reseñas que les dedica, y no deja de evidenciar tal importancia de manera explícita, por ejemplo, en una reseña de un artículo de Julius Evola, donde este último termina preguntándose si en la tradición masónica hubo una filiación continua o si no se verificó más bien una suerte de «subversión», si existió una transmisión regular de los elementos tradicionales o si en cambio se trata de simples copias; a tales insinuaciones R. Guénon responde: «Nosotros no podemos seguirlo sobre este punto, y deploramos que él se haya abstenido de estudiar más de cerca la cuestión de los orígenes, ya que así podría haberse dado cuenta de que se trata verdaderamente de una organización iniciática auténtica, que solamente ha experimentado un proceso de degeneración; esta decadencia arranca, como a menudo hemos dicho, de la transformación de la Masonería operativa en Masonería especulativa, pero aquí no es posible hablar de discontinuidad; a pesar de que hubo "cisma", la filiación no se vio interrumpida por ello y sigue siendo legítima contra viento y marea» [2] [la cursiva es nuestra].

   El estudio de la tradición masónica deberá incluir asimismo, en consecuencia, necesariamente la cuestión de los orígenes de la filiación iniciática; por otra parte, en todas las formas tradicionales existe también un aspecto que puede ser llamado «histórico», y que, aunque no sea el elemento más central y fundamental de tales tradiciones, reviste de cualquier modo importancia desde el punto de vista cosmológico, siendo inherente al desarrollo de las posibilidades de manifestación según la condición temporal. Lo que debemos tener bien presente, pues muchas veces lo olvidamos, es que tal aspecto «histórico», sea cual fuere, forma parte integrante de la enseñanza doctrinal, y que el significado simbólico de los acontecimientos narrados es mucho más importante que la así llamada «realidad histórica», entendida en el sentido más exterior. Este valor simbólico es sobre todo evidente ahí donde la «leyenda» toma la forma de un «drama ritual», drama que constituye el soporte para la ejecución de determinados ritos y para la transmisión de la influencia espiritual iniciática. Pero aun fuera de estos casos particulares, la historia sagrada para quien desee alcanzar una compresión de la realidad recóndita de las cosas en vez de contentarse con acumular de información sobre su apariencia exterior, debe ser vista como un método de enseñanza, tal como todo aquello que posee un carácter auténticamente tradicional.

Si además, como en el caso del tema que estamos tratando, las consideraciones históricas se refieren a una cuestión como esa de la filiación iniciática, en la que entra en juego la transmisión de una influencia espiritual que, por su naturaleza, se escapa a cualquier observación exterior, resultan evidentes los límites inherentes a este tipo de investigación. Verificar que una forma tradicional, y en particular una iniciación, haya sido transmitida regularmente y se conserve actualmente viva y válida, es en todo caso algo que no podrá hacerse nunca «de fuera»; y a más de esto, que una tal verificación pueda ser efectuada con un instrumento «profano» como es el método histórico, llega a ser una idea hasta ridícula. Se puede considerar, a lo sumo, que el registro de ciertas noticias históricas puede servir para identificar el origen y los desarrollos de corrientes antitradicionales puesto que éstas, manifestándose al exterior, son inevitablemente referibles a determinadas individualidades.

No podemos, a buen seguro, repetir aquí todo lo que escribe R. Guénon sobre la profunda diferencia existente entre la historia, tal como se la entiende en el Occidente moderno y profano y la historia considerada como un aspecto de la ciencia sagrada, por lo que nos limitaremos a citar un pasaje sacado de El Reino de la cantidad y los signos de los tiempos: «existe un simbolismo geográfico tal como existe un simbolismo histórico y es el valor simbólico de las cosas lo que les da su significado profundo, ya que es por medio de esto que se establece su correspondencia con las realidades de orden superior; pero, para determinar efectivamente esta correspondencia, hay que ser de todas maneras capaces de percibir en las cosas mismas un reflejo de esas realidades. Es por eso por lo que existen lugares particularmente aptos para servir de "soporte" a la acción de las "influencias espirituales", y es sobre esto por lo que siempre se ha basado el establecimiento de ciertos "centros" tradicionales principales o secundarios de los cuales los "oráculos" de la antigüedad y los lugares de peregrinaje constituyen los ejemplos exteriormente más notorios» [3].

    Sobre los lejanos orígenes de la Masonería, escribe René Guénon [4]: «Ahora, si se quiere ir más allá de Salomón, podemos, con mucha mayor razón, remontarnos aún más lejos, hasta el mismo profeta Abraham; encontramos, en efecto, un indicio muy claro a este respecto en el hecho de que el Nombre divino invocado más particularmente por Abraham ha sido siempre conservado por la Masonería operativa; y esta conexión de Abraham con la Masonería es por lo demás fácilmente comprensible para quienquiera posea algún conocimiento de la tradición islámica, pues se encuentra en directa relación con la edificación de la Kaaba» [5]. El Nombre divino invocado por Abraham es El Shaddai, y sabemos que, en las logias de los Operativos, este Nombre era invocado por el hermano Jakin durante el rito de apertura de los trabajos. Según la tradición islámica, la primera casa edificada en la Tierra fue aquella construida por Adán, y se trató precisamente del templo de la Meca, que estaba hecho de rubíes [6]; posteriormente, durante el diluvio, dicho templo fue «trasladado al cielo»; fue reconstruido finalmente por el profeta Abraham y su hijo Ismael, como se lee en el Corán en la sura II, aleyas 125-127, y también en la sura III, aleyas 96 y 97:

El primer templo erigido para el género humano es el de Bakka, donde reside la bendición y el cual sirve de guía para la humanidad.
Encierra señales evidentes. Allí está la morada de Abraham [maqâm Ibrahîm]. Quienquiera se refugie en ella estará a salvo [...]

Según la tradición, Allâh le reveló al profeta Abraham los planos para la construcción del edificio y, durante el trabajo, Abraham dejó su pisada estampada en una piedra: se trata del «maqâm Ibrahîm» que se encuentra aún en el reciento de la Kaaba y que señala el punto a partir del cual los peregrinos comienzan los siete giros rituales alrededor del templo, que constituyen el momento crucial de la peregrinación. Recordamos que las huellas de pies en la piedra representan, simbólicamente, el vestigio de los estados superiores del ser en nuestro mundo; por consiguiente, el acontecer de un tal fenómeno, histórico y simbólico al mismo tiempo, cobra una importancia del todo especial en el momento del descenso de una revelación, y de la construcción de un templo que es una de las representaciones del «Centro del Mundo».

Podríamos también establecer una correlación simbólica entre la Kaaba, que tiene la forma de un cubo, y la «piedra cúbica» que en el simbolismo masónico representa al estado edénico, y asimismo con la «Jerusalén Celeste». Además, se puede establecer una correspondencia entre la Kaaba y la «piedra cúbica de punta», símbolo hermético y masónico, constituido por un cubo con una pirámide superpuesta sobre el mismo: en el esoterismo islámico se dice que la sede del Polo espiritual supremo está simbólicamente situada entre el cielo y la tierra, en un punto que se encuentra exactamente encima de la Kaaba; se puede considerar así una pirámide invisible porque de naturaleza puramente espiritual, elevándose por encima del templo, el cual resulta en cambio visible, puesto que, con su forma cúbica, representa el mundo elemental y corpóreo.

El templo de La Meca no recibió modificación alguna desde los tiempo de Abraham, hasta que las tribus de los Quraichíes decidieron, cuando el profeta Muhammad tenía treinta y cinco años de edad, demolerlo y reconstruirlo, a causa de tener que levantar el nivel del terreno. En la obra de reconstrucción surgió, entre las cuatro tribus de los Quraichíes, una disputa sobre quien debía tener el honor de instalar la «piedra negra» en la pared del edificio; entonces Muhammad, que a la sazón aún no había manifestado la misión profética, mas era muy estimado por todos, resolvió la disputa poniendo la piedra sobre su manto, el cual fue asido por cada una de sus cuatro puntas por un representante de cada tribu; así fue levantada la piedra y el mismo Muhammad fue elegido para instalarla en el lugar que debía ocupar. Podemos en consecuencia observar que, cuando está a punto de manifestarse una nueva misión profética, con una revelación que constituiría una importante readaptación de la tradición originaria, se procede la reconstrucción del templo que representa el centro del tal tradición, y podemos ver en esto otro ejemplo de cómo la realidad histórica pueda adquirir al mismo tiempo un valor simbólico.

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    Según la Biblia, la primera ciudad fue construida por Caín, hijo de Adán, quien le asignó a la ciudad el nombre de su hijo Henoch. Por lo que se hace a este origen del arte de construir y a la idea misma de un asentamiento humano que toma la forma de la ciudad, se debe tener en cuenta que Caín representa emblemáticamente a los pueblos sedentarios, mientras que Abel representa a los pueblos nómadas, categoría a la cual pertenecía la nación judía, por lo menos al comienzo. Como explica René Guénon, la historia de Caín y Abel, enfocada desde el punto de vista de los pueblos sedentarios, resultaría distinta y sería susceptible de otra interpretación; veremos, más adelante, que una cuestión del mismo tipo podrá ser considerada con respecto a la figura legendaria y bastante enigmática de Nemrod.

Los Old Charges (en este caso nos basaremos especialmente en el manuscrito Cooke), reproducen algunos puntos de la narración bíblica, agregándoles elementos específicos de la tradición masónica, y constatarnos así que, antes del Diluvio, Lamec tuvo tres hijos y una hija, quienes vienen puestos en relación con las principales ciencias y artes: Jabel, geometría y arquitectura; Jubal, música; Tubalcaín, metalúrgica; Noemá, tejeduría. Puesto que ellos no sabían si el inminente castigo divino vendría por medio del agua o del fuego, grabaron sus ciencias en dos columnas, una de las cuales estaba en condiciones de resistir al fuego y la otra de flotar el agua.

Y muchos años
después de este diluvio, según el cronista,
fueron encontrados las dos columnas.

y, según el Polychronicon
un gran sabio, de nombre Pictágoras,
descubrió una, y Hermes, el

filósofo, descubrió la otra. Y
ellos se dedicaron a enseñar las ciencias
que allí encontraron inscritas [7].

En este relato, que evidentemente no puede ser tomado en sentido meramente histórico, se puede observar cómo el Pitagorismo y el  Hermetismo son considerados la suma de todas las ciencias tradicionales, lo cual es muy cierto por lo que se refiere a la Masonería misma. Según otras versiones estas dos columnas son llamadas columnas de Henoch o de Seyidna Idris, y se dice que fueron erigidas una en Siria y la otra en Etiopía. Independientemente de los múltiples significados simbólicos que pueden tener estas dos columnas, ellas representan dos centros espirituales e iniciáticos que habían recibido el depósito del conocimiento primordial, a fin de conservarlo en el transcurso de las épocas sucesivas.

En esta leyenda simbólica, que expresa el concepto de la subsistencia allende el Diluvio de las ciencias tradicionales, se podría ver una indicación sobre la existencia en la tradición masónica de una herencia procedente del profeta Noé; pero no hay que confundir al Lamec perteneciente a la genealogía de Caín de que hablamos antes, con el Lamec padre de Noé, quien pertenece a la genealogía de Shet. De cualquier modo, varios factores llevan a considerar que entre los múltiples orígenes de la Masonería haya que incluir también una derivación atlante ligada al profeta Noé, y se puede entre otras cosas señalar que la Masonería inglesa ha conservado el simbolismo del «arca» en el grado de Maestro. El mismo Guénon, a propósito del simbolismo «noaquita», observa que «habría mucho para decir, además acerca de este misterioso "noaquismo", que viene seguramente de muy lejos, y del cual los Masones actuales parecen desconocer su significado; pero, incluso aquellos del siglo XVIII, cuando se sirvieron de esta palabra, ¿sabían mucho más sobre este asunto?». [8]

Mas, veamos todavía algunos otros fragmentos del mismo «manuscrito»

[...] Nembrod comenzó
la torre de Babilonia y
enseñó a sus obreros
el arte de la construcción y
tenía consigo muchos albañiles; más de
cuarenta mil. Y les concedió su afecto y protección. [9]

     Nemrod, tanto en la tradición islámica como en aquella cristiana, es visto como un personaje negativo: es el perseguidor del profeta Abraham, así como lo serán el Faraón para Moisés y Herodes para Jesús; no obstante, aquí viene considerado de manera completamente distinta y hasta es llamado, en el manuscrito Regius, «excelentísimo primer Gran Maestro». Esta contradicción podría ser explicada con el punto de vista particular de los pueblos sedentarios, diferente de aquel de los pueblos nómadas, como en el caso de de Caín, o bien podría referirse a dos épocas distintas de la historia de la civilización babilónica: un período primitivo correspondiente a la fundación de la ciudad y al origen de la misma civilización babilónica, y otro, bastante posterior, correspondiente a su decadencia. Por otra parte, Guénon observa que Bab-ilu significa «puerta del cielo», título que podría referirse a «Luz», y que también puede tener el sentido de «casa de Dios», como Beith-El. Pero, una vez perdida la tradición, Babel se vuelve entonces sinónimo de «confusión», el símbolo es invertido y la que era una «janua coeli» se convierte en «janua inferi».

Assur, que era pariente cercano de
Nembrod, se alejó del país de
Sennar y construyo la Ciudad
de Nínive y Plateas y
aún muchas otras [...]
Y Nembrod le envió
tres mil albañiles [10].

Cuando los envió, les impuso la siguiente obligación, que se encuentra mencionada en varios manuscritos y es conocida como «juramento de Memrod»:

Una vez ante este señor
cuidaos de ser leales con él
como lo seríais conmigo
y cumplid lealmente vuestro trabajo
y oficio. Recibid
un salario razonable
según vuestro mérito. Además
amaos como si fueseis
hermanos y manteneos unidos
lealmente. Que aquél que posee un gran saber
lo enseñe a su compañero.
Cuidaos de portaros bien con vuestro
señor y entre vosotros.
Pueda yo lograr así
renombre y gratitud
por haberos enviado y haberos
enseñado el oficio [11].

Más adelante, encontramos el relato que se refiere a Euclides, quien en otro de esos anacronismos que escandalizarían a los historiadores profanos, viene considerado discípulo de Abraham, y también anterior a los profetas David y Salomón, como veremos después:

Abraham [...] conocía todas
las siete ciencias y enseñó
a los egipcios la ciencia de la
Geometría. Ahora bien, nuestro
noble sabio Euclides era su
discípulo y recibió de él su ciencia;
y él fue quien le asignó por vez primera
el nombre de Geometría [12].

     Como resulta también de otros manuscritos, Euclides desarrolló el propio talento, superando a todos los artistas de su tiempo; para él no había nada que fuese demasiado arduo en el mensaje de las siete ciencias liberales, y así «del pueblo de Egipto hizo el pueblo más sabio de la tierra» [13]. En la cultura medieval, Euclides era considerado como la personificación de la Geometría: su figura encarnaba, por lo tanto, a dicha ciencia y se identificaba con el Arte de la construcción misma. Hacer de él un discípulo de Abraham significaba, por consiguiente, establecer una descendencia (en el sentido de «posteridad espiritual») de las ciencias tradicionales y de la Geometría en particular, a partir del profetas es considerado el «antepasado» por excelencia. Euclides le enseñaba a los jóvenes el arte de la construcción, pero les exige, como condición, un juramento de fidelidad y obediencia. Se puede observar cómo, en los relatos procedentes y asismismo en aquellos que seguirán, se trata de sucesivas adaptaciones que se atribuyen a un profeta, a un gran sabio, a un soberano o a un santo, y que comportan siempre la institución de reglas y la necesidad de un compromiso sacralizado, condiciones en las que se pueden reconocer claramente los caracteres fundamentales que distinguen el «pacto iniciático».

Por todo el tiempo en que los hijos
de Israel residieron
en Egipto ellos aprendieron
el arte de la construcción. Después
de que fueron guiados fuera
de Egipto ellos arribaron
a la tierra prometida. [14]

Con el Rey David, quien inicia la construcción del Templo de Jerusalén y le asigna a los constructores «instrucciones parecidas a las que existen actualmente», encontramos otra de las adaptaciones de la que antes hablábamos. Tales instrucciones, usos y costumbres, más tarde son confirmadas y reiteradas por el Rey Salomón, quien concluye la edificación del Templo. Inmediatamente después, se habla del paso de la Masonería a Europa, que  hace remontar el hecho a la Edad Media:

[...] y desde entonces
esta noble ciencia
fue introducida en Francia
y en muchas otras regiones:
existió tiempo ha
un noble rey de
Francia que se llamaba
Carolus secundus [...]
[se trataría del emperador Carlos II (832-877)]
este mismo rey
Carlos fue masón
antes de ser rey. Una vez
hecho rey él concedió a los
masones afecto y protección
.............................................
Y poco tiempo después llegó
San Adabel a Inglaterra
y convirtió a San Albán
al cristianismo. Y
San Albán amó mucho a los masones
y fue el primero que les dio
instrucciones y costumbres por
primera vez en Inglaterra.[15]

Encontramos de nuevo aquí un anacronismo, ya que San Albán era contemporáneo del emperador Diocleciano, y probablemente su obra, relacionada con las corporaciones de constructores en Britania, se reomonta a los años 287-290, antes de su martirio, infligido por ese mismo ejercito romano del cual formaba parte. Resulta, pues, evidente que, en este caso, la Masonería de la que se trata, debía ser la de los Collegia fabrorum romanos; por otra parte, en los ejércitos romanos había siempre muchos constructores, obreros y artesanos, lo cual sin duda contribuía a hacer conocer el Arte en las provincias del Imperio.

Existió
después en Inglaterra
un noble rey llamado
Athelstan, cuyo hijo más joven
amó mucho a la ciencia de la geometría [...]
tanto amó a la masonería y a los masones
que él mismo se hizo masón. [16]

     Con el rey Athelstan llegamos a la primera mitad del siglo décimo y la Masonería es aquella del Rito de York. Sin embargo, este rito habría existido en Inglaterra ya desde el siglo séptimo y, escribe René Guénon, «[...] es a este rito que se refieren los antiguos documentos masónicos llamados Old Charges, una copia de los cuales era, para las Logias operativas, el equivalente delo que es hoy para las Logias modernas una carta patente expedida por una Gran Logia» [17]. Y todavía, a propósito de esto mismo: «[...] el punto de vista de los historiadores modernos, que no quieren remontarse más lejos de la fundación de la Gran Logia de Inglaterra en 1717, es seguramente injustificable, aun teniendo en cuenta su idea preconcebida de no fundarse más que en documentos escritos, pues así y todo los hay anteriores a esa fecha, por raros que sean. Por otra parte, vale la pena observar que estos documentos se presentan, todos, como copias de otros muchos más antiguos, y que ahí la Masonería viene siempre considerada como preveniente de una antigüedad muy remota; que la organización masónica haya sido introducida en Inglaterra en el 926 o bien en el 627, como tales documentos afirman, esto no fue ya como una «novedad», sino como una continuación de organizaciones preexistentes en Italia, y sin duda en otras partes también; y así, aun cuando ciertas formas exteriores se han visto forzosamente modificadas según los países y las épocas, podemos decir que la Masonería existe verdaderamente from time immemorial o, en otras palabras, que ella no tiene un punto de partida históricamente asignable» [18].

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*    *


Volviendo a nuestra búsqueda de algún rastro relativo a los orígenes más antiguos, podemos citar escribe René Guénon en el artículo «La tierra del Sol», referiéndose a los contenidos de un libro de autor anónimo: «Glastonbury y la región lindante del Somerset habrían constituido, en una época muy lejana y que puede ser llamada "prehistórica", un inmenso "templo estelar", determinado por el trazo en el terreno de efigies gigantescas representantes de las constelaciones y dispuestas en una figura circular que es como una imagen de la bóveda celeste proyectada sobre la superficie de la tierra. [...] La disposición natural de los cursos de agua y de las colinas habría, por otra parte, podido sugerir el trazado, lo que indicaría que el sitio no fue elegido arbitrariamente, sino en virtud de una cierta "predeterminación"; aunque es verdad que para completar y perfeccionar la traza fue necesario lo que el autor llama "un arte fundado sobre los principios de la Geometría"». Y sobre esta última frase, en nota, agrega: «Esta expresión está visiblemente destinada a dar a entender que la tradición de la que dependía este arte se continuó en lo que se convirtió más tarde en la tradición masónica».

«Si estas figuras han podido conservarse de manera tal que todavía nuestros días son reconocibles, se supone que es porque hasta la época de la Reforma los monjes de Glastonbury las conservaron cuidadosamente, lo que implica que ellos debieron haber conservado el conocimiento de la tradición heredada de sus lejanos predecesores, los druidas, y sin duda de otros todavía antes de éstos, pues, si las deducciones sacadas de las posiciones de las constelaciones representadas son exactas, el origen de estas figurar se remontaría a poco más o  menos de tres mil años antes de la era cristina». Y en nota: «Parecería también, según varios indicios, que los Templarios hayan tenido una cierta parte en esta conservación, lo que sería conforme a su supuesta conexión con los "Caballeros de la Mesa redonda" y con el rol de "guardianes del Grial" que les ha sido atribuido. Hay que señalar, por otra parte, que los establecimientos de los Templarios parecen haber estado a menudo situados en las cercanías de los lugares donde se encuentran monumentos megalíticos u otros vestigios prehistóricos, y tal ven en esto haya que ver más que una simple coincidencia». [19]

A propósito de este mismo tema René Guénon escribe que, en la antigüedad, existía la que podríamos llamar una geografía sagrada o sacerdotal, y que el emplazamiento de las ciudades y templos, lejos de ser arbitrario, estaba determinado por leyes muy precisas, y se pueden barruntar así las relaciones que unían tanto el «arte sacerdotal» como el «arte real» al arte de los constructores.

     Hemos hecho mención ya de los Collegia frabrorum romanos, y sabemos que Guénon habla repetidamente de estas organizaciones y del simbolismo que de ahí ha derivado. Podemos afirmar que, aunque los orígenes de la Masonería actual, sean múltiples y bastante complejos, es precisamente en los Collegia fabrorum donde puede ser hallada la línea de ascendencia más directa, sobre todo por lo que se refiere a la filiación iniciática.

Desde el punto de vista doctrinal e iniciático, los Collegia eran esencialmente pitagóricos, así como por su parte el Pitagorismo se representa como una readaptación de los antiguos Misterios órficos: vemos, por ejemplo, que el «Dios geometra» del que habla Platón, se identifica con Apolo. Como escribe René Guénon, a propósito de los cambios que debieron intervenir entre el período más antiguo del helenismo y la más reciente época llamada «clásica», «[...] Alli hubo, al menos parcialmente, una readaptación efectuada en el orden tradicional, principalmente en el dominio de los "misterios"; y esto hay que relacionarlo con el Pitagorismo, que con una forma nueva fue sobre todo una restauración del Orfismo anterior, y cuyas evidentes conexiones con el culto délfico del Apolo hiperbóreo hasta nos permiten considerar una filiación continua y regular con una de las más antiguas tradiciones de la humanidad» [20].

Para mencionar algunos de los elementos derivados del Pitagorismo, aún hoy presentes en el patrimonio simbólico y ritual de la Masonería, podríamos decir ante todo que el Segundo Grado es esencialmente «pitagórico» (mientras el Tercero es «salomónico»). En La Gran Tríada, a propósito del triángulo rectángulo con sus lados proporcionales a los números 3, 4 y 5, se reafirma que aquí residía un secreto de la Masonería operativa, y que este triángulo el Pitagorismo atribuía una gran importancia; y además: «que una parte notable del simbolismo masónico derivó directamente del Pitagorismo, a través de una "cadena" ininterrumpida, que pasa por los Collegia fabrorum romanos y las corporaciones de constructores de la Edad Media; el triángulo de que aquí se trata se constituye un ejemplo de esto, y otro más lo tenemos en la Estrella flamígera, idéntica al Pentalfa que servía de "medio de reconocimiento" a los Pitagóricos» [21].

Otro de estos ejemplos es el de las fiestas de los dos San Juan, pero éste es un argumento demasiado conocido como para insistir sobre ello. Se dice que los Collegia fabrorum hayan sido instituidos por Numa, el rey legislador cuyo nombre es un anagrama de Manu, que en la tradición hindú representa al legislador universal. Como ya dijimos, estas organizaciones iniciáticas tuvieron la posibilidad de difundirse con las conquistas y la expansión de la civilización romana, y nos volveremos a topar con ellas cuando tocaremos el tema de los constructores Bizantinos.

Con las invasiones bárbaras, sobre todo en el siglo quinto cuando se verificaron dos saqueos de la ciudad de Roma y la caída del Imperio de Occidente, la subsistencia de los Collegia debió haberse vuelto extremadamente difícil, y es entonces que estas organizaciones se trasladaron a los alrededores del lago de Como donde establecieron su residencia principal por muchos siglos, diríamos al menos durante la Edad Media.

     Puede ser interesante observar que, en los años que van del 490 al 493, o sea inmediatamente después de la caída del imperio, en ese período que delimita el fin del mundo clásico y «pagano» y los primeros tiempos de la Edad Media, se produjeron en el sur de Italia y más exactamente en el Gargano, apariciones del Arcángel San Miguel. Según lo narra, en un lugar que se llamaba Monte Drion (en griego: roble), dentro de una caverna que en el pasado había sido dedicada al dios Mitra, se manifestó el Arcángel Miguel quien dejó estampada la huella de su pie en la roca; he aquí, pues, otro ejemplo de ese simbolismo de las huellas en la piedra de que hablábamos antes. Durante toda la Edad Media, este lugar constituirá una importante etapa para las peregrinaciones que atravesaban Italia y Francia, a fin de alcanzar el Monte Saint Michel en Normandía.

Pero, volviendo a los Collegia fabrorum, para ese entonces éstos ya habían sufrido una adaptación a la tradición cristiana, y es aceptado aun por los historiadores, que estas «Guildas» constituyen una fase de transición entre la antigüedad clásica de Roma y la civilización medieval; ellas tomaron el nombre de Magistri Comacini y con este nombre son mencionadas en el edicto de Rotario (643).

A menudo formaban parte de estar organizaciones también monjes, sobre todo Benedictinos. Cuando el monje Agustín (San Agustín de Canterbury) fue enviado en misión a Britania (596), el papa Gregorio I le asigno un acompañamiento de monjes constructores. Asimismo, cuando San Bonifacio (Winfird) fue a Germania como misionero (740), el papa Gregorio II envió con él un gran número de monjes expertos en el arte de construir y de cofrades que eran arquitectos, para asistirlos. En ambos casos se traba de Magistri Comacini, y a partir de estos dos ejemplos es posible deducir que la difusión del Catolicismo y de las construcciones religiosas en Britania y en Europa, a través de los eclesiásticos, constituye otra forma de transmisión del Arte masónico.

Para acentuar la importancia de las organizaciones de las que hemos hablado, recordamos que René Guénon afirma que: «[...] es lícito pensar que, de Pitágoras a Virgilio y de Virgilio a Dante, la "cadena de la tradición" sin dudas no se vio jamás interrumpida en tierra de Italia» [22].

En las épocas sucesivas, la Masonería parece desarrollase especialmente en Francia. Sobre todo en los siglos del gran florecimiento de la arquitectura gótica, los maîtres d'oevre franceses parecen haber tenido una parte preponderante en las construcciones de las grandes catedrales de los otros países. A partir de esto, algunos historiadores llegan a la conclusión de que la Masonería operativa debió de haber nacido en Francia. Si bien con alguna reserva, René Guénon admite que las Logias alemanas, inglesas y escocesas presentan ciertas similitudes que pueden justiciar las tesis de una derivación común de la Masonería operativa francesa; observa, entre otras cosas, que «[...] la exposición "legendaria" contenida en ciertos manuscritos ingleses de los Old Charges parecería sugerir algo por el estilo, [...]»; pero esto agrega: «[...] si admitimos que es de Francia que la Masonería operativa fue importada a Inglaterra y a Alemania, esto sin embargo no implicaba nada por lo que se refiere a su origen mismo, puesto que, según las mismas "leyendas", ella habría primeramente venido del Oriente a Francia, donde al parecer habría sido introducida por arquitectos bizantinos [...]». [23]

Esta última consideración nos lleva a examinar otros aspectos de la cuestión: el de la influencia de la tradición islámica y también el de la componente hermética en el período medieval. En su artículo «Influencia de la civilización islámica en Occidente», René Guénon observa que: «[...] se pueden descubrir indicios de la influencia islámica en arquitectura, y esto de una manera muy particular en la Edad Media; así, la crucería o crucero ojival, cuya característica se impuso a tal punto que llegó a designar un estilo arquitectónico, tiene indiscutiblemente su origen en la arquitectura islámica, a pesar de que numerosas teorías fantasiosas hayan sido inventadas para encubrir esta verdad. Estas teorías son desmentidas por la existencia de una tradición entre los mismos constructores, que afirma constantemente la transmisión de sus conocimientos a partir del Cercano Oriente. Dichos conocimientos revestían un carácter secreto y le deban a su arte un sentido simbólico; estaban estrechamente relacionados con la ciencia de los números y su origen primero ha sido atribuido siempre a quienes construyeron el Templo de Salomón. Sea cual fuere el lejano origen de esta ciencia, ella pudo haber sido transmitida a la Europa de la Edad Media solamente por intermedio del mundo musulmán [...]».

    A lo cual, una páginas más adelante, agrega: «[...] estos "Hermanos de la Rosa-Cruz" que se servían como "cobertura" de esas corporaciones de constructores de que hemos hablado, enseñaban alquimia y otras ciencias idénticas a las que se hallaban entonces en pleno florecimiento en el mundo del Islam [...]». [24]

En las relaciones de Occidente con la tradición islámica o, por mejor decir, con el Oriente, un rol muy importante había sido jugado por lo Templarios y, tras la destrucción de esta Orden, nacieron otras organizaciones iniciáticas: la «Fede Santa», el «Rosacrucismo» y la «Massenie du Saint Graal».

En El esoterismo de Dante, a propósito del grado 26 del Rito Escocés o «Principe de la Merced», René Guénon escribe que «el grado de que se trata, como casi todos los que se relacionan con la misma serie, presenta un significado claramente hermético; y lo que conviene notar sobre todo a este respecto, es la conexión del hermetismo de las Órdenes de Caballería. No es ésta la ocasión para indagar sobre los orígenes históricos de los altos grados del Escocismo, ni para discutir la teoría tan controvertida de su descendencia templaria; pero, que haya habido filiación real y directa o solamente reconstitución, lo cierto es que la mayoría de estos grados, y también de algunos de los que se encuentran en otros ritos, se presentan como los vestigios de organizaciones que tuvieron antaño una existencia independiente, y principalmente de estas antiguas Órdenes de caballería cuya fundación está ligada con la historia de las Cruzadas, esto es con una época donde no existieron solamente relaciones hostiles, como creen los que se atienen a las apariencias, sino también activos intercambios intelectuales entre Oriente y Occidente, intercambios que se realizaron sobre todo por medios de las Órdenes en cuestión.

¿Hay que convenir que fue de Oriente que éstas recibieron los datos herméticos que asimilaron, o no deberíamos pensar más bien que ellas poseían desde su mismo origen un esoterismo de este tipo, y que fue su específica iniciación la que les brindó la oportunidad de entrar en contacto sobre este terreno con los orientales? Esta es otra cuestión que nosotros no pretendemos resolver, pero la segunda hipótesis, aunque menos frecuentemente considerada que la primera, no tiene nada de inverosímil para quien reconoce la existencia, durante toda la Edad Media, de una tradición iniciática propiamente occidental; y lo que llevaría todavía a admitir dicha hipótesis, es que algunas Órdenes fundadas más tarde, y que no tuvieron jamás relaciones con el Oriente, fueron igualmente dotadas de un simbolismo hermético, como la del Toisón de oro, cuyo nombre mismo es una alusión, tan clara como seas posible, a este simbolismo. Sea lo que fuere, en la época de Dante, el hermetismo existía, con toda seguridad, en la Orden del Templo, como así también el conocimiento de ciertas doctrinas de origen seguramente árabe, que Dante mismo parece haber conocido bien, y que le fueron si duda transmitidas asimismo por este conducto». [25]

Dante comienza el canto XXXI del Paraíso con estos versos, en los que cabe reconocer sin lugar a dudas una alusión a la caballería templaria:

In forma dunque di candida rosa
mi si mostrava la milizia santa
che nel suo sangue Cristo fece sposa
[En forma pues de cándida rosa
se me mostraba la milicia santa
en cuya sangre Cristo desposó]

Según el sentido más fehaciente, la «cándida rosa» es una imagen de la reunión de los Templarios, como ya lo es precedentemente en el canto XXX, v. 129, el «convento delle bianche stole [asamblea de las blancas estolas]»; a lo cual se suma la afirmación de que Cristo quiso unir a la propia sangre de su crucifixión aquella vertida por los Templarios en el injusto suplicio que éstos debieron padecer. Sin embargo, la rosa blanca es también ésa que se encuentra en el símbolo de la rosa-cruz, y esta imagen de la «milicia santa» que se muestra de este modo, puede ser considerada como una confirmación, por parte del mismo Dante, de cómo el Templarismo, después de la aparente destrucción de la Orden, haya tomado la forma del Rosacrucismo.

   Otras importantes informaciones y consideraciones a este respecto, podemos encontrarlas en el capítulo dedicado a «Dante y el Rosacrucismo» del libro de Guènon antes citado: «Esta doctrina esotérica, cualquier sea la designación particular que se le quiera asignar hasta la aparición del Rosacrucismo propiamente dicho (siempre que se considere necesario darle alguna), presentaba caracteres que permiten incluirla dentro lo que se llama, bastante generalmente el hermetismo. La historia de esta tradición hermética está íntimamente relacionada con la de las Órdenes de caballería; y, en la época que nos estamos ocupando, ella estaba conservada por algunas organizaciones iniciáticas como aquellas de la "Fede Santa" y de los "Fideli d'Amore", y también esa "Masssenie du Saint Graal", de la que el historiador Henri Martin habla en estos términos, precisamente a propósito de las novelas de caballería, que son una de las grandes manifestaciones literarias del esoterismo de la Edad Media: "En el Titurel, la leyenda del Grial alcanza su última y más espléndida transfiguración, bajo la influencia de ideas que Wolfram parecería haber adquirido en Francia, y particularmente entre los Templarios del Mediodía francés. Ya no es en la Isla de Bretaña, que el Grial está conservado. Un héroe llamado Titurel construye un templo para custodiar ahí el santo Vaso, y el profeta Merín quien dirige esta construcción misteriosa, iniciado como ha sido por José de Arimatea en persona al plan del Templo por excelencia, el Templo de Salomón. La Caballería del Grial se convierte aquí en la "Massenie", esto es una Francmasonería ascética, cuyos miembros se llaman Templistas, y podemos vislumbrar aquí la intención de vincular a un centro común, representado por este Templo ideal, la Orden de los Templarios y las numerosas corporaciones de constructores, que estaban renovando entonces la arquitectura de la Edad Media. Se entrevén en todo esto muchas aperturas sobre ésa que podríamos llamar la historia subterránea de aquellos tiempos, bastante más complejos de lo que generalmente se cree [...] Lo que es muy curioso y de lo cual no caben dudas, es que la Francmasonería moderna se remonta de grado en grado hasta la "Massenie du Saint Graal".

Sería tal vez imprudente adoptar de manera del todo exclusiva la opinión expresada de esta última frase, porque las relaciones de la Masonería moderna con las organizaciones anteriores resultan, en realidad, extremadamente complejas; pero no está mal tenerlo en cuenta, pues podemos ver ahí al menos la indicación de uno de los orígenes reales de la Masonería. Todo esto puede ser de ayuda para llegar a conocer, en alguna medida, los medios de transmisión de las doctrinas esotéricas en la Edad Media, lo mismo que la oscura filiación de las organizaciones iniciáticas en el transcurso de este mismo período, durante el cual ellas fueron verdaderamente secretas en la más completa acepción de esta palabra». [26]

A estas alturas se podría hacer una observación al margen, a propósito de ciertos sedicentes esoteristas que hacen referencia a la tradición islámica, los que manifiestan tendencias antimasónicas y acusan a Guénon de haber hecho, según ellos, una «conmistión de formas tradicionales» vinculándose tanto al esoterismo islámico como a la Masonería y aprobando la misma elección para algunas personas que le estaban más allegadas. Podríamos preguntarles a ésos qué opinan de los grandes sufíes que eran también alquimistas: en primer lugar Seyidnâ 'Alî, considerado uno de los padres de las turûq, que poseía, según se refiere, un conocimiento perfecto de la Alquimia desde todo punto de vista, y después el Sheij Abu Hassan Es-Shâdili, fundador de la tarîqah que lleva su nombre y que ha sido siempre la más difundida, de quien se sabe que transmutó metales viles en oro para el sultán en Egipto; y asimismo el Sheij Muhyiddîn ibn 'Arabî, conocido igualmente como «el más grande de los Maestros espirituales», quien escribió también tratados de alquimia. Y no se nos podría objetar que los grandes sufíes mencionados estaban más allá de la diversidad de las formas tradicionales, puesto que la función magistral consiste, en particular, en mostrar los medios que deben ser adoptados y en trazar el camino que los demás habrán de seguir. El hermetismo, al no estar vinculado con ningún exoterismo en particular, formó parte de diferentes tradiciones, de la egipcia a la islámica, a la cristiana de la Edad Media; pero se podría decir lo mismo del Pitagorismo y de las iniciaciones de oficio, es decir de toda esa gran categoría de iniciaciones de oficio que no eran exclusivas de una forma tradicional específica, sino que se apoyaban en la práctica de un oficio o en el desarrollo de una ciencia tradicional, de suerte que ellas se hallaban difundidas en todo el mundo antiguo, tanto en Oriente como en Occidente, y eran adoptadas por los iniciados pertenecientes a tradiciones diferentes y lejanas entre sí. Se ve, por lo tanto, como René Guénon, adoptando la iniciación masónica y aquella islámica al mismo tiempo, no hace más que confirmar una práctica que esa seguida y considerada perfectamente normal desde los tiempos más antiguos. [27]

    No tenemos, de seguro, la pretensión de adentrarnos en un tema tan complejo como el de las relaciones existentes entre el esoterismo islámico y los iniciados o reducidos círculos de iniciados occidentales que, en épocas diversas, podían estar vinculados a las organizaciones masónicas; por otro lado, se trata de cosas que, en gran parte, están destinadas a quedar envueltas en el misterio; no obstante, sin salirnos del tema, pensamos que sea oportuno cerrar esta serie de someras indicaciones, citando una respuesta de René Guénon a un lector de la revista inglesa «The Speculative mason», quien preguntaba si había existido o existían todavía, en Egipto, Guildas de Masones Operativos: «No cabe duda de que existieron, algunos siglos atrás, y no solamente en Egipto, sino también en otras partes del mundo musulmán, Guildas de Masones Operativos o de otros artesanos, estos Masones orientales utilizaban incluso marcas similares a ésas de sus colegas occidentales de la Edad Media y que eran llamadas en árabe, Khatt-el-Bannaïn (o sea "escritura de los constructores"); pero todo esto forma parte de un pasado ya bastante lejano. Por otro lado, en las turûq islámicas o cofradías iniciáticas (que efectivamente son asimismo operativas, pero evidentemente en un sentido mucho más profundo que aquel puramente "profesional"), han sido conservados algunos elementos que se asemejan, extrañamente, a aquellos usados por el Compañerazgo occidental, por ejemplo: la costumbre de llevar la cucarda; o aquella de empuñar un bastón que tiene exactamente la misma forma; y por lo que se refiere al simbolismo de estos bastones, habría mucho que decir con respecto a las ciencias secretas que le son especialmente atribuídas a Seyidna Suleymân [Salomón] (ya que cada uno de los grandes Profetas posee sus propias ciencias, caracterizadas por el "cielo" que preside). Hay, además, otros puntos de interés más específicamente masónicos: por ejemplo, en ciertas turûq, el dihkr no puede ser ejecutado ritualmente sin la participación de al menos siete hermanos; en la investidura un naqîb hay algo que lleva a pensar en el cable-tow, etc. Por otra parte, existe una interpretación simbólica de las letras árabes que forman el nombre de Allâh y que es puramente masónica, proviniendo probablemente de las Guildas en cuestión: el alif es la regla; los dos lâm, el compás y las escuadra; la ha, el triángulo (o el círculo según otra explicación, la diferencia entre las dos correspondiendo a aquella existente entre Square y Arch Masonry), el nombre completo era, pues, un símbolo del Espíritu de la Construcción Universal. Estas pocas noticias no son más que simples referencias a un asunto que conocemos por experiencia directa y por tradicional oral».


Notas:
[1] L'initation et les metiers, Mélanges, Ed. Gallimard, 1976
[2] Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, Éditions Traditionnelles, 1965, tomo I, reseña del artículo de J. Evola «Dall' "esoterimo" al sovversivismo masssonico», publicado en «Vita Italiana», abril de 1937.
[3] El Reino de la cantidad y los signos de los tiempos, cap. XIX
[4] Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, Éditions Traditionnelles, 1965, tomo II, pág. 165.
[5] El profeta Abraham no forma  personalmente parte del Judaísmo: por lo demás, el pueblo judío es unánimemente conocido con el nombre de «hijos de Israel», sobrenombre este último de Jacob; esto indica un origen más reciente respecto de la época abrahámica. En el texto coránico se dice que Abraham es un hanîf, término que tiene en sí el significado de «puro». En épocas presilámicas existió siempre, entre los árabes, al menos para un exigua minoría, aquella que se llamaba «eddîn el-hanif», que era considerada como la verdadera tradición monoteísta, idéntica a la religión de Abraham, y la continuidad de esta tradición fue mantenida por Ismael hasta el advenimiento del Islâm; el mismo Muhammad era hanîf, antes de su misión profética.
[6] El rubí, evidentemente, tiene aquí un sentido simbólico, pero recordemos además cuanto escribe René Guénon en El Reino de la cantidad y los signos de los tiempos, cap. XIX: «el propio mundo, como conjunto cósmico, era realmente diferente en su cualidad, porque una serie de posibilidades de otro orden se reflejaban en el dominio corporal y los "transfiguran" de algún modo. Es por eso por lo que cuando ciertas "leyendas" se refieren, por ejemplo, a un tiempo en el que las piedras preciosas eran tan comunes como lo son ahora los guijarros más ordinarios, quizás ello no debe entenderse sólo en un sentido puramente simbólico».
[7] Manuscrito M. Cooke, v. 318 y ss.
[8] Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, Éditions Traditionnelles, 1965, tomo I, pág. 199.
[9] Manuscrito M. Cooke, v. 342 y ss.
[10] Ibídem, v.356 y ss.
[11] Ibídem, v. 390 y ss.
[12] Ibídem, v, 439 y ss.
[13] Manuscrito Dumfries, Nº 4.
[14] Manuscrito M. Cooke, v. 342 y ss.
[15] Ibídem, v. 573 y ss.
[16] Ibídem, v. 612 y ss.
[17] Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, Éditions Traditionnelles, 1965, tomo I, pág. 287.
[18] Ibídem, pp. 304-5.
[19] Símbolos de la Ciencia Sagrada, cap. XII.
[20] La Crisis del Mundo Moderno, cap. I.
[21] La Grande Triade, cap. XXI, pág. 177, nota 1.
[22] El Esoterismo de Dante, cap. II.
[23] Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, Éditions Traditionnelles, 1965, tomo II, pág. 122.
[24] Apeçus sur l'ésotérisme islamique et le Taoïsme, cap. VIII, Ed. Gallimard, 1973.
[25] El Esoterismo de Dante, cap. III.
[26] Ibídem, cap. IV.
[27] Podríamos recordar, como ejemplo referible a una época más reciente, que el Sheij 'Abd-el-Qadîr al-Jaza'irî (1808-1883), conocido históricamente sobre todo por haber combatido valientemente contra los franceses por la independencia de Argelia, estuvo también vinculado a la Masonería. Todavía hoy, en el Grand Orient de France, en París, se conserva un retrato suyo donde aparecen en hábitos tradicionales árabes y con las insignias masónicas. El Sheij 'Abd-el-Qadîr fue un profundo conocedor de la obra de Muhyiddîn Ibn 'Arabî y pertenecía a la misma silsila o «cadena» iniciática de este último (akbariyya). Dejo numerosos escritos sobre el esoterismo islámico, reunidos en el Kitâb-el-Mawâqif (cf. Il Libro delle soste, ed. Rusconi, Milano, 1984).



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