Fragmento extraído de la obra de Julio Caro Baroja “La Estación de Amor. Fiestas populares de mayo a San Juan”, capítulo VIII.
[Nota Keystone: Aunque no podemos admitir las explicaciones dadas por Julio Caro Baroja en la introducción de su texto por estar elaboradas desde un punto de vista meramente profano y académico, las creemos oportunas a título documental para introducir lo que posteriormente va a ser el desarrollo, desde el ámbito de la Tradición, del tema que presentamos]
Las Fiestas Cristianas de Mayo: Santiago el Verde.
Las fiestas cristianas más importantes de Mayo
Es evidente que la Iglesia en este caso, para sofocar las prácticas paganas, para desvirtuar las creencias, ha pretendido asimilarlas en lo posible, o que esta asimilación la ha querido hacer el pueblo conscientemente, como veremos ahora. Así, la “maya” pagana, cuyo origen se estudiará más adelante, pasó a ser, en casos, la “maya” que preside las mesas petitorias de la fiesta de la Cruz de Mayo; el viejo árbol se convirtió también en ocasiones en la cruz; al santo del primer día del mes lo convirtieron en “Santiago el Verde”; San Gregorio se convierte en el patrono de las aguas de mayo, cuando no lo es la cruz misma, y hay, además, otras santas y santos, como la muy española santa Quiteria, cuyas fiestas tiene un aire particular. La Virgen, hace de protectora de las doncellas, y a la que éstas ofrecen flores, se hacia la patrona de todo el mes.
Pero la “asimilación” no fue tan fuerte o perfecta como para que podamos equivocarnos. Y los poetas viejos notaron esto muy bien. Vamos, pues, a estudiar estas fiestas cristianas, que son: Santiago el Verde, el día uno de mayo, fecha trascendental en el folklore de Europa; la Cruz, el día tres; San Gregorio, el día nueve; Santa Quiteria es conmemorada, según el santoral de Toledo, el veintidós. Aquí seguiremos, naturalmente, el orden cronológico.
La fiesta de Santiago el Verde en Madrid
Hay una comedia de Lope de Vega que se llama Santiago el Verde, imitando la estación que hace Madrid el primer día de mayo al Soto, “donde el pobre Manzanares, adornado de tantos coches, no envidia las altas ruedas del Tajo, las naves del Guadalquivir ni los naranjos del Guadalaviar”, como dice en la dedicatoria a Baltasar Elisio de Medinilla.
En el acto I, Celia anuncia:
“Ya llega Santiago el Verde
estación que hace Madrid
a un soto…”
Y al acto II, Fabio le dice a uno:
“Bien parecéis forastero
pues no sabéis que se llama
Santiago el Verde este día
en que las hermosas damas
y las que no son hermosas
van con espantosas galas
al Soto de Manzanares”.
La descripción de los festejos se pone en boca de otro personaje Lucindo:
“Pues ¿no te deleita ver
tantos coches tan bizarros
tantos entoldados carros,
tanta gallarda mujer,
y más locas las riberas
que están los soberbios mares
con sus naves y galeras?
¿No ves entre estos pinos
cubiertos de blancas flores
tanta alfombra de colores
vistiendo rudos pollinos
que ayer con las aguaderas
traían el agua y hoy pasan
ninfas de Madrid que abrasan
las aguas de sus riberas?
¿No ves convirtiendo en lago
a Manzanares cruel
de los que pasan por él
y tanto macho y cuartango
que con el árbol de Alcides
les hace frenos y riendas,
y no ves tantas meriendas
en esas zarzas y vides;
tanta guitarra y pandero
tanto sombrerillo y pluma
tanto amante?
En las canciones de sabor popular que trae Lope en esta obra, Santiago el Verde es la fiesta de mayo por antonomasia y, en consecuencia, de la vegetación y el amor.
En el acto II, un músico canta:
“¡Oh mayo! Una hermosa maya
vaya sin vaya conmigo,
Quién dice que este no es
Santiago el Verde y sus flores,
no tengo dicha en amores,
cuéstele mucho interés
y no de arrayán alegre”.
Otra canción propia de la festividad es esta que cantan los músicos con pandero y baila una mujer:
“En Santiago el Verde me dieron celos.
Noche tiene el día; vengarme pienso.
Álamos del Soto, ¿dónde está mi amor?
Si se fue con otro, morirme yo”.
En La villana de Getafe, acto I, hay en boca de Pascuala, alabando al mozo Hernando, una descripción de las gracias aldeanas varoniles en esta forma:
“Media de punto, zapato
de cordobán, de tetilla
jubón, cuello de vainilla
a quien no es el rostro ingrato;
grigüesco y saya de raja,
sombrero y cordón de seda;
pues gracias ¿quién hay que pueda
llevar a Hernando ventaja
en saltar, correr, danzar,
llevar un carro enramado
por Santiago el Verde al prado?”.
De aquí se deduce que en Madrid, a finales del siglo XVI y comienzos del siguiente, la fiesta de Santiago el Verde pertenecía de lleno a las del ciclo anteriormente estudiado. En un soto arbolado, junto al río, las gentes se reunían en carros adornados con ramas y flores y el galanteo era ocupación principal.
El nombre de Santiago el Verde corresponde al de “Jack in the Green” usado en Inglaterra, con mucho sabor folklórico.
Icon Peregrini, Grabado hermético del s. XV. El peregrino es un símbolo del Mercurio alquímico. El simbolismo de la peregrinación vincula a Santiago y a Hermes. |
Santiago y el Mundo Intermedio
Entre los discípulos directos de Cristo, hay tres apóstoles cuya intimidad con el Maestro es superior a todos los demás. Estos son Pedro, Juan y Jaime. Los tres que asisten a la Transfiguración, únicos a quienes se permite entrar en la habitación cuando la resurrección de la hija de Jairo, y aquellos que se quedan velando con Jesús en el Huerto de los Olivos, la noche de su Pasión. Constituyen, pues, un ternario sagrado claramente separado de los otros discípulos. Equivalen, evidentemente, a lo que en el esoterismo islámico se conoce como el Qutb y los dos Imam, o en el hinduismo, al Brahmatma, el Mahatma y el Mahanga: la tríada suprema de la jerarquía iniciática. San Pablo, en su Carta a los Gálatas (2, 9) refiere como Santiago, Pedro y Juan, a los que llama “columnas”, confirman su misión apostólica, testimoniando así de forma irrefutable el reconocimiento por la primitiva comunidad cristiana de los tres discípulos predilectos como su máxima jerarquía.
Ahora bien, si es clara la función de Pedro como representante supremo de la Iglesia dirigida a todos, es decir, del exoterismo cristiano, función que por la “sucesión apostólica” se perpetuará en la institución del Papado, no lo es menos el papel esotérico de Juan, “el discípulo al que Jesús amaba”, aquel que recuesta su cabeza sobre el Corazón sagrado y por cuya mediación conoce Pedro la identidad del discípulo traidor (Juan, 13, 24-25). Juan es el apóstol al que Cristo en su hora suprema, en la cruz, da a María por madre y a la que a partir de ese momento, como narran las Escrituras, “guardará en su casa” (Juan, 19, 26-77). Diversos autores han destacado el simbolismo de María, la Shejiná (Presencia real de la divinidad), como potencia del Verbo, autora de todas las teofanías y substancia de la santidad. Es por ello que a los iniciados se les llama “hijos de la Virgen”, y este es, precisamente, el apelativo que Cristo mismo concede a san Juan. Por otro lado, Juan es el apóstol profeta, autor del Apocalipsis y santo patrón de la organización iniciática de mayor rango en la Cristiandad medieval: la Orden del Temple, que le rendía un culto particular. Es de destacar que, incluso exotéricamente, la Iglesia reconoce a san Juan especiales privilegios y de un carácter “secreto”. Esto último se refleja claramente en la liturgia romana, cuando el oficio de maitines del 27 de diciembre, fiesta de san Juan, se canta: “Éste es Juan, aquel que durante la Cena reposó sobre el pecho del Señor: ¡Feliz apóstol a quien le fueron revelados los secretos celestiales!”
Transfiguración en el Monte Tabor |
Por otra parte, la tradición medieval identificó a los dos apóstoles llamados Santiago: el Mayor, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, y el Menor, hijo de Alfeo y “hermano del Señor”; este segundo Santiago, llamado también el Justo, fue el primer obispo de Jerusalén y representa en el esoterismo cristiano un aspecto metafísico complementario al de san Juan [3]. Destaquemos a este respecto que, así como existen en el Evangelio dos san Jaime, así hallamos también dos san Juan, relacionados igualmente con los aspectos metafísico (el Evangelista, cuya fiesta se celebra durante el solsticio de invierno, asociado a la “Puerta de los dioses” o “Deva-yana”, por donde se sale del mundo manifestado) y cosmológico (el Bautista, cuya fiesta se celebra durante el solsticio de verano, asociado a la “Puerta de los ancestros” o “Pitri-yana”, por donde se vuelve a la manifestación); en este sentido, la “Leyenda Áurea” pone en relación a Santiago el Mayor con san Juan Bautista al hacer mención de la potencia de su voz, cualidad que asigna a ambos. De forma análoga, Hermes es el dios de la voz más vigorosa, maestro del lenguaje, que otorga la voz a Pandora. Pues bien, en el esoterismo islámico, Idris-Henoc (Hermes), “Polo del mundo humano”, se manifiesta mediante una pareja de complementarios representados por Jidr, el misterioso “compañero” al que Moisés solicita la enseñanza del “recto sendero” [4], y Elías, profetas siempre vivientes [5] a quienes Ibn Arabi pone en correspondencia, respectivamente, con las nociones de bast (distensión) y de qabd (contracción), términos que designan en el esoterismo islámico las dos corrientes ascendente y descendente de la fuerza cósmica y, más particularmente, el solve y el coagula herméticos. Estos dos aspectos pueden atribuirse perfectamente a Santiago el Mayor y a san Juan Bautista, el primero representa la fase ascendente o disolución, como ahora veremos Santiago asume la función de Psicopompo en la Cristiandad medieval, y el segundo la fase descendente o coagulación, el Bautista actúa como hermeneutes anunciando la venida de Cristo, y es el mismo Cristo quien lo asocia a Elías: “Yo os digo, Elías ha venido ya y no lo han reconocido” (Mateo, 17, 11-20) [6]
Notas:
[1] Se dice que Hermes era hijo de Zeus, dios del trueno, y de Maia, a quienes los romanos consagraron el mes de Mayo y que, en la Cristiandad, será transferido al culto de la VirgenMaría. Santiago, además de “hijo del trueno”, es hijo de María, puesto que se hermano de Juan.
[2] El rayo es un símbolo del “eje del mundo” en su aspecto iluminador de las posibilidades de la manifestación; el rayo discrimina, hace visibles los seres y las cosas, en medios del caos de la tormenta. En su vertiente iniciática representa la iluminación espiritual, el acceso a la intuición intelectual que hace posible el conocimiento directo, opuesto al conocimiento indirecto propio de la razón discursiva. Un ejemplo de cómo el proceso iniciático realiza, en el nivel microcósmico, la génesis del universo. Tradicionalmente, el rayo simboliza el doble poder de generación y destrucción; “es lo que representan también algunas armas de doble filo, especialmente, en el simbolismo de la Grecia arcaica, la doble hacha, cuyo significado además puede ponerse en relación con el caduceo” (“La Gran Tríada”, cap. IV) En efecto, la doble hacha aparece en numerosas representaciones griegas junto al caduceo en las imágenes de Hermes. El complementario del rayo, en la tradición hindú, es la caracola, símbolo de la “Sabiduría transcendente”, mientras el rayo lo es del “Método” o “Vía”. Todo ello se vincula directamente con el simbolismo de Santiago, puesto que su “camino” (rayo) lleva hasta la caracola, signo distintivo de los que habían logrado llegar a Compostela y que no se podía obtener legalmente, según las disposiciones papales, más que en aquella ciudad. Volveremos en otra ocasión sobre el simbolismo de la caracola y la venera en relación con Santiago.
[3] A Santiago el Menor, se le llamaba “hermano del Señor”. Clemente de Alejandría ya contaba la tradición apostólica de su extraordinario parecido corporal con Cristo, hasta el punto de que se los podía tener por gemelos. El “Evangelio según Tomás” llega a atribuir a Jesús las palabras siguientes: “allí donde vayáis os dirigiréis a casa de Santiago el Justo, a causa del cual el Cielo y la Tierra han sido hecho”. Tenemos así idéntico símbolo al de los Dióscuros, ya que Santiago es el gemelo mortal y Cristo el inmortal. En realidad, la identificación de los dos Santiago se corresponde con lo que hemos más arriba sobre la transposición analógica de los términos Cielo y Tierra y, en general, entre los ámbitos cosmológico y metafísico o, desde un punto de vista iniciático, con los Misterios Menores y los Misterios Mayores; aquí el ámbito cosmológico se asocia a Santiago hijo de Zebedeo y el ámbito metafísico a Santiago el Menor, “hermano (gemelo) del Señor. Así, existen varias representaciones medievales de Santiago como Pantocrator, que tienden a confundirlo con Cristo mismo (también se le atribuye la “primacía celeste” entre los apóstoles, por haber sido el primero entre ellos en recibir el martirio, martirio que se celebraba en los mismos día y hora que la Pasión de Cristo) y, al contrario, imágenes de Cristo como “peregrino jacobeo”. De la misma manera, Henoc, se corresponde con loas ciencias intermedias, pero, según la tradición cabalística, Henoc (arrebatado al Cielo en cuerpo y alma) es transformado en el ángel Metatrón, polo celeste de la Manifestación y paredro de la Shejiná. Igualmente, en los textos herméticos se vinculan claramente las entidades cósmicas con el dominio de los Principios, estos pasajes no son el objeto propio de la enseñanza, sino recuerdos de las nociones principiales (Véanse las citas en Jean Reyor. “Etudes et recherches traditionnelles”, págs. 252, ss.). Por último, es significativo señalar que las primeras representaciones de Cristo como “Buen Pastor” copiaban las de Hermes Crióforo (“portador del carnero”).
[4] Jidr, cuyo nombre significa “el que verdece”, aparece en el Corán (XVIII, 59-81) en la sura de La Caverna. Su vinculación con el Hermetismo y la iniciación mariana o de los afrad ha sido señalada por Martín Garcia en su “Apreciaciones sobre la iniciación mariana” en “Esoterismo hoy” (Encarte Editorial / Arola Editors, Tarragona, 2000). Carácterísticas simbólicas de Jidr, aparte de su color verde, son su procedencia caballeresca (según Ibn Arabi fue un guerrero que encontró la fuente de inmortalidad) y sus apariciones inusitadas en los caminos a los buscadores, el nombre que utiliza el Corán para definirlo es el “compañero”. También Santiago se relaciona con el color verde, que simboliza la “Naturaleza original”, puesto que la Esperanza, virtud teologal a la que se asocia, se representa con tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad, respectivamente, y así lo explicita Dante a lo largo de la “Divina Comedia”); numerosas miniaturas medievales lo figuran vestido de verde o con los cabellos de este color y hubo incluso en España una población con el nombre de Santiago el Verde. Su relación con la caballería y sus apariciones en el camino de verán más adelante.
[5] El Centro supremo de la jerarquía iniciática se representa en el Islam por el cuaternario de los profetas “vivientes”, es decir, aquellos que no han conocido la muerte corporal: Isa, Idris, Elías y Jidr. Este cuaternario simboliza los cuatro pilares que sostiene el templo de la Tradición primordial, es decir, el centro del mundo o estado primordial.
[6] De forma análoga, podemos decir que Santiago el Menor y san Juan Evangelista representan los grados correspondientes al Ser en su plenitud manifestada o Brahma saguna (cualificado) en la tradición hindú, y al No-ser o Posibilidad universal, Brahma nirguna (no cualificado) del Hinduismo. En el proceso iniciático, pueden asimilarse a la “realización ascendente” y a la “realización descendente”.
El-Jidr |
El Jidr, maestro de los Afrad
En el esoterismo islámico, el maestro de los Afrad es Seyidna El-Jidr, según Ibn Arabi el número de los Afrad es ilimitado y vía queda fuera de la jurisdicción del Polo, la máxima autoridad iniciática, que gobierna solamente las vías regulares de la iniciación. La indeterminación del número de los Afrad obedece a su desvinculación de las funciones iniciáticas definidas y delimitadas por las organizaciones esotéricas. Guénon lo explicaba con esta comparación: Un príncipe, incluso si no ejerce ninguna función, no es menos, por sí mismo superior a un ministro (a menos que éste no sea también él príncipe, lo que puede ocurrir; pero en ningún modo es necesario); en el orden espiritual los Afrad son análogos a los príncipes y los Aqtab a los ministros: quede bien entendido que esto no es más que una comparación, que ayuda de alguna forma a comprender la relación entre unos y otros [1]. Esta “independencia” de los Afrad los libera de las funciones que pertenecen al dominio esotérico de la realización personal y los relaciona con el dominio que, en el esoterismo islámico, se denomina Tassarruf o gobierno esotérico de los asuntos del mundo, como luego veremos.
El Jidr, cuyo nombre significa el que verdece”, aparece en el Corán (XVIII, 59-81) como un misterioso compañero de Moisés; este patriarca desea su compañía espiritual y la enseñanza del “recto camino”, Jidr accede sometiéndolo a tres pruebas en las que Moisés fracasa a causa de su impaciencia ante el extraño comportamiento singular de Jidr. El comportamiento extraño de Jidr es legendario, aparentemente en su actuación ignora las normas establecidas, lo que en realidad obedece al estado de aquellos que han accedido al más alto grado de realización espiritual que, en el esoterismo islámico, corresponde a la “estación de proximidad”; éstos son gobernados por Al-Fard (el Sin Semejante). Según Iban Arabí en esta estación el ser humano se une al Pleroma supremo, y aquellos que debe ser gratificados reciben la elección divina. La estación proviene de la adquisición, aunque también puede ser obtenida por elección, por eso se dice que la misión de enviado es una elección pura. [2] Esta clasificación del Sheij al-akbar es a retener, pues, como luego veremos, el estatuto del Al-Jidr es de una “santidad profética”, independientemente de la esfera legislativa, que proviene de la naturaleza del conocimiento que ha adquirido de Dios mismo: “la ciencia de entre Nosotros”, dice literalmente el Corán.
Ibn Arabí relata que Jidr era un soldado que “casualmente” encontró la fuente de la inmortalidad; el color verde que se le atribuye simboliza la Potencia divina. Fuente de vida representada en el mundo natural por la savia que vigoriza y verdea la vegetación. Recordemos que las plantas de hoja perenne (siempre verdes) como la palma o el laurel, que se entregaban como trofeo a los vencedores en juegos y torneos, simbolizan la inmortalidad (por el mismo motivo que el pueblo de Jerusalén recibe a Cristo con palmas y ramos de olivo). En latín, viridis, se emparenta, por su raíz vir, con virilidad (fuerza física), virtud (fuerza moral), verdad (fuerza espiritual): vincit Omnia veritas) y virtualidad (potencia). El verde es también el color de la Esperanza, virtud teologal que corresponde a la Fuerza en Masonería. La esmeralda, piedra verde, es extremadamente dura y, según las antiguas obras médicas atribuidas a Orfeo, devuelve la memoria, fortifica la vista y potencia las “virtudes viriles”; esta piedra preciosa está consagrada en el simbolismo medieval al apóstol san Juan, al que los iconógrafos suelen pintar de verde. Como se puede apreciar todas estas imágenes apuntan hacia una viriditas primordial, la energía natural o cósmica que todas las tradiciones identifican con la Voluntad creadora divina, la Shakti del Hinduismo. [3]
En sanscrito es el Virya que da su nombre al vira-marga o vía del héroe, se trata del “camino del guerrero”, realización espiritual más activa que contemplativa en la que el iniciado se sitúa al lado de la “potencia” más que del conocimiento. Es curioso observar como en otras tradiciones se conjugan estos mismo elementos; hemos visto que, según Iba Arabi, Jidr era un soldado; pues bien, en la antigua tradición grecolatina el personaje que se corresponde con la misma función es Glauco (“verde grisáceo”), otro guerrero (combatió con los argonautas) que, al beber “casualmente” en una fuente, se transforma en un dios marino, inmortal por lo tanto, cuya parte inferior se convirtió en una poderosa cola de pez [4], sus mejillas se poblaron de una barba de reflejos verdes y recibió el don de profetizar; Virgilio lo presenta como el padre de la Sibila de Cumas, que era también profetisa. En el Cristianismo es San Jorge, el “caballero verde”, patrón de numerosas órdenes militares y caballero cristiano por excelencia: Santiago de la Vorágine, en su “Leyenda Áurea”, explica la etimología de su nombre: Georgius vendría de Geos (tierra) y orge (cultivo), significa entonces cultivador de la tierra. Lo que nos devuelve al simbolismo de la Shakti. El autor de la “Leyenda Áurea” nos ofrece otras derivaciones etimológicas a las que volveremos en su momento, por ahora nos detendremos en indicar un aspecto de la famosa leyenda de la lucha de san Jorge con el dragón que parece enlazar con la tradición judaica. Es sabido que este combate se produce con objeto de liberar a un doncella que iba a ser sacrificada por el monstruo, esta doncella es llamada Elya, nombre prácticamente idéntico a Elías, el profeta que en el Judaísmo se identifica con el mismo principio [5].
Todo este simbolismo se relaciona con el Centro del mundo, lugar donde se produce la manifestación de la Presencia divina en nuestro grado de existencia, punto por el que pasa el “eje del mundo” y sede de la jerarquía iniciática suprema, conocido en todas las tradiciones: en el Hinduismo se corresponde con Agartha, en el Budismo tibetano con Shambala, y en el Cristianismo medieval se conocía como Reino del Preste Juan [6]. En el simbolismo temporal se refiere al estado primordial, el estado puramente espiritual de los orígenes que se identifica con el Paraíso del Edén en las tradiciones abrahámicas y con la Edad de Oro de las antiguas tradiciones occidentales y orientales. Estación espiritual en la que, como relata el Génesis, se posee la inmortalidad y se vive en un “verde” jardín en cuyo centro brota la “Fuente de la vida”. Este estado, que se perdió con la caída de Adán y Eva pero que permanece siempre accesible para algunos, se figura en todas las tradiciones como una montaña sagrada donde, precisamente, se dice que habita Elías.
El Centro Supremo de la jerarquía iniciática se representa en el sufismo por el cuaternario de los profetas “vivientes”, es decir, aquellos que no han conocido la muerte corporal: Isa (Jesús), Idris (Enoc), Ilyas (Elías) y Jidr. Este cuaternario simboliza los cuatro pilares que sostienen el Templo de la Tradición primordial, asimilado por analogía a la Kaaba de la Meca. Cómo se sabe, estos cuatro pilares son la manifestación diferenciada de un principio único, identificado con el Islam con el profeta Muhammad; relacionados con los cuatros elementos componentes de la manifestación corporal, cuyo principio indiferenciado es el éter, el quinto elemento o quintaesencia del Hermetismo occidental. Según un texto de Ibn Arabí, tres de estos pilares del centro supremo se corresponden con el Qtub (Polo de la tradición islámica) y los dos Imam, análogos al Brahmatma, Mahatma y Mahanga del Hinduismo, que representan respectivamente al principio supremo o profético, con la autoridad espiritual y el poder temporal. Lógicamente el cuarto pilar, al que “el más grande de los maestros” no designa correspondencia en la jerarquía iniciática, debe identificarse con el Jidr.
Es de notar que, si bien la jerarquía iniciática humana está compuesta en su máxima expresión por el Polo y sus dos Imam, la jerarquía espiritual suprema se representa en el Islam por cuatro profetas; es una paradoja, propia de la Ley de analogía en la que se fundamenta todo simbolismo, por la que el número tres que simboliza el Espíritu pertenece a la jerarquía humana, mientras que el número cuatro que signa la manifestación universal se asocia a la jerarquía espiritual. En consecuencia, las funciones suprema, sacerdotal y real se cumplen directamente por representantes humanos, pero la función específica de Jidr que se relaciona con la “expresión maternal” de la Shajiná o Naturaleza original, se cumple sin intermediario físico lo que explica la peculiar iniciación de los Afrad y que no se encuentren bajo la jurisdicción del Polo.
Esta doctrina islámica se encuentra, igualmente, en las tradiciones judía y cristiana. Nos parece que los tres “pilares” de Jerusalén, como eran llamados san Pedro, san Juan y Santiago en los principios del Cristianismo, manifestaban evidentemente las tres funciones supremas [7], mientras que el cuarto pilar podría asociarse a san Pablo, cuya “conversión”, a raíz de su encuentro con Cristo “ascendido” en el camino de Damasco, y su función en la exoterización y difusión del cristianismo en Occidente, son característicos al respecto [8]. En el judaísmo, esta doctrina se basa en el relato bíblico (Zac. 2, 3): YHVH me hizo ver cuatro herreros; los maestros del Talmud lo comentan así: ¿Quiénes son esos cuatro herreros? Rabí Hana bar Bizna dijo en nombre de Rabí Simón Hasida que estos cuatro herreros son el Mesías hijo de David, el Mesías hijo de José, Elías y el Sacerdote de Justicia [9]. Elías es considerado como el maestro oculto de Israel que se identifica con el ángel Eliahu, el escriba celeste que inscribe a todos los judíos en el momento de su circuncisión y que, de alguna manera decide, en las cuestiones del matrimonio, es decir, en la “posteridad” del pueblo elegido. Los cuatro herreros son los liberadores que se oponen al arte maldito de los ángeles caídos que, como relato el “Libro de Enoc”, enseñaron a los hombres las artes tenebrosas (de la metalurgia). En el comentario que Rashi redactó sobre este pasaje talmúdico, los asocia a los artesanos constructores del Templo de Jerusalén; particularmente Elías es tallador de piedra puesto que él mismo construyó el altar sobre el monte Carmelo (1 Reyes, 18, 31-32). El Sacerdote de Justicia se relaciona con Sem, hijo de Noé, y es de notar que en algunas leyendas del Islam, Jidr es descendiente de este mismo patriarca, lo que le relaciona con la tradición atlante [10].
El Mercurio campestre (1947) Louis Cattiaux |
Notas:
[1] R. Guénon, “Apéndice al cap. V”, en Initiation et Réalisation Spirituelle. Éditions Traditionnelles, París.
[2] “Futuhat” II, 41. Cap. 73. Extraemos la cita y la información de Frederic Tessier, “René Guénon et Al Khird2, en “La Règle d’Abraham” nº 87.
[3] En el Hermetismo, el color verde revista una importancia especial y se relaciona con el elemento Agua y con el planeta Venus; según Frédéric du Portal (“El simbolismo de los colores”, José J. Olañeta, Palma de Mallorca) representa una de las tres esferas celestes que se reencuentran en la antigua iniciación; el verde corresponde igualmente al último de los tres renacimientos de los que habla Eckartshausen: el renacimiento corporal.
[4] Véase R. Guénon. “Algunos aspectos del simbolismo del pez”, en “Simbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada”, Paidós, Barcelona. El pez se relaciona con el Principio divino conservador del mundo, es la forma que toma la manifestación de Matsya-avatara, la primera de todas las manifestaciones de Vishnú, la que se sitúa al comienzo del mismo ciclo actual y por lo tanto en relación inmediata con el punto de partida de la Tradición primordial. El medio natural del pez, el agua, corresponde en uno de sus aspectos al mundo sútil, mundo de las mutaciones y “madre de las formas”. Comentando este simbolismo en su artículo “Khwaja Khadir et la Fontaine de vie dans la tradition des arts persan et mongol”, publicado en “La Règle d’Abraham” nº 3, Ananda K. Coomaraswamy señala este otro aspecto: el vehículo del “pez” significa que la divinidad considerada (Varuna) no está sometida a las condiciones del movimiento local, en el Océano ilimitado de la Posibilidad universal, de la misma forma que las alas indican una independencia análoga y “angélica” en los mundos manifestados.
[5] La explicación etimológica de Santiago de la Vorágine, como algunos han señalado, proviene de un método iniciático conocido en la tradición hindú con el nombre de nirukta, las relaciones que se establecen mediante este método no tiene porqué basarse en las derivaciones de las raíces gramaticales sino en su homofonía, lo que se puede aplicar a nuestra correspondencia con respecto al nombre de Elya. Como luego se verá, san Jorge y Elya representan dos aspectos del mismo principio, principio que en la tradición islámica se asocia con Elías y Jidr.
[6] Véase R. Guénon, “El Rey del Mundo”, Ed. Paidós, Barcelona.
[7] Aquí Jerusalén es tomada como figurando el Centro del mundo, lugar de manifestación del Verbo.
[8] Véase Charles A. Gilis, “Los orígenes de la religión cristiana”, en “Letra y Espíritu” nº 2. Existen otras circunstancias en la vida de san Pablo que inducen a pensar en su relación con la “iniciación mariana”. Citemos como ejemplo su asunción al tercer cielo que él mismo nos relata, que corresponde astrológicamente al cielo de Venus, planeta que representa al Naturaleza original.
[9] Véase Nicolas Séd, “L’Alchimie juive et la science sacrée des lettres”, en Alchimie: art, histoire et mythes”. Arché, Milán.
[10] Véase René Guénon, “Formas tradicionales y ciclos cósmicos”. Obelisco, Barcelona. Añadiremos que la “Leyenda Áurea” hace a san Jorge originario de Capadocia, país donde se sitúa el monte Ararat, lugar en el que, según la tradición, embarrancó el arca de Noé. Este dato se relaciona con lo que después diremos sobre la vinculación que existe entre la iniciación mariana y el Hermetismo. Se sabe que este último nos ha llegado desde la Atlántida, vía Egipto; pero sus características parecen ligarlo directamente a la Tradición Primordial.
[11] Nicolas Séd, en su artículo ya citado, refiere cómo este personaje aparece a menudo entre los textos de los alquimistas y médicos espagíricos “paralcesianos”, notablemente durante la guerra de los treinta años cuando, precisamente, se dice que la orden Rosacruz abandona Occidente. Helvetius, en su “Vitulus Aureus” (1667), relata su encuentro con un visitante extranjero al que identifica con “Elías artista”. Es curioso notar el juego de palabras que estos autores hacían con el nombre de Elías artista y la “salia artis”, la sal del arte, que en alquimia se relaciona con el compuesto sutil-corporal que conforma la individualidad.
[12] Esta asimilación es conocida en el Judaísmo. Según Moisés Cordovero, Enoc es el profeta cuya función se corresponde en nuestro mundo con el ángel Metatron y Elías con la del ángel Sandalfon, estos ángeles de la Cábala son considerados como hermanos inseparables. Véase Alexis Hatman, “Ángeles, hombres y demonios I”, en Letra y Espíritu nº 4.
[13] Véase nuestro artículo “Nostradamus y la tradición profética occidental”, en Letra y Espíritu nº 3, donde se señala su relación con el Gran Monarca y el Santo Papa de numerosas predicciones europeas.
[14] Véase Ch. A. Gilis, “Ibn Arabî. Le chaton d’une Sagesse intime dans un Verbe d’Ilyâs”, en “Vers la Tradition” nº 71.
Para abundar en el significado universal (católico) de El-Jidr, se recomienda visitar el siguiente enlace del Blog Un viaje espiritual. Estudios sobre Irfan / Tasawuf desde una perspectiva tradicional.
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