martes, 27 de octubre de 2009

Un místico católico y francmasón: Joseph de Maistre por Maurice Colinon

(Capítulo VIII de Maurice Colinon, La Iglesia frente a la Masonería, Huemul, Buenos Aires, 1963, según la edición francesa de Librairie Fayard, París, de fecha desconocida).


En el debate que los opone a los católicos, los masones podrían, si quisieran, llamar a deponer a un testigo de importancia capital: Joseph de Maistre. Es notable el hecho de que la historia de las “sociedades secretas" ponga a nuestra disposición ejemplo tan perfecto como éste.

Porque he aquí ante nosotros un hombre que, aristócrata, se ve acusado de haber querido derribar el orden privilegiado; emigrado, de haber contribuido a preparar la Revolución; católico, de haber conspirado contra el altar; monárquico, de haber urdido un complot contra los reyes; y todo eso simplemente porque era, indiscutiblemente, irrefutablemente, francmasón.

A través del ejemplo de de Maistre tenemos entonces una probabilidad para comprender el estado de espíritu y las intenciones de esos católicos que, hasta el Concordato de 1804, creyeron poder frecuentar las logias pese a las condenas de Roma. Pues de Maistre era, no hay necesidad de repetirlo, un católico de gran raza, profundo y sincero. Alumno de los jesuitas, se inscribió muy joven en la congregación de la Asunción; después, a los quince años, en la cofradía de los "Penitentes negros". En Ginebra, y luego en Lausanne, fue el incomparable animador de los grupos de saboyanos exilados, que extraían de una fe inquebrantable la fuerza para dominar las desgracias de la época. En San Petersburgo diseminó las verdades del catolicismo entre los nobles, obtuvo la conversión espectacular de madame Sweichine y, de esta conversa, el título de "gran sembrador del catolicismo en Rusia.

A este catolicismo conquistador, de Maistre unía un profundo conocimiento de todas las doctrinas llamadas esotéricas y, en particular, de las ideas de Saint-Martin. El "Filósofo desconocido" ejerció siempre sobre él una influencia profunda. Es de Saint-Martin que extrajo el germen de una reacción contra los "Filósofos", contra el materialismo de su tiempo, y contra ese tiempo mismo. En las Veladas de San Petersburgo, le hace decir al senador lo que el mismo de Maistre no ha dejado de pensar del "virtuoso discipulo de Saint-Martin que no sólo profesa el Cristianismo, sino que también trabaja para elevarse a las alturas más sublimes de esta ley divina".

En una obra capital para la comprensión del pensamiento de de Maistre (1), Emile Dermenghem da la idea, muy verosímil, de que nuestro hombre resolvió tomar la pluma, no para exponer a su modo las teorías martinistas, "sino para transformarlas en cierta medida". Porque es indudablemente cierto que de Maistre no aprobaba en todos a puntos las ideas del "Filósofo desconocido". Le reprocha sobre todo, al igual que a sus discípulos, cierta antipatía hacia la jerarquía y la autoridad de la Iglesia, y también, en alguna medida, una mezcla difícilmente admisible de cabalismo y ortodoxia.

Joseph de Maistre confía en el clero. El mismo, en cierto momento, ha pensado entrar en una orden. Pero guardará hasta el fin por Saint-Martin una especie de veneración que demuestra cuán durable y profunda es la influencia que se sufre a los veinte años.

Se ha escrito a veces que de Maistre fue también "Cohen Elegido", vale decir, discípulo activo de Martinès de Pasqually. Si bien es cierto que conoció a este último, no existe prueba decisiva de que haya sido miembro del rito martinista propiamente dicho. Y su historia masónica es conocida hoy en todos sus detalles.

Se sabe que andaba por los veinte años cuando se adhirió, probablemente en 1773, a la logia de los Tres Morteros, en Chambéry. Más tarde confesó que "se trataba puramente de una sociedad de placer y no tenía en consecuencia nada para satisfacerlo. Convertido rápidamente en Gran Orador, se interesa poco por esa Masonería "mundana", y al tener conocimiento del Rito Escocés Rectificado, pasó con 15 de sus "Hermanos" a la logia La Sinceridad, que dependía ya de la provincia de Lyon, cuyos destinos presidía Willermoz. Sus críticas posteriores contra la Masonería, tan a menudo citadas, alcanzan únicamente a su primera experiencia; y, por el contrario, respetó siempre el espíritu que habían encontrado en el Rito nuevo y la seriedad de los trabajos a los cuales estuvo asociado desde 1778.

Bajo el nombre masónico de Josephus a Floribus, el joven conde de Maistre subió rápidamente los escalones. Según Dermenghem, "formaba parte de un grupo muy secreto de iniciados superiores que dicen haber tenido conocimientos más profundos y una actuación más importante que los masones ordinariamente conducidos por ellos más o menos misteriosamente". De hecho, fue Caballero Gran Profeso (clase que Willermoz mismo definía como "el último grado en Francia del Régimen rectificado") y el verdadero jefe de la Orden en la región de Chambéry.

En el libro de Dermenghem se encontrarán importantes extractos de la correspondencia intercambiada con Willermoz, y que nos muestra un Joseph de Maistre ardiente y celoso, pero siempre impaciente por saber más, ávido de nueva información, cuidadoso en rechazar las últimas dudas, a veces reacio y siempre lleno de espíritu crítico. Vimos antes que de Maistre especialmente rechazó con energía la leyenda templaría y se insurreccionó contra la pretensión de la Masonería de forjarse antepasados. Más aún, declaró que rehusaba obediencia a los sedicentes "Superiores desconocidos".

Toda esta discusión fue el tema de una larga Memoria al duque de Brunswick que redactó en ocasión del Convento de Wilhelmsbad. Pero no parece que haya sido discutida ni tampoco que su destinatario la haya seriamente leído.

La actividad masónica de de Maistre se extiende a través de diecisiete años. Durante todo este tiempo, no parece haber dudado nunca ni por instante del valor de esta Institución, ni de la utilidad, para un católico, de militar activamente ella. La Revolución de 1789 vino a interrumpir estos trabajos. De Maistre se exiló, y después viajó durante largo tiempo. Se desligó cada vez más de la Masonería, pero conservó una correspondencia seguida con un determinado número de iniciados, y no cesó, hasta su muerte, de estudiar las ciencias y las doctrinas esotéricas. Sólo que hacía distinciones fundamentales entre las diferentes "sociedades secretas" de su tiempo, y no dejaba de enfurecerse cuando los profanos las confundían entre si. "No hay ninguna relación -escribía- entre un francmasón ordinario, un martinista y un iluminado de Baviera". Si despreciaba sin esfuerzo al primero y consideraba dañino al último, defendía hasta el fin a los discípulos de Pasqually y de Saint-Martin.

Es muy importante destacar que de Maistre prosiguió sus actividades masónicas con una conciencia perfectamente pura, pese a las excomuniones romanas. La última condena, la de 1751, había sido sin embargo severa. Pero de Maistre estaba entonces influído por el galicanismo de Willermoz, y se hallaba lejos de constituirse en el defensor de la autoridad romana en que había de convertirse después. Además, tenía sinceramente por lícito el secreto exigido a los francmasones y tan enérgicamente reprochado por la Iglesia. "No se puede disputar -decía- a un ser inteligente y razonable el derecho de certificar mediante juramento una determinación interior de su libre arbitrio". Todo estaba en la orden, ya que los masones juraban solamente hacer el bien. "Desde que estamos seguros, en nuestra conciencia, de que el secreto masónico no contiene nada de contrario a la religión y a la patria, no concierne más que al derecho natural". Se ve bien el problema. Lo que de Maistre, miembro de los grupos martinistas, creía saber del secreto, tenía poco en común con lo que el Papa, que tenía informes de otras fuentes, descubría en él. Y Josephus a Floribus, cuando más tarde conozca la conspiración de los "Iluminados de Baviera", condenará su secreto con un vigor que no tendrá nada que envidiar a los más rudos juicios pontificios.

Muy cómodo en el seno de las logias martinistas (esas mismas de las que en el capítulo precedente han podido leerse algunas reglas próximas a las de una Tercera Orden religiosa), Joseph de Maistre defenderá siempre dos argumentos fundamentales para el estudio que nos ocupa:

-la ciencia oculta y la iniciación masónica son de esencia cristiana;

-la Masonería se opone a la incredulidad general; ella conduce a los místicos hacia el Catolicismo.

Ya en la Memoria al duque de Brunswick, de Maistre defenderá esta idea de que la verdadera fuente de la iniciación y de la Orden masónica era el Cristianismo primitivo. Pero ese Cristianismo no ha entregado todos sus secretos, y las Escrituras tienen un sentido oculto que corresponda a los "iniciados" volver a encontrar a fuerza de estudios:

"Todo es misterio en ambos Testamentos, y los elegidos de una y otra ley no eran sino verdaderos iniciados". Admite pues completamente los dogmas revelados, pero no se considera impedido de buscar el modo de profundizarlos, a la luz de las tradiciones esotéricas.

Por otra parte, junto con Saint-Martin, de Maistre considerará que el mayor azote de su tiempo es la incredulidad casi general. Propalar entre lo hombres de buena voluntad y de inteligencia probada una doctrina mística, era apartarlos del materialismo y prepararlos para aceptar, más tarde, los dogmas del Catolicismo. Nada más claro al respecto que esta frase, citada por Dermenghem: "Los espíritus religiosos, insatisfechos de lo que ven, buscan algo más sustancial y se inclinan hacia estas ideas místicas. Es el camino hacia el Catolicismo.

De Maistre tenía sesenta años cuando escribió esto. Había abandonado desde hacia tiempo las' logias y tuvo todo el tiempo necesario para juzgar los efectos de la revolución francesa. Su testimonio adquiere más valor aún.

Sostenía, entonces como en el pasado, que si las logias podían representar algún peligro en los países católicos, ocurría todo lo contrarío en los países protestantes. Sus doctrinas metafísicas diferían radicalmente del espíritu calvinista, y aun del luterano. El espíritu de la Masonería "acostumbra a los hombres a los dogmas y a las ideas espirituales; los preserva de una especie de materialismo muy notorio en la época en que vivimos, y del hielo protestante, que no tiende a nada menos que a helar el corazón humano".

Así, al aplicarse a desarrollar el misticismo masónico, Joseph de Maistre estaba convencido que trabajaba por la reunión de las Iglesias cristianas.

Y por eso asigna a los Caballeros Benefactores de la Ciudad Santa, una primera tarea: llevar a cabo la aproximación entre los católicos y los luteranos de Augsbourg, "cuyos símbolos no difieren entre sí muy notablemente". Y en 1815 todavía, en una carta al conde de Bray (citada por Priouret), repetía: "Vuelvo a las sociedades secretas. Dejémoslas hacer, señor Conde; todo eso nos ayuda".

No hubo, en consecuencia, en el pensamiento de Maistre, una ruptura brusca, sino únicamente una evolución natural y lógica, en la que el católico romano de 1815 explica y prolonga sin altibajos bruscos al masón de 1780.

Y, sin embargo, entre esas dos fechas se había producido un acontecimiento terrible: la Revolución, el Terror. La Francmasonería estaba ya cargada con el peso de todos los crímenes cometidos a partir de 1789, y los católicos, en su mayor parte, la consideraban responsable. Esto, de Maistre no lo creyó. Tenía buenas razones para ello. Nadie conocía mejor que él el mecanismo de esos grupos de iniciados, al que se atribuía haber montado el complot. Nadie sabía mejor que él que la "patria del Iluminismo" era Alemania. La Revolución, entonces, se había preparado en otra parte. Nadie, en fin, ha refutado con más paciencia y vigor (en una época en la que ya no era masón) el panfleto de Barruel, sobre el cual debía fundarse toda la historia futura de la Masonería "satánica".

Si terminó por admitir la realidad de un "complot revolucionario", fue en el cuadro de otro grupo, el de los Iluminados de Baviera (que volveremos a encontrar más adelante). Pero tendía a defender la inocencia de la Masonería que había conocido y de la que era uno de sus dignatarios. Es en 1793, en pleno Terror, que escribió para el barón Vignet des Etoles una Memoria sobre la Francmasonería "que data de siglos y no tiene ciertamente nada en común, en su principio, con la Revolución francesa".

¿Realismo o ilusión generosa? Eso es lo que vamos a ver.

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