domingo, 2 de agosto de 2009

En busca de la Masonería perdida. Posibles vías para una restauración operativa; por Joaquín Bosch

Artículo publicado en “Masonería. La Quinta Ciencia”, Monográfico nº 2 de la Revista Letra y Espíritu, Asociación Cultural Meru, Barcelona, 2007.

Este artículo retoma, refundiéndolos corregidos y aumentados, un texto inédito (Entremos en las vías que nos han sido trazadas) y dos textos publicados por el autor en la revista Letra y Espíritu nº 8 (En busca de la Palabra Perdida) y en el monográfico en formato libro Esoterismo Hoy, Encarte Editorial & Arola Editors, Barcelona, 2000 (Masonería: de la virtualidad a la realización).

Este templo es como el cielo en todas sus disposiciones.
Inscripción de un fragmento del templo de Ramsés II
Museo de El Cairo
[1]
.
1.- Degeneración actual de la Masonería

«Investigaciones que tuvimos que hacer a este respecto, hace ya algún tiempo, nos han conducido a una conclusión formal indudable que debemos expresar aquí con claridad, sin preocuparnos de los furores que pueda suscitar en diversas partes: dejando a un lado el caso de la posible supervivencia de algunas raras agrupaciones de hermetismo cristiano procedentes de la Edad Media, extremadamente restringidas en cualquier caso, es un hecho que, de todas las organizaciones con pretensiones iniciáticas extendidas actualmente en el mundo occidental, sólo existen dos que puedan reivindicar, a pesar de lo disminuidas que están como consecuencia de la ignorancia e incomprensión de la inmensa mayoría de sus miembros, un origen tradicional auténtico y una transmisión iniciática real; estas dos organizaciones que, a decir verdad, fueron además, primitivamente, una sola, aunque con múltiples ramas, son el Compagnonnage y la Masonería. Todo el resto es solamente fantasía o charlatanería, cuando no sirve para disimular incluso algo peor...» [2].

Esta contundente afirmación de René Guénon que nos hemos tomado la libertad de utilizar como cabecera nos sirve para encuadrar perfectamente, de manera clara e inequívoca, el tema que nos hemos propuesto y la línea de pensamiento que vamos a desarrollar aquí y nos evitará, al mismo tiempo, tener que hacer a cada momento otro tipo de aclaraciones que quizá hubiesen sido inevitables de otro modo.

En efecto, si la Masonería puede tener alguna clase de interés para cualquiera que esté sinceramente volcado en emprender un camino de realización espiritual no es, ciertamente, por su actual talante laico y librepensador. Tampoco podría serlo por sus casi inextricables confusiones en cuanto a doctrina se refiere, que la hacen pasto de las más engorrosas injerencias por parte de todo tipo de ideologías políticas y, a la vez, de todo tipo de falsas convicciones ocultistas y pseudo-esotéricas, desde hace ya muchísimo tiempo. No es por sus errores, ni por sus desviaciones, ni por la influencia en ocasiones marcadamente antitradicional que algunos de sus representantes más “ilustres” han ejercido y ejercen aún hoy en el medio socio-político contemporáneo [3], sino que su interés primordial radica en el hecho de que la Masonería aún representa, a pesar de todos los pesares, una de las últimas, sino la única, posibilidad iniciática real y genuina de Occidente a la que es posible tener acceso. La única organización iniciática, junto con el Compagnonnage francés, de carácter occidental y concebida especialmente para la mentalidad judeo-cristiana occidental que, guste o no guste, perdura hoy en día en nuestro suelo. Y esa realidad y ese hecho, no deberían pasar desapercibidos ni ser desdeñados por quienes aún tengan la capacidad de concebir mínimamente la necesidad ineludible de acceder a la iniciación para emprender, sea en el grado que sea y hasta donde sea posible, un camino de realización espiritual verdadero y que, al mismo tiempo, no quiera verse obligado a transitar el difícil sendero que conduce a enfocar sus aspiraciones espirituales dentro de una forma tradicional oriental.

Debemos aclarar de inmediato que no tenemos absolutamente nada en contra de la espiritualidad oriental. Antes al contrario, la apreciamos especialmente por el inmenso valor que supone como marco de referencia teórico-doctrinal de primera magnitud para emprender una posible restauración de lo que queda de genuino en la espiritualidad occidental en general y, particularmente, en la posibilidad iniciática que aún representa la Masonería. Sin embargo, según nuestro modesto saber y entender, nos parece más coherente para un occidental contemporáneo no plantearse de manera más o menos apresurada la adopción de otra forma tradicional de carácter oriental sin haber intentado agotar previamente todas las posibilidades religiosas e iniciáticas que su tradición natal, aunque fuere virtualmente, todavía puede proporcionarle. Es evidente que cuando hablamos de “tradición natal” nos referimos, al menos en la inmensa mayoría de los casos, al Cristianismo en toda la extensión del término. Por lo demás, consideramos harto simplista idealizar demasiado la situación real del conjunto de formas tradicionales orientales que se han ido implantando en Occidente, cuando es evidente que la degradación espiritual, vigente y constatable por todas partes, afecta no sólo a Occidente sino a todo el planeta.

Las condiciones cíclicas del Kali-yuga nos afectan a todos [4] y esto es algo que parece olvidarse con demasiada facilidad, de manera que la adopción de formas orientales en nuestro degradado medio, no supone en principio ninguna panacea para nadie en cuanto a su desarrollo espiritual se refiere, y mucho menos aún para un occidental cuya perspectiva está repleta de prejuicios y hábitos sociales y mentales completamente profanos y alejados de cualquier tipo de visión tradicional; mucho más alejada si cabe, pues, de toda sensibilidad oriental cuyo carácter sutil sin duda será para él difícilmente aprehensible. El propio René Guénon, que como se sabe acabó sus días en tierra de Egipto bajo el manto protector de la tradición islámica, manifestó que la adopción de una forma tradicional oriental, aun no siendo en absoluto ilegítima en sí misma en función de la “vocación espiritual” de algunos, si se nos permite la expresión, no debería tomarse como norma sino más bien como excepción [5]. Por lo demás, su trayectoria particular, extraordinaria por diversos motivos, tampoco puede servir como modelo a seguir mimética y automáticamente por todos aquellos que se han sentido tocados por su obra en mayor o menor medida.

En cuanto se refiere a la posibilidad espiritual constituida por la Masonería, su situación actual nos lleva a sostener que si representa aún algo, ese algo tiene que ver con su carácter de vestigio iniciático, a partir del cual debería darse en su seno una restauración casi completa. Intentaremos, pues, ofrecer algunas reflexiones acerca de los linajes iniciáticos que han venido a converger en la Orden masónica actual, de los elementos simbólicos que se imbrican de forma armónica en ella y de qué manera podrían ser utilizados como gérmenes para esa posible y necesaria restauración integral, temas éstos muy difíciles de atacar pero no por ello inabordables, aunque sea someramente y sin pretender resolver, ni mucho menos, todas las dificultades que suscitan. Una de estas dificultades que nos parece digna de mención preferencial, se refiere a la necesidad de que todo iniciado y, en particular, el iniciado masón, lleve a cabo una práctica exotérica correlativa a su trabajo iniciático que le sirva como “cimiento” fundamental en su vida cotidiana, tanto para defenderse del punto de vista profano como para llegar a transformar en efectiva su iniciación virtual, tal y como también señala Guénon en su obra [6]. Esta afirmación, aunque de hecho sea elemental, puede parecer incomprensible y discutible para muchos, pero se basa en que la Masonería jamás fue, ni es ahora, una forma tradicional “completa”, sino tan sólo una iniciación “de oficio”, como más adelante veremos, con lo cual no puede servir por sí sola como norma de vida para que un individuo ordene íntegramente todos los aspectos de su existencia conforme a una perspectiva tradicional, en toda la extensión de la palabra. Cuál sea ese exoterismo al que necesariamente debería incorporarse todo masón, es una de las cuestiones que nos proponemos abordar posteriormente.


2.- Lo que la Masonería es y no es

Desde luego lo que no pretendemos, por nuestra parte, es escribir en pocas líneas una historia de la Masonería, cosa imposible que excede con creces los límites que nos hemos propuesto [7]. Es ciertamente muy difícil encontrar algún escrito insoslayable a este respecto lo cual, por tanto, impide de facto utilizar los medios que la ciencia histórica moderna requiere como método de prueba.

La manía de escribirlo todo es, ciertamente, muy moderna. Y cuando se trata de cuestiones de carácter iniciático, como es el caso, es prácticamente imposible encontrar una descripción escrita, directa e inteligible por cualquier lector, que establezca y desarrolle los orígenes y métodos de realización empleados. Los antiguos no se dedicaban a explicar y mucho menos a publicar tales cosas; en todo caso, si escribían, lo hacían de manera alusiva y críptica, dejando entrever, bajo el velo de un tema banal o filosófico, una doctrina destinada a ojos expertos que ya sabían de qué les estaban hablando. La transmisión de la enseñanza era, pues, fundamentalmente oral, de boca a oído, de maestro a discípulo y, de hecho, siempre ha sido así en cualquier tradición sagrada [8].

En este sentido, la tradición masónica no es ninguna excepción; todos los manuscritos antiguos que se conservan, conocidos con el nombre inglés de Old Charges o Antiguos Deberes, tienen un carácter aparentemente simple, repletos de reglas corporativas que tratan sobre los usos y costumbres del oficio o sobre normas de comportamiento de los masones, tratando algunos de ellos sobre los orígenes legendarios de la Masonería, pero sin aportar una explicación que pueda satisfacer completamente a un historiador. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, que nada tiene de “historicista”, es gracias a ellos -y gracias también a todo el bagaje simbólico de los diferentes grados de la Masonería, que esencialmente derivan de la tradición operativa allí reflejada - como podrían señalarse algunos indicios que permitiesen discernir su estirpe iniciática.

Pero lo que quizá sería bueno puntualizar sucintamente de entrada, para todos aquellos que no conocen de la Masonería más que su “leyenda negra” y que tan sólo han oído hablar de ella vagamente como del “contubernio judeo-masónico-comunista”, es que la Masonería, por definición y por su esencia misma, nada tiene que ver con todo eso. Y decimos “en esencia” porque ahí radica todo el quid de la cuestión: es la esencia que subyace como enterrada bajo las “especulaciones” de la “moderna” Orden masónica actual, la que constituye el núcleo iniciático indestructible que hace de ella una verdadera organización tradicional y regular, poseedora y vehiculadora de una “influencia espiritual” que la vertebra. Como el hueso, esta agua viva y purificadora permanece latente, esquelética, y casi desconocida para la inmensa mayoría de masones modernos, pero no por ello menos presente y activa. Es cierto que hace falta un fino olfato, casi de zahorí, para encontrar su rastro, pues hasta el cuerpo simbólico que la recubre ha sufrido los embates hirientes de los defensores de la “iluminación” racionalista. Tan eficientes fueron y son aún sus “trabajos” que han llegado a desfigurarla enormemente, queriendo transformarla en un burdo remedo de lo que en otro tiempo fue, cuando no en una simple “Sociedad de pensamiento”. Mas la Masonería se resiste a dejarse confundir con la filosofía o la filantropía, con el racionalismo, con el materialismo, con la lucha de clases, con el igualitarismo, con el laicismo, con el humanismo, con el evolucionismo, con el anticlericalismo, con el ocultismo, con la búsqueda de “poderes” extrasensoriales, con un club de opinión, un lobby o un partido político. Nada tiene que ver la iniciación masónica con todo este tipo de preocupaciones, cuyo carácter procede exclusivamente del “punto de vista” profano.

La Masonería es y ha sido siempre, desde sus legendarios orígenes, una iniciación de carácter artesanal, es decir, una iniciación destinada a todos aquellos hombres que ejercían el trabajo manual de canteros y constructores. La propia palabra “masón” no significa otra cosa: maçon en francés y mason en inglés quieren decir “albañil”. Ahora bien, para entender en toda su amplitud el significado de esto es necesario darse cuenta primero que, en una sociedad tradicional [9] toda actividad, desde la más humilde hasta la más elevada, se “ritualiza” o, lo que es lo mismo, se considera y reconoce como una manifestación exterior (humana) derivada y dependiente de un principio universal (suprahumano) [10]. De este modo, cualquier actividad, y también un oficio manual, sirve como expresión de la naturaleza íntima y propia de quien la desempeña y, a la vez, como punto de apoyo para remitir al individuo que la ejerce al orden cósmico del que forma parte y, por ende, a la fuente misma de dicho orden cósmico. En otras palabras: desde un punto de vista sagrado y tradicional, cualquier actividad u oficio es “ritual”, es un rito que modela al individuo y lo sitúa en consonancia con el orden universal. Puesto que toda tradición, y también la masónica, reconoce que el origen del hombre, del mundo y del Cosmos entero es divino ello implica que todo acto humano no hace sino reflejar de algún modo a la propia Divinidad de la que todo surge y a la que todo debe volver. De ello se desprende que no todo individuo está cualificado para ejercer cualquier oficio o actividad de manera indistinta sino que, por el contrario, cada uno debiera ejercer la función adecuada a su propia naturaleza intrínseca, la cual no hace sino concretar y reflejar en el ámbito humano una porción infinitesimal de la infinitud de matices o aspectos que la propia Divinidad contiene en sí misma.

Evidentemente, no hay concepción más alejada de ésta que la del desacralizado mundo moderno, para el que toda actividad exterior puede ser ejercida, en principio, indistintamente por cualquier individuo, sin atender a las cualidades esenciales de éste, que no cuentan para nada frente a la “productividad” y la cantidad de “bienes” que se pretenden obtener. Esto implica que la actividad social se “mecaniza” y se “deshumaniza” hasta límites extremos completamente alienantes, puesto que impiden al individuo verse reflejado en la actividad que realiza cotidianamente. Si el individuo no se reconoce en lo que hace, automáticamente se fragmenta y deslinda de su ser todo aquello que aparece ante él, considerándolo como ajeno a sí mismo y trasladando esta falsa impresión a toda su ya parcelada cosmovisión, de tal modo que su relación con el medio deja de ser “simbólica” o unitiva para pasar a ser “diabólica” o separativa. Así mismo, esta separación radical le oculta su verdadera identidad, puesto que se le privan los medios en los que podría apoyarse para reconocerla; y he ahí una de las causas de que casi nadie esté, hoy en día, en condiciones de plantearse siquiera una reflexión seria sobre su propia naturaleza interior [11].

Ahora bien, conviene recalcar que el oficio no es la “esencia” de la iniciación masónica, sino tan sólo su “punto de apoyo” exterior más inmediato. En este sentido, es importante no confundir, como suele hacerse cuando se aborda este tema, lo “operativo” con lo “corporativo”. La “operatividad” se refiere a la realización efectiva de las posibilidades implicadas en la iniciación masónica y que afectan al desarrollo espiritual profundo y real del ser, mientras que la “corporatividad” tendría que ver con el estricto desempeño externo y manual del oficio, si bien es cierto que éste ha proporcionado siempre las condiciones idóneas para actualizar la iniciación masónica recibida, por propia definición. Es evidente que, hoy por hoy, “corporatividad” y “operatividad” no van unidas, sino más bien todo lo contrario, al menos en la inmensa mayoría de los casos [12]. Esta reflexión nos lleva a puntualizar otra cuestión importante que también conviene resaltar, aunque sea generalmente conocida: la actual Masonería no impone como condición necesaria al postulante el desempeño de ningún oficio relacionado con el arte de la construcción. Refiriéndose a este hecho, Guénon señala que:


incluso aunque la práctica del oficio ya no sea requerida como condición necesaria [para recibir la iniciación masónica], debido a circunstancias particulares que sólo pueden considerarse como un empobrecimiento cuando no como una auténtica degeneración, es evidente que esto no cambia en nada su carácter esencial[13].

La pérdida del vínculo efectivo con el oficio ha supuesto para la Masonería moderna una degradación de consecuencias incalculables y no un enriquecimiento o una elevación de su statu quo “filosófico”, como la mayoría de los masones actuales aún siguen creyendo [14]. El carácter “especulativo” de la Masonería contemporánea significa, ni más ni menos, que en las circunstancias presentes es incapaz de transmitir una iniciación “efectiva”, es decir, una iniciación que realmente actualice en quien la recibe todas sus posibilidades espirituales. En el mejor de los casos, pues, la iniciación masónica es una iniciación “virtual”, que permanecerá en estado de “germen” o “latente” por tiempo indefinido, es decir, en tanto no se restablezcan los medios que faculten al iniciado para llevar a cabo su realización efectiva. De este modo, decir “especulativo” equivale a decir “teórico” y “limitado” a la esfera de lo puramente mental y discursivo, aunque la “esencia” iniciática siga transmitiéndose sin posibilidad de desarrollo real, hasta que reaparezcan circunstanciascualitativas” tanto en lo personal como en lo colectivo que lo favorezcan.

Todo esto queda sintéticamente expresado en el siguiente fragmento de correspondencia entre René Guénon y Julius Évola:

«La fecha de 1717 no señala el origen de la Masonería sino el de su degeneración, lo que es muy distinto. Por otro lado, para poder hablar de la utilización de “residuos psíquicos” (de vestigios) en aquel período, habría que suponer que la Masonería operativa hubiese dejado de existir por entonces, cosa que no es cierta, porque todavía existe en varios países, mientras que en Inglaterra, entre 1717 y 1813, intervino eficazmente para completar ciertas cosas y regular otras, al menos en la medida en que ello era posible en una Masonería reducida a no ser ya más que especulativa... Por otra parte, cuando hay una filiación regular y legítima, la degeneración no interrumpe la transmisión iniciática; ésta reduce solamente su eficacia, al menos en general, porque a pesar de todo puede haber excepciones. En cuanto a la acción antitradicional de la Masonería de la que habla, habría que hacer algunas diferenciaciones, por ejemplo, entre la Masonería anglosajona y la latina, pero, en todo caso, ello sólo demuestra la incomprensión de los miembros de una u otra organización masónica: pura cuestión de hecho, y no de principio. En el fondo, lo que se podría decir es que la Masonería ha sido víctima de infiltraciones del espíritu moderno, como lo es actualmente, en el orden exotérico, la misma Iglesia Católica, y cada vez en mayor medida. Entiéndase bien, no busco convencer a nadie, sino sólo mostrarle que el problema es bastante más complejo de lo que Vd. parece creer» [15]


3.- De la virtualidad a la realización

Quizá lo primero que habría que subrayar es que una restauración operativa de la Masonería es siempre posible aunque supone una tarea ardua y difícil, como indicaba el propio Guénon a uno de sus corresponsales:

«...lo que le falta a la Masonería, por el hecho de haberse convertido en simplemente “especulativa”, son en suma los medios para pasar de una iniciación virtual (siempre válida como tal) a una iniciación efectiva; desgraciadamente, hay algo ahí que, por muchas razones (e incluso si el estado de espíritu fuera más favorable de lo que es actualmente), parece bastante difícil de restaurar de hecho, aunque, naturalmente, la posibilidad subsiste siempre en principio; en el ritual mismo, ¡hay múltiples puntos que presentan enigmas casi insolubles!» [16]

La primera condición para iniciar cabalmente un trabajo serio y eficiente de restauración tradicional pasa por la constitución regular de al menos una logia cuyos miembros estén orientados de forma coherente hacia un mismo fin. Esto nos parece evidente puesto que la Masonería es una organización tradicional cuya base es el trabajo iniciático colectivo, el cual debe servir de soporte a la presencia espiritual representada por el símbolo del Gran Arquitecto del Universo, que es el Principio rector de la Orden [17]. Dicha logia, pues, debería presentar las características enunciadas magistralmente por Guénon respecto al trabajo iniciático: unidad de pensamiento, unidad de acción y unidad de pensamiento y acción. De otro modo, los esfuerzos realizados por aquellos masones conscientes en alguna medida de esa necesidad de restauración se verían completamente desprovistos de eficacia real. Guénon era perfectamente consciente de ello:

«En lo que concierne a los proyectos del hermano D. (a fin de colmar las lagunas de la Masonería), continuo creyendo que su realización corre el riesgo de topar con muchas dificultades, siendo la primera de ellas la de encontrar otros 6 Masones que tengan el espíritu requerido; eso no es tan simple como se podría creer...» [18]

No obstante, si ello fuera posible, las consecuencias podrían ser de capital importancia. En efecto, tal y como señala a este respecto otro competente autor, Jean Reyor:

«una logia compuesta exclusivamente por masones verdaderamente “cualificados” en el triple aspecto corporal, psíquico e intelectual, conscientes del carácter trascendente de la iniciación y únicamente animados por el deseo de realización espiritual, tal logia, decimos, representaría a la Orden Masónica más que todas las Obediencias del mundo reunidas, sería el “centro” mismo de la Orden y una “morada” donde el Espíritu Rector de la iniciación masónica residiría permanentemente» [19].

Como veremos a continuación, la existencia de tal “centro” no es descabellada, al menos si se da crédito a una comunicación de Franz Vreede a la Logia de Estudios francesa “Villard de Honnecourt” que tuvo lugar el 29 de octubre de 1.973. Este masón, amigo de René Guénon durante más de treinta años, explicó entonces que:

«Guénon me precisó que era miembro de una maestría, es decir, de un grupo de Maestros de todos los grados cuya tradición oral remontaba hasta la época artesanal de la Masonería francesa... los grupos de Maestros, según Guénon, decidieron mantener pura la tradición antigua. Para impedir en el futuro toda desviación, toda divulgación y toda traición, decidieron el anonimato de sus miembros y que en adelante no hubiese ya más estatutos ni otros documentos escritos; tampoco candidaturas, sino aceptación de nuevos miembros por cooptación secreta. Comprendí entonces de qué fuente auténtica tomaba Guénon sus extensos conocimientos del ritual y de los símbolos de la tradición antigua de los constructores de catedrales y de su ciencia geométrica, atribuida a Pitágoras, sin la que el Gran Arte no podría existir» [20].

Si tal Maestría operativa y secreta existe aún y ha subsistido hasta nuestros días es, de más está decirlo, algo muy difícil de comprobar. A este respecto, sin embargo, parece verosímil que Guénon hubiese podido pertenecer a ella e intentase a través de su obra transmitir, en la medida de lo posible, ciertos conocimientos específicos adquiridos allí para que no se perdiesen definitivamente o, cuando menos, para intentar influir en el ambiente masónico y amplificar el espíritu de restauración tradicional en su seno lo máximo posible. En este sentido, es sabido que él mismo impulsó en 1.947 la creación de una logia de carácter tradicional, denominada “La Gran Tríada”, la cual al parecer llegó a establecer ciertas bases en las que apoyarse para enmarcar un trabajo verdaderamente operativo. Al menos eso es lo que se desprende de algunas de sus cartas que se refieren a ello:

«Quizá habrá conocido ya la fundación, bajo los auspicios de la G.·. L.·. de Francia, de la L.·. “La Grande Triade” (puede imaginar de dónde viene ese título [21]) y cuyo Ven.·. es el H.·. Ivan Cerf, G.·. Or.·.; su constitución remonta al mes de abril último, pero no he querido hablarle de ella antes de que hubiese comenzado a funcionar normalmente, lo cual es ya un hecho... Se propone aplicar, en toda la medida de lo posible, los puntos de vista que he expuesto en los Aperçus [22], e intentar, aunque sin duda no sea fácil, reencontrar los métodos de “realización” de la antigua Masonería operativa» [23]

En otra ocasión escribía, también desde su residencia en El Cairo, a un corresponsal masón:

«Respecto al Convento, el informe para la Comisión de rituales ha tenido un éxito mayor del que esperábamos; en efecto, era previsible que las consideraciones que se exponían pareciesen un tanto arduas a algunos que no están acostumbrados a ellas, pero afortunadamente parece que no ha sido así. Esperamos que los proyectos de rituales de los grados 1º y 3º podrán estar listos para ser sometidos al estudio de las LL.·. desde el mes próximo; en cuanto al del 2º, que necesita un mayor trabajo de puesta a punto, solamente podrá estar listo sin duda hacia la primavera» [24].

Hacia la misma época escribía lo siguiente a otro corresponsal sobre cuestiones de “técnica” ritual:

Su idea sobre el “encuadramiento” de las plegarias para la apertura y la clausura (en la medida en que éstas no necesitan de la participación de varias personas) merece ser examinada más de cerca; por el momento, sería más bien embarazoso para mí darle una opinión, al no conocer ningún “precedente” que permitiera justificar la cosa; la principal objeción trataría quizá sobre la estrecha asociación (se podría decir casi la combinación) de ritos de diferente orden (exotérico y esotérico). Sea como fuere, lo que usted mismo hace es ciertamente correcto, y creo que podría ser satisfactorio hasta nueva orden”.

Unos meses más tarde volvía a escribir sobre diversos aspectos “técnicos”:

«...Es bien cierto que los Cuadros de Logia pueden ser considerados como verdaderos “yantras” [25] y, como tales, ser tomados como soportes de meditación, pero no veo cómo podrían ser empleados para contar; no sé muy bien cómo los operativos podían darles tal uso, y me parece muy dudoso que se pueda descubrir algún dato al respecto; en todo caso, en ausencia de toda indicación de este género, no me parece que el empleo de un rosario presente algún inconveniente»

y en otra carta se refiere claramente a una práctica de invocación ritual:

«Para el encantamiento [26], es cierto que siempre se puede contar con los dedos, como se hace aquí cuando no se dispone de rosario; pero no veo qué ventaja puede haber en ello cuando existe la posibilidad de hacerlo de otro modo, teniendo en cuenta, además, que se corre el riesgo de equivocarse mucho más fácilmente por este procedimiento» [27].

Desgraciadamente, la tentativa de restauración operativa representada por “La Gran Tríada” no llegó a buen puerto, o al menos eso parece indicar la corta presencia en su seno de algunos de los seguidores más cercanos a las indicaciones doctrinales de Guénon [28], los cuales terminaron, al parecer, retirándose a otros talleres puramente especulativos ya preexistentes, o bien abandonaron la práctica masónica. Probablemente dos fueron, a nuestro juicio, los motivos principales de esta “dispersión”: por un lado, una falta de homogeneidad en la trayectoria espiritual y doctrinal de los miembros del taller y, por otro lado, el hecho de que la citada logia estaba encuadrada en una Obediencia, la Gran Logia de Francia, cuyos “auspicios” le habrían acarreado, quizá, más inconvenientes que ventajas.

Sea como fuere, se constata que es verdaderamente muy difícil cumplir completamente uno de los principales preceptos masónicos expresado en la fórmula ritual “hemos dejado los metales a la puerta del templo”, la cual significa, entre otras cosas, que se deben atenuar realmente en lo posible, antes de entrar en la logia, todas las disonancias individuales provocadas por la inevitable contaminación con el ámbito profano. En este sentido, una práctica exotérica lo más completa posible puede contribuir de forma efectiva a ese fin, puesto que es ésa precisamente una de las funciones esenciales del exoterismo, la cual ya justifica por sí sola su necesidad. Respecto a esta necesidad entendida, además, como un soporte básico para que un masón pueda llegar a transformar su iniciación virtual en efectiva, Guénon se manifestó claramente en Diciembre de 1.947 cuando escribió el ya mencionado artículo titulado Necessité de l’exotérisme traditionnel que hoy forma el capítulo VII de su libro Initiation et réalisation spirituelle [29]. En este artículo, Guénon reconocía a la Masonería una particularidad específica, la de ser “al menos en principio, compatible con cualquier exoterismo, sea cual sea”; no obstante, en su correspondencia matizará más esta afirmación al decir que:

«...es bien cierto que la Masonería no está vinculada a ninguna forma exotérica determinada y que, por consiguiente, no es incompatible con ninguna; pero por otra parte, constituye en sí misma una forma iniciática bien definida, en la cual no pueden introducirse, sin desnaturalizarla, elementos pertenecientes a otras iniciaciones... no se puede decir que la tradición hebrea sea completamente extraña a la Masonería, en razón de su lado “salomónico”; existe también un lado “pitagórico” que, aun siendo menos aparente, no es por ello menos importante, sobre todo desde el punto de vista de la filiación iniciática; pero ni uno ni otro permiten evidentemente operar una “conjunción” cualquiera con el Budismo, tanto menos que con el Hinduismo o el Taoísmo. Si se quiere realmente emprender la “revivificación” de la Masonería no se puede, en suma, más que buscar la restauración de lo que en otro tiempo fue en tanto que Masonería operativa; todo lo demás no sería sino fantasía y se correría el riesgo, al alterar su carácter propio, de hacerle perder el valor iniciático que conserva a pesar de todo» [30].

En otra carta Guénon manifiesta su convicción de que la Masonería y en concreto la práctica de los ritos islámicos, tanto exotéricos como esotéricos, no son incompatibles:

«...debo añadir que no existe además la menor incompatibilidad entre estas dos vinculaciones [31] y que, para una misma persona, no son de ningún modo excluyentes una de otra. Por otra parte, la vía del Sufismo me parece que puede llevar más lejos que la otra y dar resultados más seguros, tanto más cuanto que, dado el estado presente de la Masonería, lo que acabo de decir tendrá forzosamente, en cierta medida, el carácter de una “experiencia”... En todo caso, no son los Masones quienes deben rechazar todo rito religioso, es la participación en el rito católico la que les es impedida, que es muy diferente; por lo demás queda claro que para otros ritos igualmente religiosos, como los ritos islámicos, no existe absolutamente ninguna dificultad de este género» [32].

Para terminar con esta serie de citas, respecto a la posibilidad de una práctica exotérica cristiana Guénon consideraba que:

«... en el Cristianismo, al estar excluida la práctica de los ritos católicos, sólo queda la Iglesia ortodoxa cuya regularidad es incontestable, puesto que, en lo que concierne a la Iglesia anglicana, existen dudas sobre su validez desde el punto de vista de la sucesión apostólica...» [33].

A nuestro juicio, no obstante, y a pesar del extremo respeto que tenemos respecto a la autoridad tradicional de la obra de René Guénon, nos parece que cabe hacer ciertas salvedades, o plantear al menos ciertas preguntas, sobre algunas cuestiones expresadas en sus libros y en sus cartas. Por un lado afirma que la Masonería es “al menos en principio, compatible con cualquier exoterismo”, mientras que por otro lado sostiene que si se quiere emprender un trabajo serio de revivificación masónica, sólo puede buscarse “la restauración de lo que en otro tiempo fue en tanto que Masonería operativa”, punto con el cual estamos completamente de acuerdo. La supuesta compatibilidad “de principio” entre la Masonería y “cualquier” exoterismo es luego matizada, limitándola a las religiones de raíz abrahámica y excluyendo cualquier otra, principalmente de carácter netamente oriental. Hay que entender, pues, que desde el punto de vista de Guénon, sólo el Judaísmo, el Islam y el Cristianismo son compatibles con la Masonería y, aun dentro del tercero, solamente lo son el Catolicismo y las Iglesias ortodoxas.

Ahora bien, si se estudian detenidamente los Antiguos Deberes masónicos, se cae en la cuenta de que éstos se refieren siempre, en lo concerniente a una participación religiosa, al respeto y a la práctica del Catolicismo, sin ningún tipo de referencia a cualquier otra forma exotérica. Es decir, que según estos documentos parece ser que la Masonería operativa medieval europea estaba vinculada estrechamente a una religión determinada, el Catolicismo, independientemente de que su origen en tanto que linaje iniciático pueda remontarse a tiempos pre-cristianos.

Curiosamente, este último punto no es destacado por Guénon como a nuestro juicio hubiese merecido y, a este respecto, es muy posible que considerara prácticamente insalvable, o cuando menos sumamente difícil de superar, el obstáculo que supone la excomunión papal lanzada contra los masones, vigente desde el primer tercio del siglo XVIII, independientemente de que se pueda juzgar o no injustificable. Al menos eso es lo que se desprende, de la lectura de otros fragmentos de su correspondencia que hemos tomado de diversas fuentes:

«Si la Masonería se hubiera mantenido siempre en su verdadero terreno, no habría dado lugar a ningún ataque; pero, por otra parte, Roma se ha aprovechado de la “exteriorización” de la Masonería para atribuirle (y sin ninguna distinción) con fines más políticos que espirituales, toda suerte de cosas de las que muchas le eran ajenas; hacía falta una “entidad” responsable, y se ha encontrado bueno hacer jugar tal papel a la Masonería. Actualmente, parece que tomen forma tendencias más conciliadoras; evidentemente, no se quiere que parezca oficialmente una vuelta a atrás sobre lo que ya se ha hecho, pero se espera probablemente que eso terminará por caer en el olvido como ha ocurrido con muchas otras cosas» [34]

«Estoy cada vez más persuadido de que las formas constituidas del Cristianismo son actualmente incapaces de proporcionar un apoyo efectivo para una restauración del espíritu tradicional: yo había considerado eso sobre todo para que no se me pudiese reprochar haber desdeñado alguna posibilidad» [35]

«Voy a otro punto más grave: para participar en los ritos católicos se imponen ciertas condiciones, en el presente estado de cosas (ello nada tiene que ver con la cuestión de principio) ¿son compatibles con una iniciación cualquiera? Si lo indica [36], además de los inconvenientes muy serios que ello presenta, sin duda, para quien conoce la mentalidad del clero actual, se le rechazará en los sacramentos; si no dice nada, no está en las condiciones requeridas para recibirlos válidamente; ¿qué puede hacer entonces? Observe bien que la incompatibilidad viene aquí de la Iglesia, o, por decirlo mejor, de los que la representan hoy; son ellos quienes la crean completamente, por su ignorancia o su desconocimiento de un dominio que está fuera de su competencia, y por eso se da una situación sobre la cual nada podemos hacer» [37]

«Refiriéndome a su propia pregunta, no es en absoluto dudoso que haya existido un esoterismo específicamente cristiano durante toda la Edad Media (es posible que todavía existan algunos vestigios, sobre todo en las Iglesias orientales); tiene toda la razón al citar a este respecto al Maestro Eckhart; como él hay otros que también se toman erróneamente hoy por "místicos". Esta coexistencia del exoterismo y el esoterismo en una misma tradición es perfectamente normal, y tenemos otro ejemplo en el caso del Islam; lo que no es normal, es la negación del esoterismo por parte de los representantes del exoterismo. Pero veo que conviene disipar una confusión: el objetivo del esoterismo es conducir más allá de todas las formas (objetivo que por el contrario, no es y no puede ser el del exoterismo); pero el esoterismo en sí no está más allá de las formas, pues, si lo estuviera, evidentemente no se podría hablar de esoterismo cristiano, esoterismo islámico, etc.; además, incluso la existencia de ritos iniciáticos es una prueba suficiente de ello...» [38]

Quizá fuera el peso específico de esta circunstancia contingente tan adversa lo que acabó por decantarle a la hora de recomendar a algunos de sus corresponsales la búsqueda de una filiación islámica o cristiano-ortodoxa como solución de facto para poder compatibilizar práctica exotérica y práctica masónica. De todos modos, esta sugerencia no deja de ser sorprendente, a nuestro juicio, sobre todo si se tiene en cuenta que el papel asignado por él mismo a la Iglesia Católica en su libro La Crisis del Mundo moderno, como única institución tradicional capaz de servir como punto de apoyo eficaz para una restauración espiritual en Occidente, no fue modificado a pesar de todo en ninguna reedición posterior a la primera de 1927.

Sea como fuere, hemos de reconocer que la característica formal específica que hace a la Masonería compatible con cualquier exoterismo, como Guénon sostiene, y a pesar de los matices ya indicados, se nos sigue escapando, aunque nos parece una posibilidad muy digna de ser estudiada cuidadosamente y en profundidad dada la inmensa categoría intelectual de quien la señala. Desgraciadamente, esta afirmación no fue desarrollada más extensamente ni suficientemente fundamentada, a nuestro juicio, en ningún volumen de su obra [39] y ha sido asumida sin más por la mayoría de sus seguidores excepto por uno, Jean Reyor. Hay que decir que este último tampoco la niega, pero la matiza hasta el extremo basándose precisamente en la antigua tradición medieval de la que se dispone y poniendo de relieve que “en la perspectiva de una iniciación efectiva, hay que tener en consideración la necesidad de una homogeneidad de la vida psico-mental del individuo” [40], la cual se vería seriamente comprometida, según él, por la práctica, por ejemplo, de un exoterismo islámico y de una vía iniciática como la Masonería de contenido simbólico y ritual claramente judeo-cristiano.

Por otra parte, ha sido también Jean Reyor el único seguidor de la obra guénoniana que ha dedicado un estudio serio y amplio al problema planteado por la excomunión católica contra la Masonería, que impide de facto y de iure al masón participar del principal rito cristiano, la comunión, así como de otros sacramentos. Es evidente que este problema de coordinación entre exoterismo católico y esoterismo masónico es de muy difícil solución, teniendo en cuenta, además, la situación actual de extrema degeneración que incumbe a ambas instituciones tradicionales y que ya dura casi tres siglos; sin embargo, es también evidente, por otro lado, que ambas en su esencia no pueden oponerse y durante más de diez siglos no se han opuesto en absoluto [41]. Históricamente hablando, está claro que el problema surge con el nacimiento de la Masonería en su forma “especulativa” y “andersoniana”, que al promulgar un vago deísmo, entre otras cosas, facilita el ataque y la excomunión rompiendo, en este extremo, con la antigua tradición medieval y operativa de participación en la Iglesia Católica. Los motivos de esta ruptura son harto complejos y no podemos abordarlos aquí, sin embargo, nos parece útil recoger una posibilidad planteada por Reyor a este respecto que quizá, por muy utópica que pueda parecer en principio, puede constituir una cierta base que ayude a descubrir una solución a esta candente cuestión. Así pues, Reyor opina que:

«Nada se opone, en principio, a que los Masones de fe católica se reúnan y, pasando por encima de las Constituciones de la Masonería especulativa, ya sean las de 1738 o las de 1723, se doten de una carta inspirada en los Old Charges anteriores a la Reforma (puesto que existen algunos muy anteriores a 1583), es decir, que efectúen, en la medida de lo posible, un ‘retorno a las fuentes’» [42].

Hasta la fecha no se tienen noticias de que un punto de partida similar al expuesto haya sido tomado en consideración a la hora de fundar una logia, ni siquiera por los seguidores más destacados de la obra guénoniana que se han afiliado a la Masonería, lo cuales parecen decantarse en su mayoría por ignorar el problema o bien por asumir como solución particular la adopción de formas exotéricas ortodoxas o no cristianas. Sólo cabe señalar, para quienes puedan estar de acuerdo con el planteamiento de Reyor, que mientras no se encare una solución definitiva al problema del exoterismo católico en relación con la Masonería, el cumplimiento de las prescripciones religiosas católicas tendrá forzosamente que verse reducido a un estricto mínimo, tal y como señala otro interesante autor:

«En estas condiciones, independientemente de las razones más o menos injustificables de la excomunión, si un masón asumiese la vía de ignorarla y de practicar los sacramentos, sólo cabe admitir que subsistiría de hecho una neta irregularidad en la relación entre la Iglesia dispensadora de los sacramentos y el masón que los recibiese, con consecuencias rituales dudosas y posibles efectos desequilibrantes en el dominio sutil, el cual debe, por el contrario, servir armoniosamente de soporte a la influencia espiritual. Si se quisiese evitar el peligro de tal situación, se podría acudir a una práctica religiosa católica limitada a una participación extra-sacramental, la cual podría en efecto mantener un significado, aunque está claro que se trataría de algo extremadamente incompleto»[43].

Ahora bien, el carácter ciertamente incompleto al que se acaba de aludir, quizá se vería compensando o equilibrado de algún modo precisamente por la virtud de la obediencia, incluso a una condena que se sabe injusta. Al menos es eso lo que el propio Reyor parece indicar en otra parte, cuando dice:

«Nos parece que se podría aplicar, mutatis mutandis, a los Masones de intención católica lo que el cardenal Nicolás de Cusa escribía a los Bohemios utraquistas:

Os equivocáis al creer que hay más fruto en beber el cáliz de la separación que en hacer uso del único cordero pascual en la paz y en la unidad. Recibir con una voluntad separadora el cáliz del Señor de la unidad y de la paz, es recibirlo en vano, pues no puede conferir la vida a un miembro separado de esta Iglesia que es el cuerpo de Cristo. No digáis que es el resto de la Iglesia el que se ha separado de vosotros y que sois vosotros quienes constituís la verdadera Iglesia, reducida a esa pequeña parte de Bohemia. Con toda seguridad, en la unidad de la Iglesia no peligra la variedad de los ritos, nadie puede dudar de ello. Pero si se prefiere presuntuosamente y temerariamente un rito particular a la unidad y a la paz, aunque sea personalmente bueno, santo y digno de elogio, se merece sin embargo la condenación. Vosotros decís que hay que obedecer primero al precepto de Cristo y solamente después al de la Iglesia, y que si ésta enseña otros preceptos que los de Cristo, hay que obedecer a Cristo y no a la Iglesia. Ahora bien, precisamente ese es el comienzo de toda presunción, el que los particulares juzguen su opinión privada en lo que concierne a los mandamientos divinos más conforme a la Voluntad divina que la opinión de la Iglesia universal...

... Así pues hay que seguir sin falta a la Iglesia cuando juzga lo que conviene en cada tiempo, pues posee la fe y conserva el depósito recibido, incluso si debiera deslizarse algún error en ese juicio. Es el mismo caso que el del juez que, convencido por un falso testimonio, excomulga a un inocente, sin cometer en conciencia un acto reprensible. Ese juez no transgrede sino que, por el contrario, sigue la regla que le impone juzgar según los testimonios y las pruebas. Y el inocente, al obedecer la sentencia y separarse de la Iglesia, no pierde la gracia o la vida que provendría del sacramento, sino que, obedeciendo a la Iglesia incluso si está equivocada, obtiene la salvación, aun privado del sacramento... Pero toda presunción contra la Iglesia es condenable, así como el rechazo a obedecer que llega hasta la división cismática, no obstante todo pretexto especioso tomado de la práctica de las Escrituras y alegado a favor de la resistencia o de la rebelión. Conclusión que arruina vuestros deseos con todas sus razones, pues el uso actual de la Iglesia universal y el precepto de la Iglesia romana, fundados racionalmente sobre este uso, no admiten ninguna dispensa...
[44]

Aquí la “inocencia” del Masón reside en su aspiración a una vida espiritual más intensa que la del simple fiel y sólo puede atestiguarse exteriormente por el respeto a las decisiones de la autoridad religiosa y la búsqueda de los medios que permitirían llegar a una reconciliación»[45]

En definitiva, pues, las posibles vías que habría que seguir de cara a una restauración tradicional y operativa de la Masonería pasan, a nuestro entender, por asumir y desarrollar cuatro premisas básicas que podrían formularse del siguiente modo:

1) En primer lugar un inevitable “retorno a las fuentes” que se traduce básicamente en la creación de una logia regularmente constituida cuya “legislación tradicional” se fundamente en la autoridad de los Old Charges y no en las Constituciones de Anderson, en tanto que éstas representan precisamente una degradación de la antigua tradición operativa que ha dado lugar a toda una tendencia teñida de moralismo, deísmo, y todo tipo de preocupaciones político-sociales completamente profanas que han llegado a usurpar y enterrar el verdadero contenido iniciático de la Orden masónica, sin mencionar la extrema desviación que supone la existencia de logias y de Obediencias que se declaran abiertamente ateas, exacerbadamente racionalistas y exclusivamente “humanistas”. Por otro lado, es evidente que los miembros de esta supuesta logia por crear y conscientes de tal necesidad, no podrían surgir sino de las ya existentes, las cuales, a pesar de todo, son las únicas que conservan aún la cadena de transmisión regular e ininterrumpida que ha llegado hasta nuestros días y son las únicas, por tanto, que pueden transmitir legítimamente la influencia espiritual contenida en la iniciación virtual, sin la cual toda tentativa de este tipo carecería absolutamente de sentido.

2) El punto anterior supone de facto el reconocimiento de que, para que la iniciación pueda volver a recobrar su carácter efectivo y deje de ser simplemente virtual, deben concurrir al menos dos circunstancias. La primera de ellas es la necesaria coordinación de la iniciación masónica con un exoterismo tradicional vivo y compatible con los contenidos simbólicos y rituales que la Masonería transmite y en los que se fundamenta como forma iniciática definida. A nuestro entender, este exoterismo sólo podría proceder, de manera general, de una forma tradicional perteneciente al tronco abrahámico y, más concretamente aún, puesto que el referente inmediato de la actual Masonería no es otro que la tradición operativa medieval europea -y considerando como último recurso posible la supuesta compatibilidad real y efectiva con el Islam o con el Judaísmo- este exoterismo debería ser cristiano, ya sea en su vertiente ortodoxa, a través de alguna Iglesia oriental que permita a los masones participar de sus ritos, o ya sea, a pesar de los profundos problemas que conlleva, el exoterismo católico romano. En este último caso, dada la excomunión vigente contra la Masonería sin ningún tipo de distinción, se plantea una dificultad sobreañadida que supone, como se ha dicho, la reducción de la práctica religiosa católica a un estricto mínimo extra-sacramental en tanto en cuanto la autoridad eclesiástica no percibiese como posible levantar oportunamente la excomunión a los masones adscritos al tipo de Masonería tradicional y “pre-especulativa” que aquí se postula, si llegase a formarse.

3) La segunda circunstancia a la que aludíamos en el punto anterior, constituye de hecho por sí misma otra premisa básica, que es la de emprender un estudio serio, profundo y pormenorizado de todos y cada uno de los documentos de la época operativa que se conservan, como marco referencial insustituible y como criterio esencial que permita abordar la restauración de los rituales masónicos actualmente vigentes, expurgándolos de cualquier tipo de injerencia “filosófica” profana así como de cualquier otra contaminación de carácter ocultista o pseudo-esotérico que haya podido introducirse en ellos, fundamentalmente desde la constitución de la Masonería moderna en 1.717. Solamente de esta manera sería posible restituir su verdadero significado al extraordinario y valiosísimo tejido simbólico que debe servir como soporte natural al masón para su camino de realización espiritual.

4) De forma subsiguiente, esta restauración pasa por la activación concreta de las rectificaciones operadas que deben conducir a la revitalización de las diversas componentes iniciáticas que forman el corpus simbólico y ritual de la Masonería. Como se ha visto, existe por una parte una vertiente “salomónica”, es decir, de origen hebreo y que tiene que ver con dos temas fundamentales del rito masónico, la construcción del templo de Salomón y la búsqueda de la palabra perdida, los cuales simbolizan la transmutación a la que la individualidad debe ser sometida para desembocar en la realización efectiva del estado primordial o edénico; esta aportación salomónica se concreta básicamente en el uso y estudio de la lengua hebrea como lengua sagrada propia de la Masonería, -con todas las implicaciones que este hecho puede sugerir, fundamentalmente de carácter invocatorio- la cual se haya presente en prácticamente todas las palabras “sagradas” y “de paso” de los diferentes grados masónicos, así como en la invocación ritual del Nombre divino El Shaddai presente al parecer en la antigua tradición operativa[46]. Por otro lado, también pueden establecerse analogías claras entre el simbolismo hermético-alquímico y el simbolismo constructivo propio del oficio, que identifican el trabajo de “desbastado” de la “piedra bruta” con las operaciones herméticas de “disolución” y “coagulación” que se “materializa” finalmente en la obtención de la “piedra cúbica en punta”, símbolo central del grado de Maestro Masón, que vuelve a ser una expresión del estado edénico o primordial que se pretende alcanzar.

En cuanto se refiere a la vertiente “pitagórica”, la Masonería ha heredado de ella el Arte de la Geometría, fundamento basal de las siete Artes Liberales, es decir, el arte de “medir los cielos materiales y todas las dimensiones de la tierra”, en palabras del Manuscrito Dumfries nº 4, también de claras reminiscencias herméticas[47]. Esta obligación de establecer correctamente los límites no supone otra cosa más que una aplicación determinada de la ciencia tradicional específicamente masónica cuyo objetivo es actualizar, de modo ordenado y gradual, las cualificaciones espirituales del iniciado; esta ciencia se basa en el número, del cual la Geometría es expresión espacial, y en el ritmo, que no es sino otra aplicación del número en el tiempo. De ahí la importancia de recuperar el sentido profundo de todos los signos, toques y palabras, que ordenan y delimitan, rectificándola, la individualidad del masón, permitiéndole re-conocerse y remitirse constantemente a su función de mediador entre el Cielo y la Tierra, la cual debe recuperar de forma efectiva[48]. En este sentido, la restitución de la práctica del Trazado ritual debe jugar también un papel fundamental, como soporte de meditación acerca del proceso de despliegue y repliegue cíclico de la Manifestación en el Principio Supremo, que debe llevar al iniciado al reconocimiento y a la identificación, a escala microcósmica, con el gesto arquetípico del Gran Arquitecto del Universo que establece in divinis el Orden universal del cual el iniciado no sólo forma parte integrante, sino que constituye su propia estructura en tanto que ser manifestado[49]. Así mismo, esta restitución del carácter sagrado del número tiene que verse reflejada a fortiori en la propia armonía rítmica del rito marcada, por ejemplo, por los golpes de mallete de los tres oficiales principales del taller[50].

Por último, queda por señalar una tercera vertiente “crística” claramente reflejada, entre otros elementos simbólicos, en el patronazgo de los dos San Juan[51], el cual recoge y “reconsagra” el del dios pagano Jano, patrono de las corporaciones romanas de artesanos o collegia fabrorum de los que la Masonería también es heredera[52], en el de los Cuatro Santos Coronados, y en la presencia de la Biblia sobre el Altar de los Juramentos, abierta normalmente por el prólogo del Evangelio de San Juan[53]. Así mismo, esta influencia se relaciona más especialmente con algunos de los llamados side degrees, altos grados, o grados “filosóficos”, en lo que tienen de vestigio recogido por la Masonería de las iniciaciones medievales de carácter hermético-cristiano, caballeresco e incluso sacerdotal y que, a partir de un cierto momento, dejaron de manifestarse como posibilidad diferenciada de iniciación, viniendo a “refugiarse” en una forma iniciática de carácter artesanal y por lo tanto de orden inferior respecto a ellas[54].

Para terminar, sólo podemos resaltar algo de por sí evidente: que toda esta labor ni siquiera podría plantearse si no hubiese sido por la providencial aparición que en su momento supuso la obra de René Guénon, la cual se ha visto continuada y desarrollada después por otros autores, algunos de los cuales formaron parte integrante de “La Gran Tríada”, como Denys Roman, Jean Tourniac o Jean Reyor, por sólo citar a los tres que nos parecen más representativos y por ser los que más se han ocupado de intentar revitalizar y orientar correctamente con sus trabajos lo que la iniciación masónica significa y representa. Sin el estudio atento y pormenorizado de todas sus aportaciones tampoco sería posible llegar a realizar algún día el ingente trabajo que es necesario afrontar de forma decidida y que nosotros no hemos aquí más que apuntado someramente. Nuestra esperanza, pues, sólo puede ser que quienes se reconozcan firmemente en esta necesidad y en esta propuesta se manifiesten explícitamente, o se acerquen a la Masonería si aún no pertenecen a ella, y que con una nueva visión, libre de prejuicios a la vez que consciente de las dificultades, sean capaces de reunirse para recorrer firmemente el camino que debe llevar de la virtualidad a la realización.

En este sentido, sólo nos queda recordar finalmente una frase de Guénon:

«El verdadero remedio para la degeneración actual de la Masonería, y sin duda el único, sería otro muy distinto: sería, suponiendo que aún sea posible, cambiar la mentalidad de los Masones, o al menos de aquellos de entre ellos que sean capaces de comprender su propia iniciación, pero a quienes, conviene decirlo, no se les ha dado hasta ahora ocasión de ello... Para operar “un enderezamiento de la Masonería en sentido tradicional”... sólo se trataría de utilizar las posibilidades de las que se dispone, por reducidas que puedan ser para empezar; pero, en una época como la nuestra, ¿quién osará emprender semejante tarea?»[55]




4.- Entremos en las vías que nos han sido trazadas

Aunque acabamos de exponer con relativa extensión nuestras consideraciones acerca de cómo debería enmarcarse un trabajo operativo en Masonería, creemos necesario subrayar más firmemente algunos aspectos que, por ser sumamente importantes y básicos, merecen ser especialmente resaltados. Por experiencia directa hemos constatado muchas veces la existencia de una seria dificultad para comprender el significado exacto de la diferencia entre lo que es “especulativo” y lo que es “operativo” o, lo que es lo mismo, entre iniciación virtual y efectiva, y, por lo tanto, la existencia de la posibilidad de transmutar una en otra. A veces, se piensa en que esta diferencia se basa sólo en la ausencia de un cierto nivel profundo de interpretación de los símbolos y ritos ya presentes, es decir, en que a la Masonería actual no le falta nada en ese aspecto con respecto a la Masonería antigua y, en particular, en que no hay necesidad de ninguna “técnica” iniciática propiamente masónica. También se confunde a veces la eficacia de los símbolos y ritos en cuanto a su capacidad de transmitir la iniciación virtual, con su posibilidad de servir de soporte a un trabajo interior realmente transformante, esto es, operativo en sentido estricto.

Para intentar despejar esas dudas no vemos mejor opción que recordar y comentar determinados extractos de la obra capital de René Guénon que a nuestro parecer se refieren directamente a los temas que nos interesan. De entrada, podemos traer a colación el siguiente fragmento que ya centra muy claramente la cuestión:


«...la Masonería moderna ya sólo es “especulativa”, es decir, está privada de las “realizaciones” que permitía la antigua Masonería “operativa”, en parte sin duda porque ésta tenía por base la práctica real del oficio de constructor, que va mucho más lejos de lo que se piensa, pero en parte también por otras razones pertenecientes al ámbito de la “técnica” iniciática en general...»[56]

¿Puede concluirse algo distinto a que la falta de la práctica del oficio y de la “técnica” iniciática priva a la Masonería moderna de las “realizaciones” que permitía la antigua, que por eso era “operativa”?.

En el capítulo XXIX de su libro Apreciaciones sobre la iniciación, Guénon nos habla del significado del “trabajo operativo”, del que hemos entresacado unas citas que van directamente al fondo de otra de las cuestiones planteadas:

«... en el caso de una iniciación que no es más que “especulativa”, la transmisión iniciática subsiste siempre, puesto que la “cadena” tradicional no ha sido interrumpida, pero en lugar de la posibilidad de una iniciación efectiva... no se tiene más que una iniciación virtual, y condenada a permanecer como tal por la fuerza misma de las cosas.... todo lo que va más lejos... es “operativo” por definición misma. Eso no quiere decir, claro está, que los ritos ya no tengan efecto en tal caso... pero... este efecto está “diferido” en cuanto a su desarrollo “en acto” y es como un germen al que le faltan las condiciones necesarias para su eclosión, puesto que estas condiciones residen en el trabajo “operativo”, único por el cual la iniciación puede hacerse efectiva».

Conviene detenerse a considerar varias frases de este párrafo:

1) Guénon identifica iniciación “especulativa” con iniciación “virtual”

2) Todo lo que va más allá de la iniciación “virtual” es “operativo” por definición misma

3) En el caso de la iniciación “virtual” o “especulativa” los ritos son igualmente “actuantes” por así decirlo, pero su efecto está “diferido”, es como un germen al que le faltan las condiciones necesarias para su eclosión

4) Las condiciones para que tenga lugar dicha “eclosión” son las que deberá proporcionar el trabajo “operativo”, único por el cual la iniciación puede hacerse efectiva.

Lo que Guénon entiende por iniciación “virtual” y “efectiva” nos lo aclara en el capítulo siguiente, el XXX del mismo libro, donde dice:

«...la vinculación a una organización tradicional regular (que presupone naturalmente la cualificación [iniciática] ) basta para la iniciación virtual, mientras que el trabajo interior que viene a continuación concierne propiamente a la iniciación efectiva, que es... el desarrollo “en acto” de las posibilidades a las que la iniciación virtual da acceso.... entrar en la vía es la iniciación virtual, seguir la vía es la iniciación efectiva».

Aquí se constata claramente que la iniciación “virtual” es idéntica a la simple vinculación a la cadena de transmisión de una organización iniciática, luego todo aquel que ha recibido la iniciación es un “iniciado virtual”, esto es, un ser que ha “entrado en la vía”. Ahora bien, entrar en la vía no es lo mismo que seguirla. En efecto, para seguirla es necesario realizar un “trabajo interior que viene a continuación”, y es este “trabajo interior”, precisamente, lo que “concierne propiamente a la iniciación efectiva” y que tiene como consecuencia “el desarrollo ‘en acto’ de las posibilidades a las que la iniciación virtual da acceso”. Vemos, pues, que Guénon retoma las mismas palabras que empleó cuando hablaba anteriormente del trabajo operativo para explicar lo que es la iniciación efectiva. De modo que “trabajo operativo”, “trabajo interior” e “iniciación efectiva” son exactamente la misma cosa.

Ahora bien, sigue diciendo Guénon:

«...pero desafortunadamente, de hecho, muchos se quedan en el umbral, no siempre porque ellos mismos sean incapaces de ir más lejos, sino también, y sobre todo en las condiciones actuales del mundo occidental, debido a la degeneración de algunas organizaciones que, convertidas únicamente en “especulativas”... no pueden por eso mismo ayudarles de ninguna manera en el trabajo “operativo”, ni siquiera en sus etapas más elementales, y no les proporcionan nada que pueda permitirles siquiera sospechar la existencia de una “realización” cualquiera». [57]

Cabe resaltar dos cosas de este párrafo: por un lado, que Guénon liga directamente trabajo “operativo” con “realización”, lo cual no hace sino abundar en el mismo significado señalado antes; por otro lado, y a nuestro modo de ver, parece que cuando escribió esto estaba pensando en la situación actual de la Masonería (que se tilda a sí misma, incluso con cierto orgullo, de “especulativa”) aunque no la mencione expresamente, quizá porque esa situación es ampliable a otras organizaciones occidentales tales como el Compagnonnage e, incluso, aplicable también a algunas organizaciones iniciáticas orientales, por desgracia.

Lo que sí deja clarísimo, y lo hace de forma contundente, es que esa “degeneración especulativa”, si la aplicamos al caso de la Masonería actual, que es al que queremos ceñirnos aquí, no puede ayudar en nada al trabajo operativo, ni siquiera en sus etapas más elementales, y no proporciona nada que pueda hacer sospechar al iniciado la existencia de una “realización” cualquiera.

Para paliar en alguna medida los devastadores efectos que tan brutal afirmación podría tener si se toma al pie de la letra, convendría ligarla con otra que el propio Guénon hace en el capítulo XXIX, ya citado, donde dice:

«...tal degeneración de una organización iniciática no cambia, sin embargo, nada de su naturaleza esencial.... la continuidad de la transmisión basta para que, si se presentaran circunstancias más favorables, sea siempre posible una restauración, debiendo concebirse entonces esta restauración necesariamente como un retorno al estado “operativo”» [58].

Así pues:

a) Una restauración es siempre posible

b) Esta restauración debe concebirse necesariamente como un retorno al estado operativo

c) Sólo tendrá lugar si se presentan circunstancias favorables

Cabría preguntarse, empezando por el final, ¿cuáles son esas circunstancias favorables que deberían darse?. A nuestro juicio son cuatro:

1) Tomar consciencia de la degeneración especulativa actual y tener, por lo tanto, consciencia de que es necesario llevar a cabo esa restauración. Es evidente que esa consciencia puede obtenerse por varías vías, pero que el conocimiento profundo de la obra de Guénon es, sin duda alguna, una de ellas.

2) Que esa consciencia sea compartida por un número suficiente de iniciados masones que quieran trabajar única y exclusivamente en el mismo sentido, constituyendo una Logia, que es la única manera de trabajar en Masonería.

3) Tomar consciencia de que, hoy por hoy, la iniciación masónica es solamente “virtual” debido al actual estado de degeneración especulativa en que se encuentra la citada organización, que la condiciona de tal modo que no puede ser “efectiva” u “operativa” mientras se mantengan las mismas circunstancias.

4) Tomar consciencia de que el trabajo “operativo” que hay que llevar a cabo es un trabajo “interior” que debe proporcionar las condiciones necesarias para que “eclosione” el “germen” iniciático recibido y que hasta ahora se mantiene en un estado “diferido” o “no desarrollado”, único camino que puede conducir de la especulación a la realización o, lo que es lo mismo, de la iniciación virtual a la iniciación efectiva.

Establecido esto, cabría preguntarse a continuación: ¿en qué consiste exactamente el “trabajo operativo” que hay que realizar?.

Volvamos a Guénon y veamos lo que dice al respecto en otros párrafos del capítulo XXX:

«... los ritos son esencialmente y ante todo el vehículo de la influencia espiritual que, sin ellos, no puede ser transmitida de ninguna manera, pero al mismo tiempo, dado que todos los elementos que los constituyen tienen un carácter simbólico, conllevan necesariamente una enseñanza en sí mismos...

Inversamente, los símbolos son esencialmente un medio de enseñanza, y no sólo de enseñanza exterior, sino también de algo más, en tanto que deben servir sobre todo de “soporte” a la meditación, que es el comienzo de un trabajo interior...

...estos mismos símbolos, en tanto que elementos de los ritos y en razón de su carácter “no humano”, son también “soportes” de la influencia espiritual misma...

... si se reflexiona en que el trabajo interior sería ineficaz sin la acción o, si se prefiere, sin la colaboración de esa influencia espiritual, se podrá comprender por eso que la meditación sobre los símbolos toma en sí misma, en ciertas condiciones, el carácter de un verdadero rito, y de un rito que, esta vez, ya no confiere sólo la iniciación virtual, sino que permite alcanzar un grado más o menos avanzado de iniciación efectiva.

... por el contrario, en lugar de servirse de los símbolos de esta manera, uno puede limitarse también a “especular” sobre ellos, sin proponerse nada más... en todo caso, esto no debería ser considerado más que como una simple preparación para algo más...

...mientras no se hace más que “especular”, incluso ateniéndose al punto de vista iniciático y sin desviarse de él... uno se encuentra en cierto modo encerrado en un callejón sin salida, puesto que con eso no se podría rebasar en nada la iniciación virtual, la cual, además, también existiría sin ninguna “especulación”, puesto que es la consecuencia inmediata de la transmisión de la influencia espiritual. El efecto del rito por el que se opera esta transmisión está “diferido”, como decíamos antes, y se queda en un estado latente y “no desarrollado” en tanto que no se pase de lo “especulativo” a lo “operativo”; es decir, que las consideraciones teóricas, en tanto que trabajo propiamente iniciático, no tienen valor real salvo si están destinadas a preparar la “realización” y, de hecho, son una preparación necesaria, pero es precisamente eso lo que el punto de vista “especulativo” es incapaz de reconocer y, por consiguiente, no puede dar de ello ninguna consciencia a aquellos que se limitan a su horizonte»

De todas estas citas pueden extraerse varias consecuencias cargadas de sentido:

1) Los ritos, gracias al carácter simbólico de los elementos que los componen, conllevan una enseñanza en sí mismos.

2) Los símbolos, así pues, son también un medio de enseñanza, no sólo de orden exterior, sino de orden más profundo

3) Si los símbolos se toman como “soporte” de meditación, dan comienzo a un trabajo interior y, por lo tanto, “operativo”.

4) Los símbolos, gracias a su carácter “no humano” y al hecho de ser los componentes de los ritos, son también los “soportes” de la influencia espiritual

5) Sin la influencia espiritual vehiculada por ritos y símbolos todo trabajo interior es ineficaz y prácticamente imposible

6) La meditación sobre los símbolos, en ciertas condiciones, tiene el carácter de un verdadero rito que permite alcanzar un grado más o menos avanzado de iniciación efectiva

7) Las consideraciones teóricas acerca del significado de símbolos y ritos, aun siendo de orden “especulativo”, tienen valor si están destinadas a preparar la realización y son, de hecho, una preparación necesaria, y es precisamente esta necesidad de preparación teórica de cara a la realización efectiva lo que el punto de vista “especulativo” es incapaz de reconocer, puesto que por su propia limitación ni siquiera sospecha que exista una posibilidad de realización espiritual como finalidad del trabajo en logia.

De este modo, podríamos concluir diciendo que:

a) Queda claro que el trabajo operativo consiste en tomar a símbolos y ritos como soporte de meditación, suponiendo, evidentemente, una iniciación regular previa, pues de otro modo no podría darse ningún “trabajo iniciático” (ni operativo ni especulativo) digno de ese nombre.

b) No obstante, no se pueden emplear los símbolos y los ritos de cualquier manera que a uno pueda parecerle más o menos conveniente. Por el contrario, primero es estrictamente necesario averiguar en qué condiciones es posible realizar eficazmente ese trabajo. Este trabajo de investigación no sería necesario si en el seno de la organización masónica existiese la transmisión viva y actuante de una enseñanza iniciática de carácter oral; pero es eso, precisamente, lo que se ha perdido y ha dado lugar al estado de degeneración especulativa en el que se ve inmersa.

c) Es quizá este último, el punto esencial que suele despreciarse o pasar desapercibido y que, sin embargo, es fundamental, puesto que el simbolismo, recordémoslo, es una ciencia exacta, pero por eso mismo, es una ciencia cuyas leyes hay que conocer o, mejor dicho, que re-conocer, para poderlas aplicar correctamente. Por eso es estrictamente necesaria una preparación teórica adecuada en este sentido la cual, no sólo es señalada por Guénon en esta ocasión, sino en muchas otras y principalmente en su libro Oriente y Occidente cuando dice:

«...es necesario poseer conocimientos teóricos firmes y muy extensos antes de intentar siquiera la menor realización. La adquisición de estos conocimientos no es tarea fácil para los occidentales; en todo caso, y nunca insistiremos en ello lo suficiente, es por ahí por donde necesariamente hay que empezar y constituye la única preparación indispensable, sin la cual nada puede hacerse y de la que dependen esencialmente todas las realizaciones posteriores de cualquier orden que sean».

d) a este respecto podría traerse a colación otra cita de Guénon[59], que abunda todavía más sobre esta necesidad de preparación doctrinal:

«...cuando se comprende el grado de degeneración al que ha llegado el Occidente moderno, es muy fácil entender que muchas cosas de orden tradicional y, con mayor razón, de orden iniciático, sólo pueden subsistir en estado de vestigios, casi incomprendidos por aquellos mismos que los conservan».

Así pues, no es discutible, a nuestro juicio, que en la orden masónica subsistan dichos vestigios, pero la comprensión de su alcance exacto y profundo no es algo evidente sino, más bien, todo lo contrario, mucho más si se tiene en cuenta la mentalidad occidental profundamente degenerada y antitradicional que se infiltra como un veneno por todas partes. Por eso es necesario, como dice Guénon en otra parte[60], adquirir primero una “mentalidad iniciática” que permita comprender el modo de trabajar “operativamente” con los símbolos y ritos, gracias a la influencia espiritual vehiculada por ellos, para, finalmente, hacer germinar la iniciación virtual y poder llevar a su perfección con éxito la piedra bruta, penetrando, recorriendo y culminando el sendero de la iniciación efectiva.

Esta y no otra debería ser, en nuestra modesta opinión, la finalidad de toda logia y, con mayor razón, de toda logia con una orientación tradicional y “operativa”, porque ese es en definitiva uno de los significados más importantes de la frase que se repite una y otra vez al abrir los trabajos


«hemos dejado los metales a la puerta del templo,
entremos en las vías que nos han sido trazadas
».


5.- En busca de la Palabra Perdida: un ejemplo de investigación teórica pre-operativa.

Cuando se observa el lugar central que prácticamente todas las tradiciones sagradas otorgan a la transmisión y a la pronunciación ritual de ciertas palabras, como en el caso, por ejemplo, del dikr en el esoterismo islámico o del mantra en el Hinduismo, comienza a vislumbrarse la posibilidad de que cierta clase de símbolos verbales existentes en la Masonería, denominados palabras sagradas, representen un papel semejante a aquéllos. En efecto, en la Masonería, como tradición sagrada que es, existen diversas clases de símbolos que por su naturaleza pueden compararse, análogamente, con otros pertenecientes a las demás formas tradicionales. Si tomamos como marco de referencia, siguiendo a René Guénon, la terminología propia de la tradición hindú[61], todo el simbolismo puede deslindarse en tres clases principales: yantras, mantras y mudras. Los yantras son todos aquellos símbolos de carácter visual o gráfico, los mantras son símbolos verbales y los mudras símbolos gestuales[62].

Centrándonos particularmente en los símbolos de carácter verbal, tanto el dikr islámico como el mantra hindú son técnicas iniciáticas de concentración e invocación que se proponen despertar en el iniciado de esas tradiciones su capacidad latente para penetrar el Misterio, es decir, para acceder al verdadero Conocimiento integral. Ni que decir tiene que lo invocado no son palabras cualesquiera sino que son Nombres Divinos que representan otros tantos aspectos o niveles de manifestación del Principio Supremo; dichos nombres, como símbolos sagrados que son, sólo tienen validez real en el marco de una transmisión iniciática regular, fuera de la cual su invocación no tiene sentido alguno e incluso puede conducir, en el peor de los casos, a las más groseras desviaciones. Otro punto importante a tener en cuenta es la lengua sagrada en la que dichas palabras son escritas y pronunciadas. En los casos citados estas lenguas son, respectivamente, el árabe y el sánscrito. En el caso de la tradición Judeocristiana, de cuya corriente ha bebido la Masonería esencialmente, aunque no de forma exclusiva, su lengua sagrada es el hebreo. La característica principal de esta clase de lenguas es que han permanecido prácticamente invariables desde el momento en que sus formas tradicionales correspondientes fueron establecidas y no se han visto sometidas, salvo las adaptaciones necesarias que hayan podido tener lugar por parte de la autoridad espiritual correspondiente, a cambios fundamentales ni en su ortografía ni en su pronunciación. Se podría decir, de hecho, que dichas lenguas son consustanciales con sus correspondientes formas tradicionales, es decir, que éstas no podrían entenderse sin aquéllas y viceversa.

A nuestro juicio, las palabras sagradas pertenecientes a cada grado masónico[63] representan sintéticamente toda su enseñanza de un modo germinal y, en ese sentido, el iniciado debería trabajar con ellas especialmente para llegar a desplegar en sí mismo el conocimiento específico al que le da virtualmente acceso su grado. En particular, entendemos que debió existir, por lo menos hasta la época de la Masonería operativa medieval, toda una técnica iniciática de invocación ritual propiamente masónica la cual, hoy por hoy, ha quedado relegada al olvido pero que, no obstante, siempre puede ser restituida a fin de transformar en efectiva la que ahora no es más que una iniciación virtual; y esta posibilidad que acabamos de señalar abre un vasto campo de investigación que atañe esencialmente a todos aquellos interesados y capacitados para emprender una revivificación espiritual de Occidente, y en primer lugar, claro está, a los propios masones.

Según nuestra opinión, una de las herramientas básicas para comenzar un trabajo serio de restitución, en la medida de lo posible, de las técnicas operativas propias de la antigua Masonería, radica en los estudios que René Guénon le ha dedicado a lo largo de toda su obra y, particularmente, en los dos volúmenes de sus Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage[64]. En un largo artículo perteneciente a esta última obra, titulado Parole perdue et mots substitués[65], Guénon da cuenta de toda una serie de aclaraciones sobre un tema tan importante para la tradición masónica como es el de la palabra perdida. Transcribiremos y comentaremos una serie de citas entresacadas del mencionado artículo que tienen muchísimo que ver con el tema de nuestro estudio.

Guénon empieza recordándonos que:

«en casi todas las tradiciones se hace alusión a una cosa perdida o desaparecida... [y que esta pérdida está en relación con] la oscuridad espiritual sobrevenida, en virtud de leyes cíclicas, a lo largo de la historia de la humanidad. Se trata, pues, de la pérdida del estado primordial y, como consecuencia directa, de su tradición correspondiente, ya que esta tradición es ‘una’ con el conocimiento que está esencialmente implicado en la posesión de ese estado»

Ese proceso de oscurecimiento intelectual no ha ocurrido súbitamente, sino que ha ido sucediendo de forma gradual, a partir de la pérdida del estado primordial:

«De forma general, [sigue diciendo Guénon], toda tradición tiene normalmente como medio de expresión una cierta lengua que recibe, por eso mismo, el carácter de lengua sagrada. Si esa tradición desaparece, es natural que la correspondiente lengua sagrada se pierda al mismo tiempo... Así debió ocurrir en principio con la lengua primitiva en la que se expresaba la tradición primordial y por eso se encuentran, en las narraciones tradicionales, numerosas alusiones a este lenguaje primigenio y a su pérdida»

Recordemos, a este respecto, el relato bíblico de la construcción de la Torre de Babel y la posterior confusión de lenguas, en Génesis, XI, 1-9.

«En ciertos casos [continúa Guénon], en lugar de la pérdida de una lengua, se habla únicamente de la de una palabra, como puede ser un nombre divino, característico de una cierta tradición, el cual la representa de alguna forma sintéticamente»

Ese es el caso concreto, por ejemplo, de la pérdida de la pronunciación correcta del tetragramma hebraico יהוה (yod, he, vav, he; recuérdese que la lengua hebrea se escribe y se lee de derecha a izquierda).

La labor fundamental que corresponde al orden propiamente esotérico o iniciático de una tradición es precisamente:

«la búsqueda de esta cosa perdida o, como decían en la Edad Media, su "conquista"[66]. Y esto se comprende con facilidad puesto que la iniciación en su primera parte -la que corresponde a los misterios menores- tiene por finalidad esencial la restauración del estado primordial»

Este proceso de recuperación del estado primordial debe realizarse también en diversas etapas, que se corresponden con los distintos grados de iniciación. Recordemos, así mismo, que el campo de aplicación de la iniciación masónica es precisamente el de los misterios menores. A nuestro entender, pues, las palabras sagradas de los distintos grados masónicos son términos sustitutivos de la palabra perdida que la Masonería pretende recuperar. Guénon lo afirma así explícitamente respecto a la palabra sagrada perteneciente al tercer grado, es decir, al de Maestro. Parece claro que el secreto masónico, sobre el que tantas especulaciones sin fundamento se han hecho en otros tiempos de aciago recuerdo, se identifica con la palabra perdida que, a su vez, como hemos visto, simboliza al estado primordial propio del hombre verdadero y culminación de los misterios menores. De manera que su recuperación debe pasar necesariamente por un trabajo iniciático previo con los términos que en cada grado la sustituyen. De otro modo, éstos no tendrían más que un valor puramente decorativo y superfluo, cosa que en una organización iniciática regular carece completamente de sentido, puesto que cada elemento simbólico se ofrece al iniciado para conducirle a su realización espiritual efectiva.

Hacia el final del artículo de Guénon que venimos comentando, se nos proporciona un dato que creemos que termina de avalar nuestra tesis de que debió existir una técnica invocatoria propia de las palabras sagradas de cada grado masónico o, al menos, de la del grado de Maestro. En una nota a pie de página nos dice textualmente que:

«en los antiguos ‘catecismos’ masónicos, la lengua está representada como la ‘llave del corazón’. La relación entre el corazón y la lengua representa el simbolismo del ‘Pensamiento’ y la ‘Palabra’; es decir que, según su significado cabalístico, ambos términos son los aspectos interior y exterior del Verbo»

En definitiva, pues, si recordamos que la intuición intelectual (el nous de los antiguos griegos y del hermetismo), que es la única facultad capaz de dar acceso a la Gnosis (esto es, al conocimiento directo de la realidad, sin ningún tipo de intermediación), reside en el corazón o centro esencial del ser, se deduce de la antigua enseñanza masónica aludida por Guénon, que esta intuición puede ser recobrada a través de la lengua, es decir, a través de una invocación sonora correctamente realizada, que sitúe al iniciado en resonancia efectiva con el Verbo divino. La forma concreta en que esto pueda realizarse entra dentro de la labor de investigación y restitución que nosotros proponemos, y nos parece claro que los antiguos masones operativos debieron poseer una técnica ritual específica que puede ser recuperada, al menos en principio. Puesto que la Masonería es una forma iniciática fundamentada en el trabajo colectivo, nos parece que dicha técnica invocatoria debía estar concebida para ser ritualizada colectivamente, es decir, en la Logia, sin menoscabo de que pudieran existir también diferentes modalidades de tipo individual que cada masón pudiese utilizar particularmente.

Ahora bien, como ya señalamos antes, esta palabra perdida es un símbolo de otra cosa, se refiere a algo que no es un simple término, sino que más bien designa un estado del ser. Luego de lo que se trata es de des-cubrir ese estado y de establecerse en él sólidamente, de recuperarlo puesto que se ha perdido. Y si se ha perdido es porque antes ya preexistía o, de hecho, por que el iniciado ya lo posee “en potencia”, de forma latente, pero no “en acto”, y por eso aún no puede disponer y gozar de él. Todas las tradiciones sagradas conocen dicho estado y lo denominan de distintas maneras; en el Budismo, por ejemplo, y también en el Hinduismo, se denomina Tierra Pura. Los musulmanes, los hebreos y los cristianos lo llaman con el mismo nombre: Paraíso, la auténtica morada del hombre verdadero. En él no hay dolor ni muerte y los árboles regalan sus frutos los doce meses del año, puesto que todo es perennidad y plenitud de vida y el hombre puede gozar con fruición de la riqueza que la Madre Naturaleza le ofrece gratuitamente y no sólo eso sino que, además, goza así mismo de la amistad y la compañía directa y continua del Creador.


Evidentemente, todo ese conjunto de imágenes simbólicas se refiere a ese estado que todo iniciado, y particularmente el masón, conoce al menos virtualmente y que, sin duda, puede recobrar de forma efectiva si es capaz de encontrar la disposición interior necesaria ayudado por los medios simbólicos que tiene a su alcance. En el fuero interno de cada hombre, sin excepción, existe una luz, una verdad, una semilla de realidad que quiere crecer, desarrollarse y vivir en esa Tierra Pura, porque sabe perfectamente que ése es su sitio. Y siendo eso así, sólo se le pide que la reconozca y la deje crecer, como nos enseña la Parábola del sembrador: “el Reino de los Cielos es como una semilla que cayó en buena tierra y dio sus frutos”.

Volviendo al tema central de nuestro artículo, esa palabra perdida que el Maestro masón debe recuperar tiene muchísimo que ver con la palabra sagrada que es propia de dicho grado y que “sustituye” a la que se ha perdido, como René Guénon señala específicamente por dos veces en otras tantas partes de su obra. En primer lugar, dentro de su ya citado artículo Palabra perdida y términos sustitutivos, donde nos dice que:

«... esta ‘palabra sustitutiva’ es de una clase muy particular: ha sido deformada de muchas maneras diferentes, hasta el punto de llegar a ser irreconocible, y se le dan diversas interpretaciones... pero ninguna puede justificarse mediante la etimología hebrea. Ahora bien, si se restituye la forma correcta de esta palabra, se percibe que su sentido es completamente distinto a los que le son atribuidos: esta palabra, en realidad, es una pregunta, y la respuesta a esta pregunta sería la verdadera ‘palabra sagrada’ o la misma ‘palabra perdida’, es decir, el verdadero nombre del Gran Arquitecto del Universo [67]»

y añade en una nota:

«... [estas deformaciones] han tenido por efecto disimular completamente lo que se puede considerar como el punto más esencial del grado de Maestro, convirtiéndolo así en una especie de enigma sin ninguna solución aparente»

Por otra parte, Guénon acaba una reseña de cierto libro sobre Masonería diciendo lo siguiente[68]:

«... no es el nombre de un individuo cualquiera, aunque fuese el de un ‘gran hombre’, el que responderá válidamente a la pregunta planteada por una ‘palabra’ que ha sido deformada de muy diversas maneras, pregunta que, además, curiosamente, se lee en árabe aún más claramente que en hebreo: ¿Mâ el-Bannâ?».

En efecto, cabe recordar que las palabras sagradas de cada grado masónico son hebreas y, como veremos, el estudio del hebreo es fundamental a la hora de restituir a la palabra del Maestro su forma correcta y su verdadero significado. Guénon no aclara cuál es dicha palabra, sin embargo, es posible consultar alguna obra masónica, cuyo carácter no es reservado puesto que ha sido publicada y puesta al alcance de todo el mundo, que sí la recoge explícitamente.

En efecto, el Dictionnaire des Hébraismes du Rite Ecossais Ancien et Accepté, cuyo autor es Michel Saint-Gall [69] nos remite al término Ma-Haboneh del que nos dice, entre otras cosas, que se compone

«de Ma, del artículo Ha y de Boneh, ‘arquitecto, constructor’. Sin ninguna duda se trata de la forma más antigua y la única correcta del término. Esta palabra procede del Compagnonnage y, siendo correcta en hebreo, aparece desde 1760 en ‘Los tres golpes distintos’» [70]

Según esta fuente, pues, parece que la expresión correcta de la palabra sagrada del grado de Maestro sería Ma-haboneh, la cual, además, se corresponde perfectamente con la expresión árabe dada por Guénon [71]. Así mismo, resulta que esta expresión es una frase interrogativa que significa: “¿Quién es el arquitecto (o el constructor)?”.

Por otra parte, encontramos en una revista francesa de filiación masónica, denominada La Règle d’Abraham, un artículo de Charles-André Gilis que estudia la expresión árabe Mâ el-Bannâ [72], señalada por Guénon anteriormente. Según este autor, que es musulmán y se basa en la tradición coránica, dicha frase puede significar dos cosas: “¿quién es el Arquitecto (por excelencia)?” o también “¿qué es el (Gran) Arquitecto?, ¿cuál es la naturaleza de su función?”. De hecho, los dos aspectos de la pregunta pueden sintetizarse en una sola frase: “¿Quién posee (verdaderamente) la cualificación de Gran Arquitecto?”; el autor añade, además, que “la respuesta está completamente comprendida en la pregunta” y que “el vocablo árabe al-Bannâ sirve para designar la función de Gran Arquitecto” de manera inequívoca.

No obstante, lo que a nosotros nos interesa no es la forma árabe sino la expresión hebrea y lo que realmente significa. A nuestro entender existen motivos suficientes para sostener que la fórmula Ma-haboneh tampoco es exacta. Para explicarlos, será necesario acudir de nuevo a ciertas consideraciones técnicas de la lengua hebrea.

Para formular correctamente en hebreo la pregunta “¿Quién es el Constructor?” habría que decir Mi-haboneh (מי הבונה) y no Ma-haboneh (מה הבונה) Tal sustitución, aparte de que sea la más correcta gramaticalmente hablando, se puede fundamentar con otro argumento de carácter doctrinal. Uno de los pilares fundamentales de la literatura tradicional hebrea es un libro escrito en España en el siglo XII conocido como Séfer ha-Zohar, literalmente “El libro del Esplendor”[73]. En este monumental libro se transcribe por primera vez una importantísima parte de la tradición oral rabínica, concretamente la que hace referencia a la interpretación esotérica de la Torah o Ley revelada a Moisés directamente por Dios en el Sinaí. Nada más empezar, se recoge en su prólogo toda una larguísima disquisición sobre una cuestión doctrinal que atañe directamente al asunto que nos ocupa: precisamente se refiere a la diferencia de niveles entre el Mi (מי, ¿quién?) y el Mah (מה, ¿qué?).

Al Principio Supremo, creador de todas las cosas, incognoscible, inasible y supra-celeste, pero que, sin embargo, estamos abocados a buscar, se le denomina Mi (¿quién?), mientras que a su aspecto manifestado y cognoscible mediante indagación humana, se le denomina Mah (¿qué?), como atestigua la siguiente cita:

«Esa extremidad del cielo se llama Mi, pero hay otra extremidad más abajo, que es llamada Mah (¿qué?). La diferencia entre las dos es que la primera es el asunto real de la indagación, pero después de que un hombre, por medio de la indagación y la reflexión, ha alcanzado el límite extremo del conocimiento, se detiene en Mah (¿qué?)»[74].

Aparentemente, según esto, la pregunta que nos ocupa no podría sino empezar por Mah, puesto que este aspecto divino es el límite del conocimiento humano. Ahora bien, un poco más adelante encontramos otro fragmento [75] que hace referencia al relato bíblico de la Creación. En él, el Elohim de Arriba, que es el que crea los Cielos y la Tierra en el primer versículo del Génesis, es identificado con la Madre que “presta sus vestiduras y sus joyas a la Hija”, es decir, que el Zohar identifica la función de Arquitecto divino con el aspecto femenino del Principio, en tanto que voluntad productora y particularizante de éste. No obstante, es la Hija, es decir, la presencia divina en la Creación [76], la que recibe las vestiduras y las joyas que la Madre le presta, y cuando eso ocurre, aparece “como un hombre ante los hombres de Israel”. En ese momento la letra (ה) de la partícula interrogativa Mah (מה) es reemplazada por una yod (י), “lo que da Mi (מי, ¿quién?)”. Si nos basamos en este fragmento del Zohar, podemos entender que los hombres deben preguntar Mi-haboneh (מי הבונה) para saber quién es el Arquitecto que ha construido el Universo y ésta es, precisamente, nuestra hipótesis.

Señalemos, para terminar, que tal y como sostenía Gilis en su artículo citado, la respuesta se halla implícita en la pregunta. Efectivamente, la expresión Mi-haboneh ( מי הבונה) contiene implícito el Nombre divino tetragrammático (יהוה), de forma extremadamente significativa ( מ י ה ב ו נ ה), y no creemos que este hecho sea en absoluto casual, mientras que la fórmula Mah-haboneh no contiene ninguna palabra hebrea que pudiera servir como respuesta plausible a la pregunta. Por otra parte, transponiendo las letras de la expresión Mi-haboneh se obtiene una respuesta coherente a la pregunta “¿Quién es el Constructor?” mediante la expresión Nob MiYHVH (נב מיהוה, que se pronuncia Nob MiAdonai [77] puesto que los judíos leen el Tetragramma impronunciable como Adonai, “mi Señor”) cuyo significado es “(el que) germina de Adonai” o “(el que) brota de Adonai[78]; además el término Nob también significa, en sentido figurado, “pronunciar”, “hablar”, luego se referiría a “la palabra (que sale) de (la boca de) Adonai” e implícitamente al que la pronuncia[79].

Desde una lectura cristiana, parece claro que la respuesta a la pregunta se refiere de forma evidente a la naturaleza del Cristo Arquitecto que tantas miniaturas medievales representan, con un compás en sus manos, trazando los límites del mundo[80]. En el Prólogo del Evangelio de San Juan, se identifica a Cristo con el Logos de Dios, esto es, con su Verbo o con su Palabra; por otro lado, el término “arquitecto” está formado por dos vocablos griegos: Arché y Tektón que significan, respectivamente, “Principio” y “Constructor”, de modo que “Cristo Arquitecto” se podría traducir por “Verbo o Palabra Creadora del Principio”[81] la cual es, precisamente, la palabra perdida que ha sido olvidada y se debe reencontrar. Esta Palabra es proferida a través del Hálito de Dios, el mismo que fue insuflado en las narices de Adán cuando fue formado de una arcilla roja tomada de la Tierra paradisíaca, tal como relata el Génesis.

Este Adán, vivificado por el aliento que porta la Palabra divina, no conoció la muerte hasta que fue expulsado del Paraíso. Pero una vez fuera de él murió, y sólo perdura a través de la semilla adámica que todo hombre porta dentro de sí. Esa semilla es la que puede ser resucitada, o redimida, recobrando la palabra perdida y el hálito de Dios que permite pronunciarla. Esto es lo que representa la resurrección del Maestro Hiram[82]: él será el Adán primordial resucitado cuando el Maestro masón realice su grado de forma efectiva y no sólo virtualmente como sucede hasta ahora[83]. El Adán primordial es el hombre verdadero, el Señor del Paraíso, y tiene como principal prerrogativa el poder de dar nombre a toda criatura viviente. Dar nombre a algo significa, de hecho, darle una forma distintiva, asignarle un límite concreto y otorgarle sus justas proporciones. Esa es, en definitiva, la función por antonomasia del Geómetra[84].

A nuestro juicio, pues, la expresión Mi haboneh, indica claramente que la plenitud del grado de Maestro masón es llegar a una identificación efectiva con el Cristo Arquitecto, es decir, con la palabra que brota de Adonai y construye el Cosmos, la cual permanece replegada en el corazón del iniciado esperando ser rescatada de su estado de letargo. Evidentemente, con esa fórmula no se recobraría directamente la palabra perdida, sino que en todo caso se restauraría un símbolo susceptible de llevar a su encuentro: la palabra sustitutiva correcta y su verdadero significado, lo cual no nos parece en absoluto despreciable, sobre todo si consideramos sus implicaciones desde el punto de vista de la labor de enderezamiento tradicional preconizada por la obra de Guénon. Subsiguientemente, convendría restaurar esa palabra sustitutiva ritualmente, es decir, llegar a conocer cómo imbricarla debidamente en el conjunto ritual de la Masonería, dándole el uso invocatorio que vislumbrábamos al principio como posible, o cualquier otro que fuese correcto e idóneo para la función que dicho símbolo debe cumplir, con lo cual se encontraría posiblemente otra clave que permitiese avanzar un poco más de cara a recuperar el estado operativo que conviene a la tradición masónica por su propia naturaleza, con el consiguiente beneficio para toda la tradición occidental en su conjunto.


NOTAS:

[1] Citado por Matila C. Ghyka: El número de Oro, tomo I, p. 81. Editorial Poseidón.
[2] Cf. René Guénon: Aperçus sur l’initiation, capítulo V, Éditions Traditionnelles.
[3] Conviene recordar a este respecto que: “... la acción de los Masones e incluso de las organizaciones masónicas, en toda la medida en que esté en desacuerdo con los principios iniciáticos, no podría ser atribuida de ninguna manera a la Masonería como tal”. Cf. Guénon Études sur la Franc-Maconnerie et le Compagnonnage, tomo I, p. 276. Éditions Traditionnelles
[4] El Kali-yuga es la “Edad de Kali”, era espiritualmente sombría y cada vez más sórdida desde todos los puntos de vista que se quieran considerar, en la que, según la cosmología cíclica del Hinduismo, vive a todos los efectos la Humanidad entera desde hace ya varios miles de años. Equivale en sus características esenciales a la “Edad de Hierro” de la antigüedad clásica occidental, y está comprendida en un ciclo más amplio denominado Manvântara. Cf. René Guénon, La Crisis del Mundo Moderno, Ed. Paidós
[5] En particular, recomendaríamos la lectura de sus libros Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, Conclusión; Oriente y Occidente, 2ª parte, cap. III y Aperçus sur l’initiation, cap. XLIII.
[6] Cf. René Guénon: Initiation et réalisation spirituelle, capítulo VII, Éditions Traditionnelles.
[7] Existen autores muy competentes al respecto, como es el caso por ejemplo del investigador francés Paul Naudon, por citar solamente uno de los más interesantes, que se han dedicado con denuedo a exponer sus trabajos en el terreno historiográfico masónico y cuya obra merece, en este aspecto, todos nuestros respetos.
[8] Un ejemplo explícito de ello lo tenemos en el gran maestro griego Platón, el cual en su famosa Gran Carta indicaba a su corresponsal que “nuestra garantía más segura consiste no en escribir, sino en aprender de memoria (...) He aquí por qué yo jamás he escrito nada sobre estos temas”, refiriéndose a la verdadera doctrina oculta e iniciática respecto a la cual toda su obra pública no constituye sino una simple preparación teórica, repleta, si se quiere, de alusiones más o menos veladas a ella para quien sea capaz de reconocerla. Cf. Pere Sánchez Ferré: La geometría en los Antiguos Deberes de la masonería operativa, en la revista Axis Mundi, nº 7, segunda época, Ediciones Paidós. Cf. así mismo Platón: Obras completas, Ediciones Aguilar, p. 1554.
[9] Como fue el caso de la Cristiandad medieval, por ejemplo.
[10] Cf. René Guénon: Mélanges, cap. I, 2ª parte, Ed. Gallimard.
[11] Evidentemente, es mucho más sencillo identificarse con tal o cual “cliché” publicitario bien condimentado.
[12] No vamos a entrar en el caso del Compagnonnage francés, que sí ha conservado el vínculo entre iniciación y ejercicio efectivo del oficio y en el que, por tanto, ambos términos podrían estar, quizá, vinculados realmente.
[13] René Guénon: Initiation et réalisation spirituelle, cap. XVIII
[14] A este respecto, cf. especialmente el artículo de Guénon titulado A propos des constructeurs du moyen age incluido en el ya mencionado libro Études sur la Franc-Maconnerie et le Compagnonnage, tomo I. Éditions Traditionnelles
[15] Carta de fecha 20-7-1949, reproducida en Julius Évola, Un maestro dei tempi moderni: René Guénon, Fondazione Évola, Roma, 1984.
[16] Carta a Louis Caudron, 4-4-1938, reproducida en la revista Soufisme d’Orient et Occident (SOO), nº 6 y en Letra y Espíritu, nº 17
[17] René Guénon, op. cit., cap. XXIII.
[18] Carta a Louis Caudron, 20-5-1938, SOO nº 6 y LyE nº 17
[19] Cf. Jean Reyor: A la suite de René Guénon... Sur la route des maîtres maçons, Éditions Traditionnelles, cap XIX.
[20] Cf. Denys Roman: René Guénon et les destins de la Franc-Maçonnerie, cap. XI, Les Éditions de l’Oeuvre.
[21] Guénon había publicado en 1.946 un libro titulado La Grande Triade.
[22] Se refiere a su libro Aperçus sur l’Initiation, publicado también en 1.946.
[23] Carta a Roger Payot, 19-8-1947. Cf. Cahier de l’Herne: René Guénon. Extraits de deux lettres à R.P., p. 341. Éditions de l’Herne y Pierre Feydel, Aperçus historiques touchant à la fonction de René Guénon, Milán, 2003.
[24] Carta a Roger Payot, 4-12-1948. Cf. Cahier de l’Herne: René Guénon. Extraits de deux lettres à R.P, p. 341. Éditions de l’Herne.
[25] Término sánscrito para denominar a los símbolos de carácter visual.
[26] Recitación rítmica y ritual de un símbolo verbal, normalmente un nombre divino, análogo a lo que en las tradiciones orientales es un mantram. A pesar del término empleado, no tiene nada que ver con una “fórmula mágica”.
[27] Cf. para las tres últimas citas, Jean Pierre Laurant: Le sens caché dans l’oeuvre de René Guénon, cap. X.
[28] Nos referimos concretamente a Marcel Clavelle (alias Jean Reyor), Marcel Maugy (alias Denys Roman), Jean Granger (alias Jean Tourniac) y Roger Maridort. Clavelle, Maugy y Maridort fueron iniciados en La Grande Triade, mientras que Granger asistió como visitante desde su establecimiento en París, pero había sido iniciado anteriormente en Lyon.
[29] Hay que dejar bien claro que la redacción de este artículo se debió a una propuesta de Jean Reyor y en ningún caso hay que enmarcarlo en la polémica que Guénon mantuvo con Schuon como algunos, mal informados en ésta y en otras cuestiones, sostienen. Reyor constató en su día que muchos de los seguidores de la obra de Guénon que habían solicitado su ingreso en la Masonería se creían exonerados de una práctica exotérica debido bien a la simple ignorancia o a que consideraban erróneamente a la Masonería como una tradición completa. Cf. Jean Reyor: Pour un aboutissement de l’oeuvre de René Guénon, tomo II, La Franc-Macçonnerie et l’Église Catholique, p. 35.
[30] Carta fechada el 10 de Noviembre de 1946, inserta en el artículo de Giovanni Ponte: L’iniziazione massonica nel mondo moderno, Rivista di Studi Tradizionali, nº 54-55.
[31] Guénon se refiere aquí a que la iniciación masónica y la iniciación islámica no son incompatibles.
[32] Carta fechada el 4 de Mayo de 1935, reproducida también por Ponte, art. cit
[33] Cf. Jean Pierre Laurant, op. cit., p. 243.
[34] Carta a Jean Tourniac, sin fecha. Cf. Jean Tourniac, Presence de René Guénon, Soleil Natal, Etréchy, 1993.
[35] Carta a Frithjof Schuon, 22-12-1931, transcrita en D. Gattegno, Guénon, Pardès, 2001.
[36] Parece referirse a la pertenencia a la Masonería.
[37] Carta a Luc Benoist, 21-6-1936, reproducida en Jean Robin, René Guénon, la dernière chance de l’Occident, Trédaniel, Paris, 1982.
[38] a Goffredo Pistoni, 9-5-50, publicada en la revista Symbolos, nº 9-10, Guatemala, 1995.
[39] A este respecto, sin duda se pueden traer a colación las indicaciones de Guénon con respecto al carácter cosmológico del Hermetismo de origen egipcio, gracias al cual, Helenismo mediante, le fue posible imbricarse en el Islam y en el Cristianismo. Sin embargo, es curioso constatar que, salvo error por nuestra parte, no se encuentra una indicación parecida con respecto a la Masonería, a pesar de su carácter también netamente cosmológico, como no podría ser de otro modo dada su naturaleza de iniciación de oficio y, por tanto, perteneciente al dominio de los misterios menores. Tampoco creemos que se pueda afirmar tout court que la Masonería en su conjunto o, en particular, alguno de sus Ritos, sea una especie de “institucionalización” de la tradición hermética. No obstante, que existe una componente de origen hermético de raigambre antigua en la Masonería no parece demasiado dudoso, pero también las hay de otro origen y cabe señalar que todas ellas han sido, por así decirlo, como afirma Reyor, “reconsagradas” por el Cristianismo, que las asumió en su seno, a pesar de su origen pre-cristiano.
[40] Cf. Jean Reyor, op. cit., caps. II y III.
[41] Marie-France James en su libro Ésoterisme et Christianisme autour de René Guénon, Nouvelles Édtions Latines, p. 260, recoge una particularidad histórica que consideramos digna de mención a este respecto: los Papas Bonifacio IV en el 614, Nicolás III en 1277 y Benito XII en 1334, otorgaron diplomas a las corporaciones de maestros masones que reconocían el derecho de depender de la única autoridad de la Santa Sede y de mantener en secreto los principios y reglas de las aplicaciones de su arte. (Tomado a su vez de J. Berteloot S.J. Les Franc-maçons devant l’ histoire, tomo 1, p. 24).
[42] Cf. Jean Reyor, op. cit., p. 27.
[43] Cf. Giovanni Ponte, art. cit., parte V.
[44] Cf. Obras Escogidas de Nicolás de Cusa, trad. de M. de Gandillac, Carta II a los Bohemios sobre la doble comunión, pp. 357-358.[Nota de Reyor].
[45] Cf. Reyor, op. cit., pp. 42-43.
[46] Cf. Jean Tourniac, Les tracés de lumière, caps. II y III. Ed. Dervy-Livres. También Denys Roman, Réflexions d’un chrétien sur la Franc-maçonnerie, cap. IV. Éditions Traditionnelles.
[47] Cf. Pere Sánchez Ferré, art. cit.
[48] Es en los signos y toques, así como en otro tipo de “gestos” rituales análogos a los mudras de las tradiciones orientales, donde más claramente puede evidenciarse una correlación precisa con la astrología tradicional, entre otras ciencias antiguas, que llena de sentido la frase precitada del Manuscrito Dumfries alusiva a la “medida de los cielos materiales”. Cf. también Jean Tourniac: Symbolisme maçonnique et tradition chrétienne, cap. II. Éd. Dervy-Livres. Cf. así mismo el excelente y sumamente recomendable artículo de nuestro desaparecido compañero Santiago de Vilanova, Palabras sagradas y Qabbalah en Masonería, en Letra y Espíritu nº 21.
[49] Cf. las interesantes aportaciones en este sentido de Jean-Michel Mathonière: Le plus noble et le plus juste fondement de la taille de la pierre, en la revista francesa La Règle d’Abraham, nº 3. Existe traducción española en Letra y Espíritu nº 18.
[50] Cf. Denys Roman, René Guénon et les destins de la Franc-Maçonnerie, p. 190, nota.
[51] Este simbolismo signa el carácter cíclico del trabajo masónico, puesto que está relacionado con los dos solsticios anuales: el solsticio de invierno es el de San Juan Evangelista y el solsticio de verano el de San Juan Bautista. A este respecto cf. René Guénon: Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, Ediciones Paidós.
[52] Éstos también se encontraban bajo los auspicios de la diosa Minerva, encarnación de la sabiduría y de las artes, pero también de la guerra. No es de extrañar, pues, que las llamadas “tres pequeñas luces” de la Masonería sean precisamente la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza.
[53] Conviene resaltar también que la Biblia es una de las “Tres Grandes Luces” de la Masonería, junto con el Compás y la Escuadra. Por otro lado, no pueden comenzarse los trabajos sin abrir el Libro de la Ley Sagrada, ya sea por el Evangelio de San Juan o por alguno de los fragmentos del Antiguo Testamento que relatan la construcción del Templo de Salomón.
[54] No son ajenos a esta vertiente todos aquellos elementos simbólicos que aluden a una herencia procedente de la Orden de los Caballeros Templarios, en su relación con la reinstauración del Sacro Imperio, así como los que se refieren al estado de Rosa-Cruz que, como se sabe, alude de nuevo a la realización efectiva del estado primordial. Estas influencias son particularmente evidentes en el sistema de altos grados propio del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, sobre todo en el grado 18º y en el 30ª , así como en los tres últimos grados, lo cuales, en su simbolismo, vinculan a la Masonería, además, con el Centro Supremo. Cf. Philip Parois: A propos du quinzième centenaire du baptème de Clovis: Franc-Maçonnerie et Pouvoir Temporel¸ en La Règle d’Abraham, nº 3; así mismo cf. Michel Vâlsan: Les derniers Hauts Grades de l’Ecossisme et la réalisation descendante, en la revista Études Traditionnelles, nº 308, 309 y 310. De este último existe traducción española íntegra en Letra y Espíritu, nº 20.
[55] Études sur la Franc-Maconnerie et le Compagnonnage, tomo I, p. 246-247. Éditions Traditionnelles.
[56] Ibidem, p. 280.
[57] Las negritas y el subrayado son nuestros.
[58] Ibidem.
[59] Aperçus sur l’initiation, Prólogo.
[60] Aperçus sur l’initiation, cap. XXX.
[61] Aperçus sur l’initiation, cap. XVI.
[62] En la Masonería existen símbolos pertenecientes a las tres clases. Sin pretender dar una lista exhaustiva de todos ellos, mencionaremos por su importancia los siguientes: el denominado Cuadro de Logia es un símbolo gráfico que se despliega en el centro del suelo de la Logia; por otra parte, existen diversos gestos, denominados signos penales y de reconocimiento cuya ejecución precisa caracteriza el grado de cada masón; por último están las palabras de paso y las palabras sagradas que, de forma evidente, son símbolos verbales cuya pronunciación y ortografía difiere en función del grado en el que la Logia trabaje en cada momento.
[63] Recordemos que en Masonería existen diferentes sistemas de grados, pero todos ellos se fundamentan en los tres primeros, estrechamente relacionados con el oficio de masón: el primer grado es el de Aprendiz, el segundo es el de Compañero y el tercero es el de Maestro.
[64] René Guénon: Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, 2 tomos, Éditions Tradiditionnelles.
[65] Op. cit. tomo II, pp. 26-49.
[66] Esta expresión se refiere particularmente a la Quête du Saint Graal, es decir, a la conquista del Santo Grial, propia de ciertas iniciaciones caballerescas medievales, cuyo simbolismo también ha recogido la Masonería dentro de algunos de sus Altos grados o grados filosóficos.
[67] El “Gran Arquitecto del Universo” es el nombre que se da en Masonería al Principio Supremo. De hecho, no se refiere directamente a Él sino a uno de sus aspectos: el de Constructor Universal y Creador del Cosmos. En el Hinduismo a este aspecto divino se le denomina Vishwakarma.
[68] René Guénon, op. cit., tomo I, p. 128.
[69] Michel Saint-Gall: Dictionnaire des Hébraismes et d’autres termes spécifiques d’origine française, étrangère ou inconnue dans le R.E.A.A., Ed. Demeter, París, 1988, p. 75.
[70] El documento conocido como The three distinct knocks (Los tres golpes distintos) es un catecismo masónico publicado en Londres en 1760.
[71] Esto viene confirmado por el siguiente fragmento de una carta de Guénon a Jean Tourniac, sin fecha: «Su interpretación de la palabra de Maestro es bien exacta; la forma correcta es ¿“Mah ha-bôneh”?, de la cual la forma inglesa no se aleja en suma demasiado, puesto que sólo difiere en que la sílaba final se ha hecho muda (lo que puede explicarse, además, por una intención de reducir el conjunto a 3 sílabas); las otras formas son mucho más desnaturalizadas, y la del Rito Francés es incluso casi irreconocible, puesto que a veces ¡se ha puesto en duda que pudiese tratarse de una palabra hebrea!. Pienso que ha hecho muy bien poniéndose a estudiar hebreo...»
[72] Cf. Charles-André Gilis: Mâ al-Bannâ? en La Règle d’Abraham, nº 1, Reims, 1996.
[73] El Zohar, Tomo I, Editorial Sigal, Buenos Aires, 1976.
[74] Op. cit., p. 3.
[75] El fragmento es el siguiente: “La majestad se eleva ‘por encima del cielo’ (hacia el ¿Quién?), es decir, que toma el nombre de Elohim, pues Él creó una luz para su luz, y una vistió a la otra para adquirir ese nombre eminente, por eso el Elohim del primer versículo del Génesis... es el Elohim de Arriba (el ¿Quién?). Pero no designa al ¿Qué? (el Elohim de Abajo), que sólo se construyó en el momento en que las letras de la palabra Estos (éléh) descendieron hacia Abajo y la Madre prestó sus vestiduras a la Hija y la adornó con sus joyas. ¿Cuándo, pues, vistió la Madre a la Hija impecablemente? Cuando se presentaron ante ella todos los seres masculinos... En dicho momento la Hija es llamada “Soberano”... Entonces la letra hé (ה) se retira del Mah ( מה, ¿qué?) y es reemplazada por la yod (י) lo que da Mi (מי , ¿quién?). Haciendo esto, la Hija se viste de vestiduras masculinas para concordar con todos los hombres de Israel...” (Zohar, prólogo, 2a; para este fragmento hemos seguido, por su mayor exactitud, la traducción francesa de Ed. Verdier, tomo I, p. 34).
[76] La Hija es, concretamente, la Shejiná, la Presencia Real de la Divinidad en el Mundo de Abajo, identificada con la sefirá Maljut (Reino), la décima “numeración” del conocido símbolo del Árbol de la Vida cabalístico. Se podría decir que el mundo manifestado ordena y despliega sus modalidades alrededor de la Shejiná, entendida como Polo de atracción, pues de hecho no actúa salvo por su simple acción de Presencia. La Shejiná podría considerarse también como el vaso receptor de otros cuatro aspectos divinos del Mundo de Arriba, o supra-celeste: El Padre (la sefirá Hojmá = Sabiduría) que manda u ordena la Creación, la Madre (Biná = Inteligencia) que la dispone, concibe y establece su diseño in divinis, Elohim (nombre divino asociado también a la sefirá Biná) que realiza la obra de Creación (Bará Elohim, Gén. I, 1) y, por último, El-Shaddai (El Todopoderoso, el Omnipotente, el Autosuficiente), nombre divino de especial raigambre masónica cuyo significado es “el que dice ¡basta!” y con su poder ordena a los Cielos que detengan su despliegue, estableciendo así sus límites y sus justas proporciones. Es evidente que el mundo celeste (Beriyá o mundo de la Creación) puede ser visto como un modelo, al igual que el mundo platónico de las Ideas o de los Arquetipos, que contiene de forma completa y acabada todo lo que se manifiesta sucesivamente en el mundo de las formas (olam ha-Yetsirá) y en el mundo de la acción (olam ha-Asiá), es decir, en toda la manifestación sensible, cuyo centro es la Shejiná. Sobre el significado del nombre El-Shaddai, אל־־שדי, cf. Jean Reyor: Pour un aboutissement de l’oeuvre de René Guénon, tomo II, “Études sur l’ésotérisme chrétien”, cap. VII, Ed. Archè, Milán, 1991; así como el Pirqué de Rabbi Eliezer, cap. 3, p. 32, Ed. Verdier, 1992, (existe versión española, Institución San Jerónimo, 1984) citado por Patrick Geay: Le Verbe Architecte et la Mère Suprème d’àpres le Zohar, en la revista francesa La Règle d’Abraham, nº 1, 1996. De este último artículo existe traducción española en Letra y Espíritu, nº 11.
[77] La expresión נב es la reducción de נוב, “brotar, florecer, fructificar”.
[78] Por otro lado, la respuesta a “¿Quién es el Constructor?” está relacionada con otras tantas combinaciones de las tres letras מבנ (Mem, Bet, Nun) con respecto al Nombre divino יהוה (yod, he, vav, he) que tomamos como partícula constante, puesto que es la que da sentido a la respuesta implícita en la pregunta. La gran mayoría de combinaciones posibles tienen sentidos parecidos y complementarios al indicado arriba. Así mismo, aplicando dos métodos cabalísticos, la Gematría y la Temurá pueden obtenerse otras palabras equivalentes cuyos sentidos desvelan significados insospechados a primera vista.
[79] Cabe señalar también que las letras נב (Nun, Bet) están contenidas en el término נביא (Nabí: Profeta) que literalmente significa “el que da fruto” y, como se sabe, los profetas son aquellos por cuya boca habla Dios. Todo esto tiene que ver, sin duda, con lo señalado por Guénon como prerrogativa de los verdaderos Rosa-Cruces, es decir, con el “don de lenguas” que poseen quienes han realizado de forma efectiva el estado primordial. Cf. su obra ya citada Aperçus sur l’initiation, cap. XXXVII.
[80] Cf. Patrick Geay, art. cit. cuyos excelentes contenidos nos sugieren las siguientes notas: Cristo, en tanto que puede ser identificado con el Adam Qadmon de la Cábala hebrea, es decir, con el Hombre Universal, integra en sí mismo la función femenina de Arquitecto como un aspecto suyo. La Unidad suprema, representada en el Árbol cabalístico por la sefirá Kéter (Corona), se polariza en dos aspectos: uno, masculino y fecundante, representado por la sefirá Hojmá (El Padre supremo) y el otro matricial, separativo y generador de las cosas creadas, que aparece como femenino, asociado a la sefirá Biná (la Madre suprema). Ahora bien, este último aparece como necesariamente masculino, o activo, desde el punto de vista de los seres creados, que son quienes reciben su ser de Él y son, por tanto, pasivos y femeninos respecto a Él. De hecho, ambos aspectos son consustanciales y pueden ser tomados indistintamente como soporte de meditación. A este respecto, puede señalarse que la figura de la Virgen tuvo una importancia emblemática en las iniciaciones de oficio medievales como en el caso, por ejemplo, de los Masones de Estrasburgo, en cuyo blasón aparecía una Virgen decorada con los útiles de construcción. Y no hay que olvidar que el propio San Juan Evangelista, uno de los patrones de la Masonería, es expresamente designado por N. S. Jesucristo como Hijo de María (Jn XIX, 27).
[81] Esta Palabra es el Fiat Lux proferido por Elohim, y es también el Bará que crea completa y definitivamente los Cielos y la Tierra, es decir, la primera polarización del Principio Supremo.
[82] La “leyenda” propia del tercer grado masónico, alude al asesinato del Maestro Hiram, el mítico constructor del Templo de Jerusalén, y Tercer Gran Maestre de la Franc-Masonería, junto al rey Hiram de Tiro (segundo Gran Maestre) y al rey Salomón (primer Gran Maestre). Dicha “leyenda” se basa en el Antiguo Testamento, I Libro de los Reyes, caps. V, VI y VII, aunque en la Biblia no se mencione el asesinato de Hiram a manos de tres Compañeros que querían arrebatarle el secreto indebidamente. Con la muerte de Hiram se “perdió la palabra” y se sustituyó por otra hasta que la genuina sea recobrada. Cabe decir, también, que el maestro Hiram “resucita” simbólicamente cada vez que un masón accede al tercer grado.
[83] Conviene recordar también que a N.S. Jesucristo se le denomina “el segundo Adán”.
[84] Recordemos que geo-metron significa “medida de la tierra”, etimología recogida en el texto masónico conocido como Manuscrito Cooke, que data del siglo XV.

2 comentarios:

  1. Estaría relacionado con las siglas MB del mandil de maestro y que tiene un valor numérico de 42?

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  2. Artículo conbuena dosis de sensatez y que denota un avance importante, y acorde con lo que se dice al final del artículo

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