sábado, 2 de abril de 2011

La paz de la fe; por Nicolás de Cusa

Fragmentos de La paz de la fe (De pace fidei, 1453), de Nicolás de Cusa (1401-1464).

Pero sabes, Señor, que no puede haber una gran multitud sin mucha diversidad y que casi todos los hombres se ven obligados a llevar una vida llena de tribulaciones y miserias y a estar sometidos a los reyes que gobiernan. Son pocos los que gozan del ocio necesario para, en uso de su libertad, poder profundizar en el conocimiento propio. Se dejan absorver por las muchas preocupaciones corporales y otras obligaciones, de modo que no pueden buscarte a Ti, que eres Dios escondido. Por esta razón, pusiste al frente de tu pueblo a diferentes reyes y videntes, llamados profetas, la mayoría de los cuales en virtud de tu mandato han establecido en tu nombre el culto y las leyes e instruido al pueblo ignorante. Aceptaron estas leyes como si Tú mismo, Rey de reyes, hubieras hablado con ellos cara a cara, creyendo que no era a ellos sino a Ti a quien escuchaban. Enviastes a diferentes naciones diferentes profetas y maestros, según las diferentes épocas. Ahora bien, es propio de la condición terrena del hombre defender como verdaderas las costumbres practicadas desde antiguo, que han pasado a ser consideradas como parte de la naturaleza. Ésta es la razón de que sobrevengan no pocas disensiones cuando cada comunidad prefiere su propia fe a la ajena.


Nicolás de Cusa
Acude en nuestra ayuda, pues sólo Tú tienes poder. Por Ti, el único a quien se venera en todo aquello que todos parecen adorar, es por quien se mantiene esta rivalidad. En todo lo que cada uno parece apetecer no apetece otra cosa sino el bien, que eres Tú, y ninguna otra cosa busca en su esfuerzo intelectual sino lo verdadero, que eres Tú. ¿Qué busca el viviente, sino vivir, y el existente sino ser? Por tanto, Tú que das la vida y el ser, eres el que pareces ser buscado de modo diferente en los diversos ritos y nombrado con diferentes nombres, pues permaneces para todos desconocido e inefable en tu verdadero ser. Tú, que eres poder infinito, no eres sin embargo nada de lo que creaste, ni puede la criatura comprender tu infinitud, pues no hay proporción alguna de lo finito a lo infinito. Tú, omnipotente Dios, invisible a toda inteligencia, puedes hacerte visible a quien quieras, de modo que puedas ser comprendido. No permanezcas oculto por más tiempo, Señor; sé propicio y muestra tu rostro, para que se salven todos los pueblos y no puedan ya olvidar la fuente de la vida y la dulzura apenas pregustada. Porque sólo te abandona quien te ignora.

Si te dignas actuar así, cesarán las guerras, el odio y todo mal y todos conocerán que no hay más que una sola religión en la diversidad de los ritos. Si no es posible o conviene suprimir esta diferencia de ritos, para que la diversidad misma contribuya a aumentar la devoción, cuando cada nación ponga sus mejores cuidados en las ceremonias que son más gratas a ti, que eres el rey, al menos que, así como Tú eres uno, que haya una sola religión y un solo culto de latría. Apiádate, Señor, porque tu ira es piedad y tu justicia misericordia; perdona a tu débil criatura. Nosotros, tus enviados, a quienes has puesto como custodios de tu pueblo y a quienes aquí ves, lo suplicamos humildemente de tu majestad con todas las maneras posibles de oración.


Adenda: acerca de la tolerancia en la obra de René Guénon.

Y, si concede al punto de vista profano  igual validez que al punto de vista tradicional, en lugar de no ver ahí más que la degeneración que es en realidad, ¿qué ocurrencias podrá decir aún sobre la demasiado famosa “tolerancia”, actitud bien específicamente moderna y profana también, y que consiste, como se sabe, en conceder a no importa cuál error los mismos derechos que a la verdad? (Miscelánea, Tercera Parte, capítulo IV).


“En cuanto al supuesto «progreso moral», se trata de un asunto de sentimiento, y por consiguiente de apreciación individual pura y simple; desde este punto de vista, cada uno puede hacerse un «ideal» conforme a sus gustos, y el de los espiritistas y demás demócratas no conviene a todo el mundo; pero los «moralistas», en general, no lo entienden así, y, si tuvieran poder para ello, impondrían a todos su propia concepción, ya que nada es menos tolerante en la práctica que las gentes que sienten la necesidad de predicar la tolerancia y la fraternidad. Sea como fuere, la «perfección moral» del hombre, según la idea que se hacen de ella corrientemente, parece ser más «desmentida por la experiencia» antes que al contrario, pues muchos acontecimientos recientes desmienten aquí a Allan Kardec y a sus adláteres como para que sea útil insistir en ello” (El Error Espitirista, capítulo IX).


“Hay muchas insuficiencias en ciertos aspectos (y no hablamos solamente de las inevitables lagunas en semejante asunto), pues el autor quizá no acaba de darse cuenta de lo que es la verdadera iniciación, que implica algo muy distinto a esas ideas de "tolerancia" o de "libertad de conciencia"; pero, tal como es, este trabajo no deja de testimoniar ciertas preocupaciones que, dado su origen, son interesantes de señalar” (Estudios sobre la Masonería y el Compañerazgo, reseñas de libros, junio de 1932, reseña del libro de Henri-Jean Bolle: Le Temple, Ordre initiatique du moyen âge).

La génesis del concepto de tolerancia


En el número de junio, Albert Lantoine expone “La génesis del concepto de tolerancia”, y parecería querer destacar que el “lanzamiento” de dicha idea no fue en suma más que un acto político de Guillermo de Hannover, pero que también este acto influyó bastante directamente en la constitución de la Masonería en su nueva forma “especulativa”. Lo cual confirma aún más lo que siempre pensamos del papel que desempañaron en dicha constitución las influencias profanas, que penetraron de esta modo en un dominio que debería normalmente estarles vedado. ¿Pero cómo puede ser que aquellos, cuyos estudios históricos conducen a semejantes constataciones, no puedan llegar a comprender que este mismo hecho representa la marca de una grave degeneración desde el punto de vista iniciático? (Estudios sobre la Masonería y el Compañerazgo, reseñas sobre artículos de la revista Le Symbolisme, abril-mayo de 1947) .


La tolerancia, virtud iniciática
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En el número de abril, el mismo autor considera “La tolerancia, virtud iniciática”, la cual nada tiene que ver con esa especie de indiferencia a la verdad y el error que comúnmente se designa con el mismo nombre. Desde el punto de vista iniciático quiere decir que hay que admitir como igualmente válidas todas las diferentes expresiones de la única Verdad, es decir en suma, que debe reconocerse la unidad fundamental de todas las tradiciones.

No obstante y considerando el tan frecuente sentido totalmente profano de la palabra “tolerancia”, la cual en sí misma evoca más bien la idea de soportar con una especie de condescendencia aquellas opiniones que no se comparten, ¿no sería mejor intentar hallar otra que no corriera el riesgo de prestarse a semejante confusión? (Estudios sobre la Masonería y el Compañerazgo, reseñas sobre artículos de la revista Le Symbolisme, Diciembre de 1949).



“La anarquía intelectual debía resultar de ello fatalmente: de ahí la multiplicidad indefinida de las sectas religiosas y pseudo religiosas, de los sistemas filosóficos que apuntan ante todo a la originalidad, de las teorías científicas tan efímeras como pretenciosas; caos inverosímil al que domina no obstante cierta unidad, puesto que existe un espíritu específicamente moderno del que procede todo eso, pero una unidad enteramente negativa en suma, puesto que es propiamente una ausencia de principio, que se traduce por esa indiferencia respecto a la verdad y al error que ha recibido, desde el siglo XVIII, el nombre de «tolerancia». Que se nos comprenda bien: no pretendemos censurar la tolerancia práctica, que se ejerce hacia los individuos, sino sólo la tolerancia teórica, que pretende ejercerse hacia las ideas y reconocerlas a todas los mismos derechos, lo que debería implicar lógicamente un escepticismo radical; y, por lo demás, no podemos impedirnos constatar que, como todos los propagandistas, los apóstoles de la tolerancia son muy frecuentemente, de hecho, los más intolerantes de los hombres. En efecto, se ha producido este hecho que es de una ironía singular: aquellos que han querido invertir todos los dogmas han creado para su uso, no diremos que un dogma nuevo, sino una caricatura de dogma, que han llegado a imponer a la generalidad del mundo occidental; así se han establecido, so pretexto de una «liberación del pensamiento», las creencias más quiméricas que se hayan visto nunca en ningún tiempo, bajo la forma de esos diversos ídolos de los que enumerábamos hace un momento algunos de los principales” (Oriente y Occidente, capítulo II).

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